—Tengo algo que decirles. —Sara tomó aire y miró los rostros impacientes de sus maridos.
Joan seguía con Tommaso y ella tenía la responsabilidad de contar sobre la marca en su hombro.
—Dinos, por favor —pidió Jack.
Sara desnudó su hombro y, y quitó el vendaje con cuidado. La terrible mordida los impresionó a todos por igual, dejándolos sin palabras.
—¡¿Tommaso lo hizo?! —exclamó Jeff.
—¡Voy a matarlo! —Demian se apresuró, pero Sara lo detuvo.
—No fue él —siseó Sara, pensando en si había escogido la mejor forma de abordar el tema.
—Fue Joan —afirmó Adam, quien no se mostraba tan sorprendido como los demás—, ¿no es así?
—¿Qué dices, Adam? —Tony negó con la cabeza.
Adam se sentó en el sofá.
—Era más que obvio, pero yo fui el único que hacía las preguntas —explicó, incluso Sara estaba sorprendida de su deducción—, al nunca recibir respuestas tuve que atar los cabos. Incluso desde el inicio me hacía preguntas sobre los comportamientos ambiguos de Joan.
—¿Jo-Joan es un lobo? —Demian temblequeó un instante.
—Un híbrido —aclaró Sara—, su madre es una loba convertida, una loba que resultó ser la madre de Tommaso. De saberse esto, lo matarían a él y a toda su familia.
Sara tomó asiento y explicó lo que significaba para Joan ser un híbrido. El dolor que le provocaba contener sus impulsos, incluso tener que compartir su relación. Así que abrirse, y decidir contar su verdad significaba su plena confianza en la relación que habían creado entre todos.
—Entiendo que no nos haya dicho nada —dijo Tony—, pero no tenía que destrozar tu cuerpo de esa forma. Podría haberte matado. ¿Hasta qué punto controla sus impulsos? Por lo visto, no acostumbra a convertirse el lobo.
—Yo se lo pedí —dijo Sara—, y le pedí conservar la marca un tiempo, era importante para su lobo. Y no me habría matado, duele y es horripilante, pero según Tommaso nadie ha muerto por esto.
En ese instante, Joan y Tommaso ingresaron al departamento. Las miradas se dirigieron al vampiro, que no podía sostener sus pupilas en alto.
—Lo siento, yo... —balbuceó Joan, con la vista al suelo. Tommaso le palmeó la espalda, pero parecía más una burla que un gesto de acompañamiento.
—No voy a perdonarte por herir a Sara. —Demian habló claro, con la mirada oscurecida sobre Joan—. Me da igual que seas un híbrido, no tenías que hacerlo, ni aunque ella te lo pidiera.
—Demian, no seas así. —Sara intentó persuadirlo con una mirada llorosa, pero Demian se mantenía con los labios apretados.
—Eres muy bueno mintiendo —dijo Jack—, ¿en qué otras cosas nos mentiste?
—No mentí en nada más. —Joan levantó su vista—. Mi vida corre peligro.
—Es difícil procesarlo. —Tony resopló y fue el primero en ir a abrazar a Joan—. A pesar de eso, cuentas con nuestro apoyo. Siempre has sido una gran persona, y gracias a ti estamos aquí, no podemos olvidarnos de eso.
—Gracias, Tony. —Joan se aferró al abrazo, lo necesitaba más que nada en el mundo.
—Qué dramáticos, era obvio —refunfuñó Adam, haciendo reír a Sara.
—Increíble. —Jeff sonrió—. Ya somos hermanos de los lobos.
—De ninguna manera —dijo Tommaso.
Mientras que a Tony y a Jeff no parecía importarles saber que Joan fuese un híbrido, Adam actuaba con indiferencia, pero Jack y Demian se mostraban con más recelo sobre el tema.
—Como saben, esta noche es Navidad —dijo Sara—, y desde que están aquí no he parado de pensar que será la primera vez que estemos juntos en esta fecha tan especial. Me gustaría que, a pesar del choque que les ha provocado la noticia de Joan, podamos disfrutar olvidando cualquier malestar.
—Sara tiene razón —dijo Tony—, deberíamos cooperar y disfrutar cada instante lejos de la hermandad.
—Lamento que mi noticia los haya perturbado —añadió Joan—, pero soy el mismo de siempre, y lo único que quiero es poder depositarles mi confianza.
—Está bien —refunfuñó Demian—, guardaré mis comentarios.
—También me reservaré mis comentarios —sonrió Jack—, no quiero amanecer destripado.
—Créeme que si no tuviese tanto autocontrol ya lo habría hecho —dijo Joan a Jack, dejándolo mudo.
—Deberían ir a comprar ropa. —Sara aplaudió con entusiasmo, cortando la pequeña confrontación—. Están muy formales y, esta noche, quiero que vayamos de paseo.
Con esas simples palabras pudieron proseguir en paz.
Para algunos, el día festivo de los humanos: Navidad, no era más que otra fecha en un calendario inexistente. Para otros, era el día acordado para un evento sin precedentes. Los vampiros de la gran hermandad se encontraban reunidos en la morada Leone; esa que quedaba tras los bosques montañosos, apartada de toda ciudad.
Vestidos de gala, ubicados en la magnánima sala de fiestas, eran abrumados por un clima nefasto de derrota. Cualquiera que se atreviera a decir una palabra sería asesinado.
Simón Leone debía afrontar la traición de su hijo Tony, ese hijo predilecto al que quería como mano derecha. El joven vampiro lo había defraudado como nadie en su longeva vida, fallando a su boda, fallándole a toda la hermandad.
En un cuarto apartado, una hermosa muchacha de cabello rubio y ojos cristalinos, analizaba su ostentoso vestido rojo frente al espejo sin entusiasmo alguno. Varias doncellas impuras le retocaban los bucles y el maquillaje, mientras un hombre elegante, e igual de frívolo, la acompañaba en sus diálogos.
—No vendrá. —La muchacha apartó a las doncellas con un gesto despectivo—. Fue estúpido esperar a último momento y tener que soportar la humillación frente al altar. Los Leone no son dignos de sellar un pacto con los Blair.
—Leone me ha ofrecido a sus otros hijos, es un hipócrita —respondió el hombre—. Esto no tiene que ver con que te falten pretendientes, se suponía que Tony era el segundo al mando, que era una garantía para nuestra familia.
—Al final, su hijo preferido no parece ser más que un cobarde —farfulló la chica, tomando un perfume para rociarlo sobre su piel—. Papá, puedo esperar a que lo hallen, pero ¿qué motivo tendrá para haber desaparecido? ¿Y si quizás pasó algo más?
—Está claro que no nos dicen todo, Charlotte —musitó el señor Blair, girando su vaso con brandy—. Al parecer no es el único que falta; el último Nosferatu y el último Belmont no están presentes, tampoco los gemelos Arsenic de los que tanto me hablaron. Son los últimos de su dinastía y solo he escuchado excusas sobre su paradero.
La decepción se convertía en sospecha por parte de la familia Blair, pero al menos no eran los mayores perdedores de la noche. Los Leone, los Arsenic y las demás familias eran las que deseaban establecer lazos para emanciparse de la iglesia, la misma que les daba protección, pero a su vez los controlaba a su antojo.
En la cocina de la gran casona, había alguien más debatiéndose sobre lo que debía hacer. Ella no tenía un vestido de fiesta, pues ahora era parte de la servidumbre; era el destino de las vampiresas sin familia, sin dinero propio, sin marido, y que no formaban parte de ningún harem. Ámbar llevaba algunos meses realizando trabajos típicos de la más baja casta; limpieza, criar niños ajenos, servir a toda hora y soportar todo tipo de maltratos. ¿Cuánto tiempo duraría su tormento? Considerando que la inmortalidad no le daba ningún beneficio, empezaba a dudar si era buen negocio seguir agachando la cabeza.
Era injusto, ella lo pensaba de ese modo. Siempre había sido la del deseo irrefrenable de huir, pero en cambio, personas aduladoras y falsas como Francesca, o sucias moscas muertas como Sara, lo habían logrado. Estaba segura que los vampiros ya habían ido por ellas antes de seguir el juego a los líderes del clan.
—A la mierda —gruñó zapateando el suelo—, voy a intentarlo... después de todo, según Francesca debería tener la sangre fría y pensar antes de actuar; y, según Sara, debo consentir al enemigo y acercarme para obtener beneficios.
<<Lo siento, no es algo personal, chicas>>.
Ámbar salió de la cocina portando una charola con champagne, serviría a los comensales y ubicaría a su objetivo.
Ella repartió las bebidas, pero no lo halló.
—¿Dónde está lord Leone? —preguntó Ámbar a una de sus compañeras.
—En el jardín —dijo su compañera, una vampiresa morocha que sufría su destino—. No te acerques a él, alguien morirá está noche
—A esta altura me da igual —respondió ella y siguió su camino.
Simón Leone estaba con la vista al cielo bebiendo de una copa de vino caliente.
—No quiero nada —indicó antes de que Ámbar se acercar a menos de dos metros de él.
—Tengo lo que quiere, señor —dijo ella, y notó como su voz tembló, podía decirlo, pero el miedo a la muerte existía igual—. Sé dónde puede estar su hijo.
Leone se dio la y tomó a Ámbar del brazo sin medir su fuerza, la apretaba con furia y la miraba con odio.
—¡¿Quieres morir, mujer?! —gritó él, zarandeándola, ella se mantuvo firme—. Se de miles de formas para hacer sufrir a las zorras mentirosas como tú.
—Azazel los traicionó —afirmó conteniendo el llanto—. Su hijo está enamorado de una humana, fue por ella, y aunque no lo crea, los demás vampiros que faltan también.
—¡No es cierto!
—Sí lo es, las ofrendas Francesca y Sara se salvaron de los licántropos, y Azazel las envió lejos de aquí —confesó—. El motivo por el cual los licántropos ya no nos molestaron es porque, su hijo y los demás, pelearon contra ellos y les quitaron a sus rehenes.
Simón Leone soltó a Ámbar con rudeza, provocando que ella cayera al suelo sentada.
—¡¿Por qué te guardaste esa información hasta el día de hoy?! —preguntó furibundo—. Puedo matarte por ser cómplice de ellos, o puedo matarte si es que estás mintiendo.
—Puede matarme por pensar que ser buena persona y ayudar a mis "amigas" me daría algún beneficio —dijo ella tragando saliva—. O puede darme un mejor trato y le diré todo lo que sé.
Simón Leone soltó una estrepitosa e insultante risotada. Enseguida levantó a la colorada de un solo tirón, volviendo su expresión seria y amenazante
—Vas a hablar, huérfana inmunda, y las condiciones las pondré yo, ¿oíste?
En ese instante, Ámbar se dio cuenta que no podía ser la misma chica iracunda de siempre. Con un hombre tan peligroso en la palma de su mano, debería pensar dos veces antes de un movimiento.
—Perdone mi insolencia, le diré todo —susurró enmarcando una sonrisa, de la cual se avergonzaba—. Ya no tengo nada que perder.
—Así me gusta —dijo él, relamiéndose—, ahora dime, ¿por qué decides traicionar a los tuyos? Deberías saber que los delatores no están bien vistos en ningún bando.
—Esperé demasiado que vinieran a salvarme. Debí darme cuenta que nunca lo harían —declaró, alzando una ceja, y por un instante se encendió la llama de su rabia—. Ya están lejos de aquí, no regresarán por alguien como yo. No le importo a nadie. Soy una miserable y eterna sirvienta. Qué todo se vaya a la mierda de una vez. Al infierno iré de todos modos, pero por lo menos iré con honores a algún lugar. No soy una ingrata, estoy sobreviviendo.
Simón sonrió de lado y tocó los cabellos rojizos de ella con las yemas de sus dedos.
—Ámbar, ¿ese es tu nombre, no?
Ella asintió, le sorprendía que lo supiera.
—Has hecho bien, en este mundo nada se gana siendo bueno. —Él la tomó de la mano, Ámbar había logrado calmar a Satán, ni ella podía creerlo—. Ven conmigo, me dirás todo y tal vez te recompense como lo mereces.
Lo hecho, hecho estaba. La traición se había presentado, la bomba era arrojada a quienes una vez habían sido como sus hermanas, ¿sentía culpa, remordimiento? Tal vez, mas ya no habría vuelta atrás, ahora, todos y cada uno de aquellos que tenían algo que ocultar pagarían con sangre.
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