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87| Il microonde e il diavoletto

LUCA

*

Me siento en el sofá y prendo la tele mientras desvío la mirada continuamente al reloj que hay en la pared. Estoy agotado y me convendría descansar, sin embargo, estoy intranquilo por ella. Me llegó un mensaje de los hombres que he contratado para tenerla protegida, así que sé donde está.

Supongo que por cerrar los ojos un poco no pasará nada...

Me despierto casi dos horas después con el sonido del teléfono. Con la vista cansada doy un breve vistazo a la pantalla y leo el nombre de quien llama. Descuelgo todo lo rápido que puedo.

—¿Shirley?

—¿Puedes venir a buscarme? Tengo mucho miedo.

Me pongo en pie apresuradamente, buscando las llaves del coche.

—¿Estás bien? ¿Ha pasado algo?

—Lo he visto —responde, pero no la entiendo.

—¿A quién?

—Al tipo que me secuestró.

Me quedo callado unos instantes, procesando esa información. La preocupación que llevo arrastrando todo el día se agudiza y me obliga a acelerar mis pasos mientras bajo las escaleras.

—¡Joder! No te muevas de allí. Ahora voy.

Subo al coche y piso el acelerador tan alterado que me exaspera tener que aguardar unos segundos a que se abra la puerta del garaje. En pocos minutos llego al pub y aparco a una distancia cercana. Conforme me aproximo a la entrada, veo a Shirley junto a otra chica. En un principio no la reconozco, pero después de un momento me doy cuenta de que también es empleada de la empresa.

—Hola.

—Hola, jefe —dice su amiga—. Nos hemos pasado un poquito bebiendo. Cuando se ha puesto en pie le ha subido todo. He tenido que ir a buscarla al baño porque no salía.

Ambas tienen la cara colorada y para mi sorpresa, mi mujer no para de reírse.

—¿De qué te ríes?

—Has venido muy rápido —suelta.

Me molesta su comentario teniendo en cuenta lo angustiado que estaba. Casi parece que me estaba tomando el pelo antes.

—¿Entonces te estás riendo de mí? —inquiero, mientras ella mantiene esa sonrisa tonta en su cara.

—¡Sí! —exclama de forma boba.

Noto como mi paciencia va desapareciendo, me siento algo enfadado cuando Camelia interfiere.

—Estaba llorando en el baño. Porfa no se lo tengas en cuenta.

Conforme escucho eso, todo mi mal genio se evapora. Resoplo y estiro el brazo para agarrar a Shirley y ayudarla a mantener el equilibrio.

—Está bien. Gracias por haberla cuidado.

—No es nada. Nos cuidamos mutuamente.

Desplazo suavemente a mi esposa.

—Vamos, tengo el coche allí. —Miro a su amiga—. Ven, te acercaré a casa. Supongo que tú tampoco estás en condiciones de conducir.

—¡Gracias, jefe! —exclama de forma ruidosa.

Me pone nervioso que me llame jefe, pero no digo nada.

Al llegar al auto, siento a Shirley detrás y le pongo el cinturón. Camelia se sube en el asiento de copiloto. Al poco de arrancar, me informa de que se ha quedado dormida. La observo a través del reflejo del retrovisor. Parece tan inocente así.

Se me escapa una sonrisa. Es mi pequeña loca.

—Cualquiera diría que da guerra a diario —comento de forma casual.

Mi empleada suelta una risilla.

—Que lindo es esto.

Enarco una ceja.

—¿Por qué?

—Eres Luca Caffarelli. El sexy e inalcanzable jefe que solo piensa en los negocios y no tiene cabida al amor en su frío corazón, ahora preocupado por su linda mujer inglesa.

Arrugo la frente con exageración.

—¿Eso es lo que decís de mí en las oficinas?

—Sí, nos gusta teorizar. —Se encoge de hombros.

Me indica el camino hacia su casa con señales torpes a causa del alcohol.

—¿Sabes qué, jefe? Shirley me ha contado que os casasteis por compromiso.

Mis nervios se disparan al escuchar eso.

—¿Ha dicho eso?

—Necesitaba hablar la pobre. Se le nota tan enamorada de ti. Esto parece una telenovela.

—Por favor, no cuentes eso. Es algo bastante privado.

—Tranquilo, por diez mil euros soy una tumba.

Le dedico una mirada de soslayo, incrédulo.

—¡Es broma! —Se ríe y mira por la ventana—. Pero sí, es una telenovela, tú también estás pillado, ¿verdad?

Permanezco unos segundos en silencio, con la vista fija en la carretera.

—Eso parece.


Una vez con Camelia en su casa, Shirley comienza a balbucear una serie de palabras casi ininteligibles, momento en que decido intentar darle conversación.

—No has cenado, ¿verdad?

—¿Eso te importa? —murmura a duras penas.

—No tienes quince años Shirley, hay que cenar. Luego mira los pelotazos que coges.

Se cruza de brazos en el asiento e hincha los mofletes. Cuando aparco, tengo que abrir su puerta para instarle a que baje, momento en el que protesta de forma dramática. Decido no comentar nada hasta que entremos en casa, sé que está borracha. Yo y cualquiera que la vea.

—Shirley, me dijiste que te habías encontrado al tipo que te secuestró. ¿Qué ha pasado con eso?

Su expresión cambia por completo al decir aquello.

—Estaba ahí. Tan cerca de mí... Como si no pasara nada.

—¿Qué te dijo?

Me mira fijamente a los ojos, aunque en ese estado su mirada está algo perdida.

—Que te vayas de Palermo, de Sicilia... —Se traba un momento y agita los brazos—. ¡Que te vayas de Italia y que no vuelvas! O que si no...

—Si no, ¿qué?

—Si no te matarán...

La amenaza logra generarme cierta inquietud, sobre todo porque después de tanto tiempo no he logrado descubrir de qué banda se trata ni mucho menos quien es la persona que los contrató. Aguardo a que dé más detalles, pero no lo hace.

La ayudo a salir del coche, a llegar hasta el ascensor y hasta entrar en casa. Entra a su habitación apoyándose en las paredes y veo que se atasca para quitarse la camiseta, así que decido ayudarla también en desvestirse.

—¿Qué haces? —inquiere—. Ya quieres verme las tetas, ¿eh? Eres un cochino.

La expresión de mi cara cambia de golpe ante ese comentario y me obligo a mí mismo a contener una risa.

—Solo te estoy echando una mano. Ya verás que con el pijama vas a caer rendida.

Permanece en silencio unos segundos y, tras fruncir los labios y arrugar la frente, habla.

—¿Es que no me deseas? —se queja de una forma que linda entre la inocencia y la mayor de las depravaciones.

—¿Y eso a qué viene? Claro que lo hago.

—Demuéstramelo.

La serenidad con la que pronuncia aquella palabra se me antoja de irresistible.

—Me encantaría hacerlo, pero no.

—¿Cómo qué no? —chapurrea.

—Estás borracha y yo con borrachas no follo.

Su cara se convierte en todo un abanico de expresiones, resultando el disgusto su mayor emoción.

—Eres imbécil.

Sonrío ante su enfado y, a continuación, aferro su mentón entre mis manos y lo acerco hasta mi boca, robándole un beso que no titubea en analizar cada parte de su boca.

—Es posible —hablo una vez me aparto—, pero que sepas que a menos que estés consciente no voy a tocarte.

—No seas paternalista.

Me da cierta ternura como intenta aparentar que está mejor de lo que está.

—No estoy siendo paternalista, yo quiero follarte también. —Acerco mi boca a su oreja para susurrarle—. Quiero follarte suave, lento y luego darte tan duro que grites mi nombre hasta que te quedes afónica.

—Eres un microondas.

—Y tú un pequeño demonio. —Le guiño un ojo—. Te haré todo eso cuando estés sobria.

Termino de ayudarla con el pijama y acto seguido se tumba en la cama. Hace tiempo que no duerme aquí, siempre lo hacemos juntos en mi habitación, pero prefiero que descanse directamente.

Le traigo un vaso de agua antes de que se duerma.

—Ten. Bebe despacio.

Obedece dando sorbitos al vaso y después me lo devuelve.

—Gracias, Luca.

Se tumba en la cama y yo la arropo con la sábana.

—Buenas noches.

—Buenas noches. Te quiero.

El corazón se me detiene de golpe. Incluso parece que mi pulso tiembla. Y todo por dos palabras.

—Yo...

No soy capaz de terminar de hablar, aunque tampoco hay necesidad, porque sus ojos ya están cerrados y su respiración se ha vuelto más pesada. Sonrío una última vez mirando su semblante y deposito un beso sobre su frente antes de abandonar la habitación. 

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