13.Error fatal
La sangre y vísceras de Ámbar eran derramadas por todo el Cordero de Dios, un charco de sangre estaba bajo sus pies, los cuervos la sobrevolaban, graznando. Todo era gris, todo estaba muerto.
Otra noche de pesadillas se unía a una lista larga de aventuras oníricas. Sara abrió sus ojos al sentirse apuñalada por el maldito sol. Pero ahora, Ámbar le preocupaba más que el día anterior. Necesitaba verla, mantenerse a su lado, sacar la fuerza de su interior y protegerla; porque a ella le había tocado la peor parte, el grupo de depredadores más sádicos de todos: los que habían sido humanos.
Vistiéndose rápido, y tomado sus cosas, abrió la puerta para partir, pero sus planes se habían truncado antes de empezar.
—Demian —habló entre dientes al ver al pálido vampiro en la puerta de su habitación, cual estatua viviente.
—Hoy es nuestro día —farfulló moviendo sus orbes verdosas con velocidad.
Ella asintió con la cabeza, no tenía remedio, en ningún momento se había imaginado que él estaría ahí, parado, ¿quién sabía desde hacía cuánto? Si bien Demian no le había hecho nada, su compostura la perturbaban. Había algo en él que no era del todo normal, más allá de ser un vampiro.
Sara salió de su habitación y notó como Demian miraba su mano.
—¿Qué sucede? —preguntó sin más, le molestaba, ahora no podría ir por Ámbar.
—E-el otro día caminaste de la mano con Jeff, todo el día —balbuceó arrugando la frente.
<<¿Acaso nos siguió?>>, reflexionó Sara.
—Él lo hizo sin preguntar —respondió Sara, girando sus ojos, no tenía tiempo para sus sandeces.
Demian no esperó, tironeó de su brazo y tomó su mano sin ninguna delicadeza. Ella lanzó una mirada estremecida, sus reacciones la confundían; pero él no dijo nada, se limitó a guiarla hasta el comedor.
Ambos colmaron sus bandejas con café y algunos croissants. Él escogió una pequeña mesa para dos y comenzó a comer, entre tanto, la mirada de Sara, se enfocaba en hallar a sus amigas, pero sin resultado alguno. También le preocupaba no ver a los dos maleantes que la habían atacado el día anterior.
—¿Bu- buscas a los impuros del otro día? —preguntó Demian.
Los ojos absortos de Sara se posaron en él. Esos tipos no eran su prioridad, aunque trataba de no encontrárselos de nuevo. No obstante, el chisme corría como la sangre de sus venas.
—En realidad busco a Ámbar —respondió sincerándose, además necesitaba desahogarse con alguien—. Temo por ella.
—E-en la noche, los impuros, fueron expulsados —comentó él masticando su desayuno.
—¡¿En serio?! —exclamó más que aliviada, enmarcando una sonrisa que logró contagiarlo.
No podía creerlo, si lo que Demian decía era cierto por fin se sentiría en paz sin importar qué.
—Lo que han hecho es inadmisible, ponen en jaque la estructura y orden del Báthory. Azazel estaba que echaba espuma por la boca. —explicó Demian, ensimismado y sin titubeos—. Las familias de la hermandad les buscarán un lugar y los proveerán de alimento. Tipos como ellos, por lo general, terminan de matones en la familia Leone. No sirven para nada más.
<<¿Matones en la familia Leone?>>. Sara pensó en preguntar, pero luego prefirió no ahondar más en ese tema, debía agradecer a Azazel la resolución que había tomado.
—Qué alivio —suspiró sorbiendo su taza con ganas, le alegraba saber que estaban a salvo y que Ámbar podría estar en paz.
—Tengo que agradecer que Tony andaba por ahí —comentó Demian, ladeando su cabeza—. Esos dos son unos animales. De haberlos encontrado yo, ya les habría arrancado sus cabezas.
Sara lo miró dubitativa, creyendo que el interés de Demian por ella sería algo territorial, ya que solo era su comida. No dijo nada al respecto para no arruinar el clima.
Para cuando acabaron su desayuno, Demian, otra vez se pegó a Sara, tomándola de la mano para caminar por los pasillos. Ella no lo veía como algo agradable, más bien no dejaba de sentirse como un objeto de su propiedad. No podía diferenciar la amabilidad de la posesividad; como fuera, no se sentía cómoda, repartida a merced de esos vampiros.
Tratando de reprimir sus frustraciones, algo la detuvo en la puerta de un salón, que no al cual concurría.
—¿Francesca? —preguntó cuando la vio.
Su impacto hizo detener a Demian, y él también lo vio. Ella estaba recostada sobre un escritorio, y sobre ella estaba Jack, bebiendo de su sangre.
Francesca lo disfrutaba, era obvio, arañaba los brazos de Jack. Los cuerpos de ambos se contraían en sincronía.
Los ojos placenteros y entrecerrados de Francesca se encontraron con los de Sara; quien no pudo disimular su mirada absorta y vacilante. Pero, antes de que Jack la viera, o ella dijera algo, Demian tapó sus ojos llevándosela lejos de allí, hacia un hueco bajo las escaleras.
Sara no tenía palabras, no comprendía la forma en la que disfrutaba aquello que a ella le aterraba. Conocía a Francesca de toda la vida, desde pequeña, era buena y lista, y sobre todo muy amable. Era difícil comprender su obsceno accionar.
—¿Jack no bebió tu sangre? —interrogó Demian, haciéndola volver a la realidad.
—No —respondió recordando los hechos de aquél sábado fatal.
—Entonces es por eso —dijo Demian, comenzando a morder sus uñas—. No podemos estar sin beber sangre por mucho tiempo, pero ¿por qué no la bebió? No dejaba babearse por ti.
—Él... —vaciló Sara, sin saber por dónde empezar—. No puedo llevarme con él, se enojó conmigo antes de tomar mi sangre.
La incredibilidad de Demian se tradujo en una mirada ceñuda, provocando escalofríos a la humana.
—N- no es- esperaba eso —soltó Demian—. D-después de haber insistido tanto con pasar un día contigo. I-incluso dejó a Jeff estar contigo primero, para que él le dijera como tratarte, ya que es bastante estúpido.
—Sí que lo es —respondió Sara de inmediato.
Jeff se comportaba muy diferente a Jack, y si esa historia era verdad, entonces existían dos posibilidades: Jeff le había dicho mentiras sobre ella, o de verdad Jack era un idiota. Se quedaba con la segunda opción.
Por otro lado, resultaba ser que Francesca estaba siendo "caritativa" con Jack. Lo cual no tenía sentido para Sara, ¿por qué debía importarles si se morían de hambre? La idea que fueran hijos de demonios volvía a no tener sentido, considerando la facilidad con la que podían perecer.
Resignada, la humana suspiró para dirigirse a la cátedra que le tocaba. No quería pensar más en ellos, pero la mano de Demian la detuvo en seco.
—No vayamos —dijo él, y de inmediato mordió su labio, podía vérsele un pequeño colmillo asomarse.
Sara rodeó sus ojos. Preveía lo que le acontecería con él.
—Estoy atrasada con las clases —se excusó, tomando su cabello para hacerlo a un lado—. Toma mi sangre y déjame ir.
Demian abrió los ojos denotando su sorpresa ante esas palabras. Era verdad que ella tomaba confianza rápido, y le costaba menos admitir, hablar y decir lo que pensaba.
—N- no, no es eso —confesó con velocidad—. E-esperé mucho por estar contigo.
<<¿Esperar mucho? No estoy aquí hace tanto, y ya has bebido de mi sangre>>.
A cada momento Demian se le hacía más extraño. ¿A dónde aspiraba llegar con ella? No estaba tan segura de lo que podía pasar si se negaba a alguna de sus peticiones.
—No me mires así —dijo él en un suspiro al darse cuenta de la incomodidad de la ofrenda.
—Dices cosas raras —respondió ella sin tapujos, tal vez porque Demian parecía el más débil de los dos—. No te conozco, Demian, no entiendo porque ese apego hacia mí. Soy tu comida, no soy tu amiga ni nada.
<<Bien, lo dije ¿qué vas a responderme al respecto?>>
Demian soltó el brazo de la humana, agachando su mirada como un niño regañado. Ella esperó, quieta, una respuesta. En cambio, él susurró un "vamos" y se dirigió al salón en donde ya estaban todos.
Esta vez, Sara no sabía qué hacer, siendo consciente de haberlo molestado. Esperaría las represalias, si es que las habría.
La clase transcurrió lenta, la pesadez del ambiente se cortaba con cuchillo. Sara podía sentir como el aire le era insuficiente en sus pulmones. Allí estaba Jack, a quien ahora no se animaba a ver a los ojos. Tony, quien no le permitía acercarse a él. Adam, ese chico que prefería lejos; Demian que ahora la ignoraba. Jeff era el único con el cual podía intercambiar un saludo amistoso; y Joan, que a pesar de su ayuda, el resto de los días la pasaba por alto.
Lo único que la motivaba era la idea de ver a Ámbar, poder estar tranquila junto a ella, poder conversar y verla feliz, o por lo menos tranquila ahora que los monstruos no las rondaban.
Sara abandonó el salón en cuanto acabó la clase, distinguiendo a Azazel hablando con Francesca, de inmediato le hizo un gesto con la mano llamándola.
Su cuerpo se estremeció al ver el porte petrificado de su amiga.
Las dos ingresaron al despacho del director, y la noticia las derrumbó al instante.
Ámbar había sido trasladada al Báthory de mujeres. No había mucho más que preguntar. Esos malditos, antes de ser expulsados, habían abusado una vez más de ella, pero esa última vez se aseguraron de arruinarle la vida, llevando a cabo todos los pasos para convertirla, para deshumanizarla, para hacer de su vida un infierno y alejarla de sus amigas para siempre.
Sara cayó rodillas, abatida por completo. No había podido ayudarla, no había hecho nada para hacerlo, y ahora Ámbar estaba lejos de todo. Era inalcanzable. Humana, no volvería a ser jamás. Su destino había sido trazado con la maldición que la convertía en eterna e infernal. Ámbar, ahora, era una vampiresa y ya nada volvería a ser como antes.
Las lágrimas caían como cascadas de sus ojos, los gritos la sofocaban, la angustia la torturaba, la aprisionaba. Sara deseaba llorar hasta que el agua salada desapareciera y sus ojos agotados cayeran en un profundo sueño, haciéndola escapar, por un momento, de su realidad.
Le era imposible procesar el destino trágico de Ámbar, que tan de pronto se había esfumado sin un adiós. Según Azazel, no quería que la vieran de esa forma. Pero había sucedido, y ahora la lloraba más que cuando le hacían daño a ella.
Ámbar, durante su infancia, había sido ese tipo de chica que cualquiera admiraría. Fuerte, contestadora, pero sobre todo de gran corazón. No tenía miedo en admitir algo que no había hecho, para que no castigaran a las personas que amaba. Siempre había sido así, había cuidado de Sara en más de una ocasión. En cambio, Sara, no había hecho nada por ella.
Demian la abrazaba en el suelo de su habitación. Su día con él no terminaba. Él prefería dejar de ignorarla para consolarla. Ese gesto era digno de apreciar, le hacía entender que tenía sentimientos tiernos en su corazón, de empatía, de humanidad. Sara arañaba su ropa y la llenaba de mocos, él se limitaba a acariciarle la cabeza, a contenerla con sus brazos y susurros.
—Sa- Sara, todo va a estar bien —decía entre tartamudeos y caricias.
¿Cómo podía creerle cuando su amiga ya no estaba? ¿Cómo creerle cuándo no sabía que le esperaba a ella? ¡Cuándo era culpa de los de su especie! Nada podía estar bien.
Demian la miró a los ojos, los cuales le dolían de tanto llorar, negó con su cabeza, parecía preocupado ante ese sufrimiento difícil de aplacar. Eso le permitía a Sara confiar un poco más en él. No obstante, él clavó sus colmillos en su cuello, sin siquiera esperar, sin siquiera avisar.
Ella gritó con la voz débil y agotada.
Lo sintió. Las mordidas le hacían bien, los dolores se iban y las lágrimas cesaban. Durante ese eterno instante ya no pensaba más que en su estado de bienestar. Recordaba aquella mirada placentera de Francesca, entonces pensó que podía llegar a comprenderla, que no debía avergonzarse al admitirlo. Las mordidas eran droga. Sara se sentía igual de bien con eso.
—Lo siento —dijo él, apartándose y cubriendo su boca—. E-esta es la única manera que tengo de que te sientas un poco mejor.
—Está bien —masculló al sentir su cuerpo relajado, y dejó caer su cabeza en el pecho del vampiro.
Sara prefirió no preguntar sobre el efecto en las mordidas, pero estaba claro que ellos eran conscientes de sus efectos sobre sus víctimas. Prefirió no juzgar su acción, en cambio agradeció los resultados.
La distensión duró poco. La puerta de la habitación fue abierta de golpe brusco. Con Demian, saltaron del piso. Adam los miró con fastidio.
—Son las doce y cinco —se quejó con la vista en Demian—. Es mi turno.
—¿Q-qué? —preguntó Demian, tan confundido como la humana—. Sara ha tenido un mal día, no puedes molestarla ahora.
—¿Y tú si puedes? —respondió Adam, irguiendo su postura— No te hagas el listo, Demian. Es mi turno y punto, y más vale que te largues si no quieres que la noche de la ofrenda acabe peor.
Y si faltaban los problemas, ahí estaba ese rubio pedante que la hostigaba desde el inicio. Se había quedado tranquilo luego del regaño de Azazel, pero ahora reclamaba su tiempo con más énfasis que cualquiera; ya que aparecerse en su habitación, a no más de cinco minutos iniciado su "turno", demostraba su ansiedad.
—Está bien, Demian —dijo Sara, regalando su más sincera sonrisa al chico que la consolaba con cariño—. Puedes quedarte tranquilo, has hecho mucho por mí hoy.
—Sa-Sara. —Demian suspiró entristecido, y antes de salir miró por el hombro a Adam—. Voy a matarte —le dijo.
La puerta de la habitación se cerró y allí quedó junto a él, a Adam.
—No me digas que los interrumpí en algo —dijo, esbozando una sonrisa de lado, sin dar importancia a las amenazas.
Ella lo miró con sus pupilas ennegrecidas, demostrándole su profundo desprecio. Adam era un idiota con todas las letras, y ella ya no iba a soportar nada de nadie. Él apretó sus muelas considerando que la actitud sumisa y temerosa de Sara, en un principio, se iba esfumando por completo. Ya no existían recursos que pudieran amedrentarla.
—Ve a bañarte —ordenó—. Apestas a Demian, ese tipejo te estuvo tocando y no puedo oler tu sangre.
—No lo haré —contestó ella, siendo desafiante—. Quiero dormir. Vete.
Por un mísero instante pensó que podía dejarlo sin habla, pero él la tomó del brazo sin ningún tipo de piedad. Sara chilló del dolor.
—¡Ve a bañarte! —vociferó con más ímpetu—. ¡No me voy a ir de aquí hasta beber tu sangre! ¡Y jamás vuelvas a darme órdenes!
Sara deseaba romper en llanto otra vez, pero por las ganas de golpear a Adam en la cara.
Sin resoplar, ella se metió al baño en cuanto él la soltó. De inmediato notó un hematoma formándose en su brazo. Lo maldijo en silencio. Ella trabó la puerta con una silla, no podía sentirse segura teniéndolo cerca. Dejó que el agua fluyera, sentándose en un rincón de la ducha, pasaba el jabón sobre la palidez insulsa de su cuerpo, ese que estaba decorado de marcas de golpes de castigo, y que cada día se disolvían un poco más rápido de lo normal.
¿Cómo olvidar esos castigos que se ganaba cada vez que respondía con altanería, como había hecho con Adam? También estaban las "otras" marcas, esas que Jack no había visto, esas que estaba ahí y que se habían hecho en algún que otro intento inútil de escape.
Para cuando terminó, secó su cabello como pudo. Se miró al espejo, sus ojos amarillentos estaban irritados, ojerosos y carecían de brillo. Tenía el aspecto horrible de una enferma terminal. Poco le importaba. Se vistió con un camisón de encaje blanco, uno que usaba desde el primer día. Encima de sus hombros se colocó una bata que le cubría el cuerpo, sus marcas. Así salió, con su peor cara, esperando a que Adam clavara sus colmillos y se largara de una buena vez.
—Tardaste mucho —dijo él, quien ya se había sacado su camisa, y se desperezaba en su cama.
La joven no dio un paso más. No le gustaba lo que veía, se suponía que solo le tomaría unos segundos deshacerse de él, ahora todo se tornaba oscuro.
—Quítate la bata —ordenó Adam, haciéndole estremecer su espina dorsal, generándole un tambaleo en todo el cuerpo.
Sara no respondió.
—Qui-ta-te-la-ba-ta —insistió el joven al no obtener respuesta.
Sara se quitó la bata, con la esperanza de que cuando viera sus marcas se espantara tanto como Jack. En cambio, él sonrió de un modo siniestro, su mirada miel se oscureció más. Parecía feliz de verla destrozada.
—Así que los rumores son ciertos —comenzó a decir, observándole el cuerpo de manera analítica—. Las chicas del Cordero de Dios han servido de vía de descargo de los sádicos. Entonces, ¿por qué lloras por tu amiga? Ya es libre, mucho más que tú, ahora ella es como yo. No es una ofrenda, es una vampiresa con una vida de eterna prosperidad, y está muy lejos de los que le hicieron daño alguna vez.
Las palabras de Adam la desconcertaban, él decía todas esas cosas como si quisiera provocarla, no obstante si lo pensaba, tal vez tenía razón.
—Tu llanto no es más que egoísta —indicó volviéndose serio—. Lloras porque ella se ha liberado, porque no podrás esconderte tras su espalda cuando tengas un problema.
Sara apretó los puños con ira, hasta volver blancos los nudillos. Lo que le molestaba era que se convirtiera en un monstruo como él, o en la clase de personas que la habían dañado.
—Bien, basta de hablar de esa chica —dijo volviendo a sonreír, Adam palmeó el colchón—. Ven aquí.
Aunque su corazón se detuvo, dio un paso adelante, seguido de otro y otro, hasta llegar a la cama y sentarse en el borde, de espaldas a Adam, esperando a que la mordiera.
—¿No vas a acostarte? —preguntó.
Ella negó con la cabeza.
—¿Nunca te acostaste con un chico joven? —indagó con un vestigio de maldad, pasando sus finos dedos sobre las marcas de Sara, haciéndola estremecer—. ¿Te duele? —examinó al presionar un hematoma.
Ella negó otra vez. La verdad no le dolía. Los golpes tenían sus buenas semanas, pronto desaparecerían. Más le preocupaba saber por qué lo preguntaba. Era retorcido.
—Bien —dijo él, jalándola del hombro, tumbándola a su lado.
La vista de Sara quedó al techo, y su cuerpo al lado del de Adam, quien iba acercando, cada vez más, sus colmillos hacia su cuello.
—No digas a nadie de esto —murmuró en su oído, lamiéndola con lentitud—. Un puro no podría estar en la cama de una ofrenda, es algo impensado, repugnante.
Sara lo miró, él sonreía, pero esa sonrisa era falsa, lo sabía por la quietud de su mirada. Era fácil leer esa expresión, se parecía a la suya.
—¿Entonces qué haces aquí? —preguntó Sara, ya que sus estupideces no llegaban a provocarla.
—Hago lo que se me antoja —respondió amargo—, sobre todo con lo que me pertenece.
Dicho esto, Adam la tomó por la cintura, clavando sus dientes en su piel; apretaba su pecho contra el de ella, contrayendo su cuerpo con cada succión, gruñendo excitado, frotándose en sus piernas cada vez que se escapaba de Sara un ligero gemido de placer.
Él se detuvo cuando ya estuvo satisfecho, pero no se marchó; de hecho, cerró sus ojos pretendiendo dormir. Sara lo hizo lo mismo, a esa altura le daba igual su presencia, sabía que si en ese instante no se había atrevido a más, era porque tampoco lo haría más tarde.
Adam era un perro que ladraba, pero que no mordía, algo que corroboró al siguiente día.
A donde iba Adam ella debía seguirlo como perro, teniendo que escuchar sus estupideces sin sentido. Como si necesitara a alguien para hablar y nunca le hubiesen prestado la suficiente atención.
—Esta comida es basura —Adam analizaba los pastelillo de la cafetería, no se decidía cual tomar—. La crema batida está cortada, el chocolate tiene demasiada azúcar, la masa se ha quemado en los bordes. Tendré que elevar una nueva queja a Azazel.
—¿Con la sangre no te basta? —Sara decidió romper el silencio.
Adam la miró frunciendo su entrecejo.
—¿Tú solo comes ensalada y legumbres? —replicó—. Esto es para satisfacer mi gula. La sangre nos es vital, pero no es lo único que podemos y debemos ingerir.
—No lo sabía. —Sara abrió sus ojos con asombro, era un nuevo dato.
—No sabes nada —murmuró él—. Ni necesitas saber.
Sara no respondió, de inmediato miró hacia donde estaba Francesca.
—¡Sara! —La muchacha rubia corrió hacia su compañera—. Azazel nos ha dado el día para descansar, quizás nos vendría bien dar una caminata.
Sara desvió su vista a Adam.
—No creo que mi compañero me deje —Sara carraspeó su voz e ignoró la furibunda expresión de Adam—. ¡No tienes idea cuan ansioso estaba por pasar el día conmigo!
—¡¿Eso crees?! —Adam carcajeó tan fuerte, que atrajo la atención de todos allí—. Yo ya me alimenté, ¡eres tú la que no deja de seguirme!
—¡Lo siento! —Sara ensanchó su boca en una sonrisa—. Entonces te dejo en paz.
<<Adam, eres tan simple>>, pensó Sara.
Las huérfanas caminaron por el sendero hasta el lago, donde se quitaron sus zapatos para refrescarse los pies.
—Puede que esté mejor —siseó Francesca—. Ámbar ya no es la presa.
Sara suspiró con la vista en el cielo azul.
—Eso pensé. —Sara se recostó en la hierba, el sol pegaba directo en su rostro—. Sin embargo, los vampiros no parecen gozar de una libertad mejor que la nuestra.
—¿Por qué dices eso?
—¿No lo notaste? —Sara elevó sus cejas—. Todos tienen nuestra misma expresión.
No solo era eso, en esa prisión de lujo al que llamaban "el castillo Báthory" todos eran prisioneros, sin importar la casta.
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