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65| Buon compleanno

SHIRLEY

*

Por alguna razón que no logro comprender, Luca estaba herido conmigo, no me dirigió la palabra esa noche ni apenas hablamos a lo largo de la semana. Estaba segura de que desde ese día iríamos juntos al trabajo, pero solo había contratado a un chófer para mí, el cual es corpulento y de expresión severa, casi parece más un guardaespaldas que otra cosa. Después de lo que pasó, imagino que lo es.

Yo me limito a esperar a que se le pase el resquemor, pues no creo que haya hecho nada malo. Si defender a mi amigo está mal, pues que me arresten. Mi conciencia está tranquila, pero no solo había pasado una semana, se sumó otra y con esta una tercera. Demasiado tiempo dirigiéndome con monosílabos a la persona con la que convivo.

Sin hablar de la maldita falta de sexo.

Por otro lado, el feo corte de mi cara ya está casi cerrado. El otro día fui a que me retiraran los puntos y ahora solo tengo que esperar a que termine de cicatrizar correctamente. Ahora que no están los puntos, ni se encuentra inflamado ni colorado, puedo decir que me estoy empezando a acostumbrar a tener este recuerdo en toda la mejilla.

Para ser franca conmigo misma, echo un poco de menos a Luca. A veces, cuando llega un poco tarde a casa me pregunto si ha estado con alguien. Tengo ganas de preguntárselo, pero sé que sea lo que sea lo que me fuera a responder, sería mentira. Y ya estaba un poco cansada de ellas.

He estado dándole vueltas a cómo sacar un tema que lleva demasiado tiempo sobre la mesa y el cual todavía no se ha tratado. Quiero saber qué le pasó a su madre. Dijo que la asesinaron, pero necesito respuestas. Me gustaría que pudiera compartir conmigo esa información, no como una pareja, que está claro que no lo somos, pero sí como una amiga. Al menos eso, una amiga.

Mis cuestiones se desvanecen cuando mi móvil comienza a sonar. Me encuentro en la oficina, por lo que mi primer instinto es colgar, pero cuando leo el nombre que figura en la pantalla, agarro mi teléfono y salgo corriendo hasta los aseos. Me encierro en uno de los compartimentos y me siento sobre la tapa. Es una videollamada y sé que va a quedar cutre la iluminación de un retrete y su decorado, pero me da igual.

Pulso el botón verde y la pantalla se queda un segundo en negro antes de visualizar la imagen. En la pantalla puedo ver a mis amigos; Spencer, Bruce, Thomas y Dalia. Ni siquiera sé cómo son capaces de aparecer todos sin matarse.

—¡Hola, chicos! —saludo entusiasmada.

—¡¡Feliz cumpleaños!! —exclaman.

Me he olvidado de mi propio cumpleaños. Jamás me había pasado. Supongo que ellos se darán cuenta de mi desliz también por la expresión que luzco, a menos que estén viendo unos cuantos pixeles mal definidos.

—Muchas gracias —digo con un nudo en la garganta.

Hacía meses que no les veía. Ni siquiera había escuchado su voz. Tan solo habíamos intercambiado unos pocos mensajes.

—¡Por Zeus! ¿Qué te ha pasado? —cuestiona Spencer acercando su cara a la pantalla y entrecerrando los ojos.

Mis ganas de llorar aumentan al darme cuenta de que no puedo ser sincera ni con mis amigos del instituto.

—Me corté con una copa.

—Lleva cuidado, burra. —Esta vez es Bruce el que habla—. ¿Cómo estás pequeño demonio? ¿Se porta bien contigo Italia?

Hago un repaso de los mil disparates que me han sucedido desde que pisé Palermo: la trampa de la agencia de modelos, lo peligroso que es Luca en realidad, que tiene una pistola y que hace poco me secuestraron... Joder, sonaba a serie de televisión.

—Italia se porta bien, la verdad. Ahora mismo estoy encerrada en el baño del trabajo.

—¿Estás trabajando? Creía que ahora que ibas a casarte con un hombre poderoso no tendrías que hacerlo más.

—¡Bruce! —le recrimina Spencer.

—No te preocupes —me dirijo a la castaña—. Él habla por experiencia. —Saco la lengua—. Digamos que mi maridito no está dispuesto a mantenerme, así que me ha dado un puesto en una de sus oficinas. Al principio lo manteníamos en secreto, pero el otro día se enteró todo el mundo y, bueno, ya os imagináis.

—¿Cuándo vas a venir a vernos? —pregunta Dalia—. Ahora que va a empezar el verano estaremos todos aquí en Londres. Sería buen momento para coincidir.

El mero hecho de imaginarme allí con ellos hace que me derrumbe. Una lágrima escapa de mi globo ocular y se desliza furtivamente por mi pómulo.

—Ganas no me faltan —musito.

—¡No llores, venga! —dice apurada mi amiga.

—¡Eso! ¿Dónde está la rubia descarada que conocemos? —inquiere Thomas.

—Está un poco de baja —respondo frotándome los ojos—. Bueno, debería regresar al trabajo.

—Promete que nos veremos pronto —dice la castaña.

—Lo prometo.

Se despiden sonrientes, casi festivos, y yo cuelgo con el corazón en un puño. Me quedo unos minutos encerrada, esperando a que se me pase la morriña.

El resto del día pasa con normalidad, aunque me siento apática desde la videollamada. Me apetece llegar a mi casa y encerrarme. Nadie más allí sabe que es mi cumpleaños. Tampoco me ha apetecido comentarlo.

Cuando salgo de la oficina, en el mismo pasillo, me encuentro a Silviana, que me mira con una sonrisa.

—¿Has terminado ya?

Me siento extraña por la pregunta, así que miro el reloj: las siete.

—Sí.

—Genial, acompáñame por favor.

Frunzo el ceño, confundida.

—¿A dónde?

—No te lo puedo decir. Tan solo confía en mí. Yo soy de fiar.

Sus palabras me resultan sospechosas. Aunque siendo sincera, después de las experiencias turbias que he tenido desde que llegué, quizá me he vuelto más desconfiada de lo normal. No digo nada y la sigo. Nos dirigimos hacia el aparcamiento y me pide que suba al coche con ella.

—¿Me vas a llevar tú a casa?

—El señor Caffarelli me ha pedido que te acompañe a unos sitios antes de ir a casa.

Decido que es mejor no hacer preguntas, pues todas las respuestas que obtengo no esclarecen mis dudas, más bien las incrementan.

Conduce por el centro, en una de las calles con más comercios de la ciudad y estaciona en una plaza reservada.

—Esta es la primera parada —dice.

Bajamos del coche y entro con ella a una tienda que dispone de diversas zonas para el aspecto femenino. Tiene una peluquería, una zona de estética y una tienda de moda.

—Hola —le habla a una de las encargadas—, tenía una reserva a nombre de Luca Caffarelli.

—Claro —me mira—, ¿es para ti?

Abro la boca confundida. ¿De qué demonios va esto?

—Sí, es para ella —responde Silvana por mí.

La encargada me guía hasta unos probadores y me ofrece dos cajas.

—Aquí tienes. Avísame cuando te hayas cambiado. —Y cierra la cortina.

Mi cara tan solo debe mostrar confusión.

Abro la caja y encuentro un vestido precioso, de seda y tintado de turquesa.

Esto es demasiado incluso para mí.

Los zapatos son de un tacón no muy alto, lo cual lo convierte en algo bastante cómodo. Me observo en el espejo con el conjunto y no puedo evitar pensar en que, si esto lo había escogido Luca, sumándolo a los trajes de oficina que me regaló, está claro que tiene demasiado buen gusto para la moda.

Cuando abro la cortina del probador, con mi ropa entre las manos, la dependienta me colma a elogios.

—Ahora vamos a la siguiente parada.

Le dirijo una mirada de nuevo confusa a Silvana y esta responde con una sonrisa, pero no la sonrisa afable y educada que suele mostrar, sino más bien una sonrisa juguetona, como la que muestra un niño travieso. Con el vestido empezaba a sospecharlo, pero ya no tengo dudas de que esto debe ser cosa de Luca.

Me sientan en una silla para arreglarme el cabello y mientras sus manos se entretienen con mis mechones, no dejo de pensar en por qué no podía haber estado él aquí personalmente. ¿Hasta cuándo va a seguir sin dirigirme la palabra? No me parece justo. Yo tenía muchos más motivos para estar molesta que él conmigo y, sin embargo, no lo estaba.

Mientras termina de hacer los últimos retoques en el recogido trenzado que me ha hecho, otra persona ajusta mi maquillaje. Me siento como una actriz entre rodajes. Un poco de laca indica que ya estoy lista.

—Pues ya está —dice la peluquera—. Espero que te guste.

—Me encanta, muchas gracias.

Me aproximo a Silvana, que estaba esperando sentada leyendo una revista.

—¿Y ahora? —pregunto.

—Ahora vamos a por el plato principal.

Conduce hasta el puerto y frena frente a un restaurante.

—Es aquí. Yo ya me voy. ¿Lo tienes todo?

—Sí. Eso creo.

—Dame tu ropa. Se la daré a Luca en la oficina. Si no te importa, claro.

—Oh, no. Para nada. Toda tuya. Y muchísimas gracias. Ha sido toda una sorpresa pero, ¿qué se supone que hago aquí?

Enarca las cejas con las comisuras de sus labios inclinadas hacia arriba.

—¿En serio no lo sabes?

—No puedo creerme que allí adentro vaya a estar Luca.

Se encoge de hombros.

—Yo no he dicho nada.

Aguanto las ganas que tengo de sonreír. Me despido de ella y bajo del coche.

Subo las escalerillas del local con cierta torpeza y a la entrada veo que está todo vacío y casi sin luz. Parece que no hay un alma. Empiezo a pensar que me están tomando el pelo cuando un camarero aparece.

—¿La Sra. Caffarelli? —Señora, ¿eh? Asiento con la cabeza—. Acompáñeme, por favor.

Caminamos hasta una terracita decorada con farolillos. Está todo cerrado, pero el sonido del mar hace una acústica maravillosa. De pie, asomado, se encuentra Luca. Está de espaldas y me aproximo hacia él.

—Hola —digo.

Él se gira y al verme me da la sensación de que le brillan los ojos. Esboza una sonrisa que se queda a mitad de camino, lo cual la hace enigmática.

—Feliz cumpleaños. 

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