Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

14. Muerte lenta

Los días en el Báthory se habían vuelto monótonos y cansi­nos. A veces, Sara creía que toda su vida había transcurrido en ese sitio, poco recordaba del convento, quería olvidarlo ya que todo la retrotraía a Ámbar, a las mentiras, a la tristeza. No con esto quería decir que estaba mejor, tan solo no pasaba nada, se sentía ajena a su cuerpo, a la realidad; como si estuviese dormida o sedada, no quedándole más opción que dejar las imágenes transcurrir, ver su vida consumirse día a día.

Los chicos hacían de ella lo que querían, como siempre. De hecho, habían vuelto a acomodar sus días sin siquiera pregun­tarle.

Los lunes estaría con Demian, él era celoso y bastante absorbente; le gusta tomarla de la mano y permanecer a su lado hasta las doce de la noche. No hablaban más de lo que hacían en el día, además solía ponerse neurasténico cada vez que ella pretendía conversar. Demian tartamudeaba y no podía tener diálogos muy extensos. Le daba a entender que entre vampiros y humanos no había demasiado que compartir más que la sangre y la soledad.

Los martes con Adam eran una maldita tortura. Cuando De­mian se marchaba, él aparecía para dormir a su lado; no hacía más que enviarla a bañar y acostarse en su cama, sin tocarle un pelo. Adam la seguía a todos lados solo para insultarla, provo­carla y disminuirla. Sara lo ignoraba por completo, no lo enten­día, no tenía más opción con un demente de su talla. Más que enojo, le provocaba lástima.

Los miércoles con Joan eran tranquilos y silenciosos, no compartían más de tres horas juntos, las cuales eran para estudiar a cambio de un trago de sangre. Él mantenía la distancia, por respeto a su "prometida". Más no sabía de él, era hermético y misterioso. Si no leía sobre genética, estaba obser­vando por su microscopio o haciendo anotaciones en su libreta. Sara no quería escudriñar demasiado, pensaba que lo que hacía Joan tenía que ver con el negocio de su familia, algo por fuera del currículo para las ofrendas.

Los jueves con Jeff eran llevaderos, siempre paseaban por los alrededores, siempre por la sombra. Pero, a pesar que los vampiros tenían una "alergia" al sol, él no quería perderse de los buenos días encerrado en la habitación. De carácter curioso, pre­guntón, y muy diferente de uno con su misma cara, Jeff respe­taba los espacios de Sara. No exigía mucho más de lo que nece­sitaba, no la trataba de un modo especial o diferente. Con él, ella se sentía una persona normal.

Los viernes, la ofrenda se encontraba sola desde que Tony no mostraba señales de querer beber de su sangre; pensaba que era mejor así. Ese chico extraño era intimidante, y cuanta más liber­tad tuviera era mejor. Lo mismo sucedía los sábados, Sara cosía sus vestidos en su cuarto, era un pasatiempo que podía parecer estúpido a la mayoría, pero la distendía la basura que era su vida; de igual modo, Jack no la buscaba.

Otra cosa en la que trataba de no pensar, era en la relación con Francesca, la cual parecía cada vez más lejana. Su rubia amiga tomaba muy en serio su trabajo como ofrenda, ella también se repartía entre algunos muchachos, incluyendo a Jack. Sara quería pasarlo por alto, no podía asimilar todo con tanta facili­dad como Francesca pretendía hacerlo.

Pero evitar la situación duraría menos de lo esperado.

De camino hacia su habitación, su amiga se encontraba con alguien más. Al parecer discutía con Kevin, un vampiro que nombraba a menudo, y uno de los primeros que ella había ali­mentado. El muchacho era alto, pálido y llevaba su cabello cas­taño alborotado, siendo mucho más desalineado que los que Sara conocía.

Sara decidió pasar por enfrente de ellos, ¿por qué ocultarse? Por el contrario, debía intervenir si notaba tensión.

—Fue solo una vez —insistía Francesca.

—Nadie te cree —protestaba el muchacho con la voz impos­tada—. Sabes que con un puro no podemos intervenir, es algo que debes terminar por tus medios.

—Me da igual —clamó la blonda, repleta de angustia—. Me reparto con ustedes como quisieron, hago todo lo que me piden y aun así nunca es suficiente. Mi vida ya no es mía. Si no me crees, haz lo que quieras. Estoy cansada de esto.

Francesca empujó a Kevin con su hombro y tomó a Sara de la mano.

—¡Sara! Qué bueno verte, quería conversar contigo, ¿tienes tiempo?

Sara lanzó una mirada amenazadora a Kevin, quien alzó una ceja a pesar que no prosiguió con sus reproches. No importó. La morocha quería dar a entender que Francesca contaba con su apoyo. Al parecer, las cosas para ella no eran tan fáciles como aparentaban.

—Vamos, Fran. —Sara le abrió la puerta de su habitación—. Hoy no tengo que atender a nadie. Mis clases con Joan ya con­cluyeron por hoy.

Allí dentro podían dejar de ser falsas. Era hora que le contara lo sucedido.

—Sabes que le estoy dando mi sangre a Jack —comenzó di­ciendo ella, con total franqueza—. No preguntaste, así que te lo diré. Él apareció un día sin más y me la pidió. Indagué por qué no tomaba la tuya, me dijo que no la quería. No me dio más detalles.

—Jack intentó propasarse conmigo —explicó Sara—. Rom­pió mi ropa, vio mis marcas, se impresionó y huyó.

—Deberías hablar con él, ya no puedo ayudarlo —barbulló Fran, dando algunas vueltas a la habitación—. Esto que hago, lo hago a escondida de los chicos. La primera vez lo hice de manera inocente, pretendiendo ayudarlo, pero todos se enojaron con­migo.

—¿Y por qué lo haces?

—Él puede morir, ¿no lo sabías? —advirtió. Al ver el espanto en la cara de Sara, ella prosiguió con la explicación—. Los vampiros, en la etapa de desarrollo, necesitan extraer por ellos mismos la sangre de un cuerpo. Eso influirá en su salud para siempre, si es que no mueren antes.

—No tenía idea.

—Necesito que te ocupes de él, por favor —suplicó Fran­cesca.

—Debiste decírmelo —Sara miró al suelo.

—Está bien —Francesca le devolvió una mirada amable—. No tenía problemas en ayudarlo. Por más que sea un vampiro es un ser vivo, por eso lo ayudé. Son tan frágiles, necesitan de no­sotras para vivir, ¿no te parece gracioso?

<<¿Gracioso? Más bien tragicómico>>

Francesca estaba otra vez mostrando su madurez. A Sara la avergonzaba haberla juzgado mal. Fran podía ponerse en el lugar del otro, pensar con frialdad, dejar de lado su egoísmo para ayu­dar al prójimo, fuera o no un demonio, ella lo hacía para hacer la estadía en el Báthory más amena, más soportable. Y sí, su excusa era la de conservar su vida, pero también su corazón era grande, había piedad en él.

—Impediré que Jack vuelva a tomar una gota tuya —prome­tió Sara, dando un abrazo su amiga—. Perdóname por no ha­berme dado cuenta antes.

—No te preocupes por eso. —Francesca le revolvió los cabe­llos—.Sé que tus chicos no son unos ángeles. He sido la más beneficiada, debía ayudarte.

Ambas conversaron un rato más, hasta que Fran se marchó. Sara le debía mucho, pero ahora era su momento de actuar. Acomodó su uniforme y comenzó a buscar a Jack por los pasillos, aunque parecía una tarea imposible. La mayoría de los internos no salían de su habitación, y jamás había ido a otros cuartos que no fuera el de Joan, por lo que no tenía más opción que dar unas cuantas vueltas en busca de suerte.

—¡Demian! —exclamó al verlo comiéndose las uñas sobre el marco de la entrada, y contemplando con recelo el halo de luz solar.

—Sa- Sara, ¿qué sucede? ¿No estás con Joan?

—Ya acabé mis clases —dijo Sara—. Sabes cómo es él. No le gusta estar un segundo de más a mi lado.

—E-es alguien solitario, pero ¿me buscabas?

—No precisamente —rumió la ofrenda—. Necesito hablar con Jack, pero no tengo idea de cuál es su habitación, dónde puedo encontrarlo.

—¿P-por qué? —interrogó asustado.

—Está trayendo problemas a mi amiga —respondió sabiendo que los celos de Demian necesitaban una respuesta—. Necesito pedirle que no la moleste, sus chicos se están enojando y temo que tomen represalias contra ella.

—P-puedo llevarle el mensaje.

—No, por favor —suplicó la muchacha—. Tengo que ir yo. Sabes cómo es la situación.

El Báthory era chico y los chismes llegaban rápido. Demian necesitaba ser cooperativo si quería la bondad de su humana. Él accedió a decirle donde estaba la habitación del aclamado y que­rido Jack.

Sara atravesó los laberintos; en donde la mayoría eran habita­ciones de vampiros.

El sentimiento era el de un miedo constante a ser atrapada, hasta que allí la encontró: la habitación número trece.

Tocó la puerta tres veces y esperó paciente a ser atendida. Él abrió sin dejarla esperar mucho más.

Su cara de sorpresa lo dijo todo, ella era la última persona que esperaba. Su cabello negro estaba despeinado, su blanco torso con su camisa abierta, sus pantalones desabotonados, y sus pies descalzos. Ella se encontró con sus azulados ojos mirándola con impaciencia, por lo que decidió hablar primero.

—¿Podemos hablar, Jack?—Sara agudizó su voz e hizo un aleteó veloz con sus tupidas pestañas, como quien está acostum­brado a pedir favores—. Por favor.

—¿Qué quieres? —preguntó él, ignorando el azucarado com­portamiento de la humana.

—Ya te dije —insistió ella, tomado valor—, tengo que hablar contigo, a solas.

—¿Quieres pasar a mi habitación? —inquirió él, mostrando una maliciosa sonrisa.

Sabía que nada bueno podía esperar de Jack, pero cuanto más lo meditaba, cuanto más pensaba lo mucho que se había arries­gado Francesca, eso era un juego.

Sara asintió con determinación. Él levantó sus cejas con asombro, mordió su labio inferior, y luego volvió a sonreír para dejarla pasar. Su habitación era espaciosa como la de cualquiera, los tonos rojizos y violetas abundaban en sus colchas y almohadones, olía a bálsamos exóticos y un vaho caliente era el aire de todo el lugar.

—¿Y bien, Sara?—interrogó borrando su sonrisa—. ¿Qué buscas en mis aposentos?

—Empezamos con el pie izquierdo —comenzó ella, entre du­das sobre cómo abordar el tema—. Me asusté contigo, no enten­día que las mordidas no dolían, o que de verdad necesitabas be­ber de mí. En fin, quiero que ya no bebas de Fran, quiero que solo te alimentes de mí.

Jack abrió sus ojos al mismo tiempo que su boca se entre­abría.

—Jack —continuó Sara balbuceando con nervios—. Ella ha sido amable contigo, pero está teniendo problemas y no sabe cómo decirte que pares. Es mi sangre la que debes tomar, yo soy tu ofrenda, aunque te de asco o impresión mi cuerpo. Lamento que Azazel no les hubiera dicho que clase de chicas éramos. No somos santas, ni puras, ni inocentes. Esta soy yo.

—¿Por qué? —masculló Jack, perdiendo algo de su fir­meza—. ¿Por qué tu cuerpo está así de lastimado?

Sara pestañeó pasmada. Le chocaba que preguntara por ello; le hacía pensar que, hasta el momento Jack no había dejado de pensar un minuto en la situación.

—Es normal —respondió ella, tomando aire—. Cuando co­metes un pecado, te castigan. Francesca sabía cómo no meterse en problemas, es una chica inteligente.

—¿Qué pecados cometiste? —preguntó más curioso, sus pu­pilas se dilataban ante la duda.

—Altanería, soberbia, desacato —farfulló por lo bajo—. Blasfemar, querer escapar. Fueron tantas veces las que pequé que ya no lo recuerdo todo.

Sara levantó la vista y simuló una sonrisa.

—Soy una chica mala, sólo tengo lo que merezco.

—No son cosas por las que te castigarían en el Báthory —A Jack no le hizo gracia, sus tripas re revolvían por pensar cosas que sólo él sabía.

—Las cosas son distintas aquí.

—Jeff me golpeó después de ese día —interrumpió, y Sara lo dejó hablar—. Le conté lo sucedido. Se enojó mucho.

—Increíble —suspiró Sara, no esperaba que fuera el propio Jeff el de la paliza.

—Lo merecía, siempre lo merecí.

La humana sonrió de manera inmediata, la forma en que Jack mostraba su lado más sensible le devolvía algo de paz a su in­tranquilo corazón. Tal vez Jack no era tan diferente de Jeff, tal vez no tenía la malicia que había creído en un principio, tal vez todavía le fal­taba mucho saber sobre los vampiros, y sobre los gemelos.

—Supongo que tomaré tu sangre de ahora en más —dijo mi­rándola más confiado—. ¿Podrías quitarte la camisa?

Sara miró a Jack con determinación, esta vez no haría lo que él quisiera.

—Quiero verlas —insistió quebrándose en la culpa—. Quiero ver tus heridas.

<<¿Por qué me miras con esos ojos, vampiro? Intentaste herirme antes ¿qué te sucede ahora?>>, pensó Sara.

Un gesto enojado fue instantáneo en ella, pensaba en negarse, pero luego recordó a Francesca y las cosas que hacía por ella, y por Jack. Tal vez soportando cosas similares; así que, sin más remedio, procuró no enfadar a Jack. La ofrenda comenzó a desabrocharse la camisa ante su atenta mirada.

Botón por botón, se quitó el saco carmesí; luego la camisa para quedar solo con su sostén de encajes negros y su falda de tablas afelpadas. Con las semanas transcurridas y las mordidas que aceleraban la cicatrización, tan sólo quedaban unas pocas manchas, y algunas viejas cicatrices de las heridas más profun­das. Pronto su piel se vería tersa otra vez, tan solo quedarían las marcas más viejas que ya eran parte de su piel.

Jack se acercó a ella y comenzó a rozar sus dedos por aquellos muy tenues latigazos, por aquellos delicados y vaporosos cardenales; para luego dejar pequeños besos en las marcas. El cuerpo de la ofrenda se contrajo por el cosquilleo que él le provocaba.

—Tus muñecas —indicó mirando los brazos cortejados de la muchacha.

—Yo lo hice —respondió con pena—.Ni suicidar me dejaron. Ahora sé el propósito, tenía que servirles a ustedes.

Jack se llamó al silencio. Se colocó en su espalda, comen­zando a rozar su nariz en su cuello provocándole una ligera elec­tricidad, haciendo que su piel se erizara.

—¿Crees que Joan se enoje si tomo tu sangre en su día?

—Sabes que no —susurró ella, sintiéndose vulnerable a los buenos tratos, a las caricias suaves, a las palabras amables.

Dicho esto, él le envolvió la cintura con sus brazos y clavó sus dientes en su cuello. Sara podía sentirle el pecho desnudo y glaciar contra su espalda, contrayéndose, drenándola. El placer era insostenible y se sentía mejor cuando lo consentía.

—Tu sangre es deliciosa, dulce y salada, tibia y perfecta —dijo Jack al beber su último sorbo—. No quiero ninguna otra ofrenda que no seas tú.

En ese instante algo los sorprendió. Jeff golpeaba la puerta y pedía pasar.

—Ponte pantalones —dijo antes de meterse sin pedir permiso.

Al verlos, quedó atónito. Era la imagen que menos esperaba. Su gemelo y la ofrenda en una situación que se prestaba a la malinterpretación.

—¿Qué sucedió? —farfulló con una mirada hostil a su hermano.

Sara tomó sus ropas con velocidad, sus mejillas se enrojecían como manzanas; esta vez ella se había dejado llevar por el vam­piro, por un extraño deseo de ser mordida.

—¿Qué necesitas, Jeff? —preguntó Jack, volviendo a su carácter habitual.

—¿Te hizo algo? —Jeff buscó la respuesta en Sara.

—No, no —respondió ella, temiendo una disputa entre her­manos—. Tenía que arreglar las cosas con Jack, lo sabes.

Jeff dejó escapar el aire en sus pulmones, cerró los ojos con un gesto de alivio.

—¿Estás feliz? —preguntó Jack—, ahora podremos divertirnos los tres.

Sara abrió los ojos cual venado asustado. Sólo podía inter­pretarlo mal viniendo de esos dos.

—No te asustes —comentó Jeff, al momento que dejó escapar una risita—. Me alegra que ahora puedan llevarse bien. Por otro lado, estoy buscando a Tony.

—Tony —murmuró Sara de inmediato—. ¿Qué sucede con él?

—Liam quiere examinarlo. Lo ha notado debilitado.

—¿Será porque no ha bebido de mí? —indagó de manera desprevenida.

Los chicos se espantaron con sus palabras.

—¿Nunca? —preguntó Jeff—. ¿Desde que llegaste?

Sara negó con la cabeza.

—No mostró interés en hacerlo. A lo mejor se estaba ali­mentando en otro lado.

—Debe ser eso —comentó Jack.

Sara no estaba segura de que fuera así, Tony parecía un chico solitario. No lo veía cerca de Francesca, ella no lo había mencio­nado, tampoco rondaba a las chicas de los cursos superiores, por lo que decidió ir a buscarlo por su cuenta. Ahora que las cosas estaban solucionadas con Jack, le correspondía solucionarlas con Tony.

La humana se dispuso a recorrer el Báthory en busca de Tony, pero, en cuanto menos lo esperaba, lo encontró.

Todo el mundo se lo hizo notar, las miradas acusadoras esta­ban sobre ella. Tony se hallaba desmayado en el hall central. Los vampiros lo observaban inertes, aterrados.

La piel del muchacho se teñía de un azul pálido, sus labios morados y sus ojos quietos, cerrados.

—¡Tony! —gritó Sara, al correr a su lado.

Él no respondió.

Era obvio, Tony no bebía ni una gota en las largas semanas que Sara llevaba en el Báthory.

Perecía, y una parte de culpa la tenía su indiferencia hacia él, hacia la vida de los vampiros.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro