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33.Luna azul


Aquellos Arsenic que pretendían emboscar al líder de su clan recorrían la casa de Bladis en busca de alguna pista. Todo parecía haber sido saqueado, todo objeto de valor había desaparecido junto a la servidumbre, exceptuando a una vieja débil que aún limpiaba la cocina.

—¿Madeline? —preguntó Nikola, al reconocer a la vampiresa más arrugada de todas.

—Milord —rumió la misma, dándose la vuelta.

—¿Qué sucedió? ¿Dónde están todos?

—Déjame pensar. —Ella rodó sus ojos, fingiendo hacer memoria—. Primero se fue Bladis, sin escoltas, sin guardias; luego se fueron los demás, llevándose algunas cosillas de aquí y allá.

—¡¿Cómo así nada más?! —Nikola estuvo a punto de zarandear a la vieja, pero se detuvo antes de hacerla polvo—. ¡Dime la verdad, vieja!

—Toda la servidumbre tenía miedo tras los últimos sucesos —explicó Madeline, arqueando una ceja—, ya no confiaban en la hermandad, temían por las represalias de los lobos. No sé el motivo por el cual Bladis se marchó, pero los demás vieron su oportunidad y se fueron.

—¡¿Acaso son idiotas?! ¡No sobrevivirán un día en la ciudad! No tienen idea del mundo moderno, ¡¿creen que podrán ir chupando sangre de dónde quieran?! —Nikola comenzó a dar vueltas a la cocina—. ¡Quedaremos en evidencia con los humanos!, complicarán nuestros negocios con las familias poderosas. ¡Mierda!

—Eso es lo que les dije, pero solo soy una vieja y nadie me hace caso —comentó Madeline, sin que se le notara el sarcasmo, bien sabía que no regresaría—. ¡Bah! Bladis se enojará conmigo cuando regrese

Nikola no respondió, por el momento no pensaría en lo que pudieran causar un montón de vampiros, ignorantes y anticuados, en la ciudad. Se llevó a Madeline consigo, la vieja lo siguió sin problemas, ocultando entre sus cosas la libreta de Joan, el verdadero motivo por el cual todos se habían resistido a permanecer allí. El mismo Bladis Arsenic se la había entregado, para que ella hiciera lo que creyera correcto. El milenario no tenía intenciones que su preciada hermandad quedara relegada a unos inoperantes, prefería que se derrumbara al fin, aunque tuviera que desmentir los mismos cuentos que él había inventado. Todavía faltaban muchos otros a quien abrirles los ojos.

La familia Arsenic regresaba, sin pena ni gloria, a casa. Lo que no esperaban ver era una familiar silueta aguardándolos en la entrada del castillo.

Nikola hizo detener el vehículo de inmediato, y bajó tan rápido como pudo. Jack lo esperaba de brazos cruzados. ¿Qué pretendía mostrándose de ese modo frente a él? Lo habría asesinado aquel día, de no ser por la irrupción de Bladis. ¿Eso buscaba? ¿Su muerte?

—¿Qué haces aquí? —preguntó Nikola, alzando su quijada—. Espero que no sea un intento de retada. Esta vez no hay nada que impida terminar mi trabajo.

—Vine a avisarte que los lobos vendrán esta noche. —Jack comenzó a ver a su familia reunida descender de los automóviles, no era algo que esperaba y lo ponía nervioso—. Atacarán el castillo Báthory y luego continuarán masacrando casa por casa. Será su último golpe.

—¿Qué pretendes avisándome esto de frente?

—Advertirte que no hay a donde huir —Jack inspiró deseando que la valentía no se le fuera—. Demian Nosferatu, Adam Belmont, incluso Azazel, Víctor y Jeff se han unido a ellos. Puedes evadir esta batalla, claro está, pero si no te enfrentas a esta guerra que has comenzado no podrás regresar a este sitio, lo demolerán. Solo tienes una opción ahora: luchar.

—Puedo luchar, puedo matarte ahora.

—Sería muy fácil, ¿o no? —dijo Jack, a punto de mojar sus pantalones—. Demuéstramelo esta noche, pretendo ir, también Jeff, podrás matarnos de una forma decente y no rodeado de sus adeptos.

—Tú hijo se ha vuelto un impertinente —comentó la vieja Madeline entre risitas—. Yo que tú no lo mataría ahora, nadie se enfrenta así sin algo entre manos.

—¡Cierra la maldita boca, vieja! —exclamó Nikola con la vista en Jack.

—Sólo te digo que es extraño que se presente aquí solo, sin más —añadió Madeline.

Nikola rodeó el lugar con sus ojos, no podía distinguir nada, pero lo presentía. Alguien se agazapaba entre la hierba, esperando a que cometiera una imprudencia.

—¡Vamos, hermano! —lo alentó Leónidas—. El castillo Báthory se ha convertido en una fortaleza contra los lobos, todo es de plata. Reuniremos a todas las familias y acabaremos con los pulgosos de una vez. Incluso Catalina estará feliz de tener otra oportunidad para ejecutar a Azazel.

—Lárgate de mí vista —masculló Nikola a Jack, estaba casi seguro de haber oído un gruñido, de ser así no entendían porque aún no lo atacaban.

Jack se alejó temiendo ser disparado por la espalda, se había llevado a un par de lobos con él, se escondían a una cuantiosa distancia entre los pinos. Pero no estaban en sus planes destrozar a la familia Arsenic durante el día. La plata, sin bien no los lastimaba lo suficiente, todavía les impedía su transformación total. Si eran heridos, todo el plan se vería afectado por no apegarse a él.

Restaba a Nikola Arsenic, presentarse o no al campo de batalla, de no hacerlo ya habrían perdido. Los lobos irían por él en la noche, donde su fuerza y voracidad sería imparable, donde los vampiros no tuvieran la mínima chance de ganar.

—¿Qué haremos? —preguntó Rose, viendo al muchacho partir, matarlo o dejarlo daba igual.

—Es obvio que se trata de una trampa —expresó Leónidas—, aunque no entiendo de qué tipo, por lo general el enemigo no te dice cuándo y dónde atacará, menos los lobos.

—Es cierto —asintió Nikola—, quizás pretenden que huyamos sin pelear; aunque, si lo hacemos y las demás familias los enfrentan, ya no podremos regresar como los líderes de la hermandad. En cambio, es una ocasión para que, quienes sobrevivan, reconstruyan el imperio sobre los que caigan. Ahora que Bladis no está, ahora que todo parece estar cayéndose a pedazos, una pelea contra los lobos nos pondrá en contra de los nuestros. Todos querrán sobrevivir, demostrar su fortaleza y tomar el trono que está vacío.



La familia Arsenic tenía la advertencia y daban por hecho que los Báthory aceptarían unirse en la batalla, más que nada Catalina, pero, ¿qué había de los Blair y los Leone? Si alguien podía aprovechar la caída de la hermandad, eran esas dos familias que habían podido consolidarse en una poderosa unión.

Lord Blair, junto a su esposa Morgana, y Simón junto a su prisionera Laika, debatían en conjunto sobre sus próximos pasos, como quitar de la cima a los Arsenic. En segundo lugar, pensaban que, fortalecer a su especie, iba a requerir más que de Laika y Tommaso, debían buscar el nido de los lobos, ese lugar en el bosque donde se escondían. Estaban al tanto que sus prisioneros licántropos morirían antes de entregar a los suyos, así que antes, de torturarlos en vano, ya preparaban un plan de búsqueda.

Laika sentía sus tripas batiéndose, ya podía percibir la fuerza de la luna, la sangre hervirle y su sentido depredador queriendo despedazar la carne de sus enemigos, pero todavía era temprano, muy temprano para beber de su sangre. Sin que lo supieran, ella planeaba cómo sacarle provecho a la preciosa luna azul.

—¡Padre! —Charlotte ingresó a la sala, con sus mejillas encendidas, pero su expresión era catastrófica—. Los lobos, ¡los lobos planean atacar el castillo Báthory esta noche!

¿Podía ser que tuvieran esa suerte de ni siquiera ir a buscarlos? Laika abrió sus ojos, sus pupilas negras se expandieron sobre su iris ambarinos, ya se imaginaba, siempre había sido así, las noches para atacar eran especiales ¿y qué más especial que una luna azul?

—¿Qué dices, Charlotte? —preguntó Lord Blair, antes de destapar la champaña y ponerse a planear un contraataque.

—¡Lo oí! —dijo segura—. ¡Tommaso se lo dijo a Francesca! Los suyos cobrarían venganza, esta noche irían casa por casa a masacrarnos a todos, ¡y empezarían por el castillo Báthory!

Simón Leone frunció el ceño con incredulidad.

—Da igual que lo sepan —sonrió Laika, provocando que Simón inspirara fuerte—, estarán muertos antes de que vuelva a salir el sol.

—¿Tú crees? —respondió el vampiro, esbozando una mueca—. Ya conocemos sus debilidades, y su ataque no será sorpresa como las otras veces. Estamos armados, y muy dispuestos a capturar a los tuyos, pero mírale el lado positivo, quizás vuelvas a ver a tus hijos.

Laika rió, no respondería a su provocación.

Charlotte aprovechaba la situación, necesitaba que creyeran en ella. Lo que hacía era una alta traición, o quizás no, porque no mentía, excepto que ocultaba los efectos de la luna en los lobos, no tenía opción. Tommaso estaba susceptible y no podía mentirse a sí misma, quería algo más que su perdón; quería que la tocara otra vez con sus manos calientes, que la besara y la hiciera suya con pasión, que le dijera las cosas lindas que le decía a esa insulsa de Francesca, aún si debía traicionar a toda su familia y ver a sus padres degollados. De todas formas, nunca se habían importado demasiado; ella había sido criada para ser un botín de intercambio. Ahora tenía la posibilidad de conseguir algo de cariño real, no desperdiciaría la oportunidad.

Tommaso se alegraba de no haber asesinado a esa vampiresa, ahora que le servía como pieza fundamental. Sara lo había aconsejado bien. Se avergonzaba, sí, no era su estilo utilizar a las personas, por más ruines que fueran, pero había algo importante por lo que luchar. Desde que había sido transformado por esas cuatro vampiresas, había entendido que a veces era necesario dejar de lado lo que creía correcto, y este era el momento, la oportunidad.



Quién sabe, pero por alguna razón esa tarde parecía estar incendiándose en rojos y anaranjados. Un ciclo moriría de una manera trágica y hermosa; eso no era una novedad, se podía respirar en el ambiente, se podía sentir en la piel, todos querían ser parte de ello: el final y el comienzo, un prometedor futuro para quienes soportarían el temblor.

Sobre las afueras del castillo Nosferatu, los lobos, los profesores sobrevivientes, Sara, la única humana en esa estrambótica situación, Elizabeth, y los jóvenes vampiros: Adam, Jack, Jeff y Demian, daban un último vistazo a las maderas podridas, los árboles chuecos y la tierra árida.

—Siempre la quise ver arder, prender fuego todo —siseó Demian, parado a unos cuantos pasos de la fachada de su hogar, el hogar que había sido de su desagradable familia por generaciones enteras, el hogar que lo había perturbado, que lo aprisionaba

Lo odiaba. Las cosas que le generaban las peores pesadillas habitaban allí, como espectros.

Sara lo abrazó por detrás, besó su cuello y deslizó sus manos hacia las de él, las que tenían los cerillos.

—¿Quieres que te ayude?

—Me gustaría —dijo él, enmarcando en su rostro una colmilluda mueca feliz.

Ambos encendieron los cerillos, para dejarlos en el suelo de la entrada, habían bañado las habitaciones con combustibles. Con la madera, reseca sería cuestión de minutos para que todo ardiera.

Demian estaba convencido que, en una guerra contra la hermandad, el recuerdo de familia Nosferatu debía desaparecer, era la primera familia a vencer. Ese castillo era su símbolo y ahora se reduciría a cenizas, así como sus cuadros, sus ropajes, sus vajillas, y las jaulas en donde conservaban a los niños para la cena.

No merecían ser recordados, y si era posible, él mismo se cambiaría el apellido. No habría lugar para los Nosferatu en el futuro que añoraba, era su responsabilidad poner fin a esa estirpe.

La fogata más grande que habían visto en sus vidas carbonizó los cimientos de un aciago milenio. Un denso humo negro se desprendía hacia el cielo, como demonios queriendo buscar piedad en su lecho de muerte. El crujido de las maderas, consumiéndose, se sentía como gritos del inframundo, resonaban desde los subsuelos.

Era momento de irse, ese lugar ya no tenía forma de salvarse, y era mejor así.

Sara subió al lomo de Adriano, los demás siguieran a pie; menos Elizabeth, quien todavía tenía la culpa a flor de piel, pero seguiría en la espalda de Adolfo, quien se mostraba bastante tranquilo con la presencia de los vampiros.

El trote veloz había descendido, y eso se debía a que el tiempo sobraba, llegarían bien y con fuerzas, pero la situación no ameritaba charlas muy extensas. Azazel se mantenía callado como nunca, a su lado iba Víctor, acompañándolo en el silencio. Sara no había sido tan estúpida como para preguntarle por qué no buscaba consuelo en los brazos de su chica, la distancia entre ellos era triste y notable. Los lobos mantenían su trayecto, se comunicaban entre bufidos y poco les importaba si alguien se atrasaba.

—¿Tú madre se ha quedado sola? —preguntó Sara a Jeff, luego de le contara como había sucedido todo tras su huida.

—Está a salvo —respondió él, feliz de poder contarlo—, ya tiene un boleto para ir en un vuelo a casa de Vlad.

—Tú deberías haber ido a un hotel —rumió Adam en vista de Sara—, reconozco tu fortaleza, pero hay cosas que tu cuerpo humano no soportaría. Estarás en un campo de batalla, no en una cena.

—Ya es tarde para eso. —Sara arrugó sus labios—. Tengo que estar ahí por si necesitan sangre de emergencia, y no podría quedarme a esperar con la incertidumbre.

—Apoyo a Adam —dijo Jack—, es innecesario, corres riesgos, si necesitamos sangre se la chuparemos a los lobos.

Todos los lobos voltearon sus rostros rabiosos hacia Jack, quien enmudeció escondiéndose tras Jeff.

—Es mi pelea también, y debo combatirla con este cuerpo humano que ha soportado hasta este momento —admitió ella, suspirando, esperando a que la entendieran—, sé que ahora mismo puedo regresar a Santa Mónica, pero yo misma vine aquí para recuperar a Fran y a Leif, vine para dar batalla, esto no ha terminado. Y no podré rehacer mi vida si no los veo caer con mis propios ojos.

—La hermandad caerá pronto —musitó Demian, aun dando la espalda de vez en cuando para ver la humareda cada vez más lejos—. Mantente a nuestro lado y te protegeremos.

—Lo haré, y seré fuerte —respondió ella—, volveremos a casa sin arrepentimientos.



Catalina se miraba al espejo, buscaba su mejor perfil mientras se recogía sus bucles pardos; no había podido dormir en todo el día, ahora le esperaba una noche fatal. Nadie le advertía de la visita de los lobos, ella se distraía con las noticias que trajeran sus informantes respecto a Azazel, pero no obtenía nada. Si quería averiguar algo más debía pedírselo a los Leone, que tenían contactos mejores con el exterior, ¡y eso era un fastidio!

Al final, se decidió por dar una caminata, beber de alguna estúpida esclava que había logrado comprar en el mercado, y quizás molestar a Stefan porque su mujer lo había dejado por Simón, o eso era lo que tenía entendido.

—¡Stefan, qué alegría encontrarte! —clamó irónica al verlo yendo hacia ella—, ¿buscas compañía?

—Te buscaba a ti —dijo, dejando escapar un suspiro—, la familia se está reuniendo en el recibidor. Los Arsenic enviaron un mensaje de alerta. Hay un aviso de ataque para esta noche.

—¡¿Qué?!

—Los lobos vienen por nosotros —admitió sin mucha preocupación—, o algo así dijo Nikola, vienen a ayudarnos.

—¡¿C-cómo están seguros de eso?!

—No creo que lo estén, pero, ante la mínima sospecha debemos quedarnos juntos. —Stefan se encogió de hombros y partió dándose la media vuelta, Catalina lo siguió sin poder procesar la situación.

Su familia se reunía en la sala, no eran muchos. Los Báthory eran la familia más pequeña de la hermandad, y eso se debía a las ocurrencias de su hermanita al casarse con Azazel. Ese maldito traidor que había infestado toda la familia de impuros, que por suerte ya habían muerto. Luego de ello, habían perdido prestigio.

Los Arsenic, Leone, Nosferatu, y Belmont se habían relacionado entre ellos haciéndolos a un lado, sin siquiera preocuparles que personas como Stefan se casaran con cualquier mujer, o que no tuvieran más de un hijo. Incluso, a la misma Catalina se le había dificultado conseguir un buen marido, habían sido largos años de soltería que dejaba pasar por sus años de directora en el Báthory de mujeres, donde se desquitaba con la tierna carne de los jóvenes monaguillos.

—Llegaron —musitó Stefan, tomando asiento.

Catalina saltó en su lugar, por suerte no se refería a los lobos, sino a una hilera de automóviles cada vez estaba más cerca.

Nikola veía el castillo Báthory cada vez más cerca, pero no podía evitar distinguir, en el espejo retrovisor, más y más autos de los calculados. Los Leone y los Blair iban detrás de ellos.

Los guardias de la familia les abrieron el paso, y antes de copar todo el interior de la casa, los líderes de las familias se reunieron en las afueras del mismo.

—¿Sabías de esto, Nikola? —preguntó Simón, sonriente, tomando la mano de Laika, la cual escondía, bajo su abrigo, brazaletes de plata—. No nos avisaste nada del ataque.

—Jack me lo dijo, pero tú también lo sabías y tampoco avisaste nada —respondió Nikola, poniendo su vista en él y Lord Blair.

—Charlotte Blair oyó un rumor del licántropo —se excusó Simón, siendo tan cínico como todos.

—¡Esta claro que es una trampa, y todos han venido a mi casa! —gritó Catalina, rabiosa—. ¡¿Y dónde está Bladis?! ¡¿Qué dice de esto?!

—En casa, no quiso venir. —Nikola quería evadir la situación—. Dijo que con sus guardias bastaba. No le interesa nada más que su pellejo. Si es a él que quieren asesinar que lo hagan. Pero si nos mantenemos todos unidos aquí, debemos vencer, somos más.

—Es verdad, la hermandad no desaparecerá si Bladis muere, no es indispensable —comentó Blair, sonriente—, pero me pregunto con qué motivos nos quieren a todos aquí, eso está claro, nos reunieron a propósito.

—La última vez, a todos juntos —indicó Catalina, mostrando lo obvio—, parece ser que se tienen fe, y no podemos faltar a su cita; o mejor dicho, no podremos evitar recibirlos.

—Pero, ¿por qué aquí? —se preguntó Simón—, tomaste todos los recaudos contra los lobos luego del incidente en el mercado de esclavos, incluso antes, todo está bañado más por plata que por oro.

Catalina se encogió de hombros.

—Bien lo saben ustedes, que conspiran en silencio con sus familias. —Ella entrecerró sus ojos y estrechó sus labios—. Los lobos lo perciben, lo huelen, ya no somos los mismos de ayer. Quieren comer el plato principal, se cansaron de los bocadillos. Pero ustedes, lejos de dejar su arrogancia, están pensando en el después, sin siquiera pensar en que sus vidas penden de un hilo. ¿Qué les hizo creer son indestructibles? Las posibilidades de morir esta noche, son para todos iguales.

Laika sonrió, Catalina daba en el clavo, ya quería verla cuando se enterara que ella era una loba.

—Catalina, señores —interrumpió Simón Leone—, podemos dejar las disputas para más tarde, la noche caerá, debemos organizar los ejércitos. Yo lo haré, soy el más apto.

—¡No! —bramó Catalina, dando un zapatazo al suelo—. Yo me encargaré de los míos. No quiero encontrarme con la sorpresa de estar desprotegida, ¡o peor aún! Qué uno de los suyos me clave un cuchillo por la espalda.

Catalina se dio la media vuelta y organizó a su gente. Algunos rodearían el predio, otros se situarían en los balcones y tejados, por los pasillos, rodeando la entrada. La familia Arsenic envió a cubrir los mismos sitios; siendo un poco más osados, enviaron a algunos de incognito más allá de los bosques.

—Usaremos tus calabozos —irrumpió Lord Blair a Catalina—. Trajimos al lobo, a algunos prisioneros, también a nuestros hijos, algunas mujeres y sirvientes, los resguardaremos allí.

Catalina le restó importancia. Una hilera de servidumbre, y gente que no lucharía, entre la que iban Tommaso, Laika, Francesca, incluso la vieja Madeline, Tony y Charlotte, eran resguardados en las mazmorras del castillo. Otros tantos, de menos importancia, se habían quedado en sus casas.

Leone Simón continuó organizando a su gente, era el más experimentado en ello, y él que tenía más cantidad de personal.

—¡¿Y bien?! ¡Cumplí con mi palabra! —dijo Charlotte a Tommaso, ya en el calabozo, sin importarle la mirada curiosa de todos los presentes—. ¡Tommaso, te estoy hablando!

Tommaso inspiraba y exhalaba con sus ojos cerrados, pretendía no escucharla, caminaba de un lado a otro buscando su eje. Laika lo sabía, lo observaba desde un rincón, los brazaletes de plata ya no surtían efecto, en cambio, se sentía como si quisiera perder la conciencia, como si la oscuridad animal quisiera opacar todo rastro de piedad.

—¿Por qué no te callas un poco? —gruñó Francesca, sin poder soportar el cotorreo de esa mujer. ¿Acaso no se daba cuenta que Tommaso estaba padeciendo?

—¡Cállate tú, miserable esclava!

—¡Esta esclava puede arrancarte la lengua ahora mismo! —Francesca iba a perder los estribos.

—¡Basta! —Tony separó a las vampiresas, previendo una pelea de manos—. ¡Charlotte, deja a Tommaso en paz, sabes muy bien que no es el momento para molestarlo!

—¡Solo estoy diciendo que...!

Charlotte se llamó al silencio cuando las esposas de Tommaso comenzaron a resquebrajarse a medida que sus músculos se hinchaban, que sus dientes crecían y su cabello lo cubría por completo.

Los gritos no se hicieron esperar, más al notar que Laika sufría la misma metamorfosis. La loba blanca trotó hasta la salida, los pocos guardias que cuidaban la entrada fueron despellejados, en segundos, por la misma. Los chillidos trastornados no la detenían, todos creían ser los siguientes, incluso Tony cubría a Francesca con su espalda, temiendo que la loba no reconociera a nadie. Pero ella solo necesitaba salir de ese sitio, y lo haría sobre los cadáveres de quien fuera. Su pelaje blanco ya estaba teñido en rojo, y, sin voltearse, se marchó en busca de sus presas.

Tommaso comenzó a gruñir, agazapándose hacia Charlotte, la vampiresa trastabilló hacia atrás, hasta dar con un muro y deslizarse al suelo.

—¡Tom! —clamó Tony, tratando de pararlo. Pero fue Francesca quien corrió a él, interponiéndose entre ambos.

—Tom, no quieres hacer esto —susurró Fran, acercando con miedo su mano al hocico del lobo, que le enseñaba los dientes y babeaba furioso.

Él se aplacó cuando la pequeña mano lo acarició. A ella la reconocía.

—Tranquilo, Tom —repitió ella, tratando de parar una tragedia.

Tommaso bufó una vez más con la vista en Charlotte, para luego darse la vuelta y marcharse hacia el castillo. Sus verdaderos enemigos estaban fuera.

El cielo se había vuelto oscuro, y la luna azul se mostraba esplendorosa.

La noche recién comenzaba.

Agazapados, los lobos del clan se escabullían en la espesura del matorral. Eran sigilosos como sombras, tan silenciosos como el soplo de las aves; sentían la sangre de sus presas alborotarse ante el miedo, los atraía. Los pobres vampiros enviados al bosque no eran más que el cebo que alarmaría a los demás. Eran el último eslabón, eran enviados a morir, pero Madeline había hecho lo suyo por la tarde, antes de ir a la mansión Báthory.

La vieja vampiresa se había divertido mucho. Después de siglos enteros, Bladis la abandonaba a su suerte, algo que creía imposible. Por eso mismo, a esa anciana no le molestaba hacer algo osado, como repartir panfletos entre los soldados.

Un vampiro temblaba sobre la rama de un árbol, ¿por qué tenía que obedecer y esperar a morir despedazado? El joven leía, entre sus manos temblorosas, algunas notas que había filtrado la vieja vampiresa entre la servidumbre. ¿Debía creer en un papelucho escrito por Joan Báthory? ¿Qué no había un infierno esperándolos? ¿Qué eran más cercanos a los humanos y licántropos que a los demonios? ¿Qué había forma de fortalecer a su linaje? ¿Qué todo este tiempo habían sido utilizados? Pero, ¿qué pruebas había? Ninguna.

Era creer o morir intentando salvar una guerra en la que no tenía nada que ver, nada por qué luchar. Y así, prefería creer en cualquier cuento, antes de seguir esperando por los lobos en una noche de espanto. Después de todo, sangre, asilo, protección, y todo aquello que le daban las grandes familias, no valía tanto como su propio pellejo.

El vampiro descendió del árbol, algunos otros hacían lo mismo. No lucharían y buscarían un modo de apartarse de ese lugar antes de que la luna los bañara en su tormento.

Otros tantos preferían creer en que ganarían, en que debían seguir viviendo bajo el ala de sus amos. ¿Quién les aseguraba, que esas falacias, no eran producto de un engaño para acabar con todos? No traicionarían a quienes les habían dado de comer, a quienes les habían dado la vida eterna, sin pensar que, dentro del mismo pacto, se encontraba la esclavitud. Pero en eso no pensaban, vivían en castillos y serían siempre jóvenes, y quizás, si trabajaban duro, en algún momento los amos los ascenderían, por eso debían luchar con todo su valor.

Cada uno hizo lo que creyó correcto. Muchos huían; otros resistirían soñando con un reconocimiento y una coronación.

Aunque los lobos oían los pasos rápidos de quienes huían, los dejaban pasar. Esta vez, la meta de los licántropos era clara y concisa, ni aún convertidos en animal lo olvidarían: matar a las cabezas era prioridad por sobre sus súbditos. Tenían que reservar todas las energías para los más viejos y astutos.

Los guardias en pie, no dudaron en disparar.

El primer gatillo jalado alertó a todo el mundo. Un disparo rompió la barrera del sonido. La bala siguió su trayecto, pero no logró rozar a esas rapaces sombras que trotaban, levantando el polvo a su paso.

El primer enfrentamiento se dio en los bosques, una horda de vampiros avanzó contra los depredadores con balas plateadas, las cuales llovían de amontones; algunas impactaban sobre los pelajes lobunos, pero eso no los detenía. ¿Cómo era posible? Ellos seguían acechándolos, y pronto los matarían.

Desesperados, creyendo estar en una pesadilla. Ante el fracaso de las armas de fuego, los soldados vampiros desenvainaron sus espadas de plata, relucientes y filosas, pero no eran esgrimistas, y los lobos ya los estaban desgarrando antes de que pudieran pensar en sus últimas palabras.

Los gritos de un terrible y doloroso final llegaban hasta los prados descampados, frente al castillo Báthory.

—Están atacando —masculló Elizabeth, quien junto a los vampiros y Sara se habían quedado mucho más lejos, esperando a tener el camino despejado—. Ya deberíamos ir a ayudar, pueden estar en peligro.

—Si los lobos están en peligro significa que perdimos —comentó Azazel, con la vista en el oscuro camino—, esperaremos la llamada como lo han indicado, confió en que pueden hacerlo.

Elizabeth desvió su mirada de él. No tenía idea cómo tratarlo luego de haberla visto de un modo tan deshonroso, pero él fingía desinterés al respecto, lo cual era normal para un hombre maduro -y para la situación en la que estaban-. Lo importante era la guerra frente a sus ojos.

Era verdad que los lobos daban lo mejor de sí, o mejor dicho, dejaban dominarse por la ferocidad. La carne volaba, las cabezas, los brazos. Algunos vampiros trataban de huir, arrepentidos de no haberlo hecho antes, pero era tarde. Los disparos continuaban, erráticos y discontinuos, algunos embestían con armas blancas, y los dañaban. Sí, los lobos eran heridos, sangraban, rengueaban, pero continuaban, bañados en su sangre y la de sus enemigos.

El olor a muerte y las vísceras regaban las rosas del Báthory.

—¡Están avanzado! —escupió Nikola, desde lo alto de la torre del homenaje, donde veía a decenas de soldados desertar y correr hacia los bosques; mientras otros tantos eran masacrados.

—¡La plata no les hace nada! —protestó Catalina—, ¡esto es un desastre!

—Están heridos —farfulló Simón, viendo hacia la luna, si la plata no surtía efecto sería un problema con dos bestias en los sótanos, así que, decidido, miró a sus escoltas—. Tomen todo el arsenal, lo que haya, ¡acaben con esos malditos de una vez!

Los guardias asintieron y se dispersaron para acatar las órdenes. Pero la verdad no tenían gran cosa, nunca se hubieran imaginado tener que pelear una guerra en épocas modernas, menos con tan poco aviso anticipatorio.

Los tiros persistían en la noche. Muchos vampiros de la familia Leone seguían en pie, y, detrás de las murallas, se escondían decenas de ellos.

—¡Fuego! —ordenaban para lanzar las granadas, sin importar hacer explotar a los suyos.

Las ametralladoras no tardaron en aparecer, debían agradecer que muy pocos soldados estuvieran instruidos en el arte de la guerra, la mayoría no eran más que proyectos fallidos de sacerdotes.

Los estallidos continuaban, los bombazos los dejaban ensordecidos, y algunos lobos se retiraban con heridas letales. Lo habían previsto, no saldrían ilesos.

Adolfo sentía la ira acrecentarle, querían tomar el maldito castillo, pero los obstáculos no dejaban de aparecerse.

Una última tropa de vampiros se acercó hasta la entrada, dispuestos a disparar.

Esquivando lo que pudieran, los lobos los acabaron con todos. Con un aullido, se daba la señal de que todo estaba despejado.

Quienes habían tirado bombas desde las murallas, ahora debían pelear en el interior.

El aullido les llegó a los aliados de la última línea: Sara, los profesores, los más jóvenes y Elizabeth. Todos respiraron con alivio, aun sintiendo las explosiones.

—Están bien —dijo Azazel a Elizabeth—, es nuestro turno.

Todos corrieron hacia el Báthory, siendo detenidos al ver a los lobos heridos en el bosque, unos cinco en total; entre ellos Valentino y Piero, los hijos mayores del lobo alfa.

Los licántropos habían perdido su transformación, sus cuerpos eran un blanco de disparos usado. Piernas, brazos, abdomen, repletos de hoyos, con quemaduras y cortes en sus jóvenes pieles. Habían resistido de más.

—¡Mierda! —Elizabeth no lo pensó y se lanzó a morder a Piero, que parecía a punto de desfallecer. Azazel, Víctor y los demás chicos ayudaron al resto, a pesar que se quejaban, lanzando manotazos a medida que se recomponían.

Sara se detuvo al ver más allá. El Báthory tenía sus jardines en llamas, todo ardería. Los gritos, los aullidos, el bombardeo, ese aroma a hierro y a cenizas, los cuerpos desperdigados en trozos, la luna y la sangre sería algo que quedaría grabado en su memoria como cada momento de horror. Tan solo esperaba que el desenlace tuviera un justificativo que valiera la pena.

Una vez recuperados, los lobos tomaron su forma animal, y sin dar las gracias, corrieron al interior del castillo para una revancha.

—¡Todos se quedan aquí! —exclamó Azazel a Sara, a los chicos y a Elizabeth antes que dieran un paso más—. El interior del castillo debe ser un infierno, iremos con Víctor para ayudar a los lobos, ustedes deben cuidarnos las espaldas. Cuidarse entre ustedes.

—¡No me quedaré sin hacer nada! —bramó Adam, Sara lo tomó de la mano para que se callara al instante. Azazel tenía razón, y los dejaron ir.

—¡Azazel, allí está ese repugnante impuro! —exclamó Catalina, viéndolo todo por la ventana—. ¡Debo ir, matarlo yo misma!

Nikola frunció el ceño, ya se lo esperaba, y no detendría a Catalina, lo mejor era que se muriera intentándolo. Más aún le preocupaba que la matanza siguiera, que los lobos heridos regresaran sanos y salvos a la batalla.

Lord Blair se mostraba impaciente ante el ataque. La torre era el lugar más protegido, un amplio sitio repleto de la más alta casta. Pero, si había vampiros ayudando a los licántropos, eso cambiaba las cosas, más si la plata ya no les surgía el mismo efecto devastador. Simón Leone ya había abandonado la habitación, debía asegurarse que sus "trofeos" siguieran en donde los había dejado; en cambio, a Catalina no le había importado marcharse con una espada y un par de escoltas a buscar a su némesis.

—Lo mejor será huir mientras podamos —señaló Lord Blair a Nikola—, esto es inútil. Sin que la plata los afecte, no tenemos chances de ganar.

—Eres libre de irte a tu casa —respondió Nikola.

—Estás loco si quieres huir ahora —dijo una mujer de su familia, con un trago en la mano—. El castillo está tomado. Hay que esperar a que nuestros soldados terminen su trabajo.

—Tal vez deberíamos saltar por la ventana y acabar con los traidores, con tus hijos —gruñó Rose.

—¿Y luego qué? —inquirió Nikola—. Los lobos nos tomarán si los atacamos. Solo si es necesario saltaré, solo si los lobos llegan hasta aquí.

La suerte estaba echada, y cada uno era libre de lo que quisiera hacer con su vida.

Simón Leone optaba por unirse a la lucha, no porque fuera un hombre de inmenso valor, siempre esperaba a que sus soldados pelearan por él, sino que estaba a punto de perder algo más valioso: Laika, esa loba a la que sometería para tener el poderío absoluto en la hermandad. Al menos debía asegurarse que ella siguiera en su lugar. En el futuro, sería su trofeo y salvavidas.

Como era costumbre en un castillo, los pasadizos abundaban; al oír los estallidos, y el ruido de la batalla, él mismo decidió ir tomar algunos atajos hasta el sótano. Llegando sano y salvo, pero encontrándose con la última imagen que había deseado ver. Sus guardias yacían muertos, Laika y Tommaso ya no estaban, tampoco su hijo, ni Francesca. Pocos seguían refugiados allí, gente sin importancia, como Charlotte Blair, que estaba envuelta en sí misma, llorando sobre la sangre derramada, entendiendo que había sido usada y que pronto moriría sin ser querida jamás.

—¡Maldita sea! —soltó Simón, dándose la vuelta.

Los pasillos del castillo apestaban a muerte, llenos de impactos de balas, de tripas, incluso algunos sitios comenzaban a arden en llamas. Elizabeth había hecho un trabajo minucioso con los planos del Báthory, los lobos los habían memorizado y podían moverse por todos los posibles recovecos y escondites.

Azazel y Víctor seguían los rastros de sangre, los gritos a lo lejos, buscando a los lobos para ayudarlos a recuperarse.

En el camino hallaban a algunos lobos caídos, unos pocos no tenían salvación, la muerte les había llegado; los demás seguían con el trabajo.

—¿Crees que estén en la torre? —indagó Víctor.

—Allí están, ocultándose. —Azazel tomó aire con la vista alta—. Los reyes de esta hermandad están perdiendo todas sus fichas. Sus soldados inteligentes han huido, los idiotas están muriendo. Pero al final nos veremos las caras, y ahí terminará el juego dando lugar la verdadera guerra.

—¡Azazel! —Una voz femenina, enardecida como pocas, llamó al vampiro desde lo alto del balcón.

Catalina ya no era seguida por sus escoltas, iba bañada en sangre en busca de Azazel, quién le sonreía sin movérsele un pelo.

—Ven por mí, Catalina —dijo Azazel—, ¿no estás feliz de verme?

Catalina se aferró a su espada, empuñándola en dirección a Azazel. Ella bajó por las escalinatas y se mantuvo frente a frente para poder atacarlo.

—Víctor, vete, ayuda a los lobos —indicó Azazel—, yo no puedo dejar a esta señorita esperar más tiempo.

Víctor se alejó confiando en él, y Catalina arremetió al instante contra Azazel, sin embargo, su desespero le impedía ver con claridad. Azazel la lanzó de una patada al otro extremo de la habitación, haciendo que la espada volara por los aires y ella resbalara por el líquido rojo en el suelo.

Azazel caminó hacia ella, que intentaba ponerse de pie a pesar del dolor. Él la tomó de sus muñecas, y ella le devolvió una mirada furiosa.

—¿Creías que siempre iban a ser impunes? —preguntó él—. ¿Por qué me miras con esa rabia? Fue tu hermana la que me llevó a asesinarla. Fui una víctima de sus perversiones, ¿qué esperabas de mí? ¿Sumisión?

—Destruiste mi familia, mi linaje —respondió entre dientes—, estás destruyéndolo todo.

—El árbol no te deja ver el monte, Cat, me das mucha pena. —Azazel suspiró, apretando más su agarre, deseaba masacrarla—. ¿Acaso estoy solo? No. Mira, te voy a confesar algo, matar Imara fue algo que me dio pesadillas durante décadas, no soy un psicópata, odio la muerte, la sangre desparramada —indicó con asco, rodeando con sus ojos el lugar—, no tenía opción, y ahora mismo me encuentro en la misma situación. ¿Debería dejarte ir, escapar a la ciudad? Quizás tener esperanzas en que no dañarás a nadie más, pero me estaría mintiendo. Mataste a los míos y eso es algo imperdonable.

Catalina quedó perpleja, y asustada. Su rostro de piedra la delataba.

—Hazlo, mátame de una vez —dijo ella, con la mirada enrojecida y una sonrisa apretada—. Porque tienes razón, sino lo haces tú, lo haré yo. Te mataré, mataré a los tuyos como lo hice con todos los bastardos que convertirse, como lo hice con Liam y Evans, haré rodar tu cabeza antes que puedas suplicar.

Azazel inspiró con fuerza al recordar aquel día, la imagen no se borraría jamás.

Ella sonrió al notar la perturbación en él, pero de inmediato Azazel abrió su boca e atravesó sus colmillos en su yugular. Ella chilló, retorciéndose, ¿de ese modo iba a matarla? Sí, lo iba a hacer así. Azazel succionó, con fuerza toda la sangre de la vampiresa, que se arqueaba buscando el escape, sintiendo su cuerpo entumecerse poco a poco.

Azazel había dicho que quería venganza, pero incluso con esa mujerzuela tenía piedad.

Con muy poca sangre en su organismo, con un sentimiento de confusión y derrota, Catalina Báthory ya no podía levantarse del suelo, anestesiada por esa intensa mordida; su mirada pendular sólo podía ver el rostro sonriente de ese maldito.

Azazel tomó la espada que antes había volado, la elevó por los aires y pensó en sus hermanos muertos, de otro modo, le costaba cometer un nuevo homicidio.

La espada descendió con velocidad; y, al momento de cortar el cuello, él giró su rostro con repelús. La cabeza de Catalina rodaba a pocos centímetros de su cuerpo.

Sola, en su castillo tomado y sin posibilidad de batallar. Así concluía la vida de una mujer de edad incalculable, la líder de su familia. Una mujer digna de ser olvidada, una mujer, de una familia, cuya historia ya no sería contada.

Azazel caminó lejos de allí, trastornado por tener que revivir esa escena. Aunque desde el inicio había tenido presente que esta vez debía mancharse las manos, y aún faltaban más por desaparecer.

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