17. Acto de amor
Como si los muertos se hubieran levantado de sus tumbas, como si un tornado del inframundo hubiese arrasado con todo lo que conocían, la institución y castillo de Azazel Báthory era pura devastación. Nada era como antes, ni volvería a serlo. El sitio de contención, donde los vampiros en desarrollo encontraban paz y sangre fresca, donde se les enseñaba a convivir con humanos, había sido arrasado.
Alguna batalla cruel y sangrienta dejaban cientos de destrozos, solo los muros se mantenían de pie, como lápidas en el cementerio. La sangre se fermentaba en los rincones del hall, provocando un terrible hedor a descomposición. Los muebles y empapelados de los muros se encontraban rotos; las mesas, los sillones, arruinados. Algunos cuartos carecían de iluminación, las arañas de cristal eran añicos. Los vidrios molidos abrillantaban el funesto camino de entrada.
Los chicos, Simón Leone, y los escoltas, ingresaban por como quien se sentía en casa. La misma no estaba abandonada, había gente esperándolos; Nikola Arsenic, y Laika acompañada de Stefan Báthory.
—¡Joan! —Laika corrió a su hijo y lo fundió en un abrazo—. Qué alivio que estés bien.
—No deberías tratarlo como a un idiota —se quejó Nikola, quien miraba furibundo a sus gemelos—. Nos metieron en problemas, nos traicionaron, y sé quien tuvo más influencia sobre ellos.
Nikola pretendía descargar su ira tomando a alguien de punto, y ese alguien era Jeff Arsenic, su propio hijo. El hombre llegó hasta el gemelo que le sostenía la mirada con osadía. De inmediato, lanzó un revés tan fuerte como para arrojarlo al suelo y destrozarle los cartílagos.
Jeff cayó con su nariz partida, sangrando a borbotones, sin decir nada.
Era la primera vez que su padre descargaba esa ira que tenía con él.
—¡Papá, no! —exclamó Jack sintiendo el dolor de su hermano en su propia carne. Nadie osó intervenir en la riña familiar, por más lástima e impotencia que les generara el hecho que Jeff fuese tomado de punto de forma injustificada.
Jack corrió a socorrer a su hermano, aún si su cuerpo temblaba del miedo.
—No tengas pena, Jack, tu hermano es el culpable —dijo Nikola—. Siempre lo supe, su necesidad de querer forzar todas las cerraduras de casa, sus escapes al bosque, sus preguntas fastidiosas, su desobediencia. Esto no se debe a una ofrenda miserable. Debí ser más severo con su educación, no debí dejar que pasara tanto tiempo con una persona tan irreverente como su madre.
—¿Insinúas que nuestros hijos fueron influenciados por el tuyo? —comentó Stefan, queriendo reír con disimulo—. Son adultos, deberías entender que cada uno va a pretender hacer lo que se le plazca, están en su derecho.
—¿Quieres decir que aceptas esto, Stefan? —interrumpió Simón Leone—. Qué tú te hayas juntado con una mujer, de la cual no sabemos su procedencia, no quiere decir que los demás no tengamos en cuenta los problemas que esto conlleva.
Laika suspiró con fuerza.
—Vámonos —dijo—, dejemos a los señores puros disfrutar de su momento de "gloria", no vaya a ser que nuestras ideas escandalosas acaben con las mentes frágiles de sus hijos.
—No tan rápido, Laika —dijo Simón, y los guardias le obstruyeron la salida—, deberán quedarse en las viviendas de este predio. Nadie saldrá de aquí hasta que termine los interrogatorios.
La familia Báthory se retiró al jardín antes de empeorar la situación. Joan observó a Jeff, compadeciéndose de él.
—Yo me encargaré de mis hijos —dijo Nikola a Simón—, así que nos vamos.
Jack ayudó a Jeff a ponerse de pie, y con el puño de su camisa comenzó a limpiarle la sangre con sumo cuidado. Jeff apoyó la cabeza en el hombro de su gemelo en busca de consuelo, sin decir una palabra al respecto. Los tres Arsenic también abandonaron la morada.
—¿Qué ha sucedido con el castillo? —preguntó Tony a su padre. Su preocupación era palpable, y aunque no quería admitirlo, ya imaginaba la respuesta.
—Los Báthory impuros se han resistido bastante —suspiró Simón—. Ellos fueron cómplices de Azazel, se habían involucrado con los licántropos para salvar a las ofrendas y no dijeron nada. Los pusieron a ustedes en peligro y consintieron con sus caprichos con el fin de interferir en nuestros linajes.
—No fue así —protestó Tony, aunque bien sabía que en parte era verdad—. Los profesores del Báthory nada tienen que ver con nuestras decisiones.
—Pero sabían lo que ustedes hacían a nuestras espaldas, tenían información sobre los licántropos y no dijeron nada, sigue siendo traición —respondió Simón mirando a su hijo con extrañeza—. Además, ya no contamos con la protección del Vaticano, los Báthory impuros han perdido su poder. Todo regresará al antiguo régimen.
—¿Y los profesores? —preguntó Adam, devastado por la imposibilidad de hacer algo.
Simón le dedicó una mirada soberbia.
—Son prisioneros —soltó con liviandad—, serán ejecutados una vez que les quitemos todo tipo de información. Será el mismo destino que su líder, Azazel.
Algunos autos se acercaron cerca de la entrada del castillo, varios uniformados descendieron del mismo e ingresaron a la asolada morada.
—Señor Leone —lo llamó uno de ellos—, ¿a dónde llevamos a los prisioneros?
—Azazel y Víctor irán a las celdas de los calabozos —indicó—. A la madre del lobo llévenla a las celdas de las torres, y al niño lo cuidaré yo.
Los tres jóvenes vampiros, abrieron sus ojos con espanto.
—¡¿Híbrido?! —exclamó Demian, quien se había mantenido sumiso. Simón alzó una ceja con severidad.
—Supongo que ya lo saben —comentó—. El hijo de esa tal Francesca no es de Víctor, sino de un licántropo. Ámbar me ha dicho todo, de otro modo jamás lo hubiéramos imaginado.
—Así que fue ella. —Tony contrajo su ceño, la decepción lo invadía.
Simón sonrió ladeando su cabeza.
—Resultó ser una buena chica.
Ya lo entendían todo. Los planes de libertad se veían truncados gracias a una traición de esa magnitud. Ámbar había hecho un movimiento magistral a favor de los vampiros, aunque nadie aseguraba que los beneficios que recibiría serían suficientes para justificarla.
Azazel era ingresado al castillo, maniatado y sostenido por dos hombres. La sangre se le había secado en el rostro, pero podía caminar por su cuenta. La regeneración había hecho su trabajo. Todavía era capaz de mantener su molesta sonrisa, como si aún después de vencido tuviera todo bajo control.
—¡Azazel! —exclamó Adam. Los tres chicos se abalanzaron, pero fueron detenidos por los hombres de Leone.
—No esperaba verlos tan pronto —comentó Azazel, sin dejar de ser arrastrado hacia los pasillos—. ¡Pueden visitarme en los calabozos! ¡Los vampiros tienen miedo de mis discursos revolucionarios! —exclamó.
Antes de poder responderle, los gritos ensordecedores de Francesca y Leif no se hicieron esperar.
—¡Suelten a mi hijo! —gritaba Francesca al ver como llevaban a su hijo lejos de ella.
—¡¿Qué le están haciendo?! —Tony trató de intervenir, aunque de forma inútil.
Simón no respondió, en cambio hizo un gesto bastante claro para que se llevaran a cada uno hacia una celda, debía resguardar a el último Nosferatu, al último Belmont y a su propio hijo. Si bien no tenían sentencia de muerte, debían esperar su veredicto, y como sus vidas iban a ser reescritas por quienes se creían sus dueños.
Una vez que todos fueron separados, y que la sala volvió a estar vacía, Ámbar ingresó sosteniendo entre sus brazos al cachorro de Francesca y Tommaso. El niño se tranquilizaba luego de un largo viaje de gritos, por suerte habían viajado en aviones separados.
—Eres buena con los niños —sonrió Simón Leone.
—Es la primera vez que agarro uno, y no es de los pelos. —El remordimiento punzó a Ámbar cuando vio los ojos llorosos de aquel niño que tanto se parecía a su amiga.
—No pareces muy feliz.
—No lo estoy —admitió—. Es el hijo de Francesca, ella ha sido como mi hermana. Y el niño es inocente, no quiero que lo dañen.
—Lo examinaremos —comentó Simón, acariciando la cabeza del pequeño. Casi no parecía un demonio—. Un híbrido es algo jamás visto. Tenemos que saber qué consecuencias podríamos tener si lo dejamos con vida, o que maravillas nos podríamos perder si lo matamos.
—¿Puedo cuidar de él? —preguntó ella, haciéndolo parecer una súplica.
—Sí —afirmó él, tomándola por el mentón—, y yo te cuidaré a ti. No intentes arruinar la confianza que estoy depositando en ti.
Ámbar asintió con ligereza y mucho temor. Por más inocentes que parecieran esas palabras, venían de alguien siniestro a quien no conocía en profundidad.
En el castillo de Vlad, Sara y Tommaso confirmaban sus peores sospechas. En un simple llamado a la hermandad, los asistentes de los Leone, no habían tenido problema en comentarles que Leif, Víctor y Francesca eran sus prisioneros, y que su libertad no era negociable. Tommaso contenía, con dificultad, sus ganas de correr a destruirlo todo. De milagro, la lógica le hacía ver que de nada serviría inmolarse. Era momento de pensar en frío.
En cambio, Elizabeth no podía contener su llanto. Su rostro estaba destruido después de pasar todo el día llorando. Vlad Dragen era el único capaz de contenerla en un abrazo fraternal. Ese viejo vampiro era muy distinto a los que conocían, tantos años de vida, lejos de volverlo un ser insensible e insaciable, lo había convertido en un ente capaz de entender a la perfección las emociones humanas. Difería de su hijo menor, Amadeus, al cual parecía importarle poco y nada la situación. Con una actitud indiferente, seguía recostado sobre las piernas de sus cuatro mujeres.
—¡No pude hacer nada! —gimoteaba la castaña entre tanto Vlad acariciaba sus cabellos—, ellos entraron a la habitación, dispararon y se lo llevaron... ¡fue demasiado rápido!
—Nadie pudo hacer nada —respondió Sara, con la expresión apática—. Nos tomaron de sorpresa.
—Fueron precavidos y concisos con lo que querían —soltó Vlad—. No nos mataron, ni a mí ni a mi hijo, porque somos los principales negociantes con el Vaticano, de haberme herido a mí, los religiosos habrían intermediado, pero solo se llevaron a Azazel. Saben que la iglesia no interferirá en asuntos personales.
—¡Tengo que salvarlo! —Elizabeth limpió sus lágrimas y se puso de pie—. ¡Nadie más irá a salvarlo si no soy yo!
Sara corrió su vista a un lado, tan solo podía imaginarse lo peor. La idea de Elizabeth eran tan infantil como imprudente. Le enojaba que hablara en serio.
—Los chicos deberían poder hacer más que nosotras —expresó la morocha.
—¡No puedo quedarme quieta a esperar, Sara! —gritó Elizabeth con los puños apretados—. ¡¿Acaso tú no vas a ir por tus "no sé qué"?!
—No. —Sara tomó aire, ignorando el modo ofensivo al que se refería a sus parejas—. A ellos no los matarán, y yo no puedo hacer nada para ayudarlos.
Amadeus carraspeó su voz.
—Es verdad —interrumpió el joven extraño—. Ustedes no pueden hacer nada contra la hermandad. Además, a estas alturas Azazel debe estar muerto. Lo que mejor que puede hacer Sara es convertirse en vampiresa, y esperar unos cien años hasta que esos vampiros se independicen de sus padres.
Sara resopló, no estaba en sus ideas esperar tanto, ni convertirse en vampiresa para vivir en soledad. Era momento de aceptar la derrota, no podía sostenerse de ilusiones y esperanzas. Por más que su corazón se rompiera, era hora de admitir que no podía contra una sociedad milenaria.
—¡Azazel no está muerto! —gritó Elizabeth en la cara de Amadeus—. ¡Yo iré por él aunque me cueste la vida!
—No tienes idea con quien te metes —expresó Sara, fastidiada con sus gritos. Elizabeth y su fantasiosa cabeza la sacaban de quicio—. Te destrozarán de maneras que no te imaginas. Si tienes suerte te matarán al instante.
—Voy a correr el riesgo —indicó la castaña, sintiendo el rechazo de Sara—. Aunque sea una vampiresa, al parecer, tengo más sentimientos que tú.
—¡¿Qué quieres decir?! —Sara se ofuscó como no lo hacía en mucho tiempo. Tommaso, quien se mantenía quieto, se levantó de sus aposentos solo para retenerla. La humana no se intimidaba por la vampiresa—. ¡No tienes idea de lo que hablas! ¡No tengo necesidad de mostrar mi amor sacrificándome de forma inútil! Al parecer nunca la pasaste mal. ¡Vamos, ve a que te maten! ¡Estoy segura que Azazel se enorgullecerá mucho cuando te despedacen, idiota!
—¡Tampoco servirá esconderme como una cobarde! —gritó Elizabeth volviéndose roja de la ira—. ¡Tus vampiros, a los que supuestamente amas, les encantará verte resignada y olvidándote de ellos porque eres una perra débil e insensible!
—¡Ya basta! —exclamó Tommaso, las jóvenes se callaron manteniendo sus miradas ardidas sobre la otra. Él podía sentir el cuerpo de Sara tensionarse, y tal vez era porque la conocía un poco más era que podía entenderla—. Sara, vamos a tomar aire.
El lobo llevó a Sara al jardín, ella mantenía sus ojos enrojecidos, sus músculos contraídos y su mandíbula apretada.
—Es una idiota... —barbulló la morocha soltando algunas lágrimas—, o tal vez es verdad que soy una cobarde y mis sentimientos son insuficientes. —La voz de Sara se resquebrajó al instante—. Pero, con tan solo pensar en lo que podrían hacerme... ¡Ella no tiene idea...!
—Está bien, Sara. —Tommaso la envolvió en un abrazo caluroso y guardián—. Fran me contó por lo que pasaron, puedo entenderte. No eres una cobarde, usas la cabeza y aprecias tu vida. En cambio yo...
—Es distinto —lo detuvo frotándole la espalda—. Es tu hijo quien está en problemas, yo tengo la certeza que a los chicos nada les pasará. Pero, debo admitir que me preocupa mucho más Leif y Fran, así como Azazel. Él ha hecho demasiado por mí, pero la situación me sobrepasa. De verdad no hay nada que pueda hacer.
—Es por eso que he tomado una resolución —dijo él, apartándose de ella para verla a los ojos—. No puedo pensarlo demasiado, debo regresar a casa, debo pedirles a mis hermanos que me ayuden con esto.
—Al menos lobos acabaron con los Nosferatu y los Belmont —siseó Sara—, confió en tus capacidades, Tom.
—Pero eso no es suficiente —manifestó él, con amargura—. Cada vez que atacábamos, planeábamos durante años para no sufrir consecuencias. Es verdad que soy más fuerte contra un vampiro, pero son superiores en cantidad. Ni siquiera estoy seguro que mis hermanos vayan a apoyarme.
—Tom. —Sara lo tomó de las manos—. Sé que me negué a ir por los chicos, pero, si hay alguna posibilidad de ir por Francesca y Leif, iré sin importar las consecuencias. Así como ella una vez me salvó la vida yo debo intentarlo por ella. Es por eso que abandoné mi departamento y dejé a Jeff con Noah.
Tommaso abrió de par en par sus ojos de lobo. Recordaba que Francesca la había salvado de los suyos, para ser más preciso.
—Sabes que no puedes hacer mucho —respondió él, tímido—. No te menosprecio, pero solo correrás peligro. No puedo permitirlo.
—Tengo buena suerte en la supervivencia. —Sara trató de sonreír—. Intentaré planear algo, si fallo no importa. No podría soportar seguir viviendo el libertad sabiendo que ella está mal.
Tommaso dejó escapar el aire de sus pulmones para caer en el césped, Sara lo acompañó.
—Tengo que ser más fuerte... —resopló el lobo—. Lo que nos espera no es un chiste, sé mucho sobre las familias vampíricas. Son seres despreciables, pero... necesito de sus habilidades.
—¿Qué? —preguntó Sara, siendo sonsacada de su pensamientos.
—Pediré a Vlad que me convierta en un híbrido. —Tommaso miró al cielo, estaba dispuesto a renunciar a los rayos del sol, y a su vida entera por Fran y Leif.
—¡¿Qué dices?! —Sara se levantó de golpe del suelo, no podía creer lo que oía.
—¿Por qué te alarmas? —preguntó Tommaso, mirándola a los ojos—. Su habilidad de regeneración me sería útil, además incrementaré mis fuerzas, mis posibilidades de subsistir.
Sara volvió a desplomarse en el suelo, no tenía intenciones de hacerlo cambiar de parecer. Él se convertiría en lo que despreciaba, por su amor imposible y su hijo. No podía más que verlo con admiración. Su devoción y valor eran tan grandes que la hacían sentir pequeña y frágil, casi insignificante.
—Con más razón te acompañaré —afirmó con seguridad—, necesitarás una ofrenda de la cual alimentarte.
—Gracias... —musitó el muchacho, mostrándole una sonrisa en la que se marcaban sus hoyuelos con total sinceridad.
Esa misma noche fue la pactada para la transformación. Las vampiresas de Amadeus no se habían negado a morder al lobo, de hecho, ansiaban drenarlo por completo. La sangre de éstos era un manjar, o eso decían, pues conseguir a uno y someterlo era una tarea imposible. Ellos eran fuertes, presuntuosos y muy difíciles de hallar.
Tommaso salía del baño, envuelto en una toalla. No había cenado, los nervios lo carcomían. Había llegado el momento y se cuestionaba hasta qué punto era eso necesario; qué sucedería con él, cómo sería beber sangre humana. Cuanto más pensaba, más quería echarse atrás, pero luego, el recuerdo de su hijo le devolvía la fortaleza para vender su alma al diablo.
—¿Es seguro? —preguntó Tommaso a Vlad, al ver a las cuatro vampiresas aguardar por él sobre una enorme cama.
—No —respondió Vlad, siendo sincero—. Los primeros momentos de un vampiro novicio son de extrema sed, les cuesta controlar sus impulsos lujuriosos, tu cuerpo sentirá los estallidos de adrenalina y dopamina. Siendo un lobo propenso a la ira, no sé qué te pueda pasar.
—Me preocupa Sara —comentó Amadeus—, es la única humana por estos lares, la única que puede darte de comer.
Tommaso mordió su labio inferior, y miró a la chica a los ojos, ni él confiaba en poder controlarse. Sara no parecía una chica forzuda, y ni aunque lo fuera podría liberarse de él.
—Podrás hacerlo bien —dijo ella—, tu madre pasó por ese proceso y sobrevivió. Estoy segura que no fue tan dramático.
—No sabes nada —espetó Elizabeth, pero Sara la ignoró.
Seguían ofendidas entre sí.
El lobo inspiró llenando sus pulmones e ingresó a la habitación. Cerró la puerta tras él y tomó asiento en el borde de la cama, esperando a que esas mujeres le clavaran sus dientes y se marcharan, pero las cosas no se darían tan fácil a su favor.
—Vamos, lobo, no seas tímido —dijo una de ellas, acariciándole su torso despejado.
—Tomen mi sangre de una vez —respondió él, siendo hosco.
—¿Por qué eres tan duro, lobito? —dijo otra vampiresa, comenzando a besarle el cuello—. Puedes divertirte al menos.
—¡No estoy jugando! —Tommaso apartó a las mujeres de un empujón— ¡Amo a Francesca, tengo un hijo con ella! Todo lo que hago es por ellos.
Las mujeres intercambiaron miradas fastidiosas, ese tipo era increíble. Cuatro mujeres deseaban hacerle el amor, y él solo las espantaba con su sentimentalismo.
—Está bien —dijo otra muchacha—. Ven aquí y te morderemos, al menos agradece nuestra ayuda.
—Se... se los agradezco —respondió él, avergonzado de su carácter.
Tommaso volvió a sentarse alrededor de ellas, que no tardaron en volver a ponerle las manos encima.
Dos bocas en el cuello, una en su muñeca, y otra, más atrevida, en la parte interna de sus piernas. Los colmillos excavaron la piel del lobo. Él apretó sus ojos, quería contenerlo, pero la excitación era instantánea, se odiaba por ello.
La sangre se drenaba de su cuerpo, las muchachas succionaban con más y más ímpetu, arañándolo, saboreándolo, absorbiéndolo con desesperación. Las leyendas se quedaban cortas, ese lobo era delicioso, un adonis irresistible. Incluso les apenaba tener que consumirlo, querían consérvalo para siempre; pero sus impulsos las obligaban a querer vaciar su fascinante recipiente.
Las manos, como boas, se enredaron en su musculoso cuerpo, atrapándolo en el juego que ellas querían jugar. Debilitándolo por completo, sumiéndolo a los placeres carnales. Las lágrimas de Tommaso se escurrían paseándose por su nariz y mejilla, no podía detener la corrupción que se cometía contra su cuerpo. Sería tomado, desaguado, utilizado para el deleite ajeno, y eso le asqueaba, le dolía. No quería ser utilizado de esa manera mientras amaba a otra mujer. Ahora lo entendía, entendía porque Francesca lo odiaba.
Mientras unas lo consumían, otras aprovechaban su cuerpo, subiéndose en sus caderas, sobre su miembro firme, hasta saciarse del placer que ese hombre les podía proporcionar.
La fuerza, la razón y la vista lo abandonaban, los últimos tragos de sangre eran difíciles de sustraer. El cuerpo se volvía rígido y la piel elástica. Las vampiresas notaron que él muchacho se rendía a sus bajos instintos. Su naturaleza lobuna había sido sobrescripta.
Tommaso yacía desmayado, y la próxima vez que abriría los ojos no sería el mismo, ya no.
Saciadas en todos los aspectos posibles, las muchachas comenzaron a vestirse. Una de ella abrió la boca de Tommaso para corroborar el nacimiento de dos colmillos puntiagudos creciendo a una velocidad anormal, empujando sus viejos dientes.
El trabajo estaba hecho.
Las vampiresas salieron de la habitación entre risas y cuchicheos; ellas la habían pasado bien, él no.
Sara se levantó del suelo, había estado en vela, esperándolo tras la puerta.
—¡¿Cómo está?! —preguntó angustiada, ella había escuchado los quejidos inútiles del lobo, así como los gemidos y risotadas de las mujeres.
—Estará bien, puedes entrar —respondió una de ellas—. Mantente cerca, pronto despertará y necesitará beber de ti.
Sara se abalanzó a la puerta, e ingresó a la habitación. En un rápido gesto de asco tapó su nariz. Odiaba el olor a los cuerpos de desconocidos, el olor a lujuria y sangre. Para colmo, la imagen que se presentaba era desagradable, Tommaso yacía desnudo y desahuciado, entre sábanas salpicadas de escarlata. Su rostro irritado demostraba habérsela pasado lloriqueando con cada orgasmo culposo.
La humana lo tapó, y al mirar su rostro notó los nacientes colmillos en su boca ensangrentada. Tomó algunos pañuelos sobre la mesa de noche y prosiguió a limpiarle el sudor y las lágrimas. Tan solo esperaba que convertirse en un híbrido sirviera de algo.
Tommaso no tardó en balbucear incoherencias. Su piel transpiraba, sus ojos querían abrirse, era evidente por el vaivén de sus pupilas inquietas. Sara quedó inmóvil cuando advirtió que la respiración del chico iba en aumento.
Un gruñido lo despertó al instante que la atrapó entre sus garras.
Ella gritó, pero no detuvo el impacto al caer al suelo con el neohíbrido encima de ella, babeando sobre su rostro, frotándole su cuerpo, listo para corroerla.
—Sa... ra... —masculló con la mirada ennegrecida—. Muero de sed —dijo friccionando su desnudez lasciva contra su cuerpo.
—Tra-tranquilo.
Ella no terminó de responder, que él abrió su boca y clavó todos sus dientes sobre su hombro, succionando con frenesí, sin ningún reparo en su bestialidad insana.
—¡Espera! —Sara intentaba apartarlo, sin resultado alguno—. ¡No tomes tanto...! ¡Me duele, no lo hagas! —Las lágrimas se deslizaban sin control. La mordida de Tommaso y la forma en la que lo hacía solo le provocaba dolor.
Tommaso no entendía de razones, la comprimía más y más contra él. Su mordida era dura más allá de placentera. No solo era eso, era el modo en el que parecía querer ir más lejos; quería poseerla, entrar en ella, a pesar que Sara se retorcía ya sintiéndolo palpar y empujar entre sus piernas con dureza.
Vlad, Amadeus y algunos guardias corrieron a socorrer a Sara tan rápido como pudieron.
De un fuerte tirón, cuatro hombres apartaron a Tommaso de su presa.
—¡Déjenme en paz! —gruñía, logrando zafarse al instante. Era imposible retenerlo.
—¡Tranquilízate! —gritaba Vlad, parecía tomar muy en serio la sed del lobo.
—Está bien... —jadeó Sara, tomando a Tommaso del rostro—. Trata de controlarte... si bebes toda mi sangre nadie podrá alimentarte, ¿entiendes?
Tommaso protestó, su rostro comenzó a deformarse.
—¡Tommaso! —chilló ella—. ¡Basta ya! ¡Piensa el Leif!
El lobo bufó con furia, contenerse era tortuoso, pero se sentía picado por una corriente eléctrica y demoníaca.
—Muerde —dijo ella—, con cuidado.
Vlad y su hijo supervisaron la situación. Tommaso agarró a Sara con brusquedad, pero conteniendo su desesperación. Él clavó sus colmillos y la atrapó entre sus brazos. Poco a poco fue sosegándose, y antes de que bebiera todo, los vampiros lo separaron de ella.
—Déjala descansar —le dijo Vlad a Tommaso, antes de que Sara se desvaneciera.
—No... —masculló—. La sangre, Sara... la quiero...
—Has bebido suficiente —dijo Vlad, viendo que Tommaso comenzaba a recomponerse de su locura.
Sara sintió su cuerpo oscilar. Amadeus la tomó entre sus brazos antes de que se desplomara por completo.
—Lo has hecho bien, humana —señaló el hijo de Vlad—. Ya pueden darte una distinción honorifica a la mejor ofrenda de todas. Espero que cuando viajes a la hermandad no menosprecies tus habilidades, te serán útiles.
—Cállate... —respondió ella antes de ahondarse en el sueño.
Luego del sacrificio, restaba regresar a aquella tierra apartada de toda civilización humana. Debían regresar a los bosques y a los castillos, debían dejar los días brillantes atrás, debían hacerlo por Francesca, por Azazel, por los profesores, y, sobre todo, por Leif, quien siendo tan pequeño lo querían hacer pagar por los pecados ajenos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro