20. A sus pies
Demian ya no sollozaba, la falsa cara de cachorro herido era historia. Por el momento decidía mostrarse frío e inexpresivo. Sara no entendía que pretendía cuando estaba dispuesta a dárselo todo. ¿Cómo no se había percatado que traía algo entre manos? O quizás no lo había querido admitir. No quería eso de Demian, era decepcionante. La cuestión principal era estar recluida, alejada de todo, sin saber él cuándo odiaba ella ser apresada en lugares como ese. El encierro comenzaba a exasperarla.
—¡Demian, basta! ¡Abre la puerta, esto no tiene sentido! —ordenó sintiendo el calor opresivo de estar bajo tierra; a lo mejor exageraba, pero no podía explicárselo a su mente.
—¡Lo tiene para mí! —se quejó él—. No soy capaz de verte con otro de esa manera. No soy capaz de soportar tus mentiras —agregó apretando sus dientes, sin vacilar.
—¡¿De qué mentiras hablas?! ¡No hice nada malo! —Ella se abalanzó sobre él, tratando de quitarle las llaves, consiguiendo que la tomara con fuerza de las muñecas, dejándola inmóvil—. ¡Sólo quería que me trataran bien, que no tuvieran problemas entre ustedes y conmigo!
—¡Eso es lo que pasa! —gritó el vampiro como nunca antes, clavándole su furiosa mirada—. ¡Haces esto por miedo, me ves como a un monstruo! ¡Jamás me querrás ni a mí ni a nadie! Estaba feliz, pero no es más que una farsa.
No lo entendía, Sara no lo entendía, quería librarse de ese loco. Por supuesto no lo iba a querer con sus reacciones dementes; por supuesto que sólo hacía eso para sobrevivir, ¿por qué si no? Todos lo tenían asumido, menos él.
—¡Te estaba dando la oportunidad! —gritó Sara, como no lo hacía en mucho tiempo, torciendo sus manos—. ¡Podrías demostrarme que vale la pena quererte! ¡Pero en cambio me encierras! ¡Ni los gemelos intentaron someterme así! ¡¿Por qué tú?!
Él soltó sus brazos siendo brusco. Sara cerró sus ojos y se encogió endureciendo sus músculos, esperando el impacto de algún golpe. Demian miró sus manos, y luego a ella.
Frágil, Sara podía desarmarse con un infortunado golpe. Él no sería capaz, jamás lo sería. Se había prometido cuidarla, protegerla, tenía la oportunidad de estar más cerca y ahora lo estaba arruinado todo.
—L-lo s-siento —comenzó a mascullar a medida que sus ojos se aguaban en una expresión culposa.
Sara, respiró en busca de su centro, levantó su vista y lo vio a los ojos. Poco podía entender sus sentimientos, segura que patalear y gritar no serviría de nada.
—Van a encontrarme, así que hagámoslo por las buenas —balbuceó ella, ablandando su cuerpo—. Será cuestión de horas para que me hallen aquí, y te expulsen.
Demian se puso níveo cual hábito de monje, recién tomaba consciencia de su terrible acto.
—S-soy puro, no pueden expulsarme —farfulló—. D-de todas formas, no voy a dañarte.
—Ya lo has hecho. —Sara tomó aire y enumeró—: me has encerrado, me has mentido, estuviste a punto de golpearme.
—¡N-no i-iba a golpearte!
Desesperado, Demian comenzó morderse los dedos de manera alterada, como un niño regañado, estremeciéndola. Sara podía asegurar que si cometía un error, el más mínimo, él podía, o bien lanzarse a llorar o romperle la cabeza con un palo.
—¿Qué quieres que haga, Demian? ¿Qué quieres que haga por ti? —preguntó Sara con su estómago hecho una maraña de nervios, lo último que pretendía era ser sepultada viva en ese ataúd—. Haré lo que sea que te haga feliz, tan solo debes entender que no puedo dejar a los demás, tienes que compartirme. ¿Puedes entenderlo? No depende de mí. Yo no elijo nada aquí.
—E-es injusto. —Demian se volteó y retomó un tono firme—. Yo más que nadie te deseaba. Esperé tu llegada. ¡Me enamoré de ti en cuanto te vi! Tony nunca debió hablarte, Jack tenía que seguir alimentándose de Francesca, Jeff también tendría que haber bebido de ella; y Joan se tendría que haber quedado callado. ¡Sólo les gusta molestar, meterse en el medio! ¡Ninguno te pretende como yo! Se aprovechan de la ocasión y de ti.
Tal vez tenía sus expectativas demasiado altas para una ofrenda, eso era lo que Sara pensaba. Él también la subestimaba, la creía una pobre diabla, víctima completa de los demás. Eso no lo justificaba, su acto era arrebatado.
El silencio los invadió un instante. Demian se dio la vuelta volviéndola a mirar de pies a cabeza. Ella daba pena, asustada, indefensa, sin posibilidad de irse cuando se le diera la gana.
—N- no se hacerlo... —dijo él apretando sus muelas.
—¿Qué? —preguntó Sara, queriendo entenderlo, queriendo llegar a un acuerdo.
—Eso que te hiciste con los gemelos —confesó—. Nunca me acosté con nadie en el Sabbat. Ellos son mejores, todos lo son. Esta es mi única manera de tenerte, de tener tu atención.
Demian elevó su vista oscilante hacia ella. Sara sintió una terrible jaqueca, Demian era un dolor de cabeza. Tenía que ser muy cautelosa al hablar y al actuar.
—Ten clama —dijo la ofrenda, tomando asiento en el cajón—. No huiré de ti, pero no puedes tenerme así. Esto está mal.
—L-lo sé.
—Ante mis ojos son iguales. —La muchacha trató de mostrarse calmada, aunque moría por dentro—. Azazel ya me lo dijo, debo ser responsable y darles el mismo trato, así será.
—Tarde o temprano te decidirás por uno. —Demian dio un paso adelante y se arrodilló ante ella para recostar su cabeza en los muslos de Sara—. Cuando no seas una ofrenda, necesitarás un lugar donde vivir.
<<¿Decidirme?>>
Sara fue condescendiente, estiró su mano a él para acariciarle el cabello enredado, el rostro moribundo. Él se retorcía gustoso entre su falda.
—Me gusta que me acaricies así.
—¿Te vas a disculpar? —inquirió ella—. Lo que me has hecho me ha dado un buen susto. No quiero perder la confianza que empezábamos a tener.
La cara de Demian enrojeció, hacía fuerza para no llorar de impotencia, siendo inútil, sus lágrimas caían, incomodándola hasta la muerte. Demian pensaba en como resarcir la situación, pero no hallaba respuesta. Recién, en ese instante, comenzaba a caer en cuenta de lo mal que estaba.
—Lo siento. Lo siento mucho —lloriqueó—. N-no sé cómo llegar a ti como deseo. No puedo expresarme, n-no puedo acercarme.
Ella lo envolvió en un abrazo, le daba pena que no fuera por un cariño sincero, pero quería estar en buenos términos. Sara quería seguir creyendo en la idea del chico tímido con sentimientos novelescos. Lo esperanzador era que mostrara arrepentimiento, que no pasara a mayores, haciendo cosas que no tuvieran perdón.
Él elevó su postura para abrazarla por la cintura, le apretó su cuerpo, hundiendo su maraña de pelo cobrizo en el hueco entre su cabeza y el hombro. Decididamente, clavó sus colmillos en ella, tomando su ración de sangre. Se sentía bien, ambos se tranquilizaban de a poco. A ella le daba fuerza para proseguir, teniendo en cuenta que podía escapar de ese calabozo, pero no del Báthory.
Demian se detuvo, sin dejar de abrazarla. Sara tampoco dejó de hacerlo. Ella sobó su espalda y le masajeó la cabeza hasta que él respiró con normalidad.
Deseaba que todo terminara rápido. Deseaba regresar al castillo.
—Q-quiero que me enseñes —susurró él, estrujándole el cuerpo—. Eso que hiciste anoche con ellos.
<<¿Qué?>>
Un escalofrío le recorrió la espalda a la chica. ¿Enseñar? Ella no era capaz de eso. Ellos la tomaban y lo hacían, no obstante con él sería diferente. Demian carecía de total experiencia en algo que anhelaba con locura. Él ya había aflojado su cuerpo, y ahora, arrodillado en el suelo, la miraba de soslayo, mordiéndose los labios con rastros de sangre. Había tomado mucho valor para admitir su completa ineptitud, sus ganas de aprender a cortejarla con el cuerpo. Pero era raro, no era como estar con un demonio, tampoco con un humano. La naturaleza de los vampiros era cada vez más confusa.
No se suponía que fueran así, o quizás era un gran engaño.
<<¿Acaso no desciendes del demonio de la lujuria?>>, pensó, aunque no lo dijo en voz alta para no herir susceptibilidades.
—Demian —farfulló insegura, tomándolo de las manos—, no creo ser capaz de enseñarte bien, nunca fui la de tomar las riendas del asunto, así que será mi primera vez intentándolo.
Él volvió a mirarla, sorprendido, como si no hubiese esperado que aceptara. Incluso él se asombraba de lo que ella era capaz de hacer. Siendo la causa, el miedo de no salir viva de ese sitio.
Ambos se pusieron de pie. Sara se acercó a su lado; sus manos temblaban, aun así las llevó hasta su terso y blancuzco rostro, Demian se quedó impávido al sentir el cálido tacto.
Sara estiró su cuello y lo besó en los labios. Sabía al óxido de su sangre; así, cerró sus ojos y continuó haciéndolo, a pesar que les costaba reaccionar. Ambos tenían miedo, inseguridades, incluso vergüenza.
Esa era la segunda vez que lo besaba por iniciativa propia, y ante su sumisa recepción, admitió sentir una pizca de poder, como si hubiese descubierto la clave para tratarlo. No estaba tan mal estar del otro lado, sentirse la domadora de bestias.
Ella se separó, con el fin de contemplar su expresión. Sus ojos entre cerrados, su boca semiabierta, sus mejillas relajadas, todo indicaban que lo había hecho bien. Estaba a su merced, tenía los hilos de Demian en sus manos.
Era momento de dar el segundo paso, haría bailar a su títere. Dejar las cosas a medio hacer podía tener un efecto catastrófico.
Con torpeza desabrochó, uno a uno, los botones de su camisa. Y, aunque sus manos tan sólo lo rozaban, podía sentir el pecho de Demian a punto de explotar. El latido de su corazón era incesante e inquieto.
Dejó a Demian con su torso desnudo, era blanco, pecoso y sin vida, tal vez una particularidad de los vampiros. Sus venas azules y violáceas lo recorrían como un paisaje inquietante de un ocaso hecho con acuarelas. Sara comenzó a quitarse la camisa también, dejándose el sujetador. Él miraba asustado, sin saber qué hacer. No se imaginaba cuánto miedo tenía ella en ese momento, tal vez más que él. Pero, como más de una vez, debía ser valiente. No era algo que no hubiese hecho antes, y hacerlo con Demian no sonaba desagradable.
La humana se arrodilló y acercó sus manos a la hebilla de su pantalón. Él lanzó un ahogado clamor al sentir las manos convulsas rozarle sobre su vientre bajo. Una sonrisa se dibujó en la pervertida. Él le daba pena y terror, sentía que no podía odiarlo, pero sí castigarlo. Para hacerle pagar, deslizó sus pantalones hacia abajo, y él la detuvo antes de que quisiera dejarlo desnudo. Tenía vergüenza de su cuerpo, ¡era tan melodramático!
Ella, yendo más rápido, lo despojó de toda prenda.
—N-no —Demian cubrió su entrepierna.
—¿Estás seguro que no quieres un beso aquí? —preguntó haciendo un repiqueteo con su pestañeas.
Él volvió a destaparse, dejando la vergüenza de lado. No sería capaz de perder esa oportunidad.
Sara actuó, lo tomó de su miembro y comenzó a lamer con delicadeza. Demian gemía, se contraía y temblaba. Eso solo la provocaba más, por lo que las lamidas se convirtieron en succiones, en besos incontenibles.
Demian ya no pudo soportarlo, intentó alejarse, pero ella lo retuvo en su boca.
—¡Lo siento! —clamó exasperado....
Sara limpió sus comisuras y se puso de pie.
—Está bien —sonrió—. Sé que puedes seguir.
Él se acercó exasperado para besarla.
Sara percibió sus manos fluyendo hacia su falda. Ella lo ayudó con sutileza, al notar que no podía quitársela por sí solo.
—¿Q-qué debería hacer? —preguntó él, manteniendo su frente unida a la de ella, chocando sus alientos.
—Acuéstate, yo me encargaré —indicó entendiendo su inocencia.
Él hizo caso, se recostó sobre la pequeña cama improvisada en el cajón; ella apretó sus ojos, tomó aire, e hizo lo que nunca se hubiera imaginado hacer.
Se subió a horcajadas sobre su cintura, pasando una pierna de cada lado. Sus manos comenzaron a acariciarle torso, mientras se balanceaba sobre su erección. De nuevo, él estaba encendido, embelesado con esos actos, ella podía sentirlo, dilatado entre sus muslos.
Terminando de desvestirse, ella contempló esa mirada asustada, ¿acaso ella ponía la misma expresión cuando la atrapaban? Era morboso que le gustase, que le despertase un lado oscuro que desconocía.
—Sa-Sara... —gimoteó al sentir como ella se agazapaba sobre él.
—¿Quieres seguir? —preguntó Sara, aunque su cuerpo se lo corroboraba.
Él asintió con velocidad, haciendo la vista a un lado. Su expresión era tan temerosa que a ella le daba ganas de detenerse para abrazarlo, o ahorcarlo. En fin, ya estaba en el lodo, quitarle o no la pureza a un hombre vampiro no cambiaría su condición de retorcida. Si ellos eran demonios, ella era Satanás. Su pase al infierno era de privilegio.
Agarrándolo de su miembro, con lentitud, lo fue introduciendo en ella. Costaba un poco, era más grande que el de los gemelos, y la falta de juegos previos no la habían excitado demasiado. Pero al él le gustaba, ella lo supo con el suspiro que dejó escapar al entrar en el cuerpo de una mujer por primera vez.
Demian le hizo entender que era buena en eso, aunque no quería enorgullecerse. Colocando sus manos en su cadera, Sara se removía de manera vertiginosa y por momentos con calma, todavía tenía la condescendencia de hacer que lo disfrutara y no se acabara tan deprisa.
Quería hacer de ese momento un recuerdo satisfactorio para ambos, decidiendo que lo mejor era saciarse del mismo modo. Ella tenía el timón, ella había optado por esa salida, no podía desentenderse, por lo que movió su cuerpo hacia donde más la estimulaba, cambiando el ritmo lento a uno más acelerado. Siguió mirando a Demian a los ojos, viéndolo indefenso, viendo controlado, dominado con el placer que le provocaba.
Él alzó sus manos para tocarle los pechos, los apretaba de manera bruta, gimiendo, retorciéndose. Ella suspiraba, tratando de no volverse loca ante el goce que le generaba. Lo estaba disfrutando otra vez.
Iba a llegar al clímax, pero antes, Demian la colocó bajo su cuerpo, aligerando el ritmo de sus estampidas violentas hasta el final, clavándole los dientes con saña, haciendo sus venas estallar. La sangre corrió por las sábanas como pétalos de rosas, mezclándose en sus cuerpos, pintándolos de locura. El aroma a sangre y sudor se intensificaba y se unía al encierro, a las flores marchitas, al vapor de los cuerpos.
Ella gritó, y gritó, y no le importó que las aves del bosque oyeran, y escaparan espantadas por los alaridos de placer.
—No, no puedo más —sollozó él, y de su garganta brotó un gutural gruñido del que se escurrían borbotones de sangre.
—No vuelvas a hacer algo de lo que puedas arrepentirte —jadeó Sara, al notar que él estaba teniendo un orgasmo, llenando su cuerpo de un helado bálsamo—. Si quieres que funcione vas a aprender a compartir...
Demian asentía sin contradecir. De su boca abierta caía saliva carmesí en el cuerpo y la boca Sara. Estaba obnubilado por su primera vez.
El vampiro iluso, cayó rendido en el blando pecho de su ofrenda. Aún la manoseaba curioso. Pretendía descifrar el enigma del cuerpo humano y femenino de aquella que lo volvía loco, que sacaba lo mejor y lo peor de él. Sus cuerpos envueltos de éxtasis reposaron hasta retornar su ritmo normal.
Lo había logrado, la humana, lo tenía a sus pies.
Al salir de esa mohosa cueva, notaron que ya era tarde; el cielo comenzaba a oscurecerse por lo que era necesario apurar el paso hacia el castillo. Demian seguía a la chica cual perro faldero. Sara no tenía idea hasta qué punto era capaz de apegarse a ella; al menos ya sabía cómo tratar al menos normal de todos. De todas formas no podía pretender personalidades corrientes en vampiros o demonios, o lo que fueran esos tipos.
A cada paso que daban, el ocaso se hacía más oscuro entre los matorrales. Recién llegando al Báthory se veían las primeras estrellas de la noche. Sara estaba a salvo.
Azazel se ubicaba en el umbral de la entrada, mirándolos con esos ojos filosos y repletos de misterios. Los gemelos, Jack y Jeff se ubicaban a su espalda, viéndolo todo como chismosos.
—¿Se perdieron en el bosque? —preguntó el director, casi insultándolos con su sarcasmo.
—Lo siento, Azazel —respondió ella con la cabeza gacha.
Azazel asintió con una sonrisa, pero Demian no dijo nada, ni siquiera le prestó atención, lo pasó por alto.
—Sara, ven a mi oficina —agregó el vampiro más importante del Báthory.
La sangre se le heló, solo podía preocuparle el tipo de castigo que le daría Azazel. Por otro lado la enojaba que solo ella fuera citada a la oficina, siendo que Demian era el "secuestrador".
No era momento de reproches. En un total mutismo, Sara y Azazel ingresaron al despacho. Él tomó asiento en su sillón, de cuero negro, tras el escritorio; entrelazó sus dedos y la invitó a sentar. Ella hizo caso, carraspeó su voz y esperó su castigo.
—¿Demian te retuvo en contra de tu voluntad? —preguntó Azazel, provocándole un nerviosismo automático.
—No pasó a mayores —barbulló Sara, con la mirada en el escritorio—. Solucionamos nuestras diferencias.
—No tienes que cubrirlo, sé de lo que es capaz. —Azazel la observó con una ceja encorvada—. Desde que masacraron a su familia, su única motivación ha sido tener la compañía de una ofrenda, tu compañía.
—¿Qué? —gritó ella—. ¿Cómo dices?
<< ¡¿Su familia masacrada?!>>
Azazel abrió sus ojos oscuros, como si no entendiera la reacción de espanto.
—Los vampiros tenemos enemigos, muchos nos quieren ver muertos, los exorcistas por ejemplo —explicó, a pesar que Sara no tenía idea a que se refería con "exorcistas"—. La familia de Demian Nosferatu, fue víctima de ellos cuando era niño. El chico quedó perturbado; es el último en pie de su familia. Habrás notado que no es como los demás muchachos de su edad, así que no es necesario que lo niegues.
<<Por eso vino antes al Báthory>>, dedujo.
Sara bajó su vista, ¿Demian tenía una excusa para ser como era? No se imaginaba con precisión qué tipo de situación le había tocado vivir. Con saber que se hallaba solo en el mundo, luego de presenciar una masacre en su infancia era suficiente para empatizar un poco con su forma de ser.
—No me hará daño, confió en él —titubeó—. Llegamos a un acuerdo.
—Eso me recuerda a lo sucedido en el Sabbat —dijo, obligándola a mirarla a los ojos—. ¿Qué es eso de que ahora eres la novia de, prácticamente, todos? Es lo más irrisorio que he oído en mi vida.
Sara tragó con dureza, evitando atragantarse.
—Y-yo —balbuceó con la cara llena de rubor—. Joan y Tony me lo propusieron, también iba a hacerlo Demian —se justificó—. No podía rechazarlos, quería evitar problemas.
—¿No podías rechazarlos? —Azazel le sostuvo la mirada—. ¿No te importó aceptar sabiendo lo que esto conllevaría?
Sara negó con la cabeza. Azazel hizo una media mueca al momento que negaba con la cabeza.
—¿Te enamoraste? ¿Ya lo has hecho? —preguntó, y ella lo observó absorta—. ¿Alguna vez en tu vida te hablaron del amor de pareja, el deseo? —insistió.
Ella volvió a negar agachando su mirada. De esas cosas no se hablaban en el convento, no era necesario hacerlo con futuras novicias, cuyo amor sería entregado a Dios.
—Amor es cuando le deseas lo mejor a otra persona, cuando te llena de goce hacerla feliz, verla feliz, cuando deseas pasar el tiempo a su lado, pero si no lo haces no importa. El amor no es egoísta, no busca una ventaja; y, el de pareja, muchas veces viene acompañado de deseo —explicó Azazel tan conciso como pudo—. ¿Crees que alguno siente amor por ti? ¿O algo parecido a ello?
Sara se limitó a mirar el suelo. No, de ninguna manera la amarían, ¿cómo alguien podría hacerlo? Se trataba de una conveniencia. Todos ganaban algo a cambio, y la fecha de caducidad a esa relación estaba pactada una vez que pasaran los dos años en el Báthory.
—Joan se peleó con su novia. —Sara comenzó a explicar—. Demian está obsesionado, por su gran necesidad de afecto. Jack y Jeff quieren saciarse, y Tony no quiere casarse con la hermana de Adam. Esos son sus motivos reales. No hay algo llamado amor, menos de mi parte.
—Bien, ¿y qué hay del sexo? —Azazel no le aparató la mirada—. Ya te acostaste con los gemelos, y ni mencionar que hasta aquí se oyó lo que hiciste con Demian. Sí, los vampiros tenemos un oído agudo. ¿Estás bien con eso? ¿Diste tu consentimiento?
Las mejillas de Sara hervían. Azazel la avergonzaba a más no poder. Todas esas preguntas la incomodaban, no entendía su punto.
—Yo acepté. ¿Está bien que lo disfrute? —preguntó sin mirarlo.
—Está bien si lo querías —respondió en un suspiro—. ¿A quién no le gusta el sexo? ¿Por qué habrías de contenerte si ambas partes lo desean? —comentó con tranquilidad, llenándola de pudor—. Pero es extraño que no seas capaz de comprometer una pizca de tus sentimientos. Si Demian necesita afecto por lo que le sucedió, ¿qué te queda a ti? ¿Qué harás si te enamoras? ¿A dónde pretendes llegar? ¿Sabes que es una relación prohibida y absurda? ¿Sabes que no puedes ir a ningún puerto con ellos?
Otra vez la descolocaba. Era imposible, jamás había existido esa idea en su vida. ¿Enamorarse? ¿Qué era? ¡No tenía idea! ¿A dónde llegar? No lo sabía, no muy lejos. Sólo quería prolongar su vida, tener un buen trato, hacer su estancia pacífica. La idea de morir le aterraba tanto como la de ser maltratada.
—No sucederá nada —respondió seca, esta vez levantando la vista—. No sería capaz de encariñarme. Tan solo obtengo mis beneficios.
—Sara, de ahora en más quiero que pienses en tu futuro —dijo volviéndose a ella, esta vez con la voz firme—. Ya no serás una novicia, y ellos se aburrirán de ti en algún momento. Formarán familias con los de su clase; te descartarán como a cualquier alimento en mal estado. Por eso deberás ser responsable. Cada decisión que tomes escribirá tu destino en este mundo del que ya eres parte.
Azazel suspiró, y tiró su cabeza hacia atrás. Ya no sonreía.
—Prostituta, sirvienta o concubina —articuló Sara entre dientes, esta vez con rencor—. Tony me lo dijo. No importa cuánto piense, esas son mis opciones. Incluso me convertirán. Y, no hace falta que invente una excusa; tenía en cuenta que no seríamos libres jamás.
—Ningún destino está escrito, Sara —respondió Azazel sin inmutarse—. Yo tenía trazado un camino peor, y ahora soy el que está al mando de este castillo, de los jóvenes puros. Piensa bien, Sara. Usa la cabeza, todo es posible.
Por un momento, ella quedó en blanco escuchando esas palabras, procesándolas con cuidado. Sus pensamientos solo se esfumaron cuando alguien tocó la puerta.
—Adelante —dijo Azazel, dando a entender que la charla entre ellos concluía al fin.
¿Había sido un sermón? ¿Un consejo? ¿Una advertencia? No podía corroborarlo, pero sí estaba segura que él pretendía hacerle usar la cabeza, pretendía descongelar las neuronas que se habían mantenido mansas ante los absolutos del claustro.
—Director —llamó la vocecita de Elizabeth, quien ya podía realizar tareas por sí sola—. Traje los documentos que me pidió.
—Puedes retirarte, Sara —indicó Azazel.
—Voy a mi habitación —farfulló Sara, sin saber cómo sentirse.
Todavía debía quitarse el sudor luego de un arduo día, antes de que Adam se lo pidiera de mala gana. Quería tener un momento para pensar sobre su charla con Azazel, y quizás pensar en un porvenir, en ese mañana que cada vez parecía ser más borroso e incierto. Le preocupaba que la situación se saliera de control a cada instante. Las decisiones tomadas iban formando una bola de nieve, la cual se agrandaba más y más. Debía pensar cada paso, especular de forma más meticulosa. Cada cosa mínima que hiciera influiría en sus posibilidades, en su futuro.
La charla con el director comenzaba a germinar en su cabeza. Del mismo modo, Azazel invitó a Demian a su despacho.
A la hora pactada, el joven vampiro golpeó la puerta de la dirección.
—Nosferatu. —Azazel lo miró de pies a cabeza con fijeza. Demian tenía la cara de un niño perdido, y así se sentó a oír el sermón—. ¿Te imaginas por qué te he llamado?
Demian desvió sus ojos esmeraldas a un lado. Azazel prosiguió, previendo que no obtendría una respuesta.
—Llevaste a Sara al pequeño cuarto que te regalé —expuso Azazel—. Los gemelos olieron tus intenciones, te oyeron gritarle luego de encerrarla.
—¡Iba a dejarla salir! —Demian alzó la voz.
—No es necesario que grites. —Azazel cerró los ojos y tomó aire antes de continuar—. ¿Cómo crees que ella se sintió?
—M-me disculpé —balbuceó el joven, con la mirada aguada—. Todo está bien ahora.
—No lo está. —Azazel se puso de pie y comenzó a dar vueltas por la sala—. Lo que sucedió después fue porque Sara tuvo miedo de ti. Decidió complacerte a pesar del terror que la hiciste padecer. ¿Eso es lo que quieres de ella? ¿Quieres poseerla a través del miedo luego de haberla anhelado tanto? No es lo que me prometiste.
Los ojos de Demian comenzaron a gotear, se limpiaba rápido, y luego se volvía a humedecer. Recordaba ser el primero en ingresar al Báthory, ansioso por conocerla, recordaba sus vastos días en la soledad de su castillo, ansiando tener a alguien con quien contar. Idealizándola, guardando la pequeña foto del expediente con devoción. <<Sara>>, murmuraba casi como un mantra cada vez que sentía la presión de ser el último de su familia, el que tenía la responsabilidad de revivir todo aquello que más odiaba, todo aquello que perturbaba su sueño, sus noches, su habla.
—Responde —insistió Azazel.
—N-no quería esto —Demian rompió en llanto—. N-no sé qué hacer, n-no sé cómo tratar a una humana... no sé c-como debería acercarme a ella. Creí que podría...
—Demian. —Azazel lo detuvo—. Antes que nada, deja de considerarla tu ángel salvador. Sara es un ser humano. Está lejos de ser perfecta, pero una vez que intentes conocerla, como es en el interior, es posible que logres quererla de manera genuina, y ella a ti de igual modo.
—¿Q-qué debería hacer para enmendarlo?
—Por el momento no la aterrorices más o me encargaré de que no vuelvas a verle un pelo. —Azazel no jugaba—. Por otro lado, abandona tus sueños infantiles. Tú eres el líder y sobreviviente del clan más puro de la hermandad: la familia Nosferatu. Lo cual no te da libertad. Todas las familias están esperando casarte con sus hijas más puras de sangre. No puedes pretender arrastrar a Sara a una vida en donde seguirá sin ser dueña de sí misma, donde solo sea tu sombra. Si entiendes eso, sabrás que hacer por ella.
Demian mantuvo su mirada perdida en un punto fijo, luego de un instante, asintió con la cabeza.
Azazel lo dejó ir a sabiendas que el joven había aprendido su lección.
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