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25. Milenarios


No existía forma sutil de decirle a Sara que sería la cena. Ella lo prefería así, la cruda sinceridad a los eufemismos baratos. No sufriría por ello, no se quejaría del trágico destino que podría haber evitado de ser más egoísta. De hecho, era lo mejor que podía pasarle, y no se trataba de que el masoquismo le sentaba bien, sino que lo veía como una chance. No podía perder tiempo con un corazón roto, no podía perder tiempo con azotes que sanarían, no podía desviarse de su objetivo, de lo verdadero e importante. Presenciar una reunión tan significativa, aunque fuera con una manzana en la boca, era una oportunidad de oro para recopilar datos, para llevar a cabo su trabajo como caballo de Troya. Su inmolación y su pesar tenían un objetivo claro: salvar a sus seres queridos.

Con impaciencia, esperó hasta la hora que fue recogida por los escoltas de Nikola. ¿A dónde la trasladaban? No lo sabía. Al menos el viaje era tranquilo ya que Nikola y los gemelos iban en una limusina aparte.

Los escenarios se repetían sin cesar, y se sentía como estar inmersa en un perpetuo Déjà vu de bosques y castillos nocturnos, ahora cubiertos de nieve. Los chubascos de días previos se acumulaban en copos blancos que endurecían el suelo y enfriaban el sombrío ambiente.

La hilera de vehículos se detuvo en la fachada de un palacio en blancos y dorados, que ni el negro de la noche podía opacar. Sara no reconocía el lugar.

Decenas de personas ingresaban, entre los que estaba Nikola, pero ella fue guiada hacia otro sitio, hacia la parte trasera junto a la servidumbre.

En una amplia cocina, una cuantiosa cantidad de jóvenes vampiresas se ocupaban de la vajilla, los manteles y las bebidas para la noche.

—Sígueme —indicó una vieja de unos sesenta y tantos, maltrecha, y vestida de sierva, pero de naturaleza vampírica.

A Sara le parecía curioso. Se suponía que los vampiros dejaban de madurar alrededor de los treinta. Pero, con una leve conjetura, si se era transformado en su adultez no se podía volver el tiempo atrás, ¿no? ¿Quién habría sido la mente perversa que había transformado a una veterana achacosa para hacerla trabajar sin descanso? Prefirió no averiguarlo, la señora no parecía ser una abuelita amable, en su rostro se palpaba el eterno odio a su creador.

Ella la siguió sin chistar hasta un enorme baño con una vieja bañera en medio. Cuatro doncellas esperaban a cada esquina de la misma.

—Métete —ordenó la señora con aires hoscos y petulantes.

Sara resopló, se quitó sus ropajes y vio el momento justo en que todas las presentes se sorprendían de sus reciente heridas con espanto. No le importó más, y se sumergió en el agua.

—Puedo bañarme sola —indicó ella, viendo y considerando que las cuatro mujeres se le acercaban con esponjas en la mano.

—Cállate —lanzó una joven, mostrando sus colmillos—. No es un baño de inmersión. Te limpiamos como lo haríamos con las verduras para la cena.

—La idea es quitarte todo el perfume, sudor o cremas que alteren el sabor de tu piel —dijo otra, frotándola con fuerza en los brazos—. Bladis es muy estricto con ello, no le gusta perforar la piel rociada de químicos.

—¿Bladis? —inquirió ella.

—La cabeza de la familia Arsenic —respondió quien tallaba sus pies.

—Pensé que era Nikola —farfulló la joven presa.

Las doncellas rieron por lo bajo, burlándose de lo poco que sabía.

Sara no volvió a chistar, al menos entendía porque solo usaban agua caliente. Su cabello quedaría duro sin acondicionador, pero eso era irrelevante cuando tenía que soportar que frotaran su espalda y relamieran las sobras de su sangre.

Quizás había algo bueno en ser la cena, y era que sanaría un poco más rápido.

Al salir de la bañera, la secaron con fuerza y le trenzaron el cabello, tensando cada hebra. Así también le colocaron un camisón, que apenas la cubría; el mismo era de seda blanco en conjunto a unas sandalias bajas. Empezaba a creer que el "blanco" de sus ropajes era siempre intencional.

Sara fue escoltada hasta la cocina. El trajín de idas y venidas del personal era una coreografía estresante. El parloteo y las órdenes que se enviaban eran un cántico ensordecedor. Algo importante sucedía en la sala, y ella, de forma inútil, trataba de husmear cada vez que la puerta se balanceaba de adentro hacia afuera. Tan solo podía ver el brillo incandescente de las lámparas colgantes, la suntuosidad de algunos mobiliarios. No tenía más que quedarse esperando algo junto a un costal de papas.

Dos muchachos fuertes ingresaban a la agitada habitación portando una bandeja plateada de un tamaño comparado al de un ataúd, la misma la llevaban sobre sus cabezas.

—Déjala sobre el suelo —indicó la vieja, que solo daba órdenes. Los jóvenes hicieron caso y se marcharon—. Sube —exigió a Sara con una mirada tajante.

Sara inspiró hondo y contó hasta diez.

<<Voy a olvidar lo humillante que es esto y voy a repetirme en la cabeza "los vampiros van a tener lo que merecen" >> pensó Sara, dando un último suspiro antes de arrodillarse sobre la misma.

Las doncellas le colocaban frutas y flores a su alrededor; y, aunque sus intenciones eran hacerla ver como una apetitosa obra de arte, cada vez más se parecía a un pavo de Navidad; un pavo que comenzaba a vibrar del miedo por lo siniestro de la situación.

¿Y si pretendía comerla de forma literal? después de todo, los Belmont lo hacían en sus épocas de vida, sin importarles una mierda los tratados con la iglesia. Trataba de pensar que Nikola no lo permitiría, aunque, habiéndose enterado que él no era el jefe, todo dependía de ese tal Bladis.

No pudo reflexionar más, tampoco pudo buscar una salida al embrollo en el que se había metido. Los hombres que habían traído la charola, ahora la elevaban con facilidad; con Sara encima, recostada y sin poder moverse.

Inspirando y exhalando, Sara pensó que se le acabaría la valentía, y que su mente se perdería en la locura. Habían sido dos años y medio, tranquilos y hermosos junto al mar; cuyas únicas preocupaciones eran los impuestos, o que sus gatos no utilizaran la caja de arena, pero ahora ¿qué sucedía? Volvía a la subnormalidad del mundo vampírico, y notaba como se había desacostumbrado a la oscuridad.

Deseaba el sol y la arena en sus pies más que nada en el mundo.

Ella sintió el impacto de cuando la colocaron en el centro de la mesa, con la vista al techo, donde colgaba un hermoso candelabro de piedras cristalinas. Los vampiros aplaudieron a su alrededor, no sabía cuántos eran, aunque la mesa sugería ser extensa.

Bladis Arsenic, "el milenario", como algunos lo llamaban, se ponía de pie, tomaba una copa y la alzaba por sobre su cabeza. Sonreía con aprobación al ver a Sara estática, aterrada, como debía ser. Agradecía la decoración, era una presentación impecable para un plato exquisito. Nada de perfumes artificiales ni sudor, justo como a él le gustaba. Tierna y jugosa, cándida y obediente.

Los humanos eran alimento, debían entenderlo, comportarse como tal.

A la par del anfitrión, elevaron sus copas los demás comensales: Nikola y su mujer -y prima- Helena Arsenic; Simón Leone juntos a dos hermanos menores, George y Edric. Así también los padres de Stefan, Úrsula y Andrew, junto a la hermana de la difunta Imara: Catalina Báthory.

Por su puesto, asistía Lord Lancelot Blair y su esposa Morgana, padres de la recién casada Charlotte; además, estaban los representantes de la familia que pretendía unirse a ellos: los vampiros Däemonblut Edwin y Caroline.

—Brindemos por esta maravillosa noche —dijo Bladis, enmarcando la más siniestra sonrisa.

Todos brindaron a la par.

— ¿Y bien? —inquirió Nikola señalando a la humana—. ¿Qué te parece?

—Ridículo —dijo con sus ojos claros en vista a la nada, tomando la mano de Sara en busca de las venas, de su sangre —. No puedo concebir la idea de que haya entrado al mercado de esclavos cabalgando sobre un licántropo, ni las otras historias de sus amoríos.

—Lo del licántropo es cierto —respondió Nikola, viendo los labios de Sara—, lo demás no lo es. Solo tenemos la certeza que Azazel nos traicionó, tuvo contacto con el enemigo y no lo advirtió. Envió dos ofrendas lejos, es posible que las haya reclutado para desestabilizarnos. Y, peor aún, pretendía llevarse a nuestros chicos junto a Vlad Dragen.

—Hay que ejecutar a Azazel cuanto antes —dijo Catalina, ansiosa por la aprobación de los suyos.

Bladis asintió con levedad, en el momento justo que clavaba sus colmillos en la palma de Sara y esta torcía su mueca con escozor.

—¿En cuánto a los híbridos? —inquirió Simón Leone, esperando la resolución.

—Hay que matarlos —resolvió Bladis, y Sara sintió su corazón detenerse—. Imaginen que un híbrido tuviera una cría con una vampiresa impura, nacería un ser con una destreza superior, inmortalidad y curación. Nuestro sistema de linaje no tendría sentido, quedaríamos sometidos a la especie híbrida.

—Hagan lo que quieran con el niño —se impuso Lord Blair—, pero mi hija pagó por el lobo adulto, hasta que no se canse de él no puedo pedirle que lo mate.

—Aún podemos sacarle información —dijo Simón.

Bladis rió de un modo bajo, pero insultante. La idea que conservaran al animal no le gustaba. Los verdaderos motivos no los diría en voz alta para no generar un conflicto interno.

—Ni aunque cortes su piel en trozos sería capaz de decirte algo —comentó el milenario, limpiando con una servilleta los restos de sangre de sus comisuras, indicando a los demás que podían probar de la comida—. Los licántropos, en algunos aspectos, no cambian. No delatarían a los suyos, es muestra de su honor y sus valores morales.

—¿Cómo sabes de su comportamiento? —preguntó Däemonblut Edwin, clavándole sus violáceos ojos—. Oí que todo este tiempo creyeron que los ataques provenían de los "exorcistas". Nadie tenía idea que fueran licántropos, pero ¿tú sí?

—El modo en el que planean atacarnos, y cómo lo hicieron, es puro de los exorcistas. —Bladis elevó una ceja, no le gustaba la pedantería de aquel hombre—. No está en la naturaleza de los licántropos, que conocí siglos atrás, los actos vengativos, los planes medidos y las guerras. Los lobos puros, de antaño, tenían su inocencia intacta, por eso eran fáciles de tomar, de pisotear y de profanar. Eran simples animales de apariencias humanas. Eran nuestro platillo preferido. Un verdadero manjar.

—Con mi padre vivimos en una época en la que tomar sangre de licántropos era un festín —admitió Nikola—. Enviábamos soldados a los bosques, y robábamos a sus niños y mujeres. Los sometíamos en nuestra fortaleza, una en la que los licántropos ya no podían traspasar, porque tampoco se acercaban a las ciudades; los humanos aborrecían temiendo de su bestialidad.

—Al final, un día, ellos dejaron su territorio —murmuró Catalina, quien también era testigo de aquellos días—. Desaparecieron de sus escondites, desaparecieron de la faz de la tierra. Los creímos extintos, puesto que eran perseguidos por humanos, religiosos y vampiros. Fueron más de dos siglos sin noticias de su paradero. Los licántropos pasaron a percibirse como un lejano mito. La gente dejó de creer en ellos, los olvidó. Luego, Azazel hizo tratados con la iglesia.

—En el Vaticano existía una división de exorcistas —explicó Bladis—, ellos abandonaron al Papa antes de verse involucrados en negocios con nosotros. No estaban de acuerdo con que la iglesia fuese socia de los vampiros. Siendo expertos luchadores y tácticos, pretendían exterminarnos, decían que teníamos el demonio dentro, que no importaba que tan civilizados pareciéramos, no podían pactar con nosotros luego de las matanzas y la degeneración de nuestros actos. Por suerte, a la mayoría le gustaba más el dinero y nuestro elixir.

—Nunca pensamos que buscarían a los licántropos para aliarse con ellos —admitió Catalina—, creíamos que nos atacaban exorcistas humanos, hasta que vimos sus formas. Está claro que los exorcistas buscaron a alguien que nos aborreciera tanto como ellos, ¿qué mejor aliado que esas bestias sucias? Los licántropos actuales tienen sangre de bestias y exorcistas capaces de esperar siglos por la venganza perfecta.

—Como licántropos y humanos pueden aparearse, combinaron sus ambiciones, sus fuerzas y sus deseos de destruirnos —concluyó Bladis.

Däemonblut Edwin inspiró con estupor, en sus tierras no había licántropos, o quizás sí, no lo sabía. ¿Habría sido buena idea meterse con vampiros tan problemáticos?

—Así que son exorcistas y licántropos son uno solo —dijo Edwin—, y ahora también son híbridos.

—Sí —afirmó Simón, rozando con sus dedos las piernas de Sara, ya quería comer. Recordaba la vez que la había conocido en la granja, había querido probarla, degustar cada centímetro de esa joven piel. Tal vez lo habría hecho de no ser porque su hijo había terminado por noquearla.

—Es mejor no subestimar la sed de venganza —suspiró Lord Blair.

Un molesto silencio los mantuvo en reflexión. ¿Hasta qué punto convenía provocar a las bestias de la luna? Al final resolvieron que harían lo posible por buscarlos y exterminarlos; asimismo firmarían un pacto que prohibiera el nacimiento de cualquier híbrido, y junto con ello, cualquier vampiro que se pretendiera mezclar su sangre sería penado a muerte.

Esos monstruos, tanto lobos como híbridos, eran la piedra en su zapato, una de la que debían deshacerse cuanto antes.

Luego de esa resolución, procedieron a continuar con la cena. Sara cerró sus ojos al sentir una gran cantidad de colmillos sustraer su sangre con cuidado, hilos rojos deslizarse por todo su cuerpo, un intenso picor que iba desde la coronilla hasta los pies. Algo repulsivo.

Auto-hipnotizarse ante esas circunstancias cada vez costaba un poco más. Pequeñas dosis que disfrutaban en conjunto al alcohol y otros manjares. Esperaba que no sintieran el espumarajo en su estómago, había algo aterrador en esa larga charla, algo que podía dejar en claro: ejecutarían a Leif. Necesitaba una coartada urgente.



Con el fin de la reunión, las familias Leone, Däemonblut y Blair se marcharon satisfechos, y sobre todo muy ansiosos por el día de la ejecución, sería un gran evento que pondría punto final a la era de Azazel "el impuro". Tras ellos, la familia Báthory se marchaba; no habían dicho mucho, ni querían hacerlo, lo que decidiera Bladis estaría bien.

—Debiste prohibir que Blair conserve al licántropo híbrido —dijo Nikola a su padre, Helena arqueó una ceja ante el comentario.

—No puedo decirles que lo maten ahora —respondió Bladis—, recién ingresan a la hermandad, es mejor no agitar las aguas entre nosotros.

—¿Qué pasará si intentan fortalecer sus linajes mediante él? —interrogó Nikola, con la preocupación entre ceja y ceja—. ¿Qué nos hace pensar que no van a traicionarnos ahora que lo saben?

—Por eso debemos actuar primero —respondió Bladis, contradiciendo el dictamen que había hecho a sus aliados—. Hay que tomar algunos lobos y fortalecernos con sus genes. Es así como llegué a la cima, es así como tú fuiste el mejor entre tus hermanos. Siempre un paso antes, Nikola.

Ante esta declaración, Nikola sonrió con cierto orgullo en sus añejos recuerdos. Era verdad que, reproducirse entre vampiros, costaba un poco más que a los humanos entre ellos. Los Arsenic podrían haber sido muchos más, ahora solo se reducían a un pequeño puñado de vampiros, la poca cantidad de los mismos se debía, en parte, a los intereses personales que los llevaban a matarse entre ellos.

La familia Arsenic no era para débiles, sobrevivir requería sacrificios. Solo los fuertes se mantendrían de pie y perpetuarían el apellido en la cima de la pirámide.



Una bata esperaba en la mano de la vieja que daba órdenes, Sara la tomó pero no agradeció. La preocupación le quemaba la cabeza. De enterarse del fatal destino de Leif, Francesca y Tommaso cometerían cualquier locura. Sería en vano ponerlos al tanto. Su única solución era Ámbar, ella cuidaba de él. Tenía que hallar la forma de comunicarle lo que estaba a punto de suceder.

Sara caminó de un lado a otro mientras se mordía los nudillos. La vieja y las doncellas la miraban ir y venir, esperando a ser recogida.

—¿Qué pasó humana, pensaste que te convertirían? —rió una vampiresa intentando ser cínica.

—Gracias a Dios no lo hicieron —respondió Sara, sintiendo su lengua vibrar entre insultos guardados—. No quiero volverme una eterna cenicienta incapaz de rebelarme.

Los ojos de la vampiresa se volvieron rojos y furiosos. Las muchachas que la acompañaban la miraban igual de molestas. Sara las insultaba a todas sin tapujos, ¿acaso no se daba cuenta lo débil que era ante ellas?

—¿Así que prefieres ser alimento perecedero? —insistió la vampiresa.

Sara resopló al cielo, agitó sus cabellos tratando de comprender a esas pobres almas en pena.

—Prefiero cualquier cosa a darme por vencida.

—Pero bien quieta te quedaste en la bandeja, como una cerda horneada.

—Con esta cara de mosca muerta conseguí lo que quería, ¿que han logrado ustedes siendo vampiresas? —Sara llevó su mano a su boca fingiendo sorpresa, desquitaba su ira de un modo cruel, poco le importaba—. ¡No me digan que nada! ¿Será que les gusta lamer las botas de ese viejo decrépito?

La vieja reía al ver a las jóvenes pelearse.

—Niñas tontas —las interrumpió—. ¿Acaso no les da vergüenza pelearse entre ustedes? Desquítense con quien lo merece. ¿O es que temen volverse ancianas?

A pesar que las vampiresas no le hicieron caso, Sara la escuchó con atención. La vieja tenía razón, las peores cosas habían pasado cuando, junto a Ámbar y Francesca se peleaban, y las mejores cuando se volvían a unir.

Nikola invadió la charla, amenazando con sus ojos de glaciar a las jovenzuelas que intentaban amedrentar a la humana, aunque ella ya no temblaba ante un par de colmillos.

Sara se acercó a él, las palabras no eran necesarias, él quería que la siguiera.

Ambos salieron de la cocina. Sara caminó tras su espalda.

—Mi padre, quiere conocerte mejor —confesó Nikola, Sara arqueó una ceja con disgusto, pero él no la vio—. Has escuchado mucho esta noche, quiere asegurarse que no serás un problema.

—¿Qué podría hacer yo? —preguntó Sara, provocando una furiosa mirada de aquel vampiro.

—No podrías hacer nada, eres una esclava —admitió con calma—, pero no te conoce. Es desconfiado, ante la mínima chance, quiere asegurarse que eres tan obediente como te describí.

—¿Por qué no me mata para disipar las dudas? —preguntó Sara, jugando con fuego.

—Eso no —sonrió Nikola—. Matarte significaría que fallé, y no fue así. Yo mismo dije que me clavaría una estaca si no te sacaba buena. Mi padre es obsesivo en muchos aspectos, tiene más de mil años. Tan solo debo cumplirle el capricho de verificar que todo lo que hago está bien. No me presenta ningún problema dejarte con él.

—¿Y si considera matarme? —preguntó ella.

Nikola volteó su rostro e inspiró con fuerza.

—Primero me matará a mí por fallar —admitió Nikola, irguiendo su cabeza con una mueca sonriente—. Pero eso no me preocupa, todo está en orden. Yo no fallo, y la prosperidad se acerca, en parte gracias a ti, pequeño corderito.

Sara mordió su labio. Conocía a Nikola, sabía que su orgullo no le dejaba ver que ya no era la niña a la que él sometía, ya no era su "pequeño corderito". Las cosas habían cambiado, pero de Bladis Arsenic nada sabía.

—Señor Nikola —balbuceó Sara, estrujando sus dedos, él se dio la vuelta con fastidio. La humana se estaba desviando de sus límites, de igual modo esperó a que hablara—. Si todo sale bien para usted, me gustaría pedirle un favor.

—¿Por qué te concedería algo?

Los ojos de Sara se llenaron de abundantes lágrimas, las mismas cayeron con un repiqueteo rápido de sus tupidas pestañas negras. Nikola se relamió, sintiéndose excitado.

—¿Qué quieres? —preguntó él, y ella alzó su vista poniendo la expresión más miserable que pudo.

—Despedirme de Leif.

—No lo harás. —Nikola le acarició la cabeza.

La oportunidad de insistir era nula. Sara limpió sus torpes lágrimas, y en cuanto él le dio la espalda ella lo maldijo en silencio.

Nikola, junto a Helena, se retiraron a hacia las habitaciones de huéspedes. Descansarían durante el día, y al ocaso regresarían a su morada. En cambio, a Sara le esperaba otro destino. La doncella, que anteriormente había insultado, ahora la esperaba sonriente para llevarla a los aposentos de Bladis.

—¿No te advirtieron que también serías el postre?

—¿No puedes mantenerte callada, Cenicienta? —Sara creía que la vieja tenía razón, pero no podía quedarse callada con esas mujeres.

La vieja amarga, que estaba oyéndolo todo, volvió a reír, negando con la cabeza. Sí, a esa amarga vieja se le dibujó una sonrisa y lanzó una carcajada tan estrepitosa como carrasposa.

—No seas tan arrogante —murmuró la anciana, esta vez siendo más amigable—. Por serlo, Bladis me condenó a la eterna vejez. Los subestimas.

—Si Bladis me deja viva, intentaré matarlo cada día —explicó Sara.

—Quisiera ver eso —farfulló la vieja.

—Lo está viendo.



Un baño enorme era el lugar en donde Sara debía presentarse. El mismo se ubicaba en la cima de una torre circular. El suelo era marmolado, la iluminación insuficiente. Los candelabros con velas eran todo lo que centellaba, alumbraban con poquedad las cortinas de terciopelo negro.

El cuerpo de Sara se contrajo, creyó estar frente a Satanás, horrible, pero perfecto. Era una sensación de miedo, simple y llano miedo. Sudaba ante él. Ese hombre de cabello oscuro, ojos secos y piel de un blanco sepulcral, despertaba su instinto más primitivo de supervivencia. No era ni de cerca un humano, y ahora, su lado vampírico relucía más que cuando estaba junto a los comensales.

Bladis Arsenic reposaba desnudo, sumergido en un piletón redondo colmado de sangre, el hedor a hierro era irrespirable y repulsivo. En su mano derecha sostenía una copa de vino, en su mano izquierda tenía una daga de plata con incrustaciones en rubíes. Su rostro tenía la expresión nula, esa de las personas que tanto habían vivido que ya no podían sorprenderse por nada. Carecía de emociones, buenas o malas.

Bladis se movía por intereses automatizados, como si hubiera perdido el rumbo y su único afán fuese el de perpetuarse en lo alto, sin alteraciones.

Ni siquiera Nikola le provocaba el respeto y frío punzante que él, el milenario Bladis Arsenic.

Las piernas de Sara no respondieron. Se sintió tonta y pequeña al recordar la presunción con la que había hablado a la veterana.

—Así que intentarás matarme cada uno de tus días con vida —susurró Bladis, él pudo penetrar la mente de Sara con solo una mirada, y ella no pudo responder—. ¿Cómo podrías hacerlo? —preguntó, dando a entender que su fino oído llegaba a cada rincón de su casa.

Sara tragó saliva, iba a caerse de rodillas frente a él.

—¿Qué te hace pensar que tienes una oportunidad? —inquirió disfrutando el aroma hormonal que la jovencita desprendía con su desasosiego—. La vieja Madeline lo hizo hasta ayer, y seguro mañana lo intentará otra vez. Nunca perdona matado a su familia y que me haya bebido su sangre para tenerla a mi lado por siempre. Las doncellas fueron más inteligentes, ellas cedieron a mí, pero no se resistieron, ahora son jóvenes eternas y hermosas.

La templanza de Sara se alteró, estaba sudando frío, muy frío. Las gotas se resbalaban por su espina mientras intentaba juntar aire en sus pulmones como si no hubiese corrido un maratón.

—Y Helena, tan boca floja —suspiró Bladis, dando un sorbo a su bebida—. No la maté porque mi hijo la prefería sobre las demás. Adoraba su temperamento salvaje y violento, pero no podía permitir que hablara de más, que traicionara a la familia. Por suerte la regresé al buen camino. A veces pienso en que quizás Jack y Jeff son mis hijos, ¿sabes? Nikola decidió no hablar más del tema, él los aprecia porque de algo está seguro, son hijos de su amada Helena. Es irrelevante mientras sean Arsenic.

Sara no pudo soportarlo más. A menudo hablaba de la muerte con liviandad, pero verla tan de cerca, siendo portada por un demonio tan lúgubre, no era alentador. Sus lágrimas empapaban su cara sin poder limpiarla.

—Temerme es bueno, el miedo te impide hacer idioteces —continuó Bladis—. Es una defensa de los seres vivos. Aunque es contradictorio al recordar lo que me contaron de ti. Supongo que es el efecto que surjo en los demás. He matado demasiados, tengo tantos años que no lo recuerdo. A veces creo que jamás fui un niño, siempre un rey, un rey vampiro y así será por siempre.

Bladis dejó su copa a un lado, e hizo un gesto con su mano, invitando a Sara a que se sumergiera en la esencia cadavérica para así acompañarlo en su deleite.

Ella caminó con el paso errático, temía lo que Bladis podía llegar a hacer con la daga en su mano.

¿Tendría alguna chance de escapar con vida?

Su pequeño y blancuzco pie fue sumergiéndose en la tibia y espesa sangre, que de alguna forma no se coagulaba. Luego, sumergió el otro pie, quedando cubierta hasta los muslos. Bladis volvió a indicar que se acercara más a él. Así lo hizo. Sara nadó hasta él sintiéndose asqueada. ¿Cuánta gente tendría que haber muerto para que él se diera un baño? Dudaba que fueran donaciones. Sin Azazel y sus tratados, los vampiros podían tomar cuántas vidas se le antojaran; aunque algunos lo hacían desde tiempo atrás sin importarles nada.

Bladis dejó la daga para tomarla de ambos brazos, estrecharla contra él y abrir su boca de un modo bestial. Dejó escapar un áspero gruñido. Preso de un hambriento arrebato, clavó colmillos y dientes en la carne blanda de Sara.

Ella gritó, y rápido se silenció. Sintiendo su cuerpo zarandearse con brusquedad, sintiendo su sangre huir de sus venas, sintiendo esa inmunda saliva penetrar su cuerpo. La inminente lujuria se apoderaba despojándola de razón, se avergonzaba de ello, pero no podía evitarlo, su cuerpo no asimilaba el daño, la violación, tan solo se limitaba a responder a los estímulos del elixir maldito.

Bladis se separó de ella, atrapándola entre sus brazos, como un león a un venado. Su rostro estaba empapado en la sangre que relamía gustoso.

—Nada como extraer la tibia sangre por mis propios medios —suspiró tomando a Sara para ponerla a horcajadas sobre él, para aferrarla con sus garras para seguir consumiéndola, poseyéndola, y manteniéndola despierta en la pesadilla—. No lo intentes, no tienes chances, niña —ronroneó en su oído, lamiéndoselo, penetrándoselo con su lengua—. He peleado y ganado miles de batallas, de guerras, y puedo asegurarte que siempre gano. Quienes estamos en la cima, allí permanecemos. La justicia divina y el karma no existen.

Sara asintió y él prosiguió tomándola como quiso durante toda la noche.



En la antigua institución Báthory, dos guardias que escoltaban la entrada, se debatían si dejar entrar a ese muchacho o no.

Joan vestía de negro, con un sobretodo y las manos enguantadas. Él llevaba un maletín en la mano derecha, y una jaula de aves en la izquierda. Tenía el elegante porte de un joven maduro, y pasarle por encima no les sería tan fácil. Su elocuente manera de hablar y su gracia para argumentar sus peticiones, descolocaban a cualquier ignorante de las palabras. Aunque le estaba siendo difícil esta vez.

—Tenemos órdenes expresas de Catalina, no podemos dejar pasar a nadie en su ausencia —decía uno de los guardias.

Joan echó un ojo a todo el castillo, estaba rodeado de esos tipejos impuros. La seguridad se había multiplicado. Tendría que entrar por las buenas.

—Soy un Báthory, este castillo me pertenece, y ustedes son de mi propiedad —dijo Joan, pretendiendo no volver a repetirlo.

Los guardias se miraron nerviosos, estaban confundidos y aún no se corrían.

—Están despedidos —indicó Joan, dando por finalizada la "discusión"—. No solo eso, ahora ya no serán guardias, pediré que los ejecuten por irrespetuosos.

—¡No, no! —comenzaron a exclamar ambos, tirándose de rodillas ante él. Pero Joan no se inmutó, los pasó de largo y entró a la morada.

—¡Perdónenos, señor! —gritaron al momento que les cerró la puerta en la cara.

—¿Qué fue eso? —preguntó Adam, descendiendo por las escaleras—. ¿Qué haces aquí? ¡¿Y qué es eso?! —inquirió más sorprendido al ver una rata voladora en la jaula de Joan.

—Me alegra verte bien, Adam —dijo Joan, acercándose a Adam para darle un abrazo y una palmada en la espalda, que dejó a Belmont rígido como una roca.

—N- no me toques tanto —gruñó el rubio, haciendo una mueca avergonzada—. ¿Vas a decirme que tienes ahí?

—Un Desmodontinae, originario de América del sur. —Joan hizo una mueca de lado y observó a su mascota—. Nuestro pariente lejano, su saliva contienen anestésicos y anticoagulantes. Se alimenta de sangre, debido a las condiciones extremas en las que se ha desarrollado su especie se supone que su alimen...

—¡Cállate!—exclamó Adam, un tanto molesto—. Simplifícalo, es un maldito murciélago. No me interesa la historia de su vida.

—Necesito que lo cuides. Se llama Conde Negro.

—¿Qué? —preguntó Adam un tanto desencajado—. Que camine por estos pasillos no significa que no soy un prisionero. En unos días me casarán, me iré a la mansión Belmont, ¿qué te hace pensar que estoy apto para cuidar una rata chupasangre portadora de rabia? ¿Por qué yo?

—Cuidaste de Demian, puedes hacerlo con Conde Negro. —Joan le extendió la jaula con una mirada suplicante—. Haré un viaje y no puedo llevarlo, a pesar que me encariñé con él.

—¡¿Un viaje?! ¡¿Cómo harás un viaje?! —Adam se ofuscó ante tal idea, Joan seguía en la mira de la hermandad como cualquier otro—. Además, ¡¿estás comparando esa rata con Demian?! Yo quería estar con él.

—No iré a surfear a Santa Mónica, si eso te preocupa —respondió Joan, rodeando sus ojos—. Es importante encontrar alguien que me respalde en mis asuntos. Me moveré rápido, tengo una coartada.

—¿No te importa Sara? —siseó Adam, con un tono más bajo.

—Es por ella que debo irme, y por las que vendrán, por las niñas del Cordero de Dios. —Joan trató de ser conciso con su mensaje, aunque las expresiones desagradables de Adam querían desaprobarlo por pretender alejarse de todos—. No quiero que ninguna pequeña sufra este destino. Desde mi posición, estoy analizando todo lo que puedo hacer. Siento que si vuelvo a ver a Sara con Arsenic, si vuelvo a verla derramar una lágrima, perderé el control, y de nada servirá. Matar un par de vampiros no nos otorgará ningún beneficio. Debo remover los cimientos para verlos caer.

—Está bien, confió en ti —masculló Adam, extendiendo la mano para tomar la jaula de Conde Negro, quien colgaba sobre sus patas de cabeza. Bestia horrible.

—Me despediré de ella, pero antes debo hablar con Azazel.

—Está en el calabozo —advirtió Adam, mirando con antipatía a su nueva mascota—, y ni yo puedo verlo. Los guardias están por todos lados

—No intentaré liberarlo, no podría hacerlo, solo hablaré con él.

—¿Crees que será fácil?

—Acabo de condenar a muerte a dos guardias, quizás quieran hacerme un favor antes de que Catalina regrese.

Joan pudo sacarle provecho a sus artimañas. Ante la duda de ser ejecutados, los guardias supervisaron al joven Báthory, y a su compañero, hacia las catacumbas del castillo. Cada peldaño que descendían, la oscuridad y el ambiente se condensaban en una impiadosa masa depresiva.

Un goteo incesante haciendo eco. Murmullos bajos. La escasa visión.

Adam y Joan tocaron el suelo rocoso que los introducía hacia las celdas.

—No sabía que este lugar existía —balbució Adam tras la espalda de Joan.

—Todos los castillos añejos tienen sus pasadizos, sus prisiones y catacumbas —respondió Joan, viendo con desagrado los insectos y ratones corriendo a medida que ellos se hundían en la desolación.

Adam y Joan detuvieron su paso al instante cuando oyeron unos ásperos bufidos rugir. Los guardias tras ellos les indicaron que allí estaban los prisioneros, por lo que los jóvenes aceleraron el paso.

—San-gre...

El murmullo suplicante heló la sangre de los visitantes, que de inmediato vieron lo que sucedía.

Los cuatro preferidos de Imara estaban en asquerosas jaulas enfrentadas. Víctor y Azazel de un lado; Evans y Liam por el otro. Perecerían por inanición. Era probable que los mantuvieran vivos con pequeñas gotas, lo suficiente para que pudieran respirar, pero no moverse.

Los cuatro se encontraban tumbados por los suelos, envueltos en sucios harapos esperando la condenada muerte.

—¡Maldición! —exclamó Joan, abriendo su maleta, de la cual tomó algunas bolsas plásticas con sangre. Adam lo ayudó, traspasándoselas a los profesores tras los barrotes.

Desesperados, bebieron hasta vaciar bolsa tras bolsa de sangre, hasta recobrar la elasticidad en sus pieles, el brillo de sus ojos, el color borgoña de sus labios.

—Joan, Adam —balbuceó Azazel una vez hubo recuperado el conocimiento—. ¿Qué hacen aquí?

—Joan ha venido a despedirse —respondió Adam, provocando sorpresa en todos.

Joan extendió una libreta a Azazel.

El director ojeó de forma rápida las hojas. Enseguida, Víctor se acercó para ver lo que allí había.

—Aquí nadie le dará importancia a esto, Joan —musitó Azazel, devolviéndole las notas—. Y te desaparecerán junto a tus ideas por subversivo.

—Por eso debo irme, mi idea no es exponérselo a los Arsenic —indicó Joan—. Ellos lo saben bien, saben que no estoy equivocado. Pero no puedo solo, necesito dar más sustento a mis palabras, y hacer que lleguen a cada rincón.

—Ve con Vlad —recomendó el ex director—. Él y su familia son gente que podrán ayudarte, tienen una vasta biblioteca, hartos conocimientos y los mismos objetivos que tú. Además que es un milenario igual que Bladis, ellos convivieron en las mismas épocas, le dará sostén a tus palabras.

—Pero ellos se han aliado al Vaticano —dijo Joan—, a los religiosos no les gustará.

—Los religiosos son humanos, saben adaptarse a las circunstancias. —Azazel tomó una bocanada de aire—. Eres el único que pude escapar de esta fortaleza. Eres una semilla capaz de sembrar ideas, cambiar arquetipos, incluso, cambiar la especie.

—De todas formas quería que ustedes vieran mi trabajo —farfulló un poco más bajo—. Siguen siendo mis maestros. De ustedes aprendimos lo que sabemos.

—Y por eso nos ejecutarán —resopló Víctor, dejándose caer contra los barrotes—. Al menos moriremos sabiendo que no todo fue en vano.

Adam pateó las rejas con rabia.

—Es increíble que no podamos hacer nada.

—No te alteres, Belmont —rió Azazel—, hemos vivido varias vidas, cuando deberíamos haber vivido una sola y muy corta, considerando la época en la que nacimos.

—Hemos tenido días malos —murmuró Evans—, pero más lo han sido buenos. Nos salimos con la nuestra durante trescientos años. Vivimos más de lo permitido, obligamos a los vampiros a jugar bajo nuestras reglas. Nuestra misión está cumplida, todos ustedes son una muestra de que, a pesar que nos maten, ellos no ganarán.

—Parecen resignados —resopló Joan, deprimido de verlos así.

—¿Qué más podemos pedir? —preguntó Azazel—. Nuestro objetivo hasta aquí llegó. Las raíces han sido echadas. El resto les queda a ustedes.

—¿Y Elizabeth o Francesca? —preguntó Adam, tragando saliva, no podía concebir el modo liviano con el que se dejaban ir—. ¿Acaso no les importa las personas que los quieren?

Víctor y Azazel bajaron sus miradas dándose por aludidos. Joan tomó del hombro a su compañero.

—Adam, vámonos ya —propuso el castaño, de nada servía molestarlos cuando la resignación a su destino era obvia.

Los dos jóvenes abandonaron las catacumbas, sintiendo un aura depresiva sobre sus hombros. Les era imposible no sentir la desazón en sus estómagos ante la idea que que nada podían hacer. No había final feliz para los profesores del Báthory, a pesar que ellos concebían su vida como un triunfo. Era difícil comprenderlos.

—¿Cuándo volverás? —preguntó Adam, viendo a Joan listo para partir.

—No lo sé. —Joan se detuvo para hablar una vez más con Adam—. Pero debo partir cuanto antes, no tengo un plan B. Mañana me despediré de Sara, claro que no me iré sin hacerlo.

—No eres el único que puede hacer algo —masculló el rubio, frunciendo el ceño—. Tengo mi As bajo la manga, mi pequeña bomba, y pienso detonarla.

—No lo hagas, saldrás lastimado. —Joan podía darse una idea.

—No me importa, Joan —resopló Adam—, todos estamos arriesgándolo todo. No me quedaré atrás.

Joan sonrió y asintió comprendiendo que no podría detener a Adam en lo que quisiera hacer. Un último abrazo, un poco incómodo, marcó la despedida de dos "amigos" que compartían algo más que un oscuro destino y decisiones suicidas.

El fin estaba cerca, y debían apostarlo todo.  

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