30.Jaque al rey
Las manos de Sara sudaban, sus pulmones se contraían, y es que cada vez se adentraban más a un espeluznante sitio. Tras un inhóspito bosque y unos barrotes oxidados, podían verse los picos negros de un castillo que se caía a pedazos. El abandono era brutal, y los cuervos, que revoloteaban los tejados, lo sabían. Un extraño y podrido aroma se colaba por las ventanas del automóvil; eran calabazas que crecían en los suelos y se pudrían en el mismo, eran los cadáveres de árboles y flores en una tierra húmeda y pantanosa.
Habían llegado a destino, pero su camino se bifurcaba con el de Adam y Jack. Ella se dirigía a la puerta trasera, junto a la servidumbre, mientras que Nikola y los jóvenes vampiros ingresarían por la entrada principal.
La angustia invadía a Sara, no quería bajar, ese sitio poseía un aura negra, pero no pudo resistirse a ello. Los guardias la guiaron hasta una puertecilla maltrecha y retorcida que daba a una cocina arruinada y antigua.
Una cocinera con sus delantales percudidos, rechoncha y de unos cuarenta años, la vio entrar. De inmediato se detuvo analizándola de arriba hacia abajo, para luego abrir sus ojazos en sorpresa.
—¡La ofrenda! —La cocinera corrió de un lado a otro, exasperada—. ¡Celia, Rosa! —volvió a gritar.
Otras dos mujeres, de características similares, se aparecieron en la cocina.
Sara seguía muda, lejos estaba de parecer la ostentosa mansión de Bladis, eso era un chiquero; y además, esas criadas parecían no trabajar en ello. Los guardias la empujaron un poco más adentro, retirándose para rodear el recinto. Ella trastabilló quedando frente a las damas.
La más vieja comenzó a aplaudir y vociferar.
—¡Vamos, vamos, hay que prepararla para la cena!
<<¡No otra vez!>>
Sara volvía a desesperarse ante la idea de ser la comida. Esta vez, de un conde maniático y caníbal. Deseaba que Jack y Adam la sacaran de allí, que no permitieran que su vida terminara de una forma tan horrenda; pero las mujeres ya la estaban arrastrando hacia los baños, justo como le había sucedido en el palacio de Bladis.
—¡Déjenme! —Sara se quejaba y se retorcía, sin ser escuchada.
Segundos después, ya pretendían desnudarla dentro de un baño, que por suerte tenía agua caliente. Era grande y arcaico, y la bañera rebalsaba de espuma, al parecer este conde no tenía problemas con los perfumes, daba igual.
Las mujeres la metieron al agua. Sara podía ser de carácter fuerte, pero su cuerpo seguía siendo débil y pequeño ante los vampiros. Las mujeres la llevaban para donde querían. La tomaban, la frotaban, la enjabonaban, y la enjuagaban para llenarla de espuma otra vez. Creía que la habían limpiado en lugares que ni ella conocía, y a su cabello lo habían llenado de shampoo unas cinco veces.
—¡Ya estoy limpia! —berreaba, comenzando a perder la paciencia con los chismes que las mujeres impartían entre sí, mientras la ignoraban.
Al final, cuando consideraron que la ofrenda estaba limpia, la enjuagaron para secarla con furia, con toallas y secadores de pelo. Sara desistió de lamentarse y se dejó cortar las uñas, peinar el cabello, colocar perfumes y cremas.
Envuelta en toallas, Sara ingresó a una magnánima habitación de princesa endiablada. No sabía por dónde comenzar a admirar tanto lujo; no todo era destrucción en ese castillo. La enorme cama parecía hecha de oro macizo, las lámparas eran de cristales y rubíes, las sábanas de seda marroquí, demasiada ostentación, los vampiros solían despilfarrar siempre en lo mismo. Era aburrido.
—Vamos, querida —le indicó una de las doncellas abriendo las puertas del vestidor, enormemente ridículo—. Elije un vestido, el que más te guste.
Ella ingresó al mismo, eran puros vestidos de fiestas, pomposos, exóticos o elegantes.
—Ese está bien —señaló Sara, de mala gana, a una pila de ropa doblada.
—Querida, eso es una funda de almohada. No nos hagas perder el tiempo.
—¡Ustedes no me lo hagan perder a mí! —gritó la humana, considerando que era escuchada—. ¡¿Para qué quiero un vestido si me lo van a quitar como si nada?! ¡Solo es un maldito envoltorio!
—El rojo está bien —indicó la cocinera, tomando un vestido carmesí del perchero, pretendiendo ignorar a la ofrenda—, póntelo, iré por unos zapatos.
Las mujeres volvieron a su cotorreo como si nada, hablaban de la comida, del clima, de las paredes con humedad y la plaga de ratas. Sara se envolvía en ese aparatoso, pero solemne vestido color escarlata, de corte princesa y telas livianas. En cuanto acabó se sentó en la cama, observando a las mujeres recorrer toda la habitación, combinando zapatos con joyas, tratando de imaginar que sería más adecuado para ella.
—¿Cómo se llama el conde de este castillo? —preguntó, entre tanto una de las muchachas le colocaba unos bellos tacones aterciopelados, y otra le hacía un arreglo en el cabello.
—Es un secreto.
—¿Es verdad que come gente viva? —insistió Sara, esta vez más preocupada, buscando algún recoveco por el cual escaparse en caso de emergencia; aunque sin caso, todas las ventanas estaban selladas.
—Solo a las que pretenden violarlo.
—¡¿Qué?!
Las mujeres se encogieron de hombros, ni ellas podían explicar bien que sucedía con su "amo", pero todo indicaba que la lógica no era parte de su costumbre. Debía prepararse para ello, porque justo en ese instante era la hora de la cena.
Sara resolvió que lo mejor era seguir a las doncellas, ir al encuentro y rogar porque todo fueran rumores y nada más.
La joven ofrenda se paseaba por los recovecos por dónde la guiaban. Algunos pasillos estaban mejores que otros, daba la impresión de haber sido un gran palacio en un tiempo lejano, ya que en el presente los suelos estaban desgastados, las lámparas rotas, las armaduras oxidadas y los cuadros descoloridos.
Tras recorrer un largo trecho en silencio apreciado la desidia, la preocupación aumentó al llegar al comedor.
En una palabra: sombrío.
El suelo era como un extenso tablero de ajedrez, en blanco y negro con algunos alfombrados rojos; la iluminación se daba por pequeñas velas en un candelabro sobre la mesa, a duras penas se podía distinguir los cuadros sobre los muros. La chimenea tenía una tenue fogata que ayudaba a ver y mantenía el ambiente cálido. La mesa era sumamente grande, para unos veinte comensales, diez de cada lado, pero las sillas estaban vacías.
No había nadie allí, solo ella.
—Siéntese —indicó la cocinera, que también hacía trabajo de doncella, de mayordomo y de informante.
—¿Aquí? —preguntó Sara, considerando que la invitaban a la silla de la esquina, un lugar privilegiado.
La mujer asintió corriéndole la silla y Sara se sentó.
—Enseguida traeremos la comida.
Las mujeres se marcharon dejándola en ese espantoso lugar. Debían confiar mucho en su seguridad para no preocuparse porque pudiera huir.
—¿Yo soy la comida? —barbulló Sara por lo bajo, ojeando su alrededor.
¿Qué clase de desgracia le sucedería esta vez? Trataba de imaginarse los peores escenarios posibles con el fin de librarse de las sorpresas, pero solo se angustiaba más.
Estaba agotada, apagada y se quedaba corta. Todavía sentía un inmenso dolor en el pecho por la pérdida de Ámbar, pero no podía desaguar sus penas, no cuando tenía tanto por hacer, cuando había tanto por pensar, cuando aún el sabor amargo de casi perder a Adam, y luego a Jack, la invadía. ¿Cuántos siglos necesitaría para recuperarse? Deseaba dormir una eternidad. Pensar en ello sólo la distraía de su actual problema; de un minuto a otro la puerta se abrió.
Dos guardias daban el paso a la cocinera, que cargaba con una bandeja tapada. Esta vez, no era ella la que iba encima. Tras la cocinera, las otras dos mujeres portaban charolas con bebidas y demás manjares, colocando todo a lo largo de la mesa, para luego, ubicarse en un rincón de la habitación y dar el pase al misterioso conde del castillo.
Sara se puso de pie, como acto instintivo. Unos pasos cansinos ingresaban, y ella pudo sentir el final de su vida, pues ese conde era la representación de la muerte.
Cubierto en su totalidad por una capucha negra, que impedía siquiera distinguir la piel de sus mejillas, él, encorvado como un anciano, arrastraba sus pasos hacia el otro extremo de la mesa. Se sentó con desgana y Sara prefirió no respirar. Enseguida, Sara volvió a sentarse, quedando enfrentada a él, pero demasiado lejos como para saber lo que escondía tras esas túnicas que lo envolvían. Su corazón se crispó, era más de lo que podía imaginarse.
La comida fue servida; era pavo con algunas verduras, acompañado de una copa de vino; pero el estómago de la muchacha estaba tan cerrado como las ventanas de aquel lugar. El vampiro tragaba bocado, y no sabía si la estaba mirando, pero supo cuando hizo un gesto a sus doncellas.
La sirvienta se acercó a él sin preocupaciones, tomando una pequeña caja que él le extendía. La morocha tragó saliva, al ver que la doncella se le acercaba entregándole la misma.
—Un regalo del amo para usted, señorita —explicó, tratando de ser más cordial que antes.
Sara tomó la cajita entre sus manos. ¿Un regalo? ¿Qué habría dentro? Parecía una de esas cajas donde van las alianzas de matrimonio. ¿Quizás él estuviera buscando una compañía más que una ofrenda? Lo cual sería un tanto problemático porque ella ya estaba casada con seis hombres.
Sara vació su copa de vino de un sorbo, e inspiró buscando una buena excusa para declinar una oferta de matrimonio. Pero, otra vez, la realidad superaba su imaginación. Ella abrió la caja y el brinco que pegó, fuera de su lugar, fue algo digno de las olimpiadas.
Un chillido infernal escapó de ella, arrojando la caja lo más lejos que podía. Las doncellas, los guardias y el mismo conde se alertaban ante la reacción, todos desesperados por calmar su horror, pues en esa caja no había alianzas ni pendientes de oro, sino ¡un ojo ensangrentado!
—¡¿Por qué?!! —gritaba Sara, tomándose los cabellos con el pánico en su rostro, gritaba y gritaba, histérica como nunca.
Palpitaba presa de un temor sin precedentes. ¡¿Qué pretendía ese conde con un regalo tan espantoso?! Quizás advertirla de lo que era capaz.
Sara arremetió contra la puerta, con la clara idea de huir, pero los guardias la detuvieron, aunque ella pataleara, los mordiera y los rasguñara.
—¡Adam, Jack! —clamaba, temiendo ser comida viva—. ¡Ayuda!
—¡¿Por qué le regaló algo tan feo, amo?! —recriminó la cocinera, golpeándose la frente—. A las chicas nos gustan los chocolates, las flores, los castillos limpios...
—¡Sa- Sara! —tartamudeó el conde, y entonces todo el cuerpo de la ofrenda se volvió un flan. Los gritos de auxilio se apagaron.
Sara apretó sus ojos y tensó sus puños hasta que sus nudillos se volvieron blancos. Los guardias la soltaron, y ella, dando un giro rápido, arremetió de un puñetazo contra ese cruel conde y sus estupideces, para luego quitarle esa ridícula capucha negra y afirmar lo innegable, que se trataba de su perturbado marido: Nosferatu Demian.
Demian se alejó despavorido, tapando su rostro demacrado, como un espectro torturado que no se permitía ser visto.
—¡No me veas, Sara! —exclamó, y ella juntó aire en sus pulmones, había perdido la paciencia.
La cocinera indicó a las otras mujeres y a los guardias que se retirasen, dejándolos a solas al fin.
—Demian, ¿qué te sucede? —inquirió dolida, buscando alguna respuesta lógica—. ¿Por qué me haces esto? ¡¿Por qué no me dijiste que eres tú?! ¡¿Por qué mierda me regalas un ojo?!
—¡Pe-pensé que te gustaría! —dijo, cubriéndose más—. ¡Se lo arranqué a Nikola Arsenic!
—¡¿Q-qué dices?!
Sara no podía procesar la locura que decía, temía que él ya no tuviera vuelta atrás, que hubiese perdido la cabeza por completo y se hubiese convertido en el conde loco que todos temían, y del que también se burlaban.
—¡Quería arrancarle la cabeza! —bramó él, extendiendo sus brazos, implorando al cielo—, pero sus guardias me detuvieron rápido. ¡Sólo pude quitarle un mísero ojo! Aunque la vergüenza de haber perdido una parte de su cuerpo le quedará por siempre. ¡Y te juro! —exclamó, dándose la vuelta a ella—, ¡la próxima vez que lo cruce no permitiré que se vaya con vida!
—¡Demian! —lo detuvo Sara, acercándose a él, quien daba pasos atrás, tratando de mantener la distancia entre ellos; hasta que chocó de espaldas contra el muro.
Tan pálido y asustado como la primera vez que lo había visto, quizás un poco más arruinado. Los ojos grandes y verdes irritados, movedizos, querían evitarla. Los labios amoratados secos, dejando entrever sus delgados colmillos hacían escapar un gélido y alterado aliento.
—Demian, mírame —susurró Sara, otra vez, pero de un modo más dulce al verle la cara. Él hizo un puchero evitándola, pero ella comenzó a rozarle el rostro con sus manos tibias, pretendiendo tomarlo, deshacerlo con una caricia— ¿Por qué te ocultas?
—Adam, el maldito Adam —mascó entre dientes, queriendo llorar—, dijo que no volverías, que debía obedecer a Catalina para salir del calabozo. Me indujo a fallarte. Tuve que hacer cosas con otras mujeres para que me dejaran en libertad, Sara. ¡Y nadie me dijo que estabas aquí! No fue hasta ayer que Bladis me llamó y pude aprovechar mi oportunidad para verte. ¡¿Puedes imaginar mi dolor?! ¡Estoy tan avergonzado como rabioso!
—Dem, Adam pretendía ayudarte —insistió ella, queriendo alcanzar sus fríos labios, pero él los evitó—, sé lo que sucedió, él no sabía que yo vendría.
—¡Nadie confiaba en mí, hicieron de cuenta que no existía! —sollozó, quebrándose, las lágrimas de Demian comenzaron a descender y perderse en su labios, su expresión dolía, estaba defraudado—. Todos hacían algo mientras yo ni siquiera era consciente de lo que padecías, mientras me mantenían alejado. ¿Para qué no arruinara las cosas? ¿Es así como me ven, como tú me ves? ¿Soy un idiota, un estorbo?
—No, no Demian —siseó ella, su alma se partía con solo verlo tan lastimado.
Sara quitó las manos de su rostro. Le lastimaba verlo así, y tenía razón, en todo lo que dijera. Demian no estaba loco, quizás pecaba de inocencia, de impulsividad, pero al final era el que tenía las cosas más claras con lo que quería.
—Perdóname, Demian.
—Tú no tienes que pedirme perdón. —Demian limpió sus lágrimas con el puño—. Sé porque lo hiciste, pero ahora nada va a cambiar el hecho que tuve que hacer cosas, contra mi voluntad, para librarme del calabozo, así que, perdóname tú, Sara, pero ya no puedo mirarte a los ojos sin sentirme miserable.
—¡No digas tonterías! —exclamó ella, buscando su mirada—. ¡Estás a salvo, en tu hogar! No tienes idea lo que pasaron y siguen pasando los demás. Puede que tuviéramos miedo de tus reacciones, a veces violentas, pero evitamos así que sufrieras. Ahora, dime de quién es ese ojo.
—¡Ya te dije, es de Nikola! —protestó. Sara lo miró incrédula—. ¿Ves? No me crees capaz, pero lo hice y logré sacarte de sus manos, a ti y a Adam a Jack.
Por un momento, Sara ya no supo que decir. Miró al ojo celeste en el suelo. ¿Cómo era posible que Demian le hubiese quitado un ojo a aquel vampiro y pudiera seguir con vida? ¿Qué había pasado con él?
Tras los incidentes en la ejecución, Bladis se retiró con el fin de hacer algunos movimientos que pudieran servirle. No era buen momento para hablar de negocios con Catalina Báthory; seguía amargada y obnubilada por su deseo de venganza para con Azazel. Por otro lado, los años de experiencia le indicaban que la alianza de los Leone y los Blair podría generarle problemas, ahora que los suyos estaban débiles. Hablar de negocios con el único Belmont sería un desperdicio, Adam no había sido instruido de forma correcta, y ahora entendía el porqué. Su última opción era Nosferatu, y un oficio que había quedado enterrado por varios años luego del exterminio total de su familia.
A diferencia de muchos, Bladis no dudaba de las capacidades mentales de Demian. Había sido educado por los mejores tutores, como se suponía de un puro. Se esperaba que Demian Decimotercero Nosferatu fuera un muchacho culto de variadas destrezas con el fin de, en un futuro, ser un buen marido para una mujer de novecientos años: su madre. Era entonces, que desde pequeño, entendía de negocios, rutas y dinero; había practicado una multiplicidad de idiomas, incluso se le había enseñado a conducir. Podía ser que Demian no fuera brillante como Joan, pero su bagaje cultural era el amplio entre los jóvenes, aunque eso le había costado las prácticas sociales. A pesar de todo, seguía siendo un muchacho, joven, desmañado, y encaprichado con una humana; algo que un vampiro de más de mil años podía aprovechar a su favor.
Bladis no tuvo más que nombrar a "Sara" tras el teléfono, que sintió ese tartamudeo hereditario, el cual se intensificaba ante la ansiedad y el nerviosismo. Demian tardó en dar una respuesta, aceptando entregarle el mando de sus negocios, pero, para sorpresa del milenario, también quería a Jack y Adam, incluso a Tony, solo que a este no pudo obtenerlo por estar casado.
El intercambio entre esos tres y los documentos de los negocios familiares iba a ser dado por Nikola Arsenic.
¿Qué fácil engañar a un tonto vampiro enamorado? ¿Qué fácil cambiarle un negocio millonario por tres idiotas buenos para nada? ¿Qué fácil hacerle creer que era un buen trato? ¿No?
Haberlo dejado solo, a merced de un centenar de soldados y sirvientes que lo rodeaban, vigilándolo, había sido una buena idea, de no ser porque nadie iba a supervisar que todo estuviera saliendo bien.
Dos horas antes de ver a Sara, Demian ya veía acercarse a los vehículos a su morada. Sus guardias y escoltas los recibirían. Las mujeres de su confianza se ocuparían de atender bien a su amada, cómo él lo había ordenado. Nosferatu no se dejaría subestimar más, quizás una última vez en modo de juego para sacarle provecho a la situación. Si algo bueno recordaba de la siniestra degenerada de su madre, eran algunas de sus tantas palabras antes de irse a dormir:
"— Los vampiros somos carroñeros, y esta hermandad es una fachada. En cuanto nos vean tropezar nos querrán comer, ¡arrancar los ojos! Así qué, ojalá el destino proteja tu dulce e inocente rostro, pero más aún los conocimientos que estoy dando a tu cabeza, solo con ellos entenderás cuando quieran pasarte por encima; sabrás, hacer un jaque mate y grabar a fuego en tu adversario el apellido Nosferatu".
Los invitados ingresaban a la morada. Nikola se mostraba alegre y optimista, tras él iba el hijo que había querido matar horas atrás, aún con su ropa manchada en sangre, y Adam, bastante impaciente por lo que podría suceder. ¿Qué pretendían llevándolos a ellos y a Sara a la casa de Demian?
Las sirvientas los atendían y les servían un dulce licor de sangre. Demian descendía por las escaleras luego de tranquilizarse, para poder actuar sin dudar.
—Nosferatu —lo saludó Nikola, extendiéndole la mano. Demian la ignoró—, supongo que quieres pasar rápido al intercambio. He traído a los tres como pactaste con mi padre.
Demian frunció el ceño observando a Jack y Adam con cierto rencor, ninguno de los dos se atrevió a decir nada. Enseguida se dirigió a la doncella que servía las bebidas.
—¿Y Sara? —le preguntó.
—La están atendiendo como ordenó, amo —dijo la muchacha con total naturalidad, entonces Demian pudo exhalar el aire que había contenido.
—Bien, ahora sí. —Demian aflojó sus hombros y respiró con calma, una sonrisa plácida se dibujó en sus perfectas comisuras. Nikola también sonrió, hubiese deseado desquitarse más tiempo con Sara, pero ahora el beneficio sería mayor.
—Bien, Nosferatu, ahora que he cumplido con mi par...
Nikola no pudo concluir su frase, Demian, arrebatado, se lanzó contra él chillando cual demonio, directo al cuello, con una daga en su mano. Demasiado rápido, demasiado enfurecido, lleno de saña. Nikola tan solo pudo empujar esa violenta mano que quería degollarlo, pero solo consiguió que la daga terminara enterrada en la cuenca de su ojo, y que su manotazo solo sirviera para que este saliera volando por los aires.
El ojo de Nikola volaba en el forcejeo intenso.
Los guardias de Nikola lo separaron de Nosferatu. Luego arremetieron contra Jack y Adam, asegurándose que no hicieran nada. Más guardias se acercaban a la escena, algunos venían con Arsenic, otros eran de los que vigilaban a Demian.
Nikola se retorcía, todavía sin entender que había perdido un ojo. Adam y Jack no podían reaccionar, Demian se sacudía furioso queriendo exterminarlo por completo.
—¡Vas a pagar por esto engendro! —bramó Nikola, cubriéndose de sangre el rostro, de inmediato sacó su arma de su cinto, pero los guardias de Demian le impidieron el pase—. ¡Apártense del camino! ¡Ustedes están aquí para augurar que no escape, no para protegerlo!
—Aléjese, señor Arsenic —ordenó uno de los guardias, empuñando su arma contra él—, Bladis ordena la protección del último Nosferatu por sobre su vida.
—¡No me interesa! ¡Apártense! —Aunque Nikola berreó, ya ningún guardia pelearía. Si Bladis ordenaba proteger al último Nosferatu, o al último Belmont, lo harían, después de todo, siendo las cabezas de sus familias, tenían más valor que el mismo Nikola.
La cuenca de Nikola comenzó a regenerarse, pero ya sin el ojo. Él limpió la sangre de su rostro y lanzó una estrepitosa risotada que hizo eco en toda la sala.
—No lo haremos señor —afirmó el guardia—. No dejaremos que Demian abandone el castillo, pero tampoco dejaremos que lo dañe.
—¡Nikola Arsenic, esto es una declaración de guerra! —bramó Demian para sorpresa de todos—. ¡Pagarás con sangre cada lágrima que hiciste derramar a Sara! Pronto daré la libertad a esta gente, pero no te preocupes, me quedaré aquí hasta que no quede ni tu recuerdo.
—¡¿Así que también les prometió libertad?! —exclamó Nikola a los guardias—. ¡¿Cómo pueden creerle?! ¡No es más que un demente! ¡Eso es la familia Nosferatu, una cuna de enfermos mentales!
—¡¿Quieres desatar la lucha ahora mismo?! —Demian estaba fuera de sí, pero Nikola tenía sus escoltas que le dificultarían la tarea, debía ser cauteloso—. Deja a Jack y Adam, y olvídate de los negocios. Dile a tu padre que agradezco la protección, pero la familia Nosferatu ya no es parte de la hermandad; y la próxima vez que nos veamos será para matarte.
Nikola apretó su cuchilla en su mano hasta desangrarse, ¿cómo podría volver a su casa luego de una derrota como esa? Pero arriesgarse a pelear con Demian no era la solución, debía aprovechar a huir lo más rápido que pudiera. Conservar su vida era su prioridad, después de todo, sabía que si intentaba atacar, incluso para sus guardias, Nosferatu y Belmont, eran prioridad.
Los escoltas liberaron a Adam y Jack, aún pasmados. Nikola, rodeado por los suyos, se retiró de la morada sin haber conseguido nada, habiéndolo perdido todo. Una terrible vergüenza lo aprisionaría hasta que pudiera masacrar a ese desquiciado.
Inesperado y maldito Nosferatu.
Jack veía el vehículo de su padre irse por la ruta, levantando polvo a toda velocidad. Adam seguía tieso, viendo como Demian tomaba el ojo de Nikola y lo guardaba en una caja que tenía por ahí.
—¡¿Por qué no lo mataste?! —irrumpió Adam, volviendo en sí.
Demian le lanzó todo el resentimiento en una mirada, y de inmediato lo apuntó con la daga ensangrentada. Belmont levantó sus manos asustado, y Jack se puso en medio de ambos. Los guardias se mantuvieron expectantes, pero sin interponerse.
—Tú, traidor —masculló Demian, dirigiéndose a Adam.
—¡No sabía que Sara iba a volver! —se excusó Adam, Demian bajó la daga lanzando un gutural gruñido—. Si te decía ibas a ponerte como loco, ¡cómo ahora!
—¡T-todavía me creen incapaz de hacer algo bien! —soltó Demian—. ¿Sa-sabes por qué no lo maté? ¡Porqué lo pensé! Solo tuve una noche para pensarlo todo. ¡Si lo asesinaba hoy vendrían a matarnos al instante! Ahora él se ha ido, perderá tiempo con un plan y nosotros podremos buscar una manera de huir.
—Sara no huirá —prorrumpió Adam, dejando sus hombros caer y sentándose en un sofá—, faltan Tony, Fran y Tommaso. No se irá sin ellos. Además, me confesó que los lobos planean un ataque final, y..., luego de lo de Ámbar no lo creo.
—¿Qué pasa con Ámbar? —masculló Demian, retomando algo de paz.
—La mataron —reveló Jack, helando la sangre de Nosferatu—, intentaba huir con Leif el día de la ejecución, en la que se deshicieron de Liam y Evans. Los escoltas de Leone declararon haberla asesinado, pero no hallaron al niño.
Demian no tuvo reacción más que abrir sus ojos con susto, podía imaginarse el golpe que significaba para Sara. Ya la había consolado, en su interminable llanto, cuando la colorada había sido transformada, pero esto superaba su imaginación. El dolor de Sara era su dolor.
—¿Por qué no vas a verla? —sugirió Jack, rompiendo con el depresivo silencio—. Ya veremos que hacer, pero ahora mismo, estoy seguro de que te necesita y te extraña. ¿Sabes que te ama, no? Está igual de loca que tú.
Demian pestañeó, receloso ante las palabras de Jack, él no era de decir esas cosas, pero le gustaba que se lo expresara.
—No estoy seguro, si podré mirarla a los ojos. Hice algo de lo que me creía incapaz.
—Te acostaste con otras para salir del calabozo, y probablemente esas mujeres estén esperando hijos tuyos... —le recordó Adam. Demian sintió un agujero en su estómago—. ¿Crees que Sara no va a entenderlo? ¿Piensas que podría sentirse defraudada con eso? No seas tonto. Te dije que ella lo preferiría así, y lo sigo sosteniendo. De otro modo, no habrías conseguido esta oportunidad.
Demian bajó su vista y rechinó sus dientes.
—¡Entonces me cubriré la cara! ¡Yo no puedo con esta vergüenza que siento!
Él tomó un mantel negro y se envolvió en el mismo para ver a Sara.
Demian terminó de contar todo lo que había sucedido a Sara, quien seguía procesándolo, aunque estaba segura que él no le mentiría con ello. Ella, dio un último vistazo al ojo de Nikola; no había duda, ese celeste pálido como un glaciar era suyo.
—Vendrán por nosotros... —aseveró el vampiro, sintiéndose culposo—. P-pero, hasta el final, te protegeré y te seguiré en lo que decidas hacer.
Sara lo contempló con todo el amor que él le transmitía, tan puro, tan perfecto. Debía ordenar sus prioridades, decidiendo que la primera era hacer lo que había ansiado en cada momento de soledad. Ella volvió a tomarlo del rostro, forzándolo a mirarla, así lo hizo él, resoplando como animal, con las pupilas tan dilatadas como las de un demonio hambriento. Sara se paró en puntillas y rozó sus secos labios.
—Te amo, Demian, no me evites, te necesito más que nunca.
Él se desarmó ante esas palabras y no tuvo más remedio que ceder a sus impulsos. De lo más profundo de su pecho, lanzó un gruñido profundo, oscuro, y así, arremetió contra el cuello que se extendía para él. La tomó, la mordió con su apasionado amor, despedazándole los vasos sanguíneos, estallando en mil pedazos, haciendo salpicar la roja sangre, succionándola sin piedad, absorbiendo todo lo que pudiera: su esencia, su aroma, su sudor; contrayéndose, restregándose contra su cuerpo, arrojándose al suelo para tomarla, para reclamar lo que era suyo, para darle todo lo que le pertenecía.
Su amor, su sangre y su todo.
Estaban juntos al fin, juntos para esperar los resultados de una inevitable batalla final.
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