
57| Tu sei mio amico
SHIRLEY
*
La brisa del mediterráneo golpeaba mi cara mientras el olor del agua salada se filtraba en mis fosas nasales como un intruso. Me encontraba en Borgata di Mondello, el paseo marítimo de la ciudad. En el tiempo que llevaba en Palermo no había pasado por allí ni una sola vez y era un lugar precioso. Se veía algo de vegetación cerca de la orilla y las losetas color crema parecían ser parte de la arena.
—Gracias por haber sugerido venir aquí —dije—. No había venido todavía, es muy bonito.
Samuel esbozó una sonrisa. Era de las pocas veces que veía ese gesto en su imagen.
—Me alegro. Yo siempre vengo cuando necesito despejarme. Me gusta caminar por aquí.
—Es un buen plan.
Saqué mi teléfono del bolsillo por unos segundos, solo para comprobar que no había recibido ninguna llamada ni mensaje.
Suspiré decepcionada, tanto por la situación como conmigo misma por crearme unas expectativas invisibles.
—Ya casi es verano. Tengo ganas de bañarme —comentó Samu, devolviéndome a la realidad.
—¿Te gusta nadar? —pregunté, decidiendo que lo mejor era no pensar en mi estúpido marido lo que quedara de día.
—Sí, me encanta. ¿Y a ti?
El recuerdo volvió a hacer presencia en mi memoria. No sabía cómo contestar. ¿Me gustaba? No estaba segura. No sabía, más bien me aterraba. Siempre usaba ridículos manguitos cuando iba a la playa con mis amigos y si se trataba de bañarse en una piscina, no me alejaba de la parte en la que hacía pie. Estuve mucho tiempo hasta que fui capaz de entrar en el agua.
Y pensar que todo era culpa de Luca.
—Me gusta, pero no sé nadar.
Mi respuesta pareció sorprenderle, pues sus ojos se abrieron exageradamente. Era de las veces que más expresivo lo veía.
—¿En serio?
—Claro.
—¿Por qué?
Me reí. Tuve que hacerlo.
—Nunca he tenido la ocasión de aprender —mentí. Era eso mejor que decir la verdad.
«Resulta que mi marido intentó matarme en el mar cuando éramos niños y desde entonces le cogí un pánico atroz».
—Yo te puedo enseñar. Cuando haga mejor tiempo podemos venir.
Respondí su ofrecimiento con una sonrisa sincera.
—Me parece una idea genial, pero te aseguro que no te va a resultar sencillo. No eres el primero que lo intenta.
Estuvimos un rato más paseando hasta que el teléfono de Samu sonó. Escuché como hablaba con la persona del otro lado. Parecía alterarse por momentos según la conversación avanzaba y cuando colgó, me dijo:
—Era mi madre. Dice que si te quieres quedar a comer a casa.
No tuve que pensármelo mucho, era una buena forma de no tener que pensar a dónde iba a comer y poder escapar de regresar a casa por más tiempo.
Aunque tuviera claro que no iba a regresar aquel día.
—Está bien.
Tardamos casi una hora en regresar a su casa. Tuvimos que coger el tranvía, porque estábamos a una distancia considerable. Una vez estuvimos en nuestro destino, nos esperaba la mesa puesta y un agradable olor de comida casera.
—Hola, ¿necesitas ayuda? —me dirigí a su madre, que se encontraba preparando una panera.
—¡Hola! No, cariño. No te preocupes. El pollo en seguida estará.
Mi olfato no me fallaba. Pollo asado.
—¿Quieres algo de beber? —preguntó su padre, que acababa de entrar a la cocina con una cerveza en la mano.
—Agua, por favor.
—¿Qué tal lo habéis pasado? —Quiso saber la mujer mientras enfundaba sus manos en dos manoplas y sacaba aquel suculento plato del horno.
—Muy bien. Samuel me ha enseñado el paseo marítimo. No lo conocía.
—¿No? ¿De dónde eres?
—De Inglaterra. Londres.
—¡No me digas! Con razón tienes esa aura tan sofisticada.
—¿Eso crees? —Me llevé un mechón de mi cabello tras la oreja.
—Sí. Supongo que no tendrá nada que ver, pero eres tan guapa. Y el color de tu pelo y tus ojos... No sé, me dabas esa impresión.
—Gracias —dije cohibida.
Nos sentamos en el comedor, que estaba junto al salón. Era bastante acogedor. De hecho, toda la casa de aquella familia era bastante humilde. Yo siempre había sido alguien de buena cuna, pero viendo las rodajas de limón decorando el plato central, agradecí inmensamente no tener que comer ningún menú de alta gama aquel día.
Pasé una comida muy agradable, sintiendo la amabilidad de aquellas personas. Estuvieron haciéndome muchas preguntas, como por qué había decidido venir a Palermo y de qué nos habíamos conocido Samuel y yo.
Fue extraño, pero por un momento me sentí en un ambiente tan familiar que sentí cierta nostalgia, a la vez que me veía como un maldito fraude. Me veía como un parásito que había irrumpido un día en la feliz vida de aquellas personas, teniendo en cuenta que mi vida tenía poco de feliz.
—Estaba todo buenísimo —hablé tras dar el último trago y limpiar las comisuras de mis labios con la servilleta.
—Me alegro que te haya gustado. La receta es de mi madre.
—Pues si no es un secreto familiar, me encantaría tenerla.
—Claro que sí —exclamó mostrando alegría—. Luego te la escribo.
El tan agradable ambiente se vio interrumpido por el sonido de mi móvil y yo pegué un brinco en el asiento sin esperármelo. Miré de quién se trataba y puse los ojos en blanco al comprobar que era el maldito Luca. Ignoré la llamada.
—Puedes contestar si quieres. No nos importa —comentó el hombre.
—Es solo publicidad.
Miré de reojo para cerciorarme de que en aquella ocasión sí que tenía mensajes y, en efecto, allí estaban. Guardé el móvil y me repetí que no debía prestarle atención.
—¿Os apetece jugar a algún juego de mesa? —La sugerencia la lanzó el padre.
La propuesta me pilló desprevenida. No era lo que esperaba que sucediera aquel día, pero tras pensarla unos segundos me acabó pareciendo una idea genial.
—Vale —respondí.
—¡Genial! —Samu parecía contento con la idea y eso me hizo a mí estar más alegre.
Me puse en pie para ayudarles a recoger la mesa. En uno de los viajes a la cocina en los que solo estábamos la madre de mi amigo y yo, ésta habló.
—Me alegro de que estés aquí hoy. Es la primera vez que trae una amiga a casa.
Entendía lo que querían decir aquellas palabras.
—Yo también me alegro. Samu es muy buen amigo y ha hecho que mis días en la oficina sean mucho más llevaderos.
La mujer sonrió, dejando los platos en el fregadero.
—Qué bien que pienses así. —Apretó la boca, como si contuviera las ganas de decir algo. Finalmente, lo hizo—. ¿Sabes qué? Creo que le gustas.
Mentiría si dijera que no se me heló la sangre.
—¿Yo? Qué va. No creo.
—Bueno, lo digo porque él no suele mostrar mucho interés en la gente y en ti parece que sí.
Me quedé unos segundos pensando en ello.
La tarde de juegos pasó volando entre clásicos como el scrabble o el trivial. Y cuando vi que quedaba poco para el anochecer, decidí que era buen momento para irme. Estaba claro que no me podía quedar allí. No quería seguir causando molestias.
—Bueno, debo irme ya —anuncié mirando la hora.
—¿No quieres quedarte a cenar? —preguntó la mujer.
—No os preocupéis. Me esperan para eso. —Agarré mi mochila y la colgué de mi hombro—. Muchas gracias por todo. Me lo he pasado muy bien.
—No nos las des. Eres bienvenida siempre que quieras.
Sonreí.
—Te acompaño a la puerta —dijo Samu.
—Bueno, nos vemos mañana en el trabajo.
—¿Vas a volver con él? —Su pregunta me dejó de piedra.
—¿Qué? —musité.
—No te trata bien. Siempre estás triste por su culpa. Deberías dejarlo.
Su sinceridad me estaba poniendo sensible.
—Es complicado.
—Siempre dices que lo es, pero no soy tonto. —Parecía molesto de repente—. Sé que si una persona está triste no debería estar así. Y si sabe la razón, no debería permitirlo más.
—Samu...
Quise justificar a Luca, pero no tenía fuerzas para hacerlo. No se me ocurría nada. Ni siquiera lo merecía, se había portado realmente mal conmigo.
—Yo no te haría eso. —Mi corazón frenó de golpe al escuchar aquella frase.
Estaba nerviosa. Quizá me equivocaba, pero aquello parecía una declaración.
—No tengo duda de ello, pero...
Mi frase se quedó a mitad de camino cuando los brazos de Samu envolvieron mi cuerpo. Me quedé tan de piedra que no pude apartarme. Su abrazo era firme, decidido y me transmitía consuelo y paz.
Segundos después, decidí apartarle con suavidad. Duró varios segundos.
Al apartarse, me miró fijamente.
—Eres mi primera amiga y quiero que estés bien porque te lo mereces.
Sentí cierto alivio al oírle decir aquello.
—Gracias Samu. Tú también eres un buen amigo para mí. Hablamos mañana, ¿vale?
Asintió con la cabeza y cerró la puerta.
Una vez en la calle, llamé a Nina.
—Dime, bombón.
—Hola, Nina. ¿Puedo pasar la noche en tu casa?
—Por favor, no me digas que te has vuelto a pelear con el imbécil de mi nieto.
Tan directa como siempre.
—Algo así.
—Bueno, claro. Ven y cuéntame. ¿Te mando un coche?
—No, pediré un taxi. Gracias.
Colgué.
Me sentía aliviada de haber confirmado que no tendría que buscarme una habitación donde pasar la noche. Sin embargo, ese alivio se esfumó cuando vi a Luca de brazos cruzados en la puerta de casa de Nina.
Y parecía muy enfadado.
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