
36. Última cena| Capítulo final
El frío en Quebec persistía tras la vuelta de Tommaso, Francesca y Leif. Daba igual, ninguno lo sentía, podían taparles la casa con nieve hasta el regreso de la primavera y estarían bien.
De haberlos visto desde afuera, nadie hubiese creído en cómo se había formado esa "familia". Y es que familia era un decir; esos dos, eran personas opuestas, unidas por millones de circunstancias y un hijo en común. Incluso, Francesca estaba segura que de no haber nacido Leif, Tommaso seguiría igual de apegado a ella. Ya no se quejaba, ya no lo odiaba. Eso había quedado atrás, muy atrás.
La vampiresa dejaba que Tommaso le usurpara la cocina, después de todo hacía un estofado riquísimo, de hecho, todo lo que hacía era para chuparse los dedos. No podía quejarse con él; cocinaba, limpiaba, barría la nieve de la entrada, no hacia ruidos ni le hablaba demasiado. Además, cuidaba de Leif casi todo el tiempo; esto último le generaba un poco de celos, se llevaban demasiado bien. Por el momento dejaría de lado los reproches, él quería recuperar el tiempo perdido, además, verlos tan felices, siempre le robaba alguna que otra sonrisa.
Tras un par de semanas, ella optaba por vaciar el guardarropas con las pertenencias de Víctor, la mayoría no eran del estilo sencillo de Tommaso, y él no regresaría por ellas, pero al tocar sus cosas y volver a sentir su perfume, la nostalgia la invadía. ¿Estaría bien? ¿Hacia dónde estaría viajando? ¿Cumpliría su meta algún día? Francesca sacudía su cabeza tratando de disipar esos pensamientos improductivos, metiendo el último traje en una bolsa negra.
Lo estaba dejando ir.
—Fran, está la cena —dijo Tommaso, sin golpear la puerta, sin siquiera asomar su nariz a la habitación.
—Otra vez huele delicioso —dijo ella, inspirando el aroma de carne con hierbas. Tommaso llegaba a su corazón entrando por su estómago. Eso era injusto —. ¿Cómo es que sabes cocinar tan bien?
Francesca sonrió buscándole la mirada, pero él trataba de contenerse como no lo había hecho antes. Muy tarde.
—Todos necesitamos saber cocinar lo que cazamos —dijo él, como si fuese algo obvio, ella rió al ver que Leif ya comía y se chupaba los dedos—. Me alegra que te guste, sé que podemos solventarnos solo con sangre, pero preparar la cena y hacer cosas normales me hace olvidar un poco lo que soy ahora.
—No está tan mal. —Francesca tomó su asiento—. Piensa porqué lo has hecho. Tendrías que estar orgulloso.
—No me agrada pensar en eso —farfulló él, volviendo a su incomodidad habitual—, dime, estuviste empacando algunas cosas, ¿ya encontraste donde mudarte?
—Guardé las cosas de Víctor, quizás las regale —confesó ella, probando un bocado de la carne de ciervo, era un manjar que se deshacía en su boca, lloraría de la delicia—. No me mudaré, me gusta este lugar. Antes del nacimiento de Leif, pasé semanas pensando en qué le gustaría a un lobito y llegué aquí llena de ilusión. No necesitamos irnos. Sólo estaba haciendo lugar por si querías guardar tus cosas. No me gusta que acapares toda la sala, arruina el decorado.
Tommaso hizo un repiqueteo con sus pestañas blanquecinas. Quería evitar sonreír ante la idea que ella no aspirara a echarlo. No solo eso, le hacía lugar en el sitio de su antigua pareja.
Tras caer la noche, Francesca hacía dormir a Leif. Tommaso, entre tanto, quitaba sus cosas de la sala y comenzaba a guardarlas en la habitación con algo de intranquilidad. Todo el tiempo estaba presente el sentimiento de culpa, de ser un invasor; lo que siempre había anhelado ahora era una situación embarazosa y estresante.
—Se ha dormido, siempre que come carne se duerme al instante —dijo ella, esbozando una calma sonrisa al entrar a la habitación. De inmediato vio hacia el ropero, el lobo no tenía muchas cosas, pero era doloroso ya no ver las de Víctor—. Necesitas más ropa de invierno, cuando vayamos a comprar también iremos por pantalones y zapatos adecuados.
—¿Estás segura de esto?
—Las cosas materiales no tienen importancia. —Francesca desvió la mirada a las bolsas negras con las pertenencias de Víctor—. En fin, ¿vas a decirme que te sucede? Desde que te conocí me llenaste de palabreríos de un amor casi enfermizo y de la luna, y ahora que te dejo estar en mi casa te escurres por las paredes con tal de no verme a la cara. ¿No crees que nos debemos una charla? Estamos conviviendo.
—No quiero cometer un error otra vez, tengo miedo de hacerte daño estando tan cerca de ti —confesó sin necesidad de dar vueltas—, pensé que sería fácil, que me bastaría, pero mi corazón no deja de acelerarse cuando te veo. Esa es la verdad, por eso prefiero dejarte tu espacio, prefiero no mirarte.
—Lo oigo, oigo tu corazón, ¡es como un maldito tambor! —Francesca rió, ¿cómo no darse cuenta con un oído tan fino?—. Pero no tienes que preocuparte más, no soy la frágil humana que conociste. Confió en ti, por eso es que te dejo estar en este lugar.
—Confías demasiado en mí, más que yo mismo. —Tommaso suspiró esperando a que ese maldito latido se sosegara de una vez. Francesca se veía hermosa cada vez que usaba su camisón de seda, su cabello suelto y su rostro sin maquillaje.
—Tom, ¿sabes que somos inmortales?
—Claro —bufó como si entendiera el concepto de eternidad—, ¿por qué lo dices?
—Podemos ir despacio, muy despacio, y equivocarnos, puedo equivocarme, intencionalmente —respondió ella, en un susurro—. No tenemos nada que perder, nuestros problemas pasados ya están más que esclarecidos. Tom, también te debo una disculpa.
—¿Disculpa? —preguntó sonsacado por completo.
—Yo... —balbuceó la joven desviando su mirada—, yo no entendía tu forma de ser, tardé en darme cuenta que no eras un hombre malvado, que también eres un torbellino de instintos, y que luchas contra ellos. Quizás nunca pueda entenderlo del todo, pero, todo lo que hiciste por mí, es más de lo que cualquiera habría hecho.
Francesca se detuvo, el lobo blanco abrió sus orbes amarillas con estupor, su corazón volvía a galopar con fuerza.
—Fran, tenía que hacerlo.
—Quédate aquí esta noche, ya te dije que no me gusta que invadas la sala —dijo ella, extendiéndole la mano, a pesar de estar temblando, jamás se habría imaginado a sí misma en esa situación—, y si te pasas haciendo algo que no me gusta te golpearé, y dormirás afuera como el perro que eres.
Él asintió con velocidad, por nada del mundo arruinaría esa segunda oportunidad.
Francesca se acostó en su cama, dejando un lado para el lobo, que con desmaña se desvestía, para luego posarse a su lado y comenzar con la taquicardia, el maldito golpeteo a punto de romper sus costillas. Moriría achicharrado por sus hormonas. Ella lo miraba con tanta quietud que parecía estar burlándose de su malestar, disfrutaba de la tortura, de verlo frágil, estúpido y excitado, pero tan dulce como la miel, ¡qué desgracia! En esa mirada de lobo solo había sentimientos puros, ¿quién podría mantenerse indiferente a ellos?
Bajo las sábanas el ambiente parecía a punto de prenderse fuego, Francesca lo rozaba con sus piernas, quería saber cuánto aguantaría. Él lanzaba mortificados gemidos, sabía que no podía ponerle un dedo encima. Ella se relamía los labios al momento de rozar su torso marcado con las yemas de sus dedos.
—Basta —jadeó él.
—¿Basta? —preguntó ella, acercándose a sus labios—. ¿No es lo que querías?
—Sí..., ¿y tú? ¿Lo quieres? —sollozó—. Y yo, ¿puedo avanzar...?
—Solo si eres suave y no te transformas, ni me muerdes.
—Seré suave, muy suave... —respondió Tommaso, sonando como una promesa.
Entonces, él avanzó con lentitud, colocándose encima de ella para dejarle pequeños besos en las mejillas, en el cuello y en donde alguna vez la había lastimado sin querer. Francesca cerró sus ojos y dejó que prosiguiera, sabía que esta vez podía confiar, ¿por qué lo hacía? Porque hacía tiempo, incluso desde que lo había conocido, que entendía lo distinto que era a todos, incluso a otros lobos, él era más animal que humano, y si bien era salvaje, también era inocente, no tenía perversidad. Cada buena acción opacaba sus faltas. Ella sabía que él merecía algo de su cariño, no como las veces que lo había manipulado para conseguir escapar, esta vez Tommaso merecía algo de verdad, algo de gratitud por haber arriesgado todo por ella.
Francesca deseaba darle su amor. Si se estaba equivocando con eso, tendría todo el tiempo para intentar remendarlo, para aprender de sus errores y empezar de nuevo. Pero ahora mismo, lo único que anhelaba, era disfrutar de ese amor que tanto había rechazado, aunque se equivocara con él.
Siempre se podría empezar de nuevo, y eso también lo hacía Sara y los vampiros que la acompañaban. Muy al sur habían hallado su paraíso, una casa grande de enormes ventanales que daban vista a la vegetación, a lagos tan quietos que parecían espejos, un sitio lleno de aves y animales, de prados extensos y silencios templados.
Allí aún era verano, pero no cálido como Santa Mónica, el sol no los torturaba y eso se sentaba bien, los vampiros podían andar de día sin sentir su piel chamuscarse. Aunque pocas veces salían de su nido, quizás para buscar víveres, o hacer sus negocillos de elixir. Por el momento, seguían de luna de miel, o algo así, el encierro les sentaba bien teniendo todo lo que siempre habían querido.
Joan había encontrado un sitio donde hacer sus investigaciones, a veces lo acompañaba Demian como sujeto de pruebas, otras veces Adam como castigo por haber perdido a Conde Negro en la balacera. Jack terminaba el lienzo de Sara y luego empezaría con otro miles de paisajes en tonos claros. Jeff disfrutaba de los lagos, de las caminatas y de escalar montañas, muchas veces iba en compañía de Tony, a ambos les gustaba la exploración. Sara pretendía seguir trabajando en sus diseños, quizás hacerlo por hobbie, así como mirar películas, leer de todo, escuchar música. Se podía decir que la paz reinaba al fin, o por lo menos la mayor parte del tiempo, puesto que, cada vez que los vampiros se ponían de acuerdo, una humana sufría las consecuencias.
—¡Aléjense de mí!—gritaba ella, parada en la cama, agarrada a una almohada y siendo rodeada por los seis, que ya comenzaban a desvestirse.
—¿Cuánto más, Sara? —preguntaba Demian, queriendo alcanzarla con sus dedos huesudos—. Necesitas unirte a nosotros para siempre.
Sara sintió un repelús en su espina con solo oír esas palabras salir de la boca de Demian.
—Has demostrado que siendo una humana podías contra toda adversidad —expresó Tony, mostrándole una sonrisa orgullosa y cálida—, has demostrado por qué los humanos son los que dominan el mundo y no los vampiros o licántropos, pero...
—¡Pero ya no tienes que demostrar nada! —se quejó Adam, tratando de llegar a ella, ganándose un golpazo con el almohadón—, ¡ven aquí maldita sea!
—¡No quiero! —dijo ella, fingiendo lloriquear—. Tengo miedo. ¿Y si muero?
—Nadie ha muerto así. —Joan trató de tranquilizarla—. Es un procedimiento que solo te proporcionará placer, sentirás tu cuerpo cada vez más débil debido a la pérdida de sangre, y cuando vuelvas abrir los ojos tus pulsaciones se normalizarán y seguirás viviendo.
—¡Vamos, Sara! —exclamó Jack—, así podrás aguantar tres días seguidos.
—No me interesa estar despierta tres días seguidos.
—¡No hablo de estar despierta, hablo de tener sexo!
—Si no quieres no podemos insistir más por hoy —bufó Jeff—, recuerda que el reclamo sigue en pie. Queremos que seas igual a nosotros, y que estemos unidos por toda la eternidad.
—¡No mientan, quieren sexo por tres días! ¡Lo dijo Jack! —recriminó Sara, lanzándole el almohadón al susodicho.
Tony suspiró y miró a sus colegas. Otra vez debían desistir, ya era la cuarta vez en la semana que intentaban convertirla. Ella decía que sí, pero luego la apresaba el pánico, el vértigo a la inmortalidad. Era una extraña fobia que comenzaba a ahogarla con solo pensar en una vida tan larga. Las preguntas tontas empezaban a atosigarlas: ¿qué pasaría si en trecientos años el mundo era un horrible caos? ¿Qué pasaría si los humanos la raptaban para experimentos gubernamentales? ¿Qué pasaría si se acababa el agua del planeta antes de morir? Todas esas preguntas y más la hacían retroceder, podía ser valiente para algunas cosas, pero no para todo.
—Está bien, Sara —dijo Demian, sonriendo con pena—, te respetaremos.
Uno a uno los chicos se retiraron, postergando la última cena, es decir, la última vez que se alimentarían de ella.
El motivo de los chicos era simple, ya no existían razones para seguir viviendo con ese cuerpo humano. Convertirla en vampiresa sería otra forma de unión, era la forma de demostrarles que ella no tenía miedo a un amor perpetuo, a vivir y sentirlos como ellos la sentían a ella. Incluso era una oportunidad para ser una familia más grande, pero eso no lo decían por miedo a que el pánico aumentara.
Los muchachos la dejaron ser, dejaron que estuviera en la habitación, que se calmara y ellos se regocijarían con un vaso de sangre rebajado con hidromiel. Era una bebida asquerosa, pero era lo único que les quedaba en las despensas, lo único con alcohol para aliviar el desánimo.
Sara se dejó caer en la cama que compartía a diario con ellos. Estaba exhausta, siempre lo estaba, y siempre lo iba a estar con seis maridos vampiros e insaciables. Miraba sus manos, las venas de su cuerpo, ser una vampiresa podía suponer un sueño para muchas. Juventud, fuerza, belleza, salud perfecta, sentidos potenciados y una libido excepcional. Se sentía tonta temiendo ser como ellos, y más tonta se sentía al recordar las caras de desilusión de sus amores al retirarse, otra vez, sin obtener nada.
—Solo será un momento —se dijo a sí misma—, seguiré siendo la misma, sabía que tarde o temprano iba a suceder.
Si quería amarlos por siempre, primero debía ser inmortal. Pero la palabra "por siempre" sonaba fuerte cuando se podía concretar.
La morocha suspiró, recordando que se los había prometido al mudarse, ¡y es que incluso ella lo deseaba! Así que, se miró al espejo una última vez como humana, y contempló su figura.
—La última cena —susurró quitándose el camisón para quedar con su ropa interior roja de encajes—, mi última vez como ofrenda, como alimento, mi última vez para tolerar la manera que fui criada. Un renacimiento, una nueva vida por completo.
Sara se repitió los argumentos a favor de la transformación. Finalmente, tomando ese valor, giró la perilla de la puerta y se dirigió al comedor; esta vez lo haría. Allí estaban, a lo largo de la mesa, bebiendo sin decirse nada, mirándose mal los unos a los otros. De vez en cuando recordaban que, a pesar de quererse, también se odiaban. Era extraño.
Ella se apareció, sugestiva y provocadora, dándoles una ojeada con determinación.
Contorneándose, llegó hasta la mesa, viéndolos analizar su cuerpo en silencio. Sara trepó la mesa y gateó sobre la misma.
—No es bueno cenar sobre la cama —dijo, tratando de no demostrar timidez, ellos tragaron fuerte—. Si va a ser la última vez que se alimenten de mí háganlo con lentitud, con cuidado, que pueda recordarlo más que a nuestra noche de bodas.
Un "sí" al unísono la hizo sonreír.
Ella se recostó sobre la tabla, estaba fría, su piel se contrajo, pero aun así extendió todo su cuerpo a lo largo, esperando a ser devorada, mordida, saboreada. Los vampiros se levantaron de sus aposentos y acercaron sus labios al manjar que se les presentaba. Comenzaban a tener lástima de no volver a poder nutrirse de ella.
Así y todo, prosiguieron. Sara cerró sus ojos al posarse seis pares de labios que la recorrían con besos, que la tocaban e iban destrozando la poca ropa que la cubría. Se arqueaba y gemía, era inevitable, su piel se derretía a lamidas, como un helado.
Inspiraba y exhalaba, Sara buscaba su eje en medio de la delicia de ser absorbida. Uno a uno fue pinchándola en diferentes zonas. Sabía que Demian estaba sobre su cuello, como buen vampiro; Joan succionaba de la muñeca, como la primera vez; Jack y Jeff, en las piernas, siempre osados; Tony le hacía cosquillas en su vientre; Adam tomaba su brazo libre como una presa. La succión iba en aumento, sentía la sangre salírsele y escurrírsele por todos lados, sorbían más fuerte que nunca, desesperados por vaciarla, sin contenerse, llenando sus bocas de sangre para deglutirla con éxtasis, para saciarse, para vaciar el recipiente.
Sara no podía articular palabra, por las hendijas de sus parpados podía ver sus cabezas por sobre su cuerpo, podía oír el ruido escabroso de las chupadas, de las relamidas. Había algo feroz en ellos, algo que habían contenido todo el tiempo, algo primitivo de los vampiros, era el deseo irrefrenable de consumir la entera vida de un humano.
Poco a poco comenzaba a sentir un hormigueo, los cuerpos arqueados se volvían borrosos y oscuros, quería decir que pararan, pero ya no podía hablar, y ellos no le harían caso.
Su cuerpo humano fue muriendo, pereciendo en un suave éxtasis.
De ser humana no se arrepentía, sabía que gracias a ese cuerpo frágil había aprendido a cuidar y apreciar su vida más que nadie. Las situaciones no habían sido buenas del todo, y no sentía como si fuese la primera vez en pasar por la muerte.
Había errado, había sufrido y había aprendido, era momento de dejar el envase humano atrás, guardando todo aquello que la había fortalecido: las experiencias, los sentimientos. Algo nuevo comenzaba, algo mejor, y para ello necesitaba un mejor envase.
Tras unos instantes de negrura, abrió sus ojos color miel. Brillaban como faroles, la pupila se dilataba y se contraía, oscilaba sin control. Sintió la frialdad de su piel, y a la vez, la resequedad en su garganta.
Intenso, todo era intenso.
Se sentía aturdida, pero poco a poco todo se absorbía, todo se normalizaba en su organismo de un modo excepcional.
Sus amores la contenían, le alcanzaban una copa llena de alguna bebida. Ella tomaba de la misma desesperada. ¿Estaba tan sedienta? Dejó la copa a un lado cuando le sirvieron otra, volviendo a vaciarla.
"¿Estás bien?", preguntaban, ella asentía, pero de inmediato un dolor punzante en su boca la hizo contraer, llevó sus manos a la misma. Dos finos colmillos crecían de manera rápida, quitándole sus viejos dientes.
—¿Ya? —preguntó tocando las puntas de las navajas en su boca—, soy...
"Una vampiresa", le respondieron.
Muy rápido, había sido muy rápido, tal vez porque su cuerpo pequeño tenía poca sangre. Pero las cosas siempre habían sido así, de un momento a otro.
De un momento a otro había sido trasladada al Báthory, de un momento a otro se había convertido en novia de esos seis, y así con todo. Las grandes cosas pasaban sin mucha proyección.
Los cuerpos se abalanzaron sobre ella, y ella estrenó sus dientes con ellos, aunque esa sangre no la alimentaba, quería darles algo de su propia medicina, pero en cambio comenzaban a sentir la pasión el ardor en sus cuerpos.
Los besos eran agudos como ninguno, sus pieles se friccionaban y era capaz de sentir hasta sus poros. Sus aromas eran deliciosos, incluso oía el recorrido de la sangre por las venas. Iba a estallar, los deseaba, los deseaba mucho.
Tres días serían insuficientes, ahora ella lo entendía. Todo el tiempo se habían contenido, pero ya no más. Era hora de dar rienda suelta a su eterno amor, esta vez para siempre.
Fin.
Nota: y aquí hemos llegado al final. Fue un placer compartir esta novela otra vez. Espero que hayan disfrutado de la lectura, de los personajes y sus historias. Estoy agradecida por los mensajes, los votos, las críticas, los lectores nuevos y los fieles que regresan siempre ♥
Todavía falta el epílogo, el cual publicaré en estos días. Sin embargo, hay algunas cuestiones que me he estado replanteado, cosas de las que me arrepiento NO haber escrito en el epílogo y cosas de las que SÍ me arrepiento haber escrito, probablemente escriba dos versiones, la antigua corregida y la nueva, y así evalué cual publicar, o publicar ambas versiones. No lo sé. Espero que no lo tomen a mal, simplemente quiero sentirme conforme con esta escritura que tanto disfruté y de la que tanto me costó pensar en el cierre.
¡Los quiero, y espero que Wattpad nos vuelva a encontrar ♥!
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