25. El centro de la tormenta
Los fluidos rojos rebalsaban en las copas, doncellas curvilíneas recorrían los espacios portando los nauseabundos manjares, listos para que los invitados se deleitaran con el sabor a muerte.
En el castillo de la milenaria familia Arsenic se concentraba una gran cantidad de vampiros de alto rango. Allí se realizaría un gran debate, luego de la tragedia que había culminado con la familia Belmont.
Los Arsenic, eran la familia era la más remota entre los vampiros. Los rumores hablaban de su linaje directo con Lilith, la primera mujer de Adán, sí, antes que Eva. Pero como él no la complacía, ella decidió irse con Asmodeo, el demonio de la lujuria, dando vida a los primeros vampiros, esos seres débiles para estar en el infierno, pero inaceptables en el cielo. Por lo que no les quedaba más remedio que deambular en la Tierra viviendo cual parásitos.
En lo alto de las escalinatas de su morada, Bladis Arsenic hizo su aparición. Era el vampiro más viejo de la hermandad, un milenario, contaba con una apariencia de no más de treinta, como todos los que alcanzaban la madurez, y ahí quedaban, estancados por toda la eternidad. El cabello oscuro se le pegaba al rostro delgado, brilloso; sus ojos blancos, vacíos y sin alma, escudriñaban imperiosos a su gente. Su piel pálida, de venas rojas y violáceas, lo recubrían otorgándole un aspecto enfermizo, pero sobre todo demoníaco.
Él descendió los peldaños en completo silencio, algunos se reverenciaban ante él. La discusión comenzaba.
Un revuelo de opiniones cruzadas creaba gran alboroto. Todos creían saber que resolución tomar respecto a los exorcistas, sin embargo, los Belmont no eran la primera familia en desaparecer.
—El mundo ya no es nuestro —se impuso Azazel con impertinencia—. Es de los humanos, sus tecnologías nos hacen ver como un chiste. Lo único que pudimos hacer bien es aliarnos a ellos, gracias a mis negocios con el Vaticano es que sus hijos se mantienen a salvo. Recuerden que tengo en mi casa al último Belmont y al último Nosferatu.
—Debes estar contento —comentó un hombre alto y rubio de piel blanca, Simón Leone, líder de una vieja mafia vampírica y padre de Tony—. Tú y el harem de Imara han hecho de las suyas, pero nunca dejarán de sentirse como humanos, ¿no? Debe haber mucho resentimiento en esos hombres, que ante nuestros ojos no son más que niñitos a los que les arrebatamos todo.
—Simón... —Azazel ladeó su cabeza manteniendo su mueca feliz—. Pasaron trescientos años, basta ya. ¿Acaso los vampiros tienen memoria de elefante? Trata de ser objetivo, tengo un par de colmillos y sed de sangre, estoy de tu lado.
—Azazel —susurró Bladis con su voz cancerosa y su mirada nevada—, ¿qué propones?
Una ola de susurros colmó el lugar. El milenario le daba la palabra al impuro.
—Dispersarnos, modernizarnos, una vida en conjunto a los humanos —explicó el director del Báthory siendo sensato—. Dejar la simulación diabólica, los castillos que se caen a pedazos, las ceremonias inútiles. Pudimos demostrar que podemos vivir de donaciones, que las ofrendas son suficientes para los novatos. Entonces, ¿por qué insisten con estas tradiciones? Secuestrar y traficar personas para comer su carne y beber su sangre fue lo que llevó a los Belmont y a los Nosferatu a la muerte. No era necesario, ellos se lo buscaron en su afán de vivir del pasado.
El viejo Bladis hizo silencio, todo el mundo esperó su veredicto. Que le cediera la palabra a Azazel no era menor, significaba que, luego de tres siglos, su palabra tenía algo de valor. ¿Quién sabía? Bladis Arsenic era un misterio que nadie se animaba a resolver.
—¡Eres un desgraciado! —exclamó una mujer, de ojos rojos y cabello castaño, en medio del silencio, era Catalina Báthory, hermana de la difunta Imara, directora del Báthory de mujeres—. ¡¿Dispersarnos?! ¡Eso es disolver la hermandad! Lo que tú quieres es que vivamos como ratas, escondiéndonos en las alcantarillas hasta desaparecer por completo. ¡Ese siempre ha sido tu sueño!
Azazel rodó sus ojos manteniendo una sonrisa.
—Estoy dispuesto a hacerlo solo, nada me ata aquí —dijo Azazel—. Solo ustedes me atan porque me necesitan. De otro modo los hijos de las familias quedarán a la deriva, sus negocios decaerán. Sin mencionar que todavía no confían en mí como para dejarme libre, en el mundo, con sus secretos.
La discusión se prolongó durante toda la noche, sin llegar a un acuerdo fijo, puesto que Bladis Arsenic tan sólo se limitaba a ver como discutían todos sin resolver nada en lo absoluto. Azazel volvió al castillo al amanecer, debía retomar el trabajo. Estaba feliz de no haberse guardado nada, más aún estaba alegre de que Bladis le hubiese cedido la palabra. Ese era un logro importantísimo, considerando que en toda su vida, era la primera vez que el viejo vampiro lo hacía. A pesar de su cara de nada, el viejo milenario ya no tenía alternativas.
La noticia del extermino de la familia de Adam había llegado como un puñal sin anestesia. Una impresión recorría la espina de Sara, con solo pensar que podría haber muerto junto a Adam esa noche.
<<Si yo hubiese sido sumisa, como siempre, sino hubiese actuado, sino lo hubiese incentivado >>, pensó.
Sara se agarraba la cabeza, no quería preocuparse en lo efímero de la vida. Pero a cada instante recordaba a Laia, Carla, los hermanos de Adam, esas personas repugnantes ya no existían más, eran polvo, comida para gusanos. No importaba cuan longevos pudieran ser. La muerte no perdonaba a nadie.
La eternidad no era tan eterna. No le alcanzaban las palabras hablarle a Adam, no tenía idea que decirle. En cuanto Azazel había dado la noticia nadie pudo reaccionar, todos quedaron inmóviles.
Adam, en silencio, se alejó por los pasillos.
Ella tocó su hombro, pero éste la apartó. Todo ese acercamiento que habían tenido se esfumaba, y era razonable, ¡él tenía tantas cosas que procesar! Y ella, ¿qué podía decir? No tenía idea lo que significaba perder a toda su familia, asimismo deshacerse de sus demonios sin siquiera verlos sufrir un poco.
No habría clases ese día, por lo que la ofrenda se mantuvo junto a Francesca en la biblioteca.
—Justo iba a mostrar mi ensayo a Víctor —masculló Francesca, dando una última ojeada a sus textos—. ¡Qué fastidio!
—Esto no es menor —respondió Sara, buscando algún libro de su interés—. Azazel fue corriendo a una reunión, llegó esta mañana, ¿qué crees que suceda de ahora en más?
—Supongo que nada, por lo que oí no son los primeros, ni serán los últimos.
—¿Tienes en cuenta que podemos morir en un ataque? —preguntó Sara, casi ofendida.
—¿Deberíamos escapar? —inquirió levantando sus ojos celestes y frunciendo su pequeña boca rosada—. ¿Recuerdas cuando Ámbar y tú siempre lo intentaban?
—Y fracasábamos.
En un momento, su superficial discusión se vio irrumpida. Joan había entrado a la biblioteca mostrando indiferencia hacia ellas, de inmediato se dirigió a un estante específico, de donde tomó unos cinco libros. Con Francesca lo observaron en silencio, él era como un fantasma, poco se hacía notar y era mejor así, cada vez que él hablaba envolvía a Sara en situaciones problemáticas, ella quería creer que no era intencional. Entre tanto recordó que era su día con él, ¡pero todo se había alborotado tanto!, y a veces lo olvidaba, hasta que veía sus tareas incompletas.
Joan abandonó la habitación sin siquiera notar la presencia de las muchachas.
—La que iba a ser su prometida fue asesinada —farfulló Sara a su amiga, la cual abrió los ojos muy curiosa—. Ellos cortaron en el Sabbat, y luego pasó a ser prometida de Adam; estaba esa noche en la mansión Belmont.
—¿Él la quería mucho? —preguntó haciendo que Sara se encogiera de hombros.
—No lo sé, siempre me ha tratado con respeto por ella, sin embargo creo que el sentimiento no era recíproco —respondió recordando las situaciones vividas—. Además, en cuanto cortaron, me propuso ser su novia, por lo que no puedo tomarlo más que como un acto de despecho.
—¡Profesor, Víctor! —exclamó Francesca, ignorando lo que su amiga acababa de decir. A veces era como hablarle a una pared.
El profesor devolvía algunos libros a sus estanterías.
—¡Profesor! —corrió ella hacia él.
—Francesca —respondió seco, sin mirarla.
—Estoy estudiando —expresó entusiasmada—. Me gustaría que me enseñara un poco más, tal vez usted podría...
—No, ya te dije que no hago trabajos fuera de mis cátedras —respondió devolviéndole una fría mirada tras los cristales de sus lentes.
—Entonces... —Fran ladeó la cabeza—, ¿me muestra como toca el piano?
—Ya no moleste, Francesca —dijo casi apretando sus dientes al hablar.
—Por favor —suplicó juntando sus manos en plegaria mientras daba saltitos—. Quiero oírlo otra vez —insistió tomándolo del brazo.
Fue lo peor que pudo hacer. Víctor se separó de su agarre en un violento movimiento que la hizo tambalear.
—¡No vuelvas a tocarme, niña! —gritó.
El corazón de Sara y el de Francesca dejaron de latir por un eterno segundo. Él la miraba de forma rabiosa, ella había logrado sacar lo peor de Víctor.
Francesca hizo un movimiento mecánico, se apartó diez centímetros de él, agachó la cabeza, y sus hombros comenzaron a temblar. Sara reconocía esa posición, y lo que diría después.
—Perdóneme, profesor, no me castigue — dijo esforzándose por no llorar.
Ella tiritaba como una hoja, al igual que Sara. No podían pestañear, hacer enojar a un profesor era lo último que querían.
—No vuelvas a tocarme —volvió a decir apuñalándola con sus palabras—. Y no vuelvas a molestarme o te juro que haré que te devuelvan al antro de donde viniste.
Paralizadas, las ofrendas no debían jugar con los límites.
Sara sentía pena de ver a su amiga así, haciendo esa pose, diciendo esas palabras que la habían salvado de castigos físicos, pero la habían obligado a humillarse de otras maneras. Francesca asentía aún con su cabeza baja, su sonrisa forzada y sus lágrimas escurriéndose por sus mejillas hasta llegar al suelo. El Báthory no era un paraíso, pero el Cordero de Dios era un infierno al que no quería regresar.
Víctor se retiró de la habitación sin más.
Francesca permanecía dura cual estatua. Sara corrió a contenerla, pero ella se recompuso, limpiando su rostro con un movimiento veloz.
—Fran —balbuceó colocándole la mano sobre la espalda.
—Lo arruiné —suspiró—. Espero que no te moleste, iré a mi habitación —dijo sonriéndole con sus ojos irritados—. Voy a estudiar, tal vez si saco buenas notas logre que el profesor no me devuelva al antro.
Ella rió de un modo asquerosamente falso, luego de eso huyó de Sara, dejándola sola.
Los nervios persistían, por un momento, Sara había pensado que Víctor abofetearía a Fran, sin embargo se trataba un de un gran susto.
La ofrenda esperó a calmarse antes de retirarse.
Cada quien por su lado, así eran las cosas en el Báthory. Víctor, aún crispado, se dirigía al comedor con sus compañeros. Su sitio preferencial se reservaba para él junto a Azazel, Evans y Liam. Por el momento no compartían con más tutores, eso se debía a la baja de natalicios y conversiones vampíricas. Los cuatro preferidos eran más que suficientes para instruir a toda la juventud.
La variación de pupilos, de un año a otro, era muy diversa. Existían veces que, con suerte, había un pequeño grupo de alumnos impuros, o de mestizos, mientras que los puros escaseaban con más frecuencia. Azazel ya pronosticaba que el actual grupo de los puros sería el último hasta dentro de veinte años, considerando que los tipejos que Sara debía alimentar eran los más pequeños de sus familias, y no nacían nuevos.
Por el momento, la situación era impredecible, más por el exterminio de los Belmont. Serían algunas décadas sin nuevos puros. Además, a los vampiros les costaba horrores reproducirse, sus ciclos de fertilidad eran escasos, un día cada dos años, el cual solía ser irregular.
Víctor se sentó sobre sus aposentos manteniendo una serie expresión, Azazel mantenía una sonrisita con los labios apretados, a su derecha estaba Elizabeth con el entrecejo preocupado y su boca fruncida. Liam reía y hablaba de algo con Evans.
—¿Qué les pasa a ustedes? —preguntó Azazel, ya harto porque no le dieran atención—. ¡¿Qué son esas caras a la hora de la comida?!
—Nada —respondieron Víctor y Elizabeth.
—¿Acaso no les gusta la comida de Evans? —preguntó Liam dando un bocado a sus espaguetis.
—A sido un día largo, estoy extenuado —repuso Víctor.
—¡Por favor! —soltó Elizabeth, para sorpresa de todos.
Víctor arqueó una ceja con disgusto.
—¿Quieres decirme algo, Elizabeth? —indagó Víctor, para nada amable.
Ella hizo una media sonrisa.
—Tu extenuación no justifica como trataste a Francesca —expuso la humana, provocando un sepulcral silencio, situando la atención en su confrontación—. Estaba en la biblioteca cuando te vi maltratándola.
Víctor se puso rígido como una roca, todos esperaron su explicación.
—Es una mocosa impertinente, tan solo has visto una parte del contexto —se excusó—. Esa niña no deja de buscar mi atención, mi aprobación, de atosigarme con sus tonterías.
—¡Está enamorada de ti! —bramó Elizabeth, logrando hinchar una vena en la frente de Víctor, y que Azazel se atragantara con su comida.
—¡Qué idiotez! —Víctor dio un golpe a la mesa, poniéndose de pie—. ¡Mejor deja de meterte en los asuntos ajenos y aprende a leer!
—¡Víctor! —se interpuso Azazel.
—Al menos mi cerebro puede captar las indirectas —gritó Elizabeth, roja de ira.
—Tranquilícense —susurró Evans.
—¡No lo haré! —gritó Elizabeth—, ¡fuiste horrible con ella!
Víctor tensó sus puños, pero antes de seguir prolongando una discusión absurda y sin fin, prefirió abandonar la mesa sin probar bocado.
Disgustado hasta la médula caminó en dirección a su habitación. Su reacción era infantil, y lo admitía, prefería quedar en ridículo a darle la razón a Elizabeth. No por lo del "enamoramiento" de Francesca, eso le parecía una necedad de niños, sino por el hecho que se sentía incompetente con esa niña demandante. ¡Y es que lo sacaba de sus casillas! Nadie se había atrevido a ser tan sinvergüenza con él. En parte era su culpa, culpa de esa noche de Sabbat en donde le demostraba que era más humano que vampiro.
—¡Víctor! —clamó Azazel—. ¿Qué sucede? ¿Qué fue eso?
Era lógico, a Azazel le costaba creer que su "siempre serio" hermano se había puesto a la par de una criatura como Elizabeth, peor aún, que una de adolescente como Francesca lo pusiera tan arisco.
—Lo siento de verdad —titubeó Víctor, quitándose los lentes, frotando el puente de su nariz—. Todo esto de las muertes ha sido repentino. Me cuesta disfrutarlo siendo que nosotros también corremos peligros.
—Lo sé —farfulló Azazel palmeándole el hombro—. Pero no es justificativo, lo sabes. Fran es una niña, una en cientos de años en entusiasmarse con tus clases. Eso no ha pasado jamás, entiendo que te sientas extraño, pero ella no tiene la culpa.
Víctor dejó escapar el aire de su interior, con su vista al techo.
—Le pediré disculpas. —El profesor intentó simular una sonrisa, aunque su esfuerzo era inútil con el director.
—¿Hay algo más de lo que quieras hablar, Víctor?
El hombre de lentes vaciló un poco antes de volver a hablar.
—Temo morir —expresó en seco, Azazel dejó de pestañear—. Temo morir sin haber vivido nunca, sin haber abandonado esta prisión disfrazada de lujos. Sin saber lo que es ser libre de verdad, ¿tú no?
—Por supuesto, y lo siento.
—¿Lo sientes?
—No he logrado mucho en estos años, deberíamos desaparecer. —Azazel sonrió con amargura—. Lo único que me mantiene en pie es verlos aplastados, quiero asegurarme que no harán sufrir a nadie más.
—Quizás es demasiado para nosotros, quizás fuimos muy egocéntricos en pensar que podíamos con todo —farfulló Víctor—. El golpe a los Belmont y la hermandad ha sido grande, hay que agradecer a quien lo hizo, pero estos bastardos siempre se rehacen.
—Quiero confiar que esta vez será diferente. —Azazel se acercó a la ventana de la habitación—. El tablero tambalea, estamos en el centro de la tormenta, y cuando haya una oportunidad tendremos que tomarla, sea cual sea.
Víctor asintió, palmeó la espalda de su compañero y siguió con su camino. Azazel llenó sus pulmones de aire, ya no había consuelo para algunos. Luego de trescientos años de monotonía, pensar que su vida pudiera ser diferente era tan imposible como aterrador.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro