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Capítulo 1

Camino en medio de la calle guiándome de la poca luz que producen los faroles casi agotados. Observo las diferentes personas que pasan a mi alrededor, ubicadas en alguna esquina o en algún callejón drogándose y bebiendo alcohol.

Las personas que transcurren el lugar, suelen ser mujeres con vestidos cortos y ajustados mostrando sus piernas, o si no grupos de hombres con un cigarrillo en la boca y una botella de alcohol en su mano, que van vestidos de ropa sucia y con manchas de vomito sumamente asqueroso.

Aquello me resulta repulsivo, pero cuando vives toda tu existencia en un barrio de mal agüero, te acostumbras a verlo comúnmente todos los días.

Trato de no tropezar debido a las grietas que tiene la calle y paso desapercibido ya que cubro mayor parte de mi rostro con la capucha de mi suéter gris, así hago que aquellas personas no me noten ni se acerquen a mí ofreciéndome de su droga o de sus servicios sexuales.

Doy vuelta a la esquina y sigo caminando por otra calle un poco más solitaria, la mayoría de casas se encuentran sin electricidad, y la única alternativa es encender velas para la iluminación. Casi todas las viviendas de este barrio están en mal estado, incluyendo la mía. Es horrible estar caminando por un barrio al que toda Nueva York le ha dado la espalda, este lugar se volvió violento y los crímenes aquí ya no son castigados por la policía ya que no he visto alguna patrulla en los últimos meses, y las personas viciosas parecen estar apoderándose de este lugar. La pobreza ha llegado a sobrepasar los limites, pero aún así el gobierno no ha hecho nada.

Al fin llegué a mí destino, mi casa. Una casa no cómoda ni agradable pero es lo único que me queda, prefiero esto a vivir en las frías y solitarias calles de aquí.

Subo unos cuantos escalones y me encuentro frente a la puerta de madera que tiene un hueco en la parte superior, la abro sin esfuerzo y entro en aquella, la oscuridad se hace presente y escucho a mi madre toser.

—¡Estoy de vuelta! —grito para que ella me escuche desde su cuarto.

No tengo respuesta de ella. Meto mi mano en el bolsillo de mi pantalón y saco una linterna, la enciendo e ilumino mi alrededor.

Entro por completo a la casa y cierro la puerta detrás de mí.

Desde la habitación de mi madre, veo que la única luz de la casa que funciona se enciende, dando más iluminación al interior, dejándome ver los pocos muebles presentes. Ella sale de su habitación con el mismo vestido blanco y sucio que lleva puesto consigo siempre, y se acerca caminando hacia mí con una hermosa sonrisa dibujada en su rostro.

Me acerco corriendo y la alzo del suelo en forma de cariño.

—¡¿Qué haces, Zack?!... ¡Bajame! ¡Bajame, sabes que le tengo miedo a las alturas! —exclama asustada y la bajo para que ella ponga sus pies en el suelo.

Contengo mis ganas de reír ante semejante reacción.

—¡Estas loco, hijo! —reprimió un risa y luego dio una palmada en mi hombro.

—Estoy loco por ti, madre.

Ella nuevamente se ríe provocándome ternura y una sensación cálida y reconfortante en mi cuerpo.

—¿Como te ha ido hoy en el trabajo? —me pregunta y levanta una de su cejas.

Pienso por un momento antes de responder, no sé como decirle que me han echado del trabajo.

—Estuvo... Bien, se presentaron muchos clientes y tuve que limpiar el restaurante. —le respondí fingiendo una sonrisa.

Su expresión alegre se desvanece y me analiza por un momento. Trago saliva y e intento no mostrar indicios de que estoy mintiendo.

Pero al parecer ella no se da cuenta de mi mentira y nuevamente sonríe.

—¡Está bien! ¡Me alegro!

Suspiro aliviado. Sé que mentir no está bien, pero si le digo la verdad ella se preocupará y no quiero eso, quiero que ella viva tranquila.

Mi madre comienza a toser nuevamente, su rostro se torna de un color rosa pálido. La tomo del brazo y con mi otra mano le empiezo a dar palmadas en la espalda hasta que su tos cesara. Ella aún sigue enferma, algunos días se encuentra radiante y con ánimos, pero otros días no puede ni levantarse de la cama. Me duele verla en el estado en que está, y es devastador saber todo lo que ocurrió en el pasado, aún me cuesta aceptar que esta es la vida que nos tocó, a veces simplemente desearía irme con mi madre a otro lugar... Pero si pudiese hacerlo, lo hubiese hecho de inmediato.

—Te llevaré a la cama —le dije y tomé su brazo con más delicadeza guiándola hasta su habitación.

La ayudé a acostarse y le puse una manta cálida encima de ella.

—¿Te sientes mejor? —le pregunto preocupado.

—Ve a dormir, hijo. Has tenido un día muy agotador en el trabajo —responde asintiendo sutilmente con la cabeza.

—Me quedaré contigo hasta que te duermas... —reproché negando sus anteriores palabras.

Ella cerró los ojos y sonrió. —No sabes cuan bendecida me siento al tenerte a mi lado.

Aquellas palabras me entristecieron un poco, aunque mi madre esté en ese estado sigue poniéndome a mí como primera prioridad, pero la verdad no quiero que se preocupe por mí, quiero que ella intente seguir adelante. He cometido tantos errores en el pasado que la han devastado y esas son cosas que aún me lastiman.

Así que no quiero que se preocupe, por que ya le he dado varias preocupaciones.

Me senté en una silla de madera que estaba al lado de su cama y me quedé allí esperando a que se durmiera. Ella mantuvo sus ojos cerrados y descansó sus manos sobre su pecho; Observé su hermoso pelo café que llegaba hasta sus hombros, y vi algunas verrugas que tenia en su cara.

Mientras me mantuve allí observándola, miles de recuerdos invadieron mi mente, convirtiendo mi tranquilidad en un estado de enojo e impotencia.

Recuerdo que luego de que mi padre nos abandonara a mí y a mi madre y nos dejara en este lugar de porquería, ella tuvo que trabajar lavando ropa de las vecinas, mientras que yo trabajaba en los semáforos vendiendo cajas de chicles en el que apenas lograba conseguir unas cuantas monedas que no servían para absolutamente nada. Pero, fue un día en el que mi madre se enfermó, apenas tenia trece años, y no teníamos el dinero para pagar sus medicamentos.

Encontrarnos en esa situación, me llevó a buscar otras alternativas para conseguirlo, y debido a eso empecé a robar pertenencias de otras personas, robaba tiendas y cualquier cosa de valor... Hasta que un día un grupo de jóvenes pandilleros que participaban en robos vieron mi, por así decirlo, talento. Y me invitaron a participar en sus robos que resultaron un éxito en su mayoría, empecé a conseguir cantidades de dinero que nunca pensé que tendría.

Con el tiempo, a la edad de diecinueve años, me volví reconocido en el barrio, pandillas fuera y dentro del lugar querían trabajar conmigo y robaba varios bancos que estaban ubicados casi al centro de Nueva York.

Con todo el dinero que conseguí, decidí invertirlo en los medicamentos de mi madre, así que la llevé hacia una clínica que quedaba cerca del centro... Pensé que todo se solucionaría, que mi madre mejoraría, pero fui estafado por el supuesto doctor de esa clínica.

Le di todo mi dinero para los tratamientos y medicamentos y en vez de curar a mi madre, le dio unas pastillas que hicieron que su estado empeorara.

Desde allí mi madre, se enteró de mis robos y prometí que no volvería a hacerlo.

Al instante, dichosa mujer que amo, abrió sus ojos de repente y sobresalté del susto.

—¿Te asusté?... ¿Tan fea estoy? —se ríe.

La miré con un sonrisa dibujada en mi rostro.

—Hijo, mejor ve a dormir. Me siento incomoda al pensar que alguien me está observando mientras duermo —me dice.

—¿Acaso tengo cara de acosador? —reprimo un risa y luego me pongo de pie, me acerco a su frente y la beso con delicadeza —. Buenas noches, madre.

—Buenas noches.

Salgo de su habitación y voy de camino al sofá que se había convertido en mi cama. El sofá es grande, lo suficiente para el tamaño de mi cuerpo.

Me acuesto y me cubro con una manta no tan cálida.

Al pasar apenas un rato, ya me encontraba dormido.

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