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5. La peor resaca de mi vida

Cuando me despierto, no abro los ojos de inmediato, ni me miento prometiéndome que no volveré a beber, porque a pesar de lo mucho que me duele la cabeza, sé que volveré a beber. No me arrepiento de beber, solo de haber bebido en exceso. Así que mantengo mis ojos cerrados y me giro para acomodarme un poco en mi cama, que se siente algo extraña esta mañana y poder seguir durmiendo, pero me despierto abruptamente cuando caigo y mi cuerpo impacta contra el piso, pero, ¿qué acaba de pasar? Me siento y paso una mano por mi cabeza justo en el lugar donde me golpeé, antes de pasar una mano por mi cara y empezar a abrir lentamente mis ojos y me doy cuenta de que me quedé dormida en el sofá y eso estaría bien si esta fuera el sofá de mi habitación de hotel, pero no lo es.

¿Qué hiciste anoche Paulina Montenegro? —me pregunto con cierta amargura.

—¿Estás bien? —me pregunta una voz ronca desde alguna parte de la habitación desconocida—. ¿Te lastimaste algo más que tu frente?

Yo paso una mano por la maraña que es mi cabello e intento mantener una imagen digna a pesar de los recuerdos de anoche de mí cantando sentada en la barra del bar, aunque no me arrepiento y busco a Jordán con la mirada, que, para mi sorpresa, está acostado cómodamente en la cama matrimonial mientras yo dormí en el sofá.

—Sí, estoy bien, solo me lastimé mi frente y mi orgullo.

—¿Te lastimaste tu orgullo? No creía que eso fuera posible, Paulina.

Me levanto del piso y me siento en el mueble a esperar que tanto mi estómago, como mi cabeza dejen de girar.

—Discutiría contigo, pero voy a sentarme y esperar que todo deje de girar. Además, quiero decir en mi defensa, que aquello que hice mientras estaba borracha, no me define como persona.

—Te creería eso, pero no hay mucha diferencia en cómo actúas estando borracha y como actúas estando sobria.

Bien, él tiene un buen punto ahí, pero no le voy a dar la razón.

—Eso no es cierto.

Cuando voy a volver a pasar una mano por mi cabello, noto que tengo un anillo de regaliz en mi dedo anular en mi mano izquierda, no recuerdo donde lo conseguí, pero sonrió y lo llevo a mi boca porque dulce es dulce, y a mí me encanta el regaliz.

Unos golpes en la puerta hacen palpitar mi cabeza.

—¿No vas a abrir?

—No, ve abrir tú.

—Paulina ve abrir antes que vuelvan a tocar.

—No, ve abrir tú, yo no me voy a mover.

La mirada que él me da ahora no es gentil o amable, no es como si yo esperara que, de la noche a la mañana, y mucho menos con la noche que tuvimos, Jordán empiece a ser amable conmigo, porque yo tampoco soy exactamente amable con él.

Yo estiro mis brazos y mueve un poco mi cuello para intentar aligerar el entumecimiento de mis músculos por haber dormido en el sofá.

—Buenos días, señor —escucho que alguien saluda, así que asumo que Jordán se levantó para abrir la puerta—. Estoy aquí para traer su desayuno especial parte del paquete de luna de miel.

—¿Mi qué? Debe estar equivocado, aquí nadie se ha casado.

Muevo mi cabeza para ver lo que está sucediendo y noto como el hombre joven abre mucho los ojos por la declaración de Jordán.

Jordán intenta cerrar la puerta, pero el hombre no se mueve.

—Mire debe estar confundido con el número de habitación. Le repito, aquí nadie se ha casado.

¿Casados? ¿Ese niñato acaba de decir que Jordán está casado? Vaya, sí que ocurren cosas extrañas en las Vegas, ¿y quién es la desafortunada con la que se casó?

—¿Usted no es el señor Rhodes?

—Sí, soy yo, pero le repito, no me he casado con nadie.

Ambos se quedan mirando y a este punto, el pobre niñato está sudando frío y luce muy nervioso.

Yo me levanto para intervenir cuando un pedazo de papel en el suelo llama mi atención, me inclino a recogerlo cuando noto que es una licencia de matrimonio y no me aguanto la risa, porque no puedo creer que el idiota de Jordán se haya casado en las Vegas, con todo lo recto y aburrido que dice que es.

—Según este papel, sí, estás casado —le digo mientras sostengo el papel frente a él.

Jordán me quita el papel de la mano y lo estudia, mientras yo tomo el bol de frutas y me llevo una uva a la boca. A esta altura de la situación, siento un poco de pena por el joven que pasa una mano por su frente sin saber qué hacer, aunque no creo que sea la primera vez que le sucede algo como esto. Seguro hay idiotas casándose borrachos y olvidando que se casaron a la mañana siguiente, todo el tiempo.

—Sí, estoy casado y ¿sabes con quién me casé, Paulina? Pues con nada más y nada menos que contigo. Felicidades, señora Rhodes.

Por la sorpresa expulso la uva de mi boca y golpeo la mejilla del pobre muchacho. Le pido una disculpa y miro a Jordán.

—Eso no es posible, por supuesto que no estamos casados. Jamás me casaría y mucho menos contigo.

Le quito el papel de su mano para ver bien lo que ahí dice, y para mi muy mala suerte, lo que sostengo en mis manos es un certificado de matrimonio de un aspecto muy oficial del estado de Nevada.

—No, no, no, esto no me puede estar pasando a mí. ¿Estamos casados? ¿Cómo pasó esto, Jordán?

—Mira el lado bueno, Paulina, al menos te casaste conmigo.

—¡Cállate! No puedes decir eso, nosotros no podemos estar ca... —ni siquiera puedo terminar la frase, me resulta casi imposible hacerlo, porque yo Paulina Montenegro, no puedo estar casada—. ¿Cómo sucedió esto? Usted, usted debe saber algo... dígame ahora mismo lo que sabe o se arrepentirá toda su vida —le digo al hombre mientras lo sujeto de su chaleco con fuerza, pero Jordán me toma de los hombros y me aparta del muchacho—. No me toques o seré viuda antes que puedas volver a decir algo.

No, no, ¿cómo me puede estar pasando esto a mí? Y todo este problema es solo el resultado de mis propias malas decisiones, porque mi vena competitiva no me deja retroceder cuando estoy frente a un desafío o algo que no entiendo. Es por esa razón que casi siempre estoy a punto de cometer un delito o he llegado a cometer uno, aunque por suerte, no he cometido ningún delito grave. Maeve dice que es una consecuencia natural de mi tendencia a hacer todo a la perfección y siempre ganar.

Oh, dioses esto fue mi idea —me digo cuando pequeños fragmentos de recuerdos vienen a mi mente.

Estaba emocionada por el inicio de año y por saber que se siente estar casada, que me dejé llevar por el momento, los gritos de felicidad por el nuevo año y las luces brillantes de las Vegas. Y esa fue la idea más estúpida que he tenido, y vaya que he tenido ideas estúpidas en mi vida, pero en definitiva esta es la peor.

—No pudo creer que este ca... no puedo decirlo. Me rehusó a decirlo

—¿Felicidades? —nos dice el muchacho que nos sigue mirando asustado y nervioso.

—Felicidades, ¿en serio? ¿Eso es lo que me vas a decir?

Me maldigo mentalmente y también maldigo al alcohol que bebí anoche y Atenea por tener la "brillante" idea de venir a las Vegas, y a Maeve por decirle a Will que estaba bien que Jordán venga, y también maldigo a Will y Raymond por creer que era buena idea sugerir que el imbécil de Jordán venga a las Vegas con nosotros.

Jordán le da algo de propina al joven y él sale corriendo lejos de nosotros, cuando la puerta se cierra, yo llevo una mano a mis labios y reprimo el impulso de vomitar.

—Según este certificado, nuestros testigos fueron mi hermano y tu hermana.

—¿Maeve y Will? Por supuesto que ella iba a firmar eso, seguro lo hizo como venganza por traerla a las Vegas. ¿Cómo se le ocurre a ella dejarme hacer algo como esto?

Busco mi teléfono por la habitación y cuando lo encuentro, y logro encenderlo, veo que tengo varias notificaciones de Instagram algo que me resulta muy sospechoso dado que no recuerdo postear nada, pero que al mismo tiempo no me sorprende, porque a Paulina borracha le gusta grabar videos e historias para compartir su felicidad con los demás, y a pesar de que casi siempre que bebo en exceso hago eso, aún sigo llevando mi teléfono cuando salgo de fiesta.

Cuando reviso los videos de mis historias, noto que estoy compartiendo con los miles de seguidores que tengo, mi boda en las Vegas, porque obviamente si yo voy a hacer una estupidez la hago a lo grande, lo cual a mis seguidores y amigos no les sorprende. En uno de los videos que parece fue grabado por Will, se ve a Maeve con cara de amargada firmando como mi testigo.

—¿Me diste un anillo de regaliz?

—Para empezar, ni siquiera recuerdo darte un anillo.

—Bueno, para tu información me lo he comido, así que me tiene que dar otro y que esta vez que sea de un par de kilates... ¡Oh dios mío! ¿Pero qué estoy diciendo? No quiero un anillo, lo único que quiero es el divorcio.

Jordán se sirve una taza de café y me mira falsamente herido por mis palabras.

—Pero cielito lindo, ¿por qué querrías el divorcio? Sí somos tan felices juntos, además, fue tu idea casarnos. Solo deben ser nervios al saber que ahora eres una mujer cas...

—Ni se te ocurra terminar esa palabra porque te juro que te mato ahora mismo y salgo de aquí como viuda.

—Irías a prisión.

—¡Prefiero la prisión a estar casada contigo!

No puedo creer que esté diciendo esto, en definitiva, esta es la peor resaca que he tenido y solo por esto, estoy planteándome la idea de no volver a beber en lo que me queda de vida, o al menos no hacerlo de la forma que bebí anoche.

—Para que lo sepas, yo prefiero estar muerto a estar casado contigo.

Es en medio de nuestra discusión que recuerdo otra cosa y vuelvo a revisar mis historias de Instagram, así como los recuerdos vagos que tengo de lo que sucedió anoche.

—¿Recuerdas si nos besamos anoche, Jordán? Porque sí lo hicimos, deberé beber cianuro.

—Me siento tentado a mentir, pero no, no nos besamos, al menos yo, no tengo el mal recuerdo de besarte. Aunque eres libre de beber cianuro sí quieres, tal vez lo puedas acompañar con un poco de fruta.

—Tendrías suerte en la vida sí algún día tuvieras el privilegio de besar mis labios, pero antes que eso suceda, el infierno se congela.

Vuelvo mi vista a mi teléfono y escucho la respuesta de Jordán.

—Seguro tus labios saben a orgullo y narcisismo.

Yo le respondo mientras le mando un mensaje Atenea, diciéndole que estoy bien.

—Y los tuyos a idiota ególatra.

—¿Sabes una cosa? He tenido suficiente de este matrimonio, llamaré a mi colega para que nos ayude con la anulación.

—¿De verdad, cielito lindo? Es una pena, tenía tantas esperanzas puestas en este matrimonio —le digo derrochando sarcasmo en cada palabra—. Llámame cuando tengas todo listo para firmar esa anulación.

Cuando llego a mi habitación de hotel, lo primero que hago es ducharme e intentar relajarme, aunque no funciona, porque en lo único que puedo pensar es en la fatal forma que he tenido de empezar ese nuevo año.

Cuando termino de arreglarme, son las tres de la tarde y apenas tengo tiempo para bajar a comer algo antes que debamos ir al aeropuerto para regresar a San Francisco, porque mañana debemos trabajar.

—Bueno, bueno, sí no es nada más y nada menos que Paulina Montenegro —me dice Atenea mientras ella y Mae se sientan en la mesa donde yo estoy comiendo—. ¿No hay algo que quieras contarnos?

—¿Por qué no le preguntas a Mae? Después de todo, ella fue mi testigo.

Atenea se gira como la niña del exorcista hacia Mae y asumo que no conocía esa parte de la historia.

—¿Tú sabías de eso?

Mae nos mira con aburrimiento.

—Sí, ella me llamó, estaba feliz por el inicio de año, aunque yo no entiendo la razón. Es solo un día más, donde la tierra concreta su ciclo de traslación, tal y como se describe en la relatividad general.

Atenea pone los ojos en blanco y yo continúo comiendo mi almuerzo, porque me muero de hambre.

—Sí, sí, Mae, muy interesante, pero nos estamos desviando del tema. ¿Por qué no impediste su boda?

—¿Por qué iba a hacer eso? La boda fue idea de ella.

—Hermana, estaba borracha, jamás me hubiera casado estando sobria.

Atenea toma mi mano izquierda.

—No puedo creer que ahora seas una mujer casada —me dice con asombro—. ¿Dónde está tu anillo?

—Me lo comí... y quita esa cara de horror, era un anillo de regaliz. Vaya esposo tacaño que me fui a conseguir.

—El anillo lo escogiste tú —murmura mi hermana.

Termino de comer y subo a recoger mis cosas, Will, Jordán y Raymond se van al aeropuerto en un taxi aparte y los tres me evitan hasta que llegamos a San Francisco.

Cuando llego a mi apartamento me concentro en el trabajo que tengo para mañana, y la estupidez de la boda se aparta de mi mente.

Al llegar a la casa de subastas, soy recibida con globos, una tarta y una pancarta que dice Felicidades por tu boda. Estoy a punto de revelar la verdad, pero no me pude resistir al pastel y dejo que la falsa celebración continúe, claro está, evito a toda costa que me digan la palabra con C.

—Prima hermosa, felicidades, no puedo creer que eso sucedió. ¿Cómo ocurrió?

Me dice Travis, el hermano menor de Tracy.

—Fácil —le respondo—, las Vegas y mucho alcohol.

Mi boda no es un secreto porque todos los que conozco y muchos otros desconocidos, vieron mis historias, y según algunos, incluso hubo una trasmisión en vivo de la ceremonia y yo me veía muy feliz por estarme casando. Yo me mordí el labio para no decirles que me veía así porque estaba borracha.

En parte del día, recibo muchos correos y mensajes felicitándome por mi boda. Mi tía Beatriz, hermana de mi papá, me escribe para celebrar una fiesta por mi boda y me pide que le cuente todo sobre la ceremonia. También recibo un mensaje de mi papá para que lo vea en su casa, cosa que no voy a hacer. Cuando termino de leer los mensajes y correos empiezo con mi trabajo.

Mi madre también era restauradora de arte, y yo recuerdo que ella tenía una fotografía de la Capilla Sixtina en su pequeño estudio en nuestra casa, yo solía entrar en secreto a su estudio y mirar aquella imagen. Cuando le conté eso a mi mamá, ella me dijo que la Capilla Sixtina fue diseñada por Baccio Pontelli y levantada por el arquitecto Giovanni de Dolci. Pero aquello que veíamos en la imagen, la vida de la capilla y su esencia, eso lo había hecho un pintor, ahí fue cuando ella me habló de los artistas que estuvieron a cargo de tallar las esculturas, de pintar y de toda la decoración de la capilla. Ella me habló aquellos a grandes artistas del Renacimiento, como son Botticelli, Ghirlandaio, Perugino y Miguel Ángel.

—Para restaurar un libro antiguo, dependiendo de su estado, lo primero que debes hacer es examinarlo con mucha atención, anotar sus daños y después empiezan por el principio, por la cubierta del libro, esa es su imagen, su cara y es ahí por donde van a empezar —empiezo explicando a los nuevos pasantes de la casa de subastas—. Deben tener paciencia, delicadeza y ser muy minuciosos, porque la restauración es toda una ciencia, en donde también es muy importante la artesanía. Hay tantos parámetros que deben tener en cuenta al momento de restaurar un libro, como su etiología, eso es algo fundamental y también es algo indispensable, que se documente paso a paso y que se tome fotografías de todo el proceso.

Mi madre me dijo que fue Miguel Ángel quien pinto aquella bóveda, y as su obra la llamó "El juicio final" y es ahora mundialmente conocida por ser una de las cumbres del arte universal. Después que ella me habló sobre eso, le dije que no quería ser arquitecta, quería ser pintora. O eso creía yo, hasta que meses después, vi a mi madre restaurando una vieja pintura que había llegado al museo donde ella trabajaba. Fue mientras la veía devolverle su esencia y belleza aquella pintura, que entendí, que no quería ser arquitecta o pintora, yo quería ser una restauradora.

Después de todo, aquello estaba en mi sangre.

Soy una restauradora, mi madre y mi abuela también lo eran, mi hermana mayor también lo es. Es mi trabajo restaurar libros antiguos y obras de arte, tratar de devolverlos a cómo eran antes, sin alterar su esencia, sin tocar su alma, ya que el objetivo del restaurador es realizar la más mínima intervención, haciendo solo los movimientos exactos, sin alterar demasiado, porque no es mi obra, es el trabajo de alguien más, mi trabajo es tratar de conservar lo que otro con tanto esfuerzo creó, pero que lamentablemente el paso del tiempo ha deteriorado.

—Eso es todo por hoy —digo mientras me quito mis guantes cuando ya he terminado de colocar el equipo en el lugar que les corresponde.

Cuando he llegado a mi casa, me he quitado los zapatos y estoy cómodamente sentada en mi sofá comiendo chocolate y bebiendo vino, recibo una llamada de Jordán Rhodes. Cuando veo su nombre en la pantalla de mi teléfono, me siento tentada a dejar que la llamada vaya al buzón de voz, pero no lo hago porque espero escuchar noticias sobre la anulación de nuestro terrible error.

—Paulina Montenegro —atiendo la llamada en tono formal.

—¿Montenegro? Creía que era Rhodes, ¿o acaso olvidaste que estamos casados, cielito lindo?

Cierro los ojos y cuento hasta diez para evitar maldecirlo.

—¿Qué quieres Jordán? —le pregunto con fastidio.

Él no responde enseguida y yo estoy empezando a perder la poca paciencia que me queda con él.

—Necesito pedirte un favor, Paulina.

—La respuesta es no.

¿Pero quién se ha creído que es? Ni siquiera me ha devuelto mi auto y tiene el cinismo de pedirme un favor.

—Necesito que sigamos casados.

¿Acabo de escuchar bien? ¿Esto es una especie de broma de su parte?

—Espera... ¿Qué?

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