16. Sabbat
Con demasiada expectativa, el día de Sabbat llegó; y, así como los chicos no le habían mencionado a Sara sobre la fiesta, ella tampoco lo hizo con el hecho que iría con Tony. No le sorprendía que no lo hicieran, ella no tenía nada que ver en esa circunstancia de cortejo vampírico, por lo que había optado por guardar silencio, hacerse la desentendida antes de crear algún tipo de discusión o mal entendido.
A pesar de ser sábado, Jack la había despachado temprano, bebió algo de su sangre por la tarde, para luego marcharse sin mucho detalle. Sara no lo interrogó, no tenía que hacerlo, así que se retiró a su cuarto para cambiarse; porque ella, al mejor estilo Cenicienta, también iría con su calabaza y hada madrina: Tony, quien se había encargado de dejarle un vestido para la ocasión.
Sara no pretendía buscar ningún príncipe que la rescatara de su miseria, tan solo ansiaba despedirse de Ámbar, de oír sus propias palabras diciéndole que iba a estar bien.
Luego de bañarse, agarró ese vestido carmesí con algo de aprensión y congoja; jamás había usado una prenda de ese estilo. Ajustado, revelador, con la espalda al descubierto y unos zapatos de taco haciendo juego. Ponérselo era dar un paso hacia el averno. No se podía negar a lucirlo si quería ver a Ámbar, si quería matar su curiosidad por saber que era el maldito Sabbat. Así que se vistió, recogió su melena negra, colocó algo de rubor en su pálida piel, sin abusar, junto con algo de perfume. En eso, cuando estaba a punto de salir, alguien llamó a la puerta.
—Francesca —musitó al ver a su amiga sollozando.
—¿Tú si vas? —gimoteó, sin entrar a la habitación.
—Tony me invitó —explicó Sara, acariciándole la mejilla—. ¿Sucede algo?
—A mí no me invitó nadie —expresó tragando saliva, limpiándose con su puño—. Siempre fui linda con ellos para que no me dañaran. En un momento había olvidado mi papel de ofrenda y creí que de verdad les caía bien. ¡Qué idiota! Al parecer no dejo de ser simple comida. Eso es lo que somos en este mundo, basura descartable.
Sara sentía pena por tener que irse dejándola sola y de ese modo. Era la primera vez en el Báthory que Francesca mostraba debilidad. Ser demasiado complaciente, le indicaba que le darían el trato para el cual ella se ofrecía. Ahora se sentía defraudada por esos a los que alimentaba con devoción. No la habían tenido en cuenta, estaba claro que ellos iban a buscar pareja y poco les importaba llevar una "vianda".
Francesca tenía razón, porque siquiera se habían puesto a pensar en la posibilidad de ella para ver a Ámbar, y eso le hacía replantear a Sara, que los chicos, exceptuando a Tony, eran iguales de insensatos. Poco se preocupaban por sus sentimientos, sus necesidades personales. Ellas eran la comida, las ofrendas, y Francesca se lo recordaba.
—Lo siento. —Sara bajó la mirada—. No sé qué puedo hacer por ti. Ellos son así, desde el primer momento no fuimos nada. Sé que debes sentirte mal porque has sido la más comprensiva con todos.
—¡Sara, no tienes que ponerte mal! —exclamó tomándola de las manos, ensanchando una sonrisa—. Pensé que tampoco ibas, venía a despotricar un poco contigo. Te ves muy hermosa, por favor, envía mis saludos a Ámbar. Dile que me disculpe por no poder serle útil, que me disculpe por todo, subestimé lo que le sucedía y lo peor ha pasado.
—No es nuestra culpa, Fran.
—Quisiera creerlo.
Sara abrazó a su amiga, sobándole la espalda. Era frecuente en ellas sentir culpa por los que les pasaba, pensar que no hacían lo suficiente, de otro modo ¿cómo era posible que, entre tanta gente en el mundo, solo ellas sufrieran? Algo debían estar haciendo mal, o eso sospechaban.
En eso, alguien carraspeó su voz.
—¡T-Tony! —balbuceó Sara, enrojeciendo al instante, al notar que ese vampiro, la veía de la misma manera que ella contemplaba a los postres de la cafetería.
—Es hora de irnos —ordenó, con la voz enronquecida.
—Diviértanse —dijo Francesca antes de que partieran.
¿Divertirse? ¿Lo haría? No era la intención. Se suponía que era una fiesta de vampiros. Vería por primera vez a las vampiresas; se encontraría con los chicos y tendría que hacer como si nada pasara. Sobre todo, se encontraría con Ámbar y no sabía cómo la recibiría. Su inconsistente estómago era un manojo de nervios, tenía ganas de vomitar; y para colmo Tony no dejaba de verla como a una presa. No entendía por qué no la mordía de una vez por todas y acababa con ese enfermo dramatismo ¡Iba a estallar!
Un coche negro y moderno, de ligero andar, los trasladó, en medio de la noche de luna llena, hasta el castillo Báthory de mujeres: la añeja morada de una de las familias vampiras más antiguas de la historia, una familia de los cinco pilares de la hermandad vampírica.
Cuando se detuvo frente a la gran puerta de la vieja construcción, el chófer les abrió la puerta. Tony tomó a Sara del brazo con delicadeza, ciñéndola a él, haciéndola sentir segura con su agarre. Sara meditaba en por qué, la manera que tenía Tony de ser, le generaba tanta confianza y alivio. En cierta medida le recordaba a cuando Ámbar la protegía, pero definitivamente sentía algo más que le provocaba cierto pudor.
Dando un paso dubitativo hacia adelante, ambos coincidieron en sus pocas ganas de entrar. Para colmo se percibía que el lugar estaba atestado; el barullo de las voces y las luces encendidas de todas las habitaciones se vislumbraban desde afuera.
Al entrar, los destellos los encandilaron, las lámparas de cristal colgaban por el enorme hall, unas escaleras doradas daban paso al segundo piso. Todo estaba atestado de vampiros jocosos, podían reconocer a varios del Báthory. Intuía que las bellas mujeres eran vampiresas, sus pieles tersas y sus miradas brillantes eran algo de otro mundo.
A pesar de eso Sara sintió las miradas posarse sobre ella, era pánico, por lo que se aferró más a Tony, como una niña que se aferra a su peluche temiendo a los monstruos. Él la comprendió al instante, en esa fiesta, ella no era más que un pequeño canapé, por lo que la envolvió aún más entre sus brazos.
En simples palabras: sentía a la muerte soplarle la nuca. Sara podía ser fuerte cuando era necesario, pero otras veces era innegable que la situación la sobrepasaba. Tan solo dos cosas mantenían su endereza; una, era el carácter protector de ese vampiro; otra, que aún no había visto a los demás.
Ambos optaron por permanecer en un rincón, así observar con detenimiento el paradero de Ámbar.
—¿Quieres que la busquemos? —preguntó Tony, notando la mirada perdida de su ofrenda.
—Por favor —suplicó, observando que todo comenzaba tornarse extraño.
Las vampiresas y vampiros se trataban con "demasiado" cariño, generando vergüenza en Sara, más al ver como reían, bebían, y algunos se besaban con pasión, acariciándose las pieles, paseándose por el castillo con demasiada sugestión. Una orgía era inminente y ella no quería permanecer para presenciarla.
—Mantente a mi lado —indicó Tony, con la mirada pensativa puesta en los de su especie—. Es mejor no ir hacia los pisos de arriba, más siendo una ofrenda.
—¿Por qué querías venir? —indagó ella, buscando su mirada.
—Mi familia quiere que me comprometa con Laia Belmont, la hermana de Adam —confesó Tony—. La verdad, no tengo ningún interés en ella, y eso es lo de menos. Si acepto, tendré que dejar el Báthory. Su familia está dispuesta a dar ofrendas del mercado negro para que tengamos una luna de miel apartados de esto.
—¿No pueden esperar a que termines tus estudios?
—No les importa. —Tony chasqueó su lengua—. Adam es el último varón que ha nacido en toda la familia, desde hace dieciocho años. Quieren que le dé hijos hombres a Laia y ponerles un doble apellido para que su estirpe no desaparezca.
—¿No es más lógico que casen a Adam? —preguntó Sara.
—No. Olvídalo —barbulló Tony, previendo haber metido la pata—. La cuestión es que pretendo buscar otra pareja que no me aleje de aquí. El Báthory me da tranquilidad y libertad, quiero aprovechar estos años para ser yo mismo. No voy a volver a tener la paz que tengo ahora, nunca más.
La historia de Tony era intrigante, pero tenía miles de baches. Sara no pretendió indagar en detalles, previendo que era una situación inmanejable para ella, aun así la curiosidad picaba en ella.
—Si estás conmigo no se te acercarán muchas mujeres. —Sara fue perspicaz, porque a pesar de jamás haber estado en una situación similar podía interpretarlo bien.
Tony tragó saliva y la miró atinando a decir algo, aunque sus palabras no salieron. Sara no supo bien porque dijo lo que dijo, suponiendo que Tony podía malinterpretarlo. De inmediato, ella, corrió la vista. Él la ponía nerviosa cuando callaba, no como al principio, era más molesto. Pero su acto fue afortunado, dado que por querer evitarlo a él, su mirada se desvió hacia donde estaba Ámbar.
—Ahí está —susurró al verla en compañía de otras hermosas vampiresas.
Ella llevaba su rojizo cabello suelto y un vestido verde esmeralda, se veía hermosa, sublime; como una flor en su máximo esplendor, con todos sus pétalos extendidos. Ámbar subía las escaleras con elegancia y finura, sin percatarse de la presencia de su amiga. Estaba claro que Sara no llamaba la atención entre tantas bellezas brutales, que las miradas del principio habían sido por el aroma de su sangre. Nada más.
Sara brincó en su sitio, poniéndose de pie, decidida a ir hasta ella sin siquiera meditarlo un segundo.
—¿A dónde vas? —preguntó Tony, tomándola del brazo.
—Ámbar sube por las escaleras, —respondió, esta vez tratando de zafarse de su agarre. No le gustaba cuando la tocaban de un modo brusco.
—No puedes ir sola al segundo piso—insistió él, tironeándola para que se volviera a sentar—. Voy a acompañarte.
Tony frunció su ceño analizando el ambiente, y de inmediato tomó aire dando sus primeros pasos. En ese momento, a Sara había dejado de importarle todo, porque para ella nada podía ser peor que irse sin haber cruzado palabra con Ámbar. Tenía muchas cosas que decirle y tenía que transmitirle las palabras de Francesca, era necesario pedirle perdón.
Subieron por las escalinatas. Ámbar ya estaba fuera de su vista, por lo que la tendrían que buscar; no obstante, Tony se negaba a apartarse de su lado. Insistía en la peligrosidad de estar sola por esos lares.
Tan pronto como reaccionaron, se encontraron rodeados de pasillos llenos de habitaciones, algunos vampiros caminaban por los mismos sin prestarles mucha atención.
Hasta que uno lo hizo.
—¡¿Qué hacen ustedes dos?! —exclamó alguien a sus espaldas.
Sara reconoció esa petulancia.
—¿Por qué te importa, Adam? —respondió Tony, rodeando sus ojos y dejando escapar un bufido.
De inmediato se pudo notar como la tensión en Adam crecía, parecía a punto de querer golpear a Tony sin razón aparente.
—Es sábado —indicó Adam, con su mirada de soslayo—. Es el día de Jack, además, ¿qué haces aquí? ¿Vas a rechazar a mi hermana? ¿Vienes a revolcarte con nuestra ofrenda?
<<Qué idiota>>, pensó Sara, sin entender como no podía decir una oración que no fuera para provocar.
—No voy a comprometerme con tu hermana —respondió Tony, tomando una bocanada de aire—. Y sé que es sábado, pero nadie invitó Sara sabiendo que podría ver a su amiga; así que no hay nada que me lo impidiera hacerlo.
—Me sorprendes Tony. —Adam lanzó una carcajada—. No vengas con excusas. ¿Me vas a decir que arriesgarás a Laia por esta cosa? ¿Qué fetiche tienes con las humanas? ¿Aún no superas lo de Clarissa?
Era difícil para Sara saber de qué hablaban; pero en cuanto Adam dijo ese nombre, Tony se ofuscó por completo, arrebatándose, listo para una riña. Ella aprovechó el momento. Ámbar volvía a pasar cerca de ella, estaba al fondo del pasillo con un chico. No lo pensó dos veces, salió corriendo tras ella. Que esos dos se mataran le daba igual. Tony la llamó, pero no hizo caso. Sus problemas no le importaban nada en comparación con Ámbar.
Sara los perdió de vista.
Fue en vano, los confusos pasillos la obligaron a perderla a ella también.
<<¡Mierda, Ámbar!¿Dónde te has metido?>>, los dientes de Sara rechinaron.
Sara se apoyó sobre un muro, mirando a los lados en busca de una buena idea. En eso, oyó voces que provenían de una habitación. La puerta estaba entre abierta, y tan solo decidió parar la oreja porque una voz se le hizo familiar. Creía que era Joan, pero su tono se escuchaba alterado y quebradizo, un tono que jamás había usado con ella.
—¡Déjame en paz, Joan! —expresó la voz de una mujer, confirmándole que se trataba de él—. Que sea tu prometida no significa nada. Son negocios, lo sabes bien.
—Al menos ten el recato de no revolcarte con todos los que te cruzas en mis narices —respondía Joan.
—¿Y tú qué? —indagaba la voz con aires agresivos—. ¡No seas hipócrita! Me tienes cansada, me aburres. ¡Déjame vivir, porque si voy a tener que pasar la vida contigo de este modo, prefiero matarme!
—¡Me harías un favor! —decía él, parecía furioso—. ¡¿Acaso piensas que quiero estar contigo?! ¡Me importa una mierda el linaje!
—¡Claro que no te importa! —reprochó la mujer—. Mis padres deben odiarme para querer casarme con un imbécil, cuya madre no sabemos de qué vertedero de prostitutas salió.
Sara llevó sus manos a la boca. Ya no oyó la voz de Joan.
La conversación terminaba, él no respondería a los agravios. Sara sentía pena por quien había sido tan amable con ella. Recordaba que siempre había tomado su sangre solo de las muñecas para no ofender a aquella mujer que lo agredía sin reparo. Era obvio que el amor no existía entre vampiros, tal y como lo había sospechado: las relaciones eran negocios.
Sara prefirió aislarse de ese lugar, no podía inferir en una situación de esa índole. Los problemas románticos no eran asunto que pudiera resolver, tampoco pretendía hacerlo. Caminó un poco más y por fin la halló a ella: Ámbar.
Pero la imagen que vio no fue de las que esperaba.
La flamante vampiresa estaba dentro de una habitación, en compañía de un chico joven con aspecto de cervatillo. Ella lo tenía amarrado de pies y manos, lo sostenía del cabello y succionaba su sangre del cuello, entre tanto lo arañaba desgarrando su piel. Él gimoteaba temblando, apretando sus ojos con espanto.
—¿Ámbar? —preguntó petrificada, temiendo haberse confundido.
Ella se alejó de su presa, su rostro se veía algo diferente, sus ojos estaban más brillantes y rojizos, su piel más pálida, translucida, y sus labios carmesí chorreaban espesa sangre de sus esquinas.
—Sara. —La voz de la colorada sonó apática—. ¿Qué haces aquí?
—¿Qué estás haciendo tú? —preguntó Sara, quien dio un paso atrás y tragó saliva con la fija idea de salir corriendo en cualquier instante.
Ámbar miró al muchacho y lo lanzó al suelo.
—Estoy comiendo, ¿lo olvidaste? Ya soy una vampiresa —dijo con una media sonrisa que no auguraba nada bueno—. Esos tipos lo hicieron, abusaron de mí y me convirtieron en esto. Debo admitir que en el momento fue una mierda, pero es lo mejor que me pudo pasar.
—Lamento no poder haber sido útil, no haber podido ayudarte, pero ese chico —dijo Sara, dirigiendo la vista al muchacho que tenía su mirada perdida, triste y devastada—. ¿Es una ofrenda? ¿Por qué lo tratas así?
Ámbar la acechó con una mirada hostil.
—¿Este tipo? —preguntó pateándolo en las costillas, el muchacho tosió, pero no dijo nada—. Sí, esta basura es mi ofrenda. Aquí podemos tratarlos como queramos. La directora Catalina nos da libertad. No es un hipócrita con Azazel, desde el principio las ofrendas conocen su lugar —añadió enmarcando una sonrisa en la que lucían sus nuevos colmillos.
—¡¿Eres estúpida?! —Sara olvidó el miedo y avanzó hacia la pelirroja—. ¿Qué futuro piensas que te espera, vampiresa? Tú eras una ofrenda, y tu destino no será mejor. Azazel será un hipócrita, pero al menos trataba de protegerte.
—¡Pues no ha hecho lo suficiente! —Ámbar estrujó sus puños—. Esta es nuestra verdad, ¡a nadie le importamos! ¿Por qué deberían importarme los demás? ¡¿Por qué no puedo siquiera descargarme con este idiota?!
—Porque él es como tú. —Sara tomó su cabeza, sin poder entender lo que veía—. Un día será un vampiro, ¡deja de escupir al cielo!
—Puedo matarlo antes.
—No te atreverías. —Sara enarcó una áspera sonrisa—. Te has vuelto una cobarde.
Ámbar rió sin palabras para refutarla. Sara se sentía defraudada, ¿cómo era posible que su amiga cambiara de parecer tan rápido? ¿Acaso olvidaba que ella también había sido humana? Sin más que agregar, dio la media vuelta, con el asco en la garganta, considerando que más no podía hacer. No estaba capacitada para sermonearla o darle un consejo, y en parte la responsabilidad la carcomía. ¿Habría funcionado huir del Báthory? Jamás lo sabría. Por lo que, sin decir adiós, se alejó de la escena.
Convencida que ya no tenía caso seguir allí, Sara buscó a Tony esperando que no estuviese con una chica, de lo contrario tendría que esconderse por los rincones hasta el amanecer.
Sin saber bien qué camino tomar, ella chocó con la salida a un balcón. Joan vestía de gala, bebía las últimas gotas de una copa en su mano y tenía la vista perdida en el reflejo de la luna.
La discusión con su prometida lo había dejado abatido, era notable.
Ella se acercó a él, no quería ocultarse. En lo posible, pensó en conversar con él, ayudarlo a desahogarse y hacer la noche más amena para ambos.
—Joan. —Sara lo llamó, y él se volteó sorprendido. Sus ojos amarillentos centellaban tras los lentes—. Estás aquí.
Él la miró de arriba abajo, pero sin hacer comentarios sobre la finura de sus ropajes y la elegancia de su porte.
—Y tú también. —Sonrió con levedad, tomando aire, manteniendo un ligero temblor—. ¿Qué haces aquí, y sola? Es muy peligroso, cualquier vampiro inmundo podría tomarte y hacerte cualquier cosa.
—Eres muy amable, pero estoy bien, o eso creo —respondió acercándose a su lado, él bajó la mirada. Ella continuó—. Vi a Ámbar, está cambiada.
Nunca conversaba con Joan más que de las tareas, pero sentía la necesidad de dialogar, de contarle lo que le sucedía. No se trataba de ella, quería sacarlo de su malestar.
—Es culpa de Catalina —Joan se quitó los lentes y limpió algunas lágrimas bajo sus ojos—. No ayuda a las impuras en su difícil etapa, incentiva su peor lado.
Sara sintió su corazón comprimirse al comprobar que él tenía sentimientos. Era lo último que esperaba de un vampiro, ¿lágrimas?
Joan prosiguió al notar el silencio repentino de la joven.
—No sé quien tuvo la idea de traerte. —Joan resopló con el ceño fruncido—. Lo mejor hubiese sido que no la vieras. Ya de por sí las vampiresas son complicadas, y la cosa empeora cuando son novatas.
—Tony me trajo, quería darme la oportunidad de verla una vez más—explicó Sara.
Gracias a eso entendía que a lo mejor no se trataba de falta de voluntad de los chicos el no haberla invitado al Sabbat.
—Percibo que lo hizo sin pensar —dijo Joan, de inmediato volvió a mirar a Sara—. Al menos fue bueno que vinieras. Es grato hablar con alguien luego de romper con mi prometida.
—¿Rompiste con tu prometida? —Sara fingió sorpresa con el fin que Joan se animara a contarle más.
—Sí, pero no me apetece enroscarme con otra de su tipo —confesó amargo, viéndola a los ojos con fijeza—. Lo intenté, pero no puedo forzar más esto. Por eso he venido a tomar una copa en soledad. Necesito que esta maldita noche de luna llena termine ahora.
—No ha sido una buena noche para muchos. —Sara bajó su mirada y mordió su labio.
La incomodidad arrasó con ella, ¿desde se tenían tanta confianza? Quizás desde ese mismo instante en el que ella podía ver a un alma sensible tras el frío vampiro, y esa persona le agradaba.
—Al menos puede mejorar, de hecho... —dijo acercándose a su cuello, de inmediato Sara encogió su postura—, ya podré tomar sangre de tu cuello sin excusas, estoy cansado de contenerme. Me duele, no tienes una idea cuanto duele.
—No tendrías que reprimir tu sed —musitó Sara, a pesar de acurrucarse más sobre sí misma—. Entiendo que no quieres ser malvado. Puedes tomar mi sangre.
Ella inspiró con fuerza, sin esperar menos de un vampiro. Ellos sólo pensaban en comer en cuanto la veían. A decir verdad, la facilidad con que cambiaba el tema, le hacía creer que Joan no tenía ganas de compartir una charla profunda con ella. Tan solo era bueno que estuviera ahí, para rellenar su copa vacía. Eso acrecentaba la decepción sobre la manera de como la veían.
Los finos colmillos de Joan penetraron su cuello, sus labios mojados saboreaban cada centímetro de su piel con calma. Era la primera vez que él bebía sangre de allí. El cuerpo de la ofrenda sentía un intenso y sofocante calor, un hormigueo desde la coronilla hasta los pies. Gimió embriagada al sentir su cuerpo derretirse, pues Joan no sólo la drenaba, sino que la besaba con disimulo en cada mordida; la acariciaba, recorría las curvas de su cuerpo con sus largos dedos. La vista aturdida de Sara se posó sobre la luna que la hipnotizaba, que no la dejaba procesar la excitación que Joan le generaba a su cuerpo.
Aunque él ya se había alimentado, seguía besándole el cuello, intensificaba las caricias en sus brazos, en su cintura, subiendo hacia los pechos, dudando en apretarlos, ¿sería capaz? Sara siquiera podía apartarlo, o decirle que se detuviera, después de todo era algo que disfrutaba también.
Joan se separó de ella antes de cruzar la línea. Él la contempló, descifrando la reacción abochornada de Sara.
—¿Te gusta? —preguntó él.
Ella, con las mejillas enardecidas, solo pudo asentir con vergüenza.
Joan tenía sangre en sus comisuras y sus pupilas dilatadas, ella iba a desmoronarse por completo. Un calor efervescente los sujetaba; algo pasaba entre sus cuerpos, una poderosa electricidad. Él tomó el rostro de la ofrenda entre sus manos, y un silencio profundo se hizo entre ellos.
—¡Joan! —gritó una voz que los espabiló, antes de que sus labios colisionaran.
Sara podía asegurar que Joan habría querido besarla en la boca, y que ella, como víctima de un embrujo, no habría podido resistirse.
—D-Demian —titubeó Sara, asustada, creyéndose culpable de un crimen.
Demian oprimía sus dientes y puños, no parecía para nada ese chico nervioso y asustadizo que conocía. Lo que había estado a punto de ver no le gustaba nada. Se acercó a ellos, tomando a la chica del brazo para apartarla de un brusco tirón.
—¡¿Qué crees que haces, Joan?! — berreó fuera de sí, pero eso no era lo que le molestaba—. ¡Tienes una novia!
—Ya no. —Joan alzó una ceja—. Y lo que hago con Sara no es de tu incumbencia
—¡Por supuesto que sí! —respondió Demian— Sara debe ser igual con todos, no puedes tener un trato especial. Además es sábado, el día de Jack. Todos acordamos respetar eso.
—Jack no me trajo, Demian —señaló Sara, previendo que Joan no merecía tantas acusaciones—. Fue Tony. Y no estaba haciendo nada, él solo bebió mi sangre.
—¿Q-qué? —Demian tartamudeaba otra vez—. E-entonces yo también tomaré tu sangre aunque no sea mí día.
Demian tiró de Sara, envolviendo su cuerpo con sus brazos, clavando sus colmillos sin compasión alguna. Sara gritó del susto que le provocó la sorpresiva mordida.
Era obvio que lo hacía por celos. Estrujaba el cuerpo de la humana entre espasmos impúdicos. Los ojos entre abiertos de Sara podían ver a Joan observando tan descarada situación con de recelo. Cuando el muchacho de cabello cobrizo se separó de ella; limpió su boca con su brazo y mostró su rostro desencajado. Su humor demente le quitaba todo lo agradable a la mordida, a la imagen que ella tenía de él.
—Ta- también tienes que besarme —dijo intentando ser amenazante.
—No me he besado con Joan —se excusó Sara, enojada.
—¡Iban a hacerlo! —exclamó Demian.
—No es verdad —dijo Joan, relamiéndose—. Le iba a preguntar si quería ser mi novia.
—¿Q-qué? —balbuceó Demian.
Sara si quiera podía comprender que sucedía a su al-rededor.
—Yo no tengo que rendir cuentas a nadie —prosiguió Joan—. No tengo que restaurar mi familia, ni cumplir un deber con mis padres. Así que...
¿Qué estaba diciendo? Ni Sara ni Demian lo podían creer. Joan la estaba metiendo en un lío grande ¡muy grande!, más conociendo la personalidad de Demian, el cual se mantenía pasmado ante tal situación.
Joan miró a Sara siendo interrogativo, cómo si esperara una respuesta de su parte. ¿En serio preguntaba? Demian también clavó sus ojazos en la humana, y luego entendió el porqué. Si decía a Joan que sí, decía a todos que sí. El trato debía ser equitativo, ese era la condición. No importaba la situación, seguirían en el Báthory.
Adam y Tony llegaron justo a tiempo para romper con el insufrible silencio, justo a tiempo para acabar con la patética situación.
—¡Sara, te dije que no te alejaras! —reprochó Tony, con sus motivos válidos.
—Acá está. —Adam resopló y cruzó sus brazos—. Por lo visto prefería divertirse con el tartamudo y el cornudo.
Demian y Joan miraron mal a Adam, y no era para menos, los insultaba sin tapujos.
—Tony —irrumpió Demian—. ¿Tú trajiste a Sara al Sabbat? Ahora Joan le está proponiendo un noviazgo a pesar que es la comida de todos
Tony ciñó su entrecejo, primero mirando a Joan, luego volteándose a la expectante ofrenda.
<<Vamos, terminen con este circo de una vez>>, pensó Sara, cada segundo era una eternidad.
—Quería probar su sangre —respondió Tony.
Por un instante, Sara, respiró tranquila.
—Pero no es tu día —agregó Adam—. Si cada uno empieza a hacer lo que se le da la gana, las cosas no tardarán en complicarse.
—Está bien —dijo Sara, tratando de hacerse oír—. Si hay alguien que debe reclamar algo es Jack, y él no está aquí. Ya déjense de tonterías.
Su único objetivo era evadir esa situación. ¿Noviazgo? ¿En qué pensaba Joan? ¿Acaso no era el más racional? Tomando a Tony de la mano, Sara lo llevó lejos de los demás. No supo que cara pusieron los otros, imaginaba que una no muy agradable. No le interesó, quería escapar de sus locuras. Estaban yendo muy lejos pretendiendo hacer lo que se les daba la gana con ella, otra vez.
—Me fui porque vi a Ámbar —se excusó ella para cuando estuvieron a solas.
—Está bien —expresó Tony apretando su mandíbula, ensimismado—. Al menos estás a salvo.
—Puedes tomar mi sangre —dijo ella, para hacérselo más fácil.
Él comprimió su rostro, mirándola con duda; como aquellas veces que no le quería ni hablar.
—¡No quería que fuera así! —Se quejó, haciendo que una vena en la frente se le hinchara. Sara tragó saliva temiendo por su vida—. Fue estúpido traerte aquí. Estoy confundido. ¿No es retorcido? Encerrar a tantos hombres con una sola mujer, más sabiendo lo que te provocamos con nuestras mordidas, lo que nos provoca tu sangre. Entiendo que no quieren sacrificar más humanos, pero...
Tony no supo cómo continuar, resopló y parecía a punto de llorar.
—¿Pero qué? —preguntó preocupada.
—Esto multiplica tus problemas —dijo con la voz resquebrajada—. Muero por probarte, pero no sé cómo hacerlo. No quiero que me veas mal, ¡tengo miedo, y deseos como todos!
<<Duele>>. Sara recordó las palabras reciente de Joan.
Contenerse les dolía.
Tony la sorprendía otra vez. Sus palabras le llegaban al punto de sentirse vulnerable, la ablandaba, la hacía olvidar que era de otra especie. A Sara le daban ganas de decirle que no tenía que estar mal, que su sangre era suya, lo aceptaba si podía tener un buen pasar a cambio. Pero él conocía la importancia y el valor de las personas, no podía subestimarlo.
—¿Por qué te da miedo?—dijo tratando de ser comprensiva—. Nadie me ha herido
Tony bajó la mirada.
—Soy un vampiro sediento, hambriento, deseoso de la sangre que recorre tus venas. —Tony suspiró y volvió su vista a ella—. Todavía recuerdo el terror con el que nos mirabas los primeros días. Sé que tu amiga ya no es la misma por culpa de los nuestros.
Ante el silencio de la humana, él continuó:
—Sí, Sara, te iba a pedir que fueras mi pareja, quería que te sintieras como un igual, por eso te traje al Sabbat. Quería que no te vieras como la comida, y creo que Joan es el único que piensa igual. Eres la persona que nos da su vida para que nosotros vivamos. Las ofrendas, todas son especiales. Los demás no lo entienden, o quizás no quieren asumir que sin ustedes no seríamos nada, por eso prefieren maltratarlas.
Por un instante el corazón de Sara se detuvo, para luego comenzara a latir de manera frenética. Las palabras tan dulces de Tony, ese chico que había juzgado de hosco, le derretían el alma, el cuerpo. La desencajaba, la sacaba fuera de lugar al punto de no saber que responder. Era demasiado para una persona que jamás había recibido tal apreciación.
—Podría haber sido cualquier otra ofrenda, ¿te daría igual? —preguntó insegura, sintiéndose tonta por no valorarlo del todo.
—No me daría igual — dijo posándole la mano en la mejilla—. Hasta el momento no había querido comprometerme con la situación que sufren los humanos. Es egoísta, lo sé. Me despertaste, me hiciste ver que era un idiota con problemas estúpidos. Te importó mi vida, intentas conocerme. Va más allá. Tu humanidad, tu fragilidad, tu fortaleza me desarma.
—Yo... —farfulló ella, sintiendo sus rodillas flaquear, sus latidos acelerase—. Si te acepto, no será fácil, tendré que dar el mismo trato a todos. Por lo menos los dos años que sea su ofrenda.
—Es una locura, lo sé —admitió Tony, más entusiasmado—. Pero dos años consumiéndote, viéndote todos los días, será inevitable. Si Joan ya te lo propuso, es porque conoce el desenlace. Tarde o temprano nuestros cuerpos acabarán actuando solos, se dejarán llevar por los impulsos, y lo que menos quiero es hacerte daño. Entonces, si aceptas una relación más cercana, ahora mismo, podremos tratarlo de otro modo.
—¿Qué hay que hacer? —preguntó Sara, casi resignada a encontrar otra solución—. ¿Qué hay que hacer cuando eres la pareja de alguien, de un vampiro? Yo no lo sé, nunca antes había pensado esa posibilidad. ¿Qué cambiará para mí si soy tu novia y la de Joan, y la de los demás a la vez?
Tony tomó las temblorosas manos de Sara envolviéndolas sobre las suyas.
—Cambiará todo —dijo él—. No serás una ofrenda, serás un igual. Te tendrán que respetar todos como tal, nos cuidaremos, nos protegeremos. Pero será circunstancial.
—¿Circunstancial? —preguntó Sara.
—En dos años acabará, y no podrá existir una relación entre nosotros. —El mentón de Tony trepidó al hablar—. Pero te prometo que tendrás un buen pasar.
Su respuesta seguía siendo endeble. ¿Acaso no podían respetarla, cuidarla y protegerla sin ser nada más que vampiro y ofrenda? Además ¿protegerla de qué? Ellos eran el peligro. Tony era dulce, pero ella no era estúpida. Si lo aceptaba a él, aceptaba a Joan, a Demian y a cualquiera de los chicos. ¿De verdad significaría que la tratarían como a una semejante? Adam no parecía del tipo que la respetaría por ser novia de Tony; y los gemelos, con esto tendrían su boleto dorado para hacer lo que quisieran.
Sin embargo, no quería rechazarlo, no a él. Si lo pensaba, tampoco hubiese rechazado a Joan.
Sara tomó aire, no tenía nada que perder, de hecho, lo había perdido todo hacía rato. No le quedaba nada. Era la última moneda en su juego, debía apostarlo todo. Una relación más cercana tenía que darle algún tipo de ventaja.
—Acepto tu propuesta —dijo entre agitada y tímida, sin saber en lo que acababa de meterse.
La obnubilaba la idea de recibir un buen trato, de hacer las paces, y que las cosas funcionaran a su favor. Se creía casi inteligente por intentar sacar ventaja de la situación, y un poco malvada sabiendo que se pondrían en juego los sentimientos.
Para cuando volvió a ver a Tony, éste estaba con una expresión abochornada, mordiendo su labio inferior, ¿él podía hacer una expresión tierna como esa? Sí, podía. ¡Pobre Tony! Sara acababa de descubrirlo. Sus rasgos toscos lo hacían parecer algo que no era. La verdad, se deshacía como la miel.
—Bien —dijo él.
Tony se abalanzó sobre ella, tomándola de la cintura. Sus cuerpos dentellaban en resonancia, su nariz chocó contra la de ella, y sus labios fueron posándose sobre los de su ofrenda con una tierna lentitud. Ese beso era suave y delicado; las lenguas fueron adentrándose en la boca del otro con sutileza, su agarre comenzó a hacerse más fuerte.
El vampiro la besaba con una intensidad única. En un instante, en un pequeño instante, Sara sintió los colmillos hundirse en su lengua, perforándola de lado a lado. Él comenzó a succionarla, a medida que se convulsionaba, que gruñía desesperado por la sangre que se acumulaba en su boca.
Ella no podía escaparse, pero tampoco quería hacerlo, estaban bebiendo su sangre mientras la besaban, y se confundía con sentirse estimulada por eso. Tony se separó de ella, un hilo rojizo unía sus bocas; él jadeaba, sofocado, y ella respiraba de igual manera.
Alguien carraspeó su voz.
—¿Terminaron? —preguntó un coro al unísono.
Jack y Jeff los habían visto.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro