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Capítulo 12

Punto de vista de Alejandra.

Estábamos de camino al estadio, no entiendo en qué momento habían pasado cinco días, pero lo que sí haré será un resumen de ellos.

Carla y Eric se han pasado toda la semana devorándose por las esquinas, tanto que he llegado a plantearme si realmente les quiero tanto como para aguantar que coman como ricos delante de mí que soy una pobre, hasta Marcos les ha hecho un mapa de ruta de camino al cuarto porque con tanto besuqueo y calentón, se pierden.

Con mi habitación hubo un fallo, resulta que ya estaba cogida y un pavo Noruego me echó de ella, el equipo no pudo hacer nada así que duermo con Marcos, cosa que me gusta y no, me gusta porque duermo como un bebé cuando estoy con él y no me gusta porque todo el puñetero rato le quiero comer la boca y me siento como si estuviera traicionando a Neymar, del que por cierto obtuve noticias ayer, Brasil está en la semifinal de la Copa America, a pesar de lo que me esté pasando con Marcos yo sigo enamorada del mismo.

Por lo demás, todo con la selección va generalmente bien, salvo que un día le voy a estrellar la nevera de botellas a Jordi Alba en la cabeza.

Habíamos llegado al estadio, de nuevo mi hermano era titular y Marcos estaba en el banquillo, la verdad que me molaba eso de ver el partido con él, sobre todo por los cabreos que cogía él solo.

Con el himno sonando, el Suso dicho había cogido mi mano, y Carla gritaba como una gran shippeadora de Marcale, que manda huevos también que le hayan puesto hasta ship a esto.

El partido comenzó y yo estaba lista para escuchar insultos al árbitro y a jugadores contrarios, sobre todo a Modric, tanto por parte del tío que me pone a doscientos, como de mi mejor amiga. Uno por colchonero y otra por Culé, la verdad que a mí como sevillista también me cae como el culo.

En el minuto veinte, Pedri, le dio un pase a Unai que no pudo controlar y se le fue para adentro, en resumidas palabras que el Karma había actuado sobre nosotros por habernos reído del portero eslovaco el miércoles.

—¡Unai te has quedado sin chupitos gratis, lerdo! —gritó Carla toda esfurfurada.

—¿Sabes que en realidad ha sido Pedri? —dijo Marcos.

—Ya, pero a Pedri se lo perdono todo porque está bueno. —me giré a mirarla.

—Que tienes novio. —dije yo.

—Ya, pero ojos también.

Decidimos no prestar más atención a Carla y seguir viendo el partido, porque se venía bastante intensito. Sarabia puso el empate en el marcador en el minuto treinta y ocho, un gol que creo que Pau casi se sube a lo alto del banquillo a hacer un striptease de la felicidad. Tras el descanso, César en el cincuenta y siete puso el 2-1 para nuestra selección y Carla estaba por saltar al campo a comerle la boca y a darle de ostias a Modric. Pero mi verdadera felicidad vino cuando mi niño Ferran marcó el 3-1 en el setenta y siete, claro que la felicidad no nos podía durar mucho, porque somos españoles y parece que estamos maldecidos porque de ganar casi por goleada nos empataron en tres minutos, ¿pero qué somos ahora, el Barça? Pues nada con el disgusto del partidazo que habíamos hecho nos fuimos a prórroga.

—Solo tenéis que imaginaros que seguimos jugando en Sevilla, un lugar donde sigue vuestra gente. Mirad allí, están ahí por vosotros y sois el ejemplo de muchos niños españoles, vamos allá. —puso las manos en el centro, donde cada jugador e incluso Carla y yo, pusimos las manos.

—1,2,3 ¡GANAR, GANAR Y GANAR!

Carla le metió un cacho de morreo a Eric que creo que le había limpiado los empastes.

Mis niños salieron totalmente motivados, tanto que a los diez minutos Álvaro había desempatado el partido y el banquillo estalló en alegría.

Sentí como Marcos tiraba de mi cadera y me cogía en volandas celebrando el gol, yo le abracé eufórica perdida. Es que joder, este hombre a mi está empezando a volverme loca.

Después de tres minutos, Mikel puso el 5-3 final, confirmando así que una selección en la que no confiaban para pasar de fase de grupos, estaba en cuartos de final de la Eurocopa.

Antes de salir del campo los jugadores saludaron a la afición que se había trasladado a Copenhague, me fijé en dos chicos que sostenían un cartel:

Morata, yo tampoco la meto.

Pensé: qué cabrones.

El camino de vuelta al hotel había sido todo cánticos, alguna que otra guerra de clubes, pero había unión, éramos un grupo de la hostia.

—¿te acuerdas de ese puente? —dijo Marcos a mi lado.

—Como para olvidarme. —me reí.

—Puede que te rías ahora, pero sé que algún día lo que no sucedió el viernes por la noche sucederá y volveremos a este puente tú y yo. —dijo, luego me guiñó un ojo.

Mi corazón empezó a latir como loco, y era el efecto Marcos, que se estaba colando en mí sin darme cuenta.

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