Capítulo 13. Camino a Casa.
Shelyn Eglimar Cásterot.
Al día siguiente después de que su padre regresará de la reunión con los prodigios, las cosas comenzaron a cambiar de nuevo para mal. La niebla maldita, tal como los curanderos lo habían advertido, regresó aquella mañana con extrema discreción. Al principio era como una calima casi imperceptible, hasta que fue ganando presencia y espesor. En la mañana Shelyn apenas pudo contemplar el alba, pero al pasar las horas la presencia del sol se había vuelto inexistente y en su corazón el temor cobraba vida de nuevo.
El compañerismo con su padre seguía sin ser tan recurrente: le veía caminando de un lado a otro, preocupado, dando órdenes por doquier. A veces creía que se olvidaba de ella, pero luego en algún momento le acompañaba. Por suerte Desmond estaba allí para jugar con ella: a escondidas de su maestro siempre accedía feliz a las peticiones de Shelyn y creaba cuántas ilusiones le demandaba. Por suerte, su primo Leander se confabulaba con ellos. El joven Adolph Tarrenbend, por otro lado, lo único que quería era estar solo, y nada más socializaba si tenía que entrenar con la espada, pero aquel día se veía entusiasmado por salir en una misión con uno de los videntes.
Ese día también conoció a los domadores. Era una hermandad cuya habilidad principal consistía en encantar a los animales fueran domésticos o salvajes. Gracias a ellos habían logrado cazar a un venado con extrema facilidad, que llevaron al pueblo y que pudieron comer asado ese día. Siempre llevaban consigo algún animal, fuera una serpiente, una lagartija, un hurón o algo parecido, pero le dijeron que vería animales salvajes más grandes con ellos una vez que todos se fueran adentrando en el bosque. Y es que recibió una gran noticia: todos irían rumbo a Escortland sin tiempo que perder.
Hombres comunes y prodigios se reunieron en la nueva posada, y tomaron rumbo al sur hacia su provincia natal. Quería con ansias abandonar a Galean, que para ella era un pueblo de muerte, regresar a su tierra y visitar la tumba de su madre para regalarle una flor.
Al día siguiente conoció a George, un joven de trece años de la hermandad de los domadores. Por alguna razón que Shelyn no entendía, Desmond y él no tardaron mucho en tener rivalidad. Cada vez que Desmond creaba una ilusión de un animal para Shelyn, George se burlaba y le conseguía a la niña el mismo animal de carne y hueso logrando tener la atención de ella. Pero Desmond no se quedaba de brazos cruzados.
Sin que George se diera cuenta, Desmond desprendía de su mano el poder del anzuelo, y cuando este poder tocaba al joven domador lo sumergía en su ilusión haciendo que tropezara al caminar, y terminara con raspones y magulladuras.
Al cuarto día de viaje, una vez que habían acampado y el Sol se había ocultado tras las montañas, Shelyn no podía conciliar el sueño. El aullar de Los lobos a la distancia, y el rugir de las criaturas del bosque alimentaban su trastornada vigilia. No paraba de moverse de un lado a otro sobre su lecho para buscar acomodo mientras intentaba tapar sus oídos.
—¿Aún no puedes dormir? —le preguntó Darline cubriéndola con sus brazos. La joven curandera había dormido con ella todas las noches desde que se conocieron y le brindaba seguridad. Era para Shelyn un alivio escuchar su voz cada madrugada que despertaba sobresaltada por sus pesadillas.
—No he podido dormir; tengo mucho miedo —contestó aliviada y abrazandole con fuerza.
—No tienes porque temer, hay muchos hombres armados y muchos prodigios aquí dispuestos a defenderte.
—Pero escuchar tantos aullidos y rugidos me dan mucho miedo.
—Es culpa de los domadores, pero como te dije no tienes nada que temer. No te sorprendas que mañana veas a lobos, osos y a distintas fieras conviviendo con nosotros como si fuesen animales domésticos.
—¿Eso quiere decir que son nuestros amigos?
—Sí, eso es lo que quise decir.
Aquellas palabras apenas habían logrado calmar a la niña, pero cuando Shelyn vio que de las manos de Darline emanó un destello color ámbar, una calma repentina invadió su ser y no supo en qué momento se quedó dormida.
—¡Un osoooooooo! —Un grito la despertó aquella mañana, acompañado del crujir de aquel animal mencionado, más una algarabía que no podía entender.
Al principio el bullicio era dominado por gritos de auxilio y espanto, luego escuchó a hombres vociferar a aquel animal que se alejará y a otras voces que pedían calma insistentemente, y al final, justo antes de que todo se hubiese calmado, las risas habían sido la emoción que daba por terminado a aquel alboroto.
Sin comprender qué estaba pasando se quedó oculta en su carpa sin atreverse a salir, hasta que Darline entró en ella con una sonrisa. Verla siempre le daba calma y le abrazó.
—Imaginé que todo ese ruido te habría despertado —dijo Darline a la niña.
—¿Qué pasó allá afuera?
—Los domadores quisieron jugarle una broma a los guardias y usaron un oso para asustarlos.
—¿Hay un oso allá afuera? —preguntó angustiada, la sola idea de ver a un animal tan grande y tan temido como ellos no le agradaba para nada.
—Es seguro salir, no te preocupes. Estarás conmigo en todo momento.
Una vez afuera, de la mano de la curandera, se dirigieron como de costumbre a la carpa de su padre, pero este, preocupado, ya venía a su encuentro. Alexander la tomó en sus brazos y la abrazó.
—Me alegra verte en una pieza. ¿Cómo has amanecido hoy, hija mía?
—Dicen que hay un oso en el campamento.
—Y por eso vine a verte: No te quiero cerca de un animal así.
—Lo correcto es que ella aprenda a no tenerles miedo si estos están encantados por el poder de los domadores. —Las palabras de Darline no le resultaron de mucho agrado.
—Lo ideal sería que los mantuvieran lejos del campamento.
—Eres la cabeza de todo este movimiento, da la orden y ellos obedecerán.
—¿Antes puedo verlo? —preguntó Shelyn a su padre, sorprendiendolo.
—¿Y no es que los osos te dan miedo? —Le preguntó Darline.
—No tanto si lo veo de lejos y ustedes dos están allí para protegerme.
La respuesta de la niña los hizo reír a ambos y accedieron a llevarla a dónde se encontraba aquel animal. Alrededor del oso y a una distancia prudente se mantenían los soldados, pero mucho más cerca se hallaban los domadores. Uno de ellos le daba de comer con un balde lleno miel mientras George acariciaba el lomo de aquel animal como si fuera su mascota. Algunos prodigios de las demás hermandades se acercaban a tocarlo también, entre ellos el mago Darius que anima a Desmond para que lo tocase.
—¡Es enorme! —exclamó con asombro la niña mientras se aferraba con más fuerza a los brazos de su padre.
—Así es... —Contestó Alexander— Estás acostumbrada a imaginarlo según los dibujos de los libros, pero es muy distinto verlo en persona.
Al mirar a los demás prodigios estar tan cerca del oso, Shelyn quería tener el valor de acercarse también y más aún cuando George se burlaba de Desmond.
—Es un cobarde, siempre lo ha sido. Lo único que sabe hacer son ilusiones estúpidas.
—Soy un mago, no un domador —Se excusaba Desmond en su defensa— ¿Para qué debo tocarlo?
—Te lo he dicho muchas veces. Para que las ilusiones sean creíbles debes estudiar muy bien todo lo que existe. —respondió Darius a su discípulo— No basta solo con los libros, y el que aprendas a hacer la ilusión de un Oso podría serte de mucha ayuda.
—¿Podría verlo un poco más de cerca? —preguntó Shelyn a Alexander—. Por favor.
Alexander asintió, bajó a la niña de su regazo y caminó con ella tomado de la mano a una distancia prudencial. Cuando Desmond la vió, apenado por las burlas de George, se fue del lugar ignorando las súplicas de su maestro para que intentará tocar al animal.
Alexander al ver a Arnot lo mandó a llamar y le pidió explicaciones.
—Es por esto que nos llamamos domadores —argumentaba en su defensa—. Controlamos a cualquier clase de animal haciéndolos inofensivos. No tiene de qué preocuparse.
—Su presencia pone nervioso a mis hombres y más aún a los niños. No quiero a ese animal cerca a menos que tenga una utilidad.
—Claro que sí. Los animales tienen desarrollados muchos sentidos mejor que los nuestros. Los osos no ven bien a la distancia pero tienen un excelente olfato y un gran oído. Serán mejores que muchos de los hombres que usted envía para las misiones de exploración.
—Entonces usenlos para explorar.
—Ya estamos usando algo mejor; a los lobos, ya que son más rápidos. A este lo haremos merodear a nuestros alrededores para que infunda miedo a nuestros enemigos.
—Bien, haganlo, tenemos que irnos.
Cómo de costumbre, no tardaron en recoger sus cosa en el día matutino para continuar el viaje. La mayoría de los hombres cabalgaba montado cada uno en su corsel, pero Shelyn, la curandera y los demás niños viajaban en uno de los carruajes. Sólo hacían pequeñas paradas para alimentarse y comer lo mismo de siempre. Pan, miel y carne seca.
Aquel viaje de regreso a su hogar le parecía más eterno y agotador que su camino hasta el pueblo de Galean. Quizás su padre tenía razón: «Alcanzar nuestro objetivo parece más eterno cuando tenemos esperanza»
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