69| Il mio migliore amico
SHIRLEY
*
La alarma no ha tenido que despertarme esta mañana, porque los nervios no me han dejado dormir. Tengo una importante reunión en el departamento de diseño de la empresa. Estoy tan emocionada por tener esta oportunidad que ni todos los "gracias" del mundo ni regalos, pueden mostrar lo absolutamente agradecida que estoy con él.
Salgo tan rápido de casa que no me da tiempo a despedirme. Tampoco a desayunar. Ya tendré tiempo luego.
Me llega un mensaje al móvil.
Estoy llegando.
Doy un saltito de alegría en la entrada de casa mientras espero la llegada del vehículo, el cual se detiene frente a mí. Abro la puerta del copiloto y tomo asiento. Le dedico una mirada divertida.
—Buenos días —dice.
Como siempre, él nunca ha tenido problema para madrugar, al contrario que su primo.
—Buenos días, Bruce.
—¿Estás preparada?
Me remuevo en mi asiento antes de dar una respuesta.
—Sí. Bueno. O no. —Mis palabras comienzan a atascarse—. ¡Ay! Estoy súper emocionada, muchísimas gracias. Es la mejor oportunidad que me han dado.
Él se ríe mientras conduce hacia la corporación Rimes.
—Que exagerada. No es la mejor oportunidad, solo te he ofrecido un puesto con el equipo de diseño.
—Pero ya estoy haciendo algo relacionado con lo que me gusta y no atrapada en una oficina de mierda haciendo contabilidad.
—Bueno, me alegro de que lo veas así.
—¿Cuándo empezaba Spencer las prácticas? —pregunto.
—La semana que viene.
—Pensaba que era hoy, voy a escribirle para quedar luego —digo desbloqueando mi teléfono.
El primer contacto con mi nuevo trabajo sale bien, muy introductorio, pero con tantas ganas de aprender que me daba igual tener que preguntar treinta veces cada cosa –quizá, a mis compañeros era a los que no les daba igual.
Antes de irme, Bruce aparece en mi planta.
—¿Qué sucede? —pregunto.
Me extiende un sobre.
—Quería ser yo quien te lo diera.
Frunzo el ceño algo confusa, pero en cuanto lo abro y veo la invitación que figura en su interior, regreso a la realidad.
—"Bruce Rimes y Spencer Turpin te invitan a su boda que se celebrará el próximo 15 de mayo" —Leo.
Observo a Bruce y puedo apreciar como se ha sonrojado ligeramente.
—¡Enhorabuena! —exclamo yendo a darle un abrazo.
—Gracias. Aun quedan meses por delante pero así podemos ir organizándonos. —Aprecio como duda en continuar hablando, pero pronto se decide—. Pensamos que tendríamos que haberlo enviado por correo postal a Italia, pero al final no fue necesario.
Mis amigos no me han preguntado apenas por Luca ni por mi vida allí. La única vez que lo hicieron, esquivé la cuestión y asumieron que no quería hablar del tema.
—Ya ves que no. —Es lo único que se me ocurre responder.
—Me alegro de que hayas vuelto. Nunca me gustó que acabaras en un matrimonio por conveniencia.
Después de todo, Bruce era mi mejor amigo.
*
Dos meses atrás.
Había comenzado a llorar sin darme cuenta, con el móvil en la mano. No sabía que hacer, no estaba segura de nada. Tan solo de que dolía mucho. Demasiado.
Me levanté al fin y fui directa a mi habitación, donde comencé a hacer mi equipaje. No quería dejarme nada, absolutamente nada. Cuando ya tuve todo listo, dejé una nota sobre la mesita de noche donde ponía: "No me busques". Y sobre ella, mi anillo.
Esa odiada alianza que tanto daño me había hecho, desde el primer día y casi sin darme cuenta.
Abrí su cartera y agarré todo su dinero en efectivo. Me iba a pagar él el taxi que acababa de pedir al aeropuerto. Salí del apartamento cargada y procurando hacer el menor ruido posible.
Antes de salir por la puerta, eché un vistazo una última vez a aquel lugar donde vine hacía meses atrás y donde tantas historias había creado. Tantas peleas y discusiones. Tanto sexo.
Cuando llegué a Inglaterra, mi familia no me esperaba. Estaban atónitos. Por supuesto, no les di ninguna información. Ni yo misma sabía qué debía hacer. Bloqueé sus llamadas, su chat; todo. También tuve que hacerlo con Nina, para que no intentara contactarme a través de ella. Y ni que decir que todas las llamadas con prefijo italiano eran rechazadas. Lo único que echaba de menos de allí era a Samu. Todos los días me preguntaba cómo debía estar y qué tal le estaba tratando la vida.
Aunque lo cierto es que, a veces, aun a día de hoy, cuando pienso en Luca, siento un sabor amargo en la boca. Él me ha roto el corazón de un modo que nadie había hecho nunca.
*
Me encuentro esperando a Spencer en King Cross para ir a comer a algún sitio cercano.
La veo llegar a paso aligerado. Seguramente ha cogido el autobús. Ella nunca va a perder esa costumbre, por muy tediosa que sea. Siempre ha sido fiel a sus principios.
—Hola, ¿llevas mucho esperando? —pregunta. Parece fatigada.
—Que va, para nada —respondo—. ¿Es que has venido corriendo o qué? —Me río.
—Desde la parada hasta aquí, sí. —Se rasca la nuca—. ¿A dónde vamos?
—Donde quieras.
—Han abierto un sitio nuevo por aquí, ¿probamos?
Asiento con la cabeza. Investigo en el maps la ubicación del sitio, pero mi búsqueda se ve interrumpida cuando una llamada entrante aparece en mitad de la pantalla. Es mi madre.
—Dime, mamá.
—Cariño, ¿qué haces? ¿qué tal ha ido el primer día?
—Muy bien, iba a ir a comer con Spencer.
—Ah, genial. Estás ocupada. ¿Cuándo vuelves?
—Pues cuando acabe.
Noto la inquietud en su tono de voz.
—¿Sucede algo? —inquiero.
Spencer me mira atentamente, preocupada.
—No, no. Tranquila. ¿Dónde vas a comer?
—En un restaurante nuevo que han abierto cerca de King Cross. Banana Tree creo que se llama, no estoy segura.
—Vale, vale. Ya me contarás qué tal. Nos vemos luego. Intenta no tardar.
¿Pero qué mosca le ha picado? ¿Por qué tanta prisa?
—Sí, mamá. Hasta luego. —Cuelgo.
La castaña continúa analizándome con sus ojos marrones.
—¿Va todo bien? —Quiere saber mi amiga.
—Sí, perfectamente. Simplemente a mi madre le ha dado por hacerme un interrogatorio justo ahora.
Suelta una carcajada.
—Típico de las madres.
—Ni que lo digas.
Llegamos al sitio en cuestión, donde pedimos un menú del día. La decoración es bastante llamativa; el techo está recubierto de enormes hojas falsas de platanero y en el centro un tronco, también falso, da equilibrio a todo el comedor.
—¿Por qué no ha venido Dalia?
—Estaba ocupada gestionando los últimos retoques del restaurante que va a abrir —informa dando un bocado al primer plato.
—Joder, aun no me lo creo. Dalia Megure llevando un restaurante. No me imaginé que le gustaba eso.
—Si te digo la verdad, yo tampoco.
Pasamos el resto de la comida hablando de nuestras cosas. Cotilleando y, sobre todo, emocionadas por la reciente noticia que había dado su vida: Bruce le había pedido matrimonio. Ya habían fijado la fecha de la boda y repartido las invitaciones, pero aún tenían que ultimar detalles. No dejaba de ser algo que me impresionaba. No vi como comenzaron, pero es algo que mis amigos me han contado tantas veces que casi me lo sé de memoria. Bruce y ella se odiaban. De hecho, él le hacía la vida imposible; era un maldito niñato en esa época. Cada vez que pienso en lo que tuvo que aguantar mi pobre amiga se me revuelven las tripas –y eso sin hablar de la pequeña contribución que hice yo.
Terminamos de comer y pagamos la cuenta, dispuestas a tomar el café en otro sitio y continuar charlando. Estamos enfrascadas en nuestra conversación cuando nuestros pies vuelven a pisar la acera, que no reparo en la persona que hay al lado de la puerta.
—Shirley —me llama.
Me doy la vuelta y mi temor se hace realidad. Allí parado está Luca, pero luce diferente, bastante desaliñado. El vello facial se asoma descuidadamente y ni siquiera se ha planchado la camisa.
Cuando mi cerebro termina de procesar la información que se acaba de presentar ante mí, decido ignorarlo.
—Vamos —le digo a mi amiga y comenzamos a avanzar.
—Shirley, tengo que hablar contigo.
—Te equivocas de persona —respondo—. Tú y yo no nos conocemos.
Evito mirarle, pero sus pasos tras nosotras me confirman que nos está siguiendo. El rostro de Spencer es de circunstancias y yo me aferro a su brazo para obligarla a acelerar el paso.
—Shirley, por favor.
Mantengo el ritmo, evitando dirigirle la mirada.
—Desapareciste de repente, sin dar una explicación.
Eso me cabrea, así que freno el paso para dedicarle una mirada repleta de odio.
—Explicación hay, créeme. Se me revuelven las tripas cada vez que pienso en ello.
—Habla conmigo —insiste. Su tono de voz era débil, casi de súplica.
—Déjame en paz —espeto—. Como no te largues de aquí voy a gritar que eres un acosador. Sabes que no vacilo; no me importa llamar la atención.
Vuelvo a tirar del brazo de Spencer, cuya cara es todo un mar de dudas, y ambas avanzamos en dirección a cualquier lugar lejos de él. Tras varios metros me giré y pude verle una última vez ahí parado, en medio de la acera, como si fuera un cachorro abandonado.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro