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15. El precio de la vida

Varias decenas de vampiros, armados para una guerra, descendieron de los autos de lujo y comenzaron la búsqueda de sus presas.

Tommaso corría en la delantera, lo seguía Tony con Sara en su espalda, y luego venían los demás a esconderse tras los arbustos de los grandes jardines. Necesitaban alejarse lo más que pudieran o serían cazados como liebres.

—Estan ingresando a la casa de Vlad. —Los ojos se Sara se colmaron de lágrimas al ver la violencia con la que aquellos hombres destrozaban todo a su alrededor.

—Debemos irnos —dijo Tommaso, pero nadie hizo a tiempo a responder.

Un estremecedor grito de mujer provocó que el silencio de la mañana se rompiera en mil cristales. Las aves volaron lejos, despavoridas. Era Elizabeth, algo horrible sucedía dentro del castillo.

El ruido de una lluvia de disparos prosiguió a la espeluznante mañana.

Sara cayó de espaldas en completo espanto. Ellos seguían a la tragedia.

La chica, sin habla, observó a sus vampiros. En alerta, intercambiaban ideas con la mirada, parecían haber llegado a una conclusión.

—Vámonos, maldita sea —protestó Tommaso entre dientes. Sus pupilas dilatas y las venas hinchadas de sus manos indicaban estar listo para una transformación inmediata.

—No podemos —declaró Tony, y su voz tembló del miedo—. Mi familia ha venido a terminar el trabajo, son demasiados.

—¿Q- qué quieres decir? —preguntó Sara, envuelta en un nerviosismo asfixiante.

—No te matarán si nos entregamos. —Adam tragó saliva—. De lo contrario, seguirás expuesta al peligro.

—Intentaremos pelear para atrasarlos —dijo Jeff—. Ustedes huyan a la ciudad, los vampiros de la hermandad no se enfrentarán con los humanos.

—Tommaso, llévatela de aquí —ordenó Joan.

Tony hizo descender a Sara de su espalda.

—¡No, no, no! —Sara intentó aferrarse de nuevo a Tony, pero el lobo la tomó por los brazos, quitándole esa oportunidad de suplicarles.

—Joan, por nada del mundo te transformes, ¡¿oíste?! —ordenó Tommaso, crispando sus facciones—. Y tú, Sara, no seas idiota y sube a mi espalda ahora.

Sara apretó sus puños y clavó sus uñas en las palmas de sus manos hasta hacerlas sangrar. Miró a los chicos en el momento que sus lágrimas comenzaban a mojarle las mejillas temblorosas.

<<Qué todo sea una pesadilla>>.

—Me gustó volver a verte, Sara —sonrió Demian, antes de lanzarse lejos de ella, antes de correr despavorido hacia los vampiros, sin siquiera darle un último beso.

—¡Dem...! —La garganta de Sara se volvió un nudo de angustia.

Tras él, los demás lo siguieron sin despedirse, dejándole la última imagen de una mirada desconcertada y atemorizada. La incertidumbre los invadía.

Los sicarios del clan Leone rodearon a los vampiros fugitivos. Los jóvenes se pusieron firmes, listos para pelear, listos para resistirse lo más que pudieran así dejar a Sara y Tommaso escapar.

Tommaso hizo su metamorfosis, destrozando su traje de gala. Cuando estuvo en su forma lobuna, empujó a Sara con su hocico, indicándole que se subiera en su lomo antes de que fuera tarde.

—Tommaso... —lloró abatida—, ¡se los están llevando...!

Desde lo lejos podía verse a los fugitivos perder la batalla.

Tommaso gruñó y volvió a empujarla. Ir hacia sus vampiros sería traicionarlos. Los Leone la matarían sin pensarlo, ella no valía nada para la hermandad. Huir sería la forma en la que conservaría su vida, pero era doloroso actuar pensando en frío, requería demasiado valor, más que el que se necesitaba para enfrentar a los demonios.

Sara levantó una pierna y la pasó por el lomo del lobo hasta quedar a horcajadas sobre él. Tommaso era enorme, tenía un cuerpo caliente y olía a perro. Por último, Sara se sujetó envolviéndole el cuello con sus brazos. Las lágrimas caían sin poder detenerlas, un agujero en su pecho parecía estar succionándole el alma, el dolor era profundo.

Lo que habían querido ignorar sucedía frente a sus ojos.

El sigilo de Tommaso podía huir de la vista de todos. Su ligereza y perspicacia superior, lo convertían en un blanco fantasma del bosque, parecía estar volando. Sara dejó de percibir el tiempo y espacio como una realidad, su mente se nubló derrumbada por la circunstancia. Lejos de todo, la velocidad golpeaba contra su cabeza. No encontraba una sola idea para una posible salida.

Ya no había tiempo para hacer algo distinto.

Todo estaba perdido.



Los seis estaban atrapados por múltiples vampiros armados, no tenían escapatoria, nunca la habían tenido. Pero, antes de dejarse aprisionar como mansas ovejas, arremetieron contra sus atacantes; los mismos no dispararon: muertos no les servían.

Ellos embistieron con puñetazos violentos, pero sus rivales se defendieron de igual modo. Los hombres enviados por los Leone eran vampiros entrenados para la milicia, por lo que en unos simples movimientos los jóvenes inexpertos quedaron reducidos por la diferencia de experiencia y de cantidad.

Una vez, los seis jóvenes vampiros habían luchado y huido a duras penas de los lobos, esa vez habían tenido un plan, aliados, y un haz bajo la manga. Esta vez, la desesperación no podía darles ni una sola chance.

—No puedo creerlo. —Simón Leone descendió de uno de los autos, al ver a su hijo rodeado con los demás "rebeldes"—. Sangre de mi sangre, me has traicionado de una manera despreciable y sosa.

—¡No digas estupideces! —Tony gritó y desgarró su garganta—. He perdido la cuenta de cuantos hermanos tengo. Tus negocios habrían prosperado sin mí, pero te molesta no tenernos bajo tu control. Les molesta que tomemos nuestras decisiones, les molesta que vivamos nuestras vidas como nos plazca. ¡Les molesta aceptar que deberían haber muerto hace años, que el mundo los ignora y nadie los necesita!

Simón se acercó a él y lo tomó del cuello, presionando con fuerza. Tony le sostuvo la mirada, no temía por él.

—¡¿Dónde está la humana?! —exclamó con la mirada inyectada de rabia.

—No hay una humana en cuestión. —La cara de Tony se hinchaba y se volvía roja—. Estamos en la casa de Vlad, haciendo negocios.

—¿Crees que soy idiota? —Simón soltó a su hijo y lanzó una carcajada—. Ese acto de recién solo fue para obstruir nuestra visión, pero una humana no puede correr lejos. Todos ustedes vendrán con nosotros; y tú, Tony, todavía estás a tiempo de redimirte. Tú futura esposa aún te espera.

El cuerpo de Tony cayó de rodillas al suelo. Desesperado, tosía sangre. El daño era demasiado.

En ese instante, Azazel era arrastrado fuera de la casa de Vlad. Su cuerpo chorreaba sangre a borbotones, su cabello destilaba gotas carmesí al pasar, dejando un rastro de espanto. Estaba inconsciente, y sus pies inmóviles levantaban polvo al ser arrastrados.

Simón rió con ímpetu.

—Qué idiota ha sido este niño —soltó con alegría ante el horror de esa imagen—. Se ha salvado de una acusación por la muerte de Imara, pero de esto no podrá salvarse. Espero que haya disfrutado su miserable vida. Se ha acabado su régimen de gloria.

—Azazel... —murmuró Demian, en completa consternación—. ¿Qué le harán?

—Lo ejecutaremos después de que nos cuente sobre sus traiciones —dijo Leone con suma frialdad—. Quizás se haga una fiesta y se decida quien cortará su cabeza, muchos desean hacerlo.

—¡No pueden hacer eso! —berreó Adam—. ¡No pueden darnos este trato! Has lo que quieras con tu hijo, pero, tanto Demian como yo, somos los herederos totales de nuestras familias, ¡nadie decide por nosotros!

—¿No? —rió Simón, dejando ver sus colmillos—. ¿Y que estoy haciendo? Ustedes no son más que niños, y la hermandad decidirá por ustedes. Es un hecho.

Con un simple gesto de mano, Simón indicó a sus soldados que metieran a los vampiros en autos separados, dando por finalizada la charla. El hombre de facciones gélidas y mirada profunda, observó su reloj con orgullo, el trabajo estaba hecho en tiempo récord. Él dio un último vistazo a lo que quedaba de la fiesta y se subió a su auto, donde Ámbar lo esperaba.

—No está la humana, pero hayamos lo más importante —comentó Simón enmarcando una gran sonrisa—. Mereces un gran premio por esto —comentó, acariciándole los labios.

—¿Qué haremos ahora? —preguntó Ámbar, temerosa, bajando su mirada.

—Volveremos a casa, dejaré a algunos hombres para que busquen a la ofrenda —comentó despreocupado—. La verdad, no está en mi lista de prioridades. En cambio, valió la pena atrapar a Francesca, esa chica tenía una gran joya entre manos.

Ámbar apretó sus puños y contrajo su rostro. Comenzaba a sospechar que los premios que recibía eran bastante costosos, pero ya era tarde como para desmerecerlos.



Tras haber surcado el prado, la ruta, la ciudad y haber llegado a una planicie boscosa, Tommaso se detuvo transformándose en humano otra vez. Él se desplomó desnudo en la tierra. Tras correr tantos kilómetros, sin parar, su cuerpo humano quedaba sucio y repleto de magullones. Sara se derrumbó a sus espaldas, temblaba con sus manos llenas de pelos blancos. Quería llorar, gritar, patalear, pero no podía, no tenía fuerzas, incluso le dolía respirar; empero, algo la avivó. Tommaso tenía el rostro cubierto de lágrimas espesas, caían y caían como cascadas, barriendo la tierra de su rostro.

Ella le colocó la mano en su espalda en forma de acompañamiento. Podía sentir su corazón latiendo a una velocidad descomunal, su piel transpirada hervía, casi parecía estar emanando vapor.

—La tienen a Fran, y a mi hijo... a Leif —balbuceó el lobuno entre lágrimas.

—No Tom, no digas eso —lo animó a pesar de ser ella la que no tenía consuelo—. Francesca no tiene nada que ver en esto. Los vampiros nunca supieron que fuimos rescatadas de los licántropos. No saben nada.

—Todo el día de ayer tuve un sabor amargo. —Tommaso lloró con más fuerza, cubriendo su rostro—. Lo sé, es por eso que no me atendió...

Sara lo abrazó por la espalda, temía demasiado que tuviera razón. Los vampiros no tendrían piedad ni con ella, ni con Víctor, y mucho menos con un niño híbrido e impuro.

—Vamos a salir del bosque. —Sara rompió su vestido en trozos grandes—. Cúbrete, primero iremos a la ciudad, no podemos volver al castillo. Aunque el que más me preocupa es Azazel, no le perdonarán la vida.

Los dos caminaron hasta la ruta con su cara más dramática. Un motorhome se detuvo a pocos metros de ellos. Un montón de adolescentes drogados los levantaron como acto de imprudencia de su parte. Sara y Tommaso aprovecharon para pedirles ropa prestada y traslado hasta la ciudad.



Al llegar al final de la ruta 66 en Santa Mónica, notaron un clima normal. Los deportistas disfrutaban de la primera mañana del año. Sería un día agradable, de brisa fresca y tranquilidad absoluta.

Tomando los recaudos necesarios, Tommaso y Sara subieron al departamento. Él se había asegurado que no hubiera olores extraños. Todo estaba igual y desastroso como lo habían dejado, y eso les provocaba un nudo en el estómago. Era increíble que los seis vampiros ya no estuvieran allí; como estrellas fugaces, se habían desvanecido en la perpetua oscuridad en segundos.

Sara tomó el teléfono, tenía la pantalla rota pero funcionaba, y marcó el número de Azazel.

Azazel no atendió, lo hizo Elizabeth.

—Sara... —La voz sollozante de Elizabeth se quebraba con cada suspiro—. Se lo llevaron... a Azazel.

Sara llenó sus pulmones para mantener su endereza, la desesperación la asediaba, consciente que algunos corrían con una suerte peor a la suya.

—¿Dónde estás?

—En casa de Vlad, nos hirieron, pero nos dejaron vivos.

—Pronto nos reuniremos.

Sara colgó y llamó a Francesca, a Víctor y al Báthory con la esperanza de que Evans o Liam le dieran alguna pista de lo que sucedía del otro lado del mundo. Nadie atendía, y empezaba a creer que no se trataba de una simple casualidad. 

Para sumar otro mal, Tommaso ponía esa expresión de catástrofe que presidía a un llanto incontenible de perro herido.

Al final del día, ambos quedaron en silencio por horas, solos, pero juntos y abrazados, contemplando la nefasta derrota en sus miradas.



La misma mirada desahuciada compartían quienes despegaban en algún pequeño avión privado, siendo rodeados por robustos vampiros de bajo linaje armados hasta los dientes. La luces de la ciudad se veían cada vez más pequeñas y lejanas, ni los agudos sentidos de un vampiro podían distinguir a las personas a esa altura. El típico olor a sangre, humedad y brandy derramado los hacía sentir más cerca de "casa". Era un decir, porque habiendo conocido una minúscula parte del mundo real, habiendo hecho lo que querían en plena libertad, los viejos castillos de los vampiros no eran más que prisiones de horror y desesperanza.

Les parecía increíble haberse criado allí, entre tanta negrura. Como si fueran ajenos a ello, lo habían olvidado por completo, habían querido actuar como si fueran parte del colorido mundo de los humanos. Pero, como en cualquier sueño, era momento de despertar

—Se ha acabado —murmuró Jack—. Luego de esto, harán lo que quieran con nosotros. Mi padre no se quedará tranquilo hasta que embaracemos de gemelos a unas cincuenta vampiresas.

—¿Qué te hace creer que no embarazaste a alguna? —masculló Jeff, sin dirigirle la vista—. No seas hipócrita. No te molestaba aceptar los "regalos" de nuestro padre.

—Me preocupa más Azazel —interrumpió Joan—. Nosotros no moriremos.

—También me preocupa —confeso Tony—. Conozco los métodos para sacar información. Lo torturarán hasta su último día.

—Tenemos que buscar una forma de negociar por su vida —propuso Adam—. Hay que salvarlo luego de lo que ha hecho por nosotros.

—Pero, si tocan a Sara —susurró Demian, envuelto en sí mismo—, no negociaré nada, les haré entender que la familia Nosferatu ya no existe y que su eternidad está llegando a su fin.

El silenció que prosiguió a esto fue total. Cualquier cosa sería usada en su contra en la "corte" de los vampiros más desalmados de la historia.

Al día siguiente, el frío golpeaba con más intensidad. Sara y Tommaso descendieron del departamento, con el pequeño gato negro en los brazos de ella. Sin decirse nada, caminaron algunos pasos hasta el edificio de al lado. Ella tocó un timbre, y Noah atendió desde la puerta sin dejarlos esperar mucho más.

En primer término se espantó al ver los rostros deplorables, con obvios signos de un llanto melancólico. La palidez, las ojeras, no eran producto de drogas y diversión.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó el joven, con gran preocupación.

—Algunos problemas familiares, nada importante —dijo ella tratando de simular una sonrisa—. Necesito pedirte un favor.

—Lo que sea. —Noah podía imaginarse que tras la voz sepulcral de Sara sucedía algo fuera de su alcance.

—¿Puedes conseguir...? —Sara se quebró y comenzó a llorar. Noah estuvo inseguro de que hacer, pero Tommaso continuó.

—¿Podrías conseguirle un hogar a Jeff? —preguntó el lobo—. Vamos a estar ausentes un tiempo y no podemos llevarlo con nosotros. Tampoco estamos seguros cuando podamos venir por él.

Ese condenado gato había sobrevivido a los malos cuidados de su dueña. Ella siempre decía que Jeff era la esperanza de que siempre había algo bueno en lo malo. No era casualidad su nombre; deshacerse de él significaba algo más que un simple adiós, era renunciar a toda expectativa.

—Me lo quedaré yo —dijo Noah, tomando el gato en brazos—. Has lo que tengas que hacer, y tarda lo que necesites. No deberías abandonar a tu pequeña bola de esperanza. Yo lo cuidaré por ti.

—Pensé que no te gustaban los gatos. —Sara limpió sus lágrimas con los puños. Jeff estaba más manso que de costumbre.

—Me han llegado a simpatizar un poco. —Noah acarició al felino.

—Gracias.

—Para eso son los amigos.

Sara sonrió aliviada, era lo que necesitaba, una palmada, una palabra de aliento, una mínima ayuda aunque fuera la de un humano ajeno a toda oscuridad.

Una vez que se despidieron, ambos tomaron el autobús.

Esta vez no habría lujosas limusinas yendo fiestas excéntricas, regresarían a la casa de Vlad en busca de alguna respuesta a lo que sucedía. Aunque personas como Tommaso ya planeaban su regreso y así dar el golpe final, ese que su clan tanto ansiaba desde hacía siglos. De haber tocado a Francesca o a su hijo no tendría piedad. Si debía sacar toda la ira de Amón, lo haría, se entregaría por completo al demonio bestial que llevaba dentro para acabar con todos los que se pusieran en su camino. 



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