85| Inviti
SHIRLEY
*
Nos dirigimos a aquella playa familiar. Un silencio nos rodea mientras conduce, pero no es incómodo. Se ha mostrado reacio a venir, aunque finalmente cedió.
Pienso en lo que me ha contado una hora atrás y por un lado siento alivio de que Luca no fuera el responsable de lo que sucedió, pero también lástima al saber que Marco no me soportaba lo más mínimo. Tampoco puedo culparlo, éramos unos niños, apenas pensábamos en que la vida tenía consecuencias. Me pregunto si alguna vez habrá pensado en ello o por el contrario lo olvidó cómo hice yo.
Entramos al recinto familiar y aparca en la puerta. Bajamos por unas escaleritas situadas a un lateral de la casa y que llevan directamente a la playa. Una vez allí, observo abstraída el mar cuyo oleaje es patente y bravo. La fría brisa golpea mi cara. Me descalzo y le dedico una mirada de reojo a Luca, que parece estar hipnotizado por la bravura que muestra el mar en estos momentos.
—No creo que sea buena idea —dice entonces.
—Ya estamos aquí.
No sé por qué, pero creo que debo hacerlo. Enfrentarme a mis miedos en el lugar en el que nacieron. Avanzo hasta la orilla y mis piernas se estremecen al sentir el frío del agua.
Trago saliva, paralizada por el miedo una vez aquí.
Venga, Shirley. Solo da un paso.
No puedo.
De repente, el móvil de Luca comienza a sonar, haciendo que me voltee. Me mira y cuelga sin responder.
—Era mi padre —informa con cierto resquemor.
Asiento con la cabeza y doy una bocanada de aire, centrándome de nuevo en lo que he venido a hacer y por lo que ahora veo no va a resultar tan fácil. Las olas fuertes me indican que Luca tiene razón, pero soy testaruda y no se lo voy a reconocer tan fácil.
El teléfono vuelve a sonar y vuelve a ignorarlo. Es una tercera vez cuando regreso a su lado.
—Quizá ha pasado algo —digo, tratando de animarlo a contestar.
Gruñe y finalmente descuelga.
—Hola. —Su rostro luce ofuscado, luego arruga la frente—. ¿Qué? ¿Por qué? Vale. Ahora voy.
Luce intranquilo una vez corta la llamada.
—¿Todo bien?
—Nina está en el hospital.
*
Llegamos tan rápido como se podía pisar el acelerador. Nada más llegar al pasillo de Urgencias, escuchamos la enérgica voz de Nina en una de las salas de revisión.
—¡Eres un exagerado!
—Mamá, es recomendable que descanses un poco.
—Descansaré en mi casa, no aquí.
Cuando entramos, nos encontramos a Nina insistiendo en levantarse de la cama y a Alessandro tratando de convencerla de que permanezca más rato allí. Francesca se encuentra a su lado tratando de calmar esa tensión que se respira.
—Hola —decimos, logrando que pongan su atención en nosotros.
El rostro de Nina se contrae al vernos.
—¿Por qué los llamas? No hay necesidad de preocuparlos tontamente.
—¿Estás bien abuela? —Quiere saber Luca. Es la primera vez que le escucho dirigirse a ella como abuela y no por su nombre.
Ella suspira.
—Sí, rey. Solo tuve una bajada de tensión en casa y me trajeron a urgencias. El exagerado de tu padre te ha avisado por alguna razón que no comprendo.
—Madre... —murmura Alessandro en tono cansado.
—Estoy bien y no hay nada más que hablar. Que me pidan el alta que quiero irme a mi casa.
Después de estar un rato más presenciando como Nina discutía con su familia porque no le gustaba que los demás se preocuparan por ella, decidimos marcharnos del hospital. Francesca se quedó con ella en la sala y Alessandro no acompañó a la salida; ellos la llevarían a casa.
Cuando estamos a punto de salir del hospital, se abren las puertas y podemos ver a Marco e Isabelle. Nuestras miradas se cruzan y ambos las apartamos cohibidos. Ignoro si alguien se ha dado cuenta de la tensión que ha aparecido entre nosotros en un instante.
—Hola, chicos —saluda Alessandro.
Veo como Luca esboza una sonrisa forzada y le estrecha la mano a su hermano. Un saludo frío para ser tu familia.
—Hola, bonita —me habla Isabelle mientras se inclina a darme dos besos.
No sé hasta que punto me desafía o trata de ser cordial conmigo. Esta mujer es un misterio que no logro comprender.
—Aprovecho que estamos todos aquí para deciros que ya tengo preparadas las invitaciones del cumpleaños de Luca.
Arrugo la frente y miro a mi esposo llena de preguntas.
—Me compraré un buen vestido para la ocasión —comenta Isabelle haciéndose un mechón hacia atrás.
—¿Invitaciones para su cumpleaños? —interpelo al fin, viendo que todos parecen saber de qué va la cosa menos yo.
—Todos los años, celebrar el cumpleaños de cualquier miembro de la familia Caffarelli es algo importante —explica mi suegro—. Una vez somos presentados en sociedad, hacemos eventos con otros familias y empresarios para estrechar vínculos. Este año lo celebraremos en uno de los salones de la familia, en el centro.
—Aún queda casi un mes —dice Luca girando los ojos—. Es en diciembre, así que tranquila que tendrás tiempo de organizarte.
Asiento con la cabeza, algo apenada porque su cumpleaños sea algo mediático y no algo íntimo que compartes con tus seres queridos.
Me recuerda a Bruce.
*
El tiempo que paso con Luca es distinto. Todo es distinto. Siento que por fin puedo confiar en él. Me ha mostrado todas sus facetas, todos sus lados; desde el oscuro hasta ese pequeño rayo de luz que a veces puedo ver entre las nubes. Le dije que le perdonaba, pero que no podía olvidarlo. Él me entendió y lo aceptó.
También le pedí que perdonara a Marco por lo que me hizo, porque yo iba a hacerlo. Su rostro me mostró cierto dolor que no fui capaz de traducir, pero se limitó a estrechar mi mano con firmeza. Su calidez me hacía sentir protegida.
Recibimos días después del encuentro en el hospital la invitación para su cumpleaños, pero en cuestión de unas semanas después, llegó otra; era una tarjeta elegante y de una caligrafía exquisita. Era para la boda de Bruce y Spencer. Me estremecí al tenerla entre mis manos y me llené de ilusión al imaginarme a mis amigos yendo hacia el altar. Se casarían en primavera y aún quedaban meses.
En estos momentos, llamo a la puerta del despacho de Luca, después de que Silvana me dijera que podía pasar.
—Adelante.
Lo encuentro concentrado mirando a la pantalla de su ordenador. Suelta una exhalación y se frota el cabello, entonces posa la vista en mí. Sus ojos parecen vibrar al verme.
—Hola, pequeña. ¿Qué haces aquí?
Todavía no me acostumbro a que me llame así y cada vez que lo hace, mi corazón brinca emocionado y una sonrisa de boba surca mi rostro.
—Hola. Venía a decirte que hoy saldré un rato con Camelia y otros compañeros de contabilidad.
Pese a que ahora estoy en otro departamento, no hemos perdido la buena relación.
Luca se levanta y se aproxima a mí para rodearme con sus brazos y besar mi cabeza con ternura.
Definitivamente, nunca me acostumbraré a esto.
—¿Entonces no te espero para cenar?
—No sé cuanto se alargará la cosa. Te iré diciendo de todas maneras.
Me pongo de puntillas con cierto esfuerzo para alcanzar sus labios.
—Nos vemos luego entonces.
Quedo con Camelia en la puerta del edificio de la empresa y junto a ella llegan otros compañeros. Se lanza a abrazarme y yo le devuelvo el gesto. Siempre es muy efusiva.
—¿Cómo estás? —digo cuando me aparto—. ¿A dónde vamos?
—Genial ahora que te veo. Vamos al irlandés.
Camelia me agarra del brazo emocionada y ponemos rumbo a nuestro destino.
—No me puedo creer que no quieras regresar corriendo a casa a ver a ese marido tan sexy que tienes.
Se me escapa una risilla por su comentario.
—Dices eso porque no lo conoces tanto como yo. En realidad, está lleno de verrugas y cicatrices bajo la ropa —bromeo, frenando en la puerta del bar.
Camelia se apresura a coger asiento en una mesa alta que hay en un rincón y yo por mi parte me acerco a la barra a pedir lo que vamos a tomar. Mientras el camarero sirve las copas, alguien a mi lado se dirige a mí. Su voz en seguida me resulta familiar. Tanto, que se me eriza la piel antes siquiera de voltearme para ver de quien se trata y, cuando lo hago, noto una presión en el pecho, seguida de un pánico atroz.
—Te dije que nos volveríamos a ver, preciosa —dice el hombre que me secuestró.
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