89| Quel vestito a fiori
LUCA
*
Me siento frustrado e impotente al no lograr información de ese tipo. Shirley fue bastante precisa en algunos detalles pero parece que nadie lo conoce. He vuelto al Club Papiro después de tanto tiempo, llevo haciéndolo varias noches con el fin de ver algo, a alguien que pueda darme algún tipo de pista.
Y nada.
—¿Cómo tú por aquí? —cuestiona Monique en una de mis visitas al club—. Hace tanto tiempo que no veía al gran Luca Caffarelli desconectando del trabajo...
Lleva su corto cabello perfectamente alisado y una copa decora sus dedos.
—Estaba buscando a alguien.
—¿El hombre que me preguntaste el otro día por teléfono? ¿Aun no sabes nada?
—No. Nada.
Da un trago al alcohol.
—¿Por qué lo buscas?
—Necesito saber quien lo contrató.
Enarca una de sus cejas.
—Si me entero de algo, te contactaré.
—Gracias, Monique.
—Y... —Se traslada a mi lado y posa su mano en mi muslo para acariciarlo—, ya que estás aquí, podríamos divertirnos un rato arriba.
Le sonrío.
—Una sugerencia apetecible, sin duda —digo sujetando su mano para apartarla de mí—, pero no me interesa, gracias.
—Oh. —Regresa a su posición—. ¿Finalmente eres un hombre fiel?
Mi sonrisa se acentúa.
—Me temo que sí.
Acerca su copa para brindar con la mía.
—Por el nuevo Luca. Aunque una pérdida para el resto de mujeres.
*
Estoy nervioso.
No es como en otras ocasiones, que estoy nervioso porque me enfurezco, porque me carcome el rencor o alguna sensación similar. Estoy nervioso porque Shirley demandó con antelación que mantuviera la agenda libre este fin de semana.
Aun no me ha explicados la razón, por eso cuando llego el viernes noche a casa después del trabajo y encuentro el recibidor decorado con tres bolsas de equipaje, me sorprendo.
—¿Qué es todo esto? —pregunto al entrar.
Ella se acerca con una sonrisa y antes de responder me da un beso en la mejilla.
—Hice las maletas. También empaqué cosas tuyas, aunque no sé si quieres revisar por si faltara algo.
—Pero, no entiendo. ¿A dónde vamos?
—Mañana hacemos una pequeña escapada. Yo conduzco, me apetece llevar mi coche.
No hago más preguntas, aunque tengo mucha inquietud sobre qué se supone que ha organizado.
Después de desayunar, nos ponemos en marcha. Conecta la música de su móvil y pronto me veo envuelto entre un popurrí de música pop, techno y rock. En un principio me molesta tanto sonido de buena mañana, pero escucharla cantar a pleno pulmón mientras conduce y desafinando sin ningún tipo de vergüenza, es algo que extrañamente me gusta mucho.
Cuando veo que coge una salida en concreto, es cuando comienzo a hacerme una idea de cual es el objetivo de su viaje, sin embargo prefiero callar. Me estoy alterando mucho y casi me quedo sin respiración cuando después de horas de viaje puedo discernir a lo lejos mi pueblo natal.
Shirley me mira de reojo, pero en lugar de decir nada le da volumen a Britney Spears. Se detiene frente a un humilde hostal.
—Hemos llegado.
Abre la puerta y yo hago lo mismo. Va directa al maletero a sacar las maletas.
—¿Por qué...? —No soy capaz de terminar de conjugar la pregunta.
—Porque quiero conocer al otro Luca. —Me da la mano—. Me gustaría que te abrieras a mí, si quieres. Pensé que te gustaría la sorpresa, pero si no es así podemos regresar.
Sus ojos verdes me miran con preocupación, seguro está pensando que no fue buena idea.
Estoy muy sorprendido, me siento incómodo y bloqueado, porque estar aquí con una persona más, con una persona del presente, es como abrirme en canal para ella. Aun así, no me molesta, sino que me enternece que después de todo quiera saber más de mí, entenderme y acompañarme.
Froto su cabeza de forma cariñosa mientras cierro el maletero con otra mano.
—No, está todo bien. Me has sorprendido.
Vamos a recepción para inscribirnos en el registro y dejamos las maletas en nuestra habitación, un espacio acogedor pero bien equipado, con un enorme ventanal con vistas a la vegetación cercana.
Shirley lleva un vestido floreado, medias y unas playeras, y le cubre una chaqueta de punto no muy gruesa. Hace fresco pero también da el sol. Yo voy con camiseta y vaqueros. Caminando por las calles de mi pueblo, vestidos de forma casual, sin que nadie nos reconozca a primera vista, realmente se siente como si fuéramos una pareja normal, sin contratos ni intereses.
Supongo que eso es lo que me impulsa a estirar levemente el brazo y alcanzar su mano con la mía, que se entrelazan. Es tan cálida y suave. Siento que es diminuta al lado de la mía.
—Es muy bonito —dice observando las casas de planta baja, de paredes de colores y las macetas que adornan los balcones.
—¿Te gustan más los pueblos o la ciudad?
—Ambos. En la ciudad tengo todo lo que quiero, puedo obtener lo que me gusta sencillo, pero en un lugar así la tranquilidad que despierta es sanadora.
—Tienes razón.
Continuamos paseando, hasta que freno de golpe en un cruce, ella hace lo propio. Observo al final de esa calle de suelo de piedra, dudando.
—Vamos por aquí —digo finalmente.
Avanzamos hasta que me detengo en una casa cuya fachada es de color crema. Las persianas, de color verde, están todas echadas. Shirley se queda embobada mirándola.
—Parece ese tipo de casita donde una sueña vivir para olvidar el ruido y los problemas.
—Era un sitio perfecto en el que vivir.
Me mira con curiosidad y agranda sus ojos.
—¿Vivías aquí?
—Sí. Fue mi hogar durante mucho tiempo.
Su mano continúa aferrada a la mía y siento como hace más presión. Es extraño hacer esto, revisitar estos lugares con Shirley. Una vez al año, acostumbro a pasear por aquí en solitario, con mi acidez, tristeza y sed de venganza como única compañía.
Con ella es diferente, siento su calidez y su apoyo.
—¿Te importaría acompañarme a un sitio? —cuestiono, después de estar dándole vueltas a mi cabeza.
—Donde quieras, Luca. Tú mandas.
Tardamos unos veinte minutos en llegar. A las afueras del pueblo, se inicia un pequeño camino de piedra poco transitado por automóviles. Un pequeño desvío conduce hasta un terreno protegido por una alta valla de hierro. Al entrar, el verdor del césped luce algo apagado por el otoño, y las hojas de los árboles, amarillentas y marrones, caen decorando las lápidas.
Todavía no suelto la mano de Shirley. Ella tampoco la mía.
No me puedo creer estar haciendo esto.
Nos detenemos ante la lápida donde rezaba el nombre de mi madre.
«Sverina Mancini. 1976 - 2004. Adorada madre.»
Es entonces cuando suelto la mano de Shirley para ponerme de cuclillas. Ella pertenece a mi lado, sin saber qué decir.
—Hola, mamá —hablo—. Hoy he venido con alguien muy importante para mí. Tenía muchas ganas de que la conocieras.
Me volteo hacia ella que luce con el rostro compungido. Da un paso para situarse a mi altura y se agacha también.
—Encantada de conocerla, señora Mancini. Tiene un hijo increíble. Un poco retorcido a veces, pero bajo esa apariencia de hombre de negocios frío y distante, hay todo un joven lleno de cariño.
Me ruboriza que diga eso con tanta serenidad y me alegra que en lugar de juzgar esta situación, también se haya entregado a ella. Nunca me he abierto de este modo con nadie.
Ojalá en lugar de hablarle a un trozo de piedra, fuera mi madre de verdad.
Paso mi brazo por el hombro de Shirley y la atraigo hacia mí, logrando que con el empujón ambos terminemos de caer al suelo.
—Ella es Shirley —vuelvo a hablar, sentándome—. Es la egoísta, manipuladora, caprichosa y dulce mujer de la que estoy enamorado. Nunca creí que esto pudiera pasarme a mí. Desde que te fuiste, estuve muy triste, ya lo sabes, dejé de reír, de confiar en la gente, pero poco a poco estoy volviendo a hacerlo gracias a ella.
Shirley no dice nada, así que giro el semblante para ver su rostro que se encuentra sonrojado. De repente, una lágrima se desliza en su mejilla. Parece que esto está siendo demasiado para ella, por lo que me pongo en pie y le echo una mano para que ella haga lo mismo.
Regresamos al hostal después de comer en un pequeño bar. Al principio había un silencio patente entre nosotros que pronto se disipó con conversaciones casuales. Una vez en la habitación, ella recoge su cabello en un moño imperfecto y se aproxima a la ventana para abrirla y contemplar el paisaje.
El sol que entra por la ventana hace que su pelo resulte más dorado de lo usual y cuando me mira y esboza una sonrisa con la falda de su vestido de flores ondeándose ante la brisa. Mi corazón palpita acelerado y rápidamente aparto la mirada
—Lamento si te he incomodado antes.
—¿Cuándo?
—En el cementerio, hablándole a un trozo de piedra.
Me mira con una compasión que nunca antes me había mostrado y se aproxima hacia mí negando con la cabeza.
—No digas eso. Ha sido muy bonito y me hace muy feliz que hayas querido compartir conmigo algo tan íntimo y personal.
Sus brazos rodean mi torso para darme un abrazo.
Apenas tardo unos segundos en devolverle el gesto, dejando descansar sobre su cabeza un beso.
—Me ha sorprendido que decidieras que viniéramos aquí.
Se aparta de mí y se aproxima a una pequeña nevera que hay en una esquina de la habitación.
—Sé que es la semana que viene pero quería tener un detalle por tu cumpleaños, que hiciéramos algo íntimo. —Saca una pequeña tarta de queso con una vela encima y lo coloca sobre el suelo, al lado de la ventana. Con la ayuda de un mechero, la prende—. Ven. Pide un deseo y sopla.
Tras salir de mi asombro, me acerco y me siento en el suelo, al otro lado de la tarta. Observo a Shirley por unos segundos y pienso en un deseo, pero no se me ocurre ninguno ahora mismo porque todo cuanto deseo está frente a mí.
Soplo.
—Gracias, esto tampoco lo esperaba. Hacía mucho tiempo que no celebraba mi cumpleaños sin estar rodeado de empresarios y gente adinerada.
Su mano se posa sobre la mía.
—Hay un regalo más —dice aproximando una bolsita de tela—. No sé si será de tu agrado.
En un primer momento creo que me ha regalado ropa, pero cuando veo que se trata de algo bastante plano y envuelto, dudo de lo que es. Me quedo sin aliento cuando revelo una fotografía horizontal, en ella aparecemos mi madre y yo. Fue de un día que fuimos a la playa.
—Esto... —Mi voz se paraliza por el nudo en la garganta que se ha formado y mi vista se empaña por las lágrimas que afloran.
—Le pregunté a Nina si conservaba alguna foto de tu madre junto a ti, si alguien guardó esos recuerdos. Sé que tienes escondida una fotografía de tu madre e ignoro por qué, pero creí que sería bonito poder tener un recuerdo de vosotros dos.
Mis emociones se complican. Siento cosas bellas, pero también noto oscuridad y dolor al darme cuenta de que me arrebataron esa vida.
—Luca... —murmura, posa su mano sobre mi brazo y yo me zafo de su toque bruscamente.
—Déjame —espeto.
Ahora mismo no soy capaz de pensar con claridad.
Tardo unos segundos en darme cuenta de lo estremecida que está Shirley y lo triste que luce por mi reacción.
—Perdona, no quería hablarte así.
—Ha sido mala idea, lo siento.
—No, no ha sido mala idea.
Hace ademán de levantarse, pero yo la retengo de la muñeca y la empujo hacia mí. Por poco el pastel se va a la mierda cuando cae al suelo, aunque mi cuerpo amortigua la caída.
—Suéltame —dice evitando mirarme.
—No quiero.
—Me siento como una idiota, suéltame.
Fuerzo con una mano a que me mire y le robo un beso. Mi lengua se abre paso en el interior de su boca, inspeccionándolo al milímetro.
—Quiero mi otro regalo —comento entonces.
—¿Cuál?
Aferro mis manos a sus cachetes.
—Este.
Su rostro está sonrosado. Me encanta cuando se pone tímida.
—No seas bobo.
De un movimiento, la coloco bajo de mí.
—Estás preciosa con este vestido. Me pregunto cómo te quedará con mi polla dentro.
Se relame el labio y me mira con desafío.
—Pues compruébalo.
Adoro esa parte de ella.
Le quito la ropa interior y con mis manos levanto sus piernas, hundiendo mis dedos en su muslo y exponiendo toda su intimidad para mí.
—Esto es lo que me apetece comer ahora.
Doy suaves besos por sus ingles y por su monte de venus, ella se tapa la cara y retiene sus jadeos. Entonces comienzo a pasear mi lengua por su vulva con delicadeza hasta detenerme en esa zona sensible que tanto le gusta. Su espalda se arquea y sus gemidos van al ritmo de mis succiones.
—Detente —me pide.
Me aparto observando lo húmeda que está, pequeños hilos transparentes decoran los alrededores.
—Quiero hacértelo yo también —declara irguiéndose para después arrodillarse a cuatro patas, con el culo en alto, regalándome unas bellas vistas.
No duda ni dos segundos antes de llenar su boca con mi polla. No sé cómo hemos acabado así, pero me excita tanto. El ventanal está abierto y dudo que alguien pueda vernos, pero aun así resulta más emocionante así.
—Shirley... —digo tomando una caricia a sus mejillas rellenas de mí—. Me estás poniendo tanto que dudo poder controlarme.
En lugar de responder, la introduce más adentro, haciendo que deje escapar un gemido.
—Eso es, saboréala.
Llevo mis manos a su cabeza y comienzo a tomar control de los movimientos. Trato de no ser brusco, pero su mirada llena de perversión hace que mueva mis caderas con mayor intensidad.
Aparto su boca para que tome aire y vuelvo a atraerla a mí. La calidez de su saliva rodeando mi carne es tan reconfortante que debo estar en el cielo.
Se aparta y me sonríe.
—Qué rico —dice.
La lascivia de su voz me vuelve loco y me siento en el suelo.
—Ven, siéntate sobre mí. No aguanto más.
Obedece y al alzarse puedo ver sus rodillas enrojecidas. Después, se deja caer sobre mi miembro.
Joder, qué gusto. Carne contra carne.
Comienza a mover sus caderas sobre mí, la falda de su vestido se agita con esos movimientos y luce tan hermosa, tan dulce y tan arrebatadora.
Enrollo mis brazos a su espalda y le robo un beso, es perverso, pero también delicado.
—Te quiero, pequeña.
—Feliz cumpleaños.
Pues aquí tenemos otro capítulo de puro amor entre Luca y Shirley. Son tan jóvenes y bellos mis pequeños.
Espero que os hayan gustado estos momentos íntimos entre ellos (no me refiero solo al sexo) jajaja.
Os quiero <3
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