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28. Trago amargo

La negrura del cielo indicaba que sería una larga noche para aquellos que se permanecían en vela. De no ser por los fríos pasos de algunos vampiros, acostumbrados a no dormir, el Báthory gozaba de un silencio de cementerio. Excepto por esa noche, en la que se oía unas notas desafinadas en el aula de música.

Un crimen se cometía contra el piano del castillo.

Do-do do-re-mi...

Y así seguía sin ir a ningún lado.

Francesca se esforzaba por demás en descifrar unos empolva­dos libros de música. Todo le parecía nuevo, y esos dibujos ex­traños en esas hojas de pentagramas no le parecían otra cosa más que jeroglíficos egipcios.

—Eso es avanzado para ti —dijo Víctor, apareciéndose en la entrada del aula.

Francesca dio un golpe al piano del susto que le causó. Una nota grave hizo eco en toda la sala. El pavor persistía en ella luego de su discusión, y luego de hacer tanto escándalo, podía estar segura que la castigarían por lo menos una semana en algún calabozo.

Víctor se acercó, con un paso lento y seguro hacia la mucha­cha que intentaba sostener endereza en su mirada, pero a cada vez se ponía más nerviosa, más pálida y más convulsa. Él se sentó a su lado, en el pequeño rincón que quedaba de la silla. Con delicadeza tomó la quebradiza muñeca de la jovencita y la colocó en las notas correspondientes.

—Es aquí —dijo él, presionando sobre sus dedos para recrear la melodía.

Ella, la rubia y nívea Francesca, pasó del hielo al fuego, su cuerpo emanaba un vaporoso calor producido por el incesante latido de su corazón. ¿Qué estaba sucediendo? No lo sabía. Pre­fería no decir nada y arruinar todo otra vez. Tenía miedo de ser devuelta.

—Tengo que disculparme con usted —dijo el profesor, sol­tándole la mano, viéndola a los ojos—. Mi comportamiento fue terrible, lo siento.

¿Lo siento? ¿Un profesor disculpándose? Jamás habría ima­ginado vivir para escuchar eso.

—Fue demasiado atrevida con usted, profesor —musitó ella, volviendo su vista al piano.

—No, no es así como un adulto debe actuar, así que lo reitero: lo siento mucho, Francesca —insistió Víctor—. Ahora, pásame esos libros.

Francesca no chistó, de inmediato alcanzó los libros a su profesor.

—No hay manera que avances si empiezas por el final —in­dicó, seleccionando algunas hojas con la pluma que llevaba en su camisa—. Debes empezar por lo básico, reconocer las notas, practicar melodías fáciles. Luego te enseñaré a leer pentagramas, y lo demás.

La pequeña boca de Francesca formó un gracioso círculo a medida que el entusiasmo avanzaba, sus ojos celestes brillaron más que las estrellas. Estaba feliz, muy feliz. Víctor accedía a su petición, podría aprender a hacer música, tocar mágicas melodías con sus dedos.

—¡Gracias! —exclamó de manera atolondrada, tomando con cariño los apuntes.

Víctor sonrió, aunque era una mueca casi efímera, él ya podía sentirse tranquilo.

—Es bueno que te guste algo —señaló—. Más si es algo tan bello como la música. Eres una chica muy inteligente y perseve­rante. Estoy seguro que no necesitarás más que un consejo para avanzar.

Francesca mordió sus labios para contener una sonrisa, esta vez, una verdadera. Pero sus pómulos alzados y rojos, la delataban, sin mencionar que, el agudo oído del vampiro, oía como ese pequeño corazón latía de manera desaforada ante cada una de sus palabras.

Todo pretendía mejorar para Francesca, en cambio Sara se encontraba en una situación estrafalaria. No era para menos con sus noviecitos.

Demian tenía el mando en el automóvil, y a pesar de que sa­bía manejar, a diferencia de la mayoría, ella seguía temiendo por su vida, más siendo su copiloto. Sara imaginaba que, ante un comentario desafortunado, los estrellaría adrede o los arrojaría por un barranco. Le daba pena, pero no había forma de confiar, cien por ciento, en él. De igual modo, el sentimiento era com­partido por todos los presentes, ya que el aire se cortaba con cu­chillo. Nadia abriría la boca en vano cuando estaban en manos de Nosferatu.

—¿Por lo menos sabes hacia dónde vamos? —preguntó Joan a Demian.

—Sí —respondió Demian y lo miró por el retrovisor—. El viaje es algo tedioso, con mi familia solíamos ir a la casa de Leone muy seguido —respondió sin tartamudear ni una vez.

—¿Conoces la ciudad? —preguntó Sara con gran interés.

—N-no si-siempre nos desviábamos sin pasar por el pueblo —expresó, esta vez con sus mejillas comenzando a ruborizarse al momento que el vehículo zigzagueó en la ruta.

Ella no volvió a abrir la boca por obvias razones.

Tras recorrer un extenso trayecto por una zona selvática, y un cinturón de luces centellantes en el horizonte, Demian se debió a un sendero en subida de pinos y cedros. Era fácil reconocer una gran estancia con un gigante granero con sus luces encendidas y decenas de autos estacionados a su alrededor. Era el sitio perte­neciente a los Leone, un poco más al fondo ya se podía ver una gigante mansión.

—Están en el granero —afirmó Demian, aparcando el auto entre los árboles—. Hay ve bastante movimiento.

Sara trató de agudizar su vista; y sí, se veían personas entrar y salir de aquel pintoresco lugar.

—¿Listos para morir? —soltó Jack, abriendo la puerta del auto con odio.

Jeff lo enfrentó con una mirada penetrante y le habló:

—Prefiero morir en una aventura, que vivir mi vida espe­rando a que me maten.

El grupo avanzó sobre el césped humedecido por el rocío, iban con el paso lento, con cautela. El cielo se encapotaba, grises y eléctricos nubarrones cubrían la luz de luna. Sara respiró hondo, era necesario mantener la compostura. La locura estaba hecha, era momento de seguir adelante. Le quedaba valorar el apoyo de los chicos, y que fuera la segunda vez en escapar de un sitio con éxito.

Un chiflido los alertó a todos.

—¡Hola, Nosferatu! —gritó un tipo alto, moreno y sonriente.

—Ho- hola —balbuceó Demian fingiendo una sonrisa—. Carl, tanto tiempo.

Los chicos se quedaron en silencio, Demian manejaba la si­tuación. El joven extraño siguió hablando.

—Pensé que no te gustaba este sitio. —El moreno rió como si hubiese recordado un buen chiste—. Imagino que vienes por tu amigo. Tony se ha estado divirtiendo desde ayer, llegó buena mercadería, atrapamos un par de espías, ¡dicen que son exorcis­tas!

<<Tony>>. Sara lo pensó mas no se atrevió a preguntar.

—Sí, vinimos por él —respondió Demian, con más calma.

Carl alzó las cejas con curiosidad echándole un vistazo a to­dos, en especial a la jovencita de tímida expresión.

—¿Y esta delicia? —preguntó relamiéndose, dejando ver sus colmillos depredadores—. Huele muy bien.

—Es nuestra ofrenda —respondió Adam, cortándolo en seco—. Ahora córrete de mi vista, impuro.

Carl hizo una sonrisa apretada y se hizo a un lado. Adam, como buen Belmont, tenía la costumbre de marcar la diferencia entre las clases. Y Carl, como impuro, debía callarse y mante­nerse en su lugar.

—De verdad das vergüenza, Demian —murmuró Adam—. Haciéndote amigo de la servidumbre.

—Vayamos adentro de una vez. —Joan los empujó para que aceleraran el paso.

Empujaron la enorme puerta de madera, y el aroma al humo de cigarro, al alcohol, y sobre todo al hierro de la sangre les dio la bienvenida. El vaho caliente que salía de aquel lugar era sofocante, se pegaba en la piel como el barro. Una extraña música hacía vibrar el suelo con sus bajos.

Ese granero no era uno normal. Tenía dos plantas y los suelos de cerámica; luces de colores y láseres parpadeantes, un bar lleno de bebidas, sillones aterciopelados y pequeñas mesas de vidrio donde se ubicaban los comensales a reír y a beber. Muchachas de escasa ropa portaban bandejas, algunas danzaban sobre tarimas con caños a medida que se desnudaban, mientras que otras se dejaban consumir por los clientes.

Era lo más parecido a un sitio en el infierno. El "granero" no era más que un antro de pecado, mejor dicho: un vulgar prostí­bulo. Sara sintió su estómago revolverse, el terror de que ese fuera un posible destino la invadía.

—Es mejor de lo que imaginé —dijo Jeff divertido—. Vamos a beber algo.

—¡Muero por una copa! —exclamó Jack, olvidando la pe­queña disputa con su hermano.

—No te alejes de nosotros. —Joan sujetó a Sara del hom­bro—. Vamos a buscar a Tony juntos, al menos sabemos que está aquí.

Pero no fue que dieron dos pasos, que alguien volvió a lla­marlos.

—¡Jóvenes, qué alegría verlos en mi granja! —Un adulto ru­bio y pálido se acercaba a ellos con los brazos abiertos hacia Adam y Demian, ya que los gemelos se encontraban en el bar bebiendo y saludando a sus conocidos. No obstante, ignoraba de manera notable a Joan.

—Señor Simón, es un placer verlo. —Adam sonrió como nunca antes, su falsedad generaba pavor—. Hemos venido a vi­sitar a su hijo, Tony. ¿Sabe dónde está?

<<¿Su hijo?>>, caviló Sara en un segundo.

Simón rió con fuerza, pero esa risotada solo generaba escalo­fríos en Sara.

—Se está divirtiendo, ha tenido noches muy agitadas —co­mentó entusiasmado—. Anoche capturamos a unos espías. Ha estado golpeándolos desde ayer para que hablen, pero parece ser que van a morir antes de decir algo, son muy obstinados. Y hoy ha tenido una riña con su hermano, es por esa puta de Clarissa.

Sara expandió sus ojos a más no poder, era demasiada infor­mación para un instante. Los rumores se corroboraban al ins­tante. De repente, cuando Sara se espabiló, vio como Simón la miraba de un modo lascivo y atemorizante.

—¿Es su ofrenda? —preguntó relamiéndose en una sonrisa—. Ese Azazel, parece que lo hiciera a propósito. Elige mujeres que bien podrían ser confundidas como vampiresas. La inocencia en su rostro es algo excepcional —dijo de manera abrupta.

<<Sí, la inocencia solo está en mi expresión>>, pensó Sara.

De inmediato se aferró al brazo de Joan, oprimiéndolo fuerte. Él tipo rió al ver el miedo que le provocaba. La tensión era noto­ria en los chicos, incluso a ellos les generaba asco su poca suti­leza al decir las cosas.

—Tengan cuidado —dijo señalándola con la mirada—. Son las que más traen problemas.

—¿Qué quiere decir? —preguntó Joan sin temerle.

—Las chicas bellas, si son inteligentes, pueden ser muy ma­nipuladoras. Es así como muchas han logrado casarse con gente de alto linaje, como Clarissa, como tu madre, Joan —explicó haciendo un gesto furibundo, Joan le sostuvo la mirada—. Debe ser difícil ser solo un objeto. Pero es por estas personas que es­tamos pereciendo. Es al día de hoy que no me creo el hecho que la iglesia haya matado a Imara. Estoy seguro que Azazel no llegó a la cima siendo un corderito. De no ser porque son buenos sirvientes, los impuros no deberían existir.

Joan quería contestarle, hastiado que todo el mundo hablara de su madre, en vez de eso guardó silencio. El recato era lo me­jor en una situación con un centenario.

—S-Sara es muy obediente, así que está bien. —Demian tiro­neó a la chica del brazo para concluir la conversación—. D-de hecho la trajimos para no quedarnos sin vianda.

Simón alzó una ceja, incrédulo.

—Si aquí no falta la sangre. Sin embargo pueden dejármela un momento, me gustaría probarla, oír los gemidos que escapan de esa pequeña boca —indicó estirando su brazo, para levantarle el rostro con su dedos, y saborearse—. No puedo negar que debe ser apetecible en todas las formas posibles.

—Después de que veamos a Tony se la dejaremos para que juegue con ella. —Adam apartó a Sara de Simón, sin esperar una respuesta.

Él les abrió el paso, no sin antes darle una última mirada, la cual fue acompañada por un desliz de su mano hasta los pechos y entrepierna de la humana. Sara tragó saliva, cerrando sus ojos, queriendo guardarse las lágrimas, siguiendo con el paso firme ante la impotencia de no poder escupirle en la cara.

La noche recién empezaba.

Los gemelos se acercaron, sin percibir lo que acababa de pa­sar, le extendieron una bebida roja la cual tenía fresas. Por un instante había pensado en rechazarla, creyendo que era sangre.

—¡¿Qué le están dando?! —preguntó Adam saliéndose de sus casillas.

—Un batido —dijo Jeff.

—Casi no tiene alcohol. —Jack intentó calmarlo a pesar que Sara bebía el vaso de un solo sorbo a sus espaldas.

—¿Casi? — Joan rodeó sus ojos.

Con esa acción mínima los chicos volvían a discutir. Sara los ignoró, pues ya sentía el efecto; a pesar que la bebida tenía solo sabor a fruta, el alcohol la mareaba. Conocía ese resultado, las huérfanas del Cordero de Dios robaban el vino de las misas y lo bebían a escondidas. La embriaguez le afectaba demasiado rá­pido, al menos le ayudaría a reunir valor.

Ella se apartó un poco de ellos, no más de dos pasos, para po­der respirar mejor. Y, en cuanto alzó la cabeza, lo vio. Tony in­gresaba a una habitación en el piso superior.

—¡Allí está Tony! —bramó formando una gran sonrisa, que­riendo ir por él.

Tenía que pedirle disculpas, hablar con él, y si podía le pedi­ría que regresara junto a ellos.

—¿A dónde vas, tonta? —La detuvo Adam.

—Fue mi idea venir por Tony —explicó con calma—. Ha­blaré con él, pueden quedarse por los alrededores. No me pasará nada.

Sara debía subir una escalera y no escaparse de sus vistas, así que lo consintieron. Ella se apresuró a alcanzarlo. Lo había visto entrar a ese pequeño cuarto, y de ahí no había salido. No se le escaparía.

Con un inteligente pensamiento, provocado por el miedo, de­cidió empujar, con lentitud, la puerta de la habitación a la que había entrado, sin ser vista. Tony podría estar haciendo cualquier cosa, golpear la misma tampoco era una opción, ya que la música se escuchaba demasiado fuerte como para que la oyeran.

Sara echó un vistazo por la hendija. Y tan solo deseó volver el tiempo atrás y quedarse en casa.

El horror la consumió.

A pesar de no ser una vampiresa, el hedor de la sangre hu­mana impregnó sus fosas nasales, quemándolas, invadiendo todo su cuerpo. El hierro embebía cada partícula de oxígeno. Una débil lamentación se oyó escapar por la puerta. La vista de Sara se dirigió al suelo, el cual era un charco de oscura sangre coagu­lada. Un hombre ensangrentado y maniatado se encontraba en el suelo. Un poco más lejos, otro más se hallaba en iguales condi­ciones. Tony daba vueltas entre ellos, con sus puños ensangren­tados, y de a ratos tomaba una pitada de su cigarro.

—Voy a preguntar una última vez, antes de comenzar a de­sollarlos por completo —dijo con la voz enronquecida, profunda, oscura e irreconocible—. ¿Quién los envía?

Uno de los hombres lanzó un quejido, ni siquiera tenía fuer­zas para responder. Tony le lanzó una patada en el estómago, obligándolo a escupir sangre.

Sara tapó su boca ahogando un chillido de espanto. Su mente se turbaba, su estómago se revolvía al punto de querer vomitar. Las piernas no le respondían. Tenía miedo de Tony, ¡mucho miedo! Y no quería ver más.

Sacando valor de donde no tenía, y con un paso inseguro, co­rrió hacia la habitación de al lado. Esperaba que, su corazón alterado, no la delatara con el depredador al que no reconocía.

—¿Qué está haciendo? —preguntó Joan al verla caminar de una habitación a otra.

—Tal vez se confundió de habitación —dijo Demian.

<<Dios mío, Dios mío, no puede ser>>. Sara se agarraba de la cabeza y daba vueltas a esa habitación vacía.

Lo único que la apaciguaba era que los chicos seguían super­visándola desde la planta baja. Todavía no se animaba a regresar sin una respuesta, sentía la responsabilidad de haberlos llevado hasta ahí, así que tenía que terminar su trabajo: hablar con Tony.

Miró a los alrededores buscando un lugar donde vomitar.

Una cama pequeña, unos armarios, algunas cajas y no mucho más. Las ganas se le fueron en cuanto, en medio del bullicio, vio la puerta a punto de abrirse. Su único impulso fue esconderse en un armario, era estúpido, pero era el único sitio en el que podría mantenerse a salvo hasta que alguno de los chicos fuera por ella, en caso de tratarse de Simón o algún otro peligroso vampiro.

Su cuerpo temblequeaba a más no poder. Sara se envolvió en el escondite como un ovillo, esperando a tranquilizarse. Todo el valor reunido para escapar del Báthory, se esfumaba por culpa de las atrocidades de Tony. ¿Dónde estaba el chico dulce y protec­tor? ¿Dónde estaba el chico que no bebía de su sangre porque no quería tratarla cual objeto? ¿Dónde estaba el chico que le había pedido ser su novia para demostrarle que, ante sus ojos, eran iguales? No estaba ahí, ese no era Tony, no era quien ella conocía.

—Estoy en medio de un trabajo —dijo Tony.

La sangre de Sara se drenó cuando supo que él había entrado a la habitación.

—Lo sé, pero debemos hablar —repuso la voz de una mujer.

Mirando por una hendija, Sara intentaba de prestar atención a todo. Tony no ocultaba la sangre que salpicaba sus ropas, y ella, ¿quién era? Era hermosa. Alta de cabello largo y castaño, como hilos de caramelo; llevaba un vestido tan delicado, de encajes rojos y negros, que parecía un hada de ensueño.

—Hace semanas que me esquivas —dijo ella, rozando la mano de Tony con sus dedos—. Lo nuestro no tiene que acabar,

Sara sintió un leve estrujón en el corazón, no entendió muy bien porqué, pero no le gustaba nada lo que veía. La amargura comenzaba a carcomerla.

—Lo nuestro terminó cuando decidiste casarte con Ben —ex­presó Tony, apretando sus muelas y apartando su mano de la de ella—. No quiero seguir este juego, no quiero ser el segundo cuando estuve dispuesto a dártelo todo. No me gusta que preten­das serle infiel a mi propio hermano, menos si es conmigo.

Era demasiado, estaba escuchando algo que no debía, pero ahora le quedaba claro, esa mujer bella era Clarissa. Tony pare­cía herido, incluso se esforzaba por no llorar, pero ella lo miraba sin comprenderlo.

—Tony —dijo ella con aflicción—. El motivo por el cual no funcionó, fue porque no querías darme lo que te pedía. Tú her­mano lo hizo, me convirtió y me propuso casamiento, ¿cómo pretendías que siguiera nuestra relación si yo seguía siendo una miserable ofrenda? Estoy harta de volver a lo mismo. Tú solo querías alimentarte de mí sin pensar en lo que yo deseaba. Po­dríamos estar divirtiéndonos en la cama, pero tienes que arrui­narlo todo con tu sentimentalismo.

—¡Eso es lo que detesto de ti! —exclamó Tony, y esta vez su voz sonó desgarradora, Clarissa se sobresaltó, y Sara también—. ¡Quería tratarte bien! ¡Quería darte una vida lejos de toda esta mierda! ¡Estaba dispuesto a dejarlo todo por ti! ¡Casi muero por no beber sangre! ¡Convertirte en vampiresa no era la solución! ¡Casi muero por ti! ¡De no ser por...! —Tony tomó aire tratando de sosegarse—. Ahora me doy cuenta, soy el único que amó en esta relación. No sé qué quieres, pero ya no seremos nada, no puedo tocarte sin sentir que se me rompe el corazón una y otra, y otra vez. El amor que una vez tuve ahora es solo decepción.

Los ojos pardos de Clarissa se humedecieron, de allí empeza­ron a caer lágrimas cual manantiales. Ella gimoteaba; y Sara po­día ver que a Tony le afectaba verla así. Se ablandaba, se desar­maba ante ella, él era frágil, no parecía un vampiro. Estaba a punto de caer a sus pies, dominado, estúpido.

—¡Tú nunca vas a entenderlo! —decía ella entre sollozos—. No hay manera de que una ofrenda tenga una vida normal, nunca más. Quería ser una vampiresa, no me importaba estar en los negocios de los Leone si sabía que tendría un lugar al que llamar hogar, personas a las que llamar familia. ¡Qué hay de malo en querer tener lo que me arrebataron!

—Tú sabías que yo no quería esto, quería ser mejor, y lo es­taba logrando. —Tony mordió sus labios con fuerza y siguió hablando—. Me estaba esforzando para darte un hogar. Quería ser tu familia, pero no de esta forma, quería hacerlo lejos de todo esto. No confiaste en mí. No solo eso, me usaste, y al ver que no podías conseguir ser una vampiresa conmigo, no dudaste en en­redar a mi hermano.

Clarissa limpió sus lágrimas con los puños al ver que de los ojos de Tony comenzaban a caer gotas de agua, y se diluían en la sangre seca de su rostro.

Tony sollozaba de un modo silencioso. El corazón de Sara dolía cada vez más, lastimaba verlo así. Ahí estaba el que cono­cía, aunque hubiera mucho que explicar, el lado sensible que conocía salía a la luz, ese lado que le gustaba le recordaba por­qué había ido a buscarlo.

—Tony, amor... —se acercó ella a él, colocándole la mano en la cara, casi rozándolo con sus labios—. No llores así, yo estaré contigo, solo que no de la forma en que tú quieres. Tienes que aceptarlo.

Él seguía llorando, con la cabeza agachada sin decir más nada, parecía haberse dado por vencido. Sara cubrió su boca, verlo de ese modo le dolía hasta un punto inexplicable. La tris­teza invadía cada fibra de su ser, no quería que él sufriera de ese modo. Incluso mordió su mano para evitar que algún quejido saliera de ella, pero algo debió haber hecho mal, porque cuando volvió a observar por el pequeño agujero, la vista rabiosa de Clarissa apuntaba al armario.

Ella se apartó de Tony y en dos zancadas fue hacia el mueble, abrió la puerta y descubrió a la humana.

La palidez de Tony fue instantánea. Clarissa la tomó del brazo con una fuerza sobrehumana, obligándola a ponerse de pie.

—¡¿Quién eres tú?! —preguntó zarandeándola llena de furia.

—Detente, Clarissa —dijo Tony, ella se dio vuelta mirándolo interrogativa—. Ella es mi... la ofrenda del Báthory.

<<¿Ofrenda?>>, Sara repitió esa palabra en su mente.

—¿La ofrenda? —repreguntó Clarisa, viendo a Sara de arriba abajo—. ¿Trajiste comida aquí?

Sara miró a Tony esperando algo más de él, sin embargo, él tan solo asintió.

<<La comida>>.

De haber sido otra persona, otra circunstancia, no habría do­lido; pero el hecho de que la llamara de esa forma punzaba su corazón, atravesaba todos sus más acallados sentimientos. Su garganta era un nudo de angustia, las lágrimas salían solas, se sentía miserable y esta vez le dolía demasiado, porque venía de él, de quien le había prometido darle el lugar que merecía como persona, de quien le había jurado dignidad, de quien le iba a dar un lugar de igual a igual, ese lugar que toda la vida le habían negado. Sin embargo el sentimiento de Tony por ella no era tan fuerte como para relucir eso frente a la chica que amaba.

Tony la había embaucado con las palabras que siempre había querido escuchar, y no podía sentirse más fracasada, más defrau­dada, ¡tan ilusa! ¡Tan torpe e ingenua! Una completa estúpida. Él y Clarissa vieron a la ofrenda soltar algunas lágrimas.

Sara se liberó del agarre de la mujer, porque ésta se lo permitió. Así se fue, escapando de la habitación lo más rápido que pudo.

Era suficiente por una noche.

Los chicos estaban dispersos, tenían más de un conocido en aquel lugar. El único que aguardaba por ella, al final de las escaleras, era Adam. Sara se estrelló contra su pecho.

—¡Vamos! —exclamó, arañándolo en la espalda en un acto desesperado por ocultar su rostro miserable.

—¿Qué sucede? —preguntó confundido, tomándola de los hombros y exponiéndola a su mirada—. ¿Por qué lloras? ¿Te pasó algo?

Ella negó con la cabeza.

—¡No mientas! —bramó, sacudiéndole el cuerpo—. ¡¿Qué te hizo ese infeliz?!

No podía responder, ni ella sabía bien por qué lloraba de ese modo, o por qué dolía tanto su pecho. Era un mal trago, algo amargo, algo que nunca había sentido; otro tipo de dolor, inso­portable, horrible, algo interior, sentimental. Algo del corazón, y no quería sentirlo más.

Los chicos comenzaron a acercarse. Para desgracia de Sara, Tony fue tras ella, acercándose y enfrentándose a la mirada fu­riosa de Adam, quien la aferraba más y más a su cuerpo como un perro guardián.

—Todos ustedes... —rumió Tony—. Espero que tengan una buena excusa.

—¿Y tú? —inquirió Adam—. ¿La tienes?

—Sara se preocupó por ti —respondió Joan, en cuanto ella se ocultaba en el cuerpo de Adam—. Quería llevarte al Báthory, con nosotros, junto a ella.

—¿Y por eso la trajeron aquí sabiendo que clase de lugar es? —preguntó con un tono bajo, pero amenazante.

Adam lanzó una risa forzada, y todos esperaron a que dijera algo.

—Es gracioso, porque a pesar de que este lugar es una mierda, el único que la puso en este estado fuiste tú. —Adam soltó a Sara traspasándola a los brazos de Demian, quien acunó su rostro entre sus manos besando cada lágrima que caía—. ¿Qué mierda hiciste? —preguntó el rubio altanero.

—Nada. —Tony mantuvo su postura.

Adam alzó la vista viendo a Clarissa analizar todo desde el segundo piso. La vampiresa era la que menos entendía la situa­ción.

—¿Será que olvidaste quien es tu novia? —preguntó Adam—. ¿Qué olvidaste tus propias promesas?

Tony hizo una pausa, pero eso que dijo Adam logró poner las ideas de Sara más claras. Él parecía entender mejor la razón de su llanto. Incluso mejor que ella misma.

—Sara yo... —susurró Tony.

Sara lo miró mordiendo su labio, sintiéndose idiota, culpable. Se suponía que no involucraría sus sentimientos, que era una relación por conveniencia, y sí, ¡ella era la ofrenda, la comida! Entonces ¿por qué le molestaba oírlo de él?

Adam no lo dejó continuar, el vampiro rubio le lanzó un golpe directo a su quijada, obligando a Tony a dar unos pasos hacia atrás. El golpe había sido duro.

Todo el mundo de percató de ese hecho, de inmediato queda­ron en el centro de la atención.

—¿Qué mierda haces? —masculló Jack, poniéndose tieso del miedo.

Sara notó como el pavor invadía al grupo, menos a Adam, quien parecía ponerse en guardia para luchar, siendo un com­pleto inconsciente considerando su situación.

—¿Quieres que te extinga, Adam Belmont? —preguntó Tony, escupiendo la sangre que el golpe le había sacado.

Tony Leone tronó los dedos de sus manos y su cuello, pero Adam no dio ni un paso atrás.

—¡No! —chilló Sara, deshaciéndose del abrazo de Demian—. ¡Paren por favor! Ya nos vamos. Tony, no voy a molestarte más.

El joven Leone no hizo caso, seguía furioso con Adam, y no era para menos, tenía que seguir con la pelea, ya que su padre era parte del público. Si no defendía su honor las consecuencias po­dían ser peores.

Tony apretó su puño queriendo golpear el rostro de Adam, pero Sara no iba a permitirlo. Ella se interpuso.

De un momento a otro sintió su nariz adormecerse, los huesos de su rostro quebrarse, el sabor metálico invadiéndole boca. Un ruido blanco silenciaba el barullo, y su vista se apagaba para dejarla en la más absoluta oscuridad.

El puño de Tony le destrozaba la cara.

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