27. Mala idea
La intensidad con la que venía viviendo, dejaban en Sara un dolor similar al de correr un maratón. Cada vez necesitaba más tiempo para recobrar sus fuerzas, cada vez necesitaba más horas de sueño, más ratos de soledad. No solo eso, su mente era un desorden a nivel magistral, todavía quería hablar con Adam, más aún saber lo sucedido con Tony.
Demian y Joan entendían sus necesidades, por lo cual preferían dejarla descansar en soledad antes del desayuno. Era evidente, Sara necesitaba un respiro luego de días de tanta intensidad.
Algunos podían darse cuenta, en cambio a otros les costaba un poco más.
—Sara... —ronroneó Jack en su puerta, clavándole sus orbes azules sin pestañear.
La sola presencia de ese gemelo indicaba sus intenciones.
—Buenos días, Jack. —Sara bajó la vista. Pretendía no caer en sus trucos.
Jack dio un paso adelante, tomando a Sara de la cintura. Ella tragó fuerte, y su cuerpo se puso rígido
—¿No vas a darme un beso? —preguntó él, rozando sus labios con los suyos.
Sara le dejó un pequeño beso y habló tan rápido como pudo:
—Jack, no tengo mucho tiempo.
—Será rápido. —Jack ensanchó su perversa sonrisa, dando otro paso adelante.
Alzó a Sara y la arrojó a la cama antes que pudiera chillar.
—¡¿Qué haces?! —bramó ella, viéndolo agazaparse.
—¿Qué crees? —preguntó deslizándole la ropa interior—. Tomaré mi desayuno.
—No sé si es apropiado, Jack. —No quería rechazarlo, era su agotamiento el que no podía con el vigor de los vampiros—. ¡J-Jack! —Sara ahogó un gemido.
Ella llevó su puño de inmediato a su boca y lo mordió con fuerza al sentir los colmillos del vampiro hundirse en su parte más íntima, más blanda. Su cuerpo entero se agitó de manera convulsa. Era un efecto demasiado intenso para una simple humana. Un orgasmo instantáneo. Jack la succionó hasta matar el hambre, la sed que lo corroía. Se divertía. Había algo de sadismo en ello, en la manera lasciva de mover su lengua de serpiente en su entrada.
Sara se desplomó sin reacción, y él carnicero atacó sin oír negativas. Sin desvestirse, bajó la cremallera de sus pantalones e hizo lo que prometió, lo que sus intenciones demostraban. Agitó el cuerpo de su chica como si de una muñeca de trapo se tratara, hundiéndose con violencia lo más que pudiera en su cuerpo. Ella jadeaba, aunque ya satisfecha para el resto del día. Él reía, gustoso, divertido, y un poco cruel, aceleraba más y más su ritmo, hasta vaciarse por completo.
—Lo siento tanto. —Jack atacó a besos la boca de Sara—. Una vez que empiezo no puedo detenerme.
Luego de ese instante Jack cayó abatido sobre su presa, en pocos minutos se recompondría.
—Qué malo eres, Jack —jadeó Sara con la vista al techo—. Eres el gemelo maldito.
—Y te encanta —respondió entre risas.
Con un leve empujón, Sara se quitó al vampiro de encima. Las piernas le temblaban al limpiarse todo el desastre de Jack.
—Me gusta, sí. —Sara arregló su cabello y su ropa frente al espejo—. Pero prefiero cuando no es tan rápido, no es halagador que vengas así. Me siento como un vertedero.
—¡No es así! —Jack se puso de pie en un salto—. No digas algo tan horrible, Sara. Sí, quiero sexo, pero lo quiero contigo porque te deseo.
Sara no le dio importancia a sus palabras. La lujuria de Jack no la halagaba en lo más mínimo, era innegable que de haber más mujeres ella no sería tan solicitada. No era siquiera mejor que una mujer promedio, mucho menos la más bella que una vampiresa. Lo único que la convertida en la femme fatale del Báthory era ser la única que podía complacerlos, y que a su vez ese era su boleto al buen pasar.
En la cafetería, Jack se reunió con su hermano. Adam se servía un café fuerte de la máquina expendedora, perdido en sus pensamientos le echaba más azúcar de la conveniente. Sara corrió antes de que volviera a huir.
—¡Adam! —prorrumpió, él se volteó con la mirada entristecida, y ella prosiguió—. ¿Cómo te encuentras?
Él hizo una media sonrisa.
—Mejor que ayer. —Adam, le hizo una inesperada caricia en el cabello—. Gracias por preguntar, pero atiende a ese par —dijo señalando a los gemelos que miraban a lo lejos—. No quiero que se pongan celosos porque solo te importo yo.
Ella suspiró, la desazón persistiría, al menos ya no se sentía repelida.
De igual manera se preocupaba por los demás, sobre todo por Tony. No lo veía desde la pelea con Azazel. Por más que lo esperara en las cátedras, o en los pasillos, era obvio: Tony se había ido del Báthory.
Preguntar por él le parecía inapropiado, la culpa la carcomía. En parte Tony había comenzado a distanciarse luego de nombrar a aquella mujer, y luego había ignorado la discusión con los profesores.
Ninguno de los chicos lo nombraba, por lo que se hacía más evidente que nadie quería tocar el tema. Lo mejor, por el momento, era aprovechar las clases con los chicos, disfrutar de su mera compañía.
—Ya entendí. —Sara le regaló una sonrisa tímida a Joan, luego que éste le enseñara un truco fácil para realizar ecuaciones—. Es una pena que Tony haya faltado, él tampoco es muy bueno—añadió sin poder mantener la compostura.
Adam rodeó sus ojos antes de resoplar con hastío, para luego escupir su sarcasmo:
—¿Te preocupa que no esté para defenderte?
—No —respondió segura—. Ayer a la noche lo vi en muy mal estado. No me animé a preguntarle, discutía con Azazel y Evans y no podía entrometerme.
—No debiste hablarle de Clarissa —dijo Demian, más tranquilo que de costumbre—. Se le movió el cerebro y seguro se enojó.
—Es un poco excesivo. —Sara se encogió de hombros y siguió haciendo cuentas
—Claro que lo es. —Jeff, de igual modo hacía sus tareas—. Él tiene problemas en su cabeza, Clarissa solo es un detonante.
—Debería solucionar sus propios conflictos antes de querer hacerse cargo de otros —murmuró Adam.
Seguía sin respuestas. Sara suspiró no sintiéndose satisfecha. Las actitudes de Tony le demostraban que le faltaba conocerlos mejor. A pesar de su atención, de su beso apasionado, era como si estuviese más lejos que antes, y eso la impacientaba. Era imposible no angustiarse al punto de querer salir a buscarlo, hablarle, preocuparse por él, como él lo había hecho por ella.
Luego de la hora del almuerzo, Jeff se adelantaba a los demás, y en un descuido tomó a Sara del brazo para esconderse con ella entre los pasillos. Con una sospechosa actitud, el ase aseguró que nadie los siguiera.
—¿Qué sucede? —Sara se cruzó de brazos y alzó una ceja—. No me digas que vas a hacer lo mismo que Jack.
—No te enojes con Jack, cree que la única manera de demostrar afecto es con sexo —comentaba Jeff sobre lo sucedido en la mañana—. Y cuando no estás no deja de recordar esa noche que disfrutamos los tres.
El rubor invadió a Sara, un hormigueo irrumpió su parte baja del estómago.
—No te avergüences —dijo Jeff posándole los labios en su boca encendida.
¿Cómo no hacerlo? Si no tenía dignidad, por lo menos quería sentir vergüenza. Los prejuicios infundados no la dejaban en paz. Estaba en una constante lucha interna, desmontando lo que le se suponía incorrecto, por sobre lo que podía disfrutar con esos vampiros.
—¿Y qué debo pensar de ti? —preguntó Sara—. ¿A dónde me llevas?
—He pensado mucho. —Jeff movió sus dedos y dio algunas vueltas en círculos—. Quiero mostrarte algo muy interesante que está en mi habitación. Sé qué podría levantarte el ánimo. No soy idiota, te preocupa Tony.
Sara contuvo el aire y cerró sus ojos. Era capaz de imaginarse cualquier tipo de perversidad. ¿Podría huir? Al menos siguió a Jeff para asegurarse de no estar juzgándolo antes de tiempo.
En una palabra: desorden.
De todas las habitaciones la de Jeff era la peor.
A pesar que los domingos el servicio de limpieza se encargaba del castillo, Jeff no podía mantener un mínimo de orden por su cuenta. Desde ropa tirada, envoltorios de comida, las cobijas por el suelo y zapatos, sin par, desperdigados por todos lados.
Sara prefirió no hacer comentarios y se sentó en su cama. Jeff le guiñó un ojo, corrió una alfombra del suelo, y con una barreta de hierro levantó una baldosa del mismo. La joven se puso de pie enseguida.
—¡¿Qué estás haciendo?! —Sara se acercó al sitio, viendo una caja enterrada en el suelo. Una especie de tesoro.
—No fotos, no tecnología, no contacto exterior —enumeró Jeff, aunque ella no entendía nada—. El mundo de los vampiros tiene muchas reglas que nos alejan de lo que sucede fuera de esta pequeña tierra sin nombre. Esta pequeña nación fantasma es nuestra cuna y nuestro cementerio —añadió y tomó la caja.
—Si vamos al caso, yo soy humana y sigo las mismas reglas. —Sara se acercó, curiosa.
—Lo sé. —Jeff le sonrió—. ¿Nunca tuviste curiosidad por el mundo exterior?
Ella se encogió de hombros.
—Algo sé —confesó Sara—. Algunas monjas hacían comentarios, y otras escuchaban en un viejo radio las noticias.
—En definitiva es lo mismo que yo sé. —Jeff se rió—. Por suerte tengo algunos amigos. La familia Leone es la única con un contacto estrecho entre mafias suburbanas y humanos de las grandes ciudades, así también los Báthory, quienes tienen contacto con el Vaticano y los proveedores. Entre ellos hay quienes me han traficado algunas cosas.
Revistas de moda, reproductores de música, periódicos, una consola portátil de videojuegos entre otros juguetes y chucherías que Sara jamás había visto.
Con entusiasmo, comenzó a revisar los objetos como si de oro se tratara. Su sonrisa le iluminaba el rostro, resplandecía y contagiaba a Jeff de alegría.
El joven vampiro tomó unos auriculares, colocándose un audífono él y el otro a su compañera. Una extraña música, hecha con sintetizadores, los transportaban a un mundo de luces que desconocían.
—Podrían ejecutarme por esto —confesó Jeff, Sara endureció sus músculos y él continuó—: es un crimen grave contra la hermandad. Los placeres y tecnologías de la humanidad podrían destruir las viejas tradiciones, ablandar a los nuestros. Es bastante complejo lo que podría causar en nuestras mentes.
—¿No tienes miedo? —preguntó ella, aterrada.
—Vale la pena. —Jeff se rió y le entregó algunas revistas—. Aunque está de más decir que no debes contárselo a nadie. Ni siquiera Jack sabe de esto. Es cobarde, podría delatarme a la primera.
Mujeres y hombre vestidos con ropajes extravagantes, imágenes de paisajes de todo el mundo. Monumentos, playas, montañas, arrecifes, todo aquello de lo que solo conocía la teoría. Tendencias en decoración de interiores, nuevas tecnologías, música, cine, arte. Todo un universo de posibilidades que detonaban en miles de ideas en su mente. Era demasiado y quería saber más.
—¿Confías más en mí que en tu hermano? —Sara no podía hablar y dejar de curiosear todo a la vez.
—Claro que sí. —Jeff recostó su cabeza en el hombro de Sara—. Creo que te servirá para el día en el que escapes de este sitio. Sin conocimientos sobre el mundo no podrías sobrevivir. Ojalá pudieras llevarme contigo, pero sería muy problemático, soy un puro y mi familia me buscaría hasta en el último rincón del planeta.
Sara enmudeció. Jeff tenía presente otra posibilidad para ella: la posibilidad de huir hacia el mundo que le pertenecía, y para ello debía conocer más.
—Gracias, Jeff. —Su barbilla tembló y de forma desprevenida limpió una lágrima.
—Es lo mínimo que puedo hacer por ti. —Jeff la abrazó con más fuerza—. No puedo darte dinero porque tenemos una cuenta limitada y controlada hasta que salgamos del Báthory.
—Esto es más que suficiente. —Sara siguió admirando las imágenes de las revistas, le parecía increíble la variedad de estilos en las ropas, ansiaba que sus vestidos se vieran así.
—Por el momento podríamos salir de paseo —comentó Jeff, rodeando sus ojos—. Sé dónde está Tony.
—¿Podemos ver a Tony? —Sara se interesó de inmediato.
—Hay un poblado a pocos kilómetros, su familia vive cerca del límite entre las naciones vecinas, allí hacen sus negocios —explicó Jeff—. Los Leone, la familia de Tony, son de los pocos que tienen relaciones directas con algunos humanos. Son los principales distribuidores de sangre, entre otros negocios que es mejor no conocer.
—Así que está a salvo.
—El problema es que su familia lo incita a sacar lo peor de él —reveló éste—. Dicen que por su apariencia, dura e intimidante, ha logrado ser el preferido de su padre. De todos sus hijos, es con quien se identifica. Simón Leone tiene todas las fichas puestas en Tony como su mano derecha. Clarissa fue la única que lo aplacó, él se esmeraba por ser mejor para ella.
—¿Puede que Tony esté desconcertado sobre qué hacer?
Jeff le dio la razón.
—Él no solo actúa como matón de su padre, ansía saborear algo de adrenalina —contó el gemelo, y cada vez le agregaba más intriga a sus palabras—. Es difícil pensar en una eternidad haciendo siempre lo mismo, día tras día, obedeciendo a unos mayores que nunca morirán. Cada uno canaliza la idea de la inmortalidad como puede. No es tan fácil la salud perfecta. En mi caso, la idea de monotonía me vuelve loco, una vida entre los humanos es mi fantasía, y aunque parezca la más inocente, es la más peligrosa.
—Supongo que a la hermandad no le gustan los vampiros que rompan esquemas. —Sara se aferró más a Jeff.
—Agresividad, sexo, perversión —masculló Jeff—, eso esperan de nosotros, quieren demonios no simples chupasangres. Me asusta pensar que, tarde o temprano, seremos eso.
—Será difícil que Tony quiera regresar. —Sara apretó su mandíbula—. Va directo por el camino que le han trazado.
Jeff tomó aire y continuó hablando.
—A su padre le da igual que asista al Báthory, tiene decenas de prostitutas de las cuales alimentarse, y no hará trabajos que requieran de lo intelectual. De no ser por las presiones de Vaticano, para que guarden recato, ni siquiera se habría presentado a las cátedras —concluyó Jeff.
Sara se encogió entre sus piernas, no le agradaba la idea de que él no volviera. En parte, gracias a Tony recibía un mejor trato. A su lado se sentía resguardada, y no era que lo necesitara, pero era grato que estuviera ahí. Por otro lado, lo que Jeff decía de Tony no se lo creía, ¿un matón? No quería concebir esa idea de alguien que solo le demostraba sensibilidad.
Jeff la tomó de la mano.
—De todas formas podemos visitarlo, te dije que sé dónde está.
El corazón de Sara se apresuró con solo pensarlo, lo quería de vuelta, esa era la verdad. Quería disculparse por sus comentarios entrometidos, y ansiaba hacer algo por él, algo que lo alejara de ese funesto futuro.
La inocencia le nublaba la razón.
—Tienes suerte de que me guste la aventura —expresó Jeff, viendo su oportunidad—. Podemos combinar mis ganas de salir del bosque y tus ganas de traer a Tony al Báthory.
—¿De qué hablas? —inquirió.
—Esta noche, si él no vuelve... —susurró acercándose a su oído en complicidad—. Podemos escapar los dos, estoy seguro que podrías ser capaz de traerlo de vuelta.
La pobre humana se exaltó por un momento, era demasiado pronto para tomar la resolución de cometer tal falta. No se consideraba capaz de perpetrar una locura de esa magnitud, por más que tuvieran en cuenta regresar.
A pesar de su viejo anhelo de escapar, luego de ver que el mundo podía ser un sitio ajeno a ella, las dudas y miedos afloraban con toda razón.
—Quizás vuelva al anochecer —murmuró Sara, con la mirada en las fotografías de las revistas, en los grupos de humanos con sus sonrisas resplandecientes en una playa de arena tostada y oleaje transparente.
—Puedes pensarlo tranquila. —Jeff dejó de hablar para comenzar a besarle el cuello con el objetivo de beber su ración—. Mientras tanto puedo comer, ¿verdad?
Antes que Sara pudiera darse cuenta, él ya estaba encima de ella, succionando su alimento. Era verdad, distinguía algo cuando drenaban su rojo néctar. Algo entraba a en su cuerpo, una energía especial que la renovaba por completo. Esa misma energía, era la que sanaba las heridas punzantes que le propinaban, como si por un segundo tuviese la habilidad de regeneración vampírica, como si por un segundo fuera indestructible.
Asimismo tenía sus desventajas, las mordidas encendían las alarmas de su cuerpo, electrizaban su piel. Ya no podía resistirse a seguir siendo consumida, no podía negar el placer. No podía ni quería detener a Jeff.
Las horas eran interminables en el Báthory, y lo único que les quedaba era someterse a los impulsos. Ni siquiera llegaban a desnudarse que sus cuerpos ya se buscaban, sus caderas se balanceaban en sincronía; estaban atados por un beso, envueltos en la música. A pesar de las preocupaciones, Sara lo olvidó por completo. No se detuvo hasta saciarse con Jeff, hasta dejar su cuerpo inconsciente en el suelo.
El vampiro la recostó en sus aposentos y se colocó los audífonos, esperando a su lado a que cayera la noche para despertarla.
—Todos están durmiendo —siseó el gemelo entre dientes—. ¿Te retractas o seguimos?
La habitación estaba en penumbras, una tenue luz ingresaba desde la ventana. Sara frotó sus ojos. Era una oportunidad única.
—Vamos —dijo ella, sin suponer lo que significaba escapar a la noche para ir a buscar a un Leone.
Ambos se escabulleron en los tenebrosos pasillos como sombras; veloces y silenciosos hasta llegar a la salida. La puerta se hallaba cerrada con llave, pero Jeff sacó de su bolsillo un alambre retorcido y lo introdujo en la cerradura. Ésta se abrió. En la oscuridad, Jeff le guiñó un ojo, la emoción de la hazaña corroía sus huesos y contagiaba a su compañera, que ante la adversidad lograba reír con la misma picardía.
Una vez fuera, los corazones latían de manera alocada. Las manos de Sara sudaban y sus piernas temblaban como gallina. Estar fuera del Báthory, con la luna sobre sus cabezas, con las estrellas acusadoras señalándolos con su brillo, era una experiencia demasiado vertiginosa.
Era una locura, la situación relucía el carácter más manipulador de Jeff, que ahora llevaba a la ofrenda de las narices a donde quisiera.
Él la tomó de la mano, forzándola a correr lejos de la entrada, no podían ser descubiertos si querían terminar su cometido.
—¡Alto ahí! —gritó una voz.
Al no reconocerla, Sara se paralizó por completo.
—¡¿Qué mierda, Jack?! —Jeff se volteó con los ojos furiosos.
—¡Lo sabía —bramó Jack haciéndoles pegar un brinco—, tú eras el gemelo maldito, traidor!
—¿De qué mierda hablas? —Jeff lo enfrentó—. Vuelve adentro, vas a hacer que nos descubran.
—¡Ya es tarde, le dije a los demás! —confesó Jack—. ¿Piensas que no te conozco? Yo solo no podría detenerte.
Demian, Joan y Adam salieron de los alrededores, y les bloqueaban la salida.
—¿Intentabas llevarte a nuestra manzanita prohibida? —preguntó Adam con malicia.
—Debí suponerlo de Jeff —protestó Demian.
Jeff rodeó sus ojos y dejó escapar un soplo.
—Yo se lo pedí —irrumpió Sara, antes de que siguieran molestando a Jeff—. Quiero ir a buscar a Tony, quiero que vuelva al Báthory.
—Lo sé, Sara —expresó Jack—. Conozco a mi hermano desde que éramos un cigoto. Vio en ti la posibilidad de ir al pueblo y ¡te usó! ¡Es un sucio manipulador!
—¡Basta ya! —clamó enfurecida, todo estaba arruinado—. No importa porque lo hizo, ¡la decisión fue mía!
—Vamos —dijo Joan—. Sara quiere ir a buscar a Tony, acompañémosla.
—¡¿A la guarida de los Leone?! —vociferó Jack agitando sus brazos—. ¡¿Estás loco?!
—Eres un cobarde —acusó Jeff—. Por eso nunca puedo contar contigo para hacer cosas divertidas.
—¡Yo hago cosas divertidas —se defendió Jack—, tú haces estupideces!
—Yo me apunto. —Adam se acercó a Sara y la tomó de la mano y le dijo al oído—: Desde el día de la cafetería le estoy tomado el gusto a los riesgos.
—¡Yo también voy! —gritó Demian, agarrando el brazo libre de su chica, la chica de todos.
Jack gruñó al verse acorralado, volver en soledad al Báthory no le agradaba.
Por fin, el cuerpo y la mente de Sara se tranquilizaban. Con todos unidos se sentía en calma, acompañada. Enfrentar cualquier situación sería mejor en conjunto, con ellos apoyándola, se los agradecía.
En la oscuridad de la noche, se hundieron entre la arboleda, hasta en enrejado de la salida. Algunos guardias vigilaban con desgana el estacionamiento en dónde se situaban los autos de los profesores y de algunos internos.
—Tomemos un auto, solo hay que cruzar los cables y arrancará —dijo Jeff, corriendo hacia un vehículo.
Los vampiros y la humana lo siguieron.
—¡Oigan! —Un guardia los detuvo—. ¿Qué están haciendo?
Sara llevó su mano al corazón, le daría un ataque.
—¡Cierra el pico y abre la puerta, lacayo! —exclamó Adam.
El impuro, que trabajaba de guardia, murmuró unos cuantos insultos antes de cumplir las órdenes de su "superior". Era mejor así ahora que Adam era el único portador del apellido Belmont, el jefe indiscutido de su familia.
Con la luna de testigo y una silueta masculina, de cabello largo, observando desde la torre más alta del Báthory, los puros y su ofrenda huyeron del Báthory.
Azazel bebía una copa de sangre con suma tranquilidad, al ver al grupo de insubordinados. Ah, les esperaba un gran sermón a esos piojosos, sería muy divertido.
—¿Los estás dejando ir? —indagó Víctor, no creyendo lo que observaba.
—¿No te parece gracioso? —dijo Azazel algo despreocupado.
—No —soltó Víctor—. Si les sucede algo nos van a guillotinar. Me parece una locura.
—Ella quiere ir a buscar a Tony —respondió Azazel mostrando una orgullosa sonrisa—. Parece que me equivoqué al decir que era apática. Por otro lado, es fascinante que, en tantos años, por fin alguien quebrante las reglas. Comenzaba a dudar de mis métodos.
—Sería una pena que termine mal como la mayoría de las ofrendas —murmuró Víctor—. Lo mejor sería que alguno llegara a sentir algo real por Sara.
—Ella tiene posibilidades de sobrevivir por su cuenta. —Azazel tomó un largo trago—. Resultó ser una perfecta mala influencia. La que me preocupa es Francesca —comentó Azazel, clavando sus ojos en el profesor que pareció ofuscarse al oír ese nombre—. Su grupo la aprecia, pero como comida. A diferencia de Sara, Francesca deambula sola y sin rumbo; y, con su carácter servicial, no me sorprendería que terminase criando hijos ajenos.
Víctor no respondió, en realidad no tenía nada que decir. Le cansaba ver a las jovencitas, a las que les prometían una libertad futura, como acababan apresadas por su ignorancia sobre el mundo. Por lo que la mayoría morían trabajando en las casas de los vampiros, cuidando niños o, en los mejores casos, limpiando los pisos, ya que se oían historias terribles sobre lo que le sucedía a las ofrendas una vez descartadas.
Víctor se retiró, y Azazel siguió contemplando la noche un rato más, hasta terminar su copa de ese viscoso líquido rojo.
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