84| Quell'estate
LUCA
*
Un verano años atrás
Todos los veranos desde que estaba en esa casa venía la familia Jones, hacía ya unos años desde que les conocí y Shirley siempre iba directa a por mí. No me molestaba, de hecho me sentía halagado, pero para poder disfrutar de un rato de soledad, tenía que escabullirme.
—¡¡Luca!! —La oía llamarme—. ¡Luca, ven a jugar conmigo!
Me asomé por una rendija de mi escondite y la vi allí en medio, con su diminuto cuerpo portando un vestido de cuadros azules y su cabello en tirabuzones recogido por dos coletas altas. Miraba a todas las direcciones con sus cejitas formando un arco.
"Se está poniendo triste".
No obstante, no la llamé ni le dije nada, aparté mi vista de ella y la devolví a mi comic de Batman. El armario en el que estaba escondido estaba completamente a oscuras, así que alumbraba las hojas con la ayuda de una linterna.
—¡Luca! —Ahora su voz sonaba más lejana.
Me acomodé en mi rincón y pasé una página de mi lectura. Cuando creía que estaba a salvo, las puertas del armario, donde estaba apoyado, se abrieron haciéndome caer a un lado.
—¡¡Te encontré!! —exclamó con una sonrisa. Tenía una mella entre la paleta y el colmillo.
—No me apetece jugar ahora.
Ella me miró con sus ojos brillantes, como si no comprendiera lo que le estaba diciendo. Se arrodilló en el suelo a mi lado.
—¿Por qué no? —A veces ponía la misma cara que pondría un cachorrillo al que han abandonado.
—Porque no.
Al comprobar que mi negativa era real, sus labios se fruncieron y sus ojos verdes se tornaron todavía más brillantes.
—Por favor... —musitó.
Trataba de evitar mirarla directamente a la cara, porque sabía que si lo hacía, acabaría cediendo. Era tan solo una cría, así que ignoraba el gran poder de manipulación que tenía entre sus manos. Ella tenía ocho años. Yo doce.
—Está bien... Supongo que aún no está lista la fiesta que han preparado tus padres.
Iban a celebrar su cumpleaños.
—No, aun no.
—Le quedará poco. —O eso esperaba—. ¿A qué quieres jugar?
—¡Al escondite!
*
Cuando abro los ojos aquella mañana y encuentro su cuerpo abrazado al mío, con su cabeza apoyada sobre mi pecho, todo cuanto puedo hacer es liberar una sonrisa. Extrañaba esto, su calor, su semblante relajado mientras duerme. Y duerme plácida... Me pregunto si seguirá teniendo pesadillas.
Al sonar la alarma de mi móvil, sé que este momento se debe esfumar. Suspiro y deslizo el dedo por la pantalla para que deje de sonar. Shirley abre los ojos con lentitud y se frota con el nudillo. Después, nuestras miradas se encuentran.
Temo que se arrepienta de lo que ha sucedido entre nosotros, pero entonces sonríe.
—Buenos días —murmura.
—Buenos días —respondo dejando un beso sobre su frente.
Entonces, escucho como su estómago ruge.
—¿Desayunamos?
—Sí. Por favor.
Preparo dos tostadas, café con leche y un zumo de naranja y lo sirvo sobre la mesa que ella ha puesto.
—¿Tienes que trabajar hoy?
Niego con la cabeza.
—No, y menos mal.
—Preguntaba porque como te había sonado la alarma un domingo...
—Sí, siempre me suena. Solo tengo que revisar las acciones, hacer anotaciones, etc.
—Vamos, que sí que trabajas.
Me hace risa su conclusión.
—No es eso exactamente. ¿Por qué tanto interés?
Veo como su expresión cambia y se remueve en su asiento. Se relame los labios antes de hablar, dudosa.
—Había pensado que podríamos ir a un sitio.
Se me hace curioso que ahora quiera salir conmigo.
—¿A dónde?
—A tu mansión familiar de la playa.
No estoy seguro, pero creo que se me ha quedado cara de haber visto un fantasma.
—¿Allí? ¿Por qué quieres ir allí?
—Quiero recordar lo que pasó. Quiero ser capaz de meterme en el mar.
—Shirley... El agua debe estar congelada. Estamos a finales de octubre.
—Por favor. Solo vayamos.
Extiendo mi mano sobre la mesa para agarrar la suya y deslizar mi pulgar con suavidad sobre su dorso.
—Está bien, pero yo puedo ayudarte a recordarlo.
*
Aquel verano años atrás
Habían decorado todo el porche con guirnaldas de papel de colores y en una de ellas se podía leer "Feliz cumpleaños". También había varios globos y una piñata. Parecía que iban a haber más niños además de nosotros tres, aunque ese no era el caso. Estuvimos comiendo en el jardín y después hubo tarta.
—Esta tarde podríais bajar a la playa —propuso la señora Jones.
La detestaba. Jamás olvidaría el modo en que se refirió a mi madre, fue una falta de respeto a su memoria. Estuve pensando en ello esos años y seguiría haciéndolo los venideros. Debía de resultar muy fácil para una mujer acomodada, que tan solo había heredado la fortuna de su familia y se había casado con un hombre rico, hacer ese tipo de juicios de valor.
—¡¡Bien!! —La pequeña Shirley pegó un brinco de alegría.
—¡¡Sí!! —Mi hermano pequeño hizo lo mismo.
—Yo no voy.
Los adultos se miraron confusos por unos segundos.
—Venga, Luca, hijo... —habló mi padre—. Deberías jugar más con tu hermano fuera y que te diera el sol, estás muy pálido.
Supongo que les sorprendía que un niño de doce años actuara como un adolescente con crisis existencial, pero lamentablemente ya estaba más cerca de entrar en la adolescencia.
—¡Venga, veeeen! —Quien hizo pucheros esta vez era mi hermano, que se puso a mi lado para tirar de mi camiseta.
No lo aguantaba, siempre lo tenía pegado a mí. Hasta cuando iba al baño quería entrar conmigo. Era súper pesado: "Luca mira esto", "Luca vamos jugar a lo otro", etc. Trataba de ignorarle en la medida de lo posible, nadie entendía que pudiera ser un niño que simplemente necesitaba estar consigo mismo.
Nadie era capaz de concebir eso.
No obstante, el pequeño Marco no me caía mal. Era muy tonto y sentía cierta rabia por él cuando miraba a Francesca y a Alessandro dándole toda su atención, pero era un crío que por alguna razón que no terminaba de comprender me había aceptado como si siempre hubiera estado ahí.
Cuando pensaba en ello, no me importaba actuar como el hermano mayor que se suponía que era.
—¡Sí, veeen! —A los quejidos de Marco se sumaban los de Shirley.
Sus cejas estaban fruncidas y sus mofletes más hinchados de lo usual. Cuando me miraba así, medio molesta y como la niña caprichosa que era, sentía una sensación similar a la que despertaba mi hermano. No podía ser duro con ella tampoco, era una cría y punto. Al igual que yo. Supongo que tan solo sentía ternura.
Una sonrisa escapó de mis labios.
—Vaaaaale —dije como si mi plan hubiera sido hacerme de rogar.
Fuimos a la playa nosotros tres. Los adultos se quedaron en la casa, afirmando que pronto bajarían ellos también. La mansión estaba pegada, así que podían mirarnos desde una de las ventanas.
Shirley me obligó a ayudarla a hacer un castillo de arena mientras que Marco no dejaba de pedirme que jugara con él y las pistolas de agua.
—En un rato.
No podía dividirme en dos.
—¡Venga, nunca juegas conmigo cuando está ella! —se quejaba.
—Eso es mentira.
—¿Quieres jugar con nosotros, Marco? —preguntó Shirley con esa sonrisa de boba que se le ponía cuando estaba contenta.
—Los castillos de arena son una tontería —espetó yéndose por su lado a la orilla del mar, enfadado.
Me supo mal que Marco se sintiera desplazado, así que me puse en pie para hablar con él y pedirle que jugara con nosotros un rato en la arena y luego yo jugaría con él a lo que quisiera.
—Ahora vengo, Shirley. Espérame aquí.
Me metí en el agua y cuando Marco me vio, entró más adentro.
—Déjame en paz. —Era otro malcriado.
—No te enfades, no he dicho que no vayamos a jugar.
—Siempre pasas de mí cuando está Shirley, ¡la odio!
—No seas idiota. Shirley es nuestra invitada y tenemos que jugar con ella.
—Pues yo no quiero.
—Yo tampoco quiero, es muy pesada, pero tengo que hacerlo —traté de convencer.
Marco bufó.
—¡Luca! —La voz de Shirley tras de mí me hizo girarme, estaba entrando al agua.
Fui a decirle que retrocediera y fuera a la arena para seguir jugando allí, pero mi hermano habló.
—¿Sabes nadar, Shirley? —Negó con la cabeza—. Ven, yo te enseño.
—Vamos fuera, chicos —dije yo.
Pero me ignoraron, qué se podía esperar de dos críos pesados.
Marco le dio las manos a Shirley y comenzó a darle indicaciones tan torpes como los pataleos de ella bajo el agua. Él tampoco es que supiera nadar demasiado bien, pero era un poco más alto que ella y tocaba donde ella no.
Yo me puse a bucear de un lado a otro, esperando que dejaran la tontería pronto. No era capaz de imaginarme que cuando sacara la cabeza del agua y pusiera la vista en ellos de nuevo, Marco tendría las manos hacia dentro del agua y de Shirley no se veía ni rastro.
Cuando fui consciente de lo que estaba pasando, corrí. La estaba ahogando. Apretaba sus dedos en su cuello.
—¡Marco qué haces! —exclamé empujándolo.
Me apresuré en levantar el cuerpo de Shirley, que estaba inconsciente y lo saqué del agua con algo de dificultad. Mi corazón latía nervioso, no sabía que hacer.
—¡Ve a pedir ayuda! —le grité, desesperado—. ¡¡Corre!!
Miraba ese pequeño cuerpo inconsciente, empapado, sin respirar. Parecía que estaba muerta.
—¡¡Ayuda!! —Comencé a gritar, incapaz de esperar a que Marco llegara a la casa a transmitir el mensaje.
Intenté reanimarla, no tenía mucha idea de como hacerlo. Apretaba su pecho, que parecía que pudiera romperse.
Pronto llegó corriendo su padre, agitado, y fue él quien la reanimó mientras yo observaba paralizado como la vida se le escapaba, hasta que comenzó a toser y abrió los ojos. En ese momento, cuando me miró, se abrazó a su padre tratando de esconderse de mí.
Me tenía miedo.
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