
Capítulo 17.
(Este capítulo contiene escenas de sexo explícito).
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Había ido tantas veces al campus a vender las viandas de Elaine, que a nadie le sorprendió verlo allí ese día. Siempre estaba aquí y allá, entregando las cajas, preguntando cómo llegar a alguna oficina o salón de clases, repartiendo y cobrando. Su presencia pasó totalmente inadvertida camino a la oficina de Nathan, y aún si se hubieran fijado él podría decir sin mentir:
-Vengo a traerle su pedido, profesor. ¿Puedo pasar?
-Pasa, muchacho. Tengo el dinero listo, si me das un minuto…
Aquellas frases fueron pronunciadas solo por si acaso alguien los oía; pero, una vez que se cerró la puerta, la vianda quedó olvidada sobre la mesa mientras ambos se abrazaban. Como saludo estaba bien, pero era obvio que no sólo querían saludarse. Después de la charla de la noche anterior, y de la foto de Leo con esa bonita camiseta rosa, ambos habían dado pie a que su "amistad" subiera de nivel. Ambos querían ese abrazo tan largo, ambos lo sabían pero estaban demasiado cómodos y divertidos como para apurarse a dar el siguiente paso.
-¿Alguien sospechó algo de ti, tesoro?
-Nadie. Soy solo un amigo leal repartiendo las viandas que hace su amiga. ¿Se te antoja comerlas ahora?
-Después. Estoy muy bien así, contigo entre mis brazos.
Sus mejillas subieron de tono al oírlo, y lo estrechó con más fuerza que antes para sentirlo más cerca. Nathan no era un musculoso pero estaba muy bien, podía sentir su pecho fuerte y sus piernas brindándole una agradable sensación de contacto; Nathan podía sentir esos delgados brazos en torno a su cuello, y esa cintura perfecta tan cerca de él… lo bastante cerca como para sentirse acalorado.
-Dime algo. ¿Pudiste dormir bien después que dejáramos la charla?
-No del todo. Es decir… sí me dormí, pero me costó.- Alzó la mirada y le sonrió con cariño.- Estaba demasiado ocupado pensando en ti como para poder dormir.
-Leo… ¿te das cuenta de lo que estás diciendo?
-Perfectamente.
-Y… estás seguro que eso es lo que quieres.- Hizo una pausa.- Conmigo. ¿Lo quieres?
-Te quiero a ti, sí- respondió finalmente, con sus ojos brillando de deseo. Entonces Nathan no pudo hacerse más el tonto, y le tomó los labios con los suyos como nunca lo había hecho con otra persona.
Aunque llevaba rato deseando que sucediera, nada había preparado a Leo para tal arranque de pasión: Nathan besaba demasiado bien, su lengua era ágil y recorría cada centímetro de su propia boca, de sus labios y hasta de su alma, que se sentía besada también. Las manos de Nat no se conformaron con acariciar su cintura, bajaron lenta pero firmemente hasta su trasero, al cual masajeó hasta hacerlo gemir, hambriento de esa intimidad que tanto habían ido gestando. Se movió al compás de aquel masaje, enredó sus dedos en el cabello del mayor mientras rompía el beso para poder respirar; Nathan aprovechó para seguir besando todo su rostro, su cuello, para lamerlo y llevarlo al punto de ya no poder seguir parados.
-¡Ahh… Nat, basta! ¡Me estás… enloqueciendo, no aguanto más!
-Es que no puedo parar, no puedo- susurró cerca de su cuello, al cual quería darse el gusto de marcar con una mordida.- Te amo tanto, te he amado desde que te vi, precioso, y todo lo que he reprimido acaba de aparecer. Te deseo, te quiero devorar aquí mismo y tú me lo permitiste. ¿En serio quieres que pare?
-Ahh… ahh…
No podía hablar, solo jadear mientras el mayor lo llevaba hasta un sofá junto a la pared para que estuvieran más cómodos. Nathan lo sentó sobre su regazo y continuó sobando su trasero, abriéndole unos botones de la camisa para tocarlo y apoyarse contra su pecho, oyendo cómo le latía el corazón y cómo le ardía la piel. Era demasiado.
-Te amo, Leo, te amo con todo mi corazón. Te quiero hacer tantas cosas…
-Y yo quiero que me las hagas- reconoció con una sonrisa de oreja a oreja, besando sus labios y levantando un poco el trasero para dejarlo más expuesto. Nathan también sonrió con ardor, sintiendo como su entrepierna crecía al tiempo que esas nalgas hermosas se frotaban contra sus manos. Porque ambos se estaban acariciando con cada parte del cuerpo que podían, olvidados del pudor y de todo lo demás, queriendo solo saciar todo el apetito sexual que llevaban reprimiendo desde que se habían conocido en persona. Leo llevó su mano hasta el enorme bulto de su pareja y se mordió el labio, deseoso de ver lo que había allí y deseoso de hacerlo pronto.
-Déjame chupártela- le pidió sin vergüenza, pensando en que hubiera sido una idiotez buscar algún eufemismo para lo que quería hacerle. Podía verse inocente, podía ser inocente en muchos aspectos, pero seguía siendo un hombre joven, enamorado y con ganas de chupársela a su novio. Cosa que hizo, y que disfrutó enormemente.
Nathan casi se muere de placer al sentir esa dulce lengua que rato antes se restregaba contra la suya, ahora lamiendo su pene endurecido como si fuera un manjar. Debió hacer uso de todo su autocontrol para no gritar, para no elevar una plegaria al cielo por la suerte de tener a su amor haciéndole eso. No era virgen mi mucho menos, pero jamás un sexo oral le había parecido la mitad de bueno que éste. Leo chupaba muy bien, se aferraba de sus caderas, se corría el pelo del rostro para poder mirarlo y sonreírle, y eso era algo para agradecer al cielo.
-Precioso, mi vida, mi amor. Te amo- le susurró encantado y deseando que el momento no acabara nunca… pero reprimirse era algo del pasado, pensó, y tampoco es que pudiera aguantar mucho tiempo.- Leo, mi amor. Me voy a venir… ¿Quieres…?
Leo entendió, y lejos de apartarse se metió el miembro más adentro, soportando sin una queja su calor, su aroma y su semen, cuando por fin eyaculó en un profundo extasis. Para ser honesto nunca le había gustado el sabor del semen, pero nunca había estado tan enamorado como lo estaba ahora. Por Nathan, era capaz de hacer lo que fuera incluso si eso tenía ese dejo amargo.
-Yo también te amo, profesor Price- le dijo con la respiración entrecortada, besando con delicadeza su miembro, ahora menos duro, besándolo y apoyando su mejilla contra él.- Te amo tanto que me duele el corazón.
-¿Entonces… quieres ser mi novio?- preguntó con una ingenuidad incompatible con lo que acababan de hacer, lo que le provocó una carcajada a Leo antes de que asintiera gustoso.
-¿Tú qué crees? Claro que quiero ser tu novio. Si somos pareja, podremos tocarnos así a diario. Podremos amarnos, y ser felices, y… dios mío, tu pene es en verdad enorme, incluso después de haber acabado. ¿Cómo piensas que le diría que no al dueño de esta belleza?
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