12. Preludio de una catástrofe
El domingo transcurría tranquilo entre chicas. Ámbar y Francesca se hablaban poco y nada, era evidente que en el fondo querían amigarse. Era raro, era el primer domingo que no iban a misa, que no rezaban, que no confesaban sus pecados. Ahora solo se rodeaban de libros de ciencias e historia, tratando de ayudarse a entender miles de misterios del mundo que las rodeaba.
En Báthory reinaba el silencio como nunca, los vampiros usaban ese día para regresar a sus hogares, por lo que Sara era libre al fin, era su día de descanso merecido. Sabían que Azazel y algunos profesores vivían allí y en las haciendas que rodeaban el sitio, así también se habían enterado que, las ofrendas más antiguas, solían pasar en domingo en casa de algún vampiro.
Aún en silencio, la morocha meditaba sobre la reacción de Jack al ver sus heridas. ¿Qué sucedería por esa cabeza? ¿Asco, decepción? Las lesiones, eran algo que a Sara no le agradaba, siempre tenía cuidado para ocultarlas, de igual manera lo hacían sus compañeras. Los sacerdotes, las monjas y la gente del credo, siempre tenían cuidado de no dañarlas donde se viera. No estaba bien visto una pecadora, aunque no era consciente de los errores que merecían tales castigos. Comenzaba a creer que Jack se había dado cuenta que ella podía ser algo que no parecía, tenía su lado oscuro. En su cabeza estaba implantada la idea de avergonzarse de lo que provocaba, y eso era algo que le preocupaba. A penas lograba confianza con algunos vampiros y de repente todo parecía apunto de resquebrajarse por un idiota.
La preocupación era tanta que los chismes de Francesca se desvanecían en sus oídos.
—Como oíste —decía la rubia a Ámbar—. Hace años no nacen vampiros puros de algunas familias. Sara tiene el minúsculo rejunte de las cinco familias. Las ofrendas de los años superiores solo alimentan a mestizos e impuros.
—Eso es una gran responsabilidad. —Ámbar se rió con ganas—. Quizás si alguno te embaraza puedas cobrar una fortuna.
El solo pensarlo provocó arcadas en Sara, quien punzó a su amiga con la mirada. Ni de broma debía decir algo así.
—Imposible —comentó Francesca—. Los vampiros no pueden embarazar humanas. A menos que seamos convertidas es imposible concebir a un chupasangre. Y si Sara fuera convertida y embarazada sus hijos serían mestizos, lo cual es algo digno de vergüenza para los puros. No admitirían a ese hijo como legítimo.
—Pueden dejar de hacer esas suposiciones con mi cuerpo. —Sara tomó algunos libros e intentó concentrarse en otra cosa.
—Lo lamento. —Francesca se encogió de hombros—. Es irremediable, somos parte de esto, al menos deberías informarte.
—De todas formas no confío en tu información —dijo Sara—. Los vampiros ponen demasiado énfasis en el linaje, de ser así se casarían entre hermanos, primos y familiares, lo que provocaría múltiples enfermedades congénitas.
—¡Carajo, Sara! —Ámbar la miró con sorpresa—. ¿De dónde sacaste tantas palabras raras?
—Joan —dijo sin más.
—Eso funciona para los humanos. —Francesca la desafió con una sonrisa—. Pregúntale a tu amante particular, digo... profesor.
Ámbar las escudriñó de arriba abajo.
—Mejor me pongo al día —murmuró la pelirroja volviendo a sus libros.
El tiempo libre transcurrió de un modo voraz, hasta que llegó el momento de pasarlo con ese chico raro llamado Tony. No podía asegurar que conocía su voz, siempre estaba con su gran cuerpo fornido tumbado en la mesa, sin prestar atención a nada. No parecía cursar cátedras especiales como los demás, aunque no se podía decir nada malo de él a pesar de la apariencia de matón. Su cabello rojo furia caía del lado, dudaba que fuera teñido, más bien parecía sangre absorbida por sus capilares; su ropa lucía desprolija y sus ojos almendrados siempre distraídos.
Sara ingresó a la sala junto a los demás. Jack se situaba en su lugar de siempre, ella lo miró por inercia; sus pupilas asustadas se cruzaron con las suyas, ya no le sonreía, solo la evitaba. Además tenía un moretón en su ojo derecho, lo cual la confundió de alguna manera ¿cómo se lo habría hecho? De inmediato, Sara dirigió su vista a Jeff, él la saludó con una leve mueca de amabilidad. Algo había pasado entre ellos.
Joan ya hacía anotaciones en una libreta, murmuraba para sí mismo, de reojo Sara veía algunas fórmulas químicas en sus anotaciones. Demian miraba a la humana con el pánico impostado, masticando un lápiz como una especie de roedor. Más al fondo sentía el respirar de Adam, pero ella prefería obviarle la mirada. Y Tony estaba allí, en el fondo como siempre, esta vez parecía entusiasmado en hacer un barco de papel, sin dar importancia a su día en compañía, por lo que ella pudo relajarse y prestar atención a las clases de Evans.
Debía leer la novela de "Romeo y Julieta", la cual le parecía una idiotez, considerando que se trataba de dos jóvenes que terminaban suicidándose por una relación de una semana. A lo mejor la trama era más profunda. No lo sabría jamás.
<<Ojalá tuviera tan pocos problemas como para querer suicidarme por un desconocido>>, pensó.
Al llegar hacer un receso Sara se quedó en la sala, esperando reacción de aquel misterioso muchacho, pero Tony se levantó pasando de ella. Por supuesto que la ofrenda no iba a pedirle que bebiera de su sangre, no iba a seguirlo, de hecho era lo mejor que podía esperar: que no la molestaran.
La muchacha decidió caminar por los pasillos, y si tenía la oportunidad visitaría el lago.
Los vampiros la observaban curiosos, algunos eran acompañados por sus ofrendas, y Sara comenzaba a creer que no estaría a salvo por mucho tiempo, por lo que decidió meterse en lo que se suponía que era un "baño de mujeres".
—¡Basta! ¡Ya les di sangre, no me molesten!
Era la voz de Ámbar, provenía de uno de los cubículos del lugar donde Sara se encontraba.
Tenía la oportunidad de ayudarla, y no la desperdiciaría.
—¡Ámbar! —exclamó abriendo la puerta del baño, para encontrarse con una bochornosa y aterradora imagen.
Dos tipos fornidos; uno morocho y otro rubio, ambos con el torso desnudo, le quitaban las ropas a la colorada, quien trataba de taparse con toda la fuerza de su ser. Ella tenía el rostro húmedo de llorar, y ellos se reían como si de un chiste se tratara.
Sara podía entender mejor lo que acarreaba su pelirroja compañera.
—¡Sara! —exclamó Ámbar en un gimoteo ahogado.
—¡Qué alegría, otra ofrenda! —dijo el rubio divertido.
—Maravilloso, podremos repartir la comida —indicó el morocho, tomando del brazo a Sara, jalándola hacia ellos.
—¡Déjenla! —gritó Ámbar, pero el rubio la cayó de un beso en la boca.
El terror invadió a Sara, su cuerpo se aflojó. Casi pudo sentir su alma abandonarla a su suerte. Su garganta estaba tan cerrada que ya no podía gritar, tenía pánico de que "eso" pasara. De todas formas no había a quien pedirle ayuda.
El morocho arrinconó a Sara contra la pared, a pesar que su cuerpo sumiso estaba acostumbrado a no poner resistencia. Él comenzó a oler su cuello y la sangre alborotada en él, a abrir su camisa, a manosear sus pechos, a tocar sus muslos en tanto decía cosas obscenas que sus oídos ensordecidos no interpretaban.
Tal vez porque Ámbar no dejó de gritar fue que las encontraron.
Alguien tomó al morocho y lo alejó de Sara. El rubio fue contenido por otra persona, pero ninguna pudo ver. Los cuerpos abatidos cayeron al suelo y las lágrimas emergieron de sus rostros inexpresivos. Ámbar abrazó a su amiga, comenzando a llorar mientras rogaba una disculpa, ¿pero por qué? Ella no había hecho nada.
Sara y Ámbar pasaron la segunda mitad de la mañana en la enfermería. Para su suerte no ni un rasguño. Lo sucedido era otro mal momento que agregar a la lista negra de sus días en el Báthory.
Una vez que las dejaron a solas no hablaron. ¿Qué otras cosas le habrían hecho a Ámbar y nadie había podido defenderla? Se sentía terrible.
De repente, la puerta de la enfermería se abrió de un portazo. Ambas brincaron en sus camillas. Era Tony, tenía algunos rastros de sangre en sus brazos maltrechos, que iban sanando de a poco como por arte de magia. Él no las miró, tan solo se limitó a tomar unas gasas limpiarse de modo superficial.
—¡Gracias! —exclamó Ámbar, y Sara la miró interrogativa al momento que Tony se dignó a verlas.
—Solo fue casualidad —respondió con sequedad—. Ese par de inútiles todavía no saben cómo funcionan las cosas.
<<¿Tony nos salvó?>>, se preguntó Sara.
—En todo caso nos has ayudado —concluyó Ámbar.
—Hice lo que tenía que hacer. —Tony le restó importancia, ya se disponía a partir.
—¡Tony! —dijo Sara, avergonzándose de haberlo llamado así.
Él se volteó con cara de pocos amigos y una mirada interrogativa.
—Se suponía que hoy era mi día contigo —farfulló con toda la vergüenza del mundo, pero ahora que sabía de su ayuda, tenía que ser franca.
Él gruñó disgustado.
—Eso lo decidieron los demás por sus propios intereses. —Tony ablandó su expresión—. No hay necesidad de que pases tu día conmigo, utiliza tu tiempo para algo mejor.
Con esto, Tony se retiró de la habitación dejándola perpleja.
El día acababa con situaciones traumáticas. Se repetía la situación inicial, Sara no se aseguraba si iba a conseguir la paz. Peor aún, tenía otra preocupación: Ámbar.
Lo que pudiera pasarle a ella este tiempo no tendría retorno.
Retomando el consejo de Tony, Sara se enclaustró en su habitación al igual que sus compañeras. Tomó algunos vestidos, hilos y agujas que le había pedido a Evans, y comenzó a reformar, bordar, recortar y ensamblar telas para sublimar algo de esa violencia que debía ser reprimida por su ser.
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