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Capítulo 8

El pintoresco y agradable pueblo de Hogsmeade abrió paso a los carruajes que llegaban desde Hogwarts. Había tantos sitios allí para recorrer y distraerse que los alumnos se preguntaban si no estarían demasiado agotados para cuando la lluvia de estrellas se manifestara en el cielo.

Dumbledore estaba muy entusiasmado con esta actividad que involucraba tanto alumnos como profesores, por ello, le solicitó al profesor Snape que preparara suficiente poción despertares para que nadie se perdiera el gran acontecimiento.

Mientras algunos profesores y los delegados de cada casa se encargaban de levantar el campamento, utilizando Capacious extremis —el encantamiento de extensión indetectable— para conseguir ampliar el espacio que necesitaban para armar las cien carpas en donde pasarían el fin de semana, la mayoría de los alumnos visitaba las distintas tiendas de Hogsmeade proveyéndose de dulces, algunos libros de astronomía y mapas estelares.

—Todavía no lo entiendo —mascullaba Hermione, dirigiéndose a Ron y a Luna, mientras caminaban rumbo a Honeydukes—: ¡Cómo es posible que Harry haya enfermado de esa manera! Debimos quedarnos a acompañarlo.

—Él estará bien, Hermione —insistía Ron por enésima vez, arrastrando sus pies y paseando sus ojos por la vidriera de La casa de las plumas—. Es solo un resfriado. La señora Pomfrey cuidará bien de él.

—Pero somos sus amigos, Ron...

—No creo que Harry pierda la nariz porque no lo estés cuidando, Hermione —comentó Luna, volviendo un poco desafortunadas sus palabras, pues, a partir de ese momento, Hermione no podía dejar de imaginar el rostro de Harry sin nariz al igual que el de Voldemort.

Los tres jóvenes se pararon frente a la puerta de la casa de dulces, pero solo Ron y Luna ingresaron, Hermione se quedó petrificada por sus pensamientos.

—¿No vas a entrar? —preguntó Ron.

—No, vayan ustedes, los esperaré aquí.

Hermione no podía dejar de darle vueltas al asunto. Nadie comprendía lo mucho que se preocupaba por Harry. Era mejor asegurarse que realmente estaba bien. Decidió ir a la oficina de correos y enviar una lechuza a su amigo, se quedaría más tranquila si Harry mismo le confirmaba que estaba bien.

Un par de minutos después, una lechuza partió rumbo a Hogwarts con el mensaje, ya más tranquila, emprendió el camino de vuelta a Honeydukes.

Al anochecer ya todos estaban reunidos en torno a las enormes fogatas que se habían montado junto a las tiendas mágicas. Todos estaban expectantes esperando el momento en que la primera lluvia de estrellas se manifestara en el magnífico y despejado cielo nocturno.

Draco Malfoy extrajo de su mochila un enorme telescopio de bronce que había adquirido para sus clases de astronomía en Equipamiento Mágico de Sabihondos por tan sólo cinco galeones. Orgulloso de su compra, se dispuso a observar el cielo, pero pronto se aburrió de ver el mismo paisaje estrellado y bajó el telescopio para centrar su atención en las demás personas que se hallaban en el campamento.

Inconscientemente, terminó apuntando el telescopio al lugar en donde se hallaba Hermione reunida con algunas de sus compañeras. Eran seis chicas riendo y comiendo dulces, solo Hermione se veía un poco distraída y pendiente del cielo. Unos pasos cerca de ella estaba Ron Weasley manteniendo una charla muy animada sobre Quidditch con Dean Thomas y Katie Bell. ¿Y Potter? Ni rastros de él.

Ya casi marcaban las nueve de la noche cuando Hermione divisó algo en el cielo y se levantó dando un respingo para luego echar a caminar a toda prisa hacia un espacio más despejado del campamento. Una lechuza blanca nevada sobrevoló sobre ella y se posó en uno de sus brazos. Era Hedwig que traía la respuesta de Harry. Éste le decía que se quedara tranquila, que estaba bien y que pasaría el fin de semana en la enfermería recibiendo los cuidados de Madame Pomfrey.

Al recibir aquella respuesta, la castaña logró sentirse más tranquila y menos culpable de no estar en el castillo junto a su amigo. Guardó la nota en uno de los bolsillos delanteros de su cazadora y se quedó mirando a Hedwig mientras emprendía nuevamente su vuelo, desapareciendo en el oscuro cielo.

—Según los mapas estelares, todo indica que veremos las estrellas cerca de las diez de la noche.

—¡Malfoy, me asustaste!

La castaña no esperaba que él apareciera tan repentinamente allí. De hecho, ni siquiera imaginaba que justamente él se acercaría a ella.

—Eres un poco patética, ¿lo sabías? —se burló él, fingiendo que le divertía su cara de fastidio—. ¡Vamos, Granger! Cambia esa cara o te molestaré todo el fin de semana.

—¿Qué quieres, Malfoy?

—Molestarte, al menos estarás enojada conmigo y dejarás de parecer un alma en pena por todo el campamento —rio sabiendo el efecto que sus palabras tendrían en ella.

—Estaba preocupada por Harry ¿de acuerdo? —se apresuró a aclarar Hermione, enfrentándolo por primera vez con una mirada bastante encendida—. Está enfermo y solo en el castillo. Quizás no puedes entender lo que significa la verdadera amistad, pero para mi es importante que él esté bien.

—¿No crees que exageras un poco, Granger? Potter no es un niño y no está solo en el castillo. El profesor Snape, la señora Pomfrey y Filch estarán allí todo el fin de semana. Seguro la está pasando mucho mejor que tú, no seas tonta —manifestó Draco, bufando.

Lamentablemente, Hermione era tan testaruda que era incapaz de darle la razón y entender que debía disfrutar de aquella salida igual que el resto de sus compañeros y no preocuparse demás por Harry. Draco se sintió bastante frustrado con ella y decidió irse tan rápido como había llegado. La castaña se giró apenas para mirarlo y el verlo alejarse la hizo sentirse enojada. No quería reconocerlo, pero tenerlo cerca había sido lo único que la había calmado un poco en toda la noche.

Un par de pasos más adelante, la profesora Sprout se cruzó con Draco y ambos intercambiaron un par de palabras que Hermione consiguió escuchar:

—Señor Malfoy, qué bueno verlo hablando tan animadamente con la señorita Granger. Sabía que no me equivocaba al confiarle que fuera su mentor. Estoy segura de que ella aprecia mucho sus esfuerzos, siento que ella mejorará mucho en herbología gracias a usted —manifestó ella tan entusiasmada que Draco no se atrevió a contradecirla—. Confío plenamente en que usted logrará que ella obtenga una buena calificación —agregó, guiñándole un ojo.

—Lo está haciendo bien, profesora Sprout —masculló el rubio, fingiendo una sonrisa.

—¡Qué bueno oír eso! Recuerde que las notas que ella obtenga mejorarán o empeorarán también las suyas, señor Malfoy. Estoy segura que no me defraudará —remarcó—. Que tenga una buena noche. ¡Disfrute del festival!

Mientras Pomona Sprout se alejaba camino a la carpa de los profesores, Draco se quedó parado unos instantes en su sitio con el ceño fruncido y su rostro lleno de preocupación. Luego emprendió de vuelta su caminata y se alejó rumbo a su carpa.

«¿En verdad Malfoy está soportando todo esto por mi?», pensó Hermione. Luego, suspiró profundamente y retornó a su carpa con un plan que requería con urgencia la ayuda de Luna y un poco de la valentía de una gryffindor.

Harry y yo nos sentamos uno frente al otro olvidando por completo todo lo que había a nuestro alrededor. Nos debíamos una charla y esta no podía esperar. Pensé que estaría mucho más nerviosa, pero, sin embargo, mi corazón no latía como otras veces en las que estaba sola con Harry y no podía controlarme.

Deseaba con apremio que las palabras comenzaran a salir de su boca y saber de una vez por todas qué tenía para decir, pero se estaba tomando su tiempo, estaba nervioso, se le notaba, y aunque me sentía ansiosa e inquieta por la espera, lo comprendía perfectamente porque ni yo podía emitir una sola palabra en ese momento.

Flotábamos de vez en cuando, pues nos habíamos comido al menos la mitad del paquete de brujas fritas —sin dudas, mi helado favorito— que nos elevaba por el aire y nos hacía reír cuando intentábamos mantener el equilibrio y nos balanceábamos de un lado al otro hasta que volvíamos a bajar al suelo.

Por suerte, esto nos servía de entretenimiento y me ayudaba distrayéndome mientras esperaba que Harry dijera algo.

No teníamos otro lugar adonde ir; incluso, si había otro lugar en el mundo real en donde estar, mi corazón solo quería estar donde sea que estuviera él.

Quería estar allí cuando quisiera rendirse, cuando estuviera cansado de todo y deseara huir, estar ahí para el y darle ánimos. Porque él ha estado aquí para mí todos estos años sin darse cuenta y me ha enseñado a valorarme cada día desde que lo conocí. Él fue y todavía es mi razón para sonreír aún en las contrariedades y, aunque suene un poco pretencioso, también es alguien a quien admirar.

Carraspeó y mi corazón se aceleró de repente. Quizás se dio cuenta que mi respiración se entrecortaba de vez en cuando cuando nos mirábamos o tal vez solo decidió que era momento de hablar. Y por fin lo escuché:

—Me gusta estar contigo, Pansy. —Esas simples palabras fueron tan hermosas que ya flotaba sin siquiera consumir brujas fritas—. Me gusta que sonrías cuando algo me sale bien, sentir que tenemos una conexión especial cuando nos miramos y respondes a mis dudas sin hablar. Pero de todas formas, me gusta el sonido de tu voz, sobre todo cuando te pones nerviosa. Mi corazón se siente más cálido cuando te escucho hablar.

«¡Por los pantaloncillos de Merlín! ¿Realmente me está diciendo todo esto?»

—Me gustan tus ojos —continuó—, sueles tener una mirada dura, pero cuando estás calmada, te ves tierna y me gusta cómo se suavizan al mirarme. Me gustan tus manos y la forma de tus dedos, pero no me gusta verte lastimada...

«¡Por eso me llevó a la enfermería!, realmente quería curarme...

—Me gusta cuando caminamos juntos, siempre miras que esté cerca de ti y si no es así, me esperas con cualquier excusa y se siente bien. Incluso es lindo que te preocupes si no llego a tiempo a clases. Me gusta tu cara de alivio cuando me ves llegar y... también me gustó descubrir que eras tú quien me dejaba la tarea en la mochila cuando no alcanzaba a hacerla.

«¿Qué? ¿Cuándo me descubrió?»

—Me gustas, Pansy y de verdad quería decírtelo.

«Creo que jamás estuve tan enmudecida en toda mi vida. Esto es todo lo que he querido escuchar desde que conocí a Harry Potter. ¡Por Morgana! Ha sido la declaración más bonita que escuchado. Ni todas las veces que me lo imaginé fue tan hermoso como esta vez. Y... no sé qué decir.»

—¿Qué te parece si vemos la lluvia de estrellas y luego decides qué decirme?

De pronto, reaccioné que el cielo se iluminaba con pequeñas esferas plateadas que cada vez se hacían más grandes y evidentes. Una cascada de estrellas caían sobre Hogsmeade, pero podía verse perfectamente desde Hogwarts si estabas en el lugar adecuando y ese lugar era el que había elegido Harry para que lo viéramos juntos.

Aquello me llenó el corazón de emoción; no podía ser más dulce, él lo había hecho perfecto para ambos. Entonces, supe lo que tenía que hacer. Lo miré convencida de que ese era nuestro principio y no podía dejar que pasara un minuto más sin hacerle saber lo importante que era en mi vida y lo que sus palabras habían significado. Me puse de rodillas, acerqué mi cuerpo al suyo y tomé su rostro entre mis manos y sin dejar de mirar sus hermosos ojos verdes lo dije:

—Te amo, Harry Potter.

Un segundo después, lo besé entregándole mi amor a través de mis labios. Sentí cómo se erguía, rodeando con sus manos mi cintura para acercarme más a él y ponerme de pie. Sonreía mientras me devolvía el beso y aunque nos perdimos el final de la lluvia de estrellas de esa noche por besarnos, ninguno de los dos se despegó del lado del otro hasta más allá del amanecer.

Luna era realmente genial. Había conseguido alejar a Draco de sus compañeros y llevarlo a la zona más tranquila del campamento con quién sabe qué excusa. Pero, como sea, él estaba allí con ambas manos en sus bolsillos mirando hacia el cielo y sosteniendo una mochila con uno de sus hombros con tanta tranquilidad como si nada lo perturbara.

—¿Malfoy? —lo llamó suavemente para que la viera.

—¿¡Granger!? Creí que eras Marcus Flint —reaccionó, confundido—. Lovegood me dijo que él me buscaba... ¿qué haces aquí?

—En realidad... soy yo quien quería verte.

—¿Para qué? Tengo cosas mejores que hacer que estar aquí, lo sabes, ¿no? Además...

—Quiero disculparme contigo —lo interrumpió, haciendo que te prestara atención—, he sido muy grosera. Sé que intentabas ser amable a tu manera conmigo y te correspondí de la peor forma. Pero...

—¿Pero...?

—Me siento un poco culpable en este momento. Has soportado la presión que te ha impuesto la profesora Sprout para que yo apruebe el primer trimestre de herbología y no me di cuenta lo que eso podía significar para ti hasta que vi tu cara luego de hablar con ella... Es obvio que crees que fallaré.

—No es así, Granger...

—Estoy tan acostumbrada a que me molestes y seas arrogante que no me detuve a pensar por un instante en que esta vez estabas arriesgando algo por mi... —prosiguió ella sin escucharlo.

—Granger, ¿puedes...?

—No sé en qué estaba pensando, de verdad. Pero ahora entiendo que realmente aprecio tu esfuerzo y también tu presencia, porque incluso me di cuenta que no me incomoda tenerte cerca, al contrario, creo que hasta me siento sola cuando terminamos de hablar y te vas...

—Granger...

—No sé por qué me siento así, pero la verdad es que creo que eres la primera persona que ha logrado confundirme tanto. Y aunque antes pensaba que eras un idiota, ahora... ahora ya no. Me siento a gusto contigo, incluso ahora, me siento bien al decirte todo esto...

—¿De verdad Potter y Weasley te aguantan tanto con todo lo que hablas?

Hermione enmudeció y lo miró a los ojos con las mejillas un poco enrojecidas, frunció el entrecejo y luego suavizó ese gesto preguntándose qué hacer o qué decir. Pero fue Draco quien habló esta vez:


—No te sientas culpable por nada, como te dije, no me siento presionado por nada. Estoy seguro que aprobarás y no me dejarás en ridículo con la profesora Sprout. Aunque hay algo que no ha cambiado: sigo pensando en culparte si perdemos contra Hufflepuff. Serás la primera persona con la que me desquite —aclaró sonriendo de lado—. Quizás no le haya ganado a Potter, pero sí puedo ganarle a Zacharías Smith. Ese idiota de Hufflepuff es pan comido.

Ambos rieron y compartieron una mirada de complicidad. No hacía falta más palabras en ese momento. Draco avanzó dos pasos hacia ella y la tomó por los hombros:

—No creo que te hayas dado cuenta pero nos estamos perdiendo la llueva de estrellas, hace unos diez minutos que están cayendo —le dijo, señalando con su mentón hacia el cielo y haciéndola girar para mostrarle el espectáculo.

—¡Guau! Es impresionante —exclamó Hermione con sus ojos brillando tanto como las estrellas en el firmamento.

—Lo sé —murmuró Draco, mirándola a ella con orgullo.

—¿Quieres una rana de chocolate? —ofreció la castaña, entusiasmada y agradecida con Luna por darle algunos dulces para compartir con Draco.


Él aceptó mientras sacaba su telescopio de su mochila y se paraba a su lado para que ambos pudieran turnarse y asombrarse cada vez más con aquella fiesta estelar. Ambos le dieron un mordisco a sus respectivas ranas y se quedaron mirando el cielo. La complicidad fue haciéndose espacio entre ellos y sus siluetas se grabaron como una pintura en el paisaje mientras las estrellas implosionaban a pocos metros de ellos y sus estelas caían como una lluvia de plata sobre el campamento.

¡Hola nuevamente, Gente Mágica! ♥ Aquí les traigo otro capítulo. Millones de gracias por seguir leyendo y por la paciencia que tienen para esperar cada actualización. Un abrazo inmenso para cada uno y nos vemos en el final. Besos y muchos dulces de Honeydukes para todos. (^•^)

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