30.La noche más oscura
Francesca corría de un lado a otro, su habitación era un caos. Tenía, tirados por el suelo, todos los vestidos de fiesta sin estrenar. No era para menos, se trataba de su primera fiesta. Tenía la ilusión de vivir una fantasía romántica con el profesor Víctor al mejor estilo Cenicienta. Estaba decidida esa noche encontraría a su príncipe azul.
Vestidos escotados, vestidos con encajes, cortos, largos y de todos los colores. Algo tan simple como vestirse se convertía en un reto; pues claro, lo único que siempre lucía era lo más sencillo que encontraba. Al final se echó a lloriquear sobre la montaña de ropa acumulada.
—No puedo... —gimoteaba como una niña, parecía haber hecho un retroceso mental, ¿acaso no era la más madura?—. No hay manera que de saber cuál es el adecuado.
—Creo que el azul de seda te quedaba bien —indicó Sara con serenidad—. Es sobrio, pero te hace ver mucho más adulta y distinguida.
Los ojos de Francesca brillaron más que las estrellas, esbozó una enorme sonrisa de satisfacción; y, por enésima, vez volvió a cambiarse. Esta vez confiaba en el consejo de su amiga.
Por su parte, Sara, ya había escogido un vestido blanco de encaje y pequeñas perlas, era simple y bello. Era un regalo de la familia Arsenic, y como era el día con Jack prefirió estrenarlo. Estaba satisfecha con lo que veía en el espejo, más porque su cicatriz era casi invisible gracias a un par de últimas mordidas. Si quería olvidar a Tony, lo primero era deshacerse de esa marca en el rostro.
—La ansiedad me consume, perdóname por mis arrebatos —decía Francesca mientras Sara le arreglaba el cabello—. Desde hace un tiempo todo mi ser está algo atolondrado. ¡No me reconozco!
—Solo espero que puedas mantener la endereza si la vez.
—Si lo dices por Ámbar, no te preocupes, sabré como tratarla.
Francesca volvió a su frialdad característica. Su forma de actuar sería la correcta frente aquella vieja amiga. Sara no debía preocuparse, sus actitudes infantiles no tenían que ver con su verdadera mentalidad, sino con un sentimiento que llevaba el nombre un viejo vampiro.
Para cuando estuvieron listas, salieron de la habitación, apresurándose a la salida en donde Evans las increpó.
—Chicas, se ven maravillosas —dijo con su amable sonrisa, la cual les contagió al instante—. Jack te espera —indicó a Sara.
—Y tú, Fran, hay un auto que llevará con tus compañeros.
Los labios rosados de Fran se volvieron blancos, y ahí estaba. Sara se había dado cuenta desde un principio, era obvio, no había habido ninguna invitación "personal para ella". Francesca no protestó, pero su decepción fue notoria. El único motivo por el cual iría al Sabbat se debía a que no podía quedar sola en el Báthory.
Sara y Jack subieron a un automóvil negro, esta vez los dos solos. Él la ponía nerviosa, Jack era monotemático, sus intenciones siempre parecían ser las mismas. A él no le importaba mucho el chófer, se abalanzaba sobre su chica sin tapujos; alegre, vibrante, deseoso y agitado.
—Solo quiero tu sangre —se regocijaba divertido encima de ella.
Jack se las había arreglado para dejarla recostada bajo su cuerpo, el cual frotaba contra el de ella, de ese modo la tocaba bajo el vestido, lamía su cuello.
—No es necesario que me quites la ropa —respondía Sara, sintiendo sus manos juguetear bajo su ropa interior.
—Hoy no te salvarás —rumió al instante que mostró sus afilados colmillos, para clavárselos, sin misericordia, en el cuello.
Jack comenzó a contraer su cuerpo, a aplastarla un poco más; y con cada succión la tocaba con más y más intensidad. Estaba a punto de perder la razón con él. Pero, antes de que cruzara la línea, la miró con toda la cara manchada de sangre, con sus ojos oscurecidos. Parecía un animal, el más salvaje de todos. Sus actitudes le recordaban estar tratando con vampiros y no con personas normales.
—Esta noche no voy a acostarme con nadie que no seas tú, planeé hacerte cosas muy sucias y retorcidas hasta que me pidas más —amenazó con la voz ronca—. Me gusta lo nuestro, me provoca el morbo compartirte, y tal vez no salgan de mí boca más que obscenidades, pero yo no pienso dejarte como el idiota de Tony.
Absorta, esa era la palabra. Jack se apartó de Sara, se estaba conteniendo, era notable por la erección que acomodó al llegar al Sabbat.
Bajaron del vehículo; y, tras ellos, una hilera de autos en los que iban los chicos, Francesca y los profesores del Báthory.
—¡Francesca! —Sara corrió a su lado.
Le parecía más apropiado consolarla. Aunque no se mostrara triste, Sara lo sabía, la desilusión la tenía plasmada en la mirada. Los chicos las siguieron en silencio, ya tendrían tiempo para compartir.
—Parece que hay mucha gente esta vez. —Sara observó el tumulto de gente con algo de preocupación.
La gente duplicaba el número, y en esta ocasión no solo eran internos, sino que asistían profesores, e incluso familiares. Luego de lo sucedido con los Belmont, los vampiros no querían dar el brazo a torcer. El Sabbat era una reunión simbólica para demostrar su existencia, y asimismo su perpetuación a lo largo de los siglos.
—Esto es una provocación —susurró Azazel a sus colegas.
—Están jugando con fuego —masculló Evans—. ¿Justo después de lo sucedido con los Belmont hacen esta reunión masiva?
—Faltan las grandes cabezas. —Liam trató de ver más allá entre los invitados—. Excepto por Demian y Adam, los invitados no poseen grandes cargos.
—No quieren arriesgarse, pero lo hacen con nosotros —añadió Víctor.
Cuando ingresaron al gran salón, la exaltación fue inminente, a pesar de que los vampiros no tenían una temperatura muy elevada, la concentración de los mismos cuerpos generaba un ambiente asfixiante. Moverse entre la gente era una tarea imposible y tediosa. El descontrol reinaba. Se oían parloteos, gritos, gemidos desesperados y risas histéricas. Cuanto más observaban las ofrendas, más se daban cuenta en donde estaban paradas.
Dos tiernas conejitas en medio de una jauría.
Los vampiros tenían sexo en grupos o parejas; en los rincones, en las escaleras, en las mesas y sillones. La bebida alcohólica, mezclada con sangre, se derramaba sin respeto alguno por quienes servían de ofrendas. Los humanos más desafortunados sufrían mordeduras y maltratos de quien se les cruzara. Con Francesca solo habían hecho dos pasos hacia adentro, y ya estaban aterradas como para querer huir de allí lo más pronto posible.
—No te alejes de nosotros —dijo Joan, tomando a Sara por la cintura.
No hacía falta que se lo dijeran, nunca antes habría creído que lo mejor era tenerlos rodeándola. Pero alguien se apresuró a sacarlas de su círculo protector: Azazel las tenía de las muñecas con una sonrisa siniestra.
—Yo cuidaré de las manzanitas acarameladas. —Azazel atrajo a las ofrendas a su cuerpo—. Ustedes no olviden a que vinieron.
Por supuesto que no iban a olvidarlo. Ellos no podían permanecer con su chica, tenían que aventurarse a conocer a las vampiresas de linaje puro, y elegir entre ellas a sus esposas y amantes.
Los chicos acecharon a Azazel con sus ojos coléricos, aunque no surtió efecto alguno. Tan solo pretendieron darse la media vuelta que algunas vampiresas se acercaron a ellos para acosarlos entre palabras y caricias sugestivas. La sensación de amargura y desesperación burbujeaban en el ser de Sara. No tenía derecho alguno a quejarse, a llorar. ¡Malditos impotencia! Su castillo de naipes se iba a derrumbar, los perdería esa noche sin remedio.
Azazel las apartó antes de que pudieran ver más.
En un rincón apartado de la gente, y que daba al jardín, Sara y Francesca bebían jugo y comían galletas que Liam y Evans les habían traído. Más alejado de ellas, Víctor vigilaba los alrededores. Abstraída en sus pensamientos, Sara distinguió como su amiga observaba la espalda al profesor, como si se tratase de una luz cegadora y ella una mosca.
—Si solo son cinco familias puras —irrumpió Elizabeth—, y los puros solo se casan con otros puros, quiere decir que en cierta medida son todos primos.
—La mayoría son parientes —afirmó Evans—. De hecho Demian es tío de Tony, ¿lo sabías?
—¡Por Dios! —Sara tapó su rostro sin querer entrar en detalles.
—Las cinco familias son las más importantes —explicó Liam—, pero cuando un mestizo y un puro se juntan, su hijo se considera puro, aunque de segunda categoría. Recuerden que un mestizo es hijo de un puro y un impuro.
Francesca pensó un instante y luego pregunto:
—¿Entonces es posible que hayan vampiros puros por fuera de las cinco familias?
—Así es. —Evans asintió—. Un caso es la madre de Joan. Laika, era una vampiresa errante, y cuando le hicieron un test de pureza, verificaron que su cicatrización de heridas era tan rápida como la de un puro del más alto linaje, por eso le permitieron casarse con el distinguido Stefan Báthory.
—Así y todo parece que todo el mundo desaprueba esa relación. —Sara recordaba que la madre de Joan solo recibía insultos de los puros.
—Su aparición fue controversial. —Liam se encogió de hombros—. Nadie sabe mucho de esa extraña mujer. Un día apreció; y, como se demostró su pureza, debieron aceptarla como esposa de Stefan Báthory, el vampiro mejor cotizado por las féminas de la comunidad. Es todo.
Sara se detuvo a pensar. Aunque una impura escalara un poco más no dejaba de ser eso. ¿Qué sentido tenía ser una vampiresa si nunca iba a ser tratada como un igual? Le angustiaba saber que ese era el destino de Ámbar, y si no buscaba una alternativa, también lo sería para ella y para Francesca.
En ese instante reflexionó de lo estúpido que era sentir celos. Más temprano que tarde quedaría a un lado. Podía disfrutar las palabras bonitas y los buenos tratos, pero ¿qué tan lejos podrían ir por ella? No mucho y no podría exigirles más.
—Es la naturaleza de los vampiros —dijo Azazel sonsacándolas de sus pensamientos—. Nada de romanticismos; solo fornicación, sangre, locura. Ese es el consuelo a la eternidad en las sombras, el desenfreno a los placeres pecaminosos. Los vicios son todo los que nos queda para sentir algo de felicidad palpable.
—Aun así —interrumpió Elizabeth, para sorpresa de todos—. Usted está aquí con nosotras, tomando juguito y comiendo galletas.
Azazel frunció su boca y arqueó una ceja. Sara aguantó una carcajada, no olvidaba quien era la autoridad.
—Ya he tenido demasiado de esto en mi vida. —Azazel elevó su mentón—. Solo vine a supervisar.
Francesca rodeó sus ojos y Sara también; y, como si fuese un acto premeditado, sus vistas se clavaron en ese cabello de fuego, en esa voluptuosa figura: Ámbar.
—Vamos —susurró Francesca al oído de Sara.
Sara ya estaba metida en un lío grande, por lo que se negó. La rubia no podía creer que se negara, pero un error más significaba la expulsión definitiva.
Francesca la ignoró. Indignada, se levantó decidida; y, echándose a correr en la multitud, desapareció de la vista de todos sin premeditar ningún plan.
—¡Francesca! —gritó Azazel al verla perdiéndose en el gentío—. ¡Mierda!
Los profesores se acercaron a ver que sucedía. Sara tuvo que delatarla, era por su bien. Una vez dicho esto los profesores fueron por la fugitiva.
—Esperemos que la encuentren en una pieza —murmuró el director—. ¡Elizabeth, tu mantente cerca de mí! —indicó a su compañera secretaria, pero nadie respondió—. ¿Elizabeth?
La muchacha castaña no estaba por los alrededores, en cuestión de un segundo se había esfumado. Azazel pareció perder la compostura, comenzó a mirar por todos los alrededores. Al instante oyó el chillido de una mujer, por lo que salió espantado a socorrerla.
Sara quedaba sola.
—Lo siento Azazel —dijo ésta al verlo correr lejos de ella—. Ahora será tu culpa que yo desaparezca, y no podrás castigarme.
Sin pensarlo dos veces, Sara tomó su oportunidad y fue por Francesca. Ahí estaba de nuevo, renaciendo en ella, como si la niña reprimida tomara posesión de su cuerpo, obligándola a hacer travesuras.
Hundiéndose en el gentío, tapó su nariz ante los intensos olores de los cuerpos apareándose y la sangre derramada. Tenía que seguir, tenía que hallar a la amiga que le quedaba y regresar a salvo.
Entre la gente, un joven cruzó mirada con ella. Sara lo reconoció al instante, esta vez no lloraba: era la ofrenda de Ámbar. Parecía perdido entre los pasillos recónditos de la mansión.
—¡Tú! —dijo ella al verlo. Él chico abrió sus castaños ojos con pavor—. Soy Sara, una ofrenda del Báthory de hombres —explicó, y él pareció recuperar el alma.
—Te recuerdo —farfulló—. Luego de verte, Ámbar estuvo como loca, y yo pagué las consecuencias.
—¿Sabes dónde está? ¿Has visto a una muchacha rubia?
Él señaló una habitación tras su espalda.
—Ahí están las dos. —Mordió su labio.
Sin meditarlo se abrió paso a la recámara. Todo jugaba a su favor, pues entró antes de que esas dos hicieran lo que no habían hecho en el Báthory: reñir hasta la muerte.
—¡Bórrate de mí vista! —chillaba Ámbar, enloquecida ante la presencia de su compañera—. ¡Todo es tu culpa!
—De ninguna manera voy a aceptar lo que dices —contestaba Francesca, sin que se le moviera un pelo—. Eres una cobarde, ¿tratar mal a la gente? ¿Creerte superior? Me das lástima, encima me culpas por lo que te sucedió, de verdad estás mal.
—¡Chicas, basta! —gritó Sara, mediando entre las dos.
—Lo que faltaba, la puta del Báthory —gruñó Ámbar—. ¿Por qué no se borran de mi vista? Quiero pasarla bien esta noche.
Sara tomó a Francesca por lo hombros, empujándola hacia la salida, ya tendría tiempo de conversar con ella, pero lejos de la furia de Ámbar.
Ambas prefirieron regresar con los profesores. En el camino, Fran comentaba que había visto a Ámbar golpear a su ofrenda, por lo que había intervenido sin pensarlo. Ninguna se explicaba lo que le pasaba por la cabeza al comportarse de esa manera, concordando que no merecían su desprecio y malos tratos. Por el momento, era mejor olvidarla. La noche sería intensa, y poco apropiada para conversaciones profundas.
—¡Sara! —Adam la llamó a sus espaldas—. ¿Qué hacen aquí? ¡¿Quieren que las maten?! ¡Par de tontas!
Francesca lo ignoró con fastidio, no le respondería.
—Vamos con Azazel. —Sara le contestó sin siquiera mirarlo.
—Tú vienes conmigo. —Adam la tomó de la mano—. Allí vienen Evans y Liam, pueden llevar a Francesca con Azazel.
Tal y como decía, Evans y Liam apuraban su paso hacia ellos.
—Yo también tengo que volver. —Sara arrugó su frente, temía represalias. Adam hizo caso omiso, la tironeó lejos de su amiga y de los profesores.
—¡Díganle a Azazel que se vaya a la mierda! —gritó el joven vampiro, antes de meterla a una habitación.
Entraron, y la misma, al igual que todas, estaba "equipada"" para una noche intensa. Luces bajas, una cama amplia, almohadas de seda. Adam cerró la puerta tras sus espaldas. Quedaron a solas. Al parecer, la mayoría prefería hacerlo en cualquier sitio que en uno destinado para ello.
—Adam, por favor. —Sara le suplicó con su mirada—. No quiero problemas, no quiero que me echen del Báthory.
—¡¿Quieres que vaya a aparearme con otras mujeres?! —preguntó tomándola de los hombros, forzándola a caminar hacia la cama—. ¿Qué clase de idiotez piensa ese hombre? Ya le dijimos que no queremos a nadie más. ¡Qué intente siquiera trasladarte! ¡Imbécil!
Dicho esto, él la empujó de modo que ella cayó de espaldas en el colchón. Sara abrió sus ojos tanto como pudo, él comenzaba a posarse a horcajadas de su cuerpo, agazapándose, rozando con su nariz el blanco vestido. Sus manos la tocaban de forma temerosa y lenta hasta llegar al cuello de su presa. La humana lo vio abrir la boca, sacar su lengua para lamer justo donde pretendía clavar sus colmillos. Así fue, lanzando un rugido furioso, él la mordió con arrebato, con violencia, obligándole a dar un primer grito de congoja para disiparlo en un suspiro de delectación.
Las gotas de sangre se chorreaban sobre el cuello, a medida él que succionaba, colocándole todo el peso de su cuerpo. No habría forma de que ese vestido regresara blanco al Báthory. Jack lo había hecho a propósito, quería convertirla en un lienzo, una obra de arte que graficara su perversión.
—¿Cómo puedes hacerlo? —Adam jadeó en su oído—. ¿Cómo puedes hacerlo con los demás con esos recuerdos?
En aquel momento lo entendió, Sara comprendió a Adam. Él pretendía dar un paso más cuando ni siquiera se habían besado. Él estaba herido, quebrado por dentro, y eso mismo era lo que le impedía decir palabras de amor, por ese miedo de ser destrozado por los que se suponían que debían amarlo, protegerlo.
Ella lo abrazó y buscó su rostro, su mirada. Él tenía sus pálidos labios fruncidos y sus ojos brillantes, esperando alguna palabra de consuelo, esperando una respuesta convincente de la única persona que podría entenderlo.
—Confío en que voy a ser más fuerte que las adversidades. No puedes controlar el hecho que las personas te dañen, pero sí puedes controlarte a ti mismo, ser valiente y no tener miedo de hacer lo que tanto ansías —dijo mostrándole una sonrisa lamentable—. Si no mantuviera la esperanza de una mejoría ya no tendría caso vivir.
Adam asintió y con una lentitud temerosa acercó sus labios hacia los de ella. Sus corazones latían demasiado rápido, en sincronía, les parecía escuchar su eco en el silencio de la habitación. La piel tersa y blanda de la boca de Adam rozó la de ella, esponjosa y tibia, generándoles una electricidad en todo su cuerpo. La colisión de temperaturas generaba vapor.
Torpe, inquieto, Adam comenzó a succionar los labios de la chica, a morderlos de manera suave, adentrando su lengua, enredándola, queriendo llegar hasta su garganta. Apresurándose y conteniéndose, debatiendo si debía seguir o no con ese juego que los erotizaba y los enamoraba sin remedio.
Sin separarse del beso, comenzó a rasgar el vestido; las pequeñas perlas se desprendían por el suelo, al igual que sus zapatos.
Su camisa y su saco desaparecieron en el instante que el cierre del vestido blanco se deslizó. Se despojaban de sus prendas casi sin darse cuenta.
Lo que debía hacerse con calma se aceleraba, querían recuperar el tiempo perdido.
Desnuda, sin deshacer el beso, Sara lo sintió entrar en su cuerpo, sintió sus incesantes estampidas acompañadas de gemidos y gritos masculinos, ahogados por un presuroso goce. Adam no podía contener sus movimientos, su fuego interior, ella tampoco podía hacerlo.
Lo hacían rápido, sin preámbulo, sin romanticismos o caricias lentas. Él quería deshacerse de la presión cuanto antes, quería demostrarle cuanto se había estado conteniendo, cuantos sentimientos guardaba; quería demostrarle que ansiaba estar con ella de todas las formas posibles. Ser parte de esa ridícula relación de la que solo se reía, porque era idiota y temeroso, porque tenía miedos y dudas.
Por su parte, Sara liberaba sus sentimientos en forma de bramidos agudos, con cada golpeteo entre las piernas, con cada apretón o arañazo. Ella lo atrapaba entre sus piernas con ímpetu, lo comprimía por dentro, no lo dejaba escapar. Le clavaba las uñas en su fría carne, frotando sus mejillas contra sus hombros, hasta el final.
Exhausto, Adam se separó de ella con la cara al techo, con sus brazos cubriendo su rostro. Resoplaba cansado, su pecho subía y bajaba de modo errático. Sara deslizó su mano hacia su torso transpirado, para abrazarlo por la simple necesidad de hacerlo.
—No seré egoísta, sé que los quieres. —Adam la envolvió entre sus brazos—. Y ellos no fueron capaces de irse con nadie más. Son como yo, eternos idiotas.
Que Adam se lo confirmara, de algún modo, le generaba alivio; aunque no podía dejar de sentirse extraña por creerse celosa, esa era la palabra justa: celosa. Odiaba la sola idea que le dieran a las vampiresas aquello que le daban a ella. La palabra hipócrita le quedaba chica.
Adam se levantó y de inmediato comenzó a cambiarse.
—Vamos a buscarlos y volvamos al Báthory —dijo sin mirarla.
—Adam. —Ella lo miró y él le devolvió una ojeada temerosa—. Me ha gustado, lo de recién —confesó mordiéndose el labio.
Adam escondió su rostro así como una sonrisa, la cual se pudo percibir en un segundo. No había sido la forma más apropiada para ser su primera vez juntos, tenía que entenderlo. Él se había forzado para ese acto, un acto que pretendía demostrar gratitud y a la vez era angustiante.
Para cuando se cambiaron, salieron de la habitación; no sin antes darse cuenta que el vestido estaba manchado de sangre, el cabello de Sara era un desastre y su maquillaje se había corrido. No importó.
Adam la tomó por la cintura para abrirse paso entre el gentío. Sintiéndose a salvo, caminaron entre los recovecos de muros rojos y alfombrados, hasta hallarlos. Los chicos permanecían ocultos en un recoveco bajo unas escaleras, discutían entre sí por trivialidades, como siempre.
—¡Aquí están! —Joan se quitó los lentes y corrió hacia Sara—. Nos preocupamos cuando vimos a los profesores buscarlas.
—Todo está controlado. —Adam les sonrió
Jack clavó su mirada colérica en el vestido y en la sonrisa de su compañero. Miró a Adam, y éste alzó una ceja. Las palabras estaban de más. Él gemelo, al que le correspondía el sábado, tomó a Sara de un tirón y la atrajo a su cuerpo para olfatearle el cuello cual perro.
—Parece que la pasaron bien —afirmó Jack.
—¿Qué pasó con el "me gusta compartir"? —preguntó Adam al ver la reacción del morocho.
—Le gusta compartir, y que le compartan —respondió Jeff por su hermano. Adam lo ignoró.
—¿Ya podemos irnos? —preguntó Joan girando sus ojos—. Deberíamos escondernos hasta que todo acabe.
—¡No! —Se impuso Jack—. No vamos a hacer como la última vez. Esta vez prometí a Sara que jugaríamos.
Joan suspiró observando a Sara con piedad. A falta de Tony, todavía alguien consideraba lo que ella quería. La humana sonrió dándole a entender que no debía preocuparse. Jack no molestaba en lo absoluto, hacía tiempo que no lo veía como un demonio, sino como a un pequeño caprichoso, al que, de vez en cuando, le gustaba complacer.
—Tampoco me quiero ir ahora —farfulló Demian, quien se había mantenido muy callado desde aquella disputa con Azazel.
Sara se sentía mal por no tener tiempo de una charla sensata luego de su "te amo", esas palabras que martillaban en su cabeza hasta el momento.
Ella estiró una de sus manos libres hacia Demian, mostrándole una sonrisa solo para él, con el motivo de demostrar que sus palabras la tocaban profundo, que lo tenía presente. Él la tomó dubitativo, pero con un vestigio de felicidad. Todo iba tomando su lugar con naturalidad, al final, decirlo en voz alta no era necesario, todos sabían lo que pretendían.
—He visto una habitación al fondo —rió Jack con picardía, de camino a dicho lugar.
Sara debía mentalizarse acerca de lo que estaba por suceder. Los seis iban hacia el mismo sitio, lo que sucedería en esa habitación sería inevitable. De manera inminente, empezó a temblar notando lo extravagante de la situación: cinco chicos y una sola chica, ¿cómo podría hacerlo? ¿Uno a la vez, o todos juntos? ¿Cómo era posible ansiarlo con tantas ganas? Aunque a nadie parecía importarle en ese antro de excitación, donde las orgías eran moneda corriente.
Entraron en silencio a una amplia habitación en tonos negros, púrpuras y dorados. La cama era enorme y llena de almohadas. Tules y cortinas, en tonos iguales, colgaban del techo; sillones y mesas hacían juego con el decorado; espejos, un bar con bebidas y candelabros adornaban el lugar. El olor a bálsamos frutales y florales eran excitantes, y los ruidos del exterior se aplacaban con el hermetismo de las puertas y ventanas.
Entretenida por la suntuosa decoración, Sara se sobresaltó al sentir los labios de Demian rozando su cuello, Jeff también se acercó a ella, tomándola de los brazos. Los observó cual animal asustado, más cuando vio que no pretendían perder el tiempo. Los dos le clavaron sus colmillos, cada uno de un lado. Su cuerpo se crispó, era demasiado, y recién empe-zaban. Joan la acechaba, aflojando su camisa con la intensión de hincarle sus dientes; esta vez, siendo más osado, se arrodilló para tomarle la pierna y clavarle sus dientes en el muslo.
Ella gritó demasiado fuerte para que se oyera en la habitación, apenas podía soportar la intensidad de sus colmillos afilados, del drenar de su sangre y el hechizo de sus toques.
—¡Basta ya! —bramó Adam al notar que Sara perdería la razón—. ¿Acaso quieren convertirla?
Los chicos relamieron sus labios apartándose de ella, sosteniendo una mirada lasciva sobre su cuerpo entregado a los simples placeres carnales. De hecho, ya comenzaban a desabrocharse los botones de su camisa y a quitarse los zapatos.
—Muy bien —Jack descubrió su pecho—. Nada de mordidas, solo sexo.
Sara creyó que no tenía escapatoria, y eso poco le importaba porque sucedería aquello que deseaba.
De no ser por lo que sucedió unos segundos después, habría sido inevitable.
Antes de que sus cuerpos quedaran en completa desnudez, se oyó el primer impacto. Un fuerte disparó acalló a los presentes. Luego de eso, prosiguieron los gritos histéricos, las corridas, el pánico.
Había que huir, los exorcistas se hacían presentes en la fiesta.
Minutos antes, Francesca lloraba sobre el césped en silencio y en soledad. Luego del sermón de Azazel no tenía muchos lugares a donde ir en esa fiesta en la que solo era un clavo que nadie quería cerca.
Sin su amiga Sara, sin reconciliación con Ámbar, sin príncipe azul, sin final feliz, la joven humana caía en cuenta que su realidad era una porquería.
—¡¿Se puede saber qué tienes en la cabeza?! —exclamó el profesor Víctor, el último en llegar.
—Azazel ya me regañó. —Francesca se quitó los tacones y lo lanzó a un costado.
—¿Tanto te afectó? —indagó él, le parecía extraña la reacción.
Azazel fingía ser un sádico, sin embargo era muy blando a la hora de dar castigos.
Francesca negó con su cabeza.
—Tal vez Ámbar tenía razón —dijo la muchacha, limpiando sus gotas de agua—. Si nos hubiésemos unido para escapar, ahora ella no cargaría con esa eterna tortura. Ella ya no es humana, ya no hay posibilidad de ser alguien normal y libre. Me angustia demasiado pensarlo, y por ello preferí llenar mi cabeza de libros y tonterías. Ella no lo merecía. Es una idiota, pero su corazón era puro, nada comparado con Sara o conmigo.
—Tu decisión fue la correcta, no tendrían chances de sobrevivir, no tienen idea como es el mundo. —Víctor le extendió la mano—. Levántate, se te está ensuciando el vestido.
—Da igual —dijo ella, sin rechazarle la mano—. Ya estoy mejor, debo ser una persona muy mala. Me hace sentir mejor con sus palabras.
—"¿Te estás ensuciando el vestido?" —repreguntó el profesor, arqueando una ceja.
—Sí, esas palabras —exclamó ella.
—Volvamos con los demás. —Víctor le dio la espalda—. Evans les trajo pastel.
—¡Profesor! —exclamó Francesca, y él volvió su vista a ella con hastío—. Usted que ha vivido tanto, ¿podría ser capaz de responderme algo?
El profesor miró intrigado, pero luego asintió. La rubia mordió su labio bajando su mirada, ya que su cara comenzaba a ruborizarse.
—¿Sabe cómo se llama el sentimiento de querer mirar a una persona, pero no poder hacerlo ya que sientes que tu corazón explotará? —indagó la chica, esperando una respuesta con la vista en sus pies descalzos.
El profesor Víctor suspiró ladeando sus ojos, era demasiado evidente para un viejo.
—Adolescencia —respondió en seco—. Ya se va a pasar, es por la edad.
—Qué pena. —Francesca forzó una sonrisa.
—¿Pena? —preguntó él.
—Hubiese lindo saber que usted también podría llegar a sentir esto por mí —comentó la rubia, tratando de sostenerle la mirada que comenzaba a empañarse de lágrimas.
El hombre de piel pálida y ojos muertos se quedó procesando aquellas palabras, aunque lo sabía muy bien. Él tenía el oído tan agudo, que incluso podía distinguir el latido del corazón de Francesca, el cual bombeaba acelerado y arrítmico cada vez que él le dedicaba una mirada. Tal vez ella no desvariaba, su corazón parecía a punto de estallar. Por eso prefería guardar distancia con esa pequeña que poco sabía de la vida; y que tan fácil podía idealizar a quien le daba una muestra de interés.
Era un gran problema, debía ser cuidadoso con los frágiles y confusos sentimientos de una niña abandonada al nacer.
Una lágrima rodó por la tierna mejilla de Francesca, el profesor más serio del Báthory pareció quebrarse con tanta ternura. Él estiró su brazo para limpiar el agua cargada de sentimientos, pero fue interrumpido.
Los gritos de horror se hicieron con el lugar. Todo el mundo comenzó a correr fuera de la mansión. Sombras veloces atacaban a los comensales como demonios.
—¡Exorcistas! —gritó Azazel fuera de sí.
Que el director mostrara su rostro de pánico no era nada bueno. El morocho tenía a Elizabeth entre sus brazos, y ya corría en dirección al bosque, sin importarle nada más que su vida y la de su secretaria.
Lo mismo hizo Víctor, tomó a Francesca, antes de que esta pudiera ponerse sus zapatos, y se echó a correr.
En el medio del tumulto, los gritos y la desesperación, los tiros se hicieron presentes. Una balacera parecía no alcanzar a ningún vampiro, pero si a los exorcistas. La morada era un campo de guerra.
La sangre salpicaba de ambos bandos, porque los Leone habían llegado para contraatacar.
El profesor Víctor introdujo a Francesca en la parte trasera de un auto.
—¡Ocúltate, tengo que ver si alguien necesita ayuda! —ordenó el profesor.
—¡No, por favor! —suplicó ella—. No me dejes sola, pro... —gimoteó en vano.
Ya era tarde, Víctor tenía el deber de ayudar a los demás, por lo menos a los humanos y profesores que estuvieran presentes.
En ese instante alguien abría, de una patada, la puerta de la habitación en donde estaba Sara y lo demás.
Era Tony, bañado en sangre, sosteniendo dos armas de gran calibre. Su mirada se cruzó con la de Sara, quien estaba pálida del miedo, siendo resguardada por los demás.
—Corran al auto —ordenó.
Todos salieron espantados, pero el verdadero horror estaba ahí afuera. Con las paredes bañadas de sangre oscura, con cabezas decapitadas, cuerpos desmembrados. ¿Qué clase de bestias rapaces eran los exorcistas? Unas bestias expertas en el asesinato a sangre fría, de no ser así no habrían acabado con clanes enteros, y ahora pretendían lo mismo. Para su suerte los Leone sabían contraatacar.
Sara corría desesperada por los jardines, sin querer ver a su alrededor. Todos estaban siendo atacados en un tiroteo interminable, en una masacre sin precedentes. Los alaridos y los llantos hacían de ese Sabbat el infierno en la tierra, y lo peor era no poder distinguir a sus enemigos, ellos se movían a una velocidad que solo era comparada con la de los vampiros.
Una humana estaba lejos de poder escapar sin ayuda, de hecho, estaba todo tirado a la suerte, la cual no alcanzó.
Francesca lo sintió primero; unos ojos amarillos, observando su pequeño cuerpo temblar, la descubrieron en su escondite. Sara lo sintió después, a pesar de estar siendo rodeada por los vampiros en una multitud, su cuerpo se elevó y fue arrastrado lejos, muy lejos de los demás.
Sara y Francesca habían sido capturadas en medio de la noche más larga de sus vidas.
El Sabbat concluía, en una noche teñida de rojo sangre.
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