54| Una data rotta
SHIRLEY
*
Observaba aquel papelito con duda. ¿Qué era eso?
De repente, una idea surcó mi cabeza.
¡No podía ser verdad! ¿Me estaba pidiendo una cita? Tenía que ser eso. Si no, por qué querría que fuera a ningún lugar después del trabajo.
Una sonrisa tonta escapó de mi boca solo de pensarlo.
¡Una cita!
El lunes fui con una sonrisa a la oficina. Samu me preguntó si me había pasado algo bueno y yo le dije que sí. No dejaba de mirar el reloj de pared esperando que las horas pasaran hasta que llegara ese momento.
Estaba realmente ilusionada de que Luca me hubiera hecho una propuesta fuera del trabajo y fuera de casa. Más aun teniendo en cuenta la relación de mutuo desprecio que teníamos desde el día uno.
Ni siquiera me despedí de mis compañeros como era debido. Agarré mis cosas y salí disparada. Llamé a uno de los taxis que se encontraban aparcados en la calle y le di la dirección. Cuando el coche se puso en marcha, le escribí un mensaje a Luca.
Estoy yendo a donde me dijiste.
Aguardé su respuesta, que se demoró unos minutos.
Genial. Es la tercera planta.
¿La tercera planta? ¿Qué era, un restaurante con vistas?
El taxi se detuvo frente a un edificio de nueva construcción. Las paredes eran de un blanco hueso brillante y había muchísimos ventanales. Sin embargo, empezaba a sentirme confusa.
Pagué al taxista y entré en el edificio. Había un ascensor, el cual usé, pero en los botones no había indicaciones de que se tratara de un restaurante o local de ocio. Cuando las puertas se abrieron, la planta tenía una puerta abierta. Al entrar, pude ver un recibidor con una mujer contestando llamadas y agendando citas.
Posó la vista en mí.
—¡Hola! ¿Tenías cita?
Me quedé aturdida. Miré a mi alrededor tratando de entender dónde estaba.
—Perdón, creo que me he equivocado...
—¿Eres Shirley Jones? —preguntó mirando una agenda.
Mi corazón se detuvo por un instante.
—Sí, soy yo.
—Aquí dice que tienes cita con la Dra. Vera ahora a las ocho.
Fruncí el ceño y esbocé una sonrisa nerviosa.
—Creo que ha habido un error.
Me di la vuelta y salí de allí mientras marcaba nerviosa el número de Luca. Descolgó rápido.
—¿Sucede algo?
—¿Esto es una broma?
Tres segundos de silencio.
—¿Qué pasa?
—No sé si me estás tomando el pelo Luca, pero al parecer tengo una cita con una psicóloga y no lo sabía.
Escuché como suspiraba.
—Sí, te pedí cita a la psicóloga. Necesitas terapia.
—¿Me estás llamando loca?
—Por supuesto que no, Shirley, pero no estás bien. Sigues teniendo pesadillas, necesitas hablar con alguien de lo que te pasó.
—Me niego a ir al psicólogo.
—Por favor, solo por esta vez. Solo pruébalo. La sesión ya está pagada. Si no te gusta no tienes por qué regresar, ¿vale?
Estaba indignada y furiosa, pero realmente sonaba como si se preocupara por mí. Pensé en mis pesadillas, en que a veces me sorprendía llorando, sintiéndome indefensa, recordando a esos hombres. Y, además, ese recuerdo que no podía discernir tampoco me dejaba respirar.
—Solo por esta vez, pero que sepas que me has hecho quedar como una idiota.
Colgué sin esperar su respuesta.
Regresé con la recepcionista, que me sonrió empáticamente. No parecía haberle sorprendido mi reacción inicial. Me apuntó y me pidió que esperara en un asiento a que la doctora terminara con su actual paciente.
Al cabo de varios minutos la puerta se abrió y mi nombre salió de los labios de una mujer bien vestida y elegante.
Me costó ponerme en pie, como si mi cuerpo se negara a reaccionar. ME sentía avergonzada. No sabía si podría ser capaz de hablar de ello con una desconocida.
—Siéntate aquí. ¿Deseas algo de beber? Tengo café, té...
—Agua, gracias.
Me sonrió de forma afable y llenó un pequeño vaso de agua. Después se sentó una silla frente a mí y cruzó de brazos. Tenía una especie de diario sobre las piernas y su boli repiqueteaba suavemente sobre una de sus páginas.
—¿Cómo te encuentras, Shirley?
—Yo... No sé. No sé por dónde empezar, nunca antes había ido al psicólogo.
—Está bien, siempre hay una primera vez. ¿Qué te ha hecho venir?
—Realmente no quería venir, pero mi marido ha insistido.
Casi que me ha engañado, en realidad.
—Ya veo... ¿Y eso por qué?
Apreté los labios y cerré un momento los ojos, pensando en la razón por la que estaba allí.
—Porque me pasó algo hace varias semanas y dice que estoy afectada por ello.
—¿Quieres contarme lo que te pasó?
—No estoy segura.
La mirada de la mujer era comprensiva.
—No hace falta que hables de ello si no estás preparada.
¿Realmente estaba tan mal por lo sucedido?
—Creo que puedo hacerlo... —dije, quería demostrarme que no estaba afectada como Luca decía—. Hace semanas hice una sesión de fotos para una agencia de modelos, al principio fue bien, era lencería, me pagaron y regresé a mi casa. Pero, días después, me llamaron para otra sesión y ese día...
Frené de golpe, sentía como si una piedra se encontrara sobre mis cuerdas vocales, impidiéndome continuar.
—¿Pasó algo ese día?
Asentí con la cabeza.
—No lo recuerdo bien. Me dieron agua, pero habían echado algo... Droga. Empecé a sentir mi cuerpo pesado, entonces unos hombres me rodearon y...
Antes de darme cuenta, lágrimas caían por mi cara.
La doctora se inclinó y me acercó un paquete de pañuelos.
—Lo siento —hablé entre sollozos, mientras secaba aquellas gotas y me sonaba la nariz.
—Está bien. No hace falta que sigas.
—No llegó a pasarme nada más, porque mi marido llegó a tiempo. Llegó y... —Recordé el disparo, después me vino a la mente la grabación. Me hubiera gustado poder hablarle de ello a esa mujer, pero decidí omitirlo. Sabía que podía ser peligroso que alguien se enterara—. Les propinó unos puñetazos, los detuvo de hacerme nada, pero me habían tocado los pechos y habían metido sus manos por dentro de mi ropa interior. Me siento sucia cada vez que lo recuerdo. Me siento un objeto, vacía. Me siento una mierda.
—Pero no eres una mierda, ni un objeto ni nada así. Sabes que lo que pasó no fue tu culpa, ¿verdad?
Recordé a Luca abrazándome y diciéndome que no lo fue. Recordé que me hizo sentir segura por unos instantes.
—Lo sé, pero no puedo evitar sentirme sucia a veces.
La doctora continuó hablándome y preguntándome más cosas acerca de mis sentimientos.
Cuando me quise dar cuenta, me sentía más tranquila y capaz. La alarma que avisaba de que había acabado la hora, empezó a sonar.
—Se acabó el tiempo. —Hizo unos apuntes en su libreta—. Te voy a dar unos ejercicios que quiero que hagas estos días, cuando tengas esos pensamientos intrusivos y autodestructivos. ¿De acuerdo?
—Sí, vale.
Me anotó en un papel algunas sugerencias y nos pusimos en pie.
—¿Quieres regresar la semana que viene? Así me cuentas si te están ayudando.
Dudé. Le dije a Luca que solo iría ese día, pero la ayuda de la doctora se sentía tan genuina que acepté.
Cuando regresé a casa, la cena estaba servida.
—¿Cómo ha ido? —Quiso saber Luca.
Había ido mucho mejor de lo que hubiera esperado, pero me negaba a reconocerlo. Seguía molesta porque hubiera ocultado esa información y todavía más molesta por haber sido tan tonta de creer que era una cita.
—Bien —respondí ásperamente.
—¿Estás enfadada?
—Un poco.
—¿Por qué?
—Porque me siento ridícula, Luca. Solo eso.
—No es para tanto. Ya te dije que era por tu bien.
—¡No es eso! —exclamé, frustrada—. Realmente creí que me diste esa dirección con otras intenciones, no para que fuera a terapia.
Se quedó parado y con cara de incrédulo. Me cabreaba todavía más que aquello le resultara tan sorprendente.
—¿Creías que íbamos a tener una cita?
¿Por qué lo decía con ese tono de voz? Pareciera que estaba preguntando si creía en las hadas y los elfos.
—¿Tan raro es?
—No tenemos ese tipo de relación.
La rabia me estaba azotando de nuevo.
—¿No? ¿Entonces qué se supone que hacemos? Estamos casados, dormimos juntos, vivimos juntos y follamos como conejos, joder. Yo creo que sí que tenemos ese tipo de relación.
Se llevó los dedos al puente de la nariz en señal de hastío.
—Sabía que esto no era buena idea, no debí haberme acostado contigo. Entre nosotros nunca habrá nada más Shirley.
Ese arrepentimiento terminó de golpearme como un cubo de agua fría sobre la cabeza.
—No, Luca. No debiste haberte casado conmigo —dije antes de encerrarme en mi habitación de un portazo.
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