Capítulo VII
UNA LEALTAD DEFECTUOSA
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Comenzó a caminar en la dirección que definió segura. Se abrazó a sí misma, notando su ropa prestada cada vez más húmeda, con el frío de la madrugada filtrándose a través de la tela delgada. Agachó la cabeza y aceleró sus pasos. Antes no había tenido la necesidad de preocuparse cómo regresar ni cuándo, pero ahora dudaba que pudiera hallar la entrada a los pasadizos que usó para salir de sus aposentos. No le quedaba de otra más que entrar por todo el frente. De seguro iba a tener que enfrentarse a los guardias en la Puerta del Rey.
Fue cuidadosa por donde pasaba, queriendo evitar resbalar o pisar excremento que no podía determinar si sería de animal o humano, probablemente una combinación de ambos. Procuró también asegurarse de transitar bajo la tenue luz que alcanzaba la calle, evitando esquinas negras y callejones que parecían no tener salida. Había algunas luces de establecimientos prendidas, incluso podía escuchar a varias personas hablando o riendo, pero Elayne había perdido toda curiosidad. Le dolía todo el cuerpo y se estaba congelando, además que le dolía la garganta como si una varilla hirviendo se hubiera abierto paso hasta alcanzar su estómago, que no dejaba de dar retortijones incómodos.
De repente escuchó el sonido de otros pasos a su alrededor. Se giró de sopetón al tiempo que se detuvo, no queriendo ser sorprendida por la espalda. Miró con cuidado su entorno para tratar de discernir de dónde venía la persona, pero no descubrió mayor cosa. Intentó calmarse para poder concentrarse, por lo que se giró y volvió a caminar, no obstante, en la siguiente intersección chocó con alguien. Logró mantener el equilibrio, mas no pudo ocultar la mueca de desagrado cuando el olor a alcohol rancio fue lo único que distinguió.
Retrocedió, aunque no tan rápido como debió.
—¡Aquí está mi puta! —escupió el borracho pasando un pesado brazo sobre los hombros de Elayne para atraerla a su cuerpo sudado. La camisa de lino que tenía puesta estaba rasgada y su protuberante panza sobresalía—. Sabía que no te habías ido tan lejos.
—Está equivocado, y-yo no soy...
—Cállate que ahora no tuviste problema con abrirte de piernas por unos pocos peniques —le interrumpió el señor empujándola de regreso.
—¡Déjeme ir! ¡No puede simplemente agarrarme así y ya!
La reacción del señor fue inmediata y se movió con una agilidad que ella no había esperado en alguien tan ebrio. Los nudillos impactaron contra su pómulo izquierdo. Su cabeza se sacudió hacia un lado y atrás debido al golpe. Podría haberse caído al piso de no ser porque el hombre todavía la sostenía contra sí. Se llevó ambas manos al rostro, sus piernas débiles y el resto de ella temblando, comenzando a deshacerse en sollozos. Debió haberse arrepentido antes de seguir a Rhaenyra en esta escapada, que lo único que había hecho desde el espectáculo del dragón de telas fue empeorar cada vez más.
—¡Cállate! —ladró volviendo a alzar el puño. Elayne se encogió en su sitio.
—¿Todo en orden?
La voz le resultó demasiado conocida. Descubrió su rostro empapado en lágrimas, enrojecido ya fuera solo por el llanto o el golpe, dejó de importarle en ese instante. Sus ojos fueron hacia el hombre con armadura y casi creyó que volvería a deshacerse en lloriqueos cuando vio la capa dorada que llevaba puesta. El yelmo ocultaba el rostro del soldado, empero el hecho de que perteneciera a la Guardia de la Ciudad, le permitió una sensación de salvación.
—Estoy tratando de que esta puta cumpla con los servicios que le he pagado —contestó el hombre, dando un tambaleante paso hacia atrás para tratar de evadir al uniformado—. Consíguete a la tuya.
Al ver que el soldado sólo le dedicó una mirada de reojo para luego dar media vuelta, sintió que perdía todo, por lo que forcejeó con renovada fuerza para soltarse. Era una imprudencia demasiado grande lo que iba a hacer, sin embargo, sería peor si seguía siendo arrastrada por ese desconocido y obligada a "servirle".
—¡Espere, ser! ¡Se lo ruego! ¡Soy Elayne Hightower, por favor!
Solo alcanzó a verlo detenerse antes de volver a ser zarandeada y obligada a alejarse más del capa dorada. El desconocido le gritó más obscenidades, incluso atreviéndose a darle una descripción detallada de cómo terminaría su noche si no guardaba silencio y le dejaba hacer lo que viniera en gana con su cuerpo. Ela comenzó a llorar con más fuerza, todas sus opciones de regresar a la Fortaleza desvanecidas. Con su visión borrosa y el resto de su cuerpo tiritando, sus pasos se volvieron torpes y lentos, claramente como una evasiva. La paciencia del hombre se agotó.
Cerró los ojos con fuerza una vez más a la espera del impacto, pero este nunca llegó. Un movimiento brusco e inesperado hizo que cayera sobre sus rodillas y manos, aunque no pudo sostenerse y la piedra mojada no ayudó tampoco. Temió abrir los ojos, temió moverse, incluso respirar se convirtió en una arriesgada hazaña. Hizo oídos sordos al forcejeo, también procuró desentenderse del crudo golpe que finalizó el alboroto y silenció las quejas del borracho. Se quedó paralizada en esa posición y con ojos cerrados, sucia y empapada.
—Mi lady...
El alivio que pudo haber sentido antes al escuchar tales palabras por parte del soldado, simplemente no existió. Elayne solo negó con la cabeza, una parte de ella aferrándose a que quizás era una pesadilla, que nunca salió de la seguridad de sus aposentos, que la princesa heredera jamás la buscó ni le convenció de exponerse a tantas cosas en una sola noche. Pero en el fondo también sabía que buscar culpables no iba a borrar lo sucedido.
En el momento en que sintió unas manos ajenas aferrarse a sus brazos, no dudó en soltar manotazos o sacudirse, negándose a volver a ser arrastrada en contra de su voluntad. Luchó a ciegas porque se sintió incapaz de ver a la persona que con increíble fuerza, y apenas notando sus débiles ataques, logró ponerla en pie.
—¡Suélteme!
—Lady Elayne, míreme.
Se sacudió con fuerza una última vez solo por si acaso lograba soltarse, empero no pudo y finalmente se atrevió a abrir los ojos hinchados y cristalinos. Suspiró en cuanto enfocó su vida en el hombre que ahora la sostenía contra sí con considerada firmeza. Al ya no tener el yelmo puesto, fue que pudo reconocerlo con facilidad. Mortificada, supo la razón por la que su voz le había resultado conocida.
—Ser Harwin —murmuró seguido de una pesada exhalación, tiritando, ya fuera por la conmoción o por el frío, ya no lograba distinguir nada.
—¿En qué estaba pensando cuando decidió dejar la seguridad de la Fortaleza Roja? —cuestionó el caballero con cierta exasperación, una parte de él molesta por casi haberla dejado con ese borracho al no haberla reconocido desde el principio—. ¿Y qué son esos ropajes, lady Elayne?
La observó de pies a cabeza, distinguiendo la ropa masculina que claramente no le pertenecía a ella. La tela mojada, sucia y los pantalones rasgados en la parte de las rodillas. En definitiva, la joven mujer no se veía para nada como la lady Hightower que él siempre estuvo acostumbrado a observar desde lejos. Tenía el rostro hinchado donde el desgraciado se atrevió a golpearla, los ojos rojos por el llanto y los labios suaves que solo pudo probar una única vez, estaban curvados hacia abajo con desespero y dolor.
—Por favor... —lloriqueó Ela, tratando de controlar su respiración entrecortada—, n-no sé cómo regresar al castillo.
—¿Los guardias saben que no está en sus aposentos? —preguntó Harwin, esta vez no aprisionando a Elayne con tanta firmeza contra sí, aunque permitió dejar sus manos sobre los brazos de ella.
Ela negó con la cabeza y apretó los labios. Nadie sabe que ella andaba perdida por las calles de la ciudad. Solo la princesa Rhaenyra y el príncipe Daemon, pero solo lo sabrían Los Siete en dónde se encontraban ellos. Había perdido toda noción de tiempo y espacio, desamparada en un ambiente que temía y desconocía. En verdad había sido una tonta al creer en las palabras de la princesa. Esa en verdad casi se convertía en su última noche.
—¿Entonces cómo logró salir de la fortaleza sin que nadie lo notara?
Una vez más, se quedó callada. Elayne descubrió entonces que solo sabía quedarse callada cuando le preguntaban por la verdad.
La paciencia de Harwin comenzó a agotarse y aquello se mostró en su ceño fruncido y labios apretados, pero antes de que cediera volver a interrogar a Ela, exigiendo respuestas que de seguro no iba obtener, optó por resignarse esta noche. La Elayne con la que había bailado y a la que había besado hace más de dos años atrás, en el banquete de bodas de la reina Alicent y el rey Viserys, parecía haber desaparecido. Él todavía recordaba la manera en que ella lo evitó por semanas cuando intentó acercarse, con claras intenciones de cortejarla.
Luego ella desapareció por más de doce lunas.
—Está bien, —murmuró Harwin y soltó los brazos de Elayne—, permítame acompañarla de regreso de la Fortaleza.
A pesar de saber que lady Elayne iba a arrastrar su capa dorada, no dudó en quitársela y gentilmente posarla sobre los hombros de ella. Ela no dudó en acurrucarse entre la pesada tela, suspirando con alivio ante los restos de calidez que Harwin dejó y que pronto le ayudó a dejar de sentir tanto frío. El olor a sándalo y a algo más que ella solo pudo identificar la noche en que besó al caballero, inundó sus sentidos.
—Gracias —murmuró ella.
De alguna manera, los dos supieron que se refería a más que la capa, o que la haya rescatado del borracho o incluso de que caminara con ella de regreso al castillo. Ella estaba agradecida de no tener que enfrentarse preguntar a las cuales su garganta se cerraba al momento de oírlas.
Antes de Aenys, antes incluso de que Viserys escogiera a su hermana como su siguiente esposa, Elayne había sido terrible en ocultar cosas. Los nervios le ganaban. Actualmente, los nervios no han mermado, pero el miedo a enfrentar las consecuencias de la verdad la paralizaban lo suficiente como para mantener la boca cerrada. Por el bien del Reino se había dicho una vez. Pero eso ya no era así. Por el bien de Aenys, solo por él.
Así que, en medio de la noche con la llovizna empapando todo a su paso, Harwin Strong y Elayne Hightower emprendieron camino en completo silencio hacia la Fortaleza Roja. A pesar de caminar uno al lado del otro, sus miradas no volvieron a cruzarse, sus brazos jamás rozaron y ningún otro sonido más que sus corazones y respiraciones, junto con el murmullo de la lluvia, cortó el silencio entre ellos.
Harwin tenía razón, la Elayne que él besó aquella noche, había muerto tres veces ya.
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Elayne permaneció en sus aposentos la mayor parte del día siguiente. Tomó su desayuno y almuerzo ahí mismo, y apenas pudo encontrar las fuerzas para darse un baño hacía una o dos horas atrás. La hinchazón en el golpe que recibió en su mejilla había bajado y el único recuerdo de aquello es la piel enrojecida, junto con la capa dorada de ser Harwin, que todavía descansaba en el espaldar de una de las sillas cerca a la ventana. Ella observaba las cortinas verde esmeralda y cómo estas contrastaban con la pesada tela de la capa del caballero. todo ondeaba suavemente con la brisa que entraba por la ventana abierta.
Se sentó en un sinuoso diván y luego corrió su mirada hacia la puerta con creciente inquietud, como si estuviera esperando la llegada de la reina en cualquier momento. Su doncella le había dejado saber que Alicent y Rhaenyra hablaron en el jardín ante el arciano temprano ese mismo día, que la escapada de la noche anterior no tenía nada de ser secreto para nadie. La verdad era que esperaba a su hermana tanto como a su padre que, si no ha escuchado mal por parte de los rumores que han recorrido la Fortaleza Roja durante toda la tarde, después de hoy ya no será la Mano del Rey.
En este punto ya no sabía a qué temer más. De los tres Hightowers que viven en la Fortaleza, Elayne es la única que no tiene ni siquiera una semblanza de poder para hacer algo e intentar protegerse. Su relación estaba fracturada gracias al secreto más grande de todos, tejido bajo hilos de manipulación y engaño que pesaba como una losa en su pecho.
A pesar del silencio de la estancia y la suave seda de su vestido, todo ello contrastaba con su mirada, que reflejaba la tormenta que sabía se avecinaba.
Pero llegó muy pronto.
Escuchó que alguien llamaba a la puerta y Elayne no tuvo más opción que levantarse y enfrentar a quienquiera que haya decidido venir a verla. Incluso con solo imaginarse la expresión de su padre, su corazón se encogía y sus manos comenzaban a sudar frío. Poco después del nacimiento de Aenys había logrado romper el mal hábito de lastimarse las cutículas, no obstante hoy sintió el impulso.
Se acercó a la puerta y la abrió, empero no se encontró con nadie a quien esperó.
—Ser Harwin —suspiró sorprendida al encontrarlo en el pasillo.
—Lady Elayne —la saludó el caballero, inclinando un poco la cabeza. Da un corto paso hacia adelante, elevándose de manera notoria sobre ella gracias a la diferencia de altura—. Me alegra ver que se encuentra bien. ¿Cómo se siente?
—Mejor —contestó con la sinceridad suficiente como para que él no hiciera más preguntas al respecto—. Supongo que ha venido por su capa. Quise devolverla antes, pero la verdad yo... he descansado casi todo el día.
Elayne se mueve a un lado y lo invita a entrar. Por razones obvias, dejan la puerta abierta y el heredero de Harrenhal decide posicionarse todavía cerca de las puertas luego de haber ingresado a los aposentos de la hermana de la reina. Él mira a su alrededor con cierto interés, casi sin sorprenderse de no encontrar nada fuera de lugar, todo organizado y limpio, demasiado perfecto tal vez, sin embargo esa era la esencia que percibía de la dulce y callada Elayne.
La observó desde su lugar, la manera en que se movía por la estancia con gracia y facilidad, sus pasos silenciosos y medidos. Cuando ella se dio la vuelta con su capa en manos, tuvo que aclararse la garganta y apartar su mirada hacia otro punto, aunque igual sabía que ella lo había pillado observándola con detalle, solo que era demasiado amable como para hacer algún comentario al respecto.
—Aquí tiene su capa, Ser Harwin —dijo Elayne acercándose a él para entregársela—. Y de nuevo gracias por ayudarme, o decir algo al respecto.
Evitó la mirada del hombre y se concentró en simplemente estirar sus manos hacia él con la capa dorada en ellas. Harwin se adelantó y también estiró sus brazos hacia ella para tomar la tela, aunque en realidad terminó también agarrando las manos ajenas por encima del material. Elayne parpadeó ante la inesperada presión y calidez sobre sus manos y alzó el rostro para mirarlo.
—Si en cualquier otro momento cree encontrarse en peligro o algo, por favor... —Dejó la frase en el aire, las palabras implícitas quedaron entendidas entre ellos—. Sin embargo, espero no vuelva a salir a las calles sin escoltas. No soporto siquiera la idea de que algo así le pueda volver a suceder.
Elayne asintió en silencio. La cercanía de Harwin, su toque casi protector y la intensidad de sus ojos sobre su rostro crearon un capullo de seguridad a su alrededor, con la esperanza de protegerla del mundo exterior. En su presencia, pudo sentir que algo en el interior de ella se rendía ante él, quizás bajo la idea de que de alguna manera, ella podía encontrar confianza y consuelo en el formidable caballero Quebrantahuesos.
—Yo...
No obstante, antes de que ella pudiera siquiera terminar de pensar en lo que deseaba decirle a Harwin, alguien más interrumpió en la estancia.
Ni siquiera llamaron a la puerta. Estas habían quedado abiertas desde que el caballero había llegado, y a sus aposentos ingresó esta vez Alicent, con un renovado aire de autoridad, quizás mezclado un poco con ansiedad. La reina los escudriñó a ambos con la mirada digna de la esposa del rey de los Siete Reinos. El vestido rojo con negro y dorado que tenía puesto hacía en hermoso contraste con su piel clara, a diferencia de Elayne cuyo vestido era de un color azul cielo.
—Ser Harwin, si no le molesta, quisiera tener un momento a solas con mi hermana —fue lo primero que dijo, dedicándole una corta mirada a las manos unidas de la pareja y la capa dorada entre ellas.
Notando la tensión creciente y sin resolver entre las gemelas, el hombre sostuvo su capa por sí solo y se inclinó ante la reina a modo de despedida, no sin antes dedicarle una última mirada a Elayne, sus ojos permaneciendo un segundo de más en ella. Luego de eso, salió de los aposentos y cerró la puerta tras de sí.
Una vez se quedaron solas, las dos se miraron entre sí en completo silencio. Tan iguales pero tan distintas. En una misma habitación y sin embargo un risco entre ellas. Quien diera el primer paso podría encontrarse con rocas o caer a la nada misma.
—Rhaenyra afirmó que tú también estuviste con ellos —dijo Alicent, aunque permaneció quieta en su lugar ante las puertas cerradas. Sus palabras fueron directo al punto, justo lo que Elayne tanto había esperado y temido.
—Sí —contestó de igual manera, sabiendo que no tenía sentido mentir. Alicent sabía todo, o creía saberlo a partir de rumores y las palabras de la princesa.
—¿En qué estabas pensando? Si padre se pudo enterar, ¡muchas más personas lo harán y comenzarán a cuestionar tu virtud como lo han hecho con la de Rhaenyra!
Por un momento no pudo evitar pensar en Harwin y lo que él pensaría de ella, pues Elayne estaba en las calles de Desembarco del Rey a mitad de la noche, sucia y con ropas de hombre que hicieron poco por ocultarla. Sin embargo, pronto corrió aquella idea de su cabeza. Él fue quien la encontró y le ayudó. La sostuvo y la acompañó. Él sabe que ella nunca habría ido a un burdel por su propia voluntad, mucho menos haber estado con alguien. Elayne ni siquiera supo que eso había hecho Rhaenyra con Daemon, cuando ella se separó de ellos por accidente, de no haber sido por su doncella que la ha mantenido al tanto de todo ese día.
No obstante, las palabras de Alicent hicieron que le hirviera la sangre con impotencia.
—¡¿Cuál virtud, Alicent?! —exclamó Elayne, sus ojos llenos de desespero y cansancio. Dio dos pasos al frente—. Dime, ¿cuál virtud?
Alicent, aturdida por la angustia de su hermana y el tono de voz usado, se sintió impotente también, incapaz de cambiar la realidad y mucho menos de aliviar el sufrimiento obvio que había quedado marcado en la mirada chocolate de su hermana. Las palabras de Elayne resonaron en la habitación, un eco desgarrador de la verdad que no se habían atrevido a nombrar en voz alta, atrapada en un juego de poder que las había dividido más de lo que nadie podría haber imaginado.
—Jamás debiste haber regresado de Antigua —murmuró la Reina, paralizada en su sitio.
—Tal vez —contestó Elayne asintiendo—. ¿Pero qué sentido resta? Me niego a irme y dejar a Aenys atrás. Mi virtud... He sacrificado todo de mí por mi lealtad hacia la familia.
Elayne habló con pasión contenida, dejando que las palabras fluyeran como un torrente de verdad reprimidas, vomitando las tormentas que tanto la han asustado como lastimado.
—He mantenido mi boca cerrada por el bien de todos, por el bien de los Siete Reinos. ¿Crees que no me duele, que no me desgarra el alma tener que esconder la verdad? ¿Mi verdad? Pero lo hago por la sanidad de todos, menos la mía propia. Mi lealtad hacia la familia, hacia ti aunque no lo creas, me ha llevado a este oscuro rincón donde mi virtud, como la tuya, ha sido mancillada de todas formas.
La seguridad que había caracterizado a Alicent al entrar a la habitación se había esfumado por completo. En su lugar, solo quedaba la sombra de una joven mujer que había sacrificado todo en busca de la ambición desmedida de su padre. A pesar de que ninguna de las dos se atreviera a expresarlo en voz alta, eran reflejos rotos la una de la otra, sin brillo y con profundas grietas sangrantes.
Alicent avanzó hacia Elayne, dando pasos cautelosos, como si estuviera explorando terreno desconocido, el abismo que las separaba todavía presente, aunque tambaleante.
—Quise creerle —murmuró la reina, refiriéndose a las palabras de la princesa y la inocencia que la heredera aseguró que seguía intacta—, y quise ayudarle.
—Lo sé —suspiró Elayne, apartando su mirada de su hermana, incapaz de soportar su reflejo y en lo que se había convertido.
—Padre dijo que el Reino caerá en guerra antes de permitir que Rhaenyra se siente en el trono, y que ella no tendrá más alternativa que poner a mis hijos bajo la espada —soltó con voz temblorosa.
—Lo sé —repitió una vez más, mientras pensaba en Aenys y en el juramento que se había hecho a sí misma para protegerlo, decidida a quedarse en la capital sin importar el precio. Después de todo, el precio más grande de todos ya lo había tenido que pagar con su propia esencia.
Entre más se acercaba Alicent, más inestable se sintió Elayne. El abismo que las separaba era oscuro e interminable, y parecía que ya no había vuelta atrás. ¿Qué sentido tiene luchar contra sí mismas cuando su propia sangre se corrompía en una maraña de mentiras?
Del otro lado del risco, Elayne recibió a su hermana entre sus brazos, rígida pero dispuesta. Alicent se acercó a ella tanto como pudo, sus ojos llenos de lágrimas.
—¿Qué futuro nos aguarda? —preguntó la reina, su voz temblorosa y sin fuerzas—. Nuestro padre cree que esta es la única manera de mantener el poder en manos de nuestra sangre, y aunque sea un camino oscuro, es el que hemos elegido.
Elayne no pudo encontrar respuesta alguna a las palabras de Alicent. Cerró los ojos y permitió que las lágrimas corrieran por sus mejillas, muestra de las decisiones que les habían sido impuestas. En ese momento, en los aposentos de Elayne, la virtud y la traición se entrelazaron en una danza melancólica, mientras el destino de los Siete Reinos pendía cada vez más en la balanza de sus decisiones.
NOTA DE AUTORA
¡Que inicie la tregua entre hermanas mientras dure!
Este capítulo tuvo mucho Harwin again (: Estoy esperando que me salgan un buen shipname, porque yo soy pésima para eso.
Espero que les haya gustado el capítulo.
¡Feliz lectura!
a-andromeda
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