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16. Monstruos

¿Los demonios nacen siendo malvados? ¿Los ángeles nacen siendo bondadosos? ¿Qué hay de los humanos? Tal vez ángeles, demonios y humanos no son más que recipientes vacíos de emociones a los que la vida va modificando. Y si hay opciones se podrá elegir, ya que, si solo se conoce la maldad, es poco probable desear el bien.

Ese fue el error de los vampiros, el pensar que solo necesitaban ser más, sin percibir que sus propios herederos, al criarse entre ofrendas maltrechas y sirvientes de bajo linaje, su maldad se vería infectada por humanidad, compasión, y deseos de hacer de su vida algo distinto.

Los engranajes del submundo vampírico fueron dando la vuelta hasta ponerlos de cabeza.

La casualidad nunca existió, la casualidad fue el resultado de múltiples actos, que se dieron desde el origen de los tiempos. Así, como en un efecto dominó, no puede caer la última pieza si nadie ha empujado la primera.

Nunca había sido coincidencia que esos seis vampiros se vieran enredados en un mismo destino. Ahora, todos los cadáveres milenarios cosechaban lo que habían sembrado, fingiendo no entender en vez de analizar sus propias acciones.

Pocas fueron las veces que "los seis" se vieron antes de ingresar al Báthory. Fiestas tradicionales, negocios y cenas de gala. Después de todo, los niños vampiros de alto linaje eran confinados en sus hogares, alejados de la realidad, educados por instructores en diferentes artes y destrezas, ciencias y lenguajes.

Pero esa calamitosa noche, de hacía al menos diez años, fue la vez en la que coincidieron por primera vez en que se sentían ajenos a su propio mundo.

Sucedió durante una interesante reunión en el castillo Nosferatu. Nikola Arsenic mantenía una interesante charla con Victoria Nosferatu, la gran anfitriona de la fiesta, ella era la más añeja del clan, pero parecía una jovencita de veintitantos. Sus rasgos aniñados, sus rizos colorados, y sus pecas graciosas, la convertían en una especie de muñeca viva. Al lado de ellos, se encontraban Jack y Jeff, que seguían a su padre a donde fuera.

Los gemelos habían pasado el día anterior conociendo el Cordero de Dios. Y, desde ese entonces, no se decían nada, lucían como dos fantasmas a los que todos ignoraban. Jeff no salía de su depresión, no podía quitar la imagen de la niña azotada en el sótano, su padre le había dado cientos de sermones por actuar de manera "cobarde" y había tenido pesadillas al respecto, más cuando recordaba el sabor de la sangre embebida en lágrimas. En cambio, Jack, seguía maravillado, mirando al horizonte, como si cupido le hubiera dado un flechazo en la entrepierna. El remordimiento no figuraba en su diccionario, aún se relamía los dedos esperando que hubiera quedado algo de ella entre sus uñas.

La concepción de ambos difería de un modo abismal.

—Tienes que apalear a los niños antes de trozarlos —comentaba Victoria, haciendo a sus rizos colorados brincar sobre su voluptuoso pecho—. Luego de muertos, la carne no vuelve a ser tan tierna, sobre todo la de sus pequeñas piernitas, ¡son deliciosas!

—Prefiero que mis cocineros se encarguen de ello —respondía Nikola Arsenic con total naturalidad—. Cambiando el tema, ayer encargué a la ofrenda de mis chicos, van a compartirla con uno de tus hijos, ¿no es así?

—Sí, con Demian decimotercero —recordó Victoria con su mirada en cualquier parte—. ¿Cómo es ella? ¿Tiene carne suave? ¿Su piel es fácil de perforar?

—Es un pequeño manjar, yo mismo la probé —se relamió Nikola— y, ¿dónde está Demian ahora?

—¡Castigado en la despensa! —La colorada pecosa rechinó sus dientes con furia—. Dijo que no se casaría conmigo, ¡y lo encontré leyendo cuentos para niños! Todo por culpa de las cocineras, lo tratan como a un engendro humano... y lu l upo erg... ahk...

Nikola abrió sus ojos de par en par, nunca se acostumbraba a los cambios repentinos de aquella mujer, podía estallar en ira y a los dos minutos estar balbuceando cosas sin sentido. Arsenic no tardó mucho en darse cuenta que se debía a Azazel, quien ondeaba su cabellera afeminada, luciendo una espantosa y descocada sonrisa.

—Madame Nosferatu... —dijo Azazel, colocando un beso en la pequeña mano de Victoria—. Qué hermosa noche, aunque no tanto como su delicadeza y femineidad que opaca a las más brillantes estrellas.

—Tsk... ap... ¡Impuro...! —La mujer le apartó la mano con un gesto de dolor.

Nikola encogió sus cejas, era obvio que Azazel disfrutaba con poner nerviosa a la matriarca de los Nosferatu, ella era débil a su belleza extravagante y eso lo llenaba de goce, además de alimentar su ego.

—Oh, Victoria. —Azazel fingió un gemido de sufrimiento—. Siempre que la veo me siento tan ínfimo, es una pena que solo se case con sus propios hijos. De verdad deseo mezclar mis fluidos con los suyos. Estoy seguro que usted es una mujer muy apasionada.

—¡Azazel! —exclamó Nikola, espabilando a la mujer que estaba por caer como una mosca—. Victoria mantiene la pureza de la sangre Nosferatu. No la enredarás como lo hiciste con Imara. Por tu culpa, esa familia ha decaído en linaje... —gruñó con la vista en Laika y Stefan Báthory.

—¡No, no me va a enredar! —Victoria le dio la espalda a Azazel, no podía sostenerle la mirada—. ¡Tengo novecientos años y todos mis maridos han sido y serán mis propios hijos! ¡Vete Azazel! ¡No cambiaré mis tradiciones por un mocoso descarado! —exclamó con la cara enrojecida.

—Supongo que seguiremos siendo amores platónicos. —Azazel no evitó reírse—. Me hubiese gustado besarla hasta al hartazgo y hacerla mía una y otra vez. Habríamos abierto las puertas del infierno juntos. No tiene idea la bestia sanguinaria que soy en la cama...

—¡Ah! —Victoria mordió su puño hasta hacerlo sangrar, mientras Azazel se alejaba entre risotadas.

Nikola bebió su copa de vino de un solo trago, ese tipo era un descarado.

—Niños, vayan a buscar a Demian y háblenle de la ofrenda —dijo Arsenic a sus gemelos, quienes reían al ver lloriquear a Victoria—. Yo iré a poner a ese impuro en su lugar.

Los gemelos bufaron, pero de igual forma hicieron caso. La reunión no tenía nada de divertido, eran cosa de negocios: intercambio de esclavos, compra y venta de carne, y otras cosas de las que aún no formaban parte.

Ambos recorrieron los recovecos del viejo castillo. Era una inmundicia llena de vampiros, nada de otro mundo. No obstante, al último lugar que querían ir era a la despensa en busca de Demian, porque ellos sabían que allí se guardaba algo horripilante y nauseabundo, incluso para ellos. Los gemelos Arsenic decidieron dejar a Nosferatu cumplir con su castigo un rato más, y se escabulleron hacia el jardín.

Tony estaba fuera, para ese entonces, era un preadolescente, que prometía tener una gran contextura y aspecto amenazador. El chico sostenía entre sus brazos un pequeño cachorro negro y mantenía una cara de pánico con la vista tras los arbustos. Algo escandaloso había sucedido frente a sus ojos, y eso que se había criado entre las prostitutas de su padre, pero incluso esas mujeres eran ángeles comparados con lo que veía.

Tony buscó refugio, no quería ser descubierto por los hermanos mayores de Adam Belmont, quienes se retiraban de aquel sitio oscuro y regresaban a la fiesta como si nada hubiera ocurrido. Quien allí había quedado era Adam envuelto entre sus piernas.

El muchacho rubio brincó del suelo al notar la mirada de Tony, quien se mantenía estático sin saber que hacer o decir.

—¡¿Qué haces aquí?! —preguntó Belmont, perdiendo su cobardía frente a un Leone.

—¿Estás bien, Adam? —preguntó Tony, aferrándose a su cachorro.

Adam miró a los lados, y vio a los gemelos acercarse a ellos.

—No se te ocurra contar lo que viste —murmuró Adam, sintiendo su garganta resquebrajarse. Tony asintió, no por miedo, sino por comprensión.

—Lindo cachorro, Leone —dijo Jeff al acercarse junto a su hermano, recuperando el buen ánimo.

—Lo encontré cerca de la entrada —respondió el muchacho con cariño—, la llamaré Patricia.

Jack soltó una inconveniente carcajada, que apagó de inmediato al ver el entrecejo fruncido de Tony.

—¡Tony! —exclamó Simón, acercándose a su hijo. Su expresión no era para nada amable y no auguraba nada bueno. El hombre tomó al perro con una sola mano, y, ante la mirada expectante de todos, le quebró el cuello, provocando una muerte instantánea, arrojando su inerte cuerpo lejos de ellos—. ¡Te pedí que prestaras atención a la reunión y te veo jugando como un idiota!

—¡Vampiro del demonio! —gritó una mujer.

Laika daba zancadas veloces hacia Simón. Tras ella, Stefan Báthory quería detenerla, pero bien sabía que su mujer era un torrente de ira incontenible. Joan iba algunos pasos más atrás de sus padres. El pobre estaba blanco del pánico, su madre montaría un espectáculo, otra vez.

—¡No te metas, mujer! —gritó Leone.

—¡Acabo de ver lo que le hiciste al cachorro! —Laika lo empujó con violencia—. ¡Asqueroso chupasangre! ¡Vampiro inmundo!

Stefan frotó su rostro con desesperación, la situación pintaba mal. Laika no aprendía a controlarse. No podía fingir ni una pizca de la racionalidad que le exigía a Joan.

—Joan, chicos —Báthory Stefan se acercó a los jóvenes vampiros—. ¿Pueden ir a otro sitio? necesito hablar con el señor Leone.

Los chicos le hicieron caso, alejándose lo más que pudieron de esa discusión. La noche recién comenzaba y ya pintaba ser larga, demasiado larga.

—Tu madre está loca —dijo Tony a Joan, dejándose derrumbar en el césped del jardín trasero.

—Tú padre es el loco —respondió Joan.

—Tienes razón —respondió Tony, sintiendo sus entrañas retorcerse al recordar a la pequeña Patricia—. ¿Qué se supone que hagamos ahora?

—Nos mandaron a buscar a Demian Nosferatu a la despensa —comentó Jack, rodeando sus ojos—. Estaba castigado, o algo así.

—Eso es horrible —dijo Joan, consternado—. La despensa es donde están todos los niños que van a ser comidos, algunos vivos y otros ya carneados.

—No es mi problema —musitó Adam, sin entender como había terminado estando con ellos.

—Iré a sacarlo —dijo Tony con decisión—, corre el riesgo de volverse más loco.

El joven Leone caminó con la decisión y valentía de un líder nato; a su lado lo siguió Joan, la situación lo indignaba muchísimo. Los gemelos no se quedaron atrás, estando acompañados era diferente, podían afrontarlo y tomarlo como una aventura. Adam, no quería regresar al salón ni estar con su familia, sin más que hacer siguió a quienes sería sus compañeros de almuerzo.

El grupo de vampiros entusiastas se perdían en los pasillos de la mansión. La despensa quedaba justo en el lugar de sótano. No era casualidad, desde arriba no se oían los gritos desgarradores de los que querían escapar.

Los cinco se detuvieron ante la puerta de hierro que los separaba de los horrores de la familia Nosferatu. Los gritos de terror de Demian los habían obligado a abandonar el último suspiro, manteniéndolo con una punzada de ansiedad que los instigaba a querer salir corriendo.

—¡Sáquenme de aquí, po-po-por favor, madre! —Los alaridos no cesaban, y no solo eran los de Nosferatu, se sentían decenas de otros gritos y llantos de niños sin consuelo.

Esa era la verdadera puerta al infierno, donde los niños humanos salían en forma de filete.

—¡Demian, soy yo, Tony! —Tony golpeteó la puerta, intentando abrirla—. Estás a salvo, estoy con Adam, Joan Báthory y los gemelos Arsenic. ¿Sabes cómo abrir la puerta?

—¿Tony Leone? —sollozó Demian, calmándose de a poco. Demian lo había visto pocas veces, pero le parecía un buen chico—. No sé, tiene muchas llaves, pero no podré salir... mi madre dijo que estaría aquí una semana, y recién ha pasado un día.

—¡¿Hay niños en jaulas?! —interrumpió Jeff, queriendo ver por la cerradura—. ¿Está oscuro? ¿Hay sangre? ¿Cómo es adentro?

—E-está oscuro... hay mu-muchos niños en jaulas, pu-puedo ver sus ojos, están llorando —respondió Demian—, p-pero no puedo sacarlos, son para comer —añadió afligido.

—No te pasará nada —lo calmó Joan— Yo me quedaré aquí haciéndote compañía hasta que termine la fiesta, o hasta que echen a mi madre.

—Yo también —lo apoyó Tony.

—¡¿Les gusta perder el tiempo?! —exclamó Adam—. Deja de llorar, Demian. Solo son niños moribundos, deberías devorártelos. Eres un maldito vampiro, ¡¿qué es lo que te asusta?!

—Mi, mi, m-mi madre.

—Eso tiene más sentido —masculló Jack—. No te preocupes, ¡cuando estemos en el Báthory ya no la verás! Estaremos con nuestra ofrenda, es tan sabrosa y suavecita... —recordó.

—¿O- o- ofrenda? —preguntó Demian, limpiando su nariz con el puño.

—Ayer la vimos, nuestro padre la eligió —resopló Jeff.

—¿Cómo es? —preguntó Adam, intrigado.

—La sangre se me deshacía en el paladar... —recordaba Jack, saboreándose—, era dulce y salada, muy tibia y blanda. Perfecta. Tragaba y no me satisfacía, quería más y más. Era tan agradable, no puedo olvidarme el sabor.

—¡Te pregunte por ella, no por su sangre! —exclamó Adam con enojo.

Jack se encogió de hombros.

—Es pequeña.

—Una niña pequeña —añadió Jeff, clavándole las pupilas a su hermano—. Tenía el rostro tapado, pero su sangre está bien, es lo que importa.

—¿Lo ves, Demian? —dijo Joan en un tono firme—. Piensa en la ofrenda, en el día que beberás de su sangre, y estarás lejos de aquí. Busca algo agradable en que pensar y deja de gritar como loco, tu madre no vendrá.

Demian rió al otro lado de la puerta. La desesperación se había esfumado.

—Muero por estar lejos de aquí, por lo menos dos años.

—También quiero ir al Báthory —dijo Tony—, se me ha hecho agua la boca con lo que contó Jack, deseo beber de la ofrenda y cuidarla.

—¡¿Cómo cuidaste a Patricia?! —preguntó Adam.

Tony bajó su mirada, no se enojaría con Adam, todos habían tenido una noche de mierda. Belmont solo descargaba su ira contra él y lo entendía.

El tiempo que le quedaba a la fiesta decidieron pasarlo ahí, frente a la puerta de hierro hablando de trivialidades, imaginado esa etapa de "libertad" que los esperaba al cumplir la mayoría de edad. Por un momento, Demian pudo olvidarse de su castigo, los niños en jaulas hacinadas ya no le provocaban pánico, sino pena, más al darse cuenta que eran simples inocentes, a los que tarde o temprano él comería.

El primero en irse fue Joan, su madre se había peleado con toda la comunidad. Los segundos en irse fueron los Leone, la familia ya había tenido suficiente con Laika y su falta de respeto. Por último, los Belmont y los Arsenic se retiraron una vez finalizados sus negocios.



Con el amanecer, la familia Nosferatu se dirigió a sus féretros a descasar algunos días. Victoria decidió dejar a Demian castigado un tiempo más. No permitiría que un niño la insultara con su rebeldía, debía adiestrarlo hasta el día en el que se convirtiera en su esposo. Y, sabiendo cuánto lo perturbaban los niños de la despensa, no había mejor lugar para que pasara unos días a oscuras muriéndose del miedo entre sollozos desgarradores y torsos cercenados.

Al final, el castigo, el maldito castigo, terminó siendo su salvación.

Esa noche, los licántropos se valieron con su destreza y el elaborado plan estratégico de Adolfo. Con la luna llena y la familia Nosferatu reunida en un solo lugar tenían pase libre para ejecutar uno de sus más grandes anhelos: extinguir a la estirpe de los comeniños.

El trabajo fue sucio, pero rápido. Ellos dormían al ser degollados; algunos despertaban de forma inútil, haciendo su muerte más traumática. Los licántropos siempre los superaban en fuerza y velocidad. La sangre salpicaba tiñendo cada rincón de un intenso carmesí, generando un vapor metálico y nauseabundo.

Al oír los gritos de los suyos, Demian colocó su nerviosa mirada por la cerradura. Ahí pudo ver las cabezas y tripas volando, la sangre filtrándose bajo la puerta de la despensa. Los gritos de los niños se agudizaban y se intensificaban al percibir que algo andaba mal, muy mal. Pero el menor de los Nosferatu lo sabía, los únicos perjudicados serían los vampiros.

Un intenso silencio prosiguió. El trabajo estaba terminado, restaba librar a los niños que aún conservaban su vida.

El aire abandonó los pulmones de Demian cuando vio a un hombre desnudo pasearse con la cabeza de Victoria Nosferatu, una de las matriarcas más antiguas en la hermandad: su propia madre, su futura esposa.

Demian corrió entre las jaulas y se escabulló dentro de un armario de utensilios. Comprimió su cuerpo, que seguía siendo pequeño para un chico de doce años, y esperó a su fatal destino.

Temblaba y apretaba sus ojos, lloraba temiendo por su miserable vida. Los pasos y el griterío de los niños nublaban sus plegarias a Satanás, al único que podía recurrir sin sentir vergüenza. Las voces de unos hombres indicaban a los niños que se tranquilizaran, que "estaban a salvo". El ruido de las jaulas oxidadas, al abrirse, no se detuvo hasta que el último niño fue liberado.

Demian moriría de un infarto, su corazón galopaba queriendo romper sus costillas. Todavía sentía los pasos de adultos rondar el recinto, amenazándolo. El chico apretó sus ojos queriendo refugiarse en algún pensamiento que lo tranquilizara, entonces recordó en la idea del Báthory, la única idea de libertad que tenía hasta entonces, pensó en su futura ofrenda, una niña pequeña, como la había descripto Jeff; dulce y salada, suave y perfecta como había dicho Jack. ¡Cómo deseaba tener una compañía como esa! Deseaba con locura beber la sangre de una humana, pero no para mantenerla encerrada en una jaula como esos niños, tampoco para castigarla como le hacían a él. No, él la atesoraría, la cuidaría como hubiese deseado que lo cuidaran y amaran a él, y haría todo lo que fuera para pagarle por su sangre, esa sangre que le permitiría vivir algunos años, lejos de las pesadillas.

Y, cuando creyó que todo había acabado, cuando el silencio se prolongó, la puerta del armario fue abierta de un azote. Un hombre joven, moreno y sin ropa, lo observaba con sus pupilas ennegrecidas y dilatadas.

Las lágrimas de Demian aún descendían por sus mejillas pecosas, mirándolo lleno de temor. Jamás se había sentido tan próximo a la muerte. Tenía miedo, mucho miedo.

—Vampiro... —susurró el joven, con su voz profunda y temible.

—¡Adriano! —exclamó alguien fuera de la despensa— ¡¿Encontraste algo más?!

Ese tipo que acechaba a Demian se llamaba Adriano, y no tenía mucho más de veinte años. Por un momento se quedó estático frente al chico que vibraba y gimoteaba esperando el fin. Ese maldito vampiro de aspecto aniñado e inocente lo estaba haciendo dudar sobre su moral. ¿Qué diferencia había entre los niños enjaulados o él? Que se convertiría en un chupasangre. ¿Sería correcto matarlo a pesar de ser solo una víctima de sus mayores? Las garras de Adriano comenzaron a crecer, las venas en su rostro a hincharse.

—Pe-pe-perdón... —balbuceó Demian apresado por el espanto—. Yo-yo... no quería co-comer a los niños... mi madre... me obligó. No debía, sé que no debía y no pude hacer nada —confesó reconociendo que su familia se merecía haber sido masacrada.

Demian lloró esperando su muerte, una muerte merecida, o tal vez no.

Adriano sintió sus tripas revolverse, ese monstruo perturbado le generaba el vómito. Los Nosferatu eran la peor calaña sobre la tierra, pero Demian también era un niño, un niño que no tenía la culpa de haber nacido en un antro de demonios, un niño al que se lo instigaría día a día para convertirse en el cáncer del mundo, pero debatir sobre ello con su padre no tendría sentido.

—¡Adriano! —exclamó Adolfo, otra vez.

—Guarda silencio y no te muevas —dijo Adriano, encerrando a Demian en el armario.

No podía hacerlo, el lobo no podía acabar con un chico tan asustado y débil, sería un acto cobarde y cruel.

—La zona está despejada, papá —gritó Adriano antes de dejar la despensa en soledad.

Al final del día, Adriano, había dejado con vida al último Nosferatu, traicionando a su padre y a un plan que se venía formando en su clan desde que era un pequeño niño. Tendría que esperar a que ese chico creciera para saber si su acto tendría consecuencias, pero su corazonada de lobo le decía que había hecho lo correcto. No tendría remordimientos, y si algo salía mal, él mismo se ocuparía de asesinar a ese mocoso de pecas y colmillos incipientes.


Del mismo modo en el que Adriano había protegido la vida de Demian, el vampiro decidió guardar su secreto cuando el interrogatorio de los Leone amenazó con lo poco que le quedaba de estabilidad.

—Y-ya lo dije antes —balbuceó Demian a Simón Leone, su interrogador—, estuve escondido hasta que los gritos cesaron.

—Algo debiste haber escuchado. —Simón iba a perder la paciencia, podía descifrar cierta mentira en la cara del último Nosferatu.

—Buscaban liberar a los niños —dijo Demian—, abrieron sus jaulas y les dijeron que se marcharan. Era la voz de un hombre. No vi nada más.

En cierta medida, el testimonio de Nosferatu era verosímil. Todos sabían que esa noche había permanecido encerrado por culpa de su madre, así que era difícil saber si lo habían dejado vivo como advertencia, o se debía a que no lo habían encontrado. Como fuera, ya no tenían más pistas del hecho, lo único que se les pasaba por la mente eran los llamados "exorcistas", un grupo de rebeldes del Vaticano que habían desertado de la institución cuando ésta había establecio sus lazos con los inmortales.

Simón condujo a Demian hasta la institución Báthory, donde permanecería hasta que se recogieran todos los cadáveres y las pericias necesarias.

Azazel revisaba el itinerario de las clases particulares de Demian, las cuales iban desde idiomas, contabilidad, administración, matemáticas y todo lo relacionado para desarrollarse en el negocio familiar. Era demasiado para un púber con problemas de ansiedad, pero no podía negarse a la petición de la hermandad, la cual había decidido que él fuera su mentor. No se trataba de una cuestión de confianza, era una amenaza directa. Demian debía ser perfecto y capaz, o Azazel y los suyos pagarían las consecuencias.

Si bien el Báthory estaba reservado para los vampiros en su etapa final de desarrollo, Demian podía ver su sueño cumplirse con anticipación, su libertad comenzaba a oler a las rosas del jardín.



Desde el cielo, los vampiros observaban el aterrizaje sobre el predio del Báthory, que en un momento había sido un sitio de emancipación para algunos, pero que en la actualidad lucía cambiado

—¿El Báthory? —preguntó Tony.

Simón Leone, ingresó a la sección del avión en donde estaban los jóvenes desertores.

—Abrochen sus cinturones —rió.

—¿Por qué aquí? —preguntó Jeff.

—El instituto Báthory ya no existe luego de la traición de Azazel —explicó Simón—, tampoco el sistema de ofrendas, Así que este castillo es el sitio donde mantenemos cautivos a los traidores e impuros. Usaremos el recinto para mantenerlos hasta que podamos organizarnos.

Los vampiros se miraron con espanto. El símbolo de su libertad se había convertido en una prisión. Ese sitio en el que habían depositado sus esperanzas, aquel sitio en donde habían podido ser ellos mismos, ahora estaba envenenado, ensombrecido y corrompido. Ya nada volvería a mejorar, porque los viejos vampiros insistían en convertir cada sitio en un pedazo de inframundo, donde la piedad, la humanidad o el amor serían castigados con severidad. 



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