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67| Non posso avere debiti

SHIRLEY

*

Aparto la mirada, nerviosa, mientras mi mano juega con el mechón que cae de mi trenza.

—¿Qué es todo esto?

—Tu regalo.

—Es todo muy... —trato de buscar la palabra adecuada, tratando de evitar una en concreto, pero finalmente no hallo una sustituta y la termino diciendo—, ¿romántico?

Hace una mueca como si acabara de decir algo repulsivo. Pronto la suaviza, pero como no dice nada más, me veo en la obligación de volver a hablar.

—Sé que seguramente no era esa tu intención.

Se acerca a mí y apoya su mano en mi cadera con delicadeza.

—¿A ti te gusta? —pregunta.

—Sí.

—Entonces me da igual que sea romántico.

Su frase hace que el corazón se me detenga por un instante. Agacho la cabeza y retengo una risilla.

—Gracias —digo entonces levantando la cabeza para encontrarme con su mirada, la cual es más cálida de lo usual, a juego con el color avellana de sus ojos—. No me lo esperaba. Creía que estabas molesto conmigo.

—Solo un poco.

—Pues te ha durado semanas.

—He tenido mucho trabajo. La cabeza en otros sitios.

No me he dado cuenta hasta ahora, pero mis manos rodean su cuello y las suyas mi cintura. Parecemos dos enamorados. Justo lo que no somos.

—¿Por qué haces esto? —cuestiono.

Necesito saberlo.

Parece que mi pregunta le ha pillado algo desprevenido, pero pronto contesta.

—Estabas triste desde el secuestro y solo quería animarte.

Me siento algo decepcionada por esa respuesta, aunque no digo nada.

—Bueno, ¿cuál es el plan?

Me aparto algo brusca.

—Pues cenar.

Aprovecho para mirar a mi alrededor, solo hay una mesa montada, el resto están recogidas en los laterales. Parece que el local haya sido reservado solo para nosotros.

Tomamos asiento, uno frente al otro, mientras una vela aromatizada se sitúa en el centro de la superficie. Un camarero se acerca y nos deposita la carta.

—¿Para beber?

Observo a Luca dubitativa.

—Elige tú —digo.

—El mejor tinto que tengas.

El camarero se retira para traer dos copas y la botella en cuestión. Mientras, me siento atraída por todo lo que el menú ofrece, siendo incapaz de decidir.

—¿No hay ningún menú para dos que me ayude a no tener esta confusión?

—Si quieres eso, pedimos eso —dice Luca.

Asiento con la cabeza y él le da la orden al camarero.

Mientras esperamos a que traigan la comida, degustamos el vino que nos ha servido.

—Está muy bueno.

—¿Verdad?

Sigo sorprendida por su gesto, y me siento obligada a hacer más preguntas.

—¿Haces esto para que me mantenga callada? —interrogo de repente.

—¿Qué?

—Es para que no diga nada de tu plan de venganza, ¿verdad?

—Pero, ¿cómo eres tan retorcida?

—He aprendido del mejor —replico.

—No, Shirley, no lo hago por eso. Si quisiera que te mantuvieras callada no sería nada gentil.

Su última frase parece ocultar una posible amenaza.

—Me cuesta creerte —digo dando un trago a mi bebida—, pero vale.

La conversación se vuelve algo tensa desde mi acusación, provocando que acabemos saboreamos el menú en silencio. Conforme pasan los minutos y no sale una palabra de nuestra boca, empiezo a pensar que he metido la pata. Parece que no puedo permitir que estemos más de una hora sin discutir. Sin embargo, continúo pensando en que hay algo oculto. Hay muchas cosas, en realidad.

Es posible que yo misma quiera entorpecer esta noche porque realmente me ilusiona cuando se muestra agradable conmigo. Sé que no puedo seguir permitiendo que esos sentimientos que albergo sigan creciendo y quizá lo mejor es sacarlos a la luz para dejar que se esfumen.

Espero a terminar el postre. Ahora tenemos en la mesa dos copas de cava.

—Oye, Luca —hablo al fin. Su vista se posa sobre la mía, poniendo mis nervios a flor de piel—. Tengo que decirte algo.

Mientras sus iris canela me contemplan con atención, yo busco el modo de pronunciar esa oración tan sencilla de solo dos palabras, pero no puedo. Solo me han rechazado una vez en mi vida y perdí la cabeza por completo. ¿Cómo sé que voy a encarar con dignidad otro rechazo? Sobre todo, si viene de alguien que me ha cambiado la vida para mal, aunque no fuera culpa suya que tuviera que recurrir a casarme con él.

—¿Qué?

Veo que se impacienta por lo que quiero decir, supongo que la expresión que luce mi cara puede inquietar a cualquiera.

—Creo que me gustas.

Añadir ese "creo que" hace parecer que le resta importancia a esa declaración.

—¿Te gusto cómo?

Maldito sádico hijo de puta.

—Pues me gustas.

—¿Cómo te gusta un hermano? —pregunta esbozando una sonrisa ladeada.

—No practico el incesto.

—¿Cómo te gusta un amigo?

No borra esa expresión burlona de la cara.

—No es que seas precisamente mi amigo.

Mantiene su gesto, pero poco a poco se va desvaneciendo. Se levanta de golpe y se acerca a la barandilla para encenderse ahí un cigarro. Tras unos segundos dudando en si quedarme ahí sentada viendo su espalda, decido ponerme en pie también. Cuando me sitúo a su lado, habla.

—Entonces, ¿qué esperas de mí, Shirley?

—¿Cómo que qué espero?

Me confunde esa cuestión.

—¿Te gusto de un modo romántico? ¿Piensas que tú y yo podemos tener algo más que sexo y conveniencia? —A juzgar por su tono de voz, está molesto.

Me da la sensación de que se está poniendo más dramático de lo previsto.

—Oye...

No puedo decir nada porque me interrumpe.

—Yo no te puedo gustar. No de ese modo.

Me enfada que me diga lo que puedo y no puedo hacer hasta tratándose de eso.

—Pues lo haces —suelto enojada.

—Pero si soy un capullo contigo, ¿recuerdas?

—Sí, y también haces estas cosas. Has dicho que no era para mantenerme callada. Si no es por eso, ¿por qué?

Me mira a los ojos y no distingo una expresión concreta. Aprieta la mandíbula.

—¡Mierda! Esto no tendría que pasar.

—¿El qué?

—Que sintamos algo el uno por el otro. Solo hará las cosas más difíciles. —Intenta calmarse y yo no digo nada. No sé qué podría decir—. No puedo tener debilidades.

Siempre habla de sí mismo como si tuviera que ser una especie de robot.

—¿Y eso qué tiene que ver conmigo?

Ahora son sus labios los que aprieta, baja un instante la mirada y entonces vuelve a depositarla sobre la mía.

—Pues que te estás convirtiendo en mi debilidad.

Esa afirmación me enternece. Entiendo que es un modo de responder a mi declaración. Me pongo de puntillas para alcanzar sus labios. Aunque en un principio los mantiene cerrados, acaba correspondiéndome; abre su boca para recibir mi lengua y devolver mis movimientos. Noto como sus brazos me rodean con vehemencia y como su manera de besarme se va volviendo más atormentada, como si de verdad deseara hacerlo, pero sufriera en consecuencia.

—Quiero que vayamos a casa y me hagas tuya.

Mi propuesta le complace porque me agarra de la mano y me lleva fuera de allí a toda velocidad, afirmando haber pagado previamente. Cuando subimos al coche, suena su teléfono. El número no está registrado, pero parece reconocerlo, pues suelta un bufido al verlo y contesta.

Intercambia unas cuantas palabras y cuelga.

—Tengo que pasar un momento por la empresa, ¿te importa?

Me sorprende a estas horas.

—¿Ha pasado algo?

—No mucho, será solo un momento.

—Está bien, vamos.

Se dirige hacia el edificio y yo solo puedo pensar en las ganas que tengo de que me desnude.

—Bajo en seguida, ¿esperas aquí?

—Vale.

Mientras me quedo en el asiento del copiloto, aprecio que tengo una mancha en mi vestido. No sé en qué momento me la he hecho, pero me consume la rabia al haber arruinado mi ropa nueva. Busco en mi bolso un pañuelo y no encuentro nada. Decido mirar en la guantera, aunque me sobresalto al abrirla y ver que está allí su pistola.

—¡Mierda!

La agarro con cuidado y la aparto para mirar mejor. Encuentro un paquete de pañuelos y a su lado un teléfono móvil. En un inicio no me suscita ningún tipo de inquietud, pero cuando me fijo en que ese no es el de Luca, la cosa cambia.

Lo saco con cuidado y le doy al botón lateral, apareciéndome la pantalla de bloqueo pidiéndome un número pin o una identificación mediante huella dactilar. Me muerdo el labio, quizá no es de Luca y se trata de alguien a quien se le haya podido olvidar. El fondo de pantalla es una imagen predeterminada, nada que sirva de indicativo de algo.

Decido dejarlo donde estaba cuando la pantalla se ilumina de repente al recibir una notificación de una aplicación de mensajería. La curiosidad me invade así que echo un rápido vistazo al mensaje.

El nombre de Eva figura en la pantalla.

Me gustó lo del otro día. Cuando quieras repetimos ;)

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