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19. Sólo para mí

El domingo mantuvo a Sara en su habitación en un estado de reposo y reflexión, o más bien un estado de trance. Mucho no había compartido con Francesca, ya que la misma estaba decida a estudiar hasta que las pestañas se le cayeran. Le parecía bien que aprovechara su tiempo en cosas que valían la pena; sin embargo ella no podía concentrarse en nada que no fueran esos malditos vampiros.

Eran alrededor de las siete de la tarde, y ya no tenía nada que hacer, reposaba en su cama mirando al techo. Pensaba en la lo­cura que se había convertido su vida, en lo surrealista de la situación.

Por momentos recordaba a cada uno de los chicos en la noche en el Sabbat; cuando Tony la había defendido, o cuando la había besado. Rozaba sus labios rememorando la sensación. Del mismo modo recordaba el beso con los gemelos, y con Demian.

Todas esas situaciones apagaban el mal sabor que le generaba Adam, pero abrían nuevos interrogantes; ¿por qué no podía ne­gar que le había gustado ser besada por ellos? ¿Por qué sentía su mente a punto de estallar? ¿Estaba bien o mal? ¿Inmoral, peca­dora o una sobreviviente?

Una loca efervescencia nacía en su vientre, se veía obligada a sonreír a pesar de la tragedia. Se sentía endiablada con solo tener tales lascivos recuerdos, ¿qué sentimiento era ese? De haber es­tado en el Cordero de Dios, ya se habría dado unos cuantos azo­tes. Ni más ni menos.

Estuvo a punto de sucumbir a la perversidad, deslizando su mano bajo su ropa interior, pero saltó de su sitio cuando alguien tocó la puerta. Sin muchas ganas, se levantó, acomodó su blusa y su falda, y así se dirigió a abrir.

—¡Hola, Sara! —dijeron dos divertidas voces al unísono, de­jándola blanca.

Jack y Jeff habían regresado al Báthory muy temprano; y ahora estaban ahí, en el marco de su puerta, buscando no sé qué, o tal vez sí. Le aterraba saberlo.

—Hola —respondió con los nervios de punta, y no era para menos. Los dos parecían estar complotando algo en su contra.

—Volvimos temprano para verte —admitió Jack, dando un paso hacia la habitación.

Era imposible detener el ingreso de esos dos.

—Luego de lo del Sabbat, no pudimos pegar un ojo de la emoción —añadió Jeff, con un aire perverso, cerrando la puerta tras ellos.

Un escalofrío recorrió la espina de Sara, el dueto diabólico la había atrapado con astucia.

—Teníamos muchas ganas de compartirte entre nosotros —confesó Jack, haciendo un falso puchero, podía creerlo luego de su beso perfecto—. Tú eres muy generosa, no solo nos das tu sangre, sino que nos darás tu amor.

La ofrenda abrió los ojos con exageración <<¿Amor?>>. No, no habían quedado en eso, se trata­ba de no tener problemas. Era un negocio, un tratado de paz, como decía Joan. Suponía que había quedado bastante claro. Solo le tomaban el pelo, y ahora sus predicciones se hacían realidad.

—Estamos muy contentos contigo —susurró Jeff, rozándole la mejilla con sus dedos.

—¿Qué quieren? —preguntó ella, antes de que siguie­ran con su pantomima.

Ambos se miraron como quienes se hablan con la mente, en­sanchando sus sonrisas perfectas.

—Sabemos que debe ser difícil para ti —continuó Jeff, desli­zándole su cabello negro tras su oreja, y así colocarle un beso en su mejilla rosada—. Ayer no pudimos hacer nada cuando te vi­mos llorar. Tu mente está herida, tu cuerpo y alma; sabemos que es algo que nosotros no podemos sanar.

Sara inspiró aire con asombro.

—Queremos tratarte con la ternura que mereces —explicó Jack—. No podemos curarte, tan solo queremos darte lo que sa­bemos hacer para sentirnos bien.

—Lo sé —respondió Sara. Sentía un sabor agrio subirle por la garganta—. No son diferentes de los humanos corrientes.

—Te sientes en el paraíso cuando te mordemos, cuando te besamos —afirmó Jeff, provocándole una mirada tímida—. ¿Por qué te avergüenzas? No le haces daño a nadie. Estás de camino al infierno, disfruta el viaje.

—Pocas cosas se pueden gozar en nuestro mundo —continuó Jack, acercándose más a ella—. Los manjares de la sangre y los placeres carnales, ¿por qué resistirse cuando es lo único que nos queda?

—No lo entienden —murmuró al verse atrapada entre los dos—. He perdido la fe, y sé que no hay salvación. Si la hubiera no la aceptaría, pues a veces peco de orgullo creyendo que Dios debería pedirme perdón. Pero, hay algo más, esas cosas que us­tedes pretenden, yo...

Sara temblequeó con sentir cuatro manos rozándole el cuerpo.

—Esto es distinto, Sara —dijo Jack, previendo lo que la ate­morizaba: los recuerdos traumáticos—. Si sientes el deseo, si aceptas estar con nosotros, no tienes cohibirte creyendo que sen­tirse bien está mal, porque no, no es así. Si la naturaleza hizo capaz de regocijarte en la delicia, debes aprovecharlo.

—No pretendemos dañarte —expresó Jeff, ronroneando en su oído—. Queremos que destruyas tus prejuicios y aceptes tus de­seos, pues no tienen nada de malvado cuando todos estamos de acuerdo. Queremos que te satisfagas con nosotros, que toques el cielo y te sientas plena. No te mantendremos sonriente a base de mentiras y promesas de amor eterno, esto es lo que te podemos dar, un instante de placer, o lo más parecido a un instante de felicidad.

—Un instante de felicidad —repitió Sara suspirando, cho­cando su aliento con el de esos demonios. Era una propuesta digna de demonios, la más sensata en toda su vida.

—¿Quieres libertad, Sara? —preguntó Jack, deslizando su mano bajo la falda de ella—. Primero deshazte de las cadenas en tu mente. Libérate de todo lo que te han impuesto, libérate de esa forma que te han obligado ser, sé humana, nos encanta que lo seas.

<<Mi alma a cambio de placer, mi alma a cambio de un ins­tante de felicidad>>, pensó la humana.

Lo sintió, en ese momento Sara comenzó a sofocarse, la san­gre le hervía en la cabeza, apenas podía reaccionar con esos su­surros que turbaban su mente, queriéndola llevar por el mal ca­mino. Ellos estaban dispuestos a todo, azucaraban cada frase con un único fin: usar su cuerpo. Era algo previsto desde el momento que los había conocido. Eran depredadores por naturaleza, de­monios de lujuria.

Embusteros y encantadores a la vez. No la obligarían a nada, le harían temblar los cimientos en los que creía, le derrumbarían su mundo en pocos susurros.

Jack, Jeff, sus nombres juntos tenían un solo significado: problemas.

Los gemelos, se acercaron lo más que pudieron hacia ella, atrapándola entre sus cuerpos; Jack adelante y Jeff atrás. Sus labios comenzaban a vagar por su cuello, dejaban pequeños, hú­medos y tiernos besos en su piel caliente. Sus dedos le rozaban los muslos con más fuerza, sus piernas enredaban a la humana y sus brazos le embrollaban su cintura, dejándola sin escape. El calor iba en aumento. Pretendían deshacerla toque a toque, pieza a pieza.

—¡Basta! —se quejó Sara, sintiendo la asfixia.

—¿Estamos yendo muy rápido? —preguntó Jeff, quien mor­dió el lóbulo de su oreja.

<<¿Muy rápido?, van al doble de velocidad>>.

Ella los miró dudando en apartarlos de un solo empujón, ya que en el fondo no quería hacerlo. Tenía deseos como cualquier persona, quería probar del placer quería probar de las delicias de sus labios.

—No haremos nada hasta que tu boca no lo pida —añadió Jack, pasando su mano bajo su blusa, rozando el borde de sus pechos. Sara se estremecía ante su toque, se sentía bien con eso.

<<¡Maldición! ¿Por qué mi cuerpo está cediendo?>>.

Los gemelos la arrastraron con lentitud hasta su cama, donde siguieron con sus lujuriosos besos, sus atrevidas caricias. Ellos, se apartaron un segundo para quitarse sus camisas. Sara vio sus cuerpos delgados, pero fornidos, eran cuerpos de chicos jóvenes como ella, y no era algo desagradable, ni de cerca, pero que ella lo admirara, quedándose embobada, no estaba bien, era obsceno.

La tenían dominada desde el primer instante. Atrapada en su red.

Los ojos de la humana se volvieron vidriosos ante el miedo, ante la confusión de sus sentimientos. Se sentía sometida a sus caprichos.

Los gemelos, Jack y Jeff, se detuvieron al oír los gimoteos.

—Te dije que era muy pronto —reprochó Jeff a Jack.

Sara limpiaba sus lágrimas con cuidado.

—Da igual si es pronto o no... —respondió Jack mirándola a los ojos—. Voy a demostrarte que puedes disfrutar de esto, deja de verlo como algo malo. Si tú no quieres, nos vamos, pero si lo deseas no te reprimas —añadió regalándole una sonrisa, para luego acercarse a su rostro y lamer sus lágrimas con una desver­gonzada lascivia.

—No llores —dijo Jeff, dejándole un pequeño beso en los la­bios—. Esto es distinto a cualquier cosa que hayas vivido. Sólo vamos a darte caricias. Queremos darte una buen recuerdo; nos preocuparemos en lo que a ti te guste. Puedes disfrutar de tu cuerpo y de los nuestros, déjate ser.

—No tengas miedo, confía —añadió Jack, tomando su pierna para besar la parte interna de la misma— Déjanos llenarte de buenas sensaciones.

<<No puedo con ellos, de verdad quiero que sigan >>.

El cuerpo de Sara se derretía, su voluntad se derretía, su cor­dura. Esos gemelos eran un incendio del que no podía ni quería escapar. Anhelaba quemarse.

Fue tomando aire, inhalando y exhalando repetidas veces para tranquilizarse hasta que las lágrimas cesaron. Quería, con toda el alma, creer en ellos ¿podría olvidar? ¿Podría disfrutarlo? ¿Serían amables? No lo sabría hasta el final.

—¿Podemos seguir? —preguntó Jack, al advertir el esfuerzo de Sara por calmarse.

—Podemos irnos si lo deseas —añadió Jeff.

—Q-quiero seguir... —respondió, atrapada por el deseo.

Los gemelos sonrieron en complicidad, no dejarían que ella se retractara.

Jeff le quitó la blusa; Jack, le quitó la falda. Ellos, de igual manera se desnudaron por completo. Los dos volvieron a besarla como aquella vez en el Sabbat, compartiendo sus la­bios, embrollando sus lenguas.

Sentir la fricción, el roce de sus pieles frías y tersas, su aroma a sangre y a encierro, era algo agradable. El cuerpo de Sara se estremecía con sus suspiros, con sus leves gruñidos. No podía negarlo, le gustaba el modo en el que la trataban, diferente a cualquier cosa vivida. Lo sabía, ellos querían ser delicados, complacientes, y lo estaban logrando.

Jack comenzó a deslizarle la ropa interior, pero ella detuvo su mano como un acto instintivo, con su cara afiebrada y la mirada atemorizada.

—Está bien —susurró él—. Voy a acariciarte —añadió para terminar de correr la ropa, mientras Jeff desabrochaba el sostén, dejando sus pechos al descubierto.

Estaba desnuda, en su cama, con dos depredadores encima. Su mente en blanco le impedía razonar, solo podía sentir, y el tacto era el sentido más agudo.

Jeff acarició sus pechos, comenzó a tocarlos, apretarlos, be­sarlos, lamerlos y mordisquearlos en su centro. Jack separó sus piernas para lamer sus partes femeninas. Sara trataba de empu­jarlos lejos de ahí, no porque quisiera detenerse, temía estallar en cualquier instante. Sus agarres eran fuertes, firmes, y su cuerpo la traicionaba, respondiendo con movimientos libidinosos, de­jando escapar suspiros que delataban su satisfacción.

Cada vez más, Sara fue cediendo, hasta desistir de apartarlos y entregarse al goce que le regalaban. Sus ojos se cerraban ante esas lenguas moviéndose como serpientes, ante esas manos to­cándola. La deshacían, la desarmaban y la tenían a su merced.

Esos dos vampiros tenían todo lo que se necesitaba para ser un incubo del infierno.

—Tú cuerpo está listo —ronroneó Jack, introduciendo sus de­dos en ella, para luego quitarlos húmedos y relamerlos con ga­nas.

—Quiero probarte —susurró Jeff, haciendo lo mismo que su hermano.

Sara cubrió su rostro cuando los vio por completo. Pero no se la dejarían fácil, no llegados a ese punto. Cada uno le tomó una mano, descubriendo su vista, dejándole ver su virilidad erguida. Ellos le acercaron sus manos a sus erecciones, haciendo movi­mientos ascendentes y descendentes. Los estaba acariciado, eran suaves, y parecía gustarles, podía notarlo en lo vulnerable de sus expresiones de placer, en la ternura de los quejidos masculinos, en la forma de morderse los labios con pasión.

—¿Ya podemos hacerlo? —preguntó Jeff, con su voz enron­quecida, implorante.

Sara asintió, previendo que luego de eso se iría de cabeza al infierno, pero al menos iría

Ellos sonrieron, y por un momento le parecieron más ángeles que demonios. La arrodillaron sobre el colchón, para ponerse uno en el frente y otro en la espalda, así recostarse, y luego los sintió entrar en ella, demasiado lento, o demasiado rápido.

Sus cuerpos comenzaron a moverse con lentitud, siguiendo un suave ritmo que se aceleraba y volvía a disminuir para hacerlo más intenso, para llegar más profundo. Los suspiros se entremezclaban, sus cuerpos transpiraban. Ya no lo controlaba. El placer que esos dos le daban iba a enloquecerla.

Le gustaba, le gustaba demasiado, los tocaba como ellos a ella; su cuerpo, el cuerpo de Sara, se movía de manera irra­cional, los besaba ya sin tapujos, sin vergüenza. Entrelazaba su lengua entre jadeos. Ellos la mordían y bebían de su néctar. Todo se pintaba de rojo. Sara se balanceaba y se retorcía hasta llegar al clímax una, dos, tres e incontables veces. Hasta que­dar exhausta, dormida, luego de quien sabe cuántas horas de ascender al cielo ida y vuelta.

—Creo que fue demasiado. —Jeff la abrigó—. No pude con­tenerme, mierda...

Sara tardaría un buen rato para volver en sí.

—Podría seguir toda la noche. —Jack se recostó al lado de Sara, sin dejar de sonreír—. No recuerdo haber tenido una noche tan increíble como esta.

—Eso es verdad. —Jeff se arropó más cerca de Sara—. Es nuestra oportunidad para hacer mejor las cosas.



La ofrenda despertó al recordar un sueño del que se le dificultaba escapar, pero al final se espabilaba entre dos cuerpos desnudos que la abrazaban y no la habían abandonado al amanecer. Ellos seguían allí y le recordaban que todo era verdad: sus cuerpos se habían unido.

Los contempló por un momento, empezaban a parecerle lindos, eso se podía apreciar cuando estaban en silencio.

Dejando escapar un largo suspiro, tocó sus pieles, sus cabe­llos convenciéndose de que no se arrepentiría de nada. Hasta que alguien golpeteó la puerta, haciéndola brincar en su lugar.

—S-Sara soy yo, Demian —dijo el susodicho, desde el otro lado de la puerta.

—E-espérame, ya voy —respondió con los nervios de punta.

Eso era peor, Demian era del tipo sensible, ¿cómo escondería a los gemelos? No sería debajo de las sábanas. Los dos dormían como rocas como para prestarle atención, de igual manera debía ocultarlos.

Fue inútil, no sé porque lo hizo, pero cuando por fin los dos se desperezaban, Demian abrió la puerta sin preguntar, quedando en shock y provocando que la sangre de Sara se le drenara hasta los dedos del pie.

—¿Demian? —preguntó Jack, frotando sus ojos—. Ah, cierto, es tu día.

—Lo siento, nos quedamos dormidos —dijo Jeff, abrazando el cuerpo desnudo de Sara para darle un beso de buenos días.

—Demi... —Sara quería decirle algo, pero era inútil. Demian se dio la media vuelta y se marchó con el paso ligero. No era para menos.

La ofrenda de sangre no tenía más remedio, caminaba por los pasillos con los gemelos, y no dejaba de agarrarse la cabeza ¿Estaba enloqueciendo? Cuanto más caía en la realidad más se sentía ajena a la misma; pero ellos le querían hacer creer que no era un problema, la abrazaban y entorpecían su paso. Eso era algo que valorar. Sara había pensado que, una vez satisfechos, ellos la dejarían tirada; en cambio mostraban su lado más dulce, pretendiendo mantenerse a su lado.

—Es normal en cualquier relación múltiple—dijo Jack, como si supiera del tema—. Tiene que acostumbrarse, hoy es su día, que lo aproveche.

—Muévete como anoche y lo tendrás a tus pies —dijo Jeff, provocándole un enrojecimiento asesino. Hablaban con tanta soltura, que por momentos le daba la impresión de que estaban burlándose de ella.

El trío de desvergonzados ingresó a uno de los salones en donde Evans ya estaba impartiendo alguna de sus cátedras. De­mian no los miraba, de hecho observaba hacia la ventana con desdén. Sara sentía su corazón acongojado; a pesar que él de­mostraba conformidad ante la idea del grupo. Al presente parecía como si le diera asco y vergüenza verla a la cara.

Para cuando hicieron un receso, Demian pretendió irse antes que el resto. Sara no lo podía permitir, por lo que corrió tras él. Se suponía que debía generar armonía en el grupo para que la trataran bien. Era ingenuo creerlo, así no funcionaban las cosas en el Báthory. Había sido estúpido creer que algo como la "po­liandria" podía funcionar sin provocar el más mínimo conflicto.

—¡Demian! —gritó ella al verlo salir por la puerta principal, sin premeditar el impacto de los rayos solares sobre su piel.

Él siguió su paso firme por el césped del jardín.

Al alcanzarlo, Sara lo tomó del hombro en cuanto lo alcanzó. Demian se dio vuelta.

Él lloraba.

El corazón de la humana dio un vuelco, ¿por qué Demian te­nía esa miserable expresión? ¿Era su culpa?

—Demian, lo siento —dijo desesperada por calmarlo—. Y-yo, se supone que soy la pareja de todos por igual ¿no? Ese era el trato.

Demian se limpió el rostro con sus puños.

—L-lo sé —farfulló como un niño, llenándola de dolor—. S-supongo que no puedo pedir más, e- es obvio, eres la única mujer de los alrededores, y yo soy uno más del montón.

Los celos carcomían a Demian. Con su notable falta de expe­riencia, sus ideas románticas caerían al abismo. No era una no­vedad. Sara lo tomó de la mano con la mirada en sus ojos.

—Hoy es mi día contigo, eso no ha cambiado —dijo siendo más comprensiva, como no lo era con ningún otro—. Olvídate de lo que viste, muéstrame cosas nuevas.

Demian la envolvió en sus brazos, dándole un cálido abrazo; para luego separarse y dedicarle una hermosa mueca con los ojos aún irritados.

—T- tienes razón —respondió tembloroso—. Acompáñame, quiero mostrarte un lugar.

Sara siguió al vampiro por el bosque del castillo; el cual contaba con unas cuantas hectáreas alrededor. Ambos se adentraron aún más a una zona oscura y alejada, llena de hermosos rosales de flores rojas y espinas fuertes. El aroma delicado cubría todo el lugar. Sara recordaba que Demian emanaba ese perfume.

—Aquí es —dijo él, señalando una pequeña puerta en medio de las flores alborotadas y los pétalos regados en la vegetación.

—¿Qué hay ahí? —preguntó ella, viendo lo que parecía una entrada.

—Nadie viene aquí —explicó levantando la escotilla, dejando ver unas escaleras descendientes—. Lo hice mi lugar hace tiempo, ya que fui el primero en llegar al Báthory.

—¿Cómo es posible? —preguntó Sara—. ¿Acaso eres mayor que los chicos?

—Para nada, solo se trató de unos contratiempos.

Demian comenzó a bajar, prendiendo una tenue luz en la en­trada. Ella lo siguió con curiosidad, se sentía envuelta en una misteriosa aventura.

Era un pequeño cuarto subterráneo, de muros mohosos y suelo rocoso. Un aroma delicado provenía de las rosas en flore­ros que se ubicaban por todo el lugar. Demian iba encendiendo las velas y candelabros que proveían una luz cálida. Había una pequeña cama con forma de cajón o ataúd, en donde caían algu­nos pétalos secos de las rosas colgadas del techo. También un pequeño escritorio, algunas notas, y otros objetos de poco valor acompañaban el singular espacio.

—¿Nadie viene aquí? —preguntó Sara viendo los alrededo­res, tratando de imaginarse que hacía Demian en ese lugar.

Él negó con la cabeza, y sin que lo percibiera cerró la puerta tras ellos con candado y llave. Sara frunció el ceño al oír el tintineo del metal, de inmediato lanzó una mirada interrogativa a Demian.

—¿Qué haces, Demian? —preguntó Sara, endureciendo su voz.

—Lo siento, Sara —dijo él, sin balbucear ni una vez—. Quiero tenerte solo para mí.

Su mirada oscurecida se lo dijo todo. Demian era raro, lo sa­bía desde un principio. No era una sorpresa, él no se la dejaría fácil. Sara debía analizar cada instante con ese chico para encon­trar la salida más segura a la situación.

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