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CAPÍTULO 3

No de repente, pero sí muy despacio, trato de hacer volver mi conciencia a mi cabeza.
Tu voz ya no se oye lejana como hace un segundo atrás, te miro de soslayo mientras voy midiendo cada gesto que haré para que no notes mis nervios.

—¡Ya te oí, Potter! —gruño, sin enfrentar todavía tu mirada.


—Mantén una razonable distancia de nosotros, cara rajada —te ordena Draco con su desprecio habitual. A él no le ha hecho ninguna gracia que seamos pareja e intuyo que, más tarde, se pondrá molesto por eso cuando estemos solos en la sala común.


—No he venido a hablar contigo, Malfoy —le respondes secamente—. Parkinson, debemos arreglar dónde nos reuniremos —me dices esperando que te mire y actúe naturalmente.


—De acuerdo —confirmo aún de espaldas a ti. Ni una palabra más.


Te oigo alejarte y siento alivio, pero hubiera dado lo que sea por poder mirarte a los ojos y ver tu expresión al hablarme.
Snape reparte las tareas. Cada pareja recibe un pergamino de treinta centímetros de largo con específicas indicaciones de cómo realizar una determinada poción. Yo recibo el nuestro de manos del profesor y lo guardo en mi cuaderno de clase.


—Como ya habrán visto, todos tienen pociones diferentes —explica Snape—. Es de absoluta importancia que me entreguen sus tareas para el viernes. No aceptaré ninguna excusa por mejor inventada que esté —aclara, finalmente, volviendo a posar su venenosa mirada en ti—. Así que, por lo tanto, espero que no sólo consigan traerme sus pociones en perfecto estado sino que, además, puedan redactarme un pergamino de treinta y cinco centímetros especificando cada resultado obtenido.

La clase ha terminado.


Salimos en grupos de tres o cuatro, gryffindors por un lado, slytherins por el otro. Subimos las escaleras que nos alejan de las mazmorras y emprendemos camino al gran salón.


Escucho a Draco quejarse, abiertamente, del asco que le genera compartir su tarea con la sangre sucia de Granger. Cada palabra me satura el cerebro, siento que no cabe nada más dentro de él.


—...Y ya verán, la voy a poner a hacer todo el trabajo y luego me llevaré el crédito por eso —vociferaba, provocando las risas de Crabbe y Goyle. Yo, sin embargo, apenas si podía emular una sonrisa. Mi mente y mis sentidos estaban en otro lugar.

—¡Parkinson! —escucho nuevamente mi apellido—. ¿Podemos hablar ahora?

Me giro y te enfrento por primera vez en todo el día.


—Sí... —balbuceo. Draco presiona una de sus manos en mi brazo derecho causándome dolor, pero me suelto bruscamente—. Yo puedo arreglarme sola, Draco —le digo con decisión.

Sé que eso me traerá problemas como cada vez que me atrevo a enfrentarlo, pero no me importa. En este momento, sólo quiero dedicarme a ti.
Todo el grupo de Slytherin se aleja rumbo a la entrada del gran salón. Draco se gira de vez en cuando para mirarnos hasta que se pierde de vista al entrar junto a Crabbe y Goyle. Blaise también pasa por mi lado y me mira esperando que le confirme que todo está bien, así lo hago, con tan solo una mirada le hago comprender que no necesita preocuparse.


Nos hemos quedado solos en aquel pasillo. Apenas oímos el murmullo que nos llega a los oídos desde el salón principal; ya deben estar los platos servidos y la mayoría debe estar comiendo. Yo no tengo hambre, mi estómago es una piedra en este momento. Si lograra ingerir algo sería casi un milagro.


—Bueno, ya que tu guardia se ha retirado... —comentas sarcásticamente—. ¿Adónde nos vamos a reunir para hacer el trabajo de Snape?


—No lo sé... —murmuro inquieta. Mis manos sudan y un molesto zumbido se ha apoderado de mis oídos.


—Tenemos que pensar un lugar en donde nadie nos moleste. No tengo ganas de que tus amiguitos estén interrumpiéndonos cada dos minutos, ¿entiendes? —me resaltas.


—¡Ya lo sé, Potter! —mascullo, exhalando un notable bufido—. Nadie nos va a molestar —te aseguro—. ¿Qué te parece elegir uno de los salones de tercer piso del ala norte? La mayoría están vacíos y, a excepción de Filch, nadie más transita por allí.

—Conque lo haga Filch es suficiente —expresas con notable molestia—. Pero podría ser una opción. ¡Intentémoslo allí entonces! Si vemos que tenemos problemas nos buscamos otro lugar —resuelves al fin.

Yo asiento y no agrego nada más. Bastante fue conseguir decirte aquellas pocas palabras sin desmoronarme ante ti como un edificio en ruinas.


—¿No vemos a las cuatro? —me preguntas. Recuerdo que a esa hora tengo clase de astronomía con la profesora Sinistra, así que, niego con la cabeza y pienso un horario razonable para los dos.

—¿A las seis te parece bien?


Me confirmas que sí puedes y luego, con un ademán de saludo, te alejas de mi rumbo al gran salón. Apenas te veo desaparecer, me dejo caer contra la pared que hay detrás de mí. Me parece un imposible haber podido hablarte, haberte tenido ahí a veinte centímetros de mí, eligiendo una hora y un lugar para vernos como si fuera la cosa más normal para nosotros.


Si supieras, si sospecharas, si acaso intuyeras por un miserable segundo todo lo que sentí...


¡Por Merlín! Necesito una bofetada.


Sonrío de una manera que me hace sentir extraña, tonta y feliz al mismo tiempo. Me pongo derecha separándome de la pared y emprendo yo también el conocido camino al gran salón. Lo que me resta ahora es sufrir esperando a que se hagan las seis de la tarde.
Entro al comedor con unas ganas renovadas de comer algo. La sonrisa estúpida se mantiene en mi cara y mi mente repite dos palabras que hacen crecer todavía más esa sonrisa: «Nos vemos». ¿Quién diría que alguna vez tú y yo quedaríamos en vernos?


Pasé por tu mesa y te vi hablando con esa tonta de tu novia; eso podría haberme hecho estrujarme como un trapo, pero no me importó, yo también iba a estar hablando contigo en pocas horas... a solas. Granger y Weasley mantenían una discusión por quién sabe qué idiotez, pero al ir acercándome rescaté algunas palabras de su conversación:


—¡Voy a hablar yo mismo con Snape, Hermione! No permitiré que seas la pareja de ese idiota malcriado. ¡Te va a hacer la vida imposible! —musitaba, claramente alterado, la comadreja.


—¡Ron, tranquilízate! Malfoy no me hará ningún daño. Ya no tengo once años ni me quedo con los brazos cruzados por nada ni nadie, así que, descuida, lo pondré en su lugar —aseguraba la sangre sucia muy convencida.


Quisiera estar presente para ver el momento en que pone a Draco en su lugar. Conociéndolo, estoy casi segura de que la convertiría en una lechuza antes de que se atreviera a decirle una palabra más alta que la otra.


Pensé en contárselo todo a Draco para reírnos un rato, pero no sé por qué razón no tuve ganas. Quizás, al estar esos dos minutos contigo, me había contagiado esa ridícula benevolencia que tienes para proteger a los que quieres.


Y te odié por eso.


Aunque reconozco que no me molestó tanto. Llegué a mi mesa y tuve que soportar el interrogatorio de Draco, Blaise y Nott; tuve que jurarles y perjurarles que todo estaba bien. Ahora entendía a Granger cómo se sentía cuando tú y Weasley la cuidaban. Aunque radicaba una notable diferencia: yo no era Granger y tú no me cuidabas.


Pasado el mediodía, retomamos nuestras clases; te vi alejarte con tus compañeros hacia el invernadero para tomar tus clases de botánica con la profesora Sprout. Más tarde, fui a tomar mi clase de astronomía con Sinistra, a partir de ese momento ya quedaban sólo dos horas para verte. Draco se pasó toda la tarde fastidiándome con que no olvidara tratarte como lo que eras: un inferior a nosotros. Yo asentí un par de veces, pero era innecesario admitir que no iba a poder ni siquiera intentar tratarte mal.


—Yo me reuniré con Granger en la biblioteca. ¡Ja! Qué lugar más original eligió, ¿no les parece? —Y mientras todos reían por la obviedad del caso, yo controlaba la hora en mi reloj por decimonovena vez en el día—. De todas formas, la poción no podremos prepararla en la biblioteca, así que voy a ver si la convenzo de ir luego al baño de prefectos del quinto piso. Es un lugar silencioso y tranquilo, nadie nos molestará —continuaba Draco—. Quizás, con suerte, se caiga en la bañera y pueda ahogarla.


Más y más risotadas por parte de Goyle, Crabbe y Blaise iban haciendo que el pecho de Malfoy creciera como una galleta en el agua. Llegué a preguntarme si de verdad él sería capaz de enfrentar verdaderamente a Granger con toda esa maldad cuando estuviesen a solas.
Sabiendo que es la mejor bruja de Hogwarts —o al menos eso era lo que comentaban los idiotas— y que él podría quedar muy mal parado, intuyo que todo quedará en palabras.

¡Las seis en punto!


Nunca antes sentí tanta emoción de un encuentro; estoy temblando, las manos me sudan por segunda vez en el día, mis rodillas están rígidas como las de una estatua. Camino por los pasillos que llevan al tercer piso, sintiendo cómo el húmedo aire otoñal azota mi rostro con suavidad. Llevo en mis manos el pergamino con las indicaciones para realizar la poción que nos pidió Snape, una pluma y otros dos pergaminos en blanco, de treinta y cinco centímetros, para realizar anotaciones.
Llego al tercer piso y recorro con la mirada los salones mientras voy pasando. Más adelante, veo uno iluminado, imagino que en ese debes estar, así que apresuro la marcha y llego hasta él. Me quedo parada cerca de la puerta, tres pasos más atrás del marco; necesito respirar profundo antes de enfrentarte, no será fácil tenerte ahí, todo para mí, sin tenerte realmente.

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