10. Maldita bendición
Las sabanas de aquel hotel barato eran trozos entintados de sangre. Sara se cubría la pálida desnudez con sus pequeñas y temblorosas manos. Tommaso, resoplaba con hastío. Situado en su espalda desinfectaba y zurcía la herida con la paciencia envidiable de un cirujano. Joan se mantenía semidesnudo en una esquina, devorándose las uñas; sus ojos rojizos querían evitar mojarse en llanto, su mentón tembleteaba haciéndole castañear los dientes.
—Gracias por venir tan rápido —siseó Sara, contrayendo su cuerpo al sentir ardor del alcohol sobre su sangre—. No podría ir a un hospital y esquivar las preguntas.
El lobo blanco no articulaba palabra alguna, se mantenía firme es su tarea, con el ceño apretado y los músculos rígidos.
—Tú, ven aquí —indicó Tommaso a Joan, extendiéndole las gasas—. Deberías ser capaz de tratar las heridas de tu mujer; y deja de poner esa cara de traumatizado, ¿crees que ella no lo está padeciendo?
—No lo presiones, Tom —farfulló Sara, notando la culpa impostada en el rostro de Joan—. Podría haberme quitado la marca con una mordida de vampiro, fui yo la que decidió conservarla algunos días más.
A Joan le palpitaban las manos, la mirada, el cuerpo. El chico seguro e intelectual estaba consumido por un ataque de nervios histéricos. Ya no tenía opción, sin más se acercó y tomó las vendas. Con cuidado, embebió una gasa en alcohol y prosiguió limpiando la herida, imitando a Tommaso.
—Ni siquiera tienes olor a lobo... —murmuró Tommaso, resoplando—. Ya veo porque Leif se quedaba tan tranquilo contigo, no habría tenido sentido de otra forma.
—Además de mis padres, pocos lo saben —confesó Joan contemplando la mordida con impresión—. Se lo confesé a Azazel cuando notó que la plata me quemaba. Luego se lo detalló a Víctor y a Francesca para poder ayudarlos con su hijo... perdón, con tu hijo.
—¿Hay más como tú? —le preguntó Sara, tomándolo de la mano.
—Mi madre era una loba y fue mordida por un vampiro, pero yo soy el único híbrido de nacimiento en la hermandad —expresó Joan, entrelazando sus largos dedos con los pequeños de ella—. Mis padres no planeaban tener hijos, teniendo en cuenta que me tomarían como una amenaza o un problema. A los vampiros no les gusta que las cosas cambien, las personas diferentes, los humanos, los lobos. Fui un error.
—No eres un error, Joan —musitó Sara, tomándolo del rostro.
—¿Cómo una loba llegó a involucrarse con tu familia? —preguntó Tommaso, levantándose de la cama, listo para partir.
—Mi madre y mi padre se enamoraron. No pudieron evitar querer estar el uno al lado del otro —respondió Joan, al momento que terminaba de vendar el hombro de Sara.
Tommaso perdió su mirada en el suelo, y decidió no seguir indagando. Tomó las bolsas de las compras, y esperó en silencio a que Sara terminara de cambiarse. Debían regresar; los vampiros habían quedado solos en el departamento.
Joan y Sara intercambiaron miradas cómplices, por el momento era mejor esperar. Poco y nada conocían a Tommaso; mejor dicho, conocían lo peor de él, y por eso no podían imaginarse cuantas cosas pasaban en su cabeza en ese instante.
Los tres tomaron un taxi, en el más imperturbable e incómodo de los mutismos. Los pensamientos acallaban sus voces, aturdiendo sus mentes. Pero ese silencio fue destrozado con un preinfarto, en el momento justo que Sara vio a los cinco vampiros en la puerta del edificio, discutiendo con Noah, su vecino. El bronceado californiano sostenía a Jeff -el gato- entre sus brazos.
<< ¡Mierda! >>, pensó Sara, bajándose del taxi a toda velocidad. Era su culpa, ella había llamado a Tommaso para que fuera a auxiliarla.
—¡¿Quién te crees humano estúpido?! —gritaba Adam, con una soberbia desmedida.
—¡Deja de llamarme humano! ¿Acaso tú eres un marciano, imbécil? —respondía Noah, sin dejarse pasar por encima—. ¡Quiero ver a Aneska! Tengo que darle al gato.
—Puedes darme el gato a mí —dijo Demian, relamiéndose los labios.
—No hay ninguna Aneska aquí —respondió Tony tronando sus huesos—. Te vas o te doy un pase directo al cementerio.
—¡Yo les daré un pase a la policía! —gritó Noah, mientras el gato comenzaba a retorcerse y arañarle los brazos—. Aneska se ha ido en la noche y solo los he visto a ustedes, ¿sospechoso, no? ¡¿Qué le han hecho?!
Jack y Jeff se miraron encogiéndose de hombros.
—¡Noah! —bramó Sara, yendo en su dirección.
El muchacho dejó escapar un largo suspiro, y limpió su frente llena de un sudor estresante.
—Aneska, al fin te veo. —Noah corrió hacia ella—. Tu gato se escapó el sábado, y estos tipos me están sacando de quicio, ¿estás bien?
El felino saltó a los brazos de su "madre" y comenzó a ronronear. De inmediato, Noah dirigió su vista a los otros dos jóvenes que la acompañaban, ¿de dónde salían tantos tipos raros?
—Gracias por cuidar de Jeff —respondió ella—. Ellos son mis primos, son de Hungría, así que no entienden bien lo que les dices, lo siento.
—¿Tus primos? —indagó, repasando los rostros de los vampiros, le costaba creerlo, pero de inmediato resopló fastidioso—. Dime si necesitas algo, y cuida a Jeff, tu primo pecoso parecía querer comérselo.
Sara rió nerviosa, llegaba justo a tiempo. Lo último que le faltaba era pasar la Navidad en la comisaría por disturbios en la vía pública. Una vez que el vecino entrometido se alejó, los chicos corrieron hacía Sara y tomaron todas las bolsas para husmear. Ella rezongó agotada, sólo un día de casados, sólo un día luego del reencuentro, y ya se replanteaba si no había sido demasiado inocente al creer que podría tener una relación poliamorosa con criaturas del inframundo.
—Lleven las cosas adentro —indicó la joven, tratando de simular el terrible dolor que sucumbía en su cuerpo.
Los vampiros borraron sus sonrisas, recordando que seguían ofendidos. Tomaron las cosas en silencio y entraron. Tan solo Joan y Tommaso la esperaron.
—Me voy —dijo Tommaso, dándose la media vuelta—. No soporto un segundo más con ustedes.
Joan arremetió contra él, tomándolo del brazo antes de que se alejara. El lobo blanco sacudió su brazo con arrebato y en su mirada reflejó su sentimiento de profundo odio, y dolor. Joan lo soltó y tragó saliva.
Sara se quedó impávida, sintiéndose fuera de lugar.
—No quiso abandonarte... —se apresuró a decir Joan.
Tommaso frunció sus labios al momento que sus ojos se empañaban en lágrimas, las gotas embebieron su rostro tostado, y su expresión intimidante se desmoronó como un castillo de naipes en el viento. El lobo tapó su rostro sintiendo vergüenza de su debilidad y esperó a que Joan prosiguiera.
—Siempre supe de ti, y de mis otros hermanos —dijo Joan, su voz quería entrecortarse—. Pero ustedes mataban vampiros, y si no eran ustedes los que acababan con la vida de mi familia, lo haría la misma hermandad. Un híbrido es el símbolo de la traición.
—Tommaso, no te vayas —insistió Sara—. Joan ha guardado silencio durante toda su vida por miedo. No sé qué te han dicho de tu madre, pero ¿no quieres escuchar su parte?
Tommaso apretó sus puños contra sus ojos y asintió con levedad. Sara frotó la espalda de Joan, debía dejarlos a solas.
—Tengo que regresar y explicarles a los chicos sobre lo del hombro —dijo rodeando sus ojos de un modo relajado—. Tómense su tiempo.
La humana, con sus ojeras hasta el suelo, sus dolores corporales y un cansancio que parecía eterno, emprendió viaja hacia su departamento. Tenía que conseguir valor para contar todo lo que había pasado con Joan, esperando a que lo comprendieran.
El lobo y el híbrido caminaron un trecho por la sombra, sin decirse nada. Se detuvieron en una plaza a pocos metros del Pacific Park y tomaron asiento en una banca.
—Lamento la informalidad —se disculpó Joan, volviendo a su diplomacia—. No es un lugar agradable para tener una charla íntima, menos de esta índole.
—Da igual. —Tommaso gruñó y miró al suelo—. Puede que tengas la respuesta a una pregunta que me persiguió toda mi vida; así que no me voy a quejar de que no estemos bebiendo aguardiente en un bar. Ahora dilo, cuéntame que llevó a mi madre a abandonar a sus cinco hijos, a su manada, y a su marido para irse con un vampiro de linaje Báthory y solo ocuparse de ti.
El resentimiento de Tommaso era palpable, pero ¿respuestas? Joan podía asegurarle nada, con suerte sabía lo que su madre le había dicho desde que tenía uso de razón, aun así prosiguió. Lo diría todo.
Laika, una joven loba de cabellos plateados, acunaba a su bebé entre sus brazos. Tommaso por fin se dormía luego de un extenuante día de llantos insufribles. El brillante astro se reflejaba en el vidrio de su cabaña, ella hacía una mueca de preocupación mientras colocaba al pequeño en su cuna. En la habitación, el niño descansaría junto a sus otros cuatro hermanos. Adriano, Piero, Romeo y Valentino, ellos eran menos inquietos que el menor de todos, y desde hacía rato roncaban sumidos en el más profundo de los sueños.
—Hasta mañana mis niños, los amo —susurró ella, antes de dejar la habitación.
Al salir de la habitación, se topó con Alice, la tía de Adolfo, su marido.
—Se han ido por el lado contrario —gruñó Laika—. Adolfo nunca me escucha, jamás encontrarán a los Báthory si se empecina en hacer lo inverso a lo que digo.
—Él no lo hace por capricho, es un alfa. Sabe muy bien lo que hace —dijo Alice, elevando la voz.
—¡Soy mejor rastreadora que muchos aquí! —se quejó Laika, y de inmediato bajó la voz al oír un pequeño quejido de uno de sus hijos—. Puedo seguir trabajando, Adolfo pierde el tiempo yendo a lugares equivocados.
—¡Qué impertinente! —exclamó Alice—. Adolfo se arriesga todas las noches para destruir a los vampiros. Lo único que debes hacer es ocuparte de tus hijos, hacer tu tarea de madre. Tus habilidades de rastreadora no son indispensables, en algunos años tus hijos te superarán.
Laika apretó sus puños recargados de ira, deseaba con locura estrellarlos en la cara de la vieja entrometida, pero se contuvo. Antes de lanzar espuma por la boca, tuvo una mejor idea.
—Los niños se han dormido —indicó, mostrando sonrisa desafiante—. Esta noche encontraré la morada Báthory; y no solo eso, encontraré la forma de infiltrarme y destruirlos desde las entrañas.
—¡Estás loca! —clamó Alice—. No puedes irte en medio de la noche, dejar a tus hijos, no avisar a Adolfo.
—Si lo consigo, todos me tendrán que reconocer. Me tendrán que dar mi trabajo otra vez.
Laika demostraba su entusiasmo en una amplia sonrisa, quería acallar las voces mal intencionadas y demostrar lo que valía. Era una loba, intrépida y muy capaz. Así como había podido ser madre de Adriano a sus quince años, y ahora a los veintitrés podía cuidar a cinco hijos, también podía dar rienda suelta a su instinto y hacer lo que mejor le salía: ejercitar esa habilidad que se le había sido concebida por la diosa de la Luna y Amón, el demonio de la ira.
Ella corrió entre las cabañas de su clan, hundiéndose en la espesura del bosque. En medio del trayecto, se fue quitando su camisón celeste y sus sandalias blancas. Colgó sus pertenencias en las ramas de un árbol; y, regalando una sonrisa al satélite que se reflejaba en sus amarillentos ojos, dejó que el poder la abarcara para transformarse en la loba blanca más hermosa de la manada.
Laika siguió el rastro encontrado en una de sus últimas expediciones. Ella había encontrado ciertas rutas que la podían llevar a la casa de un conde de apellido Báthory; a pesar de eso, nadie le había hecho caso. Adolfo estaba empecinado con acabar, en primer lugar, a los Nosferatu, en parte tenía razón, esa familia de dementes tenía un historial muy grave y retorcido, le parecía más urgente salvar a los niños que secuestraban para devorarlos, pero los Báthory no eran mejores, eran su pilar económico e intelectual. Laika sabía que, de asesinar al clan Báthory, la hermandad caería como un castillo de naipes.
Ambos tenían su punto.
El camino era largo, y hacía mucho tiempo no corría, pero debía hacerlo antes de que saliera el sol; debía demostrar que tenía razón y que servía como loba, aunque solo fuese una omega.
La loba surcó todo el bosque, cruzó un prado, la urbe y otro bosque más. Todavía quedaba algún tiempo antes de amanecer, pero allí la vio, envuelta en la maleza de una degenerada vegetación, muros y alambrados, seguridad privada y luces artificiales. La morada de una familia vampírica de linaje Báthory.
Laika buscó un sitio cercano al muro para comenzar a cavar. Crearía un túnel para pasar del otro lado. Para ello se percató estar lejos de las cámaras de seguridad. Cuando acabó, se convirtió en mujer para pasar con facilidad. Estaba desnuda y agotada, su cuerpo se cubría de tierra y sudor. No se quejó, se deslizó por el hoyo sintiendo la adrenalina recorrer cada célula de su ser.
Sola, Laika se escabulló entre los árboles y arbustos, aún tenía que asegurarse, ciento por ciento, que esa fuera la morada de un vampiro. Ella llenó sus pulmones de aire y se detuvo cuando notó la mansión. Derrochaba riqueza como cada sitio en el que "ellos" se ocultaban. Tronó sus huesos llena de rabia, odiaba a esos sonámbulos perversos y criminales, sus antepasados le habían enseñado a odiarlos. No obstante, siguió un poco más, debía ser cautelosa, pues los sentidos de sus enemigos también eran finos.
Laika se detuvo en seco cuando notó un movimiento, y oyó unos pasos, por lo que decidió huir tras el tronco de un pino. Un hombre sostenía un enorme telescopio, lo colocó sobre el césped, y tomó una pequeña banqueta. Allí se sentó a observar y comenzó a tomar apuntes en una libreta. La valerosa muchacha aprovechó su oportunidad, se detuvo en el rostro de aquel hombre; en efecto: era un vampiro. El hedor de su sangre era inconfundible, y sus rasgos perfectos lo delataban. Él tenía el cabello del color de la canela, como la mayoría de los Báthory de linaje puro, sus ojos eran del mismo matiz; era alto, ¡muy alto! de piel pálida y labios morados. Vestía con esos ropajes elegantes, delicados y tan sofisticados como él.
Misterioso, silencioso, oscuro y lejano. Un vampiro poético admirando las estrellas en medio de la noche.
Podía matarlo en ese instante, desparramar su carne por todo el prado como un mensaje de advertencia, aunque fuese imprudente. O bien podía volver a su casa con la información recopilada. Pero Laika cayó de rodillas, y allí se quedó hasta que el vampiro regresó hacia su morada.
Al día siguiente, sin entenderlo bien, Laika fingió no haber descubierto nada. Alice guardó silencio, suponiendo un fracaso por parte de esa loba atrevida, y Adolfo no se enteró de su salida nocturna, la cual se repitió de manera constante, noche tras noche.
Cada vez que Adolfo se alejaba de la manada, ella también lo hacía, con el único y obsesivo propósito de mirar a ese vampiro a lo lejos, como una estrella inalcanzable. Ella lo sabía, estaba hechizada por el profundo amor que se podía convertir tanto como en una bendición como en un martirio. Laika acariciaba su marca sobre el hombro, la marca de Adolfo, mientras miraba al extraño del que poco y nada sabía.
<<Imposible, es imposible... >> se repetía en su mente, empapándose de un llanto sosegado.
No podía detener su adicción, la adicción de respirarlo de grabar en su mente cada gesto nuevo que hiciera, cada suspiro que lanzara, cada paso que diera hacia afuera o dentro de su refugio.
Se sentía enferma, se ahogaba en deseo y a la vez le gustaba mantenerse así, torturándose con un amor no correspondido.
Cierta noche, Laika terminaba de amamantar a Tommaso. Ella sonreía conforme, su niño crecía cada día más lindo y robusto. Cada vez que estaba rodeada de el amor de sus hijos, se sentía culpable al tener una necesidad que la moviera de su lugar, ¿qué dirían los demás si se enteraran de su pecado? Se suponía que debían comprenderlo, era algo incontrolable. Ese sentimiento profundo que los obligaba a cometer locuras siempre los perseguiría como una maldición. Laika negó con su cabeza, quería ser razonable, pero la ansiedad la invadió cuando Adolfo le comunicó que esa noche también saldría.
Ella mordió sus labios, y en cuanto él se fue, ella también partió.
Al llegar al bosque, que cruzaba la ciudad, se dio cuenta que Alice no la cubriría más. Adolfo, en su negra forma lobuna, la había increpado en medio del camino. Él se volvió humano, y ella, muerta del susto, también lo hizo.
—Así que es verdad —dijo Adolfo, su mirada era roja y su voz estaba enronquecida—, cada vez que me voy tú también lo haces.
—Q-qui quiero ser de ayuda. —El corazón de Laika palpitaba cada vez con más fuerza, no podía mentirle a alguien como él—. Estoy... rastreando vampiros.
Adolfo recorrió el suelo negando con su cabeza.
—Considerando las huellas, has pasado por este sitio más de una vez, no mientas —ordenó mirándola fijo—. ¿A dónde vas?
Laika se quedó en silencio, ninguna mentira sería suficiente para justificarse, pero la verdad sería dolorosa, y podría desatar una catástrofe.
-¡¿A dónde vas?! -gritó Adolfo, haciéndola sobresaltar.
Laika rompió en llanto, tapó su rostro enrojecido con ambas manos, y el lobo pareció enojarse más.
—Me enamoré... —susurró.
—De un vampiro... —concluyó Adolfo, la angustia ahogó sus palabras.
Laika asintió con el terror de saber lo que se avecinaba.
—¿Sabes por qué los lobos odiamos a los vampiros? —Adolfo limpió una lágrima que pretendía escapar de su ojo, e intentó recomponerse—. ¿Por qué nos aliamos a los exorcistas?
—E- esa historia tiene demasiados años... —musitó Laika—, miles... ni siquiera ellos la recuerdan.
—Muchos de los vampiros que robaban a nuestros niños, para consumir su sangre y luego matarlos, siguen vivos —le recordó Adolfo—. Los que robaban nuestras mujeres para violarlas, torturarlas y usar su sangre en baños de inmersión, los que mataban a nuestros hombres por creerlos una amenaza. Ellos nos convirtieron en sus enemigos, tuvimos que aliarnos a los exorcistas de la iglesia porque éramos inocentes, pocos, y demasiado pasivos.
—Quedan pocos vampiros de esa época, los milenarios mueren, se suicidan a cierta edad —expresó Laika, llenado sus pulmones de valor—. Los descendientes que ahora gobiernan no tienen nada que ver, ni siquiera nos recuerdan. ¡Para ellos, los lobos estamos extintos!
—Es nuestra historia, estamos ligados a esta venganza. —El lobo le clavó las pupilas rojas en las de Laika—. Los vampiros son monstruos, ¿o es que todo este tiempo estuviste en desacuerdo con los nuestros? ¿Será que los quieres justificar? ¿Justificar sus asesinatos, sus crueldades, sus depravaciones? ¿Qué harás si ese tipo quiere devorar tu sangre y luego matarte? ¿O matar a nuestros hijos? ¿Dime, hace cuánto nos estás traicionando?
—¡No he traicionado a nadie! —Laika se quebró al decir estas palabras.
—Encontraste el paradero de algunos vampiros hace tiempo y no lo informaste —dijo Adolfo, acercándose un paso hacia ella—. Alice me lo dijo, fue hace un mes. Dejas a nuestros hijos solos cada vez que me voy, lo haces para revolcarte con un muerto hijo del demonio. Un descendiente de asesinos de lobos.
—¡No es así! —bramó Laika, mostrando sus colmillos—. ¡Sabes bien que no puedo controlarlo! ¡Así como sucedió contigo cuando decidiste tomarme de esposa! Solo he venido a mirarlo desde lejos. Tengo una familia, soy consciente de ello.
—¡No tienes vergüenza, eres una traicionera inmunda! —gritó Adolfo, esta vez perdiendo la paciencia—. ¡Ya no puedes volver con los nuestros, Laika! ¡No tienes perdón!
—¡No, espera! —chilló Laika desesperándose—. Mis niños... Adolfo, por favor... no volveré aquí lo juro. Pero no digas que no puedo volver a casa. ¡No puedes alejarme de mis hijos!
—Entonces, dime dónde está. Lo mataré y acabaré con esto —sentenció el lobo, dejando en blanco a Laika—. ¡Ese maldito pudo haberte seguido, y ahora puede saber dónde está nuestro clan!
Eso era cruel. Matar al amor de un lobo era querer abrir las puertas del infierno, desatar la ira de Amón. Jamás, ¡Jamás! Un lobo lo permitiría. Ella sabía lo que Adolfo intentaba hacer, la estaba poniendo entre la espada y la pared. O sus hijos y el clan, o el vampiro del que ni siquiera sabía el nombre.
—No lo mates, volvamos a casa —farfulló Laika, acercándose a él, pero él no hizo caso, porque Adolfo la amaba y no podía permitirlo.
Él se transformó en lobo, y las gotas saladas cayeron de los ojos de Laika. Ella no tuvo más remedio que transformarse en loba, pues estaba en su sangre evitar que Adolfo matara a ese reservado vampiro que la mantenía atada con su mera existencia.
Una lluvia de sangre salpicó el bosque, cuando esos dos lobos se batieron a duelo. Mordidas sin piedad, bufidos, reproches. Solo la luna fue testigo de la guerra entre esos dos, pero quien ganó fue Adolfo, siendo un macho alfa, Laika no tenía chances. Su cuerpo humano yacía un charco de sangre, agonizaba en llanto, se odiaba por no poder actuar con cordura.
Lo había perdido todo.
—Increíble —musitó Adolfo, mirando el cuerpo agonizante de su mujer—. ¿De verdad lo has preferido antes que a tus hijos? ¿Sabes que lo mataré de todos modos?
—Adolfo... —gimió Laika—. No me quites a mis hijos, no mates al vampiro, yo seré tuya siempre, tengo tu marca...
Adolfo rió con tristeza, su corazón de lobo también estaba destrozado. La marca de un lobo era algo que provenía de un instinto primitivo, no podía atarla a él con una simple cicatriz. Y era el amor que él le tenía a ella que lo llevaba a cometer tal locura. En realidad la acorralaba para que tomara la decisión más sana para ambos.
—Pides demasiado, Laika —afirmó—. Tú morirás aquí, y todos sabrán de tu traición. Tus hijos conocerán la verdad que yo crea conveniente. Les diré que viviste, les diré te fuiste con él y los olvidaste. Así serás recordada: como una traidora; ese será tu castigo.
—...No... por favor... —Laika, inmóvil, vio cómo su mundo se oscurecía.
La loba blanca maldijo su linaje, maldijo su sangre, su existencia, su instinto, su amor.
Ya no podía hacer nada, Adolfo se convertía en el lobo negro para abandonarla en la más cruel y absoluta soledad.
Cuando todo parecía estar perdido, cuando la noche parecía culminar, Laika sintió su cuerpo siendo abrigado por un sobretodo ajeno, unos colmillos se clavaron en la piel de su cuello, haciendo que el tormentoso dolor solo fuera algo pasajero. Un aroma a perfume masculino y sangre fresca invadió su pecho.
No sentía dolor ni pena, estaba a salvo.
—Me preguntaba por qué esta noche no habías venido a verme... —susurró una profunda voz que nunca había escuchado—. Tu sangre es muy dulce, y tienes un rostro mucho más bonito de cerca.
—¿Tú nombre...? —preguntó ella al ser alzada en los brazos de su salvador, su amor.
—Stefan Báthory —dijo él, mostrándole la más hermosa de las sonrisas—. ¿Y, cómo se llama mi preciosa acosadora?
—Laika... —balbuceó, colmándose de lágrimas, era el momento más triste y más sublime de su vida. ¿Podían dos sentimientos tan distintos encontrarse? Sí, podían, y estaban a punto de hacerla dudar de su razón.
—No llores Laika, estás a salvo —dijo con su melodiosa voz—. Siempre te veo observándome entre los arbustos, esta vez vayamos a ver las estrellas juntos.
En la playa, los sufistas disfrutaban las últimas olas antes del atardecer. Los niños jugaban en las plazas. Joan se silenció cuando acabó de contar la historia, tal y como su madre se la había dicho una y otra vez.
—No todo fue color de rosa —dijo Joan—. Mi madre... nuestra madre, se escapaba siempre para verlos desde lejos. Se peleaba con mi padre porque nos ponía en peligro. Ella insistía que yo fuera recatado, que no mostrara ningún signo lobuno. Tenía terror de perderme a mí también, pero ella no podía controlarse. A pesar que mi padre la convirtió en una híbrida, su lado salvaje siempre fue más fuerte.
Tommaso rió con la vista al suelo.
—Es increíble, ¿sabes?, mi padre no quiso matarla, ni tampoco mató a Stefan —dijo Tommaso, mirándolo a los ojos con una sonrisa—. Podría haberlo hecho, esa misma noche podría haber matado al vampiro, a ella, a todos. Le hizo creer que era el malo para no dejarla con remordimiento por romperle el corazón. Al final, la dejó ir para que fuera feliz. La felicidad de mi madre era más importante que la suya. El enamoramiento de un lobo está más cerca de ser una maldición que una bendición, ¿lo sabes, no? No siempre es correspondido, y duele, demasiado.
—Lo sé —murmuró Joan—. Durante mi etapa de transformación y celo me mantuvieron encerrado, no podía controlarme. Moría por encontrar a Sara, por dejarle mi marca.
—Me hubiese gustado que me encerraran en cuanto me encontré con Fran. —Tommaso resopló con la vista en sus manos—. A veces creo que si no le hubiese hecho daño podríamos haber sido felices. La última vez pude notar que ya no me odia como antes. Ella y Leif me dan esperanzas para seguir mejorando, aun sabiendo que jamás vamos a estar juntos como quisiera.
Mirando hacia la fina delgada en el horizonte, Joan y Tommaso decidieron mantenerse en silencio un momento.
—Así que somos hermanos —murmuró Tommaso.
—Puedo entender si me odias —dijo Joan—. Fueron más de veinte años.
—Está bien, mi padre no le dio alternativa. —Tommaso volvió a mirar a Joan—. Si no se iba con el vampiro habría sido desterrada o asesinada por otros del clan. Y, no te odio, no tengo porqué. De hecho, eres el que mejor me cae.
—Entonces, ¿puedes quedarte un poco más? —pidió Joan—. No deberías quedarte en el aeropuerto cuando puedes estar con tu familia.
Tommaso asintió sin mirarlo a los ojos, por un tiempo le costaría asimilarlo.
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