59| Un taxi spaventoso
SHIRLEY
*
Después de la bronca con Luca entré en casa de Nina, la cual no mencionó a su nieto ni por un instante. Mi cara debía reflejar una ira inmensa para que la señora se hubiera contenido las ganas de profundizar en el chisme. Estaba tan furiosa que ni siquiera cené. Me disculpé por ausentarme y me encerré en el cuarto de invitados a maldecir para mis adentros a aquel cretino. Cada vez que recordaba la conversación que habíamos tenido me ponía enferma.
A la mañana siguiente no tuve ninguna prisa en el desayuno. Me lo tomé con calma y disfruté de la hospitalidad de Nina y la buena mano en la cocina que tenía su empleado. No me importaba llegar tarde al trabajo. De hecho, no tenía la menor gana de ir, pero, ¿qué iba a pasar si no era puntual? ¿Me caería una bronca del jefe? Lo dudaba mucho.
Tras desayunar, fui al apartamento a tomar una ducha y adecentarme. Antes de entrar, me aseguré de que no había rastro de Luca en casa. Era casi la hora a la que debía salir de casa, así que me di suficiente prisa como para no tener una tardanza escandalosa.
Salí de casa a un ritmo acelerado, revisando en mi bolso que no me hubiera dejado nada importante. Había llamado a un taxi, el cual ya se encontraba en la entrada del edificio. Entré en el asiento del copiloto y le di la dirección, pero no respondió. Estaba estático, mirando al frente.
—¿Disculpe?
Vi como su garganta se movía al tragar saliva. Parecía nervioso.
De repente, escuché un sonido en la parte trasera del auto y cómo un metal se apoyaba en mi cabeza.
—Te aconsejo que no montes ningún espectáculo —dijo una voz masculina tras de mí.
Mi pulso comenzó a temblar sin comprender qué estaba sucediendo. No me salía la voz.
Su arma apuntó entonces al conductor.
—Bloquea las puertas —ordenó con una voz firme.
Él hizo lo encomendado, también le temblaban las manos.
—Y tú, guapita, más te vale que te portes bien. No será un viaje largo, tranquila. —Carraspeó antes de volver a dirigirse al chófer, el cual ya había avanzado un par de calles—. Gira a la izquierda en la cuarta y párate en el callejón que hay allí.
Tenía deseos de girarme para verle la cara, pero el miedo, que se había apoderado de mí, no me permitía realizar movimiento alguno. Todo cuanto podía mover era mi pecho conforme respiraba, cada vez más agitadamente.
El taxi siguió el recorrido que había indicado el intruso al que aún no había visto ni la cara y el motor paró.
—Muchas gracias —volvió a hablar y en aquella ocasión su voz me resultó mucho más siniestra que en un primer momento—. Ahora, puedes retirarte.
Tras decir eso último, la luna del coche se llenó de un líquido rojo. Como si alguien hubiera agarrado un bote de pintura y lo hubiera arrojado sobre el cristal. Cuando me quise dar cuenta, el conductor había sido disparado a la cabeza y ahora yacía muerto a mi lado.
Tardé dos segundos en ser consciente de que había sido testigo de un asesinato y, lo que era aún peor, estaba encerrada con el asesino. Empecé a chillar sin control alguno. Mis pulmones parecían estar a punto de reventar y a mi garganta le quedaba poco para rasgarse, pero estaba tan aterrada que era todo cuando podía hacer.
Hasta tenía ganas de mearme encima.
—Cierra la boca —me dijo—. No he usado el silenciador para que ahora tú te pongas a chillar como una loca. —Estiró el brazo para volver a desbloquear las puertas—. Venga. Sal del coche.
No podía moverme.
—¡Que salgas del puto coche! —Gritó tan fuerte que pegué un bote del susto para, acto seguido, abrir la puerta del copiloto y salir al exterior mientras mis lágrimas comenzaban a asomarse.
Segundos después, noté como un saco cubría mi cabeza, volviéndolo todo oscuro.
Y aquí estoy, en una sala con poca iluminación y una peste a humedad que echa para atrás. El viaje en furgoneta parece haber logrado calmar mis temores, porque incluso me he permitido el lujo de vacilar a aquellos tipos que me estaban rodeando mientras me devoraban con la mirada.
—En serio, perdéis el tiempo —insisto.
—¿Estás sorda? Te hemos dicho que está en la planta principal.
Me encojo de hombros.
—Como comprenderás, no sé si estoy en un sótano mugroso o en un altillo mugroso y, por tanto, no sé qué quieres decir con eso.
No puedo creerme que Luca haya venido a buscarme. Y, de hecho, no me lo creo, más aún después de todo lo que le dije anoche. Deben estar echándose un farol.
Siento mis muñecas irritadas, he estado horas aquí encerrada con las manos atadas y tenía las rodillas entumecidas por estar tanto tiempo en una misma posición.
—Me sorprende que Luca Caffarelli se haya casado con una chica tan respondona —dice la intimidante voz del asiento trasero del coche, la reconozco al instante. Pertenece a un hombre de pelo rapado y barba incipiente, la cual está perfectamente perfilada. Tiene una espiral tatuada en el lateral izquierdo del cuello y un piercing en la nariz. Acaba de entrar justo cuando he hablado por última vez—. Tienes ovarios.
Se coloca de cuclillas a mi lado y enarco una ceja.
—Tenía que tenerlos para ser capaz de casarme con él.
Saca la pistola de detrás de su pantalón y me apunta con ella.
—Estoy seguro de que esto logrará que no seas tan maleducada.
Por un momento me da pánico ver ese cañón mirándome, pero logro disipar esa inquietud en poco tiempo, permitiéndome el lujo de sonreír y enarcar una ceja.
—No creo que te interese matarme, eso es algo que podrías haber hecho en el taxi. Sin embargo, me has traído aquí. Es evidente que me necesitas, lo que no sé es para qué. ¿Qué quieres negociar?
Me sonríe y guarda el arma de nuevo. Sujeta mi mentón entre sus dedos y acerca su rostro al mío.
—Creo que me pones —susurra en mi oído y siento un repelús instantáneo, al igual que me ahoga el misterio—. Sabes que es peligroso, ¿verdad?
—Ya lo sé, te he visto matar a sangre fría a un hombre inocente. Sé que si tienes que apretar el gatillo no dudarás en hacerlo. —No he mentido ni en una palabra.
—No hablo de mí, sino de tu querido. —El corazón se me detiene—. Es un hombre peligroso. ¿Sabes por qué? —Niego con la cabeza—. Porque negocia con gente peligrosa.
—¿Te refieres a ti?
Sigue muy cerca de mí.
—No. No se ha dado esa ocasión. Yo estoy aquí por orden de otra persona, también poderosa.
—Jefe —dice de repente uno de los sujetos—, está subiendo.
—De acuerdo —responde y vuelve a mirarme—. Debo irme, te dejo en buena compañía. Espero que tu querido capte el mensaje. —Antes de ponerse en pie se acerca a mi oreja—. Tú y yo nos volveremos a ver, te lo aseguro.
Se levanta y observo como su espalda se aleja corriendo. La puerta vuelve a cerrarse y yo me quedo rodeada de un montón de hombres. El pulso se me ha agitado con la última frase que me ha susurrado aquel tipo. Ha parecido una amenaza.
Agito las manos, esperanzada de que la cuerda se hubiera aflojado milagrosamente, algo que no ha pasado.
—Por favor... —hablo entonces—, ¿podéis aflojarme esto? Me duele mucho.
—Huy, qué pena. —Se burla uno.
—En serio. Podéis fiaros de mí. Estoy desarmada, soy un retaco y no tengo ninguna fuerza. —Trato de convencerles, pero me ignoran olímpicamente—. Venga —hago pucheros—, os lo puedo compensar como queráis. —Ni en sueños.
Veo a uno sonreír como un bobalicón. ¡Será cerdo el tío! Pero me ha servido, porque se ha acercado a mí y me ha aflojado el agarre.
—Bien —dice—, ¿y ahora como me lo vas a compensar?
Me dan arcadas de pensarlo.
—¿Compensar el qué?
La voz de Luca en la entrada me hace sonreír, pero la buena sensación dura poco cuando noto una pistola apuntando mi sien.
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