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21. Mercado de esclavos

La tormenta era roja, y ahora estaba bajo los techos del castillo, mojándolos a todos con su perfume mortífero. Tommaso era un tornado devastador. Sara se aferraba al cuello peludo, temiendo por su vida. Él podía hacerlo, podía matar unos cuantos sin vacilar, no perdería la oportunidad antes de ser atrapado. Ella veía desgarrar los cuellos de los malditos. El griterío era estrepitoso. El pavor que les provocaba el lobo no se comparaba con nada. En cierto modo era gratificante, un dulce bocado entre tanta amargura.

La velocidad a la que se movían era difícil de igualar, lo único que les tocaba la piel era la hedionda sangre de demonios que los manchaba de un oscuro bermellón.

—¡Disparen con balas de plata! —se oyó en el medio del caos.

Un disparo, seguido de otros tantos, aplacó el bullicio.

Tommaso los esquivó. Aunque no podría hacerlo por siempre.

Los disparos siguieron. ¡Cuatro! ¡Cinco! ¡Seis! Hasta perder el conteo.

—¡Tom! —gritó Sara, alzando su cabeza, aferrándose al cuchillo. Tommaso perdía velocidad.

Y una vez que la bestia trastabilló, decenas de vampiros se fueron contra ellos.

Él lobo lanzó un gruñido agarrotado. Lo habían herido; por la sangre en su pelaje, no se podía distinguir dónde.

Las balas prosiguieron.

El griterío cesó.

Tommaso cayó en medio de la fiesta, haciendo un estruendo al desplomarse en medio de un charco de sangre; su sangre. Jadeaba agotado, pero siendo un híbrido, la fuerza de su sangre hacía que las heridas no fueran mortales. Sara lo cubrió con su cuerpo y capa. Tomó el cuchillo, amenazando a quien se acercara a ellos, a quien se acercara a él.

—No, no, no... —susurraba frotando su mano sobre el lomo de su compañero de locuras.

—¡Traigan las cadenas! —se oyó decir a alguien, pero ella no podía saber quién hablaba. Los rostros estaban torcidos, deformados, su vista empañada le daba una imagen distorsionada de la realidad. Era una pesadilla, quería creer eso.

Las sombras con formas humanas acecharon a los intrusos. La mano de Sara, la que tenía el cuchillo, comenzó a temblequear; ante esto, ella lanzó cortes torpes al aire.

—¡Aléjense! —vociferaba, los vampiros hicieron caso omiso.

Unas fuertes cadenas plateadas fueron lanzadas hacia Tommaso. El olor al pelo quemado fue instantáneo. Él lanzaba chillidos horripilantes. Le quemaba, ¡quemaba demasiado! Eran de plata, plata pura. Ellos lo sabían, ya estaban al tanto de su debilidad.

Alguien tomó a Sara por las muñecas, arrastrándola lejos de él.

—¡Déjenlo! —clamó hasta desgarrarse sus cuerdas vocales.

Tommaso era encadenado frente a la mirada de Sara, ella veía como su forma animal se desvanecía ante la falta de fuerza, entonces, su debilidad humana aparecía, y su cuerpo humano mostraba el deplorable resultado.

Las voces solo eran un bisbiseo. El número de muertos era insignificante en comparación a todos los miembros de la hermandad.

Quien había tomado a Sara tenía una fuerza bruta sin igual, y una terrible rabia encima. A ella no le importaba, se zarandeaba para todos lados, queriendo librarse un segundo, a su amigo se lo estaban llevando a la rastra, lejos de ella.

Tommaso desapareció de su vista. Temía mucho lo que pudieran llegar a hacerle, deseaba que todo saliera como lo habían planeado, deseaba que lo dejaran vivo, pero el olor a su carne tostada era un réquiem a su muerte.

—¡Quédate quieta, vas a morir ahora, zorra! —dijo quien la sostenía, colocándole su cuchillo en la garganta.

—¡Ni se te ocurra, Simón! —exclamó otra voz, entonces Sara supo que quien la había tomado era el padre de Tony: Simón Leone, pero, quien intentaba detenerlo era aún más monstruoso.

Sara apretó sus ojos, ensordeció sus oídos, su cuerpo dejó de resistirse por completo. No quería oírlo, ¿por qué él? quería hipnotizarse y quitar su mente de esa situación. El aire se escapaba por su boca con fuerza. Se ahogaba.

Simón Leone ajustó su agarre, desafiando a su oponente. Quería deshacerse de esa pequeña desgracia en ese mismo instante, pero Arsenic Nikola no se lo permitía.

Leone debía obedecer, porque si bien era de sangre pura, la familia Arsenic tenía la última palabra, siempre.

—Dámela —ordenó Nikola.

No tuvo que insistir. Simón empujó a Sara, que aún seguía con los ojos cerrados, contra Arsenic, quien la tomó gustoso, en un abrazo macabro.

Los murmullos y los chismes comenzaron a correr en la sala.

—Ella no es la culpable de nada —dijo Nikola a los comensales, quienes no tuvieron más remedio que escuchar—. Es una ofrenda, una que yo mismo adiestre para que fuera dulce y complaciente. Ahora mismo tiembla del miedo, la siento contra mi pecho, está a punto de llorar —añadió casi en un susurro íntimo, solo para Sara—. Hay que dejarla viva, solo así tendremos a Belmont y Nosferatu en nuestra palma. —Nikola miró a Simón—. Tu hijo te obedecerá, Simón, y tendré a mis gemelos conformes hasta que se aburran de ella.

—¡Apareció montada en un lobo asesino! —gritó Catalina, viendo como algunos impuros ya limpiaban el recinto—. ¡No es una niña sumisa, admítelo Arsenic! ¡Es una víbora que ha enredado a tus estúpidos gemelos, y a los demás idiotas! ¡No pudiste con ella! ¡No la domaste!¡La volviste una zorra cautelosa!

—¡Cállate! —El gritó de Nikola hizo sobresaltar a todo el mundo—. Decir que los nuestros fueron manipulados por ella es una estupidez. ¡Una herejía! Ellos escaparon porque dejamos que Azazel les metiera ideas absurdas en la cabeza, ¡fue tu familia la que lo permitió, Catalina!

—¡¿Qué está sucediendo?! —interrumpió una voz temblorosa.

Adam descendía por las escaleras, tras él estaban los gemelos y Tony. No podían creer lo que veían sus ojos, habían oído el griterío, pero la habitación de Adam, en la última torre, estaba tan alejada, que ni siquiera habían logrado descifrar lo que sucedía abajo. No podían imaginar que Sara tuviera que ver con ello.

—Su ofrenda, tan piadosa —dijo Nikola en una sonrisa—, quiere seguir alimentándolos.

Ninguno se atrevió a correr a sus brazos, ella no los miraba. Tenía el rostro hundido en el traje de aquel hombre. Sabían bien como era la situación, y, aunque ella jamás había entrado en detalles, ahora, por su extraño comportamiento con él, podían darse una idea de que era mejor no dejarse llevar por impulsos.

Su silencio valía más que mil palabras. Arsenic desvió la mirada de ellos. Eran más astutos que antes.

—Sigan con la fiesta —dijo el vampiro, tomando a Sara de la mano.

—¡Acaban de morir decenas de vampiros! —exclamó Catalina.

—¡Vampiros tan idiotas como para no sobrevivir a un solo lobo! —señaló Arsenic, restándole toda importancia, llevándose a Sara lejos de todos.

Nikola Arsenic pretendía que la gran celebración siguiera, que todos procuraran reír entre las vísceras de los suyos, intentaba que bailaran en un piso ensangrentado. No quería que preguntaran por qué se estaba llevando a la humana lejos de ellos, o qué harían con el lobo. No, odiaba los cuestionamientos, y eso lo sabían todos. No se podía hacer nada, él era fuerte, su familia lo era. Siempre había sido así y las cosas no cambiaban. No en ese mundo.

Los gemelos, Tony y Adam, quienes se habían mantenido estáticos sobre las escaleras, descendieron dispuestos a ver que sucedía; y sobre todo, pretendían ir a ver a Sara. Ella seguía ahí. Pero Simón Leone, Victoria Báthory y otros tantos, los detuvieron.

—¡¿Qué es esto, Tony?! —preguntó Simón a su hijo.

—¡No tengo idea! —gritó él.

Su flamante mujer lo había dejado pasar un rato con sus "amigos" y ella había presenciado todo el espectáculo del lobo y la humana. Ahora, Charlotte, lo miraba con recelo, ¿esa era la chica de la que todos hablaban?

—Más te vale, no toleraré otro error, Tony —amenazó aquel hombre de fría mirada.

Tony desvió sus ojos, no había más que decir.

Adam lo tomó del brazo, alejándolo de la situación, llevándoselo al jardín. Los gemelos los siguieron.

—No es momento para hacer nada —farfulló Belmont, conteniendo su desesperación—. No la matarán, a menos que hagamos algo estúpido.

—¡¿Qué hace aquí?! —exclamó Jeff, su cuerpo tiritaba y no podía dejar de ver hacia adentro, hacia a donde se la habían llevado.

—Es por Francesca —dijo Tony—. Sabe que por nosotros no podría venir, pero no abandonaría a su familia.

—¡De todas formas fue inútil! —gritó Jeff una vez más, esta vez llamando la atención de todos, era raro verle de ese modo, era raro sacarlo fuera de sí—. ¡Es una idiota! ¡Es tan... idiota!

Jack corrió la mirada y guardó silencio. Todos lo sabían, Sara se había metido de cabeza al infierno. Había ido muy lejos por Francesca, pretendiendo ir hasta el final. Era seguro que con su acto tenía un lugar en el cielo, pero ellos la preferían viva. Aunque, en ese instante, sentían la impotencia de tener que dejarla en manos de quien más detestaba en el mundo. No podían hacer nada al respecto, una horda de vampiros esperaban a que cometieran un desliz para encerrarlos y someterlos como a Demian. No podían darles el gusto.

—Maldita sea —soltó Adam—. ¿Dónde está Joan cuándo se lo necesita?

—¿Para qué lo quieres? —preguntó Jack pateando el césped.

—Él suele pensar más frío —respondió Adam—. Esta mañana dije a Demian que considerara estar con otras mujeres, no pensé que esto pasaría. Él aceptó, pero si llega a enterarse que Sara está aquí, todo se irá a la mierda.

—Esto no podría empeorar —dijo Tony—. De igual modo, Joan me dijo que vendría, luego de terminar un trabajo. No me dio detalles.

—¡¿Cuándo no?! —Jeff escupió al suelo—. Siempre haciendo cosas por atrás.

Nadie respondió o intentó calmar a Jeff. Algo lo tensionaba demasiado, y todos creían saber la respuesta: su padre estaba con Sara.

El silencio fue interrumpido por Joan, que llegaba al castillo en el vehículo familiar. Tenían suerte en llegar tarde, Laika se había perdido la masacre de su hijo.



En uno de los tantos baños del castillo, Sara se hallaba desnuda sobre una bañera, esposada de pies y manos. El grifo estaba abierto a pesar que el agua se desbordaba. El suelo de la habitación era un lago de aguas rosas. No se ahogaría, tal vez le daría gripe. Nikola pretendía que se lavara la sangre que la salpicaba, mientras se ocupaba del asunto mayor: Tommaso.

Las lágrimas caían, el cuerpo le bailaba. Lo peor había pasado, o eso creía. Seguía con vida, ¿a qué precio? ¿Y Tommaso? Deseaba tanto que no le hicieran más daño. Quería orar por él, pero le costaba hacerlo, su fe estaba pulverizada.

Tras unos minutos, o tal vez una hora, la puerta se abrió. Nikola Arsenic ingresaba reluciendo una mueca serena y feliz, Sara prefería no mirarlo, solo veía hacia sus rodillas raspadas.

—No maten a Tom... —susurró, tímida, angustiada, contrariada como nunca.

—No, eso no sucederá —soltó más que sorprendido, acercándose a ella, tomando un jabón, de uno de los estantes del tocador, para deslizárselo por la espalda—, menos tratándose de un híbrido adulto. Lo estudiaremos junto a su hijo, pero por el momento lo venderemos como esclavo. ¡Todos estuvieron de acuerdo, los interesados no tardaron en aparecer!

—Y... ¿conmigo? —preguntó temiendo por la respuesta, pero ansiosa por su futuro.

—Lo sabes —rió él—. No es necesario que te pongan en venta, yo seré tu dueño, como siempre.

Sara frunció su ceño, podría haber sido peor, podría haber perdido la vida. Pero a él lo sabía tratar, de algún modo; solo que ahora conocía su nombre, su vida, y estaría en su hábitat, viéndolo a diario.

Nikola ladeó la cabeza, parecía de buen humor. Ignoraba las muertes, al lobo, y el desprecio de los demás. Era como un niño, de unos cientos de años... testarudo, egocéntrico y malvado.

—¿Te ha sorprendido que fuera un vampiro? —preguntó él, alegre como nunca—. Más aún, ¿te sorprendió que fuera el padre de los gemelos?

—Sí —respondió Sara, sintiendo como su cabeza era masajeada con cuidado—. Jack me lo hizo saber: tu nombre, tu identidad y todo lo que me negaste saber de ti. Lo entendí todo. Entendí la función del Cordero de Dios.

—No quería morderte en ese entonces, ni que supieras mi nombre —dijo él—. Tenía que moldearte para ellos, si te enterabas de mi naturaleza podrías haber intentado una locura. Te quería a ti y solo a ti como ofrenda. Me propuse sacarte buena y lo hice.

<<¿A qué te refieres con buena, maldita sea?>>.

Sara no entendía como ignoraba por completo su acto, él se convencía que ella era dócil, suave. No quería abrir los ojos, debía darle la razón a Catalina Báthory y a Simón Leone, no admitía que con ella había perdido.

Una vez terminado de sacar toda la sangre salpicada y el barro de los pies, Nikola tomó las llaves de las esposas y liberó a su prisionera, para secarla y traspasarle algo de ropa. Un vestido blanco con puntillas, anticuado para la época y soso para su edad adulta. No hubo caso, se lo colocó de todos modos, junto a unas sandalias rojas.

Él la tomó de la mano, y ella sintió la electricidad recorrerle cada célula de su ser. No era algo agradable, era repugnante. Todo el tiempo que se había esforzado por querer borrarlo, a él y a todo lo malo. Era imposible, en un simple soplido regresaba la desgracia.

—Vayamos a los palcos, lo mejor está por comenzar —dijo disfrutando del sudor en la mano de su compañera—. Y, por cierto, es verdad que ha pasado un tiempo, pero no olvides los hábitos que te enseñé, ¿recuerdas cómo debes llamarme, no?

—Sí —murmuró Sara—, señor.

Ambos se situaron en los palcos del primer piso del castillo. Desde allí, desde las alturas, lo veían todo. Algunos ojos recelosos se posaban sobre la humana atrevida, esa ofrenda maliciosa y corrompida.

Sara podía verlos a todos, y de algún modo se sentía más segura al lado del monstruo. No había visto a los chicos, así que por el momento era su único escudo.

El mercado de esclavos procedía, a pesar que algunas manchas de sangre no querían desertar los suelos. Los invitados se ubicaron en asientos frente al escenario. Catalina Báthory subió al mismo y comenzó a hablar.

—Damas y caballeros —dijo con un tono bastante nervioso—, para olvidar el mal trago, hemos decidido darles una sorpresa.

Sara tragó saliva, ya se esperaba lo peor. No obstante, lo que terminó con su estabilidad fue ver como ingresaban al salón los chicos: Adam, Tony, Jack, Jeff y Joan, tras ellos venían Laika y Stefan, podía deducir que eran los padres de Joan.

Ellos alzaron la vista, cruzándola con la de ella, quien de inmediato la desvió en un gesto doloroso. Sus acciones la avergonzaban, el grado al que pensaba humillarse le hacía sentir que no merecía ninguna clase de amor.

—¡Subastaremos al lobo! —exclamó Catalina llena de euforia.

Los murmullos se convirtieron en una feliz algarabía. Los muertos, ya nadie los recordaba. Todos querían comprar al lobo blanco, o mejor dicho, al híbrido rebelde.

Las expresiones de espanto se percibían en quienes conocían a Tommaso, más aún en Laika y Joan. No podían creerlo.


Las cadenas arrastrándose sobre el suelo, silenciaron a los noctámbulos. El lobo, ahora un simple humano herido por el metal, era empujado hacia el centro del escenario, a la vista de todos. La fascinación fue total, no podían creer que ese chico de pelo plateado, piel trigueña y mirada profunda, también podía ser un terrible animal. Él seguía debilitado y con la mirada perdida, la plata no le permitía usar ninguna habilidad. Se quemaba en carne viva, se cicatrizaba gracias a su sangre vampírica, y se volvía a quemar. Era una eterna y maldita tortura.

—¡Cien mil! —gritó una voz en medio del silencio.

Charlotte, la flamante esposa de Tony, hacía la primera oferta de la noche. Sus ojos brillaban como las estrellas, las miradas se clavaron en ella. Deseaba tener a ese espécimen de esclavo, eso era lo que expresaba su rostro.

Sin embargo, no era la única con ese pensamiento, la demanda no tardó en aumentar. Doscientos mil, doscientos mil quinientos, quinientos mil.

Era una guerra de poderes, todos querían saborear esa deliciosa y exótica joya. 

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