24. Cuestión de tiempo
Las cátedras concluían tras una extensa jornada, la situación aparentaba retornar a la normalidad. Por supuesto, solo eso: apariencias.
El director jugaba ajedrez en solitario en un viejo tablero, quitó la pieza blanca de una torre. Víctor, Liam y Evans se enteraban de la emancipación de Belmont; ahora él se encargaría de acogerlo en el Báthory. Entre detalles y detalles, alguien golpeó la puerta, era Elizabeth.
—Director, los hombres de la santa sede han llegado —indicó ella.
Azazel hizo un gesto para que los hiciera pasar y se retirase.
Dos hombres de traje negro ingresaron al recinto, donde se encontraban los "cuatro preferidos de Imara Báthory", aunque ya no usaban ese apodo hacía más de trescientos años.
—¿Qué los trae por aquí? —indagó Azazel con su mueca habitual—. Dijeron que se trataba de algo urgente, espero no me hagan perder el tiempo.
—Es urgente —señaló uno con seriedad, ladeando sus ojos con algo de rechazo hacia los vampiros—. La familia Belmont fue exterminada antes del amanecer. Suponemos que es trabajo de los exorcistas, están hechos carne molida, como sucedió a los Nosferatu.
Los cuatro vampiros se levantaron de sus asientos, sin poder responder. ¿Podía ser real?
—No han quedado más que vísceras desperdigadas por el suelo —comentó otro, que le extendía las fotos de las pericias forenses—. Tenemos entendido que toda la familia estaba allí, así que...
—Adam Belmont volvió antes de lo sucedido. —Azazel tragó saliva—. Le pedí que no trasnochara allí, para poder asistir a su cátedra especial —mintió para salvarlo de cualquier sospecha, debía adelantarse a los hechos.
Al ver las fotografías, no podían creer que esos viejos, y tan despreciables seres, hubiesen sido reducido a trozos de carne y huesos en un parpadear. La "eternidad" no era más que un chiste. Los demonios Belmont no eran diferentes a cualquier otro mamífero frente a la muerte.
Tal había sido la masacre, que reconstruir los cadáveres sería una tarea de meses. Tan solo podía compararse con lo sucedido a la familia Nosferatu.
—Siempre tardan en atacar —murmuró Víctor, casi parecía sonreír—, pero cuando lo hacen es porque están seguros de ganar.
—Los Belmont quisieron reunirse todos juntos, rompiendo la regla que los protegía —dijo uno de los sacerdotes—. Se convirtieron en una amenaza y un blanco fácil para sus exterminadores.
—Han pasado ocho años de lo sucedido con los Nosferatu —dijo un religioso—. A lo mejor creyeron que los exorcistas no estaban activos. Esto solo demuestra que rastrean cada uno de nuestros pasos con total cautela, aunque les demore décadas.
—Su paciencia es aterradora —expresó Evans.
Azazel peinó su cabello hacia atrás y suspiró.
—De no haber hecho esa locura de conducir, esos dos estarían muertos —musitó haciendo referencia a sus alumnos—. ¿Se sabe algo de las ofrendas y esclavos que acompañaban a los Belmont esa noche?
—Puede que estén entre los muertos —respondieron—. No lo sabemos aún.
—Los Belmont siempre fueron prepotentes —expresó Liam—, a pesar que se les aconsejó pasar desapercibidos, estaban desesperados por la baja natalidad de su familia. Iban a hacer lo que fuera para renacer, por demostrar que todavía seguían en el juego.
—¿Algo más, queridos? —preguntó Azazel a los religiosos, mostrando todos sus dientes en una sonrisa.
—Es todo —respondió uno de los caballeros—. Hasta que no se esclarezca un vínculo real entre exorcistas y los crímenes, no podemos hacer nada. La verdad, al Vaticano no le importa que mueran los tuyos, siempre y cuando no nos veamos involucrados.
—Por otro lado —dijo su acompañante—, espero que no influya con los negocios que tenemos en común.
—Los negocios siguen intactos, siempre y cuando me manden las ofrendas para mis chicos —dijo Azazel, lanzándoles unos pequeños frascos con un líquido transparente dentro, éstos los atraparon con avidez—. Y, por favor, traten de supervisar los conventos. Siempre me mandan chicas maltratadas, ya me estoy cansando de sus perversidades.
Un sacerdote rió por lo bajo.
—¿Por qué habríamos de darles buenos tratos? De todos modos están condenadas, ¿o acaso el que las trates bien durante dos años les ha cambiado la vida que les espera? No les vendas falsas esperanzas, Azazel.
Los tipos se retiraron de la habitación. Azazel les clavó su mirada rencorosa, odiaba que tuvieran la última palabra.
—¿Una familia menos? —preguntó Evans a Azazel, el cual se encogió de hombros.
—La extinción se respira en el aire —afirmó el director—. Sean exorcistas o Belcebú, deberían acabar con todo de una buena vez.
—Los puros van a querer tomar represalias. —Víctor se quitó los lentes y frotó sus ojos—. Ya no son muertes aisladas, son dos familias enteras y puras en menos de una década.
—Dudo que las familias puedan hacer algo —añadió Liam tomando la mano de Evans, él parecía preocupado—. No conocemos al enemigo; en cambio, el enemigo parece conocernos bien.
—Da igual, no me importa lo que digan unos cadáveres de seiscientos o mil años —dijo Azazel—. ¡Elizabeth, trae la champaña! —gritó el director a la mujer que se encontraba en el despacho de al lado.
Ésta refunfuñó al oír los gritos del director, pero de inmediato les llevó las bebidas.
—¡Brinda con nosotros, niña! —exclamó Azazel.
—Es muy temprano aún —dijo ella—. Y no bebo alcohol.
—¡No seas aguafiestas! —insistió Azazel, levantando su copa al igual que sus compañeros—. ¡Por lo que tanto quisimos! ¡Salud!
Al unísono, todos chocaron sus copas manteniendo una sonrisa cómplice.
La noticia aún no llegaba a los más jóvenes. Los vampiros puros se encontraban a la espera de una de sus tantas cátedras especiales, esas de las cuales Sara nunca era partícipe. Los seis revisaban los apuntes administrativos de la gran hermandad vampírica, de la cual, algún lejano día, deberían administrar.
—Chicos... —Liam se asomó a la habitación de estudios—. Azazel no podrá darles la clase. Pueden tomarse la noche.
—Qué raro. —Jeff se cruzó de brazos—. Justo cuando debía enseñarnos sobre inversiones virtuales en el extranjero.
—Te dije que no usaríamos tecnología. —Jack resopló.
—¿S-sucedió algo? —curioseó Demian.
De todos, el director era el profesor más estricto, odioso y exigente. Que un impuro se mantuviera en un sitio de alta importancia, y con las quejas mínimas, requería de instruir a alumnos tan excepcionales que no se presentarán nuevos postulantes a desbancarlo.
—Algunos asuntos de urgencia —explicó Liam, no podía contarles del estado de ebriedad del director, por festejar la muerte de los Belmont. Tan rápido como pudo huyó antes de recibir más preguntas.
Sin nada que decirse, cada uno comenzó a recoger sus libros y apuntes para regresar a sus asuntos personales.
—Oigan. —Joan los detuvo—. Tenemos que hablar, no lo hemos hecho de forma apropiada tras el Sabbat.
Los chicos se voltearon a escuchar lo que tenía que decir.
—¿Hay algo más que agregar? —Jack se encogió de hombros—. Pensé que la situación estaba clara.
—No hay necesidad de hipocresía entre nosotros. —Joan carraspeó su voz—. No necesitábamos que Sara fuera nuestra novia como para darle un trato decente. Aun así lo hicimos. Cada uno lo aceptó porque lo creyó conveniente a su manera, incluso ella.
—¿A dónde quieres llegar con esto? —Jeff contrajo su ceño y se cruzó de brazos.
—Sara solo quiere sobrevivir —prosiguió Joan, y de inmediato bajó su vista al suelo—, y quiere dejar de ser considerada como un mero objeto de intercambio, como la comida. Me gustaría que encontráramos un equilibrio entre lo que desean y lo que ella necesita.
—Creo que vamos por buen camino. —Jack alzó una ceja—. No necesitamos que nos digas que hacer.
Joan levantó su rostro, apretó sus muelas y los miró uno, por uno. Podía notar el desconcierto en sus compañeros, y por ello buscaba las palabras más adecuadas.
—Me preocupa que la dañemos. —Joan tomó una bocanada de aire—. No quiero que sufra, no quiero que la dañen. No lo merece. Es todo. No intento imponerles ninguna moral, porque soy igual, yo solo intento...
—No te preocupes. —Tony se impuso con un tono firme—. Nos conocemos bien, no creo que ninguno intente hacerle mal, y no creo que Sara sea del tipo que no sepa defenderse.
Demian hizo la vista a un lado, la vergüenza lo consumía.
—Yo no tengo nada que ver con esto. —Adam recogió sus cosas y partió fuera del salón.
—Es todo. —Joan, del mismo modo, se apresuró para irse.
Los gemelos se miraron entre sí, y luego siguieron su camino, al igual que Demian.
En cambio, Tony se apresuró a seguir a Adam, quien iba en dirección a los jardines.
La luna brillaba en el centro del cielo, se oían los grillos cantar, y el viento nocturno atraía el perfume de las flores. La noche era ideal para pasear. Adam se sentó bajo un farol y abrió sus libros, los cuales, cerró de inmediato al oír los pasos tras él.
—¿Se te olvidó algo? —Adam frunció su entrecejo y sus labios.
—¿Estás bien? —Tony se sentó a su lado—. No he dejado de pensar. Te fuiste con Sara a tu casa, y luego..., la forma en la que volvieron fue llamativa. El acercamiento que han tenido es evidente.
—Pudimos solucionar nuestras diferencias. —Adam miró sus libros y apretó sus puños—. No significa que sea mi novia. No deberías ponerte celoso.
—No estoy celoso. —Tony le buscó la mirada—. Quiero saber si hay algo que quieras hablar conmigo, sobre lo sucedido en tu hogar. Te pregunté si estabas bien y no respondiste.
—¿Por qué no lo estaría? —Adam miró a Tony a los ojos—. ¿Por qué te importa saber? ¿Qué podrías hacer tú?
—Podría hacer más que un niño de doce años. —Tony mordió sus labios y miró a un lado.
—No podrías hacer nada, porque no sabes nada. —Adam se puso de pie, quedando frente a frente con su compañero—. Y aun si supieras algo, no deberías involucrarte, detesto tu lástima.
—No es lástima, Adam —expresó Tony—. Tienes razón, no sé nada de lo que sucede porque no lo dices. Solo sé que algo anda mal, siempre estuvo mal; y ustedes son los únicos amigos que tengo. Me gustaría que cuentes más conmigo.
—¿Amigos? —Adam comenzó a alejarse de Tony—. No debes preocuparte. Azazel se está encargando, no necesitas los detalles. No volveré a la mansión Belmont.
Tony ya no pudo preguntar más nada. Lo vio alejarse, negado a abrirse un poco más.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro