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32. La biología de los demonios


"La biología de los demonios"

[...] Tras años de recopilación de datos, me veo en la obligación de exponer mis notas, develar la mentira y liberarnos de los falsos profetas. Mi necesidad nace de querer romper los cimientos en los que se enaltece una sociedad de farsas, que somete al débil, que corrompe y deshumaniza todo lo que toca.

Hoy expongo a todos mis pares las siguientes hipótesis, que voy a explicar y fundamentar en detalle.

Las bases en las que se basa mi trabajo son las siguientes:

Vampiros, humanos y licántropos son parientes, hijos de un ancestro natural común. No hay pruebas fehacientes de un linaje "demoníaco", y son más las características que nos unes que las que nos separan.

La existencia de las tres especies data de muchos años más de los que propone la hermandad, podríamos decir que data de miles de miles de años

Inmortalidad, sentidos agudizados, metamorfosis, regeneración y alimentación hematófaga, son convergencias evolutivas que se aprecia en muchas especies. No son una novedad, ni exclusivos de vampiros y licántropos.

Los linajes licántropos se alteran al igual que los vampíricos. Las diferencias son menores, pero, un hijo de dos licántropos, no tendrá las mismas características de un licántropo y un humano.

La influencia de la gravitación lunar influye en el carácter de los licántropos debido a sus altos sentidos de percepción.

La dopamina en exceso, 'hormona del placer', es lo que mantiene a los vampiros en un estado de constante lujuria, esto se debe a sus cortos periodos de reproducción. A su vez, la hormona puede ser inyectada en sus víctimas provocándoles excitación.

Por último, lo que considero más importante: los linajes vampíricos, así como se debilitan, también pueden fortalecerse. Impuros pueden relacionarse hasta que sus generaciones futuras adquieran la "pureza" total. Lo cual invalida el sistema de familias y linajes de la hermandad.

Con esto, dejo asentado que a las tres especies las une la capacidad de razonar, sociabilizar, convivir y reproducirse. Que los linajes y estirpes solo han servido para que unos pocos pudieran manipular a sus pares para sus puros intereses personales.

A continuación desarrollaré cada una de las hipótesis mediante distintas pruebas celulares, químicas y físicas [...]


—Eres increíble —dijo Vlad Dragen, luego de leer el prefacio de la libreta de Joan—. No esperaba menos de un Báthory, más aún si también es un lobo.

Ambos estaban en la biblioteca de su morada; Joan seguía realizando anotaciones y Vlad releía el trabajo del joven, quien no parecía muy contento ante los halagos.

—Es polémico, pero carece de sustento, debo realizar más pruebas para poder justificar mi trabajo. —Joan resopló y dejó a un lado sus notas, estaba exhausto—. He trabajado en esto desde que tengo quince, tal vez por mi hibridez es que buscaba una respuesta a mi origen, sin embargo nunca pude hacer experimentos concisos. El material educativo en el Báthory es escaso. Conde Negro me ha ayudado como sujeto de experimentación, pero todavía falta mucho más por descubrir.

—Desde mi perspectiva, es lógico  —comentó Vlad—, Bladis sabe bien que esto es cierto, después de todo, él inventó esos cuentos de demonios, y yo lo apoyé en su momento. En la actualidad, no considero que los demás líderes de las familias se crean esa leyenda. Siguen fingiendo misticismo para monopolizar y controlar la especie.

—De igual modo, no estaré satisfecho hasta tener pruebas fehacientes —insistió el joven híbrido—. El motivo por el que divulgué mis borradores, es porque necesitaba ayudar en algo. Vi debilidad en la hermandad, y esto podría servir para generar un golpe.

—Es verdad, en otra circunstancia nadie te habría hecho caso —reflexionó Vlad, dejando su libreta a un lado para ver por la ventana, era una tarde preciosa—. Yo lo sabía. Opté por no hablar, sabía que no tenía chances. Bladis aceptó que me apartara de la hermandad tras algunos conflictos, sabía que ni siquiera me preocuparía por derrotarlos, no podría haberlo hecho.

—¿Por qué no intentaste nada contra ellos?

—Como tú dices; ahora, unas simples notas, pueden significar un fuerte golpe. En aquella época habría sido tomado por loco, o me habrían asesinado antes de generar algún disturbio —dijo Vlad, dirigiéndose a tomar un trago fuerte—. Por eso, no te desanimes, mi biblioteca tiene muchas joyas que servirán a tu trabajo. Muchos libros han sido robados de la biblioteca de Alejandría, en aquella época no éramos novedad y muchos se interesaban en estudiarnos.

Joan hizo una sonrisa leve. Los libros, que Vlad le prestaba, tenían miles de años y muchos eran algo complicados de entender, ante sus ojos eran oro puro. Azazel había hecho bien en recomendárselo. En eso, un fuerte repiqueteó en la puerta los sonsacó de su charla. Amadeus Dragen abría la puerta para dar la noticia.

—¡Azazel está en el teléfono!

Joan y Vlad intercambiaron el mismo gesto atónito; de inmediato, descendieron hasta la planta baja. Tan inmiscuidos habían estado entre los libros, que ni siquiera habían previsto la corrida intensa de Amadeus hasta la sala.

Vlad puso a Azazel en el alta voz, y el ex director del Báthory habló.

Tras la huida en la ejecución, nadie los había seguido más allá: Azazel, Víctor, Jeff y Helena habían seguido, derecho y firme, hacia la ciudad, en donde pudieran refugiarse en un hotel, o alguna de sus casas de paso. Era necesario resguardarse por un par de días.

—Así que gracias por ayudarme cuando me secuestraron, Vlad —rumió Azazel al teléfono, sentado en la cama del hotel, rodeado por sus compañeros de escape.

—Nuestros negocios recién empezaban —se justificó el milenario vampiro, sin sentir remordimiento—, no pude intervenir en tu captura, ninguno de nuestros aliados se habría querido involucrar en una guerra por tu vida.

—¿Cómo escaparon? —preguntó Joan, más que preocupado.

—Hay que agradecer a Adam —respondió el director—, pero no todos salimos ilesos.

Azazel continuó con su relato, era estremecedor oírlo derrotado, abatido. La culpa lo estaba lacerando, era evidente. Habría preferido mil veces morir él antes de sobrevivir con la imagen de su hermanos decapitados.

Al final, Azazel reveló sus verdaderas intenciones, el motivo por el cual no se había largado ya de ese maldito sitio. En sus planes estaba regresar, arrancar la maleza de raíz.

Ahora su sangre hervía, lo motivaba el deseo de venganza; incomparable al que había sentido con Imara, con la cual había podido esperar años para dar su golpe. Esta vez era diferente, el reino de la hermandad entero pendía de un hilo y sabía que no existiría una oportunidad igual. No podría esconderse en ningún lugar del mundo y no quería hacerlo, la diplomacia se había acabado con ellos.

—¿Estás seguro de querer regresar allí? —preguntó Vlad, conociendo la respuesta—, puedo enviar a alguien por Elizabeth, deberían desligarse de todo este asunto.

—Tengo que ver arder el castillo Báthory —murmuró Azazel, tomando una copa—, tiene que ser definitivo, tengo que ver rodar la cabeza de Catalina, de Nikola, de Bladis, de Simón.

—Entiendo, pero no te culpes —expresó Vlad—, tu error fue haber pensado en los demás, postergar tu libertad para salvar a todos. Eso es lo que yo no hice, no es algo por lo que deberías arrepentirte.

—De no ser por ti, Azazel, todo sería un gran desastre —admitió Joan—, los tratados con el Vaticano, si bien no han sido los más morales, han traído paz a la gente, han disminuido las muertes y los ha sacado de su poder; además, has removido las conciencias de muchos vampiros.

—Gracias, Joan, pero la pasividad ya no me rendirá frutos —respondió Azazel—, nos uniremos a los lobos. Jeff habló con Sara mientras estuvo en su casa, ella le ha contado del plan que tenía con ellos y Tommaso.

—¿Qué resolvieron? —preguntó Vlad, más que curioso, aún recordaba cuando habían estado en su casa, cuando el lobo se había sometido a la transformación.

—Algo riesgoso, un plan al estilo Caballo de Troya —siseó Azazel, incluso parecía preocupado al respecto—, se inmiscuyeron en la hermandad para saber sus pasos. Su tarea consistía en informar a los lobos y decirles en donde estaría la mayor concentración de vampiros durante la luna azul, y en lo posible reunirlos a todos en un mismo sitio.

—Una tarea casi imposible —dijo Joan. La última vez que había visto a Sara, era una esclava de Arsenic; y Tommaso, un esclavo de una muchacha demente.

—Luego de la ejecución, el panorama debe ser muy distinto al último que dejamos —respondió Azazel—, Adam ha provocado un fuerte golpe, tendremos que regresar para saber si ha sido en nuestro beneficio.

Desde esa charla, y desde la ejecución, el tiempo había transcurrido. La gibosa creciente concluiría y la luna azul haría su aparición. Las alteraciones lumínicas y gravitacionales serían favorables para los licántropos. Fuerza y vitalidad aumentada, ni la plata no los inhibiría. Su lado lobuno estaría en pleno auge, escondiendo todo rastro de humanidad.

Desde temprano la influencia cósmica ya estaba haciendo su efecto. Algunos aullidos comenzaban a oírse en la espesura del bosque. Elizabeth espiaba por la ventana de la cabaña principal, la cual era una enorme morada que usaban para reuniones y celebraciones. Allí, Alice cuidaba de Leif junto a Rosemary y algunas otras mujeres y niños.

—¿Por qué aúllan? —preguntó la vampiresa, aterrorizada, no había visto a Adolfo desde que se había levantado.

—Es un llamado a la manada —respondió Rosemary, acercándose a la ventana—, aunque es bastante confuso en esta situación. La adrenalina los invade, incluso mi pequeño está dando vueltas sin parar —dijo, tocándose la barriga.

—¿Y tú, Rosemary? —preguntó Elizabeth más calmada—. ¿No te alteras?

—No soy una loba, ¿no lo recuerdas? —respondió la joven, dejando escapar un suspiro—. Supe que la única loba en mucho tiempo fue Laika, no nacen muchas mujeres de su especie. Aunque sería lindo, ¿verdad?

—Sí, eso creo. —Elizabeth sonrió al pensar en la posibilidad de tener una hermosa transformación lobuna, ¿de qué color sería? Castaña, quizás; su cuerpo se mantendría cálido y tendría una gran familia. Pero eso no sucedería, los licántropos nacían siéndolo, no había forma de volverse uno de ellos a diferencia que los vampiros.

Con un paso firme, y con una de sus manos llenas de liebres muertas, Adolfo regresaba con los suyos. Había algo distinto en su mirada, su imponente aura se hacía notar más que otras veces, su sola apariencia apabullaba más que la muerte.

—¿Estás asustada? —preguntó Rosemary, previendo la cara de pánico de Elizabeth.

—¡No, no! Adolfo es un buen hombre.

—Me refiero al enfrentamiento con los vampiros. —La muchacha rió.

—De ningún modo —reconoció la vampiresa—, trabajamos mucho para este día.

Adolfo ingresó a la cabaña, dejando las liebres sobre una mesa.

—No tienes que venir —rumió él, con su mirada puesta en Elizabeth.

—¿Qué? —El miedo por Adolfo se le fue al instante—. ¡No, no, no! ¡Yo iré, aunque me quede tras un árbol! ¡Tú no me dices que hacer!

Un gruñido borboteó de la garganta del lobo.

—Bien, ya nos vamos. Pasaremos por la morada Nosferatu a recoger a Sara, tiene que darnos las indicaciones finales —protestó entre dientes—, espero que nos puedas seguir el paso, vampiresa.

—¿No me vas a llevar en tu lomo?

Adolfo no respondió y comenzó a caminar en dirección fuera de la cabaña, Elizabeth corrió tras él. Estaba comportándose extraño, distante y agrio. Tal vez aún seguía ofendido por su carácter entrometido.

Los aullidos persistían. La manada de lobos iba reuniéndose en el camino, eran unos treinta o quizás unos cuarenta. Suficientes para despedazar un centenar de vampiros sin problemas. Elizabeth no se cansaba, pero estaba claro que los lobos eran más veloces que ella.

—¡Adolfo! —gritaba, viendo su cola alejarse entre los matorrales—. ¡Espérame!

El lobo se detuvo en su lugar y Elizabeth logró alcanzarlo, pero lejos de dejarla subir en su lomo, regresó a su forma humana.

—No estamos jugando, deja de gritar.

—Sí, ya sé que estás alterado por la luna, pero ¿podrías llevarme ? Me cuesta seguirles el paso —bufó, haciendo un puchero que solo provocó que Adolfo tensara su rostro—. Sabes que después de esto me iré, ya no te fastidiaré. Podemos terminar las cosas bien, ¿no? ¡Y quizás pueda venir a visitarte, venir a visitarlos a todos!

Adolfo gruñó acentuando más su enojo. Elizabeth guardó silencio de inmediato, ¿en que se equivocaba esta vez? Él se acercó a ella con el paso acechante y ella tragó saliva esperando a que no enloqueciera sin sentido. Según Rosemary no habría peligro hasta la media noche, pero todo indicaba lo contrario.

—Hoy no —gruñó muy cerca de su rostro, golpeándola con su aliento caliente—. No me hables, no te me acerques, no me toques y no me recuerdes que te irás. Hoy mis instintos me controlan y no quiero hacer nada que me pueda lastimar.

—Sé que puedes controlarte —susurró ella, sonriente—, serías incapaz de hacer daño, si me gruñes o lanzas espuma por la boca, lo entenderé.

—No hablo de hacerte daño a ti. —Él dio un paso más, y luego otro hasta rozarle la nariz con la suya. Elizabeth tardó unos instantes en comprenderlo, pero en esa situación podía comérsela de un bocado, la única que podía salir herida era ella, y el miedo se traducía en un alboroto total de su sangre, de su corazón—. No me temas, tienes razón, puedo controlarme. Incluso, a esta corta distancia de tus labios rosados, puedo hacerlo. Pero si doy un paso más, si dejo que estos impulsos me dominen esta noche, lo lamentaré. Te irás mañana, o pasado a más tardar, si todo sale bien, claro, y eso dolerá.

Los labios de Elizabeth se sacudieron rápidamente, queriendo modular alguna palabra, pero no podía hacerlo, un nudo se había travesado en su garganta. Sus ojos pavorosos oscilaban sin control ¿qué quería decirle con eso?

—Q-quizás es eso de la luna —balbuceó ella, pestañeando con velocidad—. S-sabes que A-Azazel y... yo...

—Azazel y tú, sí, lo sé —repuso el lobo,  apartándose de ella—. Por eso mismo, mantente alejada. Te dije que los lobos aprendemos de nuestros errores, y no permitiré ni que la luna me obligue a ceder otra vez.

—¡Eso! ¡La luna te hace desvariar! —exclamó Elizabeth, pero solo logró quebrar la mirada de Adolfo—. ¡No hay motivo por el cual tú y yo...!

—Tienes razón, no hay motivo. —Adolfo intentó sonreír de una manera penosa—. La luna me altera, me atrae a las mujeres equivocadas, le gusta hacerme sufrir. Así que vamos, antes que suceda una tragedia diré a alguno de mis chicos que te lleve.

Elizabeth no le permitió voltearse, lo tomó del brazo, como si fuese un reflejo; su piel quemaba y se tensaba a su tacto, ¿por qué lo hacía? Ni ella se entendía, pero no podía dejarlo así.

—¿Qué sientes? ¿Qué siente un lobo en ese estado?

—¿Cuándo se enamora? —preguntó, haciendo evidente sus sentimientos por ella, quien desvió su mirada a un lado, miedosa, confundida. ¿Era eso una confesión? Lo era, pero él no pretendía nada con eso—. Duele como la abstinencia; es una intensa ansiedad. Deprime y me irrita, me desestabiliza, me obliga a querer saciarme de un modo sanguinario. Es un castigo más que un regalo, puedes imaginártelo. Las peores cosas suceden en este estado. Y, si no es correspondido, solo hay dos opciones: saciarte sin pedir permiso o desistir en la agonía.

—¡No, no es justo! —exclamó ella, llevando sus manos al rostro del lobo, él las tomó y las apretó con más fuerza sobre sus mejillas—. ¡No es justo que sufras así! ¿Por qué? No merezco la pena, Adolfo. ¡Dijiste que podías elegir!

—No es tu culpa. —Él aspiró el aroma que ella desprendía para luego alejarse, pero Elizabeth lo retuvo, haciendo algo de lo que se arrepentiría, sin dudas, más tarde.

Elizabeth se quemó con el fuego, fundió sus labios en los del lobo, temblorosos, algo resecos, pero ella los humedeció, los enfrió y siguió besándolo. Adolfo no pudo con eso, sus brazos la tomaron con violencia, la apretaron contra su cuerpo, oprimiendo su pecho contra el de él; mordiendo sus labios, resoplando y adentrando su lengua, ahogándola, asfixiándola en el beso más desesperado y ardiente de su corta vida.

Ambos cayeron al suelo. Él la tomaba de las muñecas, ella forcejeaba continuando el roce de labios; pero no lo hacía para huir, pues había encontrado el placer de lo insano, de la efusión de su barbarie, de sentir sus vestiduras rasgarse en la entrepierna. Elizabeth contuvo la respiración al sentir el cosquilleo de sus cabellos sobre su vientre desnudo, al cual había comenzado a besar...y descendía. Estaban haciendo algo malo, iban demasiado lejos, demasiado rápido.

Solo el instinto los guiaba.

—Eres hermosa —dijo Adolfo, en un gemido ahogado al momento de entrar en ella. 

Así continuó con el cortejo, entre suaves mordiscos. Elizabeth pudo sentir su cuerpo derretirse y dejó de luchar contra lo inevitable, contra un placer sofocante, los suspiros salían solos. Se sentía bien.

Luego de una sobredosis perpetua de lujuria, reposó entre sus brazos guardianes, esos que siempre habían estado dispuestos a recibirla en los momentos más caóticos.

En silencio se mantuvieron en el suelo, recobrando el aliento. Probablemente, la manada ya se habría enterado de lo sucedido, siguiendo el camino al castillo, evitando molestar. Pero un crujido incesante se oía cada vez más cerca de ellos, ambos se alertaron, pero no tan rápido como era necesario.

—Así que aquí están —dijo Azazel, mostrando una sonrisa propia de una estatua griega, tras él se acercaban Víctor y Jeff—. No se preocupen, la manada nos advirtió.

Elizabeth no supo reaccionar, sus ojos se volvieron vidriosos. No le alcanzaban las manos para cubrir su vergüenza.

—¡Azazel, yo...!

—Está bien, Elizabeth —dijo él, ignorándola, poniendo su vista en Adolfo quien lo acechaba rodeando a la chica con sus brazos—, lobo, queremos atacar junto a ustedes, podemos ayudarles en lo que deseen.

Adolfo se puso de pie ayudando a Elizabeth a hacerlo, ella temblaba sollozando. No era el reencuentro emotivo que imaginaba, tan solo un momento antes y todo habría sido distinto.

—Está bien, vampiro, mientras no te metas en nuestro camino.

—¡Azazel! —insistió la vampiresa, pero Azazel rodó sus ojos tomando aire.

—Elizabeth, pierdes el tiempo pensando excusas —dijo calmado, pero la antipatía era palpable—, puedes hacer lo que te haga más feliz, yo tengo cosas más importantes que atender.

Elizabeth ya no pudo mirarlo a los ojos, las lágrimas se agarrotaban en sus pestañas, deseaba golpearse y que la tragara la tierra.

—Sube en mi lomo —indicó Adolfo, transformándose. Ella hizo caso, no lo despreciaría ahora.

Los vampiros y el lobo siguieron el sendero en un denso mutismo. La tensión era demasiada, una palabra y todo se rajaría.

Sería un día largo.

Sara tenía en cuenta que el día clave había llegado. Así como en el mito o en la historia del Caballo de Troya, ella y Tommaso habían actuado como trofeo de sus enemigos, con el único fin de mostrar a los suyos el mejor camino para invadir y triunfar. Pero una presión en todo el cuerpo no la dejaba despertarse con facilidad. Estaba aplastada, transpirada, adolorida, ¿qué había pasado en la noche? Sentía a alguien jadear en su oído, y no podía siquiera pegarle un manotazo.

—N-no puedo respirar —se quejó, y fue suficiente para que los dos cuerpos que la aprisionaban se alejaran al fin. Jack había estado arriba, ahora se hacía a un lado, con una amplia.

Ella se enderezó hasta quedar sentada y notar que faltaba Demian.

—¿Lo hicieron? —preguntó indignada, sintiendo un terrible dolor una molesta jaqueca—. ¡A pesar que les dije que no!

—Nos dijiste que sí. —Jack sintió su corazón detenerse, no quería cometer ningún error más.

—¡No! —replicó ella.

—¡¿Cómo qué no?! —interrumpió Adam—. Siempre olvidas lo que te conviene.

—Nos pediste sangre y te excitaste —susurró Jack, frotando su rostro en las piernas de ella—. Te preguntamos si querías hacerlo y dijiste que sí.

—No les creo, no les creería jamás a unos demonios —masculló ofendida, pero no lo suficiente, no recordaba nada —. ¿Y Demian?

Adam se encogió de hombros, pero en ese instante Demian ingresaba con el desayuno para Sara, ella le regaló una sonrisa, todavía tenía fe.

—¡No le sonrías! —exclamó Adam—, ¡él te no te tuvo piedad!

Demian lo miró como si quisiera asesinarlo, pero en cambio siguió con su paso, llevándole a Sara unas cuantas delicias que las doncellas habían preparado antes de marcharse.

Era temprano, así que los cuatro pudieron disfrutar de la comida y tomar un baño. Cuando estuvieron listos, se dirigieron a una de las salas del castillo para pensar en una posibilidad.

—Elizabeth haría los planos del Báthory —comentó Sara—, era el sitio pensado para atacar, los lobos memorizarían cada recoveco en caso que pretendieran huir.

—¿Y cómo pretendían hacerlo? —resopló Adam—. ¿Cómo juntaremos a Nikola, Bladis, Simón, Catalina, a todos en un mismo sitio esta maldita noche?

—Puedo encargarme de mi padre —murmuró Jack—, puedo ser el informante, decirles que pretenden atacar en la casa Báthory.

—Es muy arriesgado. —Sara lo interrumpió—. Quizás debemos pensar en otra cosa.

—Ellos no saben lo de los lobos —refutó Jack—, piensan que nosotros estamos solos, y el único motivo por el cual nos están dejando es porque planean cosas más importantes. No hablo de ir allí, tal vez solo baste con alguna llamada.

—Si eso sale bien, con eso tendríamos a los Báthory y a los Arsenic en un mismo lugar —dijo Adam—, ¿qué hay de los Leone y los Blair?

—Eso le corresponde a Tommaso —respondió Sara, segura y confiada que su compañero podía hacer la parte que le tocaba.

En un ambiente de preocupación, los vampiros se alertaron antes que Sara. Los tres corrieron a los ventanales dejándola con la palabra en la boca. Los lobos hacían su aparición entre los troncos y copas de árboles, levantando el polvo a su paso, eran demasiados. El último en aparecer era el alfa de la manada, cargando a la vampiresa en su lomo, y tras ellos venían los vampiros: Azazel, Jeff y Víctor.

—¡Jeff! —vociferó Jack, dirigiéndose a la entrada.

—¡Dios mío! —Sara llevó sus manos a su rostro, conteniendo su felicidad—. ¡Están aquí!

Los cuatro corrieron fuera, traspasando todos los lobos; negros, grises, blancos y moteados, hasta alcanzar a los suyos. Jack se estampó contra Jeff, y, aunque este quiso sacárselo de encima, no pudo. Sara prefirió reencontrarse con Azazel y Víctor, ya que Jeff parecía ocupado con la garrapata de su hermano.

—Así que estás vivo, Belmont —sonrió Azazel, revolviéndole el cabello—, te debo la vida, engendro.

—No pensaba en morir —respondió Adam—, en todo caso, estamos a mano.

—No seas modesto —añadió Víctor.

Adolfo se volvió humano para hablar:

—Sara, ¿hiciste tu parte?

Jack, al oírlo, lo interrumpió.

—Haremos todo lo que esté a nuestro alcance. —Luego miró a Jeff por sobre su hombro—. Y si no es suficiente, yo les indicaré como atacar el castillo Arsenic.

Todos ingresaron al castillo Nosferatu, aun el sol no se ponía en el centro, pero había mucho que hacer.



A pesar de haber disfrutado su tiempo con Francesca, Tommaso bien sabía que muchas cosas dependían de él en el día clave. Desde temprano se había despedido de la madre de su hijo, dejándola a protección de Tony. Ahora, él daba vueltas y vueltas por la habitación que, desde hacía días, compartía con Charlotte. Tranquilizarse le era un reto cuando la luna le provocaba estragos a su templanza.

Charlotte vio a Tommaso y fingió una sonrisa, atragantada en su veneno. Había visto a esa "poco agraciada" de Francesca salir de su habitación, luego de haber compartido tiempo con su esclavo.

—¿Estás más tranquilo? —preguntó con cierta agresividad.

Tommaso prefirió no mirarla, aun no era momento de la matanza. En cambio, dirigió sus ojos hacia sus muñecas, no tenían cicatrices, incluso sentía como si pudiera transformarse con esas ridículas pulseras. En la noche, no habría plata ni dios que lo detuviera.

Un bufido burbujeó dentro de él y Charlotte dio un paso atrás.

—Hoy es un buen día para buscar pareja —dijo Tommaso—, la luna azul adelanta el periodo de celo, mi sangre está muy caliente y mis hormonas agitadas.

—¿Qué tramas? —sonrió ella, enderezándose.

—¿Me quieres? —preguntó él, levantando su mirada, Charlotte se sorprendió—. Podría ser tu esclavo para siempre si tan solo te ganaras mi corazón esta noche.

—Ya eres mi esclavo. —Charlotte Blair carraspeó su voz.

—No del modo que deseas, Charlotte. —Tommaso se acercó a ella, alcanzando su rostro para rosarse con su nariz—. Eres hermosa, y no puedo negarlo, pero lo que me has hecho impide que quiera estar contigo. Mi hijo es más importante que mi vida.

—¿E-entonces? —preguntó ella, sintiendo el fuego sobre su rostro.

—Podrías ser mi pareja si estás dispuesta a compensar tu error.

—¿Cómo? — gimió Charlotte, entrando en éxtasis—, dime —suplicó.

El lobo recorrió el cuello de la vampiresa sin besarlo, tocó su cintura sin propasarse. Ella lo disfrutaba, no podía resistirse a su hechizo.

—¿Quieres ser mía para siempre, Charlotte?

— Sí... —La voz de Charlotte fue un sollozo agarrotado.

Tommaso sonrió introduciéndole su mano en la entrepierna, fundiendo sus dedos en su cuerpo.

—Tendrás que hacerme un favor —susurró, jugando con ella.

Ella asintió, emborrachada de lujuria, y eso era justo lo que él quería.



Temprano, al igual que todos, Nikola había emprendido viaje al palacio de Bladis; tras él, decenas de vehículos estaban listos para el ataque sorpresa, sin saber que, al final, los sorprendidos serían ellos.

Nikola Arsenic fue el primero en descender. Le sorprendía que nadie lo hubiese ido a recibir, pero lo comprendió todo cuando ingresó a la morada, y tan solo quedaban los muros de pie.

Bladis ya no estaba, ni sus sirvientes, ni sus pertenencias.

—Se fue —dijo Rose, una de las tantas hermanas de Nikola—, ese viejo zorro nos leyó el pensamiento.

—O quizás fuiste muy evidente, hermanito —añadió Leónidas, otro de los tantos Arsenic.

Nikola exprimió sus puños con enfado. Le frustraba no poder deshacerse de su padre con sus propias manos, vencerlo, ganarle su trono con sus puños; pero al menos ya no estaba y no le daría órdenes. Ya nada le impedía asesinar a Nosferatu, a Belmont, y si era necesario a sus propios hijos.

Era justo lo que quería.        

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