Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Epílogo


Diez años había sido un tiempo prudente para tomar algunas decisiones. Sara miraba en el espejo el rostro que conservaría toda la eternidad; no había cambiado mucho desde ese entonces, pero su cabello sí que había crecido. Lo usara suelto o trenzado le realzaba su barriga, la cual parecía a punto de explotar. Esta vez serían dos, y no había vestido que le entrara como antes.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó Tony, ingresando a la habitación, su rostro denotaba preocupación con el sufrimiento de su esposa al tratar de vestirse.

Ella forcejeaba con un vestido color en tonos violetas de sus diseños exclusivos. Él ya estaba listo para partir, vistiendo con un elegante traje negro.

—¿Estoy tardando demasiado? —preguntó preocupada.

—Puedes tardar lo que quieras —respondió ayudándola a enfundarse en las finas telas. Él no se resistió las ganas de acariciarle la espalda, de rodearle el vientre—. El chófer puede esperar.

—Fue mi culpa por pensar que esto me entraría. La panza se ha duplicado las últimas semanas.

Tony sonrió y le alcanzó su cartera.

—Te ves hermosa —le dijo.

Tomándola del brazo le ayudó a descender las escaleras. Jack, Jeff y Joan esperaban en la entrada, listos para un largo viaje.

—¿No crees que vayan a nacer ahora, no? —preguntó Jack, tocando la barriga con temor, el vestido parecía a punto de explotar como un globo. No estaba psicológicamente preparado para verla romper bolsa, nunca lo estaba.

—Yo creo que serán tres —rió Jeff, tomando a Sara por la barriga para dejarle un delicado beso.

—Que se te haga un nudo en la lengua —masculló ella, sólo pensarlo le daba jaqueca. Aunque no podía quejarse, todos hacían su parte. Si bien poseerían los genes Arsenic, los padres serían todos.

—Falta un mes y sólo serán dos —dijo Joan, lo tenía calculado.

Se encargaba de revisar a Sara a diario, de controlar que todo fuera sobre rieles. No admitiría que los demás se preocuparan en vano.

—¿Y los demás? —preguntó Sara, rodeando con su vista la sala vacía.

—Demian y Adam están con las niñas en el auto —respondió Tony.

Sara asomó la cabeza por la ventana mientras los chicos esperaban en la camioneta para ir al aeropuerto. Demian sostenía a Ámbar, quien tenía ocho años pero aún era su bebé en sus ojos. Todos los padres tenían una debilidad especial por sus hijas, y aunque Sara renegara de ello, su primogénita tenía todas las características de una niña consentida. Además, tenía otra hija, Luna, quien era un poco salvaje debido a su naturaleza híbrida. Era difícil para sus padres establecer límites con ella, por lo que Adam prefería jugar con ella en lugar de dejarla correr sin control y estresar a su esposa.

Todos subieron al vehículo y partieron a tomar el vuelo, nadie quería perderse el gran evento del año. Elizabeth se casaría con Adolfo, aunque ellos estaban juntos ya hacía diez años, incluso habían tenido un hijo, Mateo, que ya tenía siete. Pero el lobo se enojaba cada vez que las mordidas sobre ella se borraran a las semanas; así que habían concluido que lo mejor era un casamiento tradicional, con alianzas y pastel. Además, era una oportunidad ideal para reunirse con todos aquellos viejos amigos que tan distanciados se encontraban.

Vlad había ofrecido su casa, y allí llegaban los comensales en una noche perfecta.

Los lobos se reencontraban con su padre y se ponían al tanto de sus vidas. La paz reinaba con Adriano como el alfa de la manada y con el fin de las disputas con los vampiros, él había encontrado pareja, pero hijos no tendría. Le bastaba con su gran cantidad de sobrinos; sobre todo los de Valentino y Rosemary, o Piero y Charlotte.

Laika y Stefan saludaban de un modo más discreto, y se reunía con Helena Arsenic, Amadeus y Vlad, donde la madre de los gemelos parloteaba sin control, era agradable verla disfrutar de esa lengua intrépida que le habían arrebatado décadas atrás.

—Es tan agradable que nos podamos reunir luego de tanto tiempo —expresaba Helena.

—No deberíamos perder la costumbre —respondía Laika—, aunque pronto nos reuniremos para el nacimiento de los gemelos, a menos que tengas intenciones de casarte antes.

Helena soltó una carcajada.

—No consigo quien soporte mi carácter. Me conformaré con seguir asistiendo a los cumpleaños de mis nietos.

—Siempre y cuando podamos organizarlo en casa de Vlad —comentó Stefan—, eres el mejor anfitrión.

—Es un placer —respondió Vlad.

El salón de eventos era tan lujoso como aquel baile de disfraces de máscaras; la iluminación, la comida y la felicidad eran abundantes. Los candelabros y las luces blancas marcaban el camino a la entrada, las mesas tenían los mejores bocadillos al estilo gourmet, los manteles estaban elegantemente bordados en oro, decorados con delicados arreglos de velas y flores en el centro. Vlad siempre impresionaba a sus invitados, nunca escatimaba en espectáculos, manjares u ostentación.

—¿Dónde está la novia? —preguntó Francesca al ingresar a la morada, se veía hermosa con su vestido azul, diseñado a juego con el de Sara.

La vampiresa sonreía con alegría, agarrada del brazo de Tommaso, que iba vestido para la ocasión, y en su brazo libre cargaba su pequeño Kael, de cuatro años. Un poco más atrás iba Leif, arrastrando sus pies, sus pocas ganas de estar allí se notaban con claridad. El malhumor de ese chico era constante, aunque sus padres lo justificaban diciendo que era por la pubertad.

Laika corrió a saludarlos con abrazos y besos. Hacía tiempo que Tommaso la aceptaba como parte de su familia, y la relación iba prosperando.

—¡Los extrañé tanto! —dijo la loba tomando a Kael en sus brazos—. ¡Oh, Leif estás tan grande! ¿Te acuerdas de la abuela?

—Sí, abuela —barbulló el muchacho, bastante reacio—, nos hiciste una videollamada la semana pasada.

—¡Leif, pon más emoción a tus palabras! —bramó Tommaso, negando con su cabeza, casi olvidando que ese carácter era hereditario.

El chico rodeó sus ojos, no le divertía la idea de estar en un casamiento. No tenía nada que hacer, nadie con quien hablar. Tal vez lo pondrían a cuidar de los más pequeños, la sola idea ya comenzaba a fastidiarlo. Excepto si se trataba de Ámbar, sus dulces tartamudeos le sacaban alguna que otra sonrisa, no como Luna, que era una pesada.

—¿Y Sara? —preguntó Francesca.

—Elizabeth la está esperando, iba a ayudarla con el vestido —comentó Laika, preocupada.

—¡Aquí estoy! ¡Aquí estoy! —Sara llegaba justo a tiempo corriendo con sus niñas, cada una tomada de una mano.

En una de las habitaciones, Sara y Francesca ayudaban a Elizabeth a terminar con el vestido, en el que la morena había trabajado durante meses. El mismo era delicado, con una caída liviana de seda, con finísimos detalles de pequeños diamantes; una verdadera obra de arte.

—Lo siento —decía Sara, arreglándole en tocado floral del cabello.

—Fue mi culpa, debí posponer la boda para luego de tu parto —decía Elizabeth—, pero Adolfo no dejaba de insistir. La idea lo entusiasmaba mucho.

—Es extraño, ni los vampiros ni los licántropos se casan de este modo —rió Francesca al ver a Elizabeth reluciente en su vestido de princesa.

—Es algo que siempre quise —confesó la novia, sonriendo—, Adolfo lo sabía, es bueno que no se riera de aquellas cosas cursis de adoro.

—Bien, tu apuesto lobo te espera en el altar —dijo Sara, guiñándole un ojo—, ¿estás lista?

Elizabeth se miró al espejo. Se emocionaba ante su figura, era presa de su sensibilidad. Rememoraba toda su vida y pensaba en todo lo que tenía por delante y, de forma inevitable, en lo que había dejado atrás. Quemaría una etapa, una etapa que llevaba el nombre de un vampiro, porque aunque hubiese pasado suficiente tiempo, necesitaba poner un punto final. No se trataba de su romance con él, sino que desde su nacimiento había sido criada para pertenecerle. Lo más sano para crecer era desviarse de ese camino. Amarlo, lo seguía amando, quizás a su recuerdo, a la idealización que había hecho de él; pero, luego de diez años sin necesitarse, sin buscarse el uno al otro, sabía que aquella decisión en el bosque era la correcta.

Su corazón pertenecía a ese lobo que la había hechizado en un instante.



Sara y Francesca tomaron el lugar en la sala junto a los invitados, y Vlad se ubicó en el atril, él los casaría.

Al descender por las escalinatas, Elizabeth se encontró con Adolfo quien la esperaba con nerviosismo palpable. Al verlo así, ella sonrió sintiendo ternura y un intenso sentimiento de amor. Había llegado al punto de amarlo con locura, y de eso no había vuelta atrás.

La felicidad y la emoción inundaron a Elizabeth mientras se acercaba a Adolfo.

Al mirarse, ambos recordaron cómo se habían conocido. No fue amor a primera vista como en los cuentos, sino una relación construida por casualidades y circunstancias fuera de lo común. Pero al final, la luna caprichosa había logrado unirlos en su hechizo.

Adolfo tomó las manos de Elizabeth, temblorosas y sudorosas, su mirada perdida en la multitud.

—¿Qué sucede? —preguntó ella. Él llenó sus pulmones con aire, con la vista a la salida—. ¿Quieres escapar? —agregó Elizabeth, alzando una ceja.

Él resopló y le devolvió la mirada, negó y de inmediato se dirigió a Vlad.

—Está bien, podemos empezar.

Elizabeth sonrió, a pesar del estrés de Adolfo.

—Adolfo, Elizabeth —habló Vlad—, por el poder que me confiere la nueva hermandad, y por la responsabilidad que me han otorgado, me veo en el honor de unirlos en matrimonio en esta magnífica velada. Ahora, sin necesidad de hacer preámbulos, vamos a pasar a la colocación de alianzas.

Sara susurró al oído de Adam viendo y considerando que a la ceremonia le faltaban algunas partes.

—¿Qué no deben decir "sí, acepto"? Además falta la parte del "yo me opongo".

—No sé, da igual, nuestra boda sigue siendo mejor —respondió él, abrazándola.

—No recuerdo mucho de esa noche. —Sara suspiró tratando de conmemorar el pacto de sangre. Pero de inmediato regresó su vista a la pareja en el altar, uno y otro intercambiaban las alianzas.

Vlad miró a Adolfo una vez que este le colocó la alianza a su mujer.

—Entonces los declaro —dijo Vlad, pero Elizabeth interrumpió con bisbiseos a Adolfo.

—¿Sucede algo?

—Espero que esté feliz, que podamos seguir siéndolo —dijo él con una mueca amable—, quiero darte todo aquello que alguna vez soñaste.

—¿Más? —rió ella—. Te amo Adolfo, gracias por esta noche maravillosa, gracias por consentirme siempre. Desde que te conocí, mi vida ha sido un maravilloso sueño. No puedo pedir más.

—Estamos a mano, Elizabeth.

Ellos se besaron antes de que Vlad los declarara marido y mujer, aunque ya lo eran. La felicidad de los recién casados era la felicidad de todos, los aplausos no querían cesar, no hasta que ellos terminaran de besarse.

Cuando los novios se dieron la vuelta, Elizabeth se detuvo en seco al reconocer a un hombre al final de las filas. Era un hombre de cabello negro y corto, un elegante traje negro y una sonrisa calma. Azazel lo había presenciado todo, luego de años sin verse, se reencontraban al fin.

Ella sintió su corazón estrujarse y apretó la mano de Adolfo. Las palabras no salieron y los murmullos se hicieron presentes.

—Pueden pasar al comedor por bocadillos —exclamó Vlad a los invitados—, los novios irán en un momento.

Vlad supo  guiar a los invitados para cuando Azazel empezó a acercarse a los recién casados.

—Lamento no habértelo dicho —dijo Adolfo a Elizabeth—, él sabía de nuestra boda, me dijo que estaba en Filipinas así que supuse que no vendría.

—Elizabeth, Adolfo. —Azazel hizo una leve reverencia—. Me alegro verlos tan enamorados.

—Azazel, pasaron diez años —recriminó Elizabeth—, ¿qué haces aquí? ¿Por qué vienes justo hoy?

No podía comprenderlo. Era un trago amargo en medio de su gran día.

—Solo fue un soplo en el tiempo —respondió Azazel—, supe que todos se reunirían en tal grato acontecimiento y vine para traerles mis mejores deseos. Lamento no haber avisado de forma concreta, pero no supe hasta último momento si llegaría a tiempo.

Elizabeth resopló, no tenía caso discutir, pero al menos se sentía tranquila. Cuando su corazón se tranquilizó ante el impacto de volver a ver a Azazel, supo que ya no quedaban sentimientos románticos hacia él. Su corazón solo latía por su lobo y nada más. Podía ver al vampiro a los ojos como una mujer madura, la cual diferenciaba el gran cariño, admiración y respeto que sentía por Azazel, sin confundirlo con el amor.

—Me alegra que decidieras venir a visitarnos —dijo Elizabeth, extendiéndole la mano para luego atraparlo en un abrazo—, seguimos siendo familia.



En el fondo, Azazel necesitaba también saber que ese capítulo de su vida se cerraba al fin. Necesitaba corroborar con sus propios ojos que todos hubiesen podido ser lo más felices que pudieran. Necesitaba asegurarse que, al alejarse, no había cometido ningún error. Ya lo sabía, y eso le daba la paz necesaria para seguir avanzando en su crecimiento personal.

—Dios mío —susurraba Sara frotándose la panza—, Azazel se ha cortado el cabello.

Demian y Adam se acercaban a ella para abrazarla de atrás.

—¿Eso importa? —preguntó Adam, desconcertado.

—Le queda muy bien —comentó Demian—, pero su aparición no me la esperaba.

—Pobre Elizabeth —dijo Tommaso, acercándose a ellos junto a Francesca—, no debieron invitarlo, ha arruinado el día que ella tanto ansiaba. ¿Qué demonios se le pasó por la cabeza?

—No ha sido la mejor ocasión para una visita —lo apoyó Francesca—, tu padre se ha pasó de idiota en invitarlo.

Después de pronunciar esas palabras, Francesca apartó su mirada hacia la mesa donde estaba el enorme pastel, como si algo le picara la nuca, y allí vio a Víctor. Sabía que él seguiría a Azazel a cualquier lugar. A pesar de lo vivido, ella le sonrió con calma.

Tommaso sintió cómo su piel se erizaba ante la presencia del vampiro, como siempre le ocurría. Pero esta vez, confiaba en la fortaleza de su relación con Francesca.

Para quitarles el peso, Víctor se acercó a ellos.

—No han cambiado nada —dijo Víctor a Francesca y Tommaso.

—Vaya sorpresa nos han dado. —Francesca inspiró y esbozó una sonrisa—. Y quizás te parezca que no, pero cambié bastante por dentro.

—Eso no lo dudo, y me alegra poder decir lo mismo —dijo él, ella se mostraba segura y confiada, tan madura como siempre—. He visto a Leif, está muy grande, y por supuesto vi a ese niño que trae en brazos Tommaso —dijo con la mirada puesta en Kael.

—Es nuestro hijo —dijo Tommaso—, con Francesca formalizamos nuestra relación y decidimos agrandar nuestra familia.

—No pude resistirme a sus encantos. —Francesca cruzó una mirada risueña con Tommaso—. Se ha salido con la suya, y no le ha sido muy difícil.

—Me alegra verlos tan bien. —Víctor acarició la cabeza del pequeño Kael.

—Es bueno que tú también estés disfrutando de la vida —le dijo Francesca—, oí que, con Azazel, llevan un buen tiempo recorriendo el mundo.

—Así es —dijo Víctor—, podemos decir que nos encontramos en una cruzada por el autodescubrimiento, mientras hacemos amigos en el camino. Es una gran vida, algo que no habría podido ni soñar. Aunque estoy a punto de pasar una temporada tranquila en la nueva hermandad. Quiero ayudar a Vlad.

Tommaso ya no tenía por qué temer o desconfiar, entre Francesca y Víctor solo quedaban recuerdos de aquel tiempo tormentoso, en el que necesitaban apoyarse uno sobre otro. Ahora solo eran viejos conocidos. Nada más.



Elizabeth y Adolfo ingresaban al comedor donde eran recibidos por aplausos de sus invitados. Nada opacaría su gran día, así que se reunieron en la mesa apartada para ellos, en donde los vampiros, lobos e híbridos iban a felicitarlos. Mientras que Azazel se reunía con sus viejos alumnos del Báthory.

—Otra vez pareces un globo —murmuró Azazel tras la espalda de Sara—, ¿sabes la definición de anticonceptivos? Los humanos poseen muchos métodos que podrían servirte.

Sara se dio la vuelta de forma brusca, con la intención de dar una cachetada al descarado que se entrometía en sus asuntos privados, pero de inmediato lo reconsideró al notar que se trataba de su director. Su expresión se ablandó y no pudo evitar abrázalo, aunque su barriga no se lo permitiera.

—¡Azazel, te extrañe mucho! —lloriqueó Sara.

De inmediato, todos sus viejos alumnos rodearon al vampiro para saludarlo entre abrazos. Azazel no pudo ocultar su mirada emocionada. Ya podía verlos como adultos, no como niños. No podía evitar sentirse orgulloso al ver su sueño cumplido: una sociedad de vampiros que había escapado a las tinieblas. Más allá de cualquier viaje, ese era el mejor regalo que la vida podía darle. Lo había logrado.

—Por fin te apareces. —Adam palmeó la espalda de Azazel, sostenía una gran sonrisa en su rostro—. Te extrañamos todos, podrías siquiera tomarte un vuelo para el cumpleaños de tus nietas, ya que no has venido para sus nacimientos.

—¡Oh, no, soy muy joven para ser abuelo! —Azazel levantó sus manos—. No les digan mentiras a esas dulces niñas, estoy seguro que Laika, Helena y Stefan son más que suficientes.

—No importa lo que digas —dijo Demian—, eres su abuelo y punto, y también serás el abuelo de nuestros gemelos.

—Veo que comparten la paternidad —dijo Azazel, al oír el "nuestros" de Demian, a pesar que todo indicaba que esos gemelos tendrían los genes Arsenic—, ¿no han tenido problemas con eso?

—Claro que no —dijo Joan—, por cuestiones médicas sabemos de quien son los genes, pero eso no importa. Somos una familia.

—Amamos a nuestros hijos por igual —añadió Jeff.

—Es imposible verlo de otra forma —dijo Jack.

—Por suerte no hemos tenido problemas en la forma que llevamos la crianza —comentó Tony, viendo a sus hijas corretear entre las mesas.

—Ya entendí, ya entendí —rió Azazel, ninguno quería que se pensara que querían más a un hijo que a otro—, tan solo me pregunto cómo dejaron viajar a Sara cuando está a punto de dar a luz.

—Ha sido un riesgo, sí —dijo Joan, que era el médico personal de la familia y el único con la frialdad necesaria para ayudar a su mujer a parir—, debemos agradecer que todo ha salido bien.

No fue que Joan terminó de decir tales palabras que Sara se tomó la barriga. Un fuerte dolor punzó su vientre y contrajo su rostro en una mueca de dolor.

—¡Sara, vas a tener a tus gemelos! —exclamó Francesca al ver el charco de agua bajo los pies de su amiga.

—No es posible —gimió Sara.

Ni siquiera lo había notado. Sara se tornó pálida cuando los dolores de trabajo de parto comenzaron a mitad de la cena.

La música de la orquesta se detuvo de forma abrupta, lo que alertó a los invitados. Jack sintió que sus piernas cedían debajo de él, pero su hermano lo sostuvo justo a tiempo para evitar que se estrellara contra el suelo. Mientras tanto, Tony levantó a Sara en sus brazos y la llevó a una habitación cercana, seguido de cerca por Joan, quien consultaba la hora en su reloj. Demian y Adam empezaron a buscar toallas, agua y cualquier otro elemento que pudieran necesitar en lugar de un hospital. A pesar de las posibles complicaciones, el parto se estaba adelantando y todos sabían que debían actuar con rapidez.



En el jardín de la casa de Vlad, Elizabeth cuidaba de los más pequeños de la nueva hermandad junto a Adolfo, quien era acompañado de sus hijos. Sería una boda para rememorar, y si bien Sara les quitaba el protagonismo, no les interesaba en lo absoluto. La ceremonia había sido tal y como la habían imaginado, ahora solo disfrutaban de la comida y la buena compañía.

Quien la pasaba mal era Azazel, que estaba fuera de la habitación a punto de entrar en un ataque de pánico.

—No quiero ver, odio la sangre, odio las tripas y a los bebés —murmuraba con los ojos cerrados y la transpiración cayéndole como gotas por la frente.

Helena Arsenic no pudo aguantar una estruendosa risotada.

—¡Dios mío, Azazel, eres patético!

—Y tú vas a ser abuela, vieja —murmuró el vampiro, sin poder abrir los ojos debido al espanto que le provocaban los gritos de Sara tras la puerta.

—Estoy muy orgullosa de ello. —Helena sonrió y entregó su copa de champaña al viejo vampiro—. Además, le diste tu apellido a Sara. Sin duda ya eres un abuelo.

Azazel tomó la copa con disgusto y la vació de un sorbo.

—No recordaba que fueras tan charlatana. —Azazel fingió sorpresa—. ¡Ah, cierto que no tenías lengua!

—Pero yo si recordaba lo maleducado que podías ser. —Helena alzó una ceja—. Pídeme disculpas.

—¡Me llamaste patético hace menos de cinco minutos!

—¡Pueden ir a discutir a otro lado! —exclamó Francesca, tomándolos por sorpresa—, por favor, no son niños.

—Yo me quedaré aquí, están por nacer mis nietos. —Helena se paró firme al lado de la puerta.

Azazel, en cambio, dio algunos pasos por el pasillo para luego volver al lado de la madre de Jack y Jeff. No podía desatenderse en medio del parto.

—Lamento lo de tu lengua —siseó Azazel, avergonzado.

—Lamento lo de tus traumas —respondió Helena, y le extendió la mano a Azazel—, puedes apretarme si te sientes nervioso.

A pesar que lo dudo un instante, Azazel tomó la mano de Helena al oír otro grito desgarrador proveniente de la habitación.



Sara pujaba con más fuerza mientras apretaba con la mano derecha a Demian y con la izquierda a Adam. Por su parte, Tony le limpiaba el sudor del rostro con una toalla, y Jeff alcanzaba los utensilios necesarios a Joan, quien se ubicaba a los pies de Sara, listo para recibir a los bebés. Jack se sentía impotente con su cuerpo debilitado ante la tensión de la situación. A pesar de su deseo de ayudar, sus manos temblaban y su cuerpo se balanceaba con cada grito de su esposa.

—Lo haces muy bien —indicó Joan—, solo falta un poco más.

—Respira profundo —le susurró Demian.

Sara tomó una bocanada de aire y pujó una vez más. Joan tomó el primer bebé a tiempo. Con el primer llanto del niño todos pudieron sentirse un poco más aliviados.

Con los ojos colmados de lágrimas, Jeff sostuvo al bebé mientras Joan cortaba el cordón. Con emoción, lo saludaron, pero pronto vendría el segundo niño, así que fue tarea de Jack sostenerlo y entregárselo a su madre.

Queriendo contener sus lágrimas de felicidad, Jack acunó al bebé con miedo de lastimarlo, mientras aguardaban por su hermano.

—Sólo un último esfuerzo —dijo Tony.

Con pocos minutos de diferencia, el segundo niño vio la luz tras un fuerte grito de su madre. Todo el cuerpo de Sara se aflojó al instante, pero ni Adam ni Demian dejaron de sostener sus manos, Tony le dejó un beso en la frente, y los recién nacidos fueron colocados a sus lados.

—Es todo —dijo Joan—, haz hecho un gran trabajo.

—Gracias por acompañarme —dijo Sara, agotada.

La habitación mantuvo a los vampiros en un silencio profundo, querían disfrutar del momento, relajarse luego de la tensión. El primero en derrumbarse de rodillas, a lado de la cama, fue Jack, seguido de sus compañeros. Joan fue el último en unirse luego de  limpiar la escena.



Tras la habitación, Azazel yacía tirado en el suelo. Helena lo abanicaba con una bandeja mientras Francesca y Tommaso lo ignoraban por completo. Podían imaginarse que tras el llanto de los niños todo estaba en orden. Pero la puerta se abrió. Jack y Jeff les darían la noticia.

—Nacieron —dijo Jack, con la emoción impostada en su rostro—, son dos niños.

Luego, dirigió la vista al suelo, confundido. Azazel se reincorporaba, y Helena lo dejó para abrazar a sus hijos.

—Sara está descansando —añadió Jeff—, quizás hasta mañana, si no hay problema.

—¡Qué alegría, soy tía otra vez! —dijo Francesca—, lo mejor será dejarla descansar. Tan solo dile que estoy muy orgullosa de ella y que la amo.

—Lo haré —dijo Jeff, sonriendo.

—¿Estás bien, Azazel? —preguntó Jack, más preocupado.

—Está bien —respondió Helena, levantado a Azazel de un solo tirón—, vino directo de Filipinas y está exhausto. No se preocupen, mañana a primera hora vendremos a ver a nuestros nietos. Ahora seguiremos embriagándonos en la fiesta.

Helena arrastró el cuerpo de Azazel por los pasillos. La vampiresa tenía la fuerza suficiente para hacerlo.

—Olvídalo, Helena —murmuró Azazel—, en cuanto me recupere me iré al hotel.

—No, no te escaparás —siseó la mujer—, vendrás a contarme todo sobre tus viajes y más te vale que me asesores bien. También me gustaría tomarme unas vacaciones de todo esto.

—Es bueno saberlo, estoy buscando compañía para mi próximo viaje. Víctor tiene planes de asentarse un tiempo en la morada de Vlad, y viajar solo no tiene nada de divertido.

—¡Eso me gusta! —exclamó Helena, nunca había tenido relación con Azazel, pero podía imaginarse unas buenas vacaciones en su compañía—, quiero ir a un lugar con playa. Nunca he usado bikini. 



La fiesta seguía, pero los seis vampiros y Sara ya no regresarían. Era su momento especial, debían conocerse con sus nuevos bebés, ellos los limpiarían con cuidado y ella los alimentaría por primera vez.

Permanecerían allí por un tiempo más, disfrutando de la mágica velada que les tocaba vivir, sin poder imaginar otra vida que no fuera la que ya tenían: una vida llena de amor, paz, libertad y una familia en constante crecimiento. Solo les quedaba atesorar cada dulce momento, ya que su amor extraño y duradero era un perpetuo fuego que se encaprichaba a ser eterno, desafiando límites, barreras e incluso el tiempo mismo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro