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Capítulo I


LA OTRA QUE YA NO ERA ELLA

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                    La invitación de las nupcias de su hermana gemela llegó a Torrealta semanas después de su arribo, junto a una carta aparte dirigida solo a su familia. Su tío, lord Hobert Hightower, decidió hacerle entrega de tales palabras escritas por Alicent. En cuanto pudo leerla en la privacidad de los aposentos que le fueron asignados, un espacio que le resultaba más ajeno que familiar, fue incapaz de detener los latidos decepcionados de su corazón junto a pensamientos intrusivos que colaboraron en empeorar su estado de ánimo, decadente con el paso de los días.

          No había ninguna mención de su nombre ni palabras de aliento dirigidas a ella. Nada. Elayne parecía haber dejado de existir para su gemela en el transcurso de poco menos de dos meses.

          Se abstuvo de arrugar el pergamino y la sirvienta que ingresó a la habitación fue quien devolvió la carta a su señor. Ela también evitó escribirle, por miedo a que sus frases se convirtieran en ruegos que no fuesen bien recibidos y la incertidumbre de si Alicent las leería o no... era mejor creer que todo lo que quería decirle tenía importancia, así fuera solamente para sí misma.

          Sus días en Antigua se resumieron en un encierro que terminó de aplastar su joven espíritu. Los libros de historia perdieron su interés, los paseos por las orillas del río Aguamiel y el Canal de los Susurros eran aburridos. Ni siquiera la vista de los numerosos barcos mercantiles o el extenso Mar del Ocaso fueron suficientes para cambiar su semblante; todo eso carecía de sentido porque se sentía sola. Extrañaba la capital, extrañaba a la princesa Rhaenyra y hasta a su padre, pero sobre todo y a todos, extrañaba a su hermana.

          Y es que ¿por dónde había penetrado tan desconocida pena y con tanta facilidad? Había vertido su vida en un lazo que amenazaba con romperse, si es que no lo había hecho ya. Darse cuenta que no sabía quién era, qué le gustaba o por qué hacía lo que hacía fue tan iluminador como deprimente. La ausencia de quien siempre creyó que era ella terminó de demostrarle que nunca fueron una, sino dos. Y por el momento aquella era la única diferencia que se atrevió a reconocer.

          Sin embargo, el desánimo de Elayne estaba lejos de evitar que hiciera acto de presencia en el día más importante de los Hightower. Su familia de linaje impecable no tenía otro espacio en sus conversaciones, pues la mayoría —por no referirse a todas— giraban en torno a tal acontecimiento y tanto su tío como su esposa e hijo, la miraban con grandes sonrisas. Hasta le hacían preguntas que de seguro solo su hermana podría responder.

          Tal vez les era demasiado sencillo imaginar que la misma Alicent cenaba con ellos todas las noches, dado que... eran iguales para todos los demás. Tal vez esperaban que la futura reina haya compartido detalles con su gemela, pero no podía hallar respuesta alguna que satisficiera la curiosidad. Ela ya no estaba segura de sus palabras. Cuando siempre creyó que pensaban igual, un solo compromiso y los deseos de alejarse de una provocó que las dos se desconocieran casi que por completo.

          ¿Alicent habrá sentido su ausencia tanto como Elayne había lamentado la suya?

          Tal parecía que solo había una manera de averiguarlo, y estar en el pasillo ante las puertas cerradas que la conducirían al dormitorio de la futura de reina de Poniente, era el primer paso. La verdad es que no había creído que regresaría tan pronto.

          Los preparativos para la gran boda de ese año dejaban mucho qué desear, abriendo espacio para las especulaciones sobre la magnificencia de su celebración. Desembarco del Rey era una ciudad por lo general maloliente y llena de desgracias clandestinas que Ela solo alcanzaba a escuchar por encima de las conversaciones de su hermano Gwayne con otros hombres, sin embargo era preciso tener en cuenta lo avivada que estaba la capital. Nobles y gente de baja cuna acudían de todos los rincones de los Siete Reinos para formar parte de la gran unión.

          Si tan solo le fuera más sencillo unirse al ambiente de festejo y estar feliz por su gemela, justo como ella le preguntó aquel fatídico día ante el árbol corazón. Si en verdad existía alguien que se sentía contento o satisfecho con aquel matrimonio, era sin duda alguna su señor padre, ni siquiera todos los integrantes del consejo, tampoco la única hija del rey. Recordar la expresión de Rhaenyra y la manera en que miró a su gemela seguía siendo una puñalada para ella. Enfrentar a quien se iba a convertir en la madrastra de la heredera del trono era mejor que atenerse a las consecuencias de la ira y profunda decepción silenciosa de la que pudo llamar amiga con total confianza.

          Ya no sabía cuánto tiempo llevaba ahí de pie en silencio. Sirvientes, doncellas y guardias transitaban el lugar y la miraban con ceños fruncidos, llenos de curiosidad. Aún así no lograba reunir suficiente coraje para levantar el puño y golpear la madera anunciando así su presencia. Le era increíble cómo es que meses atrás habría abierto las puertas sin ningún pensamiento o duda, habría cruzado el espacio y lanzado a la cama de su hermana para despertarla. Recorrería la torre de la Mano y la habitación con ojos cerrados sin tropezar ni chocar, hasta sonreiría a la encantadora vista del resto de la ciudad.

          No había pasado mucho tiempo en realidad desde la última vez que hizo aquello, solo que, a través de su mirada en la actualidad, pudo entender cómo recordar el transcurrir del pasado hasta ese día dio pie para descubrir algo más de sí. Era una Hightower nacida en la Fortaleza Roja, lugar al que ya no tenía derecho de llamar hogar; una Hightower que desconocía Torrealta como uno y una Hightower que a fin de cuentas no lograba saber a qué lugar pertenecía.

          «¿Por qué estoy aquí?» Se preguntó a sí misma de repente.

          Alzó la cabeza y parpadeó varias veces seguidas. Parecía que acababa de despertar de la ensoñación de momentos efímeros que buscaron ganar una batalla perdida contra el tiempo impío. Dio dos pasos lejos de las puertas cerradas sin apartar su mirada de las mismas.

          «¿Qué crees que estás haciendo, Elayne?»

          «No lo sé. No sé dónde quiero estar, solo sé que no debería estar aquí.»

          Retrocedió mucho más hasta casi dar con la pared del otro lado del corredor. Se secó el sudor frío de las manos con la falda de su vestido e inhaló hondo. Adoptó un rostro sereno y dio muestras de que se sentía consciente y capaz, pero el simple pensamiento de volver a plantarse a menos de dos pies de la entrada a la habitación de Alicent le demostró que seguía intranquila y con dolor. El aire no le era suficiente y no supo detener tal situación.

          Entonces salió corriendo.

          Esquivó nobles, damas, sirvientes y soldados, arreglos y cortinajes por igual. Bajó escalones de piedra y saltó sobre alfombras que se atrevieron a intentar restar velocidad a su escape. No supo ni comprendió la gravedad de sus acciones hasta que fue demasiado tarde, pues en cuanto se encontró arrodillada ante el árbol de tronco blanco y hojas rojas, Elayne creyó por fin haber llegado a un lugar tranquilo.

          Cerró los ojos y comenzó a tratar de controlar su agitada respiración. Empuñó sus manos para detener el temblor, casi enterrándose las uñas cortas en la piel. El concentrarse en esa aguda presión le ayudó a desviar la atención que había puesto en sus pensamientos, esos con los que no fue lo suficientemente fuerte para luchar en contra.

          Cuando pudo sentir que sus latidos regresaron a una velocidad más tranquila, sonrió para sí. Entre las dos, Elayne siempre supo manejar mejor la ansiedad, a comparación de Alicent, quien tenía la mala costumbre de hurgar en la cutícula de sus pulgares hasta sangrar, al igual que morderse las uñas, mal hábito del cual ella sí se pudo deshacer.

          —Mi lady, ¿se encuentra bien? —preguntó un hombre a sus espaldas—. No es mi intención incomodarle más, pero estoy seguro que varios sirvientes le harán saber al rey que...

          Dejó de escucharlo al comprenderlo, al entender a quién creía que él se estaba dirigiendo en esos momentos. Abrió los ojos.

          No lloró a pesar de sentir la garganta cerrada y los orbes aguados. Solo se quedó quieta en la misma posición, mirando el arciano sin intención alguna.

          —No soy ella —se forzó a contestar para después ponerse en pie y arreglarse el vestido. Agradeció no haber mojado sus mejillas y obligó a curvar sus labios en una pequeña sonrisa cortés, aunque no se volteó—. Soy Elayne, la gem... la hermana de Alicent Hightower.

          Tragó saliva y volvió a cerrar los ojos con una mueca de exasperación. Ya había hecho todo un espectáculo para llegar ahí. Necesitaba abandonar el jardín con la poca dignidad que pudiera reunir, sobre todo porque alguien tuvo la desgracia de verla en un momento caótico y vulnerable. No le cabían dudas de que lo que sea que haya dicho el hombre era verdad y muy pronto comentarios y quejas de su inaceptable comportamiento llegarían a oídos de Otto.

          —Ah, la gemela.

          Sin lograr entenderse a sí misma, le molestó lo dicho, así que se giró para enfrentarlo. Lo reconoció de inmediato y sus mejillas no tardaron en terminar de sonrojarse. De tantas personas que pudieron haberse tomado el atrevimiento de seguirla hasta ahí, fue el caballero que era considerado el más fuerte de los Siete Reinos, apodado Quebrantahuesos, quien decidió hacerlo. Su postura era naturalmente intimidante gracias a su altura y contextura, apenas oculta bajo la armadura, sin embargo Ela podía asegurar que el castaño oscuro buscaba formas sutiles de no verse tan temible, quizás para tratar de apaciguar sus nervios obvios.

          Una sensación cálida se asentó en su estómago ante el visible esfuerzo del contrario.

          —Ser Harwin.

          El hijo del consejero Lyonel Strong asintió una única vez con su cabeza, dirigiéndole una amable sonrisa, pequeña pero perceptible para ella. En ese instante Elayne se preguntó cómo es que creyó que habían otros caballeros más atractivos que él.

          —Lamento la confusión, mi lady.

          —No se preocupe, ser. —Entrelazó los dedos de sus manos y agachó la cabeza para mirarlos—. Debí haber considerado lo que esto ocasionaría ante la mirada de los demás, dado que... n-no no soy Alicent —añadió de manera atropellada, sin siquiera haber terminado la frase anterior, quizás buscando maneras de excusarse.

          Se removió incómoda y decepcionada con sus palabras. Ya no sabía qué decir ni cómo decirlo. Presentía que si seguía abriendo la boca, iba a seguir fracasando en formular frases diferentes que pudieran aportar algo mejor a la improvisada conversación. Sin importar su interés y repentino ánimo de cruzar palabras con Strong, lo que en realidad lograba permanecer en su mente y a medio camino de repetirlo en voz alta era la misma frase una y otra vez:

          «No soy ella. No soy Alicent

          —Entiendo —dijo el caballero con otra media sonrisa que esta vez la joven no notó—. Si me permite, puedo acompañarla de regreso.

          —Oh, no es necesario.

          Harwin esperó con paciencia a que Elayne volviera a mirarlo al rostro y en cuanto ella correspondió a su mirada azul grisácea, procuró enderezarse con suavidad y estirar un brazo en su dirección. No dio ningún paso hacia la hermana de la futura soberana, dejando que la última decisión fuera tomada solamente por ella, y sin temor a ser rechazado de nuevo.

           —Insisto, mi lady. Cada vez hay más personas ingresando y no creo que sea considerado de mi parte abandonar su lado en estos momentos.

          Quizás no comprendía bien del todo por qué había llegado hasta ahí y ofrecía su acompañamiento. Quizás fuera compasión y curiosidad. Quizás simplemente no debía existir razón alguna más que su voluntad y la joven cuyo rostro delicado mostraba lo contrariada que se encontraba ese día. De cualquier forma, descubrió que no estaba tan dispuesto a dejarla sola mientras volvía a ingresar a los pasillos y salones de la Fortaleza Roja, ni siquiera cuando sabía que los susurros y miradas no guardarían discreción.

          —Gracias, ser —cedió Elayne luego de corroborar sus palabras con una rápida mirada a los alrededores.

          El caballero no había dicho ninguna mentira en absoluto, dado que la ceremonia se iba a realizar en el salón del trono. La fortaleza estaba abarrotada de gente y seguiría así hasta que terminasen las celebraciones, las cuales iban a durar toda una semana llena de música, comida y hasta torneos. Además las personas que se mantenían en los alrededores y tenían una visión ininterrumpida del jardín, disimulaban poco su fisgoneo.

          Un imprevisible deseo de rebeldía despertó a Elayne en ese momento. No le cabían dudas de que los cotilleos continuarían hasta que iniciara la ceremonia y las personas tuvieran algo más de qué hablar. Llegado ese momento, por fin se darían cuenta que Alicent nunca fue la que corrió hacia el arciano. Mientras tanto, iba a tratar de ignorar los murmullos y dejarles creer lo que los demás quisieran creer, a sabiendas de lo mismo: no soy ella, no soy Alicent.

          Caminó hacia él y trató de que sus movimientos fueran fluidos, mostrando control de sus emociones y nuevamente acelerado corazón. Pasó su mano por el codo interno de él hasta que cruzaron sus brazos y una vez hecho esto emprendieron camino. La diferencia de altura era notoria, al igual que el tamaño, detalle que no pudo ignorar y que volvió a encender sus mejillas. La sonrisilla nerviosa fue difícil de ocultar y al cabo de unos pocos minutos, Ela se encontró deseando llegar pronto a la Torre de la Mano, para así poder contarle de aquel inesperado paseo a su hermana.

          Apenas aquellos pensamientos cruzaron su cabeza, ya no hubo sonrisa ni color en su rostro. ¿Qué sentido tenía volver a pensar eso?

          Si Strong notó el abrupto cambio de actitud, no hizo ningún comentario al respecto. No obstante, él sí intentó distraerla de sus pensamientos y susurros ajenos con un comentario al azar aquí y allá. Le contó sobre sus hermanas que de seguro rondaban su edad y ahora eran las nuevas damas de compañía de la princesa, ignorando el hecho de que aquella posición había sido una vez de las gemelas Hightower. Al ver que esto último no hizo que otra linda sonrisa curvara los labios de la contraria, Harwin empleó anécdotas propias de su tiempo en la Guardia de la Ciudad, sus entrenamientos y el cómo había conocido a Gwayne, el medio hermano de Elayne y Alicent.

          Para cuando llegaron al patio de la torre donde estaban sus antiguos aposentos, el caballero había logrado que Elayne se involucrara más en la conversación que momentos atrás había empezado unilateral. No tenían mayor cosa en común, pero manejaban actitudes corteses y hasta mostraban interés por saber de manera genuina lo que cada quien tenía para decir. A pesar del bochorno inicial, Ela descubrió que se sentía cómoda con la presencia de Strong y que el hombre era más consciente de sí que cualquier otro caballero o guardia de su talla.

          —Creo que quedo demasiado corta con palabras de agradecimiento, ser.

          —No ha sido ninguna molestia. Ha sido un placer, mi lady.

          Su rostro se iluminó ante lo escuchado. La simple y sencilla idea de creer que el mismísimo Quebrantahuesos haya pasado un corto, pero agradable tiempo con ella la llenaba de emoción. Se comenzó a preguntar si en la celebración tendría oportunidad de acercarse a él, o si Harwin sería quien la invitaría a bailar para distraerla de cualquier pensamiento que amargue su ser, en cuanto viera su reflejo no solo con esposo, sino convertido reina, roles que pudieron haber sido ocupados por ella misma.

          «No soy ella. No soy Alicent.»

          El heredero de Harrenhal le regaló otra galante sonrisa que de seguro habría incendiado sus mejillas por enésima vez, de no ser porque ya el sonrojo parecía haberse vuelto permanente. El castaño oscuro dio media vuelta y empezó a caminar de regreso a donde sea que haya estado antes de hallarla arrodillada ante el árbol corazón.

          El corazón de la joven dio un vuelco imprevisto en su pecho, y antes de siquiera haber pensado bien en lo que quería decirle, se encontró llamándolo de regreso.

          —¡Ser Harwin!

          El nombrado se giró, pero antes de que ella pudiera volver a hablar, un tercero intervino.

          —¡Elayne!

          La voz de la Mano del Rey retumbó por el patio de la torre, provocando que tanto el caballero como la joven se giraran hacia la fuente del llamado. Otto se encontraba terminando de bajar las escaleras que lo conducían a su estudio, ya arreglado para la boda. Su semblante siempre recolectado dejaba entrever un afán que solo Elayne lograba diferenciar. La costumbre la obligó a agachar la mirada y acercarse a su padre. El peso de la culpa, le perteneciera o no, cayó sobre sus hombros como tantas veces antes.

          —Le agradezco, ser Harwin, por haber traído a mi hija —dijo el hombre mayor terminando de acercarse a ella y luego posó una mano en el hombro de esta—. Necesito hablar con ella, así que...

          Ela le dirigió una última y muy corta mirada de agradecimiento al caballero antes de seguir a su padre en dirección a las mismas escalas que él acababa de bajar. Otto permitió que su hija ascendiera primero y en cuanto ingresaron al cuarto, la Mano del Rey se adelantó para sentarse frente al escritorio que quedaba justo a un lado de la chimenea apagada, y luego le hizo una seña a la joven para que tomara asiento al frente.

          Elayne sintió su corazón acelerarse al notar la expresión de su padre que ya no se molestaba en ocultar, ahora que se encontraban en la privacidad del estudio. Se giró para cerrar la puerta y luego hizo lo indicado.

          Se volvía a sentir como aquella triste tarde, luego del funeral de la reina Aemma y el principito Baelon, que su progenitor la citó ahí mismo. La suerte que le ha tocado tanto a ella como a Alicent, o más bien el sino sediento de poder la puso una vez más en ese lugar.

          Recordar las palabras de ese día resultó más sencillo de lo que le habría gustado.

          —Ponte uno de los vestidos de tu madre —había dicho Otto.

          —¿Para qué?

          —El rey está pasando por una situación trágica y sin duda se encuentra...pesaroso, Elayne —había contestado su padre—. Una amable compañía le vendría bien.

          Ella había salido de allí apenas conteniendo las lágrimas para encontrarse con su hermana. Ali, quien tampoco era alguien que desobedeciera las órdenes revestidas en sugerencias o consejos de su señor padre, fue quien dio el paso adelante. Elayne, quien no quiso y temió vocalizar o terminar de comprender lo que en verdad implicaba hacer lo pedido por Otto, dejó que su gemela cayera en la red. La búsqueda por la guía y aprobación de quien siempre estuvo con ellas era constante, pero en cuanto algo concernía el malestar de una, entonces era de las dos.

          Y por lo menos una debía cumplir. Una verdad que nunca se conocerá, porque incluso ella misma, no supo bien cómo fue que todo sucedió.

          La historia amenazaba con volverse a repetir. Otto tampoco se preocupó en lucir extrañado, pues él ya sabía que ella sabía. O al menos... creía saberlo, porque nunca nada podría haberla preparado para lo que tales palabras iban a implicar esta vez.

          —Alicent debe darle un hijo varón al rey Viserys —dijo la Mano con total tranquilidad—. El Reino necesita un heredero.

          —Pero la princesa Rhaenyra fue nombrada heredera.

          —No puedes en verdad confiar que todos los grandes y menores señores de Poniente se quedarán de brazos cruzados —desechó el hombre con una mueca—. Van a preferir ver los Siete Reinos ardiendo que a una mujer sentándose en el Trono de Hierro, algo que ya quedó bastante claro cuando el Gran Consejo decretó a Viserys Targaryen como soberano.

          Frunció el ceño al recordar la manera en que tanto Jason Lannister o su tío Hobert Hightower, de entre los numerosos señores nobles, se inclinaron ante la princesa. ¿Tan vacuos eran ese tipo de juramentos? Comenzó a sentir el cuerpo pesado y a la vez lánguido, su respiración comenzando a entrecortarse.

          —¿Q-qué debo hacer? —preguntó a medias, ya temiendo la respuesta.

          La sonrisa que curvó los labios de Otto dio señales de que su padre se mostraba satisfecho, como si siempre hubiera esperado oírla en la conversación en algún momento. Se relamió los labios y apoyó los codos sobre el escritorio. Luego extendió una mano hacia su hija.

          Aunque Elayne permaneció algunos segundos quieta en su lugar, al final hizo lo mismo y posó su mano derecha sobre la masculina. El calor paternal estaba ausente. El gesto carecía de sentido alguno.

          A pesar de estar sentada y que su mano era agarrada por la de su papá, Ela creyó estar cayendo de manera lenta y a la vez vertiginosa, sin promesa de detención, sin salvación.

          —En caso de que Alicent no pueda darle un varón al rey, la salvación del Reino queda en tus manos, hija mía.





NOTA DE AUTORA

Quien entendió lo que quiere decir Otto al final, entendió *screaming* *crying* *throwing up*

¡Felices fiestas y feliz lectura!

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a-andromeda

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