26. Un último momento.
Las hebras pelirrojas de Ámbar parecían hilos de fuego a la luz de las velas. Ella doblaba con cuidado la ropa de cama de Leif, se distraía preguntándose si el niño estaría bien, si esa vampiresa que se lo había llevado sabría tratarlo. No se perdonaría que le hicieran daño. Conservarlo a salvo era su obligación moral, luego de haber perjudicado a su madre, pero ¿qué más podía hacer siendo una impura, una plebeya? Se suponía que una vez convertida en vampiresa sería fuerte y libre, ¡qué gran mentira!
Ámbar negaba con su cabeza, pensando en las estupideces que había hecho a lo largo de su vida, en lo ingenua que había sido siempre, y en lo ingenua que seguía siendo.
Simón Leone la observaba desde la entrada, casi sin pestañear. Veía la joven impura resoplar y agitar su cabeza.
Al darse la vuelta, Ámbar saltó en su lugar. De nada servía un oído fino con un hombre que se movía como un fantasma.
—¡Señor Leone! —exclamó, repleta de pavor—. No lo vi llegar.
Él hizo una mueca que parecía a una sonrisa, pero sin sarcasmos. Se debatía si debía decirle que a Leif lo ejecutarían al día siguiente, o era mejor mantenerla calmada, sin preocupaciones, dado que se trataba de un destino inevitable.
—¿Te asusté? —preguntó él, dando pasos lentos hasta llegar a ella, la tomó del mentón y la obligó a mirarlo a sus gélidos ojos color caramelo.
—Sí —respondió, sincera y temerosa de mentirle—, estaba pensando en Leif.
—No es tu hijo. —Simón la besó con cuidado—. No es tu hijo, te preocupas demasiado por él. Cuando tengas a los nuestros lo entenderé.
Ámbar frunció sus labios, no podía explicarle a un viejo vampiro, líder de una mafia, lo que significaba la culpa, el remordimiento de la traición.
—¿Nuestros? —preguntó Ámbar, volviendo en sí.
Simón volvió a sonreír. Sí, lo había dicho. ¿Acaso ese no era el vampiro que condenaba a sus hijos por meterse con humanas o impuras?
—No podría tener hijos —farfulló Ámbar, dando vueltas a la habitación—. No puedo con mi propia existencia, ¡sería terrible traerlos a este mundo! Solo soy una concubina que está para satisfacer sus placeres, y todavía tengo que lidiar con los celos de sus esposas.
Simón tensó su expresión, Ámbar temió por actuar con tanta naturalidad. Siempre se pasaba de la raya.
—Hay una posibilidad de que dejes ser una concubina y seas mi esposa —confesó aquel hombre, provocando un desconcierto total en Ámbar—. Tú y yo, en un lugar a parte.
—Soy una impura —dijo Ámbar, pecando de impertinencia.
—Pero ahora sé que nuestros linajes pueden fortalecerse, no hay nada que nos detenga —dijo Simón, y la chica siguió sin entender, él la tomó de las manos y la estrechó contra su cuerpo para hablarle al oído—. Si tienes hijos conmigo, y los cruzamos con sangre de lobo, podremos formar un linaje más fuerte que el de los Arsenic. Podemos hundir a esos ineptos de una vez.
Ámbar sintió su cuerpo volverse rígido. Era tonto pensar que un vampiro de su calaña la estuviera cortejando, en cambio le proponía ser un experimento. No había muchas vueltas que dar al asunto, él pretendía convertirla en madre para mezclar la sangre de sus hijos con la de los lobos. Era algo que sería muy notorio de hacerlo con una de sus esposas oficiales, era algo que debía mantener a escondidas si se trataba de superar a la familia cabeza de la hermandad.
—¿Eso no sería...? —preguntó Ámbar, deteniendo su lengua.
—Es traición —afirmó Simón, deslizando su mano por el cuerpo de ella—, pero es la oportunidad para acabar con el reinado de los Arsenic. ¿Una hermandad? ¡Eso es basura! Ellos siempre tuvieron la última palabra. Yo soy el más cercano al mundo de los humanos, quien maneja los negocios de la sangre, el poder debería ser mío.
—Y yo soy tu herramienta —murmuró Ámbar, provocando una mirada molesta de Simón—. ¿No es peligroso?
—Contamos con el apoyo de la familia Blair, y yo manejo la parte mayoritaria de la seguridad en la hermandad —añadió Simón, dando vueltas a la habitación—. De aquí a un tiempo tendremos un linaje híbrido lo suficientemente extenso para derrocarlos. Y tú, por sobre todas mis mujeres, serás la que tendrá más poder.
—¿Serviría de algo? La culpa me carcome —dijo Ámbar reprimiendo unas lágrimas con la vista al suelo, resignada a lo que quisieran hacer con ella, pero sin esperar más a cambio—. Tal vez debería buscar otra mujer más apta para ser madre de sus hijos.
—No lo entiendes, Ámbar —expresó Simón, acercándose hacia la salida—. Tú serás mi mujer, no es algo que esté en discusión. Ahora, vístete, vamos a cenar.
Ámbar lo observó irse, de ahora en más sabía que no tenía que abrir la boca o la pagaría caro otra vez. Con Simón, las amenazas estaban sobreentendidas.
Al final se resignó por cambiarse y esperar a que Leif viera a su padre como esa tal Charlotte se lo había prometido.
Un grito estremecedor hacía eco en los pasillos, Charlotte daba brincos alegres sosteniendo a Leif de su piernita, el pequeño iba de cabeza, con la sangre en el rostro y los brazos colgando. Cada rebote de la muchacha, el niño lo sentía como un golpe. Era una tortura, se ahogaba en llanto, pero a ella no le importaba, los sollozos del pequeñajo eran una canción de victoria.
—¡Charlotte! —clamó Tony al ver tan espantosa escena—. ¡¿Qué estás haciendo?! —Tony le quitó a Leif de las manos.
—¡Dámelo, se lo llevaré a su padre! —Charlotte intentó tomarlo a la fuerza.
Tony la apartó con su brazo.
—¿Vas a llevárselo a Tommaso? —preguntó desconfiado, acunando al niño para tranquilizarlo.
—Sí, es un premio —murmuró con una mirada risueña y avergonzada—. Me encargué de ordenar que cierren puertas y ventanas con placas de plata, para quitarle las esposas y que no se escape.
Tony ciñó su gesto, no se imaginaba que había hecho el lobo para salirse con la suya, su artimaña salía bien. Charlotte parecía encantada de querer retribuirle su buen trabajo de esclavo. Pero también existía un trasfondo más oscuro, la joven ya sabía que esa era su última oportunidad para un reencuentro de padre e hijo.
—Agárralo bien, por favor. —Tony suspiró, viendo que el niño comenzaba a tomar su color habitual—. A ti no te gustaría que te zarandearan de una pierna hasta hacerte llorar.
—En realidad sí me gustaría —dijo ella, levantando sus cejas y tomando al niño otra vez. De inmediato le dio la espalda—. Lamento que nos hayan casado, estás enamorado de otra mujer, y no es hasta ahora que entiendo lo detestable de esta relación, pero quédate tranquilo, ya no serás tú el que tenga que darme un hijo.
—¿A qué te refieres? —Tony no podía comprender que el panorama volvía a cambiar.
Charlotte no respondió, eso era algo que tendría que hablar Tony con su familia. Por su parte, la felicidad le recorría cada fibra de su ser, ahora que su misión no tenía nada que ver con Tony, sino con engendrar hijos híbridos para una estirpe superior. Por ello, si bien no le debía nada a su esclavo, era inevitable no querer hacerle una caricia a su corazón cuando resultaba ser fuego puro para su deleite. Charlotte no quería demostrarlo, no quería aflojar sus riendas, pero deseaba que él también se sintiera así por ella. Debía ser paciente y mostrarse más cercana.
Luego del berrinche, Leif consiguió tranquilizarse en los brazos de Charlotte. La vampiresa sonrió al ver varios guardias dispuestos con cadenas de plata por todo el pasillo, que la llevaba hacia las habitaciones de la servidumbre. Tenía que asegurarse que su lobo no huyera.
Su prisionero no esperaba la sorpresa, en cambio observaba como sus heridas querían sanar tras un buen trago de sangre.
De una patada, Charlotte abrió la puerta de la pequeña y gris habitación.
Él se sobresaltó, pero más aún se quedó sin reacción al no poder procesar lo que veía.
¿Eso era real? Aquella horrible mujer sonreía de oreja a oreja; sostenía a su hijo en brazos, quien estaba haciendo pucheros, igual que él, que no podía moverse.
—¿Por qué lloras? —murmuró Charlotte, desdibujando su mueca, temía haber hecho algo mal.
Tommaso trastabilló, levantándose de un arrebato, y, antes que la muchacha pudiera reanimarse, él tomó a su hijo apretándolo en un tórrido y fuerte abrazo. Lloraba a borbotones, mientras su hijo se calmaba con la calidez familiar. Sus corazones parecían palpitar en uno solo.
—G-gracias, Charlotte, gracias... —murmuró llenando de besos a su pequeño.
Charlotte quería reír; pero la escena la incomodaba demasiado, no entendía ese cariño desmedido a un mocoso feo y llorón. No entendía el amor.
—Es para que veas que cumplo con mi palabra —dijo orgullosa, poniendo sus manos sobre sus caderas—. Anoche te luciste, ¡vamos a repetirlo! —exclamó.
Tommaso no le dio mucha importancia, asintió con levedad y una enorme sonrisa puesta en su niño.
—Parece que lo están cuidando —balbuceó el muchacho, notando sus ropajes pulcros, sus mejillas regordetas y su aroma a jabón para niños.
Charlotte mordió su labio inferior, ella ya sabía de la ejecución. Esa tarde, la hija de la familia Blair, dejó a su esclavo que disfrutara de su hijo, claro que sin decirle que sería la última vez. No lo creía demasiado trágico, él tendría mucho tiempo para olvidar a Leif y tendría muchos otros hijos con ella. No podía dimensionar la tragedia que era la pérdida de un hijo para un licántropo.
Por la noche, los guardias devolvieron al niño a su habitación. Tommaso lo dejó ir, pretendía ser prudente ahora que entendía las palabras de Sara, ahora que creía tener una oportunidad.
Cuando el niño se fue, Charlotte no esperó más. Se quitó el vestidos que aprisionaban su pasión desmedida, y se abalanzó contra su prisionero, hasta arrojarlo en el sucio catre en donde ahora dormía. Ella le rasgó su ropa, besó con desesperación su boca, para luego clavar sus colmillos en su dorada piel. Él sintió escozor, y luego fue relajando su cuerpo, había sido un día bueno. Quería agradecerle a Charlotte, aunque fuera imaginándose que ella era Francesca.
El lobo cerró sus ojos y tomó el cuerpo de la vampiresa, para clavar sus dientes y colmillos en ella, la cual chilló extasiada con esa simple acción. La volteó bajó su cuerpo y tomó la riendas del asunto, dándole lo que ella apetecía con suspiros y movimientos sugerentes, pues Tommaso pretendía seguir obteniendo favores, tenerla de aliada.
Tomándola entre una rudeza y delicadeza continua, él logró poner en su mente el recuerdo de Francesca para continuar haciendo el amor con Charlotte. Y tal vez, era esa pasión ardiente que ponía en el acto, lo que a ella tanto le fascinaba de él. Era lo más parecido al amor que había sentido en su vida.
En una habitación tan pequeña y andrajosa Sara cavilaba sus próximos pasos. Nikola Arsenic estaba ausente, y las concubinas de él la habían ubicado allí. Nadie velaba por ella, pero al menos no tenía que lidiar con los vampiros. Se encontraba alejada de todos, pensando en la manera de hacer llegar una advertencia a Ámbar, o a los licántropos. Era necesario que hicieran un plan de último momento, la tragedia los acechaba. El destino de Azazel, Víctor, Evans, Liam y Leif estaba escrito con sangre, y, ante el mínimo error, ella caería.
<<Si al menos hubiesen liberado a Jeff, y si Jack no fuera tan idiota>>, pensaba.
Sara se levantó y sacudió su vestido. Saldría de la habitación, a pesar que le habían advertido quedarse allí hasta recibir algún tipo de orden. Sabía que nadie se atrevía a tratarla como una verdadera esclava, que temían lo que Nikola pudiera hacerles si le daban un trato incorrecto, por eso, aprovecharía ese mínimo de impunidad que tenía cuando él no estaba.
Necesitaba tomar aire y buscar una solución de urgencia.
Con cuidado de no encontrar a una odiosa vampiresa, la humana, sigilosa como un gato, se escurrió por los pasillos entre tanto comía sus uñas.
Atraída por unos gritillos ahogados, desvió su atención a un pasillo al que nunca antes había ido. La decoración era mucho más suntuosa que en otros sitios. Los muros estaban decorados con cuadros familiares, doncellas en poses extravagantes, y algunos paisajes del exterior. Los mismos tenían una técnica impecable, pero carecían de emoción; mejor dicho, eran tenebrosos.
<<¿Qué estás haciendo Sara?>> se dijo a sí misma cuando la curiosidad comenzó a cosquillarle hasta la coronilla. Pero los chillidos la llamaban como un susurro diabólico. Debía seguir su instinto.
Ella lo supo, tras una puerta en concreto se encontraba alguien sufriendo. La misma estaba cerrada, así que se agachó y comenzó a fisgonear por la cerradura. Lo que vio en un principio no pudo entenderlo, pero luego trató de descubrirlo.
Helena Arsenic estaba sobre una silla, con la cabeza volteada hacia atrás, y Laika, sí, la madre de Joan y Tommaso, le revisaba la boca utilizando unos utensilios quirúrgicos. Era como una operación, dado que la sangre caía a cántaros de sus comisuras.
Parecía algo consentido, la vampiresa se quedaba a disposición de la loba blanca.
—Niña, ¿qué estás husmeando? —gruñó Laika, a pesar que Sara estaba tras la puerta.
Sara empalideció, ¿cómo sabía que era ella?
Helena giró su rostro y clavó su vista en la cerradura.
Sara comenzó a dar pasos hacia atrás con el mero propósito de huir. Pero unas fuertes manos la tomaron por los hombros, atrapándola en el momento justo.
No pretendía gritar, pero fue inevitable.
—Sara —musitó una gruesa pero melodiosa voz.
Ella giró sobre sí misma. Al reconocerlo, sus ojos se aguaron al instante, creía estar frente a un milagro. Sin decir una palabra, se aferró al cuerpo de Joan, que aparecía en el momento justo para salvarle la vida. Él la apretó con fuerza, aguantando sus ganas de llorar. Deseaba con el alma fundirla en su cuerpo. Deseaba protegerla y llevársela lejos.
Por el modo desconsolado en el que Sara lloraba, empapando sus finas vestiduras, apretándolo sin consideración, sabía que necesitaba de una salvación urgente, que cada minuto en aquel sitio era un suplicio. Sería lamentable comunicarle que él ya no estaría para ella, y que tenía otros planes para su destino.
Laika abrió la puerta de la habitación y vio a su hijo abrazar a esa chiquilla derrumbada. Sentía demasiada pena y frustración de no poder ayudar a un alma tan joven. De inmediato volvió a la habitación con Helena y dejó a los jóvenes tener su reencuentro.
Joan tomó a Sara por las mejillas para besarla con la delicadeza que solo él tenía. La miró a los ojos, esos brillantes y suplicantes ojos que amenazaban con desmoronarlo por completo.
Despedirse de ella no había sido tan buena idea, quería raptarla y llevársela lejos, aunque supiera que todo sería peor de ese modo.
—Joan, gracias por venir —balbuceó ella, sollozando aún.
Él volvió a abrazarla, sintiendo su cuerpo temblequear.
—¿Por qué lo hiciste, Sara? —preguntó él a pesar que ya sabía la respuesta—. ¿Por qué volviste a este infierno?
—Tenía que hacerlo —sonrió como no lo hacía desde semanas.
—No puedo concebir esta idea de que vuelvas a sufrir. —Las lágrimas comenzaron a rodar por sus ojos amarillos—. Jamás me he sentido tan impotente. No puedo protegerte como debería. Todo ha empeorado.
—No sufras por esto. Yo lo decidí. —Sara tragó saliva esperando calmarse—. Tengo cosas que decirte, cosas importantes.
—Helena se lo dijo a mi madre.
Ante la sorpresa de Sara, Joan tomó de su mano y la llevó hacia la habitación con ambas mujeres. Las mismas limpiaban el enchastre de sangre, tratando de hacer parecer que nada había ocurrido.
—A sí que tú eres la mujer de mi hijo, la mujer que lo hace hacer locuras —masculló Laika, guardando en una cartera algunos frascos del tamaño de su meñique. Ella hablaba mirando a Sara en detalle, analizándola y olfateándola. La presión de Sara era la misma que con Adolfo, ella era muy joven y bella, pero intimidante como una bestia—. Tengo mucho que agradecerte, sobre todo que quieras salvar a Leif, y que te hayas unido a Tommaso y a Joan.
—Todavía no hice nada —murmuró Sara desviando la vista de esa mujer para ver como Helena la acechaba de igual manera.
—Queremos recuperar la lengua de Helena —explicó Laika, desviando el tema—, mi Joan es un genio, y diseñó un nuevo elixir. Pude hacer un injerto con una lengua y en pocos días podría volver a hablar. Por el momento queremos hacerlo pasar por un hecho natural, no queremos que los vampiros se enteren de los avances que hace mi familia. Ellos no lo merecen, lo usarán para cometer atrocidades.
Sara asintió con la cabeza, era extraño ver que la mujer predilecta de Arsenic no estaba del lado de su marido. Con su carácter distante la había juzgado mal. Pero luego recordaba que el mismo Bladis le había confesado cortarle la lengua.
Helena se dirigió hacia un armario y tomó una pizarra con unas tizas.
"Me vigilan siempre" escribió, y de inmediato lo borró.
Joan intervino.
—Por el momento, nuestros guardias se ocupan de que podamos hablar tranquilos.
—Bien, porque necesitaré que hagan llegar la noticia a Ámbar —masculló Sara, nerviosa—, ella protege a Leif. Tienen que decirle que lo proteja a toda costa.
—¿Por qué no se lo pediste a los gemelos? —preguntó Joan—. Creí que estabas con ellos.
Sara intercambió una mirada rápida con Helena.
—Jeff está castigado, encerrado en alguna parte del castillo —explicó Sara.
—¿Y Jack? —Joan frunció el ceño, podía darse una idea.
Sara negó con la cabeza, y Joan tensó los músculos de su cara. Conocía el carácter cobarde de su compañero. No se podía contar con él para nada.
—De él depende la vida de Jeff —explicó Sara para contentar a Joan. No quería sumarle otra preocupación.
—Será difícil hablar con Ámbar —murmuró Laika—, Simón es mi enemigo a muerte. ¡La persona que más odio!
—Los Báthory y Leone no tenemos una amistad —murmuró Joan, con una mano sobre su mentón—, llegar a Ámbar a horas de la ejecución será más que sospechoso.
—Pero ya envié cartas a Adolfo, él ya debería estar al tanto —añadió Laika.
"Pídeselo a Jack" escribió Helena en su pizarra, y Sara no pudo evitar su estupefacción, ella sabía bien lo que su hijo le había hecho y porqué.
"Lo hará", agregó.
Sara mordió su labio, tenía pensado esquivar a Jack hasta último momento. Verlo otra vez a la cara le dolería y dudaba que ese maldito creyera deberle algo, dudaba que siquiera tuviera remordimientos.
—¿Sucedió algo? —preguntó Joan, no queriendo sacar conjeturas antes de tiempo.
Sara negó con rapidez, pero su malestar era obvio.
—No te preocupes, chiquilla —dijo Laika, acercándose a Sara para abrazarla. Se sentía familiar y caluroso. Sara no reaccionó—. Nosotras te ayudaremos, no estás sola. Ve a despedirte de Joan —agregó la loba con una calma sonrisa.
—Vamos, Sara —gruñó Joan tomándola de la mano antes de proferir insultos a su madre, "despedirse" se refería a un buen tiempo y muy lejos de ella.
Sara guió a Joan hasta el pequeño cuarto que ocupaba, al parecer no la habían enviado a los calabozos porque no la querían juntar con Jeff.
Joan rechinó sus dientes al ver el pequeño espacio, con no más que unas mantas, en donde dormía Sara. Ella sonrió porque su preocupación le generaba ternura.
—Es mejor de lo que crees —rió Sara, pero a él no le provocó gracia—. Sé que si me llevan a un cuarto de lujo las cosas se van a poner feas. Pero ahora podemos estar un rato en paz, después de todo la felicidad son solo momentos, o eso es lo que dicen.
—Desearía que un momento contigo durara toda la vida.
—Será así —afirmó ella, mientras ambos se dejaban caer en el suelo.
—Voy a irme, Sara —confesó Joan, pretendiendo no prolongar más la ansiedad que lo carcomía.
—¿De qué hablas? —Sara dejó de pestañear.
—Iré con Vlad, tengo asuntos que resolver, asuntos que nos competen a todos. —Los labios de Sara se iban poniendo blancos, pero aun así pretendía dejar a Joan hablar—. No podré serte de ayuda, no estaré para mañana, no estaré en la ejecución.
—¿C-cuando nos veremos otra vez? —preguntó Sara, esta vez un poco más exasperada, subiéndose a horcajadas de él para ver esa mirada que la esquivaba—. Sé que si te vas es algo por algo importante, pero ¿al menos sabes si regresarás?
—Espero que sí. —Joan sacó una copia de la libreta en su bolsillo—. Desde que estaba en el Báthory trabajé en esto, mi padre me ha ayudado y las circunstancias aceleraron mi trabajo. Ahora mismo debo tomar una decisión; aunque esto implique arriesgar mi vida y alejarme. Debo hacerlo Sara, lo haré por ti, lo haré para que no hayan otras como tú.
—Nunca quise meterte en problemas —masculló Sara, bajando la mirada colmada en lágrimas. No podía evitarlo, no quería que Joan la dejara—. Lamento haber metido en problemas a todos.
—Habría sucedido igual, soy un lobo y los lobos hacen lo que sea por quien aman. —Joan besó las mejillas de Sara una vez más—. Además, este sistema está hecho para perecer. Han sido las decisiones tomadas por todos, a lo largo de los siglos, lo que nos han traído a este día. Quizás tú fuiste la gota que colmó el vaso, pero no nos castigaremos por lo que no fue. Las cosas no cambian de un día a otro, hay una historia detrás. No debes culparte.
Sara ojeó la copia que Joan le dejaba, hacía muecas extrañas tratando de descifrarlo, aunque sin caso.
—Debí prestar atención a Liam y a Evans en sus cátedras —balbució, sintiéndose una ignorante—. Se nota que esos dos están hechos el uno para el otro cuando se trataba de aburrirnos. Sin tus clases particulares no sería más que una tonta, y todavía me falta tanto por saber.
—Nunca fuiste una tonta, siempre te lo dije, eres muy capaz, valiente y hermosa. —Joan tomó sus hojas y las dejó a un lado—. Y tú también me has enseñado muchas cosas, sobre todo a amar, a no morir de celos, a aceptar quien soy y no sucumbir en el intento.
Joan tomó a Sara de los hombros para besarla antes de que pudiera decirle algo, pero de inmediato se separó de sus tiernos labios.
—Sé que no te veré en un tiempo, y quizás en mejor dejarlo así, con un beso —dijo él, imaginado algunas situaciones por las que ella había tenido que pasar—, no podría pedirte más que eso.
—Podrías pedirme algo más —respondió Sara mostrándole una mirada más dulce y menos deprimente—, a lo mejor deberíamos buscar un sitio mejor para despedirnos como se debe.
Ella se levantó y abrió la ventana que daba al tejado, el viento frío comenzó a ingresar y a arremolinarse con copos de nieve sobre el suelo. No era una noche agradable a pesar que el cielo se había despejado y el cielo era un manto de destellos.
—Solo tú podrías mantenerme con calor una noche tan fría como esta —afirmó Sara, pretendiendo escaparse por la ventana. Joan alzó sus cejas pero de inmediato la siguió, temía que se resfriara o se resbalara. No era buena idea escalar en las tejas escarchadas.
Ambos escalaron hasta la planicie de una terraza en el techo. La nieve se derretía con los pasos de Joan, quien aumentaba su temperatura y la compartía a su compañera en un abrazo, aunque esta no paraba de temblar. Todo indicaba que el día siguiente sería un buen día; claro que para quienes querían hacer un picnic de invierno y no para quienes serían aniquilados.
—No es una buena idea. Los humanos son frágiles a temperaturas como estas. —Joan pretendió regresar, pero Sara lo detuvo.
—No quiero ir dentro, por un momento quiero olvidar donde estoy parada. —Ella casi suplicó—. Mantenme con calor, con la vista a las estrellas. Mañana será un largo día, quiero tener un buen recuerdo para sostenerme cuando no estés. —La voz de Sara se quebró al fin—. Joan te extrañaré demasiado, yo... de verdad te amo.
Él tuvo que ser más fuerte que su instinto para no tirar todo por la borda, entonces la atrapó en su ardiente calor, que iba en aumento y generaba un perfume abrumador. No quería dudar, entendía la importancia de sus actos. Y, ante la idea de arrepentirse, decidió hacer caso a Sara; proveerla de su más agudo calor, mientras ella se extasiaba mirando estrellas.
Buscando la manera de no tener que deshacerse de sus ropas, Joan dejó a Sara con la vista al cielo, para entrar en ella de un modo suave, prudente como sus besos, pero pasionales como sus abrazos. Logrando que, por un largo instante, sus mentes se fugaran de la realidad que amenazaba con consumirlos a cenizas.
Esa noche fue difícil decirse adiós, pero tuvieron que hacerlo. Ahora, Sara tenía una tarea más importante: buscar a Jack para pedirle su ayuda; siendo que solo contaba con él para hacer llegar la noticia a Ámbar.
El castillo Arsenic tenía mucho más movimiento de trasnoche. Cuando la luna se posaba brillante en el cielo, todos los chupasangres aprovechaban para dar caminatas, para comer o para lo que fuera.
Estando al tanto que molestaba, Sara los esquivaba por donde los viera. Para su desgracia, con el único que no se cruzaba era con Jack. En eso, recordó a Helena, decidió considerarla como una aliada, más cuando había sido suya la idea. Así que fue a buscarla.
Golpeó la puerta y la misma mujer le abrió observando a los lados que nadie husmeara.
—No sé a donde está Jack —resopló Sara sentándose en la cama, Helena escuchó—, tampoco creo que quiera ayudarme, dije a Joan que no se preocupara porque no quería que su viaje se retrasara por partirle la cara. La verdad es que Jack ha sido cruel conmigo, no me quiere ni un poco, y a este paso solo lo veo convertirse en el orgullo de su padre. No le importa quién muera mientras él esté bien.
Helena tomó a Sara por los hombros y negó con la cabeza.
—Teg-e. —Desesperada, Helena trató de balbucear algunas palabras, aunque no pudo hacerlo. Por lo que recurrió a su fiel pizarra.
"Tiene mucho miedo, está atrapado en él".
Sara frunció el ceño y corrió la vista con fastidio, ¿miedo? Ese chico no había pasado ni la mitad de las cosas que ella, no tenía idea lo que era el miedo.
"Tú has conquistado tus miedos. A él jamás le pegaron, pero lo han amenazado lo suficiente como para poder gobernarlo" escribió Helena, siendo insistente.
Sara entendía que era su hijo y quería justificarlo de algún modo, pero le pedía demasiado.
"Es el preferido de su padre porque es él que más le teme. Nikola sabe que puede llevarlo a donde quiera de las narices, que no intentará nada contra él".
—Y así será —dijo Sara, clavando los ojos en aquella mujer—. No se atreve a hacer nada por sí mismo, el único motivo por el que me fue a buscar a Santa Mónica es porque no quería quedarse sin Jeff.
"No es malvado".
—¡Sí lo es! —clamó Sara, poniéndose de pie—. ¡Siempre encuentra una manera de hacerme daño! ¡Yo también tengo miedo! ¡Podría haberme quedado en la playa, pero estoy aquí!
"Pero tú eres fuerte, él débil, esa es la diferencia" agregó Helena. "Entiendo si no quieres perdonarlo, no tienes que hacerlo, pero ahora mismo siente culpa, puedes pedirle el favor que quieras".
—¿Dónde está? —Sara resopló, al menos tenía que intentarlo.
"En su cuarto de pintura, y no dejará que entres, nadie lo hace"
—¿Y qué debería hacer con eso? —preguntó desafiante.
Helena recorrió su habitación y tomó un alhajero, de allí sacó una horquilla para el pelo.
"Te enseñaré a abrir puertas".
Esa noche, en apariencia tranquila, Sara aprendió más de una cosa: Joan seguía teniendo una mente muy extensa y demasiados enigmas que no podría descifrar; los artilugios de Jeff para el escape, y su boca floja, eran heredados de su madre; aún en la más plena oscuridad habían aliados. Y, por último, probaría hasta donde llegaba su paciencia con alguien como Jack, aunque no mereciera nada.
Tras varios corredores, tras esquivar decenas de vampiros de apellido Arsenic, concubinas, esposas y gente de la servidumbre, Sara llegó hasta la escalinata que la llevaría a la habitación marcada. Helena le había advertido que Jack era muy celoso de sus obras, las guardaba, en su mayoría, en una habitación especial para su arte; amplia, luminosa, en la que daba rienda suelta a su inspiración. Aunque, como artista, no le interesaba la fama. Un vampiro no podía darse a conocer al mundo, así que tan solo recibía encargos de las familias cercanas, no más. El resto de sus obras eran pura expresión personal para acumularse en las paredes de ese lugar al que solo visitaba él.
No había nadie por allí, era seguro que las habitaciones contiguas estuvieran vacías. La puerta a la habitación de arte esperaba. Manteniéndose nerviosa, jugueteó con la horquilla que Helena le había regalado. Golpear la puerta sería inservible, incluso Nikola se mantenía alejado de aquel lugar. Ese era el único sitio donde Jack tenía algo de intimidad, aunque eso se debía a una conveniencia: darle la ilusión de libertad.
Sara se puso en cuclillas observando con inutilidad tras el cerrojo. Muchos objetos tapaban su visión. Cerró su puño y pretendió golpear la puerta, pero luego se detuvo. Debía atraparlo antes de que inventara una excusa para no abrirle o huir de ella.
Sin más remedio, introdujo el alambre retorcido, tal y como se lo había indicado la vampiresa. Procurando hacer el mínimo ruido posible, para no alertar su fino oído, Sara siguió el mecanismo indicado por aquella mujer; aunque era mucho más dificultoso de lo que creía. Retorcer el alambre hasta hallar el seguro de la misma, luego debía girar el mismo manteniendo la tensión, requería fuerza y mucha concentración, pero la necesidad le jugaba a favor; en solo tres intentos la puerta abrió.
Ni siquiera chirrió, y Sara puedo ingresar.
Cualquier cosa que se imaginara sobre ese lugar, estaba fuera de la realidad.
En primer lugar, era un sitio enorme, colmado de bastidores, maniquíes, bustos de hierro o yeso; olor a pinturas, trementina y un vestigio de sangre. Nada fuera de lo común para la habitación de un artista vampiro. Lo malo estaba en los muros, tan altos como colmados de cuadros aborrecibles, repugnantes, lúgubres, y tristes.
Sara no era crítica de arte, pero jamás pretendería tener un "Arsenic original" en su sala de estar.
Las escenas eran espeluznantes, gente torturada, masacrada; expresiones de enojo, tristeza, desesperación; en donde los tintes rojos y negros predominaban de un modo dramático y cruel con pinceladas rápidas y violentas.
Ella tapó su boca, agarrotando cualquier ruido que pudiera salirse de su garganta. Jack había pasado de ser un cobarde a ser un artista muy atormentado. Lo que veía no se trataba de una temática al azar, sino lo que habían visto sus ojos a lo largo de su vida, y, ante la idea de volverse loco con esas imágenes en su cabeza, lo exteriorizaba en lienzos, tras lienzos.
Sara avanzó. Jack estaba en un banco alto, de espaldas a ella; dando los últimos retoques al cuadro que había hecho de ella luego de flagelarla.
—Jack —susurró Sara. Él no dejó de mover el pincel, ya la había oído entrar—. Tengo que pedirte un favor —dijo sin preámbulos.
—¿Qué te hace pensar que voy a meterme en problemas? —respondió sin devolverle la mirada—. ¿No aprendes conmigo? Me das a pensar que estabas tan necesitada de cariño que terminaste metiéndote con las primeras mierdas que te hicieron una caricia. Eso no es amor, es ser estúpida, masoquista.
Ella avanzó algunos pasos más.
—Eso no es así. —Sara caminó hasta él y miró el lienzo con asco—. Si tú no me amas puedo entenderlo, pero yo tengo en claro mis sentimientos. De todos modos, no es de esto que quiero hablar. Necesito que hables con Ámbar, yo no puedo salir del castillo, necesito que le avises que mataran a Leif, tiene que protegerlo.
—No podrá hacerlo —dijo Jack, dejando sus pinceles y volteándose para verla a los ojos—. Qué tenga el título de concubina no la hace menos esclava que tú.
—¡No lo sabemos! —Sara apretó sus puños—. Vine a esto, y si no lo arriesgo todo nada tendrá sentido.
Los ojos de Sara se colmaron de lágrimas ante lo que creía obvio, no recibiría ayuda de Jack. El comprimió su gesto, como si algo le hubiese dolido; enseguida extendió sus manos y secó las gotas que caían del rostro de ella, pero sin decir nada, como si no pudiera hacerlo.
—Jack, tu padre no te matara —gimió sollozante—, pero matará a los que amo. Nuestras vidas no valen nada en este sitio. ¿Por qué te empecinas con satisfacer a un demonio? ¿Temes que te hagan eso? —preguntó señalando a los cuadros de las paredes. Él bajó su vista al suelo—. Entiendo que tengas miedo, pero es tu miedo lo que lo hace fuerte, ¡enfréntalo! ¿Pretendes quedarte aquí siendo infeliz? Algún día no te van a alcanzar los muros para colgar las pesadillas que acumulas, y será tu entera culpa. Tendrás merecida cada desgracia que suceda en tu vida.
Como si fuese un niño regañado, él comenzaba a lagrimear sin mirarla, sin contradecir sus palabras. El agua rodaba desde sus ojos celestes, empapando sus tupidas pestañas hasta deshacerse en sus labios morados.
Sara esperó una respuesta, pero no la consiguió.
—De todos modos, gracias por escuchar, joven Arsenic. —Sara apretó su mandíbula guardándose las palabras hirientes para darse la vuelta y pensar en otra alternativa.
Jack vio a Sara alejarse con un paso desganado y no pudo soportarlo. Corrió a ella para tomarla del brazo.
—¡Voy a ir, voy a ir! —repitió, ahogándose en lágrimas—. Voy, voy a avisar a Ámbar. voy a hacer todo, todo lo que pueda, todo lo que me digas.
Jack cayó de rodillas, entonces lloró con más intensidad. Ella no pretendió agradecerle y se alejó tres pasos de él; necesitaba ser fuerte, no sucubiría a sus torpes lágrimas, a sus vagas ofertas.
—Prométemelo —exigió Sara.
—Lo haré, lo haré al amanecer, antes de que llegue mi padre. —Jack hipó limpiando su rostro—. Pero hasta entonces quédate conmigo.
Deseaba negarse, no porque le causara desprecio, sino porque se sentía inmoral con él, temía ser lastimada otra vez, ¡eso era lo más probable! Lamentablemente Jack era su placer culpable, un amor que se volvía ambiguo y atentaba con convertirse en una enfermedad. ¿Cambiaría? No estaba segura, tampoco en que cumpliría su palabra; pero, aunque esa noche se quedara con él seguiría siendo distante, no lo perdonaría, no hasta ver verdaderos resultados, algo más que lágrimas y palabras bonitas.
—¿Podrías desnudarte? —dijo él, aún con sus ojos irritados.
Los ojos de Sara se volvieron rojos de rabia y se dispuso a golpearlo, pero Jack se apresuró:
—Quiero pintarte, hacer algo mejor, cambiar el estilo, tal vez.
Ella dio un vistazo a los muros.
—Son horribles, eres bueno haciendo cosas horribles, Jack. —Sara desabrochó su vestido—. Quítalos, préndelos fuego y píntame sonriendo, feliz de que harás algo bien. Es momento que cambies el repertorio, o será la última pintura que conserves con mi cara. Recuerda que ahora mismo ya no somos nada, ya no hay pacto de sangre que me una a ti —dijo al quitarse su última prenda.
—¿Y si logro hablar con Ámbar? —preguntó sintiendo algo de ardor y a la vez miedo por la respuesta.
—Solo ahí te daré una chance para que lo intentes, pero perdonarte requiere un milagro. —Ella se sentó sobré un sofá extendiendo su cuerpo de un modo sugestivo y provocador, sonriéndole tentándolo a resistirse a eso que tanto le gustaba.
Él observó por un ventanal de cortinas negras, todavía faltaban unas horas para el amanecer, y otras tantas para la ejecución. Jack inspiró hondo, mojó su pincel en un tono blanco mezclado con tierra siena, y comenzó a pintar.
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