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Introducción

La dulce sonrisa se borraba de inmediato, las bocas colmilludas se cerraban en una mueca de profundo dolor. Sara lo había dicho: "los amo", esas fueron sus últimas palabras antes de abandonarlos. Ellos quisieron regalarle un gesto de simpatía, de aceptación, pero la verdad era otra. Un trago amargo se deslizaba sobre sus gargantas y llegaba a su estómago. ¡Era tan desconsiderada! Hubiese sido preferible el silencio a esa ridícula frase en el momento que los abandonaba. Ella lo sabía bien, ninguno quería quedarse en ese sitio, sus ilusiones sobre un nuevo comienzo se hacían pedazos. Querían viajar en avión como ella, querían vivir una vida lejos del sombrío mundo de la hermandad. Ya no importaban las palabras bonitas, era tarde. El consenso al que habían llegado entre ellos era una mentira para que Sara se fuera sin culpas y pudiera reiniciar su vida.

A lo mejor habían sido demasiado indulgentes con una humana conflictiva, a la que habían conocido en unos pocos meses; pero no podían negar que existían demasiados hilos uniéndolos a ella.

Nadie lo diría en voz alta, sería difícil superarla. Al mismo tiempo, debían lidiar con algo más; el "los amo" les daba más ganas de matarse los unos a los otros que un verdadero goce. No les agradaba. Decir "los amo" se traducía a un "los quiero un poco a cada uno", a pesar de que habían aclarado eso miles de veces. Al parecer era lo máximo a lo que podían aspirar, y los reproches ya no podían hacerse. Sara sobrevolaba las nubes. Era inalcanzable, inconveniente, problemática y demasiado humana.



Llegar al Báthory fue fatal, caótico. Seis corazones estropeados podían cometer cualquier error en cualquier instante, sobre todo porque ya no pretendían ser amables con nadie, ni siquiera entre ellos. Nada los unía. Ahora que el perfume de Sara se desvanecía de su lado, todo pretendía retomar una agria naturalidad.

Pocos vampiros, que rondaban los pasillos, los veían pasar. Los puros y su arrogancia, no se dejaban cuestionar, tampoco cruzaban palabra alguna con alguien de baja casta. Los mestizos sobrevivientes jamás habían pensado en Francesca como algo más, les daba igual que ella hubiera desaparecido o hubiese sido devorada por un licántropo, otra ofrenda vendría a alimentarlos. Pero todos lo sabían, a los puros, la humana, les dolía, aunque nadie supiera de sus aventuras con los licántropos, su reencuentro, sus planes de huida, sus propósitos de formar una extraña familia.

Por caminos separados, cada uno siguió sin mirarse a las caras. No obstante, la intención de Nosferatu se hizo distinguir. Pretendía cometer un sacrilegio y profanar la habitación de su amada.

Demian aceleró su paso a la sagrada habitación, quería llorar en sus sábanas, apretar sus cojines, robar el bálsamo que aún conservaban algunos de sus vestidos. Pero lo interceptaron, él no era especial.

Adam y Joan, Tony y los gemelos, por igual, lo retuvieron.

—¡Desearía matarlos a todos! —bramó Nosferatu, la ira se mezclaba con tristeza en sus ojos aguados-. ¡Todo lo que es de ella me pertenece a mí! ¡Ustedes son sólo mierda que está de más!

-¡Cierra la maldita boca! -gritó Joan, a quien jamás le habían sacado el mal carácter, hasta ese entonces—. ¡Nada es tuyo, menos Sara! ¡Y eres una mierda igual que todos aquí!

Demian se quedó en su lugar, intercambiando miradas violentas con quien siempre había estado para mediar, pero ya no. Las cosas cambiaban y se tendrían que adaptar.

Desde ese entonces, nadie toco sus cosas, nadie abrió la puerta. Tenía miedo que se evaporara también su esencia.



Los días que subsiguieron al adiós fueron turbulentos. Evans ya no podía contenerlos, el título de director le quedaba grande. Las bestias rapaces no le daban un respiro. Siempre, todos los malditos días, se peleaban; siempre..., todos los malditos días, había un motivo para reñir hasta sangrar. Porque Adam la había maltratado y humillado. Porque Joan había tenido ideas absurdas sobre las relaciones. Porque Tony la había envuelto en palabras bonitas para luego romperle el corazón. Porque Demian la asustaba, y porque los gemelos eran lo peor.

Todos eran culpables de un crimen, todos eran cómplices de sus consecuencias. Todos habían puesto su grano de arena que los llevaba a la destrucción. Tal vez era mejor así.

No la merecían.

—Intentaba enmendar las cosas —dijo Jack, sus lágrimas brotaban y el brillo de la noche las hacía centellar—. Es por mi culpa que se ha ido sin nosotros. Un día antes de confesarlo todo estaba bien, pretendía llevarnos a su lado.

Lo había revelado todo. Ese día en el convento, Jack y Nikola habían hecho algo más que elegir una ofrenda, y Jeff había sido encubridor de la barbarie, no era mejor que ninguno, tan sólo otro niño cobarde.

Adam lanzó un arrebatado puñetazo. Destrozó la cara de Jack. Demian también lo atacó, y Joan abandonó la situación, estaba vez prefería que se mataran, pero no quería ser el asesino. Tony se contuvo, Jeff trató de defender al tipo con su misma cara.

Esa fue una de las peores peleas, pudieron haberse matado de no haber nadie en el Báthory que los separara.



Semanas, semanas, extensas semanas de odio y rabia. De convivir con el enemigo. ¿Poliandria? ¿Compersión? Esas eran mierdas que inventaban para no admitir sus problemas.

Evans frotaba su rostro, Liam lo abrazaba por detrás. Era un día horrible y otra vez debía enfrentarse al caos que esos seis generaban.

-¿Qué sucede? —indagó Liam, aunque sabía la respuesta.

—Un día de estos algunos aparecerá muerto —dijo el actual director—, y será mi culpa por no saberlos guiar. Extraño a Azazel, prefiero servir la cena, limpiar los ventanales...

Liam rió dejándole un tierno beso.

—Tienes miedo —apuntó Liam—, estás acostumbrado a que Azazel tome todas las decisiones, pero si te dejó al frente es porque confiaba en que podrías con esto. Él lo sabía, sabía lo que vendría.

-¡Tengo a seis puros tratando de matarse todos los días! —Evans caminó de un lado a otro, dentro del despacho—.. Él no ha lidiado jamás con esto, ¡y no tengo experiencia en ser director!

—Yo te ayudaré a intervenir —insistió Liam—. Azazel tenía esperanzas en estos chicos, no podemos dejar que todo acabe sin más.

Evans frunció el ceño, le costaba pensar cómo podía ayudar a los conflictivos vampiros, antes que abandonaran el Báthory y se convirtieran en unos déspotas. No quería fracasar con ellos.

Fue un tanto complicado, pero no debía sentirse amedrentado por un montón de púberes. Debía entender que él también era un vampiro de trescientos años, y era necesario que esta vez lo asumiera, que tomara el toro por las astas e hiciera uso de todas sus herramientas.

Evans invitó al grupo de inadaptados a una cena, una deliciosa cena que él mismo había preparado junto a Liam. Había carnes rojas, verduras asadas, salsas de crema, agridulces y saladas; para beber tenían vino añejo, y un poco de sangre.

En el comedor, que sólo era de los profesores, ahora estaba copado por ellos seis, los puros descarriados. Evans y Liam se ubicaron en los extremos de la mesa e indicaron que podían proseguir a dar un bocado.

—¿Qué pretenden? —barbulló Jack, sus ojos se mantenían irritados, y tenía algunas marcadas de una feroz pelea con Jeff de hacía algunas horas—. ¿Creen que una comida solucionarán algo?

—Es mi última alternativa —confesó Evans, con plena sinceridad—. Hasta aquí he llegado, tratar de separarlos no sirve de nada. Todos los días tienen nuevas cicatrices. ¿A quién quieren herir realmente? —Ellos no respondieron y Evans continúo—. Saben que son libres de irse, sin Azazel, y siendo puros, es su decisión, entonces ¿por qué siguen aquí?

—No quiero ir a casa —musitó Adam—. No quiero regresar allí.

Tony intercambió una mirada rápida con Adam, su voz estaba quebrada y no se trataba del hecho que extrañara a su familia, pero los demás no lo percibían.

—Tampoco quiero ir —dijo Demian.

—No los entiendo —resopló Evans—. No pueden verse a las caras, se quejan por todo, pero no se van, ¿qué es lo que pretenden?

—¡Qué el tiempo pase! —exclamó Jeff, él también tenía sus cicatrices.

Liam carraspeó su voz, evitando dejarle todo el trabajo a Evans.

—¿Y eso para qué? —Liam dio una bocanada de aire—. ¿No me digan que están esperando a Sara? Es muy probable que ella no quiera verlos más. ¿Qué harán al respecto? El tiempo pasará y su objetivo se desvanecerá en la nada.

—Su futuro no puede depender de otra persona —continuó Evans—. Sara es libre, y sus decisiones son impredecibles. Cada uno debe planificar su destino sin ella. Deberían tener algo de amor propio, su vida no debe vivir a cuentas de la humana, ni de nadie.

—Lo sabemos —murmuró Tony—, pero no hay más alternativa para nosotros...

Liam y Evans soltaron una risa que logró ofenderlos.

—¿En serio? —preguntó Evans—. ¿Y piensan que Sara va a salvarlos de su destino? Se equivocan. Sólo es una chica, ella se ha ido para lidiar con sus propios conflictos, y eso deberían estar haciendo ustedes, en vez de este patético acto. Encima cuentan con ventaja.

—¿Cuál es la ventaja? —preguntó Demian, estaba desolado—. No hay escape, ella lo ha logrado..., nosotros no podremos. Estamos atados.

—¡Ella está sola, ustedes se tienen los unos a los otros! —exclamó Liam—. Y sólo se repelen, se lastiman, se odian...

—El amor por ella nos mantenía unidos —declaró Joan—. Ahora no está y no necesitamos simular.

—¿Simular? —preguntó Evans—. Te creía más inteligente, Joan. No se mientan a ustedes mismos, puede que el amor por Sara los haya unido, pero esto va más allá del romance. ¡Ni siquiera la deberíamos nombrar! Han sido los deseos de ustedes, de hacer algo distinto, lo que los ha unido; ha sido el rechazo a la hermandad, la necesidad de cambiar su mundo, la rebeldía de no querer seguir los mandatos. No se excusen con Sara, hay muchas más cosas que los unen. Ustedes se conocen desde hace mucho más tiempo, su relación es estrecha y real ¡más allá de ella!

Un silencio prolongado se hizo en la mesa. Evans y Liam los miraban esperando algún tipo de comentario inteligente más que oír sólo los caprichos de unos niñitos que lo habían tenido todo, y ahora estaban furiosos porque nada había salido de acuerdo a su plan. Eran débiles, dignos de vergüenza. Debían madurar por ellos mismos.

—La rebeldía, la impotencia de saber que no son dueños de su vida —dijo Evans—, la frustración de no ser libres, nada serviría si no empiezan a pensar en qué clase de futuro quieren, si no se unen como una pequeña hermandad. Si son egoístas, pretenciosos, si se aferran a rencores absurdos, si pretenden que una muchacha los salve de su destino... perecerán como idiotas.

—¡¿Y qué hacemos?! —gritó Jack—. ¡Ustedes no son puros, no saben lo que se acarrea! Se espera demasiado de nosotros. Estamos vigilados, ¿cómo podemos pensar en nuestro futuro si no somos dueños de nuestro presente? ¡No somos dueños de nuestras vidas!

—¡Piénsalo tú! —interrumpió Liam, cansado de eso niños que querían las respuestas en bandeja—. ¡Nos hablas de las dificultades de los puros como si fuesen un gran drama! ¡¿Cómo harías para salir de la esclavitud de ser un impuro?! ¡¿Crees que nuestra vida ha sido fácil?! ¿Crees que nosotros somos libres? ¡No me hagan reír!

—Debemos vernos muy idiotas... —susurró Joan, con la mirada baja.

—Sí —admitió Evans—, y el primer paso es aceptarlo. Ahora, si no van a dejar de pelearse y autocompadecerse, váyanse o llamaré a sus familias y contaré la clase de idiotas que son. De lo contrario, únanse, vuelvan a ser un grupo de tontos con sueños, y piensen... piensen bien que harán, para que cuando llegue el momento de decidir no duden de qué lado quieren estar.

Esa noche ninguno tocó su cena. Sus estómagos estaban cerrados. Al menos, Evans y Liam, podían sentirse satisfechos de haberles dicho todo, de haberlos dejado como los idiotas que eran, sin palabras, meditabundos. Tan sólo restaba esperar su decisión.

Cada uno regresó a su habitación sin decirse nada, pero pensando en muchas cosas. Sara había quedado en espera. Debían rever su vida sin ella, pensar en los pasos que darían hacia adelante, pensar en la posibilidad de un futuro sin su amor. Sabiendo que se tenían los unos a los otros, que aquellos a los que maltrataban eran los únicos aliados que podrían tener en un mundo que no los comprendía y los aplastaba.



El orgullo pesaba, ¡y cómo! Era más fácil sacarse los ojos que pedir perdón. No obstante, tras aquella cena, ninguna pelea volvía a irrumpir con la paz del Báthory, sin embargo cada uno se mantenía con recelo alejado de los demás.

Desde ya pensarían en la posibilidad en la que Sara se pudiera convertir en un lejano recuerdo; pero al final, los vampiros, seguirían juntos por un mismo sendero y no podían tratarse cual enemigos en cuanto la burocracia de su sociedad comenzara a afectarles.

Así como alguna vez habían dejado estallar su violencia hasta naturalizarla, ahora pretendían retornar a la calma. Las palabras estaban de más. Estar bien ya no se trataba de Sara, era por ellos. Debían rearmarse como una pequeña familia con intereses comunes, los intereses de la hermandad.

Las disculpas se obviaron y el nombre de Sara no volvió a sonar. ¿La esperaban? Sí, pero en silencio y sabiendo que su presencia no debía significar el sentido de sus vidas, sabiendo que quizás no regresaría.

Los días volvieron a ser amenos. Jack y Jeff, como uno solo, volvieron a pasear, a hacer de las suyas. Joan ayudaba a todos con sus tareas, y otras veces compartía largos ratos de expedición con Tony. Demian y Adam se volvieron cercanos al tomar conciencia que su destino era similar, ahora se estaban poniendo de acuerdo para vivir juntos.

La tormenta se volvía tenue llovizna, el amor no se olvidaba, pero ya no los detenía. El tiempo siguió pasando, habían superado lo peor. Ahora crecían más fuertes..., eternos y vampiros.

Era momento de recomenzar y tomas las riendas de su destino.


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