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IV

IV


—Londres—

14 de febrero de 2003. San Valentín.


—¿Se puede saber qué estás haciendo, Granger?

—¿Sabes qué día es hoy, Malfoy? —preguntó Hermione.

Claro que lo sabía. ¡Si el mundo no dejaba de recordárselo!

—Es San Valentín —respondió Draco con evidente aburrimiento.

—Sí, bueno... —susurró ella, como si acabara de darse cuenta de ese detalle—. También es el día en el que habrías salido de Azkaban, por fin, si no te hubieras prestado al programa de rehabilitación del Ministerio.

—¿Si no hubiera borrado mis recuerdos?

Hermione asintió con la cabeza.

—¿Y eso es razón para detener el maldito ascensor? —gruñó Draco—. Voy a llegar tarde a trabajar. ¿Acaso te has vuelto loca?

Quizás sí. Quizás se había vuelto loca después de tres años esperando, deseando cada día que, si se cruzaban por los pasillos del Ministerio, él se acordara de ella. Pero no lo había hecho, ni siquiera había levantado la cabeza ni una sola vez para mirarla, tal y como hacía constantemente el Draco que ella conocía.

La miraba en todo momento: la había mirado en el comedor de Hogwarts, la había mirado en clase de pociones, también en mitad de las constantes peleas que compartía con Harry, la había mirado durante la batalla de Hogwarts, intentando protegerla de forma disimulada... y la había mirado durante su juicio, antes de ser enviado a Azkaban. Ahora Draco Malfoy actuaba como si no existiera y ella misma era la culpable de eso.

—¿Sabes, Malfoy? Odio este día. El 14 de febrero de... todos los años. Lo odio.

—Enhorabuena, Granger, ahora abre la puerta de este ascensor y déjame marcharme.

—Este es el cuarto año consecutivo que quiero hablar contigo... y jamás me había atrevido a hacerlo, hasta hoy.

—¿Me vas a dejar sal...

—No, Draco.

¿Por qué lo llamaba Draco? Él no lo sabía, pero le pilló tan de sorpresa que se quedó callado. Malfoy enarcó una ceja.

—¿Qué pretendes? —preguntó y esta vez pareció más curioso que enfadado.

—Voy a contarte una historia.

—¿Una historia? ¿A mí?

Una extraña sonrisa se formó en los labios de Granger y, para su sorpresa, la joven ignoró el hecho de que llevaba puesto ese vestido rojo de lana bastante elegante. Ante sus ojos, Hermione Granger, la sabelotodo que había arruinado su vida en más de un sentido, se sentó en el suelo de ese ascensor y le indicó a él que hiciera lo mismo.

—La historia es larga, Draco, y no tengo intención de reanudar este ascensor hasta habértela contado entera.

Hermione Granger había perdido la cabeza del modo más extraño, pero él no pudo más que encogerse de hombros; al fin y al cabo, no tenía ningún lugar al que correr. Solo le quedaba escuchar esa dichosa historia para poder salir de allí.

—Siéntate —le pidió ella.

—No acostumbro a sentarme en el suelo, Granger, no soy un salvaje.

Fue su contestación.

Ella se rio entre dientes.

—Está bien, como tú quieras. Pero te advierto de que te cansarás de estar de pie.

Entonces, por fin, después de tres años de espera, ella alzó la cabeza y observó a Draco Malfoy. Tenía el mismo pelo y los mismos ojos, aunque no era el mismo... aún no. Estaban solos, solos de verdad, y no se estaban escondiendo de nadie.

Hermione Granger sonrió una vez más, entonces comenzó a hablar.

—Todo empezó un 14 de febrero...


Espero que os haya gustado el fic. ¡Mil gracias por leerme! Y ahora no olvidéis pasaros por Nunca le hagas cosquillas a un Dragón herido, ¡¡que creo que os va a encantar!!

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