26. Compersión y conveniencias
La desolación deambulaba los perfumados pasillos del Báthory. Los gemelos tenían una reunión en su hogar; Adam mantenía el luto en el resguardo de su habitación; Tony se escapaba de Sara desde que le había nombrado a Clarissa. Por otro lado, Sara sabía que Demian seguía consternado con la situación, no era para menos. En realidad no podía evitarlo, debía ir con Joan, era su día con él y quería saber cómo se encontraba respecto a lo sucedido con Carla.
Era extraño ir por cuenta propia, tener el deseo de hacerlo. La ofrenda caminó por los pasillos y golpeteó la puerta de la habitación que conocía bien.
Sara esperó tras la puerta, sin obtener una respuesta. Volvió a golpear y fue lo mismo. Era probable que Joan estuviera en cualquier otro sitio. Aun así hizo algo que creyó incorrecto. Por su cuenta, ingresó a la habitación. No estaba cerrado con llave y eso fue una ventaja. Presenció aquel lugar vacío. Joan no se encontraba allí; sus cosas aguardaban en quietud, igual que siempre.
Sus libros, sus notas, el microscopio, el telescopio... Un impulso brotó de la humana, quería revisarlo todo. Nunca se había animado a preguntarle si podía tocar sus curiosos objetos personales. En ese momento tenía la oportunidad. Estaba al tanto de su deshonestidad. Algunas de sus actitudes nunca cambiaban, era hija del rigor.
Los libros sobre el escritorio eran de ciencias, algo de genética. Sara ojeó algunos de sus apuntes, Joan trabajaba en un proyecto sobre unas curiosas células, y algo sobre animales. Sara no podía entender más allá, él era un estudiante mucho más avanzado, por no decir que era un profesional en su área. Prefirió desviar su atención al microscopio, colocó su vista en el ocular, una formas circulares, y otras alargadas, se movían como culebras. Al final, se dirigió donde más quería: al telescopio.
Sería imprudente mirar al sol con el mismo, así que lo tomó para echar una ojeada al bosque, a los rosales, al lago. Todo se veía como si lo tuviese frente a sus narices, era curioso y divertido. Aunque, para ver la luna y las estrellas tendría que esperar más. Aprovecharía que la relación con Joan se había vuelto más estrecha para pedirle ese favor, era bastante permisivo, tal vez se lo concedería. En eso, pudo ver que el susodicho circulaba entre las arboledas y la maleza, no la atraparía hurgando sus cosas, ¡menos mal! Sara soltó el aparato, recordando la muerte de Carla.
Dejando todo en orden, se dirigió junto al vampiro.
Febo descendía, el ocaso cubriría el cielo con su manto. La luna parecía una sonrisa torcida, y las ventiscas auguraban una noche fresca. A Joan no le importaba. El muchacho buscaba, bajo las rocas y troncos, algo que Sara no podría saber si no le preguntaba.
—Joan. —Ella lo llamó, y sonó como una melodía.
Él no la miró.
—¿Te divertiste en mi habitación? —preguntó sin sacar la vista del suelo, Sara sintió la sangre acumularse en sus mejillas ardidas—. Si querías ver mis cosas debiste preguntármelo, no muerdo.
—Lo siento. —Sara sintió como la sangre le borboteaba en las mejillas, era una idiota—. En realidad te buscaba y no pude contener mi curiosidad.
Joan la miró para regalarle una dulce mueca.
—Es agradable que te interese algo de mí. —Él se puso de pie y sacudió sus manos llenas de barro—. ¿Por qué me buscabas?
—Carla falleció —farfulló amarga—. Quería saber cómo te sentías al respecto.
—Me apena, pero no éramos muy cercanos —respondió viendo al cielo que quería volverse oscuro—. Quería enamorarme de ella, por elección —dijo volviéndose serio—. Si iba a estar mi eterna vida al lado de alguien pretendía que fuera en buenos términos. Ella no pensaba igual, no iba a funcionar. Cuanto más lo medito, más se me hace imposible estar en una relación forzada, va contra mi naturaleza.
—Lo siento. —Sara concluyó que un poco lo afectaba.
—Te metí en un gran lío en la noche del Sabbat —repuso Joan, volviéndose hacia ella de manera seria—. Estaba enojado conmigo, confundido. Y sí, lo de ser novios lo dije por impulso. Lo dije frente a Demian para molestarlo, para desquitarme con alguien, pero en cambio le hice un favor, y te arruiné.
<<Al final no se trataba de una coincidencia con la idea de Tony>>, pensó Sara, y un poco se decepcionó.
—Si no eras tú, iba a ser Tony —comentó ella, percibiendo un exceso de dramatismo.
Sara hubiese deseado que Azazel lo oyera. No sucedía algo como el amor en el Báthory, cada uno tenía su motivo egoísta.
—Aunque quizás —dijo apoyándole el reverso de su mano en la mejilla.
—No te fuerces, Joan —respondió frustrada, corriéndole el rostro—. No va a funcionar conmigo, gracias a ti tengo otros novios que atender. No querrás cometer el error dos veces —soltó de un modo grosero.
De verdad se indignaba, no había pensado ni un segundo en ella. Había sido un objeto oportuno para desquitar su mal de amores, o algo así.
Él se quitó los lentes, sus ojos amarillos centellaron como soles, a pesar de tener una apática expresión. La ofrenda entendía que era poco expresivo para alguien como Carla. Como si le hubiesen enseñado a no mostrar nada.
—No seas ingenua, humana —dijo marcando la diferencia entre ambos—. No eres como ella, lo sé. Y, siendo sincero, creo que esto es más genuino que cualquier relación que haya visto antes en mi mundo. Está racionalizado y todos lo consentimos. No me estoy forzando, lo quiero.
—¿Lo quieres? —Sara desconfió—. ¿Quién podría querer compartir a su novia? No tenemos opción.
Joan se comportaba de un modo ambiguo. No lo entendía, jamás era claro. A veces era amable, otras frío, algunas distantes y otra pretendía ser más cercano. Sin embargo, algunas cosas eran más que obvias: todavía le faltaba conocerlo, y mucho. Descifrarlo era más difícil que hacerlo con Demian o Adam. Podía asegurar que Joan escondía algo más que unos bellos ojos tras unos lentes de utilería, podía asegurar que escondía mucho más que amabilidad tras su intelectualismo de salón.
—Sí, funcionará —afirmó Joan.
—Funcionará porque no puedo quejarme o irme —sentenció Sara con amargura.
—¿No? —preguntó alzando sus cejas—. ¿Entonces puedo hacer lo que me plazca contigo?
Sara mordió su labio llena de desengaño. Uno de los pocos que la trataba con respeto ahora le mostraba su... ¿otra cara?
—Es un chiste —dijo éste volviendo sus ojos atrás, notando lo desafortunado de su comentario—. No te tocaría sin tu consentimiento, que seas mi novia no significa que pueda aprovecharme de ti.
Ella respiró aliviada, por un momento pensó que era un bipolar al estilo Demian, ya con uno le bastaba y le sobraba. Él volvió a hablar:
—Sé que no seré el único, eso ya lo hablamos con los chicos —dijo provocándole curiosidad—. Pero también dije que creo que puede funcionar —repitió con énfasis—. Para eso debes decirme cómo debería ser, qué debería hacer como novio. Hay que establecer las reglas, poner las cosas en claro. No tiene sentido que solo hable con ellos cuando estás en el centro de la escena.
Ella abrió sus ojos y su boca en gesto de sorpresa. No esperaba jamás esa pregunta. ¿Que sabía? ¿Acaso alguien se lo había preguntado alguna vez? ¿Qué quería?
—No lo sé —dijo apresurada.
—Debes pensarlo, y debes decirlo, ese es el derecho que te estamos dando al ponerte el estatus de novia y no el de ofrenda. Hay un propósito —Joan suspiró—. Las novelas y libros no me sirvieron para nada en este mundo. No hay hombres que compartan a sus mujeres, pero quiero intentarlo, ¿por qué no? Me intriga que puede suceder. Quiero que me digas que debería hacer como tu novio, o como uno de ellos.
—¿Te intriga? ¿Somos un experimento? —Sara bromeó con soltura, pero luego suspiró agotada—. No tengo nada que decirte, Joan —balbuceó—. Has sido muy amable, me has enseñado mucho y eso me es suficiente. Supongo que ahora podemos ser más cercanos.
—¿Así? —rió Joan, mostrándole sus manos sucias, acercándosela a la cara. Sara pegó un brinco atrás para que no la ensuciara, riendo más relajada.
Era la primera vez que él relucía su lado chistoso.
—¿Qué hacías aquí, solo? —indagó Sara, ya no pretendía volver a mencionar a Carla, o a la poliandria.
—Busco bichos, armo un insectario.
—¿Puedes encontrar algo? —Sara divisó algunas estrellas—. Está oscureciendo.
—Tengo la mejor vista y el mejor olfato de todo el Báthory —musitó volviendo a lo suyo—. Los trabajos de búsqueda no son un problema para mí.
—Lo sabía. —Sara rió con ganas—. Tus lentes no tienen nada de aumento, solo intentas verte más inteligente de lo que eres.
—Son un complemento —comentó con la sonrisa en el suelo, retomando su actividad—. Deberías ir dentro, está refrescando y podrías enfermar.
—Eres muy dulce. —Sara se puso a su lado, él evitó mirarla—. Quiero ayudarte, parece divertido. Puedo ser tu asistente, clasificar a los gusanos por su longitud. Una gripe podrá pasarse con algunas mordidas.
Él se levantó, tomó un bolso que había a un lado. Dentro del mismo tenía servilletas para sus manos. Sara lo vio dar algunas vueltas y juntar algunas ramas.
—Ayúdame —indicó él—. Prenderé una fogata para ti, puedes hacerme compañía.
Sara lo hizo con gusto. Buscó ramas secas y rocas. En pocos minutos, una fogata perfecta calentaba un pequeño sector del bosquecito. Acercó sus manos al fuego y Joan se sentó a su lado.
—Interrumpí tu trabajo, ¿verdad? —inquirió Sara, considerando que por su culpa él ya no trabajaba en su búsqueda.
—Así está mejor —respondió con la mirada en las chispas—. Todos están de luto y no hay nada que hacer, quería pasar el rato. Pero es mejor si...
—¿Si...?
Joan volvió a mirar al cielo, anochecía al fin.
—Si paso un tiempo contigo. —Su voz sonó profunda—. Te metí en tantos problemas que pensaba que me ibas a odiar, que ya no podría parecerte agradable.
—Más allá de tus actitudes egoístas no puedo cuestionar los resultados. —Sara se acercó a él de modo que sus brazos se tocaron—. De alguna forma me siento en paz, como no lo hacía en mucho tiempo. El Báthory me resultó menos caótico de lo que esperaba, quitando lo de Ámbar, claro.
Un breve silencio los envolvió en reflexiones. Para nada era un silencio incómodo, ambos lo sabían sin decirlo. Disfrutaban de la calma, del bosque, del aroma a heno, a hierba fresca, disfrutaban el baile del fuego, la compañía.
—Voy a hacer lo posible por protegerte —dijo él, rompiendo con el bienestar.
Sara tensó su rostro, y de inmediato cruzaron miradas. La mirada de ella no era de gratitud. ¿Protegerla? ¿Por qué decía eso un vampiro? Cada vez entendía menos a Joan.
—Puedo cuidarme sola —respondió tratando de no sonar tan descortés—. Además, gracias a todo esto, estoy conociendo a los chicos en la intimidad. Estoy creyendo que ninguno va a dañarme. Incluso he logrado acercarme a Adam.
—Ninguno sería capaz. Los conozco bien, y los veo mirarte de la misma forma que lo hago yo —explicó Joan, y continuó—. Pero cuando todo termine, Adam y Demian deberán restaurar sus familias casándose con mujeres puras, y las familias de Tony y los gemelos no te aceptarán como algo más que una esclava. Mis padres son comprensivos, es en mi hogar que vas a estar a salvo. No tendrás que ceder a convertirte en sierva.
—¿Y qué tendré que ser? —indagó Sara irguiendo su espalda—. ¿Tu esposa?
Joan se quedó en blanco.
—No, no quise decir eso —titubeó volviendo su vista al fuego—. Jamás te obligaría, es que no paro de pensar en cuando llegue el día. Tengo mucho miedo que las familias decidan algo que pueda perjudicarte.
En un largo soplido Sara dejó escapar el aire de sus pulmones. Joan pensaba en su futuro más que ella misma, se mostraba preocupado y ella lo repelía como a una mosca. Era una ingrata.
—¿Por qué te preocupas por mí? —preguntó la humana, bajando su triste mirada, asumiendo la sinceridad de aquel vampiro refinado y misterioso.
Joan la tomó del mentón y analizó su rostro con cuidado. Sara se sintió pequeña, él podía agarrarle toda la cabeza con sus manos, magullarla, romperla y hacer lo que quisiera; así y todo podía asegurar que era una idea que él jamás tendría.
—¿Por qué? Lo estoy investigando —respondió él, otra vez con ambigüedades, diciendo sin decir nada.
—Tus manos están tibias —siseó Sara, notando que a él se le hacía difícil soltarla.
—Tu rostro lo está —replicó él, pero ella sabía que eran sus manos, las manos del vampiro emanaban tibieza. Tal vez era la fogata, la confusión, su sangre alborotándose al prever una mordida, porque él ya abría su boca con la mera intención de extraerle el néctar vital.
Él la miró, y por una milésima de segundo dudó sobre qué hacer: beber de ella o concluir lo que había empezado en el Sabbat. Joan se acercó a la rosada boca de su presa, como en ese entonces. Esta vez, hambriento, colisionó sus labios contra los de ella, envolviéndola en un beso que se creía impropio de él, mordisqueándola, estirándole los labios con una sutil violencia. Ella lo correspondió sin quejas. Él aún sostenía su rostro entre sus grandes manos, dejándola inmóvil, a su merced.
De inmediato, antes de arrepentirse, él se apartó.
—¿Quieres que siga? —preguntó en un gruñido.
Ella asintió, porque sí, era verdad. Él era dulce, sensible, enigmático, pero sobre todo rebalsaba de sentimientos, lo sabía. Sara se divertía intentando interpretar el misterio tras sus palabras imprecisas y sus miradas profundas, más ahora que mostraba tener un corazón palpitante. Podía estar en buenos términos con Joan, podía regalarle sus besos y aceptar sus caricias, le agradaba porque él no hacía más que hacerla sentir bien.
Se besaron, y se besaron. Sara dejó que entrar su tímida lengua y lo acarició con la suya, se deleitó con sus suspiros, y estiró sus brazos hasta su cabeza. Tocó su fino cabello castaño y enredó sus dedos en él. Joan se quitó su saco, lo arrojó al suelo, recostando a su ofrenda sobre él.
—Joan —musitó Sara, vaticinando lo que se venía.
Joan frunció la nariz en un gesto enojado, mostrándole sus dientes siniestros. Sara abrió sus ojazos sintiendo pavor, por un momento no parecía él.
—Quiero tomar tu sangre —rumió.
A veces olvidaba que se alimentaban de ella. Su apetito se confundía con lujuria.
Encima de la joven, Joan se arrastró como un depredador. Tomó su pierna pasando su lengua en el interior de la misma, ella contuvo un gritillo al sentir un cosquilleo inesperado. Él sonrió, le gustaba su reacción, luego la observó con ojos magnéticos, y ella pudo notar el brillo intenso de su mirada feroz, era abrumador. Luego lamió el mismo lugar de su otra pierna, esta vez no la sorprendió, pero de igual manera su cuerpo femenino se contorneó.
—Todo este tiempo —susurró Joan con la voz ronca—. Tomé sangre de tu pequeña muñeca. ¿De dónde debería tomar ahora que somos tan cercanos? —preguntó aspirando el olor de su piel—. ¿Dónde te gustaría sentir el placer, Sara? Guíame.
Sara mordió su labio, repleta de congoja, era extraño que se lo preguntaran. ¿Dónde le gustaba más? Pero luego recordó las palabras de Azazel, las de los gemelos; no era malo que lo disfrutara si así lo deseaba. Ella quería, él también, las excusas estaban de más, había que calmar las hormonas cuando los colmillos las alborotaban.
—En cualquier sitio se siente bien, me gusta siempre, en todos lados —confesó y su corazón comenzó a latir queriendo escapársele del cuerpo, lo sentía chocar contra sus costillas. Estaba actuando sin vergüenza. Los largos dedos de Joan la recorrían, mientras su mirada analítica rastreaba cada centímetro de su piel.
—Eres linda, y con desgracia la única por estos lares —dijo él al desabrocharle los botones de la camisa—. No hay manera que un hombre o un vampiro pueda resistirse en estas condiciones deplorables, va contra la lógica.
La humana tragó saliva. Él le desnudó el torso, la levantó para quitarle todo por completo y con ello su sujetador. Solo con su falda, Sara esperaba a que eligiera un lugar donde clavar esos puntiagudos dientes, y así sustraer su valioso alimento.
Los dedos de Joan llegaron hasta sus pechos, él los apretó, jugó con su centro, bajó sus labios y comenzó a lamerlos de un modo suave y fascinante, tomándose su tiempo para cada caricia.
Era evidente por qué la relación con Carla no había dado frutos, él no era sádico como las vampiresas; era pasional, dedicado y meticuloso hasta para hacer un mimo. Ese era su encanto.
—Supongo que si muerdo aquí, será más dolor que sangre lo que saldrá —dijo ronroneando al succionar su pezón.
Las tibias mejillas de Sara, junto a sus labios mojados, se contrajeron de la timidez que le provocaba ser tomada tan con tanta ternura. Él ascendió hasta su cuello.
—Aquí es el mejor lugar, donde tus venas palpitan ansiosas —dijo pasando su lengua mojada a lo largo del mismo—. Tu cuerpo lo desea, lo sé.
Sara se crispó. Joan bufó antes de clavarle los colmillos, con exactitud, entre el hombro y el cuello.
Y de repente la delicadeza. La borrachera que le provocaba la suave succión, que en su cuerpo se adentraran sus partículas de saliva, alterando todas sus células. Era la gloria. Los dedos de aquel joven la rozaron bajo su falda, sin separarse de su mordida. Él corrió la ropa interior para tocarla por dentro, para hacer movimientos pausados y circulares en su centro, y más al fondo, investigando cuanto podían hundirse en ella. Sara no podía negarse a tal delicia.
Ella no sabía cómo había llegado a eso con él, de un momento a otro darían un paso más. La tensión se rompía. Joan terminó por quitarse su ropa, para subirle la falda y posarse arriba de ella. Se movía con lentitud, entrando en su ser, manteniéndose unido a su cuerpo en profundos besos. Su modo de ser era devastadoramente bondadoso. La excitaba y la adormecía, hacer el amor con Joan era un sueño lúcido de placer, en donde cada movimiento era un profundo éxtasis interminable, demoledor y a la vez contenedor. No había perversión, tan sólo el deseo de estar más cerca y unido al otro.
El cielo los envolvía en un tono petróleo, la luna rebosante de brillo les sonreía; las estrellas tintineando le daban la sensación de estar sumergidos en una fantasía. Joan la mantenía caliente con su cuerpo. La fogata se consumía, el placer los hacía llegar a la cima. Un último alarido orgásmico brotó de la garganta femenina, que el vampiro acalló a besos para luego colocarse a su lado.
—Perdóname. —Joan envolvió a Sara entre sus ropas, las noches eran frías a la intemperie—. No pude detenerme.
Sara sonrió, enrollándose con él.
—¿Crees que sólo los hombres disfrutan de esto? —indagó ella—. Eres inocente, Joan, si no quería hacerlo te lo hubiese demostrado. Quería seguir y tampoco pude contenerme. Me gustas.
Él mordió sus labios conteniendo una sonrisa, para luego besarla.
—Deberíamos entrar, de verdad no quiero que tengas frío.
—Todavía estoy acalorada —rió ella—. Pero vamos, no quiero más sermones de Azazel por hacer cosas indecentes en los bosques.
Sara decidió que lo mejor era regresar a su cuarto, se relajaría antes de pensar en hablar con Adam, había perdido a su familia, no era un tema que podría abordar con liviandad.
De camino a sus aposentos, una imagen poco agradable la espabiló y nubló sus pensamientos.
Atraída por la discusión de algunos hombres, se encontró con Azazel y Evans intercambiando palabras con Tony, el cual estaba bañado en sangre y con la ropa destrozada. Sara, impactada por la situación, decidió mantenerse escondida tras un muro, no le hacía gracia pensar que sucedería si se interponía.
—¡No molestes, Azazel! —gritaba Tony fuera de sí—. ¡No eres mi padre!
—¡No te pases de listo! —respondía el director, furioso—. ¡Estás poniendo a todos en peligro por tus idioteces! ¡¿Qué mierda tienes en la cabeza?! ¡Se acaba de anunciar la muerte de todos los Belmont!
—Tony, debes entender que esto va más allá de un capricho —trataba de mediar Evans—. Una vez que te tu periodo de maduración llegue, haz lo que quieras, pero es la vida de todos la que pones en juego.
—¡Es lo mejor que nos puede pasar! —bramó Tony a medida que se alejaba—. ¡Desaparecer de la faz de la tierra!
—¡Ven aquí, no he terminado! —ordenó Azazel, pero Evans lo contuvo.
—Déjalo, esperaremos a que se tranquilice —dijo el profesor de cabellera rubia.
¿Qué había pasado? Sara solo podía relacionar el cambio de Tony con la vez que ella le había nombrado a Clarissa. Le aterraba pensar que era la causante de algo que no podía entender. Decidiendo que por el momento era mejor alejarse, pretendió acostarse, simular no haber visto nada de aquella discusión.
Un camino distinto tomaba Joan, sin enterarse del altercado de Tony y los directivos. Luego de bañarse, cacheteaba su cara frente al espejo para retomar su imagen habitual de chico serio y maduro, lo cual era un desafío. La sonrisa persistía y se enaltecía recordando a Sara gemir bajo su cuerpo, contraer sus paredes internas, demostrándole que de verdad gozaba hacer el amor con él. No podía contener esa felicidad, ese tonto burbujeo que lo rebajaba al nivel de un perro faldero. Debía ir con ella, deseaba estar con ella un rato más, y buscaría cualquier excusa en el camino a su habitación.
—Joan —lo llamó una oscura voz.
El joven castaño se volteó, tras su espalda reconoció a Demian.
—Dem, ¿sucede algo?
—Te busqué por todos lados —rumió con claridad—. Tuve que esperar a que dejaras a Sara en paz para hablarte.
Joan borró su mueca y tensó sus músculos. No era difícil deducir el humor de Demian Nosferatu.
—¿Qué quieres? —indagó Joan evitando los rodeos.
Demian le extendió una carta.
—Un Sabbat se realizará pronto. Azazel me envió a notificarte —explicó éste, conteniendo la respiración—. Lo que ha sucedido con los Belmont es motivo de sobra para apresurar la reproducción de los nuestros.
—Mi familia no está en extinción. —Joan arqueó una ceja y notó como Demian se volvía más furioso—. Pero estoy obligado a ir, entiendo.
—No te quedarás con Sara —siseó Nosferatu.
—¿Tú te quedarás con ella? Tienes la carga de restaurar tu clan —recordó Joan, mostrándose desafiante—. Demian, no se trata de lo que yo quiero, se trata de lo que ella quiere. Ten piedad, hay muy pocas cosas que Sara puede decidir. Cuando lo haga, respétala.
Demian encogió su rostro, como si fuese a llorar. Joan tenía razón, no podía obligarla a nada, no si de verdad la quería.
—Demian. —Joan colocó una mano en el hombro de su compañero—. Mira, creo que hay que valorar el hecho que Sara se esté abriendo a nosotros, que no nos ve como monstruos, que no nos teme. Creo que hay algo que deberíamos aprender de los gemelos.
—¿De los gemelos? —indagó Demian en la congoja.
—Ellos son felices con estar más cerca de ella, son felices compartiendo su tiempo —declaró—. No hay celos, ¡nada de celos! Y los envidio en ese aspecto. Es algo que me gustaría ejercitar. Quiero sentir la compersión con Sara.
—¿Compersión? —indagó Demian—. ¿Es otra palabra rara al estilo poliandria?
—Un poco. —Joan rió—. Es lo contrario a los celos, es sentir la felicidad de verla feliz, aunque sea con otro. Un sentimiento desligado del egoísmo, de la posesividad. Creo yo, lo más cercano a un verdadero amor.
—¡¿Amor?! —inquirió Demian, más que confundido, ¿había oído bien? ¿Joan hablaba de verdadero amor respecto a Sara?
—Es un decir —se excusó éste—. No tiene que molestarnos que Sara sea querida y protegida por otros, que se sienta libre, feliz, humana. No somos competencia, Demian. Somos compañeros.
Demian frunció su entrecejo. Era utópico decirlo, y del dicho al hecho había un largo abismo. Por lo menos para él. ¿No sentir celos de ver a la mujer que quería con otro? ¿En qué cabeza cabía?
—No me es fácil —expresó Joan—. No me es nada fácil. Pero quiero intentarlo, por ella y por mí.
—¿Y qué vas a hacer? —preguntó Demian.
—Bueno, ahora me dirigía a su habitación —confesó—. Luego de haberlo hecho con ella, debes entender que es un poco difícil despegarse.
—Entiendo. —Demian agachó su mirada.
—Puedes venir conmigo —dijo Joan, y Demian abrió sus ojos a más no poder—. Si quieres estar con ella, y si ella lo permite, podemos dormir cada uno de un lado de la cama.
—¡Sí! —respondió Demian, sin siquiera dudarlo.
—Vamos. —Joan siguió su camino, y tras él caminó Demian,
Ni él se reconocía apostando a la compersión, pero sería un reto, al igual que la poliandria. Evaluando su situación, todo era preferible a desistir por completo.
Sara secó su cabello tras tomar un baño y envolvió su ropa sucia para llevarla a la lavandería al día siguiente. Al relajarse, su cuerpo ya podía sentir el dolor en sus articulaciones, sus músculos parecían machacados por una aplanadora. Se acostó y su cama se sintió como una dulce nube en la que podría permanecer una semana entera. Más allá de todas las situaciones vividas, el insomnio no la haría presa de sus garras.
Cerró sus ojos y se decidió a no pensar más.
Demian y Joan ingresaron a su habitación a hurtadillas, ambos sonrieron al verla desparramada y con el cabello aún húmedo.
Ellos se acercaron un poco más, cada uno se colocó de un lado de la cama. Sara tenía el entrecejo encogido y un puchero en su boca: padecía alguna pesadilla. Ellos la rozaron con sus dedos.
—Sara —murmuró Joan al besarle la mejilla.
Ella no tardó en pestañear, y en sobresaltarse al sentirlos acorralándola.
—¿Qué hacen aquí?
—T-tranquila —musitó Demian, quien la besó de igual manera—. No queríamos asustarte.
—¿Podemos dormir contigo? —preguntó Joan, sin rodeos. Sara los observó con sospecha.
—Procuren no agitar mi cuerpo —remarcó ella, colocándose en medio, dejando un espacio para cada uno—. Me duele demasiado.
Ambos volvieron a sentir el bienestar de su compañía. Y, antes que se arrepintiera, se quitaron sus ropajes para enredarse entre sus tibios brazos y esponjados muslos.
De inmediato, Sara comenzó a lanzar un suave ronquido que hacía reír a sus acompañantes. Estaba exhausta, era probable que no hubiese asimilado la situación. En cambio, los chicos, permanecieron a oscuras un rato más, acariciándole la piel, deleitándose con el momento, pensando en sus cosas, cosas que sólo ellos sabían.
—Gracias por compartirme tu día, Joan —farfulló Demian, con la vista en el rostro de su chica.
—No hay porqué —respondió él, arrullando a su novia un poco más—. Siempre que puedas hacerle un bien, una caricia, darle una sonrisa, bastará para mí.
—Estás raro. —Demian miró a Joan a través de Sara—. No pensé que ella te interesaría de este modo
—Yo tampoco, solo sucedió. —Joan siguió dejando besos en la espalda de Sara—. Y esperar una semana para estar con ella es demasiado. Así que me devolverás el favor cuando sea tu día.
Demian arrugó sus labios. Joan no daba puntada sin hilo, nunca. De igual modo le parecía un trato justo, él tampoco soportaba esperar una semana para dormir a lado de Sara.
Joan no era inocente, y lo que buscaba no era compersión, era conveniencia.
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