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29. Confesión

Hacía dos años atrás, Tony solo podía pensar en ese mágico lapso lejos de su familia. La expectativa por ingresar al Báthory superaba cualquier sentimiento de ansiedad. Mientras tanto pasaba tiempo con las prostitutas de la granja, quienes le ayudaban a hacer sus tareas básicas.

—Azazel te matará cuando vea tu ortografía. —Una de las mujeres le marcaba todos los errores a su escrito—. ¿Tus ins­tructores particulares no te han enseñado nada?

El joven Tony miró su hoja con decepción. En su familia no importaba la literatura, el arte, o la ciencia. Los Leone debían ser fuertes y estratégicos, porque su misión en la hermandad era brindar protección a todos los miembros vampiros. Por ende, antes que sus clases particulares, debía priorizar sus entrenamientos físicos, en los cuales siempre se destacaba sobre cualquier otro pariente, por ello era el preferido de su padre.

En ese momento, Ben, el hermano mayor de Tony, se aparecía en la granja. Él era joven, alto y muy apuesto. Parecido a su padre en el cabello, pero de mirada afilada y rasgos delicados. Tras él lo seguía una joven hermosa y esbelta, casi como una muñeca.

—¿Trajiste a tu ofrenda? —preguntó una trabajadora.

—Sí, ella es Clarissa. —Ben la presentó—. Azazel nos per­mitió que los domingos cuidáramos de ella. Es la única ofrenda del Báthory ya que somos cinco alumnos, un Leone, un Arsenic y tres impuros.

Tony detuvo su mirada en la ofrenda, podía sentir el aroma de su sangre mezclado con perfume de jazmines. Ella le sonrió con amabilidad y pasó el resto del día a su lado, compartiendo tareas, en tanto Ben se paseaba con las prostitutas de la granja.

A partir de ese entonces, su relación comenzó.

Como primer amor de Tony, él depositaba sus esperanzas y frustraciones, del mismo modo que lo hacía ella. Sin embargo, con el paso de los meses ambos se habían dado cuenta que sus pretensiones eran opuestas. Clarissa se fue alejando de él y acer­cándose a Ben, quien le proponía una vida diferente a la desti­nada para una ofrenda, le proponía ser su esposa, a diferencia de Tony que tenía sueños infantiles de huida.



En la actualidad, Tony seguía en la granja junto a su padre, junto a los hombres golpeados, quienes agonizaban tras la brutal tortura.

—Los rehenes no han hablado. —Tony se dirigió a su pa­dre—. Son demasiado tenaces. He intentado todo.

—Déjalos por hoy —indicó Simón—. Pensaremos en otra cosa. Por el momento, ¿puedes decirme cuál es tu problema con Belmont? ¿Y por qué golpeaste a esa bella ofrenda?

—Adam cree que puede hacer lo que se le antoje ahora que es líder de su clan —explicó Tony—. Él usó a la chica como es­cudo, no era mi intención golpearla.

—Todos los Belmont son iguales —suspiró Simón—. Es una pena, quería probarla. Será la próxima vez.

Simón dejó a Tony a solas.

El joven se sentó en un rincón en el suelo y clavó su vista en el desastre que había provocado en esos hombres. Luego miró sus manos, tenía sangre entre las uñas, entre los nudillos, no im­portaba cuanto se lavase.

Alguien abrió la puerta. Tony miró de soslayo, era Clarissa.

—¿Qué quieres? —preguntó Tony.

—¿No vas a decirme por qué esa chica lloraba? —Clarissa lo enfrentó con la mirada—. ¿No quieres hablar de lo qué pasó? Algo me dice que ella es más que tu ofrenda.

—No luego de lo que pasó. —Tony apretó sus puños con fuerza—. Mis palabras... la destruyeron más que mi puño. Solo sirvo para eso, para destruir.

Clarissa tomó una bocanada de aire y miró al techo.

—Tony, no tengo idea tu relación con tu ofrenda. —Ella volvió a clavarle sus ojos—. Pero como alguien que estuvo en ese sitio, te pido que consideres su humanidad. Supongo que no eres esa clase de persona que juega con los sentimientos, así que no te refugies en alguien que no puede tener esperanzas sobre su futuro. Las promesas rotas pueden doler más que un puñal. Eso lo sabemos los dos.

Tony cubrió su rostro al romper en llanto.

—Lo siento... —dijo él—. Ya te lo dije, no quiero esto.

—Yo lo siento —respondió ella, y suspiró—. Supongo que se acabó, pensé que podíamos tener otro tipo de trato. No voy a negar que lo quisiera; pero, tras lo sucedido, nos merecemos terminar con esto de una vez.

—Mi hermano no lo merece, y nosotros tampoco.

—Lo sé. —Clarissa desvió su vista a un lado—. Intentaré ser mejor para él —finalizó con un suspiro.



Un zumbido penetraba la cabeza de Sara, irrumpiendo el des­canso; acto seguido, un punzante dolor en su rostro le impidió, siquiera, quejarse. Con sus ojos aún cerrados, ella llevó sus manos hacia su caótico rostro. Tenía una venda prominente en la nariz, dolía como la muerte. Y, poco a poco, iba recordando todo lo sucedido en la noche.

El golpe propinado por Tony se deleitaba con sus catastrófi­cas secuelas. El sabor metálico persistía en su paladar, la imagen veloz impacto, el crujir de sus propios huesos haciéndose polvo.

Abriendo sus ojos con suma lentitud, notó que no estaba sola en la cama de su habitación. Distinguía a Demian a su derecha, el brazo de él aplastaba su estómago, y su respiración gélida le chocaba en la mejilla. A la izquierda, Jack dormía con una mano dentro de su sostén, y le apretaba el pecho, la otra mano la tenía dentro de sus pantalones. Con mucho esfuerzo, Sara logró que­darse sentada. Jeff reposaba a los pies de la cama. Adam y Joan dormían en los sillones, si es que los vampiros podían hacerlo de vez en cuando.

El reloj sobre la mesa de noche marcaba las seis de la ma­ñana. Sacando cálculos, no había dormido mucho más de cuatro míseras horas.

¿Cómo habían regresado? No tenía idea. Lo último que re­cordaba era un puño chocando contra su rostro. El macizo puño del vampiro Tony Leone.

La humana se levantó de la cama, tratando de no despertar a los chicos, que tan inocentes se veían quietos, enmudecidos. Se dirigió al baño, no sin antes darse cuenta que tenía puesto su camisón de transparencias, porta ligas y encaje rojo, ese que no había usado nunca, ni tenía pensado hacerlo. No se podía enojar cuando más de uno la había visto donde el sol no le daba.

Mirándose en el espejo notó que era un completo espanto. Sus ojos estaban hinchados y violáceos, el cabello era un desas­tre, duro y despeinado. Con lentitud se deshizo de la venda, su nariz se había quebrado e hinchado de una manera horrorosa.

Así y todo lavó su cara y se peinó como pudo. Volvió a cu­brirse la nariz, le daba vergüenza lucir tan espantosa, pero más le daba tristeza que se lo hubiera hecho Tony, claro que no apropó­sito.

Le quedaría como recordatorio para no meterse en los asuntos ajenos, menos en riñas de vampiros.

—¿Duele? —Joan se apareció a su lado.

Ella hizo un puchero y asintió.

—¿Qué ha sucedido después? —preguntó.

—Tony se quedó en blanco. Pudimos irnos porque lo hicimos pasar por una disputa sin sentido —comentó Joan—. Fue terrible verte sin reacción, comenzó a llover y tuvimos que correr al auto. Demian temblaba como loco, a cada momento pensaba que nos iba a estrellar.

—¿Y luego? —indagó tocándose la nariz—. ¿Esta venda?

—Elizabeth nos vio llegar, vagaba por los pasillos y te atendió de urgencia —respondió—. Nos aclaró que no iba a ocultár­selo a Azazel; así que en cuanto los demás despierten nos espera un sermón. Para ser sincero, no sé qué resolución se tomará. Lo que hicimos fue grave, las consecuencias pudieron ser fatales.

—¡Sara! —El gritó de Demian irrumpió la conversación—. ¡Sara! ¡¿Dónde estás?!

—¡Cierra la boca! —Jack le propinó un empujón.

Al mismo tiempo Jeff y Adam comenzaban a proferir insultos.

—Estoy en el baño. —Sara se asomó para saludarlo.

—Gracias a Lucifer. —Demian suspiró tocándose el pecho, dejándose caer en el montículo de almohadones.

—Voy a bañarme —farfulló Sara con la voz apagada, arras­trando sus pies—. Pueden esperarme afuera, sé que Azazel nos va a castigar.

—Ah, sí —comentó Adam, él elevó una ceja y tronó los huesos de sus manos—. Ve preparando esa espalda, no estará satisfecho hasta darte cien latigazos y obligarte a rezar doscientas Aves María.

Ella lo miró con odio, no era gracioso. Él no hizo caso. Se marchó antes que todos, sin siquiera mirarla.

—Está enojado contigo —explicó Jeff—. Interrumpiste su pelea y te pusiste en riesgo. De cierto modo tiene razón. Tony hizo polvo tu nariz, incluso fisuró tu cráneo. A pesar que te mor­dimos, todavía no sanas. La fuerza de un vampiro es superior. Fu un milagro que no murieras, ¿tienes idea de eso?

En el momento no lo había premeditado. No se imaginaba que Tony no pudiera detener su puño, tan solo quería irse lo más pronto posible sin generar disturbios. Por otro lado, sostenía que lo que importaba era que todo estaba bien. De pelearse esos dos, hubiese sido una situación incontenible.

Joan se retiró de la habitación, iba a servir el desayuno antes de que Azazel los encontrara.

—Y bueno. ¿Nos bañamos? —Jack se quitó la camisa.

—¡¿N-nos podemos bañar contigo?! —indagó Demian.

—¡No! —gritó Sara, de inmediato palpó su rostro, moverlo demasiado le hacía doler hasta el alma—. Me bañaré sola —añadió con los dientes apretados.

—No seas quisquillosa —rió Jeff empujándola hacia la ducha.

Al final no pudo defenderse, o no tenía ganas, o ya le daba igual. Era ridículo que trataran de seducirla cuando tenía el rostro desfigurado. A lo mejor querían levantarle el ánimo. Pasaban sus manos por su cuerpo enjabonado, le dejaban besos en el cuello, lavaban su cabello entre susurros indescifrables y otros pecami­nosos.

Demian le mordió la mejilla, clavando sus dientes como si pudiera extraer sangre de ahí. Sara gritó adolorida, no era un lugar muy agradable para ser mordida.

—E-es para que sanes más rápido —dijo dejándole un tierno beso en los labios, el cual respondió con sinceridad—. No quiero que nada te haga sentir mal —susurró.

—Gracias. —Sara le acarició sus cabellos

Sus palabras siempre eran las más tiernas. Él no mentía, ahora su rostro dolía un poco menos. De verdad, el golpe de Tony, había dejado secuelas catastróficas.

Jack se acercó a ella con la expresión seria y las manos llenas de jabón. Sin preguntar, como era su costumbre, comenzó a apretarle los pechos, haciendo espuma, colocándole la cabeza en el hueco del hombro. En cuanto Jeff, se entretenía jugando y desenredándole el cabello lleno de acondicionador.

—Nunca voy a decir palabras tiernas —rumió Jack al oído de Sara—, pero también quiero tratarte con dulzura.

—Quiere decir que quiere tener sexo ahora —dijo Jeff en modo de traductor de su hermano—. Pero lo hará con cariño, porque ya eres importante en nuestras vidas.

Sara sonrió buscando sus labios, besándolos con dulzura, lo merecían. No podía decir que eran seres del mal, parecían apreciarla a su manera, y ella lo hacía de igual modo. No obstante, intentó escapar lo más pronto que pudo de ese trío aterrador. Sabía que le sería imposible huir si los dejaba avanzar un poco más.

Una vez limpia, intentó secarse con las toallas, pero ellos es­taban encima, llevándola hacia la cama, queriendo secarla a la­midas, e ir más allá. Las lenguas la recorrían a lo largo y ancho del cuerpo. Consumiendo las gotas de agua, succionándole la piel.

—Por favor, no... —suplicó sintiendo su cuerpo ceder ante esas sádicas lenguas—. Mi cuerpo duele mucho, y creo que voy a tener mi periodo ahora.

—Es verdad, debería reposar —masculló Jeff, tomando con­ciencia de la situación.

Con solo eso, ellos se detuvieron.

—Gracias... —balbuceó ella, vistiéndose—. Gracias por acompañarme anoche, fue una tontería de mi parte.

—Yo debo pedir perdón —siseó Jeff—. Pensé que sería di­vertido, no imaginé este resultado.

—E-está bien, no ha pasado a mayores —dijo Demian, secán­dose el cabello—, p-pero todavía no sé qué te hizo llorar.

Los vampiros esperaron una respuesta de su parte. Sara bajó su vista porque consideraba estúpida su reacción, demasiado estúpida como para desencadenar en todo lo demás.

—Lo vi golpeando a unos tipos de forma atroz —mintió, en parte—. No lo reconocía, me asusté demasiado.

Era una excusa válida, ellos la tomaron, a pesar que el sabor amargo persistía.



En una mesa redonda de la cafetería, Joan y Adam esperaban al resto del grupo, aunque el rubio se empecinaba en ignorarla manteniendo una expresión agria, tan solo le prestaba atención a su negro café el cual sorbía de vez en cuando.

—Lo siento, Adam —dijo ella delante de todos, buscándole la mirada—. No quería verlos pelear por mi culpa. Tony no me hizo nada, yo me encontraba demasiado susceptible.

—Te decepcionó —dijo Jack, respondiendo en lugar de Adam—.Es frustrante para nosotros. Con tu llanto, y con tus ganas de traerlo, nos dimos cuenta que tenías preferencias por él, por aquel que pretendía "protegerte" y fue el primero en romper tu corazón.

—D-dijiste que todo sería una conveniencia —murmuró De­mian con la mirada en sus manos movedizas—. Pero estás sin­tiendo cosas... podemos recibir el mismo trato, pero no podemos pretender que nos quieras de igual modo, ¿no?

—De otro modo —suspiró Joan—, no te hubiese preocupado por él. Es entendible, no puedes no sentir nada al respecto, eres humana.

Dicho esto Sara se quedó sin habla. Los vampiros no agrega­ron nada más, en cambio le esquivaban la mirada. Que ella de­mostrara que Tony la dañaba, significaba que él le importaba. Ante sus ojos todos eran diferentes, así como las emociones que abundaban en su desorientado corazón. Lo que no sabían era que ella, más que nadie, quería poner su cabeza en orden, quería po­der entenderse.

—Yo no... —dijo Sara, desesperada por arreglar el malestar en el grupo.

—No tienes que decir nada —indicó Jeff, con una sonrisa tan falsa y apenada que la hacía sentir como la peor en el mundo.

¿Acaso los monstruos no eran ellos? ¿Acaso no era por su culpa que estaba obligada a tomar absurdas decisiones todo el tiempo? ¿Acaso no era temporal, una conveniencia? No, no de­bía sentir culpa. Ellos sí debían sentirla, porque era su necesidad de sangre, su hermandad, sus familias e historia la que la obliga­ban a mantenerse sin libertad.

—Ahí viene —farfulló Adam, al notar que Azazel ingresaba al comedor con una sonrisa atornillada de lado a lado.

Azazel se paró al lado de la mesa, les echó una mirada diver­tida, en especial al vendaje de la nariz de Sara.

—¿Noche dura? —preguntó sin deshacer esa maniática mueca—. Vengan ahora mismo a mi despacho si no quieren ter­minar como Sara.

Hicieron caso, su tono era aterrador. Cuando quería podía mostrar su lado compresivo, humano y adulto; así como su lado macabro digno de un vampiro de tres siglos.

Los seis lo siguieron por el pasillo, algunos internos observa­ban por el rabillo del ojo con curiosidad. Sara se alegraba que Francesca no anduviera por los alrededores o sino empezaría a especular miles de situaciones catastróficas.

En fila, con las miradas culposas, ingresaron al despacho. Azazel tomó asiento en su enorme sillón; tiró su cabeza hacia atrás, llenando sus pulmones de oxígeno. Ellos esperaban su ve­redicto. Él peinó su cabello entre sus dedos. Luego de exhalar, les dirigió la mirada más afilada que pudo.

—Escaparon sin autorización en medio de la noche —co­menzó enumerando Azazel—. Robaron un auto, se dirigieron al prostíbulo de los Leone, bebieron alcohol, volvieron a la madru­gada e hirieron a su ofrenda.

—¡Fue mi culpa! —exclamó Sara, antes de que prosiguiera, era injusto que los acusara—. Quería traer a Tony de vuelta.

Los chicos se miraron asustados, no esperaban que se hiciera cargo de la situación.

—¡No me interesa! —prorrumpió Azazel, proporcionando un golpe en su escritorio—. ¡Pudiste haberles rogado de rodillas y ellos no tendrían que haber aceptado!

—Tiene razón —dijo Joan, y se quitó los lentes para dar una mirada al director—. Somos responsables.

—Es la segunda vez en la semana que estás tras este tipo de hechos —añadió el director hacia la ofrenda—. La primera debo decir que ha salido bien, pero la segunda pudo ser fatal. Meterse con los Leone puede atraer a los exorcistas, ellos los están inves­tigando. Fue por eso que tuve que poner a Tony en su lugar. Su vida con su familia o el Báthory.

—¿Usted lo echó? —preguntó Adam.

—No lo eché —respondió—. Le di a elegir, porque no podía mantenerlo, yendo y viniendo, de un lugar a otro, eso supone un gran peligro. Él, al final, eligió su hogar.

—¿Sin despedirse? —preguntó Sara, sintiendo una esfera de angustia en su garganta, la cual comenzaba a crecer de manera desesperante. No lo entendía.

Azazel se encogió de hombros sin darle importancia.

—En fin, ya he tomado una decisión —indicó el director, volviendo a su habitual calma—. Sara, voy a transferirte a un internado de señoritas. Dejarás de ser una ofrenda oficial, bus­caré a una chica más apta para esta tarea.

En ese instante, el aire abandonó por completo los pulmones de Sara, su sangre se alborotó en todo su cuerpo, queriendo des­estabilizarla por completo. La voz no salió, pero sí oyó de inme­diato a los chicos, enfurecidos, gritando todos juntos.

—¡¿Qué mierda estás diciendo, Azazel?! —exclamó Adam pegándole al escritorio.

—¡No tienes el poder para hacerlo! —gritó Jack.

— Tiene que haber otra forma —irrumpió Joan a punto de quebrar su compostura.

—¡No puedes tomar esa decisión! —recriminó Jeff.

El único que no hablaba era Demian, se mantenía tan cons­ternado como Sara.

—¡Silencio! —Azazel se puso de pie— ¡Tendrán su comida, sus quejas no tienen justificativo! No puedo echarlos a ustedes, son vampiros puros. Así que nos desharemos de Sara. Buscaré una jovencita de un lugar mejor, bien instruida, que no traiga problemas y no juegue a la novia o la amiga, no sé qué. Al final me perjudicará a mí.

—¡No! —gritó Demian, sus dientes rechinaban y sus puños se contraían al punto de encarnar sus uñas en las palmas de sus manos y hacerlas sangrar—. ¡Si intenta alejar a Sara de mí, juro que prenderé fuego este maldito lugar! ¡Prenderé fuego todo!

—¡Ah! —bramó Azazel en completa furia—. ¿Así que muestras tu naturaleza, Nosferatu? ¿Quieres amenazarme? ¡In­téntalo siquiera! ¡Mi decisión está tomada!

—¡Voy a matarte, Azazel! —gritó Demian, fuera de sí, irre­conocible.

Azazel ni siquiera se sintió aludido ante esa reacción psicó­pata.

Los gemelos lo detuvieron, ya que Demian se abalanzó sobre el director para intentar atacarlo con sus puños ensangrentados. Su reacción iba más allá de la lógica. Sara se entristecía, se asustaba, se agobiaba. Demian la quería a su lado y ella prefería mantenerse cerca de él, a pesar de sus defectos. ¿Eso estaba mal? Era probable. A lo mejor la locura era contagiosa.

—No... —balbuceó Sara a medida que sus mejillas se iban humedeciendo en llanto—. No me quiero ir, por favor, no vol­veré a hacer nada malo. Haré lo que me pidan, cumpliré cual­quier castigo, ya no seré novia de nadie, solo la ofrenda. Lo juro, lo juro.

Demian se detuvo para mirarla con compasión. Otra vez era presa de una indescriptible impotencia. Sara lo sabía, si quería algo, en su posición, solo le quedaba humillarse y suplicar pie­dad. No importaba que le prometieran un trato de igualdad, por­que al mínimo problema seguía siendo la ofrenda de sangre a merced de los demás.

Los chicos hicieron silencio, Azazel frunció su ceño hacia ella.

—No debería molestarte —dijo Azazel—. Vas a ser bien educada. No todas las ofrendas tienen esta oportunidad.

—He pensado, como usted dijo —balbuceó Sara con los ner­vios a flor de piel—. Estoy bien aquí, tal vez no sepa que me deparará el futuro, pero tampoco sería capaz de alejarme de Francesca, ya hemos perdido a Ámbar. No puedo irme de aquí sin más. Es mi única familia...

—¿Por qué? ¿Qué es este cambio de opinión? —Azazel la presionó con sus preguntas—. La última vez que hablamos te veías muy infeliz. Me diste a entender que seguías el juego de los chicos porque no querías problemas. Estabas segura que se acercaban a ti por capricho, que los estabas usando a tu favor...

Las pupilas de los vampiros, de manera inminente, se clava­ron sobre ella. Sara los miró, todavía atontada. No se imaginaba que Azazel fuera a relucir su charla de días atrás, pero las cosas cambiaban todo el tiempo, debía suponerlo. No había parado de pensar sobre sus sentimientos, sobre lo que quería. Además, ha­blar con ellos, compartir momentos íntimos, le daban otra pers­pectiva sobre sus sentimientos.

—Sé que dije eso, pero... —admitió bajando su deshonrada mirada—. Puede que no sea así. Puede que me esté sintiendo bien aquí.

—Es una mentira —afirmó Azazel—. Si estás sintiendo algo por alguno de ellos, y eso te incita a seguir aquí, debo decirte que pierdes tu tiempo. Madura, Sara. Pensé que eras lista. Te des­cartarán como a todas las ofrendas que pasan por esta situación. Los vampiros puros no pueden involucrarse con ofrendas o im­puros. Eres la maldita comida. ¿Acaso no lo entiendes? ¿Cuántas veces hay que repetírtelo, Sara?

—¡No es cierto! —Demian golpeó el escritorio de Azazel con su puño—. Yo... —Él miró a Sara, aún seguía siendo contenido por los gemelos—. Yo te quiero Sara, incluso antes de conocerte. Te amo, Sara, te amo —dijo quebrándose, pero sin tartamudear ni una sola vez.

<<¿Te amo?>>, Sara repitió esas palabras en su mente.

Sara miró a Demian como si no pudiera comprender esa expresión, porque nunca nadie le había dicho algo igual, porque apenas podía imaginarse su significado. ¿Te amo? ¿Por qué al­guien la amaría? Solo buscaba sacar ventajas, no lo merecía.

—Lo sabes, Azazel, sabes que robaba el informe de Sara an­tes de que viniera —dijo Demian con la voz resquebrajada—. Mi único consuelo era su fotografía, pensar que algún día vería el resplandor de sus ojos de cerca, pensar que algún día podría tomar de su sangre y podríamos compartir el bienestar de ser vampiro y humana. Me desvelaba en solo cavilar cómo sería su sonrisa, como sería sostener su mano. ¡No puedes decir que voy a descartarla, qué solo es comida! —gritó al final, volviendo a su estado de locura.

El joven cuerpo de Sara comenzó a desestabilizarse. Como un flan, ya no se sostenía con endereza. Las palabras de Demian la habían atravesado por completo. Antes de derrumbarse, Joan la tomó, ayudándola a tomar asiento. Las emociones la desborda­ban, traspasaban toda idea de realidad, de razón.

—También quiero a Sara —farfulló Adam por lo bajo—. Me salvó la vida luego de que la traté como basura.

—No eres quien para separarnos de ella —dijo Jack siendo desafiante—. Tus amenazas no me asustan, tú no decides nada. Quien decide es la familia Arsenic, ¿y a divina cual es mi apellido?

—No se trata de tener otra ofrenda —explicó Jeff con menos arrogancia—. Estamos bien con Sara y ella está bien con noso­tros, no es nuestra comida, es parte de nuestras vidas, la queremos de verdad.

Azazel lanzó un largo suspiro para luego sonreír conteniendo sus insultos.

—¿Y ustedes? ¿Desde cuándo tanto cariño? —Azazel se cruzó de brazos—. Puedo entenderlo de Adam, tal vez entiendo que Demian ha puesto demasiada expectativa en Sara, pero ¿qué motivos tienen los gemelos Arsenic o el recatado Joan Báthory? ¿Hay algo que quieran decir, algo que confesar? ¡Denme más argumentos para que no piense que esto es un capricho típico de vampiros mimados!

—No eres quien para cuestionar lo que siento. —Joan lo ob­servó con furia, pero Azazel le sostuvo la mirada. En cambio, los gemelos guardaron silencio con recelo.

—Sara, ellos nacieron siendo vampiros en familias inhuma­nas, te decepcionaran —insistió el director.

—Quizás yo los decepcione. —Sara miró a Azazel con fir­meza—. Yo crecí sin conocer el cariño o la compasión, crecí en un lugar inhumano, no sé cómo expresarme respecto a lo que me sucede. Pero algo sé, son ellos los que me están haciendo sentir amor por primera vez —dijo, y agachó su cabeza de manera re­pentina al entender el peso de sus palabras.

—¿Tienes sentimientos por ellos a pesar que me dijiste que era imposible? —preguntó absorto—. No sólo eso, ¿lo sientes por todos a la vez?

Esta vez levantó su cabeza y asintió con miedo. Pero de in­mediato quiso justificarse.

—Usted me dijo que el amor es cuando le deseas lo mejor a la otra persona, cuando te hace feliz, cuando deseas pasar el tiempo a su lado, el amor no es egoísta —comentó recordando las palabras del director—. Yo estoy sintiendo eso. No hago mal a nadie y me siento bien.

Su cuerpo se encendió como si un huracán de fuego la hu­biese arrasado. Lo que acababa de exteriorizar la enterraba en el más profundo infierno de los lujuriosos.

Condenada, deshonrada, avergonzada. Su confesión no tenía ni pies ni cabeza. Miró a los chicos y ellos la observaban como a un bicho raro, absortos, con sus ojos tan abiertos como sus bo­cas. Decirlo en voz alta sonaba chocante, incluso para ellos.

Mordió su labio hasta hacerlo sangrar, agachó su mirada apretando los ojos. Sentirse ridícula era poco. ¿Acaso no pensaba sacar provecho de sus buenos tratos? Había sido ingenua al pre­tenderlo, ahora todos estaban enredados en algo a lo que no po­dían poner en palabras.

Azazel lanzó una carcajada rompiendo el silencio, no podía dejar de reír, lo cual la hacía sentir peor, era la más estúpida.

<<¡Ridícula, ridícula!>>. Sara rechinaba sus dientes, no había peor humillación que la risotada macabra de Azazel.

—¡¿De qué te ríes, imbécil?! —exclamó Jack.

—Sara, te están engañando —afirmó Azazel volviéndose serio.

—¡No es verdad! —bramó Adam.

—No estamos jugando con ella, Azazel —protestó Joan—. ¡Deja de introducirle dudas e inseguridades! ¡Es muy bajo lo que haces!

Azazel suspiró mirándolos uno a uno, queriéndole leer los ojos, las mentes. ¿Realmente esos vampiros sentían algo por la humana? ¿Realmente no les importaba compartirla? ¡Ah! Las cosas comenzaban a cambiar, los vampiros ya no serían temibles como antes, ya no. Tenían suerte que sus familias no los estu­vieran supervisando, por ahora. Esos viejos centenarios ya habrían cortado a Sara en pequeños trozos y a ellos los habrían obligado a tragarse a su chica hasta convertirlos en "vampiros de verdad", amargos, desgraciados, sádicos y sedientos.

—Supongo que estas cosas solo pasan cada trescientos años. —Azazel se relajó—. Esta vez dejaré pasar sus incoheren­cias con una condición.

¿Era un sueño? Azazel había cambiado de parecer. Sara se salvaba y podía deberse a su sincericidio.

Ellos escucharon la condición, antes de volver a armar una discusión.

—Mañana será el Sabbat, el motivo por el cual se ha adelan­tado es para acelerar la reproducción —comenzó diciendo, pei­nando sus cabello entre sus dedos—. Sus familias jamás aproba­rían esta cosa. No solo va en contra del linaje, de la razón gene­ral, va en contra de los vampiros en sí. Por eso, busquen pareja en el Sabbat, hagan felices a sus familias, continúen la tradición y no tendremos que lamentar ninguna muerte.

—¡Yo no quiero una pareja! —se quejó Adam—. Y yo ya no tengo familia a la que rendir cuentas. ¡Me cago en el Sabbat!

—Muy bien, pero aquí tengo a los gemelos Arsenic y a un Báthory —dijo señalando a los gemelos y a Joan—. Además, este Sabbat será especial, será una reunión mucho más grande. Hay familias interesadas en casar a sus hijas de linaje puro con Nosferatu y Belmont para revivir los clanes. Serían capaces de darles más de una esposa si así lo quisieran.

—No me interesa —dijo Demian con el ceño fruncido. Se­guía enfurecido con Azazel.

—A mí tampoco me interesa —respondió Azazel arqueando una ceja—. Pero a la hermandad sí. Mientras estén aquí pueden estar con Sara, pero fuera de esto deben cumplir con su deber.

—Sara vendrá al Sabbat —decidió Jack—. Es mi día, yo la llevaré.

—No me importa, mientras hagan lo que les dije —respondió Azazel volviendo a sus apuntes en su agenda—. Al final lo hago por su bien.

Joan ayudó a Sara a levantarse de la silla. Todo estaba dicho. Salieron de la habitación sin darle una última palabra al director. Lo que proponía Azazel preocupaba a la humana, la idea que ella solo fuera un capricho la hacía arrepentir de su confesión. Ven­tilar los sentimientos era lo peor que podía hacer una persona, lo sabía bien. Mostrar debilidades permitía que quienes querían dañarla lo hicieran sin piedad. Tan solo quedaba esperar, esperar la decepción.



Ya, en la sala principal, Joan se acercó a ella para examinar su herida. Los demás estaban dispersos por la entrada y el jardín. No asistirían a ninguna cátedra, no tenían ganas de hacerlo. El mal humor los sacudía, el disgusto que les había dado Azazel los llenaba de impotencia.

—Está sanando, Demian me dijo que te mordió en la mañana —comentó Joan, y ella asintió—. Ha funcionado, una o dos mordidas más y solo será un mal recuerdo.

—¿No pueden curarme de una vez? —preguntó Sara con desánimo.

—No, una herida tan problemática requiere muchas mordidas —dijo arreglándole el vendaje—. No queremos convertirte por accidente. Es mejor esperar a que tu sangre vuelva a llenar tu cuerpo.

—¿Cómo? ¿Mi cuerpo funciona con poca sangre?

—Cada vez que tomamos un sorbo de tu sangre, segregamos en ti el elixir de nuestra saliva —explicó Joan—. Funciona como sustituto de tu sangre, mientras ésta se regenera. Si se desbalan­cea, es decir, si de tantas mordidas tienes más elixir que sangre, podrías convertirte en vampiresa.

Sara suspiró sin poder verlo a los ojos. Cada vez que pensaba estar bien una emoción más fuerte le arrebataba toda la estabili­dad. Ella había quedado expuesta, sus preocupaciones y sus sentimientos ya no eran un secreto. Debía ser muy cuidadosa de ahora en más, todo lo que dijera o hiciera podría ser usado en su contra para usarla como quisieran, y al final, descartarla. Tenía miedo de ser herida otra vez. Deseaba nunca haber hablado.

—Sara, ven aquí. —Joan le extendió los brazos, ella dudo en aceptarlo, pero su mirada ambarina era demasiado sincera. En dos pasos, ella se unió a él en un abrazo—. Puedes creer o no en mí, el tiempo te demostrará que no eres un juego, pero no te avergüences de sentir. Tus palabras me hicieron muy feliz.

—¿Feliz?

—Sí —siseó él abrazándola con más fuerza—. Quisiera poder demostrártelo, argumentarlo, como dijo Azazel. Pero aún es pronto y sé esperar.

—¿De qué hablas? —preguntó Sara, más confundida que an­tes. Esa actitud era impropia de él.

—¡Joan, Sara! —los llamó Demian, ambos lo miraron sin dejar de abrazarse—. Va-vamos a saltarnos la clase de Liam.

—¿Se puede? —preguntó ella, la verdad no estaba de ánimos para asistir.

Adam se apareció en la entrada y preguntó:

—¿No quieres aprovechar el día nublado y tener una cita con nosotros?

Sara todavía tenía la expresión de cachorro abandonado. Adam rió ante la duda de la chica, pero de todas formas ella accedió. No quería que pasar el día escondiéndose, abochornada, siendo esclava de sus palabras y sentimientos, torturándose con el veneno de Azazel.

Los nubarrones parecían querer deshacerse, pero persistían tapando el sol.

Sara con los vampiros; los gemelos, Demian, Adam y Joan, hacían una caminata por los alrededores, aunque las suelas de sus zapatos se llenaran de lodo. Era bueno respirar algo de aire fresco tras tanta extenuación.

Sin alejarse demasiado, los vampiros se situaron en los labe­rintos de rosas, sentándose en los fríos bancos de mármol, alre­dedor de su ofrenda. En silencio la contemplaban, sin saber bien que decir, sin saber bien cómo habían llegado a eso.

—Gracias por apoyarme, no quería ser expulsada —musitó la humana—. Me hubiese puesto muy triste, es por Francesca. No podría dejar que sufra sola.

—¿Y qué hay del amor? —preguntó Jack y sus pupilas se di­lataron con ansias—. ¿Es verdad? ¿Estás sintiendo eso por mí... por nosotros?

Ella resopló con la vista al cielo, deseaba que saliera el sol y que todos huyeran despavoridos, prendidos en llamas; pero no, iba a tener que responderles.

—Si me tratan tan bien no tengo opción. —Ella le dedicó una mirada a cada uno—. Se suponía que iban a ser demonios, en­tonces sería fácil manipularlos.

—¿N-no nos prefieres así? —preguntó Demian.

—Es más problemático —admitió—. Sabía lidiar con demo­nios, pero no sé nada de los que actúan como ángeles.

Ellos tuvieron que contenerse, contener una sonrisa. Sus hilos formaban nudos difíciles de desatar.

—Queremos estar contigo —dijo Jeff—. Podemos ser felices hasta que el reloj marque las doce, y luego podríamos intentar detener el tiempo.

Sara sonrió pensando en la fecha pactada, el día en el que todo terminaría, y se preguntaba si de verdad tenía que terminar, si de verdad iba a ser tan sencillo dejarlos partir para entregarse a una eternidad de esclavitud.

—Sí, podemos estar bien hasta que consigan a sus afortuna­das esposas —dijo sintiendo zozobra, ¿por qué? Porque sabía que todo lo bueno acababa en un momento, porque no podía asimilar el cariño de los extraños, no podía asimilar estar que­riéndolos.

Ningún vampiro acotó nada sobre ello. Prefirieron mirar a los árboles o al suelo. No podían hacerle ninguna promesa, no po­dían jurarle lealtad.

Una fina llovizna los obligó a regresar a los corredores. Sara prefirió ir por Francesca, los chicos se dispersaron cada uno a su lugar. Ellos tenían miles de cosas en que pensar, porque ¿qué era más difícil? ¿Dar amor a varios, o tener que compartir a tu amor? Suponían que la segunda opción, por eso la poliandria por elección no existía, pero las infidelidades abundaban. Aceptar esa relación significaba ir más allá de toda mezquindad, dejar de lado cualquier tipo de celos, ser feliz con la felicidad del otro. Era algo que no existía ni en el mundo de los vampiros ni en el de los humanos.

Sara halló a Francesca, ella se veía reluciente hablando con Víctor, quien merodeaba los pasillos. Le sonreía, movía su cabe­llo y sus caderas dando saltitos, agudizaba su voz y pestañeaba de más, pero él no era capaz de dirigirle la vista para ver su en­canto.

Una vez desocupada, ambas se dirigieron a la habitación de la rubia, la cual no difería de la de Sara, solo que tenía muchos más libros y papeles por todos lados. Francesca se instruía en su tiempo libre, y cada día se volvía más inteligente. Era de admirar.

—Es una completa locura —dijo Francesca, en cuanto Sara le reiteró lo que implicaba ser la "pareja" de cinco vampiros.

—Es un pacto de convivencia, pero las cosas están cam­biando. El Báthory, los vampiros, toda mi perspectiva cambió. ¡Y lo dije en voz alta! —Sara se lanzó a la cama de su compa­ñera—. Lo que me molesta es la inseguridad, el creer que hay un dedo acusador que me señala por pensar cosas tontas con ellos, por sentirme bien, por ser tan...

—¿Impúdica, lujuriosa, pecadora? —Francesca se acostó a su lado—. No hay nadie acusándote; y si hay, ¿cuál es el problema? ¿Acaso sirvió de algo mantener una imagen? ¿Acaso importa lo que digan los demás? ¡No estás haciendo ningún mal! Das amor y recibes amor, ¿qué hay de malo con que estés con seis, cinco o veinte? ¡¿Qué problema hay si te enamoras de un hombre tres­cientos años mayor?!

<<¿Trescientos años mayor?>> pensó. Esperaba que ninguno de los chicos lo fuera, la idea de estar con un anciano le generaba repelús.

—Sí, de eso trato de convencerme —respondió Sara con la vista al techo—. Voy a tratar de ser mejor, ¿sabes? Demian me dijo que me amaba —confesó al momento que se ponía roja—. Sentí que mi cuerpo se deshacía, que se convertía en miel, un cosquilleo me recorrió completa. Adam también dijo que me quería, fue muy tierno porque es impropio de él decir cosas dulces. Al final quedamos en disfrutar de esto hasta que se acabe. Lo cual será pronto ya que mañana irán a buscar esposas.

—¿Quién diría que con los demonios nos iría bien? —dijo Francesca, mirándola con sus ojos celestes—. Pero yo también soy afortunada. Víctor me ha invitado al Sabbat.

—¡¿En serio?!

Sara no se lo creía, y Francesca asintió radiante.

—Dijo que los profesores van a estar supervisando el Sabbat, y no puedo quedarme sola en el Báthory —añadió emocionada, aunque eso no parecía una cita, ni una invitación.

Francesca no podía deshacer sus ilusiones. Aun así sorprendía el cariño que le había tomado a ese hombre tan distante.

Al final se quedaron dormidas. Sara se alegraba haber podido hablar con ella, la había escuchado, la había aconsejado, era lo que más necesitaba. Casi se sentía capaz de olvidar el hecho que Tony ya no estaba, aunque seguía pensando en él, pero no dema­siado, porque lastimaba recordarlo. Su partida, su indiferencia, sus palabras dolían. Y ya no quería entristecerse, más cuando podía sentirse querida como nunca antes, más cuando recibía palabras hermosas y confesiones de amor. Tan sólo quería creer, por un mísero segundo, que todo era verdad, que podía aceptarlo, y que jamás volvería a sufrir como antes. Para ello se esforzaría, no volvería a cometer errores estúpidos, pensaría, pondría su cabeza en orden.

Esta vez tenía esperanzas en que las cosas buenas también podían pasar; y aunque perdurasen por un mínimo instante no lo desperdiciaría. No desperdiciaría la oportunidad de ser feliz.



—Azazel eres un idiota.

Evans daba vueltas al despacho del director. Frotaba el puente de su nariz mientras veía a sus compañeros beber, despreocupados, vino de unas finas copas.

—Sara pidió quedarse. —Azazel se encogió de hombros—. Quería corroborarlo por mi cuenta, esos niños están tomando su relación muy en serio.

—¿Y qué ibas a hacer si ella decidía irse? —preguntó Evans, deteniendo su paso—. ¿Y si los chicos no se oponían al traslado? ¡No hay ningún internado de señoritas, ni ofrendas de reemplazo!

Liam dejó su copa a un lado y suspiró.

—No deberías preocuparte por lo que no fue.

Evans le arrebató la copa y la bebió de un trago.

—De acuerdo, yo soy el loco —dijo.

Víctor, que se mantenía viendo su reflejo en el borgoña de la copa, alzó la mirada.

—Veremos hasta donde llega este romance adolescente —dijo a sus compañeros—. No olvidemos que será el Sabbat, querrán emparejar a esos niños cuanto antes, más a Nosferatu y Belmont.

—Podrían darles más de una mujer a cada uno —caviló Liam—. Abandonarían el Báthory, a Sara y, en el peor caso, restaurarían sus familias en un santiamén.

Azazel se relajó en su sillón.

—Como sea, no todos los días tantos puros confiesan su amor por una humana, no depositaré mis esperanzas en ellos, pero al menos tengo fe que las cosas comiencen a mejorar.

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