Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

15. La invitación

Como en un sueño, todo comenzaba a pasar demasiado rápido. Los rumores a su alrededor eran un bullicio incomprensible, su vista mareada se posaba en el rostro inerte de su compañero. Entonces, sólo las palabras de Francesca retumbaban en su mente. Ellos, a pesar de todo, eran seres con vida, frágiles que dependían de otros para poder seguir de pie, ese otro era ella. Al no darle verdadera importancia a su condición, se convertía en cómplice de esa desgracia.

¿Era Tony merecedor de la muerte? ¿Era ella responsable de aquello? No lo sabía, pero no quería que lo fatal sucediera.

Azazel, junto a los profesores, tomaron el fornido cuerpo de Tony, subiéndolo a una camilla, trasladándolo a la velocidad de la luz por los pasillos. Sara corrió tras ellos, nadie se lo impidió, tan solo supo que estaba a la mira de todos. Estaba desesperada.

Por un momento sintió una pesadumbre, un punzante dolor en su pecho, entre sollozos pedía perdón: era la culpa, la idea terrible de tener que pensar en cargar con una muerte. Azazel acarició su cabeza en forma de consuelo, ella no lo esperaba.

—Estará bien siempre y cuando le hagamos una transfusión de sangre —dijo el director.

—¡¿Y qué estamos esperando?! —A Sara no le importó ser insolente, y el director lo pasó por alto.

Luego de eso, sucedieron unos cuantos minutos en los que comenzó el suministro. Ella descansaba en una camilla al lado de su desfallecido compañero, quien se mantenía tan quieto como una roca, y tan pálido como un amanecer en el desierto. Su ro­busto cuerpo, sus manos grandes, sus largas pestañas y su cabe­llo rojo a un lado ya no intimidaban, más le generaban zozobra, su quietud lo hacía.

—Perdóname —murmuró Sara, al momento que dejaba caer unas lagrimillas culposas.

Tras dos horas a su lado, podía verlo retornar a su color ha­bitual; seguía pálido, pero lo azul de sus labios y las venas de sus ojos tomaban la naturalidad de un vampiro. Ya no corría peligro. No era un milagro, habían actuado a tiempo.

Tony comenzó a moverse entre quejidos. El corazón de Sara sintió la parálisis de la alegría y la ansiedad. No ocultó su emoción, por lo que se abalanzó sobre él atrapándolo en un abrazo.

—Tú —balbuceó Tony al sentirse aprisionado por ese tibio y pequeño cuerpo.

—¡Gracias a Dios! —clamó sin ningún reparo antes de poner su cabeza en su pecho para lanzarse a llorar.

—¿A Dios?—dijo esforzándose de más—. ¿Qué haces?

Tony la tomó por lo brazos para apartarla de su lado. La humana limpió su rostro con sus puños.

—No te muevas. —Sara lo contuvo en su lugar—. Enseguida llamaré a Azazel.

Sara corrió a buscar a quienes lo atenderían mejor.

Esa noche, ella se quedó en vela, sentada en el suelo esperando tras la puerta, comiéndose las uñas a pesar que todo estaba bien. Necesitaba aseverarse que ya no la necesitaban para nada.

—No es necesario que te quedes aquí —dijo Azazel, apare­ciéndose con una sonrisa amable—. Deberías descansar.

El director del Báthory estaba en compañía de una mujer de mirada triste y acaramelada, pero de por sí muy bella. Su cabello castaño largo caía con un ondeado sobre sus hombros y su piel era de un amarillento enfermizo. Con temor, se escondía tras la espalda del morocho.

—Yo... —dijo Sara, sintiendo un ligero temblor en su cuerpo—, no tomé conciencia de lo que podía pasar. Quería arreglar las cosas, no me di cuenta que ya era tarde.

—Fue su decisión —afirmó Azazel—. Incluso si lo supieses, no es tu obligación ir tras ellos para ser mordida.

—Solo quiero asegurarme que estará bien —respondió enco­giéndose entre sus rodillas.

—Puedes cuidar de él esta noche —propuso Azazel—. Iba a decirle a Elizabeth, pero hay otras cosas que quiero que haga.

Sara miró a la mujer; ella era Elizabeth, la ofrenda del direc­tor. Azazel le la instruía en diversas cuestiones: escribir y leer, cocinar e incluso hacer trabajos administrativos. La cara de pa­vor de la mujer le recordaba sus primeros días en el castillo. Sara no se imaginaba como la estaría tratando Azazel. Él parecía bastante amable y maduro, a veces olvidaba que se trataba de un vampiro de varios centenares de años.



Poco después, Tony fue trasladado a su habitación, seguía con secuelas parecidas a una borrachera, por lo que debía reposar. Sara, aceptando la propuesta de cuidarlo, se quedó a su lado en tanto él se sosegaba. Ella echó un ojo a su alrededor, notó que su espacio personal carecía de cosas. No poseía ni libros, ni ador­nos, o ropa en el suelo; como mucho una cama y algunos mue­bles carentes de vida.

Tony comenzó a quejarse cuando el sueño se le interrumpió. Sara se acercó a supervisarlo, pero este no hizo más que poner su cara de desprecio apenas abrió sus ojos.

—No quiero tu sangre —indicó tratando de levantarse, pero ella lo detuvo poniendo sus manos en sus hombros.

—Quédate quieto, debes reposar.

—Sólo vete —gruñó haciéndola enojar.

Sara lo soltó de mala gana, mirándolo con su peor cara. ¿Quién se creía? El mal genio se lo sacaba de inmediato. No po­día entender cómo, hacía un momento, estaba llorando por ese vampiro. Bien, en parte era la culpa.

—Tú insistencia en no tomar mi sangre casi te mata —dijo ella, sin vueltas—. Si no te agrado, o he hecho algo malo, dímelo; pero toma mi sangre, para eso me tienen aquí.

—No tiene que ver contigo —bufó sin más, corriendo su mi­rada—. Es mi problema.

Sara contaba con la suerte que la tensión y el pavor que Tony generaba en un principio se habían esfumado, más viéndolo en ese estado deplorable. Eso sí, la hacía enfurecer demasiado, ¿por qué era así? ¿Qué problema tenía? ¿Por qué se negaba a tomar su maldita ración de sangre? ¿Cómo era capaz de intentar suicidarse por inanición? ¡Era un idiota! ¡Todos los vampiros lo eran! Y eso cada vez estaba más claro.

<<Basta de titubeos, Sara>>, se dijo a sí misma, porque a pe­sar de parecerle irracional, se sentía en deuda con él, por ayu­darla aquella vez o por dejarle tantos días de paz. Con su indife­rencia, Tony, le había regalado días de plena libertad.

Sara se arremangó la camisa y mostró sus heridas a Tony. Las mismas eran ya débiles marcas que estaban a punto de esfu­marse. Éste la observó atónito, era la primera vez que veía otra expresión que no fuera de desprecio.

—Mi mayor deseo muchas veces fue el de morir —habló Sara con firmeza—, eso fue cuando creía en Dios, por lo que en mi mente estaba ir al infierno si cometía suicidio. ¿Sabes? No me importaba caer a las llamas, porque pensaba que nada podía ser peor que mi vida.

Tony hizo silencio y desvió su mirada con horror, Sara enten­día que le estaba dejando hablar.

—Cuando llegué aquí pensé que eran monstruos, ahora sé que no hay mucha diferencia. —Tomando aire para continuar, Sara siguió—. Estoy para alimentarte, y esta vez es porque quiero.

—No me conoces, no tiene sentido.

Y ahí estaba, por fin Tony le decía algo más aparte de que se borrara de su vista.

—¿Y si me dejas conocerte? —dijo sin pensarlo, sintiendo el rubor en su cara—. Es decir, quiero saber por qué lo hiciste. Lo tienes todo. Se supone que el Báthory los complace, no hay cas­tigos, puedes estudiar lo que quieras, e incluso practicar arte.

—No es así, Sara. —Tony tragó saliva al ver las marcas de la muchacha—. ¿Qué clase de libertad crees que tenemos cuando nadie sabe de nuestra existencia? ¿Cómo crees que se sostiene un milenario anonimato?

Los ojos de Sara se abrieron con asombro ante tal desahogo. Era algo que había visto en la mirada de Adam, en su sonrisa falsa.

—Sigue siendo mejor que el Cordero de Dios. —Sara sonrió queriendo apaciguar los ánimos—. Al menos pueden dibujar o leer lo que se les ocurra.

—¿No hacías esas cosas en ese sitio? —preguntó curioso.

—No, no hacíamos nada de eso. —Sara hizo una media son­risa, sus ojos se opacaron.

—¿Qué hacían? —interrogó siendo más fisgón, ablandán­dose.

Era agradable que Tony comenzara a mostrar su verdadera naturaleza, aunque sólo le echaba limón a la herida. Sara no tenía ganas de recordar su antigua vida, pero quería seguir mante­niendo la conversación.

—Leíamos, rezábamos, limpiábamos, cocíamos —sonrió con tristeza—. Alguna que otra vez robamos vino y cigarros a las monjas, aunque eso implicara una semana en el calabozo.

—El Báthory no es mejor, los chicos te tratan como una cosa; mi única forma de ayudarte es no beber de ti —Tony apretó sus dientes, la situación lo indignaba de verdad—. No deberías acostumbrarte a tan poco. Tienes que hacer lo que te dicen, ¿no? Nunca me agradó la idea de aprisionar a alguien. ¿Repartirte en los días de la semana? Ellos son egoístas, me dan asco. Más sa­biendo de tu futuro.

—¿Mi futuro? —preguntó un tanto turbada.

—Sirvienta, prostituta o, con suerte, concubina —sentenció él—. Los tres únicos caminos posibles para una ofrenda, la cual eventualmente será convertida en vampiresa impura.

—¡Yo no quiero ser convertida! —Sara pegó un salto hacia atrás ¡¿qué revelación era esa?!—. ¡El profesor Víctor dijo que si estudiaba...!

El rostro de Sara palideció ante el espanto, no solo no tendría libertad, sino que sería propiedad de los vampiros por toda la eternidad, ella no pudo más que sentirse tonta por creer en Víctor, o en Azazel. No podía entender lo que oía, entonces, ¿Tony no la había tomado porque no quería quitarle la libertad? Él ha­bía pensado en ella más que nadie, al punto de ponerse en peli­gro.

—Pensé que lo sabías. —Tony hizo una mueca preocupada, al ver como el pecho de la muchacha subía y bajaba con desesperación.

—Debí suponerlo, ¡qué idiota! —Sara fingió una risita a me­dida que sus ojos se llenaban de desilusión, de odio, a medida que sus puños se tensaban—. El Báthory está bien, es un poco mejor de lo que esperaba. Y si los chicos me tratan de ese modo, se debe a que a nadie le gusta depender de otros para mantenerse vivo.

—Siento lo de tu amiga, no puede defenderla la última vez —añadió bajando la mirada y cambiando el tema por completo.

La garganta de Sara se volvió un nudo con recordarla. Todo iba de mal en peor.

—¿Ella estará bien? —preguntó angustiada, sabiendo de sus únicas opciones.

—El Báthory de mujeres es distinto —explicó Tony—. La tía de Joan, Catalina Báthory, se ocupa de la dirección. Ella es muy diferente a Azazel, es una vampiresa pura y vieja. Su mente es muy cerrada, pero las chicas que allí moran están a salvo. No debes preocuparte por eso.

—¿Así que Azazel no es un vampiro puro? —preguntó intri­gada, aunque recordaba que Evans también lo era.

—Él era humano, como Ámbar, como tú. —Tony desvió sus ojos al rostro amargado de Sara—. Azazel es un impuro que pudo llegar a ser esposo de una pura; por eso tiene más poder y reconocimiento.

—Tal vez es por eso que puede tratarnos con amabilidad, aunque... —Sara ya no podía quitarse la tristeza de que le hu­biera ocultado su destino.

—Él debe saber lo que se siente ser humano. Yo no. Así nací, así nació toda mi familia.

Con la vista en Tony, Sara no supo que decir, él confesaba que no entendía lo que significaba ser humano, pero a ella le parecía todo lo contrario.

—Entonces —balbuceó la ofrenda—, ¿vas a decirme por qué dejaste que te pasara esto? Hasta entonces me has esquivado.

—Me alimentaba de una persona y no está aquí —respondió sin más.

—Casi te mueres por eso. —Sara lo miró con firmeza.

—Da igual, no quiero hablar de eso contigo, sigues siendo una desconocida.

—Pero ahora me conoces un poco más —insistió ella, al fi­nal creía que tomar confianza con Tony no era tan difícil—. Y yo también quiero conocerte. ¡Y no quiero que esto vuelva a pasar!

Tony suspiró y entrelazó su cabello rojo haciéndolo hacia atrás, preveía que ella no daría por vencida; luego de verlo casi muerto de ningún modo le negaría su sangre. Si era necesario se la daría a la fuerza.

—Hagamos una cosa —dijo volviendo su filosa vista hacia la humana—. En unos días se festejará el Sabbat, ¿los chicos te invitaron?

—No, ¿qué es eso?

—Es una fiesta que se organiza de vez en cuando —reveló, pensando, buscando las palabras más adecuadas—. Nos juntan con el castillo Báthory de mujeres. Es para establecer relaciones, se supone que algún día debemos casarnos con una vampiresa de nuestra pureza. Las fiestas sirven para cono-cernos mejor. Estaría bien si me acompañas.

—¿Qué? ¿Por qué yo?

—Puedes ir, la mayoría de las ofrendas concurren. Mi padre quiere que vaya, y sería buena idea para que veas a tu amiga.

—¡Ámbar! —exclamó Sara esbozando una sonrisa—. Es verdad, podré verla. Pero no me respondiste, ¿por qué yo?

—No quiero estar sólo en un lugar como ese. —Los ojos café de Tony se extraviaron a un lado—. No tengo a nadie más para pedírselo. Podremos relacionarnos entre nosotros y tal vez con­sidere tomar tu sangre.

No debía pensarlo demasiado, era una oportunidad única, por lo que Sara aceptó. Eso era todo, dejó a Tony descansar luego de que él se lo pidiera, quedaba conforme con su charla. La sangre transferida era la suficiente para aguantar unos días más. Y la conversación la convencía que, poco a poco, lo iría descu­briendo, estaba segura de que sería alguien grato a quien tener a su lado.

Eso sí, Sara mordía sus labios para evitar mostrar una sonrisa, Tony resultaba ser más sensible de lo que simulaba, más maduro que ninguno. De un momento a otro ya no le temía, e incluso le agradaba pasar el tiempo con él.

Podía sentirse satisfecha, además de curiosa por saber los que era el "Sabbat", en donde por fin vería a Ámbar otra vez. Estaba ansiosa por un lado, deprimida por el otro, la visión de su deve­nir se nublaba por completo, por lo que era mejor seguir ade­lante.

Con el caer del ocaso, Sara continuó en el sendero de lo posi­tivo. Poder llevarse bien con los gemelos y con Tony era un ali­vio. El trato equitativo se cumpliría para no tener problemas, eso quería creer. Asimismo, un oscuro malestar aprehendía su pecho.

—Sirvienta, prostituta o concubina —repitió Sara con la vista en su reflejo, pretendiendo no olvidar los caminos que le querían trazar como únicos.

Por el momento no le iría con reproches a Azazel, entendía que lo más lógico de su parte había sido no espantarla. Lo mejor sería pensar en una forma de cambiarlo. ¿Existía la posibilidad de evitar ese futuro?

Las palabras del profesor Víctor se volvían claras, era mo­mento de pensar en el oscuro por venir, en una estrategia para que la ayudara a sobrevivir en las tinieblas y la abriera una nueva alternativa.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro