36. Caminos bifurcados
Una joven de cabello de fuego bajaba de un vehículo negro. La misma se movía de manera violenta hacia la entrada del Báthory, apretaba sus puños, con el odio del mundo contenido en sus palmas. Empujó las puertas del castillo y comenzó a gritar como si no hubiera un mañana.
—¡Vampiros inmundos, muestren sus caras!
Azazel se hizo presente, descendiendo por las escaleras, acariciando el barandal con sensualidad.
—Ámbar, qué grata sorpresa —dijo el director, con su sugerente vocecita y una risita socarrona—. Siempre es bueno que nos vengan a visitar viejos internos.
—¡Deja el cinismo, viejo repugnante! —gritó pateando el mobiliario que la rodeaba—. ¡¿Dónde están los parásitos de sangre pura?!
Adam apareció tras Azazel, luego Demian regresó del jardín. Jack y Jeff se acercaban a la sala, y Joan venía del comedor. Todos tenían unas caras pésimas, pálidas e irritables, pero su asombro era igual de notorio. Al mismo tiempo, otros vampiros curiosos se asomaban a presenciar el escándalo.
—¡Cobardes! —gritó Ámbar al punto de perder la compostura—.¡Luego de que ellas les dieron todo!
—Ámbar, por favor... —Azazel borró su mueca e intentó contenerla—. Vamos a mi despacho.
—¿No me diga que no ha dicho nada? —gruñó, provocando la alarma en todos—. ¡Todo el mundo ya lo sabe!
Azazel suspiró al ver cinco pares de ojos acusadores.
—¿Qué es lo que tenemos que saber, Azazel? —interrogó Adam, frunciendo el ceño.
—¡A Sara y a Francesca las están torturando! —gritó la colorada, provocando el espanto instantáneo—. ¡Las familias se han negado a gastar un miserable recurso en ellas! ¡Las dejarán morir!
Un estruendo se oyó rompiendo la tensión. Demian había roto la puerta de la entrada con su puño.
—¡Voy a matarte, Azazel!
Azazel llevó sus manos a su rostro, los demás profesores no tardaron en socorrer al director.
—¡¿Es en serio?! —bramó Joan—. ¡¿Saben dónde están y no dijeron nada?!
Jack mordía su labio al punto de hacerlo sangrar, Jeff lo contenía porque sabía en que pensaba.
—Espero que tengas una buena explicación, Azazel Báthory —siseó Adam amenazándolo con la mirada.
—¡A mi despacho los seis! —gruñó el director sin dejarse amedrentar—. ¡Sí, la señorita Ámbar también!
Demian tenía que ser contenido por los gemelos y Joan al mismo tiempo, no entendía razones, ya no quería excusas. El descontrol se apoderaba de su razón. No podía dejar ileso al director. Durante dos semanas habían dependido de las noticias de Tony, desde hacía días no sabían nada en concreto. La desesperación, por querer salir a correr en busca de Sara, cada vez era más insoportable. Tan solo sabían que los exorcistas eran licántropos, por lo que de a poco sus esperanzas por hallarla viva se iban apagando.
—¡Habla de una vez! —Adam golpeó el escritorio de Azazel.
—No puedo creer que lo hayas ocultado, Azazel —gruñó Ámbar.
—¿Te das cuenta que estos cinco son unos irracionales? —Azazel se dirigió a la colorada—. Acabas de meternos en un lío de dimensiones inexplicables.
—Azazel —dijo Jack, sosteniendo al colérico Demian—. Habla ahora o soltaré a Demian y lo ayudaré a destrozarte.
Azazel tomó aire y volteó sus ojos hacia atrás. No podría escaparse, esta vez podía asegurar que si cometía el más mínimo error, esos niñitos, lo destrozarían.
—Con Víctor, Tony y los demás profesores estábamos tratando de localizarlas —explicó—. No había forma de decirles a ustedes por dos motivos: primero, no sirven para nada, solo nos meterían en más problemas.
—¡¿Qué mierda dices?! —gritó Demian poniéndose cada vez más rojo.
—No saben conducir, no saben nada de la ciudad, y son estúpidamente impulsivos —respondió Azazel—. El segundo motivo, es que si ustedes salen de aquí, o comenten alguna imprudencia, sé que a los Báthory impuros nos espera la muerte. No más institutos, no más ofrendas, y no más protección para nadie. Todo mi trabajo por promulgar la humanidad se irá a la mierda y volverán a la época de las cavernas. No solo eso, si llegan a morir, una catástrofe se desatará.
—Es decir que solo intentas salvarte el culo —expresó Ámbar.
—Si así fuera no las buscaría, podría haber dicho a sus familias que se han involucrado de más con una humana miserable y ya no sería mi problema —respondió Azazel, hurgando en el cajón de su escritorio. De allí tomó las fotografías y las arrojó a los muchachos.
Palidecieron al instante, las fotografías fueron tomadas con sus manos temblorosas, sus bocas abiertas y sus pupilas dilatadas. No podían tragar lo que veían, no podía ser cierto.
Ámbar corrió su vista de las mismas, la llenaba de espanto y frustración.
Demian cayó de rodillas, abatido y débil. Jack abrazó a su hermano no queriendo ver más. Adam tomó una fotografía en su mano y la hizo trizas a medida que sus lágrimas caían. Joan tapó su rostro con ambas manos, la situación lo superaba.
—Ahí tienen la verdad, ¿qué harán? —preguntó Azazel, cargado de una sonrisa sarcástica e hiriente—. Acabo de poner a todos en riesgo, ténganlo en cuenta.
—¿Qué es lo que sabe Tony? —Joan tragó saliva—. ¿Alguna pista de los licántropos?
—Se resguardan bien, y son demasiado inteligentes —dijo Azazel—. Suponemos que están del otro lado de la ciudad, tras la montaña, a por lo menos un día de viaje de aquí, y es probable que habiten un lugar inaccesible para nosotros.
—¿Tony está buscando solo? —preguntó Jeff— Se suponía que iba a colaborar con nosotros.
—¡Es un maldito traidor! —Adam apretó sus muelas.
—Tony no quiere que me maten —respondió Azazel—. Entiende la delicadeza de la situación. Sabe que si los Báthory impuros desaparecemos todo irá en declive Además, Víctor lo está ayudando. No es mucho, pero es alguien confiable. Fue el primero en insistir en hacer algo.
—Tal vez sea hora de que te jubiles —respondió Adam—. Trescientos años han sido suficientes, no me interesa lo que venga después, no me interesa no saber nada del mundo. Iré a buscar a Sara ahora mismo.
—¡Adam! —Azazel se levantó de su silla—. No seas idiota, nada te asegura que la encontrarás. Ellos lograrán lo que quieren y todo se irá al demonio. Será un problema mayor si me asesinan. Nadie te ayudará, nadie te amparará en tus ideas.
—¡No necesito a nadie! —gritó—. ¡No me interesa si todo se va a la mierda!
—Iré con él —dijo Demian, envuelto en lágrimas.
—¡Las familias más importantes irán por ustedes! —gritó Azazel—. No sean estúpidos, la hermandad tiene mucho en juego, mucho que perder si ustedes lo arruinan. No solo tendrán a los licántropos detrás de ustedes, también a los vampiros, y en cuanto se enteren que es por una humana, la matarán sin dudarlo.
El silencio los invadió. La hermandad vampírica tenía reglas estrictas respecto a los humanos y su mundo, en un abrir y cerrar de ojos podían echar a perder toda una sociedad secreta milenaria. La situación era grave y un acto mal pensado podía desencadenar cosas peores.
—Adam, Demian —irrumpió Joan—. Azazel tiene razón. No podemos agregar nuevos peligros, tampoco sirve aventurarnos en vano.
—¿Qué dices, Joan? —preguntó Jack—. Si a ti no te importa Sara no te metas.
—No se trata de eso —dijo Jeff a su hermano—. Porque nos importa debemos pensar en frío.
—Sea lo que sea —comentó Ámbar—, yo las buscaré. Puedo esconderme de Catalina por un tiempo.
—¿Sí? Ahora que lo recuerdo, oí por ahí que tú estabas muy enojada con ellas —indicó Azazel arqueando una ceja—. ¿Ya te das cuenta que no eres quien se llevó la peor parte?
—Vete a la mierda, viejo. —Ámbar le corrió la mirada.
Azazel frotó su rostro con desesperación. Tenía que, de alguna forma, buscar un modo de que ellos ayudarán a buscar a Sara y Francesca, o empeorarían todo. En el camino debía esquivar los conflictos que le podrían traer, y ocultar la búsqueda a las familias vampíricas lo más que pudiera.
—¿Quieren ir a la ciudad por esa humana? —preguntó Azazel—. ¿Arriesgar sus vidas, su status? ¿Poner patas arriba la comunidad vampírica? ¿Ponerme en riesgo a mí y a los míos?
Los chicos se lo quedaron viendo a cual idiota, la respuesta era obvia. Todos harían lo que fuera necesario, la decisión estaba tomada.
El silencio, luego de la firme determinación, fue irrumpido por una estruendosa risotada.
Para sorpresa de los presentes, Azazel reía con muchas ganas. Durante un poco menos de trescientos años, había trabajado como director del Báthory, topándose con múltiples vampiros crueles, irrespetuosos, sádicos y sanguinarios. Un grupo tras otro de inadaptados y perfectos demonios, los cuales Azazel trataba de enderezar sin resultado alguno. Ofrendas tras ofrendas desechadas como basuras al final de los años; asesinadas, torturadas, condenadas a vidas inhumanas, pero al final, entre tanta tierra árida, la hierba buena comenzaba a crecer.
Un grupo de vampiros conseguía ganar algo más que humanidad en sus negros corazones. Al fin, Azazel podía estar seguro que sus cientos de años no eran en vano.
Con un último suspiro, Azazel decidió hacerlos participes de la búsqueda. Los cambios por los que tanto había arriesgado estaban llegando. Era momento de salir de la oficina del director, de apostar todo en una última jugada.
Nada era para siempre, tarde o temprano los viejos castillos se resquebrajarían. El mundo de los vampiros no podría ser siempre igual, por más que sus vidas parecían ser eternas, su estatus no lo era.
Adaptarse o perecer, esa era una regla que los vampiros también debían cumplir.
—Bien, saldremos a la ciudad —afirmó manteniendo su mueca sonriente—. Pero tendrán que escucharme, el más mínimo error y todos pagaremos las consecuencias.
Ellos le hicieron caso.
En el refugio de los licántropos, una discusión estaba agitando las aguas.
—¡¿Cómo es posible que haya escapado sin ayuda?! —Adolfo increpaba a toda su comunidad—. ¡Esa niña tuvo que ayudarla, hay que encerrarla también! —dijo dirigiéndose a Francesca.
—¡De ninguna manera! —Tommaso lo enfrentó—. Francesca ahora es mi mujer, y parte de esta familia.
—No puedo creer que el instinto te haya guiado a ésta... —protestó con desprecio, pero Tommaso le mantuvo la mirada—. Ha sido usada por vampiros, y le es fiel a ellos.
—Ella es humana —insistió Tommaso, con el ceño fruncido—. No me interesa su pasado, su aroma es mi guía. Le he dejado mi marca y tendrá a mis hijos.
—Sí, yo lo hice —prorrumpió Francesca, sin que se le moviera un pelo—. Yo liberé a Sara, y lo haría de vuelta. Pueden hacer lo que quieran conmigo. No es un secreto, prefiero a los vampiros antes que a ustedes, perros mugrosos.
Tanto Tommaso como Adolfo abrieron sus ojos repletos de estupor. Todos los presentes comenzaron a murmurar advirtiendo la blasfemia que acababa de profesar. Francesca prefería mil veces ser tratada como un verdadero rehén, antes de unirse en matrimonio con un lobo, que solo la quería atar a ella mediante abusos y argumentos descabellados.
—¡No es cierto! —exclamó Tommaso, perdiendo el equilibrio.
—¡Ahí lo tienes! —bramó Adolfo—. Esta mujer no puede permanecer con nosotros, y sí así lo quiere, será el nuevo cebo.
—¡No! —gritó Tommaso, envuelto en una violencia arrebatada—. ¡No voy a permitir que le hagan daño, está embarazada!
—Eso no es seguro aún —irrumpió Alice—. Tommaso, ella no puede estar libre, no puede ser parte de nosotros. Acaba de mostrar su devoción a los vampiros. Ahora mismo, por su culpa, estamos en riesgo. Además, íbamos a intercambiar a la humana por los cuerpos de los nuestros, asesinaron a tus primos, tíos, a nuestra gente. Si los vampiros encuentran a Sara, sabrán nuestra localización. Es imperdonable.
Tommaso tomó a Francesca de la mano y la tironeó fuera de la reunión.
—¡No van a tocarle un pelo sin pasar por mi cadáver! —gritó antes de irse.
Adolfo intentó decirle algo, pero Alice lo detuvo, mostrándole con un gesto que no era momento de seguir agitando al muchacho.
Tommaso daba vueltas de un lado a otro, agarrándose la cabeza sin dejar de decir la palabra "mierda". Francesca lo miraba sin miedo, sin simpatía.
—¿Por qué, Francesca? —preguntó el joven, con su rostro cansado—. Lo que hice es un pecado terrible contra mi familia. No debes ponerte en riesgo de forma tan desinteresada.
—No me interesa tu gente, ni tus leyes, ni tus costumbres. —Francesca provocó aún más a Tommaso—. Todo lo que hice fue para salvarla. No quiero saber nada contigo, y prefiero morir antes de tener una cría de lobo producto de una violación.
—¡¿Qué dices?! —Las venas de Tommaso se hincharon ante la rabia—. ¡Tú me lo propusiste! ¡Jamás lo hubiese hecho si no me aceptabas!
—No tenía alternativa —recordó Francesca—. ¡Tú te encargaste de que no la tuviera!
Tommaso apretó sus puños con fuerza, a medida que su mandíbula se contraía llena de rabia. Sara ya no corría peligros así que Francesca no tenía necesidad de seguir fingiendo.
—Sé que no fue la forma más agradable, pero con el tiempo te demostraré que tan lejos llega el amor de un lobo —dijo Tommaso, tranquilizándose, aflojando su cuerpo—. Ya estamos unidos.
—A menos que muera ¿no? —Francesca le dio la espalda—. Tu familia no me aceptará y yo haré lo posible para que me maten, me torturen, o me expulsen de este asqueroso lugar con olor a perro. Cualquier cosa es preferible a ser tu esposa.
El lobo cerró sus ojos y tomó aire para buscar la razón que Francesca trataba de arrebatarle.
—No sabes lo que dices. —El licántropo sonrió de lado—. Un lobo es capaz de matar a quien sea por su compañera. Nadie será capaz de tocarte un pelo sin pasar por mi cadáver.
Francesca se quedaba sin palabras, no podía contradecirlo. Tommaso y los lobos tenían una forma de ser demasiado intensa, muy distinta a la de los humanos y los vampiros. Tercos, irracionales, impulsivos y territoriales a niveles insospechados; reunían todas las características propias de un animal o de lunática. Y, una persona pensante como ella, entendía que hablar con él ya no tenía caso.
Poco y nada conocía a Tommaso, ese chico que juraba ser el amor de su vida, tan solo algo le quedaba en claro, si él era su "escudo" ella tenía las riendas. Si él era el animal, ella debía ser la domadora.
El café de la ciudad acababa de abrir sus puertas, eran las ocho de la mañana, y ya tenía dos comensales confundidos por la variada carta, la cual ofrecía distintos postres y bebidas inspirados en diversos países del mundo.
—Necesito algo que me mantenga despierto —indicó Víctor a la camarera, que lo miraba como si de un fantasma se tratase.
—Tráigame lo mismo que a él —añadió Tony, entregando la carta a la mujer.
La muchacha asintió, acostumbrada a todo tipo de turistas, excepto que éstos, con sus ropajes anticuados y modales de caballero, le parecían unos viajeros del tiempo. De inmediato sirvió dos café fuertes con crema, acompañados por una tarta de queso y frutas.
Víctor sorbió su taza, lo mismo hizo Tony con la vista puesta en la ventana.
—Ese chico sigue negándose a hablar, los licántropos son testarudos —farfulló Tony—. Admiro su resistencia, no he tenido piedad con mis golpes, y siento que no hay nada que lo doblegue.
—Este es su propósito, no hablará —respondió el profesor—. Los rehenes de tu familia morirán antes de revelar algo de información, por eso debemos ir por nuestra cuenta.
—Sí, tan solo no imaginaba que la ciudad fuese tan grande. —Tony observó hacia afuera con decepción—. De todas formas, profesor, le agradezco la ayuda. Me hubiese gustado involucrar a los chicos, pero Azazel tiene razón, las consecuencias no son algo que subestimar.
—Debemos prepararnos para lo que suceda —dijo Víctor—. ¿Por qué las buscamos? ¿Por qué lo hicimos a escondidas? Azazel se está encargando de mover algunos contactos en caso que las encontremos, pero todos debemos estar preparados para la furia de los más viejos.
Tony bajo su mirada para sonreír un poco.
—De verdad, no me asusta ni un poco. —Una sonrisa se dibujó en Tony—. No tiene por qué decirme sus motivos, por mi parte le debo la vida a Sara y una disculpa. Sé que mi argumento puede no convencerlo, pero hay algo más en esto que me impulsa a seguir adelante. No sé cómo decirlo.
—Tu humanidad está en juego. —Víctor alzó una ceja—. Mostrar debilidad, cariño, culpa, incluso valorar la vida, son cosas que te hacen sentir menos monstruoso, lo entiendo. Tengo muchos años, más que cualquiera alrededor, sé muy bien lo que hablas. Dar un sentido a la inmortalidad, es algo más que momentos de lujuria en una noche de Sabbat. Un sentido real es sensibilidad, caridad, amor, es subversión total contra la hermandad vampírica.
Tony quedó boquiabierto al oír con tanta claridad y prudencia lo que sentía, todo aquello que no podía expresar con palabras. Poner en claro por qué hacía lo que hacía, lo ayudaba a sentirse motivado. Su propósito era algo más que un capricho, era el camino que quería seguir en su vida. Que un profesor como Víctor, con sus trescientos años, lo comprendiera, le daba el último empujón que necesitaba para no bajar los brazos.
—A lo mejor debí decirles a los chicos, ellos son como yo. —Tony mordió su labio con la vista en un hombre con la inscripción de "policía" que corría por la calle. No iba al caso, pero le llamaba la atención cualquier cosa que pasara entre los humanos—. Incluso creo que tienen sus sentimientos más claros. Ni siquiera Adam, siendo un patán, hirió a Sara como lo hice yo. Suena loco, pero creo que tienen sus sentimientos muy claros.
—Espero que Azazel sepa manejar la situación. —Víctor ladeo la cabeza—. Siempre me consulta antes de hacer algo. Es como un hábito, temo que si no estoy allí pueda sentirse inseguro para tomar alguna decisión.
Los dos comensales pagaban la cuenta luego de tomar su desayuno. Era momento de seguir. Habían oído por ahí que, a las afuera de la ciudad, había una pequeña cantina en donde los transeúntes contaban historias de los hombres lobos del bosque. Para la mayoría eran solo cuentos, o una pista certera, a eso iban, a averiguar.
Entre tanto, el policía volvía a la vigilancia de la plaza, luego de haber perdido el rastro de la ladronzuela más ágil y escurridiza de todas. No llamaría refuerzos, unas naranjas y unas galletas no lo ameritaban, en realidad pensaba que si solo robaba comida, debía estar pasándola muy mal. Lo dejaría pasar.
Sara, a pesar de ya no estar siendo perseguida por el policía, aún corría apretando sus alimentos con fuerza contra su pecho. Tenía que sobrevivir a un nuevo día en la ciudad.
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