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Capítulo 6

«¡No, no, no! No puede ser. ¡NO-PUEDE-SER!»

Sí, lo sé, ni se imaginan por qué estoy tan furiosa. Pero les contaré de todas maneras porque en este momento no puedo con la rabia que siento por dentro y como no puedo siquiera gritar porque me echarían de las cocinas, prefiero descargarme fregando sartenes a ser reprendida nuevamente por McGonagall.

¿Que por qué estoy en las cocinas? Pues, por culpa de la insufrible de Ginevra Weasley, que de haber sabido en el lío en que me iba a meter por darle su merecido, ¡la hubiera convertido en un gusarajo!

Vayamos al inicio de todo. En realidad, no fue ella quien me delató. Creí que saldría completamente impune de mis actos luego de lanzarle el hechizo a ella y a Michael Corner, pero para mi total desgracia, no escapé de la vista de Minerva McGonagall.

¡Carajo! ¿Cómo me iba a imaginar que ella estaba viendo el partido y que saldría detrás de mi cuando me marchaba a escondidas del estadio de Quidditch?

Para completar mi mala suerte, no solo presenció todo sino que me reconoció y, por supuesto, me castigó por haber atacado a una de sus alumnas favoritas. Ni que Weasley fuera tan buena hechicera o supiera tanto... De no ser porque es la novia de Potter y recibe ayuda de la sabelotodo de Granger, no aprobaría ni los T.I.M.O.S de quinto año.

¡Pero qué importa eso ahora! Estoy castigada, qué digo castigada, ¡estoy condenada! Tendré que fregar ollas, sartenes y preparar sándwiches para todo Hogwarts hasta que se me caigan las manos. ¡Maldita suerte de m...!

Está bien, intentaré ser realista y contarles cómo pasó todo.

Al atardecer, previo a la hora de la cena, el gran salón se llenó de alumnos y profesores. Dumbledore daría un anuncio y todos estábamos expectantes al respecto.

Cuando el director se acomodó en el atrio y pidió silencio, todos creíamos que sería para anunciar algún examen sorpresa, pero resultó ser mucho mejor que eso.

—Queridos alumnos, me complace contarles que se aproxima un evento único este fin de semana —comenzó diciéndonos con su amable parsimonia—. El profesor de Astronomía, nuestro querido centauro Firenze, nos ha informado que caerá una lluvia de estrellas sobre Hogsmeade y he decidido con el equipo de profesores que les permitiremos pasar todo el fin de semana en la ciudad para que no se pierdan ese maravilloso evento.

Aquello sonaba demasiado bien, sería nuestra primera salida a Hogmeade y nada menos que todo un fin de semana. Estábamos extasiados y aplaudiendo cuando Dumbledore agregó:

—Hemos organizado un campamento especial para este festival. Habrá carpas para todos. Así que, preparen sus mochilas con ropa cómoda y lleven muchos galleones para comprar golosinas. ¡Será algo inolvidable!

¿Puede haber algo más increíble que eso? Me encantan los campamentos mágicos, allí todo es una fiesta constante. Todos reímos, sobra la comida, no hay reglas, no está Peeves para fastidiarnos y es todo al aire libre con enormes fogatas de fuego hechizado que nunca se apaga. Es tan extraordinario que de solo pensarlo se me eriza la piel.

¿Y saben que es lo mejor de todo? Que Harry estará allí para completar esa enorme fiesta. No importa qué tan lejos o cerca se encuentre de mi, si puedo verlo reír y pasar un buen momento, nada puede ser más gratificante.

Lo he visto muy enojado y frustrado los últimos años. Ha estado herido, preocupado, angustiado, también un poco triste. No ha tenido mucho tiempo para buenos momentos y eso me duele. Qué no daría yo por quitarle la carga que lleva encima desde que nació... Pero si apenas puedo con mi vida, mucho menos podría hacer algo para derrotar al innombrable.

Pero no nos vayamos del tema. Lo cierto es que estaba feliz, qué digo feliz, estaba explotando por dentro de la alegría que sentía cuando sentí una mano en mi hombro y al girarme noté que la profesora McGonagall estaba detrás de mi con su imperturbable rostro, mirándome directamente a los ojos.

—Señorita Parkinson, ¿me haría el favor de acompañarme un momento al salón de transformaciones?

Por supuesto, no imaginaba lo que pasaría. Asentí confiada de que tal vez, solo tal vez, me felicitaría por mi participación en última clase, pues recuerdo haber sobresalido en mi transformación de puercoespín a alfiletero. Hasta ese momento me sentía en completa calma, pero cinco minutos después, era todo lo contrario.

—Señorita Parkinson, me consta que su comportamiento, en general, suele ser correcto, a excepción de cuando usted y el señor Malfoy suelen cometer ciertas imprudencias en contra de algunos alumnos, especialmente de Gryffindor, con la intención de divertirse o causarles daño.

El rostro de la profesora no se veía nada amable en ese momento, quizás por eso me quedé callada escuchando todo lo que dijo sin interrumpirla ni una vez.

—He presenciado para mi horror cómo usted ha atacado a la señorita Weasley y al joven Michael Corner fuera de las gradas del estadio de Quidditch esta tarde...

Y apenas dijo eso, lo supe: estaba castigada. No intenté justificarme, hubiera sido como admitir que estaba arrepentida y, honestamente, no lo estaba. No tenía un ápice de remordimiento en mi cuerpo ni en mi mente respecto a lo que hice y lo sé, está mal, pero jamás le perdonaré a esa cabeza de zanahoria que le haya hecho eso a Harry.

McGonagall me dio la posibilidad de reflexionar sobre mis actos y me aconsejó que me disculpara con Weasley. Por supuesto, me negué rotundamente porque tendría que admitir frente a ella que yo la ataqué y no estaba dispuesta a estrecharle la mano y a pedirle perdón. ¡Antes que me lancen veinte crucios!

Fue entonces cuando la profesora me hizo una nueva propuesta: ella no revelaría que había sido yo a cambio de que cumpliera con un castigo ejemplar y no solo eso, el castigo también incluía no poder asistir al campamento mágico en Hogsmeade. Y adivinen qué, como la estúpida orgullosa que soy, acepté.

Por eso estoy aquí, fregando por enésima vez una olla de peltre con toda mi rabia, tratando de quitar quién sabe qué cosa que está pegada en el fondo.

—¿Es cierto? —La voz a mis espaldas era la de Daphne Greengrass—. ¿Acaso te dio viruela de dragón y la fiebre te volvió una idiota?

La sutil manera en que Daphne me daba su apoyo, solía desconcertarme. Luego de decir aquellas palabras corrió a abrazarme, aplastando mi cara entre su pelo rubio y su huesuda clavícula izquierda.

—Eres una tonta, Pansy. No te entiendo —masculló en mi oído. Luego se separó, me tomó por los hombros y mirándome a los ojos indagó—: ¿Weasley te atacó? ¿Estás herida? ¿Quieres que la torture por ti?

—Tranquila, Daph, estoy bien.

—¿Entonces porqué rayos estás en esta apestosa cocina, a esta hora, cubierta de... de... lo que sea que tengas ahí? —señaló una mancha amarillenta en mi delantal con cara de asco.

Quería contarle todo, pero sé que Daphne no aprobaría ni la mitad de las cosas que hice esta tarde. Ni hablar del hecho que seguramente tendría mucho que opinar y yo muy pocas ganas de escucharla.

—¿Quién te dijo que estaba aquí? —le pregunté para pasar por alto mi respuesta.

—Millicent Bulstrode y Tracey Davis olvidaron sus apuntes en la última clase y fueron a buscarlos al salón de transformaciones, pero antes de entrar, escucharon cuando McGonagall te estaba castigando. Luego, cuando nos encontramos en nuestra habitación me contaron todo.

El decepcionado rostro de Daphne se acentuaba cada vez más. Se cruzó de brazos frente a mi y parecía debatirse entre volver a abrazarme o gritarme.

—¿En serio te vas a perder la salida a Hogsmeade por esa espantosa de Weasley? —chilló al fin—. Al menos la hubieras convertido en un gusarajo. —Parecía que me había leído el pensamiento—. Cuando Draco se entere de esto estará muy enojado contigo. Asumo que tu querido Harry Potter no tiene nada que ver con esto, ¿o sí? ¿Vas a seguir negándome que no te gusta?

—Ya basta, Daphne, déjala tranquila.

Nunca me sentí tan aliviada de escuchar la voz de Theodore Nott en toda mi vida. Mi mejor amigo, sin dudas, sabía cuándo intervenir. Estaba hecha un manojo de nervios ante el interrogatorio incesante de Daphne, pero gracias a que él apareció, pude zafarme del asunto. Ya tenía más que suficiente por ese día.

—Se acerca el toque de queda, Daphne. Snape no aprobará que estés fuera del dormitorio sin ningún motivo.

Theo sabía cómo persuadir a cualquier persona con diplomacia y Daphne no era la excepción. Ella soltó un largo suspiro, arrugó la nariz asqueada por el penetrante olor del limpiador de metales y luego me volvió a abrazar para despedirse.

—Más te vale que para la próxima salida a Hogmeade estés disponible. No soportaré compartir todo el fin de semana la carpa mágica teniendo que convivir tan de cerca los ronquidos Bulstrode. ¡Te odio! Mas te vale que no me dejes sola de nuevo —me advirtió, indignada.

Acomodó su preciosa cabellera rubia tras sus perfectas orejas y salió a toda prisa de las cocinas.

—Tranquila, Pansy, me encargaré de tranquilizar a Daphne. No dejaré que le diga nada a Draco. Él cree que estás tomando clases extras de transformaciones con McGonagall —me aseguró Theo—. Nos vemos más tarde, te esperaré en la sala común. ¿Cuídate, sí? Te quiero, tonta.

Luego de guiñarme un ojo y retirarse bajo la atenta mirada de Pitts —el elfo encargado de las cocinas— Theodore desapareció de mi vista y sentí una pesadez insoportable en mi pecho. Me hubiera gustado salir corriendo atrás de él, abandonarlo todo y sentarme a comer ranas de chocolate o cualquier otra chuchería, mientras conversábamos de temas triviales junto a la chimenea como hacíamos todas las noches desde que ingresamos a Hogwarts.

Sin embargo, la realidad que me esperaba era mucho menos inspiradora: una pila de platos y ollas que limpiar y lustrar hasta que Pitts dijera basta.

Draco se hallaba inquieto. En unos días, su equipo tendría un enfrentamiento amistoso con Hufflepuff y él se hallaba demasiado distraído como para entrenar. Su última práctica había sido bastante fallida, pero nadie se animó a decirle nada. Su cabeza estaba en otra parte, mejor dicho, sus pensamientos estaban concentrados en una persona: Hermione Granger.

La próxima semana tendrían que entregarle a Sprout su informe sobre la tarea que les había encomendado y Granger debía demostrar que había aprendido a dominar a la perfección el hechizo Herbivicus. ÉL sabía que ella lo conseguiría. Era inteligente y muy capaz aunque él jamás se lo diría en voz alta. Pero no dejaba de preocuparle que ella se pasara tantas horas en el invernadero, dudando de sí misma mientras lanzaba el hechizo una y otra vez sobre cada maceta.

Al día siguiente irían a Hogsmeade para compartir el campamento mágico y posiblemente no tuvieran tiempo ni oportunidad de hablar, así que, se escabulló de su sala común rumbo a los invernaderos, sabiendo que encontraría allí a Hermione. Faltaba poco para el toque de queda, así que debía ser precavido.

Al llegar, como se esperaba, la encontró lanzando el hechizo una y otra vez sobre varias macetas. Los plantines de flores o especias crecían en su lugar, algunos más fuertes y otros un tanto mustios, pero ella no dejaba de intentarlo.

—Qué suerte que Sprout tiene materiales de sobra, de lo contrario ya nos hubiéramos quedado sin macetas ni abono —comentó apenas ingresó para alertarla de que estaba allí.

De todas maneras, Hermione estaba tan concentrada en lo que hacía que se sobresaltó al escuchar la voz de Draco.

—Malfoy, casi me da algo. ¿Qué haces aquí?

—Vine a asegurarme de que no me dejarás en ridículo frente a Sprout la próxima semana —mintió, tratando de sonar convincente—. Ya deberías poder dominar el hechizo. ¿Qué te lleva tanto tiempo?

Hermione frunció el ceño y se giro completamente hacia él.

—No es que no me sale, es solo que... no he podido dejar de pensar en ti. —Draco se quedó anonadado al escuchar aquellas palabras, por primera vez no supo qué responder, pero gracias a que se quedó callado, ella consiguió retractarse y explicarle a lo que se refería—: Quiero decir, he estado pensando que has dedicado mucho de tu tiempo a enseñarme este hechizo y estoy segura de que lo he aprendido. Pero... no puedo dejar de recordar que el año pasado fui yo quien te enseñó a cortar una mandrágora para la clase de pociones y eso no deja de darme vueltas en la cabeza.

—¿Estás buscando una excusa para decirme que eres mejor bruja que yo por que sabes cortar una mandrágora?

—No, Malfoy, lo que trato de decir es que... es que... tú no necesitabas que yo te lo enseñara. Eres tan bueno en pociones como en herbología. Tengo que reconocer que serás un excelente pocionista cuando salgas de Hogwarts —admitió Hermione con un brillo de admiración en su mirada—. Malfoy, dime la verdad, ¿intentabas ayudarme a que Snape no me desaprobara y por eso fingiste que no sabías cortar la mandrágora para que él me diera puntos extras?

Draco se recostó sobre el borde una de las mesas del invernadero y se cruzó de brazos. La suave brisa nocturna sacudió su platinado cabello haciendo que algunos mechones se revolvieran sobre su frente.

—¿Y qué si lo hice? ¿Hubieras preferido ser desaprobada?

El gesto arrogante de Draco hizo que Hermione sonriera por primera vez. No le gustaba cuando se comportaba así, pero en ese momento arrugaba su nariz de forma tan linda y graciosa que no le resultaba molesto.

—No, Draco, al contrario. Tardé en darme cuenta y por eso quería agradecerte lo que hiciste. —Era la segunda vez que lo llamaba por su nombre sin enojo ni tensión en su voz—. Sé que no te gusta hacer equipo conmigo, pero últimamente te has comportado muy bien conmigo a pesar de que podrías haber sido el necio de siempre y, de verdad, es un lindo gesto de tu parte.

—No te alegres tanto, Granger, ya te dije que si perdemos contra Hufflepuff la próxima semana me desquitaré contigo —le recordó con una sonrisa de satisfacción—. Me voy a dormir. Mañana inicia el campamento mágico, supongo que nos veremos allí.

—Sí, seguramente —confirmó ella, jugueteando con su varita—. Qué duermas bien, Draco.

Él asintió levemente y se giró para marcharse. A la vez que cerraba la puerta del invernadero, posó sus ojos en Hermione y la vio sonreír mientras seguía practicando el hechizo. Se veía bonita y pensar en eso lo hizo sonrojarse un poco; se apresuró a cerrar la puerta y aceleró su paso rumbo a las mazmorras. Tenía que pensar rápido en otra cosa para que su mente se despejara y nadie le preguntara porqué su cara estaba tan roja como si hubiera recibido dos bofetadas.

Ya casi dan las diez de la noche. Miro mis manos y por primera vez veo ampollas en mis dedos. Seguramente tendré que curarme antes de entrar a la sala común o nadie me creerá que estuve tomando clases de transformaciones.

Doy apenas unos pasos por el pasillo fuera de las cocinas cuando te veo. Estás parado al final del camino junto a la entrada de la sala común de Hufflepuff. Cierro los ojos con fuerza, imagino para mi misma que si espero un poco volveré a abrirlos y ya no estarás allí, que todo habrá sido mi imaginación. Pero no es así. Cuando abro mis ojos de nuevo, todavía estás parado frente a mi.

Camino un poco más hasta quedar a un metro de ti. El corazón me late como loco, mis manos arden de dolor a causa de la ampollas y tu mirada se clava en mi cara como un puñal. ¿Estás enojado? ¿Viniste a reprocharme por haber atacado a tu adorada novia? ¡Rayos! ¿Por qué alguien no me lanza un avada y acaba con mi miseria?

—Vas a necesitar un poco de díctamo para tus manos —observas, mirando mis dedos hinchados—. Ven, acompáñame.

Y sí, como se lo están imaginando, seguí a Harry Potter adonde quiera que me estaba llevando mientras por dentro me preguntaba: ¿cuánto tardaría en decirme lo mucho que me odiaba?

¡Hola nuevamente! Aquí les dejo otro capítulo para no atrasarme tanto.

¡Muchísimas gracias por seguir ahí! Un besazo enorme.

¡Hasta la proxima! (^.•.^)

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